Domingo de Pascua (9 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (9 de abril de 2023)

Hechos de los Apóstoles 10:34a.37-43 / Colosenses 3:1-4 / Juan 20:1-9

 

Después de haber pasado una noche en vigilia nos volvemos a reunir para celebrar la eucaristía en esta fiesta de las fiestas que es la Pascua. Parece que no nos cansamos de rezar y es que no encontramos otra manera de seguir contemplando y agradeciendo lo que cantábamos en el canto de entrada, en las palabras que hoy son las palabras de Jesús: que después de una vida entera de amor a Dios, y de esta muerte en Cruz, puede volverse hacia Dios y decirle: “He resucitado, me he reencontrado contigo, ¡no me has dejado de tu mano!”

“No me has dejado de tu mano”. Una frase sencilla que nos revela los rasgos más tiernos de Dios que como padre o madre, no dejan de la mano a su hijo, frágil. O que nos revela un gesto típico de las parejas que se quieren. Una de las oraciones típicas de la divina liturgia bizantina ha captado esta naturaleza de Dios y utiliza una expresión que explica muy bien esa frase. Dice que Dios es “bueno y amigo de los hombres” αγαθός και φιλάνθροπος. En la palabra original, filanthropos se incluye a cualquier persona humana sin distinciones, empezando por la de ser hombre o mujer. Por eso algunos prefieren traducirla como amigo de la humanidad.

Jesucristo es el primero en volver por su resurrección al Padre. Si este retorno tenía una razón teológica muy clara, “porque de Dios venía y a Dios volvía”, esto ocurre en la historia, hay testigos, afecta a aquel que, siendo Dios encarnado, vivió, caminó y murió como hombre en la tierra: a Jesús de Nazaret. Precisamente por eso, podemos pensar que su historia será un día la nuestra y que, desde el momento de su resurrección, Dios es más que nunca bueno y amigo de la humanidad y “nunca nos deja de su mano”.

Si bien él lo es de todos, Amigo de los hombres sin distinciones, nosotros hemos llenado nuestro mundo de categorías humanas, de primeros, segundos, terceros y cuartos mundos. Medimos por Productos Interiores Brutos de los países, por rentas per cápita, por tantos otros factores que en el fondo no hacen sino medir lo que Dios seguramente no hubiera querido nunca: las enormes diferencias dentro de una misma humanidad. Él ha resucitado por todos.

Una de nuestras primeras obligaciones como cristianos sería hacer como Dios, por tanto, ser también nosotros amigos de la humanidad y mirar cómo no podemos dejar a nadie de nuestra mano. Aunque sea un granito de arena en esta labor utópica que no deja de ser eso que llamamos construcción y venida del Reino de Dios a la tierra, muchas instituciones se hacen conscientes de las desigualdades y quieren ayudar a corregirlas. Haciéndonos solidarios haremos, en la misa de hoy una colecta a favor de la comunidad de San Egidio que tiene una sensibilidad especial por los pobres y necesitados.

La forma en que Jesucristo se hace amigo de la humanidad en la Resurrección es en el fondo muy discreta. Nos han explicado que cuando los escolanes estuvieron en Australia, hace un mes, fuisteis un día a ver los canguros a un lugar llamado Clealand Wildlife Park y le dijeron que debían acercarse poco a poco. Si estabais tranquilos, los canguros vendrían solos. El evangelio está lleno de momentos en los que nosotros hombres y mujeres tenemos miedo a Dios, a sus apariciones, incluso miedo a Jesucristo cuando hace cosas demasiado extraordinarias. Pero él nos dice que no tengamos miedo. Si vosotros, escolanes, erais capaces de entender el miedo de los canguros, y por tanto de acercaros poco a poco, ¿cómo Jesús resucitado no será capaz de entender nuestro miedo y de acercarse a nosotros poco a poco, diciéndonos que no tengamos miedo? Nos lo dice incluso cuando resucita. Por eso digo que es discreto. Tan discreto que incluso no le reconocemos muchas de las veces que se aparece resucitado. Como si dejara tiempo a cada uno para realizar su proceso de comprensión, de acercamiento. En esta comparación nosotros somos los canguros que tenemos miedo y él es como vosotros escolanes que quiere acercarse. Jesucristo resucitado también quiere acercarse de una forma muy discreta pero muy eficaz y muy directa a vosotros, a todos.

De una manera muy especial, hoy Jesucristo se acerca a vosotros cuatro, los dos Orioles, Lluc y Martí, escolanes de cuarto que haréis la primera comunión. En el pan y el vino, aunque son elementos muy sencillos, confesamos la presencia de Jesús, la presencia de Cristo resucitado. Vosotros vivís una vida de fe porque la Escolanía os la facilita, participáis en la oración de Salve, ahora ya de lleno, activos en el coro y vivís en Montserrat, desde donde podéis uniros y ayudar en la oración de tantos peregrinos. Pero con la primera comunión, y con todas las que vendrán desde ahora, Jesús os pide también que personalmente creáis en esto que he estado diciendo antes, que él es amigo de la humanidad, y por tanto amigo vuestro. Cada vez que comulguéis, pensad en ello. Pensad en este Jesús que quiere que seáis felices y que estará a vuestro lado siempre, incluso en aquellos momentos que no lo sintáis. Para algunas personas, el momento de la primera comunión, ha sido un recuerdo importante para su fe, durante toda su vida. Y no sólo vosotros, sino todos los escolanes, pensad en este Dios que no deja de ir de vuestra mano.

La Resurrección de Cristo es el testimonio definitivo de que Dios es el Amigo de los hombres. Porque si se había encarnado en él devolviéndonos aquella dignidad con la que nos creó, ahora da definitivamente a la humanidad un sitio a su lado. No podríamos imaginar una prueba de amistad mayor que ésta.

Queridos hermanos y Hermanas, que estáis aquí en Montserrat o que os unís a nuestra celebración, el mensaje central que quiero transmitir esta hermosa mañana de Pascua, está resumido en las palabras del canto de entrada: He resucitado y estoy aun y siempre contigo. Dios como reza la liturgia oriental es bueno y amigo de la humanidad, se nos acerca en humildad y discreción, como discreta es la Iglesia que nace de la resurrección de Cristo y sirve al mundo como amiga de las mujeres y de los Hombres, mostrándonos el camino para ser discípulos de Cristo en el mundo.

Dear brothers and sisters. It may be that some of you have joined us from abroad this blessed Easter morning in Montserrat or are following us through electronic media, in some part of the world. I would like to give a very short message using the words we said at the beginning: I have risen, and I am with you still, You have laid your hand upon me. These words express a deep insight about God who the Eastern Liturgy named as Friend of Humanity. In his Resurrection Christ calls us to be part of a living community of Faith, Love and service, to be part of a Church that wants to be a true friend of every man and woman.

Y, además, Dios es bueno y amigo de los hombres porque de todo esto nace la Iglesia, que es también amiga de la humanidad. Con sus defectos, que siempre tenemos que querer corregir, porque somos hombres y mujeres quienes la formamos, el cariño y el servicio que la gran comunidad cristiana ha hecho y da son inmensamente mayores que estos defectos. Tantas veces con esta misma discreción que Cristo hecho eucaristía y que Cristo resucitado, poniéndose en cada una de las situaciones sociales que la necesitan, dejándose clavar en la cruz con tantos crucificados.

Es necesario que seamos conscientes, como decía San León de la dignidad que tenemos por el hecho de ser cristianos, es una dignidad que nos viene de Dios, que nos viene de Cristo. Hoy domingo de Pascua, es el día de recordar y repetir:

He resucitado, me he reencontrado contigo

No me has dejado de tu mano

 

Abadia de MontserratDomingo de Pascua (9 de abril de 2023)

Vigilia Pascual (8 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de abril de 2023)

(…) / Romanos 6: 3-11 / Mateo 28:1-10

 

Una vez, un amigo me explicó que participando en una vigilia pascual con una persona no cristiana, ésta le preguntó: ¿Realmente toda esa gente cree que alguien puede resucitar?

Tal como está propuesta, incluso yo compartiría algo, queridas hermanas y hermanos, de la pregunta porque tiene algo de trampa. Puesto que la cuestión no es si alguien puede resucitar, sino que Jesucristo ha resucitado, esto es lo que nosotros creemos y con nosotros muchos millones de hermanos y hermanas en todo el mundo.

Esta noche la reservamos a esto, a celebrar que Jesucristo ha resucitado. La separamos de las otras noches, la alargamos, durmiendo un poco menos. ¡Y si fuéramos monjes orientales no dormiríamos nada! Nuestra fe tiene su centro en esta Vigilia y todo lo que nosotros creemos hoy: el ser de la persona de Jesús de Nazaret, su evangelio, la Iglesia, la belleza de la liturgia que hemos ido enriqueciendo durante los siglos, pero no hablar de la música y el arte cristiano y de la influencia de nuestra fe en toda la cultura y el pensamiento contemporáneo; todo, todo comienza en esta noche, en una resurrección que transforma la vida de un predicador y profeta, que a pesar de las interesantísimas cosas que dijo, las curaciones y los milagros que hizo, probablemente habría acabado como un perfecto desconocido si no hubiera resucitado.

Hoy, esta noche de Pascua del año 2023, después de tantos siglos de tradición, podría parecernos que todo es algo apoteósico, pero si volvemos a los orígenes, veremos que este camino de la fe en la Resurrección de Jesucristo no fue tan fácil. Empezó con el testimonio de una mujer, de dos mujeres, de dos discípulos…, un testigo que en el primer momento costaba mucho creer; ¡más o menos como ahora! ¡Había que ir y verlo! Y fueron.

Menos mal que el Señor es perseverante y no sólo resucitó, sino que se apareció bastantes veces para acabar convenciendo a una comunidad de discípulos suficiente para asegurar esta fe, que se nos ha transmitido hasta el día de hoy. Una fe que, a pesar de nuestra percepción europea, nunca ha parado de crecer.

Como le decía al principio. La resurrección que celebramos no es la de alguien cualquiera que resucita. Es la del Hijo de Dios que en Navidad celebrábamos como la Palabra de Dios venida al mundo. Que ese Dios venido a la tierra no podía morir parece lógico. Forma parte de un plan que comienza en la Creación y va avanzando abriéndose paso en multitud de circunstancias humanas e históricas. Pero que la resurrección sea parte de la historia y no una idea teológica, es lo que la hace fuerte, real, que da a Jesús la atracción para ser seguido.

