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Miércoles de ceniza (14 febrero de 2024)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (14 de febrero de 2024)

Joel 2:12-18 / 2 Corintios 5:20-6:2 / Mateo 6:1-6.16-18

 

“Os lo pedimos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”

Con estas palabras, queridos hermanos y hermanas, queridos escolanes, dirigidas a los cristianos de Corinto, el apóstol San Pablo nos daba un principio de vida, una actitud que vale siempre.

Quizás si San Pablo viniera un día a la Escolanía y al final le hicierais aquella pregunta que hacéis a todo el mundo: “danos un consejo para la vida”, quizá os diría esto: “reconciliaos con Dios”. O quizá os diría otra cosa porque el apóstol Pablo dice una frase interesante y memorable en casi cada una de las páginas que escribe.

Reconciliarse significa aceptarse a uno mismo tal y como es, reconciliarse es aceptar a los demás tal y como son, reconciliarse significa hacer las paces. Reconciliarse con Dios significa poner nuestra voluntad, nuestra vida, nuestro corazón, nuestra inteligencia de acuerdo con lo que Dios quiere. Dios quiere que seamos felices amándonos. Y sí, el apóstol lo decía a los de Corinto hace casi dos mil años, y todavía nos lo tiene que decir también a nosotros hoy, es porque debemos reconocer que no siempre vivimos según esa hermosa voluntad de Dios.

Si esto vale de por vida, ¿porque lo leemos especialmente hoy miércoles de ceniza? Lo hacemos porque nos ayuda, nos estimula a reservar un tiempo a corregirnos y este tiempo ha estado siempre en la Iglesia, el tiempo de Cuaresma. La oración colecta de hoy decía que empezábamos un tiempo de ejercicio. Todos sabemos que durante el día va muy bien realizar un tiempo de ejercicio, de deporte, pero que no podemos estar todo el día haciéndolo. Con la cuaresma ocurre algo parecido: Dios nos propone hacer ejercicio para darnos cuenta de lo que no hacemos bien y corregirlo, y también nos advierte que no nos despistemos porque el tiempo que tenemos hoy ya no lo volveremos a tener mañana. Quizás tendremos más pero no será el mismo. Por eso nos dice: “Enmendémonos del daño que hemos hecho sin darnos cuenta, no fuera que nos encontráramos que no tenemos tiempo para arrepentirnos”.

San Benito también lo entendió muy bien cuando escribió en la Regla que los monjes siempre deberíamos vivir como en cuaresma, siempre haciendo ejercicio, pero como esto no puede hacerlo casi nadie, al menos intentémoslo por cuaresma.

Naturalmente, el ejercicio cuaresmal no es sólo ir al gimnasio o hacer deporte, cosas que pueden ser muy saludables, sino cuidar la salud del espíritu. Y la tradición de la Iglesia lo ha hecho también con la atención a nuestro cuerpo físico, por eso pide que ayunemos; preocupándose del cuerpo sociológico, por eso pide que nos acordemos de los más necesitados y hagamos limosna y ocupándonos del cuerpo espiritual, y por eso pide que oremos un poco más durante la Cuaresma. Todas estas prácticas sólo quieren que nos reconciliemos con Dios como decía al principio. Por tanto, que personalmente nos pongamos en

disposición de amar más ya que ésta, y no ninguna otra, es la voluntad de Dios: que amamos. Y Dios sabe que haciendo esto seremos felices.

Cuando las personas comienzan a hacer ejercicio físico, tienen normalmente un propósito: adelgazar, mejorar la resistencia física, poder competir…, hay muchos propósitos. Quizás cuando empezamos la cuaresma podría ayudarnos proponernos algo. Así mantendremos más fácilmente ese tipo de tensión que necesitamos para que todo este tiempo responda a lo que hoy nos disponemos a empezar.

San Pablo nos pedía que nos reconciliáramos en nombre de Cristo. Él es el modelo porque vivió siempre reconciliado con Dios y aceptó todo lo que Dios Padre le puso por delante, incluso una muerte injusta y dolorosa. Lo hizo para poder quedar como acusador legítimo ante todas las muertes injustas y dolorosas del mundo y para que nuestros pecados fueran perdonados por su generosidad al morir sin merecerlo. Para dar a la humanidad la posibilidad de que no hubiera más muertes injustas. Y nosotros todavía después de dos mil años, parece que no lo hemos entendido.

Pronto se cumplirán dos años de la guerra de Ucrania, con todos sus muertos, los exiliados, los desastres, el gasto militar tan absurdo porque las posiciones están prácticamente en el mismo sitio.

Hace ya cuatro meses de la guerra en Gaza, donde los clamores por el respeto de la vida de los civiles, de los niños, de los enfermos, son ignorados un día y otro, provocando una muerte y un sufrimiento muy desigual entre un bando y otro. Nos sentimos pequeños y sorprendidos al ver que ni las voces de Naciones Unidas, ni del Papa Francisco, ni siquiera recientemente la del presidente de Estados Unidos parecen suficientemente fuertes para poner una paz y seguridad en la región, para evitar la inaceptable muerte de civiles. Ante la vida no vale lo de los efectos colaterales o del mal menor. Ni tampoco se escucha la voz de todos aquellos que, de tantas formas humildes, en manifestaciones, huelgas de hambre, haciendo su oficio de informar piden el fin de ésta y de toda otra guerra.

Me viene a la cabeza que todos los cristianos y todos los hombres y mujeres de buena voluntad podríamos hacer nuestras las palabras de la segunda carta a los cristianos de Corinto y decir:

“Hermanos, nosotros hacemos de embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara a través nuestro. Os lo pedimos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios.”

Hacer las paces es siempre una exigencia en el corazón del Evangelio.

Recordemos a quienes sufren en cualquier guerra. Todos aquellos que no pueden hacer ningún ayuno, ni limosna porque no tienen nada y que seguramente sí nos darían una lección si compartieran con nosotros su oración confiada. En la Guerra de Gaza todos tenemos al mismo Dios de Abraham. No es ni siquiera con un Dios diferente que es necesario reconciliarse.

De ese Dios decimos algo tan profundo como que “se deja vencer por la humildad y la penitencia”. El todopoderoso, el Creador, el Señor de la historia

tiene una rendija de bondad por la que todos podemos entrar en su comunión. Al decirnos que nos reconciliamos con él, no sólo está hablando de guerras, sino de nosotros, de cada uno, porque nos está esperando. San Pablo también nos decía “Recordad que Dios ha dicho: «Te he escuchado a la hora favorable, te he ayudado el día de la salvación»

Por eso nos ofrece un tiempo de corrección que es un tiempo de cambio, de renovación. Acabaremos cantando muchos himnos de la liturgia de las horas de cuaresma con las palabras

“nos novi per veniam,
novum canamus canticum”

Que quiere decir que “renovados por el perdón, cantamos un cántico nuevo”.

Preparémonos a recibir las cenizas como signo de que queremos entrar en ese camino que limpia nuestro corazón y nuestra voluntad para hacerla más cristiana, más apta para amar a Dios y a los demás. La ceniza era una signo de luto, de tristeza por lo que nos gustaría ser y todavía no somos, pero en nuestra fe cristiana, nos ponemos la ceniza y no dejamos de celebrar la eucaristía todos los días, porque con la tristeza y el luto está siempre la alegría de la Pascua, esperada al fin de este tiempo, pero vivida en todo aquello que nos habla de posibilidad de renovación, de regreso a la mejor versión de nosotros mismos, de la resurrección de Jesucristo y de la nuestra .

 

 

Última actualització: 22 febrero 2024