La celebración de hoy reúne presente, pasado y futuro.

Pasado porque hemos escuchado algunos momentos de ese plan de Dios que siempre apunta a la vida, en la Creación, en el sacrificio de Isaac, en el paso del Mar Rojo, en las profecías…, el mensaje siempre es que Dios vence y que la libertad, y la vida no pueden deshacerse. No podía ser pues de otra manera por este Hijo amado, Jesucristo, que como Palabra de Dios ya estaba presente en todos estos momentos de vida, lucha y esperanza del Pueblo de Israel.

Presente, por la misma resurrección de Cristo, que hemos significado con el encendido del cirio Pascual, la entrada en la Iglesia en medio de la oscuridad y el canto del Exultet. Sí, esto siempre está presente porque hoy es el día en que ha obrado el Señor. Sólo afirmando que quien resucita no es alguien anónimo, puede entonces la resurrección convertirse en la esperanza para todos los que nos hemos unido a Jesucristo por el bautismo. En Jesucristo resucitado Dios nos está esperando. Desde toda la eternidad, durante toda la historia, Dios nos espera a cada uno de nosotros.

Todos estamos llamados a revivir la fe de aquellas mujeres que vieron al resucitado y tuvieron miedo y quizás alguna duda sobre qué ocurría. Quisiera que nos hiciéramos conscientes de que el núcleo de nuestra fe, en tanto que acto humano, comienza a menudo en esta duda y ese miedo a aquellas mujeres humildes. La gran celebración de esta noche llega para ayudarnos a fortalecer nuestra fe, para centrarla en lo esencial: Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero nunca se puede quedar encerrada en sí misma como un vigilia bonita y suficiente.

Futuro porque Dios os está esperando a vosotros David y Cinto. Vosotros habéis hecho, como corresponde a chicos de vuestra edad, el camino hacia la fe en Jesucristo resucitado. Y estáis en el corazón de esta noche, la proyección más importante que podríamos hacer hacia el futuro, porque representáis con todos los más jóvenes que estáis aquí, el mañana de nuestra Iglesia. Os incorporaréis a la familia de los bautizados, recibiréis el Espíritu Santo y participaréis por primera vez de la Eucaristía. Seréis llamados a vivir como cristianos en la Escolanía, donde todos sus compañeros también participan de la fe. Todos los escolanes añadís a la vocación de quienes se bautizan, la de compartir una vida de escuela, de amistad y de preparación para la vida en medio de un grupo de chicos que como vosotros, sus padres y madres han querido que estuvierais unos años aquí, en Montserrat. Montserrat es un lugar de fe, donde muchos peregrinos vienen a celebrar cada día la Pascua, que recordamos en nuestra misa y otros vienen a rezar o quizás acaban orando gracias a vosotros, aunque venían para otra cosa.

Aunque no os lo parezca todos vosotros, no sólo David y Cinto, sois como aquellas dos mujeres, como aquellos dos discípulos de Emaús que decían: El Señor ha resucitado y sabemos, porque tenemos testimonios de ello, que vuestro canto ha sido a veces el principio de la fe de algunas personas. 

Sé que los más pequeños habéis trabajado hoy una cruz, que al principio no significaba mucho, pero que habéis ido pintando, y pegando flores, la habéis llenado de vida. Muchos caminamos ayer juntos detrás de la Cruz, acompañando a Jesús crucificado. La verdad es que él os acompaña a vosotros y puede hacer si confiáis, que algunas dificultades que os encontraréis en la vida, que son estas cruces vacías y frías, se vuelvan cruces llenas de vida si sois capaces de mirarlas y de transformarlas como habéis hecho en la actividad de hoy que ahora presentaréis. Esta noche celebramos esto: que esa Cruz donde estaba Jesús muerto, ahora representa a Jesús vivo y vencedor de la muerte.

A vosotros, pues los más jóvenes, y a todos, Cristo nos llama hoy a comprometernos en su seguimiento. Por eso renovamos en medio de esta noche nuestras promesas bautismales y hacemos una apuesta por el futuro. Por un futuro más evangélico. Necesitamos creer en Dios y en la Paz. Ayer y hoy el mundo se ha levantado con otras dos amenazas de guerras: Una en la frontera entre Israel y el Líbano, muy cerca de Nazaret, de las fuentes del Jordán, donde Jesús fue reconocido como Mesías por sus discípulos, y otros lugares tan importantes para la fe y aún otra amenaza en los límites entre China y Taiwán. ¡Porque al Reino de Dios le cuesta mucho avanzar en la historia! ¿Y qué podemos hacer nosotros? Intentar ser constructores de paz. Intentar ser solidarios. Hoy volveremos a hacer una colecta a favor de Caritas, conscientes de que los conflictos comienzan tantas veces en las dificultades y en las exclusiones más básicas, y que también es importante que procuremos equilibrar un poco todas las diferencias que el mundo genera automáticamente pero que son tan contrarias a la voluntad de Dios.

Continuemos esta celebración con fe agradecida porque creemos en Jesucristo resucitado, y en todo lo recibido, con esperanza renovada porque esta resurrección del Señor nos abre las puertas de un futuro mejor, tanto personal como colectivamente y roguémosle que en esta eucaristía nos renueve en nuestra capacidad de amarle cada día más a Él y a todos nuestros hermanos y hermanas.

 

 

Abadia de MontserratVigilia Pascual (8 de abril de 2023)

Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (7 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (7 de abril de 2023)

Isaías 52:13-53:12 / Hebreos 4:14-16; 5:7-9 / Juan 18:1-19:42

 

Silencio.

Desde el final de la celebración de ayer, el jueves Santo y el inicio de la adoración al santísimo, nos ha acompañado el silencio. Decíamos ayer que quedaban veinticuatro horas. Ahora no. Ahora ha terminado. Ésta es una de las impresiones emocionales fuertes del viernes Santo.

Hemos comenzado esta conmemoración en silencio.

Hemos acompañado la muerte de Jesucristo en la Cruz callando y arrodillándonos, los que habéis podido, o con otro signo corporal que quería hacer más fuerte y significativo este momento.

Ha dejado de tocar el órgano. Y aunque seguimos cantando porque la música no puede faltar nunca, queremos que el silencio acompañe también nuestra oración quizás más que en ninguna otra celebración del año.

Pienso que en días como hoy, cuando habla la Palabra, quizá deberíamos callar.

La humildad nos hace conscientes de que ninguna palabra puede igualar a las de Jesús en el relato de la Pasión, cuando habla casi sin decir nada, con palabras medidas. Qué silencios más llenos. ¿Cuántos ecos no tienen?

Más que hablar, trato de hacer como la pared de los ecos de nuestra montaña, que devuelve algunos de los sonidos que le llegan, un sonido que para nosotros son las lecturas y la liturgia de hoy. En el centro del silencio del viernes santo está la cruz de Jesucristo. Y si recuperamos la pregunta que os propuse y que nos ha acompañado desde el domingo de Ramos: ¿Quién es éste? Nada nos lo revelará tanto como la cruz, donde fue crucificado y ejecutado Jesús de Nazaret. Sin embargo, hasta en la cruz y en la muerte, la Pasión según San Juan, nos transmite la serenidad, el control que un rey o, mejor, alguien como Dios tiene sobre la realidad y la historia. Por eso, sin embargo, y porque somos hijos de la resurrección incluso el viernes santo, hoy, no callamos, y celebramos y adoramos una cruz que confesamos como portadora de vida.

Seguramente los más jóvenes y pequeños habéis hecho alguna vez una cruz. Es sencillo. Basta con atar dos travesaños, dos ramas, lo que se tenga, y cruzarlas, en ángulos más o menos rectos. El travesaño vertical está destinado a hundirse en el suelo y levantarse hacia arriba, hacia el cielo, hacia donde siempre, infantilmente hemos colocado a Dios, al menos en nuestra lengua, en la que utilizamos la misma palabra para el cielo físico y para el cielo teológico. El otro travesaño es el horizontal, el que se extiende hacia los demás, el que abarca la realidad.

En medio de los dos travesaños de la cruz, en el centro, está siempre Jesucristo crucificado. En su muerte en cruz, podemos ver la verticalidad de su cuerpo que prolonga el travesaño clavado en la tierra, en la tierra de su vida, de los caminos de Galilea, en esta vida que pasó queriendo explicar quién era realmente el Dios de Israel, hacia quien apunta ese mismo travesaño vertical y quien era él mismo, Jesús de Nazaret, su Hijo amado.

Y eso sólo lo explica el otro travesaño de la cruz, el horizontal. Lo que abraza al mundo, el de los encuentros con todos los marginados de la sociedad, desde los leprosos y las prostitutas, con los enfermos, con los excluidos por motivos religiosos, con las viudas pobres e incluso con los ricos como Leví que estaban al margen por ser estafadores y explotadores.

La cruz nos explica de verdad la realidad. Si ayer decíamos que la eucaristía era más que un recuerdo, porque Dios estaba realmente presente, hoy lo volvemos a decir.

La cruz también pone en tensión a Dios y al mundo, en esta relación de amor por parte del Padre y de odio inexplicable por nuestra parte, la humanidad, una tensión que la Cruz misma manifiesta mejor que ningún otro signo.

Odio de una parte del mundo, de una parte, de nosotros mismos, de cada uno de nosotros, que rechaza a Dios y al evangelio, que se mantiene cerrado. El odio que prefiere indultar a un culpable que perdonar a un inocente, odio que nos hace a veces tan manipulables como los que gritaban: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. El odio que no aceptó la bondad y la palabra de Jesús y pensó que haciéndole desaparecer le liquidaba para siempre. Pero la cruz también nos manifiesta amor, amor sobre todo de Jesucristo. Porque no huyó ni se desdijo de sus palabras, porque se mantuvo fiel. Porque no negoció con lo que no era negociable.

Los improperios que cantaremos adorando la Cruz son reflejo de esta bondad de Dios y de esta respuesta inexplicable. En cada estrofa existe esta dinámica: ¿Qué te he hecho? ¿En qué te he entristecido? Yo te amé y tú me has crucificado.

Naturalmente que esta tensión produce sufrimiento, un sufrimiento que puede llegar a triturar a quienes se ponen en medio, como leíamos en la primera lectura. La fidelidad tiene muchas veces esa dureza. Pero un sufrimiento que nos hace fuertes y nos hace mayores. Nos hace como personas y sufrimos porque amamos y de nuestro amor siempre hay alguien que se beneficia directa o indirectamente.

Entendiéndola de este modo, podemos acercarnos a la naturaleza salvadora de la Cruz y del sufrimiento de Jesucristo, que son en el fondo un misterio, por el que necesitamos tanta fe como la que reclamábamos ayer para la eucaristía.

¡Y hoy, si volvemos a pensar en los improperios, nos acercamos incluso al sufrimiento de Dios por nosotros, que parece que no entienda porqué hemos preparado una cruz a nuestro salvador!

El viernes santo es un día de recuerdo, de catolicidad, esto es de universalidad. Un día en el que los brazos de la cruz se extienden a todos y lo recordamos en la oración de los fieles, llamada precisamente universal. Lo que rememoramos nos hace tener presente Tierra Santa, las dificultades de los cristianos que viven en ella y que cada vez se reducen más. Por eso, la Iglesia nos llama hoy a acordarnos de aquellas tierras en una colecta, como ya hizo San Pablo, en los inicios de la evangelización.

Pensemos también en nosotros, en cómo la idea de los dos travesaños de la cruz nos coloca como Jesús delante de Dios y delante del mundo. Nos coloca en la tensión del servicio a los demás y de la fe, con sus dificultades y sufrimientos. Podría ser una buena idea cuando vayamos a adorar la Cruz. Pensar en un Dios que se ha hecho hombre y se ha hundido en la tierra como el travesaño vertical para abrazar a toda la humanidad, con el travesaño horizontal, y llevarla hacia el cielo.

 

Abadia de MontserratViernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (7 de abril de 2023)

Missa de la Cena del Señor (6 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (6 de abril de 2023)

Éxodo 12:1-8.11-14 / 1 Corintios 11:23-26 / Juan 13:1-15

 

¿Qué ha cambiado, queridas hermanas y hermanos, desde el domingo? Observábamos la tensión que se producía entre la entrada de Jesús en Jerusalén como rey y la narración de su muerte, como delincuente. Estos días de Semana Santa han sido un seguimiento, una profundización más tranquila de la historia de los últimos días del Señor y de los discípulos, pero ahora, al iniciar el Tríduum pascual, tenemos la sensación de que el tiempo se acelera, que el tiempo se termina y que todo se resolverá en breve.

Todos hemos hecho la experiencia o alguna vez nos han preguntado lo que haríamos si nos quedara poco tiempo para vivir. Es decir, todos hemos sido a veces puestos ante aquella situación en la que el tiempo se acelera. Nuestra sociedad lo hace casi por defecto y nos hace vivir con el tiempo normalmente siempre acelerado, forzándonos así a tomar rápidamente decisiones que las fuerzas que más o menos lo manejan todo quieren que tomemos.

Pero la aceleración del tiempo en el fin de la vida de Jesús que hoy queremos tener presente, no es una pregunta retórica para estimular nuestra imaginación ni una estrategia comercial, sino algo muy real. Es el fin. Tiene veinticuatro horas. Entonces decide concentrar el sentido de todo en el gesto más significativo que encuentra o imagina.

Este gesto es la eucaristía. En la línea de la tensión hacia el final pone la semilla del futuro.

Si el domingo de Ramos nos encontrábamos ante la pregunta sobre ¿quién es Éste? Hoy me atrevería a decir que este jueves Santo es la participación en la intimidad de Jesús y de sus discípulos. En la víspera de su muerte, reúne al grupo más cercano. No hace una gran performance o un show, en el sentido de que nosotros estamos acostumbrados hoy por los medios. Aprovecha un elemento de la tradición, la cena pascual judía, que hemos escuchado explicar en la primera lectura y nos dice que él es quien se sacrificará en lugar del cordero o el cabrito, que la sangre derramada será su sangre. Todo esto lo hace en comunidad, con un grupo reducido, hace una opción por la comunidad. Prepara a los discípulos. Los hace testigos directos para que puedan desde ese mismo momento imitar y reunir a la comunidad para recordarlo. «Estando con ellos en la mesa» decía el evangelio y «Aquella noche de la cena, el último con los hermanos, sentado con ellos…», dirá el himno que cantaremos al final de la celebración, en la procesión al santísimo.

En esta preparación para el futuro vemos reflejada la llamada a los presbíteros a ser servidores de las comunidades, estimulando dentro de las posibilidades humanas de cada uno, el recuerdo de Jesucristo, por la predicación de la Palabra, por la celebración de los sacramentos, por el ejemplo. Por eso hoy celebramos que el Señor nos haya llamado a servir de esta forma a las comunidades. Nos obliga y nos impresiona tener que promover realmente el recuerdo del Jesucristo en el ahora y aquí de la historia. Él, Jesús de Nazaret y su evangelio, es el criterio de nuestro servicio y normalmente la intuición de los fieles es más que suficiente para ver si vamos por el buen camino. Necesitamos escucharla.

Pero no sólo celebramos un recuerdo de Jesús como personaje histórico o un gesto. Su identificación con el pan y el vino de la eucaristía conecta con la realidad de Dios, de ahí su fuerza. Él está siempre presente. Por la eucaristía nos ha dado el sacramento más fuerte, más central, la fuente y la cima de la vida de la Iglesia. La reserva del cuerpo y de la sangre de Cristo ilumina las Iglesias con esta realidad de Jesucristo resucitado que se nos ofrece a nuestro nivel más básico, el de la comida cotidiana y que desde ese primer jueves Santo se ha quedado para siempre en el centro de cada comunidad cristiana. Creerlo así nos pide fe.

La música de lo que cantamos es muy importante. Yo os animo a vosotros escolanes que estáis tan abocados a la música y que cantáis tanto esta semana a fijaros y tratar de comprender lo que cantáis. Por ejemplo, para entender esta fe podemos decir que hoy la hacemos muy explícita y los cantos nos ayudan. Si retomamos las palabras que Santo Tomás de Aquino escribió en el himno Canta lengua el santo misterio, que ya he citado encontraremos dos frases muy cortas que nos enseñan que la profundidad de los gestos de Jesús, la comprendemos con la fe: “aunque el sentido no alcanza, para afirmarlo al sincero corazón con la sola fe le basta”. ¡En ningún caso estamos diciendo que los sentidos no nos ayuden, sino que necesitamos ir un poco más allá! Lo cantaréis vosotros y lo cantaremos todos, adorando precisamente el pan, convertido en el cuerpo de Cristo que reservamos solemnemente para poder seguir adorándolo hoy, sintiéndonos cerca de esta intimidad tan propia del Jueves Santo.

El evangelio de hoy nos habla también de servicio. Recordamos el lavatorio de los pies.

Este amor y este servicio de Jesús nos salva porque vienen de él, pero también nos obliga. ¿A quién debemos lavar los pies nosotros, para quien repetimos los gestos y la oración de la eucaristía cada vez que la celebramos?

Lo hacemos a quienes sufren más. Aunque es difícil identificar colectivamente quiénes son estos más necesitados, cada jueves santo hacemos el signo de recordarlos y de confiar a Cáritas el fruto de la colecta a la que os invitamos a participar junto con nuestra comunidad. Caritas nos recuerda constantemente aquellos sectores en los que hace falta ayuda. La salud mental de los jóvenes y adolescentes, los problemas de vivienda, los sin techo.

En el ámbito de la exclusión social, todos estamos algo aterrorizados cuando escuchamos noticias de violaciones cometidas por menores de edad, que normalmente proceden de situaciones sociales difíciles. ¿Han pasado siempre y no lo sabíamos? ¿Son una novedad fruto de modelos perversos accesibles cada vez más pronto y más fácilmente? ¿Qué parte existe de responsabilidad personal y qué parte de no ser capaces de crear los entornos saludables? Ver cómo extender a todos los que necesitan el amor y el servicio de la Iglesia es también un reto de cada eucaristía.

Pero todavía podemos ensanchar la mirada y el sentido. Quisiéramos orar y amar a todo el mundo, porque servir y celebrar nos hace Iglesia, y la Iglesia está llamada en este mundo a ser signo de la unidad de toda la familia humana. Por eso cantaremos también durante el lavatorio de los pies “buscando unidad nos reúne el amor de Cristo”.

Yo diría que además la Iglesia está destinada hoy a ser signo de que existe esperanza en una vida diferente para todos. Una vida humana, una vida de plenitud, el modelo para una sociedad que no deje a nadie a un lado, desde el punto de vista material pero también desde el punto de vista espiritual. Nosotros sólo podríamos decir que tenemos la fuerza que tenemos, que ciertamente no sería suficiente para nada, pero tantos siglos de eucaristía nos refuerzan en la convicción de Dios que ayuda.

Jesucristo quiso que la cena fuera el inicio de su Pascua y quiso aparecerse como resucitado en más de una comida de los discípulos, desde entonces no hemos dejado de recordarle ni un solo día en la larga historia de la comunidad cristiana.

Da devoción cuando escuchas todavía hoy en Grecia, por doquier, la palabra gracias, euxaristoso, que se parece tanto a la Palabra eucaristía. Se te hace evidente que debemos dar gracias por el don de Jesucristo que nos reúne como hermanos y hermanas. Ojalá que él, el Señor, nos mantenga fieles al espíritu de servicio y de donación que emanan de este jueves Santo.

Abadia de MontserratMissa de la Cena del Señor (6 de abril de 2023)

Domingo de Ramos y de Pasión (2 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de abril de 2023)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Mateu 26:14-27.66

 

¿Quién es éste? Una vez más, queridas hermanas y hermanos, hemos visto que la forma de hacer de Jesús de Nazaret, provocaba la pregunta “¿Quién es éste?” que cerraba la descripción de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que hemos leído en el evangelio fuera en la plaza, antes de empezar la procesión.

Los evangelios nos han dejado el testimonio de la admiración, del interés, de la curiosidad de los primeros discípulos y de otros contemporáneos, que ante hechos extraordinarios se preguntaban cómo encajaba aquel “profeta, Jesús de Nazaret” en las categorías con las cuales ellos solían calificar a los hombres, los rabinos e incluso los propios profetas. La respuesta es muy fácil: sencillamente, no encajaba: Jesús no encajaba en ningún sitio. Había que buscar y preguntarse más, era necesario ir un poco más allá, forzar la tradición. La pregunta: “¿Quién es éste?” surge sobre todo cuando Jesucristo hace cosas que corresponden a Dios: perdona los pecados, se manifiesta con poder sobre el viento y el mal mar, o como hoy, toma el lugar de aquel salvador esperado y predicho por el profeta Zacarías: “Digan a la ciudad de Sión: Mira, tu rey hace humildemente su entrada, montado, en un pollino, hijo de un animal de carga”, un salvador al que el pueblo recibe con estos “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en lo alto del cielo»

Parecía que finalmente la categoría de ese Mesías salvador era la buena. Lo leíamos durante la Cuaresma en la boca de la mujer Samaritana: “¿No será el Mesías que esperábamos?” No nos hacemos ilusiones: Él mismo nos lo ha dicho en la lectura de la Pasión: “Esta noche todos tendrán de mí un desengaño”. Él es el Rey que entra en Jerusalén y es el delincuente que fallecido crucificado. Si el nombre de Mesías le iba bien, no es en el sentido en que lo esperaba el pueblo de Israel. Ni siquiera este nombre, tal y como era tradicionalmente entendido le corresponde, por eso San Pablo podrá decir después con acierto: «Nosotros predicamos un Mesías crucificado, que es un escándalo para los judíos».

No creo que encontráramos una mejor entrada en esta Semana Santa que hacernos la pregunta “¿Quién es éste?” como una invitación a profundizar en nuestro conocimiento de Jesucristo. A todos, los que estáis aquí, y seguramente participarán en todas las celebraciones, a todos los que nos sigan desde casa, a los que quizás sólo asistan o se conecten por la misa de hoy, domingo de Ramos, les invito a preguntaros desde vuestra vida, desde vuestra experiencia cristiana, en el estado en el que esté, incluso si está en los márgenes de la fe, a preguntaros: «¿Quién es éste?», y a intentar escuchar la palabra y la liturgia de esta Semana Santa y Pascua. El testimonio cristiano tiene su origen en la narración de lo que empezamos a conmemorar hoy, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Si éste es el núcleo de nuestra fe, deberá ser también aquel que mejor nos responda sobre la identidad de quien está en el centro.

Intentaré acercarme a Jesús y a los distintos escenarios de estos días, viendo lo que nos dice la tensión que se palpa en todo lo que va pasando. En catalán, uno de los significados de la palabra tensión es el de expectación.

Un primer testimonio muy básico de esta tensión lo encontramos en el uso de la palabra deprisa, a continuación, al instante. Algunas cosas ocurren enseguida, deprisa. Los discípulos van enseguida a buscar la burra y el pollino y también prometen que lo devolverán enseguida. El gallo también canta enseguida, al instante. A Jesús en la cruz le traen también enseguida el vinagre para beber. Todo esto que ocurre nos afecta ya, hoy, no podemos dejarlo para mañana, no podemos relativizarlo.

En el relato de la Pasión y en todo el Evangelio, una de las formas en las que Jesucristo se revela es precisamente mediante la tensión y la expectación que se crea en torno a él. Es una tensión que se produce entre los dos extremos que hoy nos han relatado: ser Rey, ser Mesías, tener un dominio de la situación similar al de Dios y al mismo tiempo manifestársenos como totalmente sometido a la realidad, a una realidad que puede ser tan adversa que le lleve a ser ejecutado.

Esta tensión se va manifestando: entre Él y el Padre de forma extrema en el huerto de Getsemaní, en el interrogatorio de Pilato, en lo alto de la Cruz. La humanidad es llevada al extremo. ¿Cómo podría ser de otra forma, si esta humanidad de Jesús de Nazaret contiene sin embargo la divinidad de Dios con toda su exigencia?

Pensando en los más jóvenes, me gustó un detalle que vi hace unos días en un icono que representaba la entrada de Jesús en Jerusalén: había un niño pequeño que le daba una hoja al burro que montaba Jesús. Pensé, es una forma de hacer participar a todo el mundo.

Todo esto que estoy diciendo lo podéis entender bien también vosotros escolanes si comparamos los dos cantos de hoy. El de la procesión, en el que todo era alegría “Hosanna, bendito el que viene” y lo que cantaremos en el canto de comunión: Mis manos y mis pies han agujereado, puedo contar todos mis huesos”. ¿No veis clara la diferencia? ¿Incluso musicalmente? ¡y no ha pasado ni una hora de celebración! La diferencia entre estos dos momentos y todo lo que significan es lo que mantiene viva toda la historia de los últimos días de Jesús de Nazaret. La historia de la Pasión es para todos.

La tensión se nos manifiesta más real cuando no sólo la vemos como algo propio y que define a Jesús, sino que también afecta a sus relaciones con los discípulos. Pensamos en la tensión entre la buena voluntad de permanecer fieles y orando junto al maestro y el sueño de los discípulos en el huerto de Getsemaní y cómo finalmente se impone el sueño. Pensamos en la tensión de las contradicciones de San Pedro durante las negaciones que también se imponen y pensamos en la tensión terrible en el corazón de Judas que le lleva al suicidio. Si algo tiene todo esto de consolador es que tanto los discípulos como Judas, que también fue un discípulo, no aparecen como héroes sino como humanos muy frágiles. Uno de ellos tan frágil que no pudo superar el peso de su propia realidad, porque es incapaz de perdonarse y de dejarse perdonar.

También nosotros como los discípulos vivimos la tensión de seguir a Jesucristo en nuestro día a día. Por un lado, nos llama Dios como si nos estirara, por el otro debemos aceptar nuestros límites, las dificultades. Tantas veces nos llegan testimonios y noticias de personas que como Judas caen en los pozos de la depresión, del malestar personal respecto a la propia identidad cada vez más influida por modelos totalmente ficticios impuestos por estereotipos que persiguen hacer a todos dependientes de las modas y del consumo que siempre tiene asociado. Las enfermedades mentales, los intentos de suicidios de menores, hasta cuatro diarios en Catalunya según algún estudio, no pueden dejarnos indiferentes. Colocados en la tensión de este mundo que produce tantas barbaridades, deberíamos situarnos en el lado de Dios y estirar con Él hacia esta cultura de la atracción de Dios por la vida, por la felicidad y por el amor a cada uno tal y como es. No es fácil, pero lo tenemos al lado y de ejemplo.

Porque: ¿Cómo persistió Jesucristo? Confiando en Dios. Con la fe de que, detrás de todo, Dios siempre tiene la última palabra. La actitud del profeta Isaías que hemos leído en la primera lectura avanzaba la actitud de Jesús, pero también nos ayuda a nosotros y en cuatro frases, nos hace evidente que, en la tensión de la vida, escuchar al Señor es siempre la mejor garantía:

«Dios Me abre el oído para que escuche como un discípulo»

«Dios me ha dado una lengua de maestro para sostener a los cansados»

«No he escondido la cara ante las ofensas»

«El Señor Dios me ayuda por eso no me doy por vencido.»

Ojalá pudiéramos reproducirlas en cada una de nuestras vidas.

En la celebración de este domingo de Ramos, domingo de Pasión, pese al contraste entre apoteosis y tragedia, celebramos la eucaristía, el recuerdo de la resurrección, el fin de la historia, la resolución de la tensión. Teniéndolo bien presente, no desperdiciemos la pedagogía con la que la liturgia en esta Semana Santa nos va acercando hacia el momento del que brota todo el sentido de nuestra fe y que nos revelará del todo Quién es ese que celebramos.

Abadia de MontserratDomingo de Ramos y de Pasión (2 de abril de 2023)

Miércoles de ceniza (22 de febrero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (22 de febrero de 2023)

Joel 2:12-18 / 2 Corintios 5:20-6:2 / Mateo 6:1-6.16-18

 

Queridos hermanos y hermanas, queridos escolanes, me gustaría explicaros la Cuaresma como si fuera una excursión, como una caminata que empezamos hoy. Será larga, cuarenta días hasta el domingo de Ramos. Es un camino en el que necesitamos las piernas y el cuerpo, pero sobre todo necesitamos la voluntad, la motivación y el sentido que debe hacernos avanzar.

Nuestro itinerario es algo especial. No se trata de recorrer kilómetros, sino de vivir y avanzar hacia una fecha determinada, de llegar a la Pascua, la fiesta de la Resurrección de Jesucristo. Para no perdernos, casi todos los días, empezando por hoy, la liturgia nos lo recordará en un momento u otro que precisamente avanzamos hacia la Pascua. La invitación del camino cuaresmal no es la de movernos mucho, a pesar de los más de 32.000 kms. que haréis los escolanes la próxima semana en el viaje a Adelaide en Australia, sino la de vivir más intensamente nuestro día a día, con un objetivo de mejora personal y colectiva. La Cuaresma es como un tráiler de la vida. Intentamos (en poco tiempo) que nuestra vida sea clara y tenga sentido, verla entera y darnos cuenta de dónde estamos. Darnos cuenta, sobre todo, que en lo que es más fundamental que nada, amar, estamos lejos de la propuesta que Dios nos ha hecho. Nosotros, todos los bautizados, y ya también los que se preparan, hemos aceptado este amor como la propuesta fundamental de nuestra vida. Una propuesta muy antigua que dice: Amar a Dios con todo el corazón, con todo el cuerpo, con todo el espíritu.

Hoy es el día en que empezamos esta excursión. Nadie está preparado al cien por cien para andarla. ¿Por qué? Porque si el objetivo de todos estos días es llegar a amar sin límites, sólo Jesucristo y Nuestra Señora son totalmente buenos, sin ninguna falta, sin ningún pecado. Una de las cosas más importantes que debemos hacer hoy es darnos cuenta de todo aquello que no nos deja andar, que no nos permite ser más cristianos y por tanto amar mejor.

Empezamos un camino porque se nos pide que nos convirtamos: esto es, que nos volvamos, que nos orientemos hacia un destino, que no puede ser otro que Jesucristo. En el gesto de girarse hacia él, existe también el gesto de apartarse, el de dejar de mirar hacia un lado y empezar a mirar hacia otro. Hoy que es el día en que empezamos, tenemos la ilusión y la fuerza. Hacemos unos estiramientos para tener la musculatura preparada, especialmente los que tenemos cierta edad. Estos estiramientos son el ayuno, los ejercicios espirituales de estos días para los monjes, hacer más oración, ayudar más a la gente…etc. También vosotros podéis pensar en algún estiramiento espiritual que os ayude en esta cuaresma. Pero hoy estamos motivados y creemos que podemos hacerlo bien. La sabiduría de la liturgia nos hace celebrar días fuertes, días en los que se concentra el sentido de la vida y en los que parece más eficaz la bendición de Dios.

La primera lectura a pesar de los siglos que tiene, nos ha hablado también de un momento en el que el Pueblo de Israel hacía lo mismo que hacemos hoy: escuchar cómo le convocaban a convertirse y a girarse hacia Dios. El profeta Joel, en nombre de Dios mismo, llamaba a todos: Viejos, niños de leche y esposos. También nosotros estamos llamados a realizar este camino cuaresmal de recuperar el amor. Las oraciones de hoy son todas colectivas. Cada uno debe examinarse a sí mismo, pero quizás todos juntos podemos también descubrir algunas cosas que podríamos cambiar y, sobre todo, juntos, nos hacemos más conscientes de que Dios es ese Dios bueno, benigno y entrañable, lento para el castigo y rico en el amor, que se desdice de hacer el mal. Alguna vez necesitamos una mirada ancha y larga para ver que Dios es así, y no fijarnos en una desgracia concreta, como por ejemplo este último terremoto terrible en Turquía y en Siria, que nos hace preguntar ¿por qué Dios parece a veces que no está? ¡Una mirada ancha y larga, que tome la historia y muchas más situaciones, nos ayuda a ver tantos signos de ese Dios bueno!

Recuperar el amor es una buena expresión, un buen propósito para el miércoles de Ceniza. Se nos pide un equilibrio entre una actitud espiritual: debemos rasgarnos el corazón y no los vestidos, debemos orar, y también una actitud concreta y real: un ayuno y una ayuda a quienes más lo necesitan. El mundo está lleno de situaciones de grandes necesidades. Los periódicos hablan de las más mediáticas, las guerras como la de Ucrania, que dura ya un año, y sobre la que sólo vemos la escalada militar, y muy pocos esfuerzos de diálogo y de paz, pero quizás las que me impresionan más son aquellas que me cuentan testigos directos y de las que nunca había oído hablar. Me ha pasado recientemente con una explicación sobre los slums de Kampala en Uganda, de una capital africana.

Como cristianos sería hoy el día de los buenos propósitos. Y lo representamos con este signo de la ceniza, que nos ponemos en la cabeza como signo de que somos conscientes de nuestra debilidad pero que confiamos en que Dios nos da la fuerza y la vida para convertirnos.

Pero el reto es que no sólo tendremos que hacerlo hoy. Debemos ser conscientes de que, durante todos estos días de camino, las mismas cosas que hoy nos parecemos más prescindibles y nos sentimos con ánimos de prescindir de ellas se volverán a presentar invitándonos a pararnos, a perder tiempo mientras caminamos. Dicen que hay mucha gente que hace buenos propósitos en fin de año y que normalmente el tercer lunes de enero, ya han desistido. Nosotros, confiando en Dios, esperamos no desistir de nuestros buenos propósitos de Cuaresma.

Algunos dirán que es ridículo y que no sirve para nada hacer ese camino de Cuaresma. Nosotros decimos que es importante. Los monjes decimos que es esencial, que es el ejemplo de cómo deberíamos vivir siempre. En el fondo, haciendo ese camino estamos dando un testimonio de fe y de esperanza. Lo estamos dando incluso cuando parece que fuera las cosas van mal y alguien podría dudar de que Dios nos esté acompañando. Quizás algunos serán como aquellos pueblos de la primera lectura que se burlaban del pueblo de Israel.

La fidelidad a Dios, que queremos ir reencontrando todos estos días y viviéndola intensamente, nos llevará a comprobar que esa promesa de la primera lectura: que él se enciende de celos por el buen nombre de su país, esto con lenguaje popular significa que Él no nos deja tirados, Dios no nos deja tirados…, Dios no permite que los demás digan: Dónde está su Dios, Dios se compadece de todos nosotros.

Iniciamos pues este camino hacia la Pascua, cada uno desde su lugar, consciente de que necesitamos cambiar algo si queremos acoger mejor el amor de Dios y también ser capaces de amar mejor, girándonos siempre hacia Jesucristo, que nos acompaña, antes, durante y al final de la ruta y teniendo el evangelio y la liturgia por mapa. Avancemos juntos, nosotros y quienes fielmente también harán esta cuaresma conectándose a menudo desde casa. Todos nos acompañamos mutuamente con la oración y la caridad fraterna. Y sabemos que el testimonio de fe de todos apoya la fe de cada uno y que nos hace creer que aun siendo polvo y tener que volver un día al polvo, en esta vida es posible convertirse y creer en el evangelio.

 

 

Abadia de MontserratMiércoles de ceniza (22 de febrero de 2023)

La Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Isaías 56:1.6-7 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Lucas 19:1-10

 

Todos los monjes y monjas benedictinos amamos las iglesias de nuestros monasterios. Nosotros amamos nuestra basílica, aquí en Montserrat. Estimamos estas paredes, las piedras materiales, que durante tantos siglos han protegido nuestra oración del frío (aunque sólo un poco), del calor, del ruido y nos han permitido rezar y avanzar en la dimensión más profunda y espiritual de la nuestra vida, la búsqueda de Dios, que en buena parte pasa por las horas en las que todos juntos alabamos a Dios, y celebramos la eucaristía que nos asegura la comunión real con Jesucristo todos los días.

Me parece que también los escolanes aman esta Iglesia. Quizás ahora no lo percibáis tanto, pero sé que después de dejar la Escolanía, si alguna vez los antiguos escolanes vuelven, tienen una sensación fuerte cuando salen a cantar aquí, porque también esta nave, este lugar, es una parte importante de la vuestra vida. Ante este altar os vestís de escolanes y os despedís de la Escolanía.

También los peregrinos, los oblatos, los cofrades aman este templo y lo recuerdan desde casa. Hoy en día, con un recuerdo que es muy fuerte porque la tecnología permite estar aquí dentro de una manera virtual, durante casi todo el día y unirse a todo lo que ocurre dentro de este edificio. Incluso diría que quienes no la conocen, están llamados a amar algún día a esta Iglesia. Como si los estuviéramos esperando.

No es la belleza del edificio lo que hace que le amemos sino nuestra historia personal, porque aquí todos hemos vivido algo que tiene que ver con Jesucristo. Celebrar la Dedicación de una Iglesia es celebrar que nuestros antepasados construyeron con fe y devoción a Santa María este lugar y lo reservaron para que, en él, durante todo el tiempo futuro, a partir de aquel 1592, todo el mundo pudiera vivir su historia personal de comunión con Jesucristo. Por eso cantaremos en el canto de comunión con palabras de San Pablo que “Somos un templo de Dios, que el Espíritu de Dios reposa en nosotros y que ese templo de Dios que es sagrado somos nosotros”. (1 Co 3, 16-17)

Pero la basílica nos permite también vivir juntos esta historia, como comunidad de monjes, como parroquia o movimiento que peregrina hacia el Señor. La liturgia de hoy toma esta idea que nos pone a nosotros, los fieles, en el centro de la solemnidad de la dedicación y quiere transmitir la idea de que lo que el templo significa es la comunidad que se reúne. Pero no como quien celebra una asamblea para decidir algo, sino como una comunidad que camina hacia Dios, esto es una comunidad que sigue a Jesucristo, el Señor, del que decimos que es la cabeza del cuerpo que todos formamos y la piedra fundamental de esta edificación. La Iglesia nace del mismo Jesús de Nazaret y de sus discípulos, de su predicación, de las primeras comunidades que celebraban la fe a escondidas y clandestinamente, y desde entonces se ha reunido siempre mientras espera que Él mismo, Jesucristo, vuelva glorioso. Esto es también lo que nos hace comparar esta y cualquier otra iglesia con Jerusalén, con Sión, con una idea que sólo quiere significar aquella realidad en la que, sin ambigüedad, sin pecado, estaremos todos felices en la paz de Dios.

Si levantáramos el mantel del altar, veríamos una inscripción -espero que algún día también os las enseñen a los escolanes- grabadas en esta gran piedra de Montserrat, que dice “Petra autem erat Christus”, “La piedra era Cristo”. Quiere recordar que este altar, en el que celebramos la eucaristía y ante el que se celebran también otros sacramentos, como ordenaciones, matrimonios y bautizos y confirmaciones, nos recuerda a Jesús que se hace presente cada día por su generosidad entre nosotros.

La solemnidad de la Dedicación de nuestra basílica de Montserrat también nos permite vivir otra dimensión muy presente en los textos que hemos ido rezando desde ayer, que es la llamada a ser un lugar de acogida universal. La comunidad cristiana recibe ya del Antiguo Testamento cómo leíamos en la primera lectura la vocación a acoger a todos los pueblos: “Los extranjeros que se han adherido al Señor les dejaré entrar en la montaña sagrada” y “todos los pueblos llamarán a mi templo casa de oración”. Cómo esto se hace realidad aquí, donde la montaña, el santuario y el monasterio, todos bajo la protección de la Virgen María, atraen a tantos peregrinos que son bienvenidos a entrar en esta alianza con el Señor. Los monjes y monjas, los benedictinos especialmente, nos reconocemos en esta acogedora dimensión de nuestras iglesias monásticas, que tan bien enlazan con el carisma de recibir a todo el mundo como a Cristo que nos propone nuestra Regla.

En el himno de maitines, la primera oración del día de hoy rezábamos,

“Este sitio se llama el aula del rey,
La puerta de un cielo brillante e inmenso 
que acoge a todos los que piden la patria de la vida”

“Hic locus nempe vocitatur aula
Regios inmensi nitidique caeli
Puerta, quae vitae patriam petentes
Accipido omnes”

La estrofa resume las ideas que he intentado decir en estas palabras. Me gusta que quienes deben ser acogidos no sean definidos en este versículo por su ciencia, ni siquiera por su fe o su caridad, sino tan sólo por su deseo “vitae patriam petentes”, quienes piden la patria de la vida. El deseo es lo que nos lleva hacia Dios y que nos hace entrar en comunión con tantos hermanos y hermanas. Podemos sacar una buena lección para seguir acogiendo, como hacemos normalmente ya que la Iglesia es en general, a pesar de todo lo que dicen, muy acogedora y muy poco sectaria.

Por su belleza, las iglesias cristianas quisieran ser esta aula del Rey, Jesucristo, y la puerta de ese cielo inmenso y brillante, como el de hoy. Sería bonito que nuestra oración fuera también la puerta hacia Dios, hacia Jesucristo y su Evangelio, proclamado de Oriente a Occidente, como dice otra de las inscripciones del lateral del altar. Decía San Juan Pablo II en su visita a Montserrat, de la que celebramos el cuarenta aniversario el pasado 7 de noviembre, que esta basílica es uno de esos lugares que son signos del misterio de la Encarnación y de la Redención. La presencia constante de Santa María de Montserrat nos ayuda aquí a intensificar en todos nuestra vida cristiana, nuestra conciencia de haber sido salvados por Jesucristo y la esperanza de la plena redención nuestra y de toda la humanidad.

Mantengámonos fieles a la propia historia de salvación que el Señor quiere para nosotros y que nos propone cada día, en la novedad perenne de la eucaristía, porque es desde este testimonio personal que vamos edificando, como piedras vivas aquí en la tierra, aquella iglesia que está llamada a ser la Jerusalén del Cielo.

 

 

Abadia de MontserratLa Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de noviembre de 2022)

Lamentaciones 3:17-26 / 2 Corintios 4:14-5:1 / Juan 12:23-28

 

Vivimos queridos hermanos y hermanas en un mundo muy entretenido. Hay quien se preocupa mucho de que no nos aburramos y propone constantemente todo tipo de diversiones. Incluso se utiliza esta idea de la diversión continua para realizar propaganda. Recuerdo haber escuchado una vez el anuncio de un crucero que ofrecía veinticuatro horas seguidas de entretenimiento. Sinceramente pensé que sería el último lugar del mundo en el que iría a pasar unas vacaciones. Estos rasgos de nuestra cultura contemporánea van normalmente de la mano de una visión de la vida a muy corto plazo, en la que cuestan los proyectos vitales, las propuestas que podrían llegar a dar sentido a toda la existencia. Los cristianos, respetando la libertad de cada uno, debemos decir que nuestro punto de vista sobre la vida incluye algo más que la diversión.

En el Antiguo y en el Nuevo Testamentos, siempre encontramos la descripción de una realidad que quizás no es tan divertida, pero que es real, que es auténtica, que explica mucho mejor lo que vivimos. En las lecturas de hoy, este punto de realismo lo hemos tenido muy claro:

Así el libro de las Lamentaciones nos decía:

Mi alma vive lejos del bienestar

El recuerdo de mis penas y de mi abandono me amarga y envenena.

Cuanto más pienso y lo medito, más me repliego sobre mí.

Pienso que en la vida de las personas hay momentos en que estas frases o algunas similares, o aquellas que cada uno quiera formular para expresarse, son más adecuadas para describir lo que vivimos, que todo el resto de palabras vacías que se nos ofrecen para olvidarnos de quiénes somos, de dónde estamos y de adónde vamos. La espiritualidad bíblica permite identificar todas las dificultades de nuestra existencia y de las del mundo. La Palabra de Dios no ha pasado de moda por más antigua que sea.

Pero nunca nos quedamos aquí. Es bonito que la sabiduría del Antiguo Testamento, en este libro de las Lamentaciones, en los Salmos y en tantos otros testigos, no se quede aquí. Pasamos por la pena, pero no nos quedamos allí. En medio de todo esto, siempre está Dios que es una ventana al futuro.

Pero ahora quiero revivir otros pensamientos que me van a mantener la esperanza.

Dios nos propone un horizonte distinto: La salvación. A veces me parece intuir que detrás de toda esta saturación de entretenimiento contemporáneo hay una actitud muy básica: nos hacernos conscientes de que aparte de divertirnos también necesitamos a Dios y su salvación y que seguramente hemos puesto en su sitio muchas cosas, muchas plataformas, mucha música, muchos videojuegos, mucho móvil y todo lo que queráis y lo que vendrá, que no podemos ni imaginar; y así nos vamos entreteniendo. El fragmento que hemos leído del libro de las Lamentaciones acababa diciéndonos, en cambio:

Es bueno esperar silenciosamente la salvación del Señor.

Esperar silenciosamente. Me parece una frase casi revolucionaria en el mundo que vivimos. Esperar porque no todo se logra ya. Y hacerlo silenciosamente. Hay en esta frase un matiz muy bonito de profundidad, de hacernos conscientes de la salvación de una manera contemplativa, sabiendo que necesitamos un camino paciente y una actitud recogida para ir sabiendo qué es para cada uno de nosotros esta salvación.

Pienso en vosotros escolanes, que tenéis cada día un ejemplo breve de esta actitud cuando esperáis silenciosamente para salir a cantar. Podríais tomarlo como una actitud de por vida. Especialmente para los momentos que tengáis alguna dificultad y pensar en estos momentos de silencio y de preparación antes de la Salve. No son siempre momentos fáciles como sabemos quienes hemos estado allí, pero van bien. Lo sabéis. Vosotros tendréis al menos un referente de lo que significa el silencio. En esta homilía no estoy criticando que en la vida haya diversión ni todas las formas modernas de divertirse. Estoy criticando que en ocasiones no haya tiempo o ideales para casi nada más. Guardaos vuestra experiencia en la escolanía como una experiencia de una vida aprovechada al máximo.

Hoy conmemoramos a los Fieles Difuntos. La muerte fortalece una visión total sobre la vida.

Nuestra muerte nos hace pensar en el final y por tanto en toda la vida, tanto la pasada como la futura.

La muerte de los otros nos permite ver qué les ha pasado, en sus vidas.

No diré que la muerte no haga respeto, pero estoy convencido de que tenerla presente, cada uno según corresponda a su edad, puede llevarnos a una conciencia más plena de todo lo que hacemos. Es una idea que encontramos también con frecuencia en nuestra Regla Benedictina, donde se nos pide que la tengamos presente cada día.

Hoy conmemoramos a los Fieles Difuntos, pero no estamos celebrando la muerte, sino la vida. Y si hasta aquí, lo que he intentado decir tiene una sabiduría, nos falta el sello que confirma todo. La historia de Jesús de Nazaret, en especial su Pasión, muerte y resurrección, que son el ejemplo más claro de espera silenciosa a través de la muerte en la salvación de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio a Jesús diciendo:

¿Qué debo decir: ¿Padre Sálvame de esa hora? No. Es para llegar a esta hora que he venido. Tampoco Él se ahorró ninguna oscuridad, pero no se quedó en ella.

Con su resurrección, la vida fue más poderosa que la muerte y así nos dejó a todos la esperanza de nuestra propia resurrección. Por eso celebramos la vida, la de Jesucristo resucitado como algo fundamental de la fe, la de nuestros hermanos y hermanas difuntos, como una esperanza sólida, que se apoya en la bondad de sus vidas, en la capacidad de haber seguido estos preceptos tan sencillos del evangelio de hoy: que el grano de trigo muera, que podamos dar la vida para seguir al Señor, para llegar a una eternidad, a un cielo que sólo la misericordia de Dios garantiza. Celebramos finalmente nuestra vida como un camino que debe dirigirse e inspirarse por este evangelio, del que dan testimonio Todos los santos de Dios que celebrábamos ayer.

En Jesucristo Dios se ha hecho solidario de toda la humanidad. Se ha hecho solidario de las tragedias personales y colectivas, de las naturales y de las provocadas, y las ha vencido. Todo lo que es destrucción y muerte no ha podido con la capacidad de ser y vivir de la Creación que tiene detrás la fuerza de Dios.

Esta esperanza de resucitar con Jesucristo y de seguirle fielmente durante los días de sus vidas, guió a los dos hermanos de nuestra comunidad, el hermano Martí Sas y Massip y el Padre Josep Massot i Muntaner que murieron este año con pocos días de diferencia la última semana de abril. Les recordamos con cariño y esperanza, agradeciendo también todas sus cualidades y el legado material y espiritual que nos han dejado. Nos hacemos así solidarios de sus vidas y de sus muertes, que también nosotros vivimos y viviremos.

Hoy también, recordando a nuestros hermanos difuntos, podemos pensar que el Señor está cerca de todos los que sufrís o estáis tristes porque habéis perdido a alguien querido y lo recordáis. Quisiéramos aseguraros nuestra oración y nuestro recuerdo desde Montserrat. Sabemos que estáis a menudo con los monjes, en nuestras celebraciones. Percibo que esta experiencia compartida de la muerte cercana y la esperanza también común de la resurrección nos hermanan más que nunca.

Celebremos hoy al Señor de la vida, el Señor que nos espera al final de la historia, la nuestra y la de todo el mundo, Jesucristo Resucitado, que se volverá a hacer presente en la mesa de la eucaristía, donde su solidaridad con la humanidad nos permite la comunión con Él, entre nosotros y con toda la Iglesia del Cielo.

Abadia de MontserratConmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2022)

Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de noviembre de 2022)

Apocalipsis 7:2-4.9-14 / 1 Juan 3:1-3 / Mateo 5:1-12a

 

Hemos cantado amados hermanos y hermanas, dos versículos del salmo 23 que dicen:

él la fundó sobre los mares,

él la afianzó sobre los ríos. (salmo 23, 2)

Ambos nos trasladan una idea de orden. Dios empezó por el principio, poniendo los cimientos de la Creación de una manera ordenada, para que el resto que vendría después se apoyara de forma segura en algo sólido. Es una idea que encontraremos en muchos pasajes de la Biblia y que también fue muy querida por las tradiciones de sabiduría y pensamiento antiguas, reflejando una especie de necesidad natural de ordenar nuestro entorno. La palabra cosmos se opone a la palabra caos, porque incluye el orden querido por Dios. Es curioso. Cuántas veces hablamos de caos y decimos “esto es un caos” o “esto es caótico” y que rara vez hablamos de cosmos o decimos “esto es cósmico”. En cambio, la Creación de Dios explicada en el Génesis y en algunos salmos es una especie de descripción de este orden cósmico: una explicación por etapas. En cada una de ellas, se crea ordenando: dando una función: el sol y la luna para separar el día de la noche; las aguas para separar el cielo y los océanos, y así hasta llegar al final.

Y la última etapa de la creación, como todos sabemos, es la de crear al hombre y a la mujer también con un orden que incluye ser conscientes de sus posibilidades, de su lugar ante Dios, del lugar personal de cada uno y de aquél que le corresponde ante los demás. En una palabra: de nuestra responsabilidad, del correcto ejercicio de la propia libertad. Alguien podría preguntarse: ¿Y esto, que tiene que ver con la solemnidad de hoy, de Todos los Santos? La santidad es uno de los nombres que podemos dar a ese orden querido por Dios, en su dimensión más humana. La propia liturgia de hoy nos dará la definición más simple y mejor de santidad. La rezaremos en la oración de después de la comunión que pide a Dios la gracia para que: «quienes caminamos hacia la santidad que es la plenitud de tu amor, podamos pasar de esta mesa de peregrinos al convite de la patria celestial”.

Desde esa idea es fácil y bonito contemplar en primer lugar el salmo responsorial que también nos decía:

¿Quién puede subir al monte del Señor?

¿Quién puede estar en el recinto sacro?

Estamos en el deseo. Nos dice adónde debemos ir, antes de decirnos cómo.

Y ese mismo lugar al que vamos, también nos lo describe la primera lectura de hoy del libro del Apocalipsis, en la perspectiva final que le es propia, nos da un cuadro de la humanidad cósmica, ordenada, santa en el amor. Nos intenta transmitir cómo será esta comunión de los hombres y mujeres en la santidad: una multitud que permanece en presencia de Dios. En la plenitud de su amor.

El amor es el destino y es también el camino. Y para hacer un camino, hace falta tiempo. Dios se toma un tiempo para marcar. Dios manda que el bien prime de entrada sobre todo mal, para darnos tiempo. Y muchos responden. ¿No es bonito pensar que en este mundo nuestro, tan acelerado, Dios prevea un tiempo para hacernos santos? A los monjes y otras personas que tienen una familiaridad con la Regla de san Benito, esta idea no podrá dejar de resonarnos a la cita que el Prólogo hace sobre la paciencia de Dios, que nos ayuda a la conversión, que no es nada más que uno de los nombres de ese camino de amor y santidad.

Tener tiempo para vivir la plenitud del amor de Dios.

Sabemos a dónde vamos, sabemos que Dios nos da tiempo para ir allí, nos falta saber cómo. ¿Cuántas formas no tenemos de avanzar en este camino de santidad? Todavía el salmo responsorial nos proponía algunas de estas formas básicas:

El hombre de manos inocentes y puro corazón,

que no confía en los ídolos.

Sólo esta última frase podría darnos todas las pistas necesarias. ¡Qué actual! ¡No confiar en los dioses falsos! Decía un escritor católico inglés: Charles Keith Chesterton, que quien no creía en Dios podía creer en cualquier otra cosa. Aunque la frase fue dicha hace cien años, está plenamente vigente. ¿Con cuántas infinitas cosas no nos apartamos hoy de vivir intensamente el amor a los hermanos, el amor a Dios, hasta me atrevería a decir el amor a un mismo bien entendido, no aquella alimentación continua del ego infantil y adolescente a base de dioses falsos, con que la sociedad procura tenernos siempre ocupados y despistados? Nosotros, con el salmo, queremos andar y creer en el Dios que salva, al que nos acercamos con las manos limpias y sin culpa, en aquél de quien recibiremos las bendiciones.

Ésta es la propuesta de Dios. Siempre en beneficio del crecimiento de la persona humana.

¿Y quién responde? En primer lugar, responden las tribus de Israel, estos 144.000. La lectura tiene un fragmento que no hemos leído, donde después de hablar de estos 144.000 da los detalles: Esto es doce mil por cada tribu. Podría pensarse: Todo muy ordenado. Muy perfecto. Pero Dios se supera y en la siguiente escena, los santos son ya una multitud incontable, universal, plurilingüe, multirracial: Luego vi a una multitud tan grande que nadie habría podido contarla. Eran gente de toda nacionalidad, de todas las razas, y de todos los pueblos y lenguas.

En unos momentos, los escolanes cantarán un ofertorio con música de Tomás de Luis de Vitoria que explica de una manera más sencilla este texto del apocalipsis. Dice precisamente que toda esa multitud forma el

Glorioso Reino de Dios, en el que Todos los Santos se alegran con Cristo.

Oh quam gloriosum est Regnum, in quo cum Christo gaudent omnes sancti.

Y Vestidos de blanco, siguen al cordero, donde va

Amicti stolis albis, sequuntur agnum, quocumque ierit.

En catalán lo cantaremos otra vez en las vísperas de hoy, como la antífona en el Magnificat.

La santidad de Dios es inclusiva. No cabe duda. Quiere a todo el mundo. Y eso hace una santidad anónima. Hoy celebramos, queridos hermanos y hermanas, esa santidad anónima. La de todos los santos. La de todos aquellos que no han sido declarados oficialmente santos por la Iglesia. Pero ¡cuidado!: Anónima, quizá porque no está incluida en los santorales oficiales, pero nunca desconocida ni por Dios, ni a menudo por el entorno de cada uno, ¿Cuántas veces hemos dicho u oído: “¡Es un santo!”, cuando una persona es ejemplar. La mayor recompensa que podemos tener cuando seguimos este camino de la plenitud del amor será nuestra conciencia reconciliada con Dios. En el anonimato de esta santidad también existe un aspecto muy interesante: sólo es finalmente Dios quien conoce nuestra santidad y nuestros intentos exitosos o no. Él tiene la última palabra para hacer que cualquiera de nosotros, con nuestra fe y con nuestro amor siempre imperfectos, nos unamos a la multitud de quienes lo alaban en el cielo. Y naturalmente esto sólo lo hacemos imitando a Jesucristo y su Evangelio.

A todos los que nos han pasado delante en ese camino. A Todos los Santos, los tenemos presentes hoy, cuando celebramos esta eucaristía que une como siempre el cielo y la tierra.

Abadia de MontserratSolemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2022)

Vigilia Pascual (16 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (16 de abril de 2022)

(…) / Romanos 6: 3-11 / Lucas 24:1-12

 

Algunas veces, queridas hermanas y hermanos, cuando tienes que hacer una homilía, cuesta encontrar temas o que la liturgia que corresponde comentar, te inspire alguna palabra. Esta noche es todo lo contrario: la riqueza de signos y de textos con la que celebramos esta vigilia Pascual, hacen más bien que personalmente oscile entre la duda de explicar tanto como sea posible o de decirme: ¿puedo realmente añadir alguna cosa a lo que la misma celebración ya explica extensamente tan admirablemente, tan insuperablemente?

Una cosa sorprendente de esta noche es que la llenamos de significado para explicar la resurrección de Jesucristo, que aconteció de hecho en el silencio, en la soledad, casi diría yo en aquel anonimato que el Pregón Pascual expresa tan bien cuando canta: Oh noche bienaventurada, sólo tú supiste la hora en que Cristo resucitó de entre los muertos. Aquel quedarse esperando en la puerta del sepulcro, el silencio del viernes santo, el silencio aún más profundo del sábado se adentra en la noche de Pascua hasta que, como una explosión, con el fuego, el cirio pascual y la luz que no mengua cuando la repartimos, sino que se multiplica, confesamos que sí, que, en el corazón de esta noche Santa, Jesús, crucificado, muerto y enterrado, ha vuelto a la vida.

Casi entramos en cierto vértigo si nos detenemos a pensar cómo un hecho concreto de una noche de la historia ha tenido tantas consecuencias: la más sencilla es que: si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí. Y todo lo que celebramos no es más que la vida venciendo a la muerte. Algunos de los hermanos de los escolanes y otros niños lo han trabajado hoy cuando ha observado que una bellota, el fruto de la encina que parecía muerto, era capaz de tener vida y de convertirse en un árbol pequeño. Y después, dentro de poco, traerán al altar estas pequeñas macetas plantadas con una esperanza y se las volverán a llevar como recuerdo de que esta noche, es una noche para la vida. De hecho, este es un experimento que recuerdo que los escolanes siempre hacían en cuarto y veías las macetas con las plantas por el suelo en su aula. Jesucristo es como el grano, como la bellota enterrada que vuelve a la vida, que resucita en una planta nueva.

Todas las lecturas de hoy nos hablan de esta vida, nos hablan de muchas formas con muchas palabras e historias diferentes: la creación de la naturaleza con todos sus elementos, la libertad, la fe, pero en el fondo el mensaje es siempre lo mismo: Dios opta decididamente por la vida. Por eso no podía dejar a Jesucristo en la muerte. Y Él ha querido compartir su vida de resucitado con nosotros, la suya es también nuestra vida, puesto que como nos ha dicho San Pablo – y volvemos a las plantas-; si nosotros hemos estado plantados junto a él por esta muerte parecida a la suya, también debemos serlo por la resurrección.

Me dirijo especialmente a vosotros que hoy os bautizáis, confirmáis y hacéis la primera comunión, y a los que sólo se bauticen, representados por sus padres y padrinos, es decir a los escolanes Pedro y Tomás, y a los niños: María y a los hermanos Caterina, Isabel e Isaac y también a David que hace la primera comunión. La vida de la que estamos hablando ahora y aquí no es sólo levantarnos, comer y dormir. Nosotros creemos que todos, los hombres, las mujeres y también vosotros sean chicos un poco mayores o niños, tienen la posibilidad de una vida del espíritu, de una vida interior, totalmente importante y esencial para la persona humana. Una vida que queremos infundir, estimular y hacer crecer en todos vosotros con los sacramentos, que por eso mismo llamamos de la iniciación. Por eso es tan bonito que en esta noche que celebremos la vida, podamos comunicar, como pueblo de Dios y comunidad cristiana, esta vida a todos vosotros y podamos hacer real aquella otra frase del pregón pascual: noche en la que el hombre reencuentra a Dios. Esto es lo que confesamos: que el hombre reencuentra a Dios en Jesús y que nada debería ser como antes. Lo encontramos en el bautismo, intensificamos aún más este encuentro con la confirmación porque recibimos su espíritu y tenemos la comunión para poder recibirlo en cada eucaristía.

Ahora os contaré una anécdota especialmente para vosotros Tomás y Pedro, relacionada con estos sacramentos que recibiréis esta noche, especialmente con la confirmación, y que tiene que ver con un buen amigo mío y de muchísima gente, el obispo Antoni Vadell, que quizás recordareis (sobre todo los escolanes mayores) porque alguna vez había estado en la Escolanía y había presidido una misa conventual a principio de curso, y que murió muy joven a los 49 años hace dos meses. Los teólogos, que nos dedicamos a estudiar todas estas cosas relacionadas con la fe y las celebraciones, discutimos si es mejor confirmarse a vuestra edad, a los nueve o diez años, especialmente si coincide con el bautismo o hacerlo de más mayores. Cuando con el Padre Efrem hablábamos de todo esto, a principios de diciembre, llamé al obispo Toni, que era bastante especialista en esto y le pregunté: ¿Qué te parece? ¿Confirmamos o no confirmamos a los escolanes de cuarto que se van a bautizar? Y él me dijo, sí. Porque en la Escolanía tendrán la posibilidad de vivir a fondo una vida cristiana y está muy bien que la vivan con la confirmación hecha. Fue la última vez que hablé con él. Y por tanto os dejo esta reflexión a vosotros dos, a todos los escolanes y a todos, porque todos recordaremos hoy nuestro bautismo, nuestra confirmación y participaremos de la eucaristía: los sacramentos son la posibilidad de vivir a fondo la vida cristiana. Todos pueden hacerlo o intentar que sus hijos la vivan en la medida de sus posibilidades. Y es que Cristo no nos quita nada de la vida, sólo nos la da y nos la hace más feliz.

Estos días he hablado de la identidad de Jesús de Nazaret en cada homilía. La noche de Pascua une tres momentos que nos ayudan a comprenderlo mejor:

  • su vida, con el entusiasmo por su mensaje y por su persona, que los testigos que convivieron con él nos han dejado en los evangelios;
  • su pasión y su muerte, solidaria con tantos sufrimientos humanos y ante la que y de los que, a menudo lo más adecuado es el silencio y la oración;
  • y finalmente su resurrección, que se manifestó como experiencia a sus discípulos, empezando por las mujeres que fueron al sepulcro y recibieron aquel mensaje sorprendente: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Dios se sirve de la humanidad de Jesús de Nazaret para estar presente en el mundo, y Jesús de Nazaret se sirve de la humanidad de todos los hombres y mujeres para comunicarse en su vida, en su muerte y en la su vida de resucitado. Desde aquella noche de Pascua, en el testimonio que proclama la sencilla frase: ¡El Señor ha resucitado! Realmente ha resucitado, transmitido de generación en generación de cristianos, no hemos dejado de creer en él, el viviente, el Señor de la vida:

la estrella de la mañana, aquella estrella, quiero decir que nunca se oculta, Cristo que volviendo de entre los muertos, se apareció glorioso a las mujeres y a los hombres como el sol en día sereno. Él, que vive y reina por los siglos. Amén.

Abadia de MontserratVigilia Pascual (16 de abril de 2022)

Domingo de Pascua (17 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (17 de abril de 2022)

(…) / Hechos de los Apóstoles 10:34a.37-43 / Colosenses 3:1-4 / Juan 20:1-9

 

¡Si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí! No estaríamos aquí porque no celebraríamos el día de Pascua, ni hoy en la alegría de la fiesta de las fiestas, ni en cada una de nuestras eucaristías. El mensaje insistente de las lecturas, las oraciones y los cantos de esta misa de la mañana del domingo de Pascua no es otro que éste: ¡Cristo ha resucitado! Y añadimos el canto de gozo más sencillo de la Iglesia: Aleluya, aleluya, que no habíamos cantado durante toda la cuaresma.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, su vida se habría perdido en el anonimato del tiempo, y no estaríamos aquí porque seguramente no tendríamos ningún testigo de él, ni de su persona, ni de su mensaje liberador, inteligente, profundo, conocedor de la persona hasta las dimensiones más profundas, inspirador de tantos y tantas que han venido después de él y han enriquecido nuestra cultura y nuestra espiritualidad cristianas.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no estaríamos aquí porque no formaríamos ninguna comunidad de bautizados, porque nuestro sentido de ser hijos de un mismo Padre Dios y de ser hermanos y hermanas unos de otros, no encontraría su fundamento en Jesús de Nazaret, y como la historia nos demuestra, sólo Dios es capaz de reunir a la humanidad en una familia realmente global y permanente en el tiempo. Pero como sabemos bien, Pascua no es una celebración cerrada de los discípulos consigo mismos, contentos de reencontrar aquella intimidad de amigos y compañeros que habían tenido en la vida de Jesús, sino que fue un impulso hacia delante y hacia afuera. Y en este impulso hacia fuera tenemos la alegría de acoger nuevos bautizados como hemos hecho esta noche, y de acoger también a la plena comunión de la eucaristía a vosotros, los escolanes Francesc, Josep y los dos Guillems, i también Isona, Berta y Teresa que hoy hará la primera comunión. Esta comunidad de monjes, escolanes y peregrinos, que celebra la eucaristía aquí en Montserrat, con vosotros cada domingo, os acoge con alegría en la mesa del Señor en nombre de toda la Iglesia.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no estaríamos aquí porque no confiaríamos en que su amor es capaz de hacernos mejores, y eso también os lo digo a vosotros que hacéis la primera comunión. En el canto de entrada decíamos: he resucitado, me he reencontrado con vosotros, y los escolanes volverán a cantarlo en el ofertorio en latín. Resurrexi et adhuc tecum sum. Con la resurrección Jesús pudo encontrarse con Dios y como nosotros siempre vamos detrás de lo que él hace, de las posibilidades que nos abre, todos podemos encontrarnos con Dios en Jesucristo resucitado. Y la mejor forma de hacerlo es la de participar en la comunión del pan y el vino, que es su sacramento, la forma que Él mismo nos dejó para permanecer entre nosotros siempre. Este encuentro frecuente puede y debe tener consecuencias: debería ayudaros a vosotros y a todos a superar nuestros defectos, a amar más y mejor, a no tener vergüenza de ser cristianos, Jesucristo fue capaz de cambiar en fidelidad la negación de Pedro. Como cristianos estamos llamados a vivir la misma conversión de Pedro, que es una conversión pascual.

La conversión pascual se hace concreta en algún gesto a favor de los demás. Tal y como hicimos el Jueves Santo, os proponemos que participéis en la colecta que haremos a favor de Caritas. Ellos conocen las necesidades de nuestra sociedad y han tenido también un papel activo, a través de Cáritas internacional, en la ayuda a refugiados de la guerra y otros lugares. Nos hablaban recientemente, por ejemplo, de la labor increíble que Cáritas de Polonia ha hecho en la frontera con Ucrania.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no sé dónde estaríamos. Algunos sabéis que me gusta hacer comparaciones con la informática. Un biblista muy conocido escribió que Dios se dio cuenta de que su Creación y su historia eran como un programa informático que fallaba y con Jesucristo volvió a instalarlo o al menos a ejecutarlo. To run the program again, dice él en inglés. ¿Os imagináis un programa o una aplicación que no se puede actualizar ni ejecutar? Seguramente va funcionando cada vez peor hasta que ya ni se abre, y si es un software importante, hace que colapse incluso el ordenador. El miércoles de ceniza os decía que la Cuaresma era como un antivirus que evita que los programas se estropeen, hoy es mejor, hoy todo es nuevo, porque desde la resurrección de Jesús el programa funciona, porque siempre está actualizado. La resurrección celebrada en cada eucaristía es esta actualización constante del programa, y ​​que el programa funcione significa que los objetivos de su creación se han confirmado en la redención que Jesucristo ha llevado al mundo y todo nos conduce a su voluntad de salvar de ser felices, de ser capaces de amar siempre más y mejor. Y si algo no funciona, será por nuestra culpa, que no conocemos bien el programa, y ​​no culpa de él, tal y como tenemos costumbre de pensar a menudo.

Si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí, porque somos hijos e hijas de la resurrección del Señor. En el monasterio he oído a veces la expresión muy bonita: ¡somos hijos de la Resurrección! Se utiliza cuando es necesario continuar adelante alguna actividad o incluso una celebración y ha habido algún evento triste. Con mucha sencillez, nos transmite nuestra visión de la vida y de la muerte, profundamente impregnada de la esperanza pascual de una vida eterna, plena, en la comunión de Cristo Resucitado, pero perfectamente consciente de que la vida se vive aquí en el día a día.

En esta mañana radiante del domingo, ponemos nuestras vidas bajo la luz del resucitado que nos ilumina, la llama un poco débil de este cirio que arde desde ayer, ha resistido y ha iluminado la oscuridad de toda la noche. Con él podemos decir, hemos resucitado y nos hemos reencontrado con él para siempre.

¡Celebramos la Pascua viviendo con sinceridad y verdad, Aleluya, aleluya!

Abadia de MontserratDomingo de Pascua (17 de abril de 2022)

Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (15 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (15 de abril de 2022)

Isaías 52:13-53:12 / Hebreos 4:14-16; 5:7-9 / Juan 18:1-19:42

 

Espero y deseo estimados hermanos y hermanas que todos encontremos en nuestra agenda y en nuestro corazón, un poco del silencio necesario para dejar que todas estas palabras que hemos escuchado resuenen, arraiguen y den fruto en nuestros corazones. Son palabras que nos reclaman ese espacio interior, tanta es su profundidad y su fuerza.

Las lecturas que hemos leído confirman una idea que he querido hacer presente en estos días: la de la verdadera identidad de Jesús. Nada, ni siquiera la muerte en cruz, reservada a los delincuentes, esconde quién es él. De modo especial, en la lectura de la Pasión según San Juan que leemos el Viernes Santo, se nos muestra más claramente que Jesús de Nazaret clavado en la cruz es más que un hombre crucificado, aunque nunca deja de ser también un hombre crucificado.

Por un lado, ningún sufrimiento, ningún insulto, nada le es ahorrado y muere. Pero, por otra parte, Jesucristo domina la situación: fijaos, sino, en la fuerza que, en el momento que le detienen, tienen sus palabras: yo soy, que hacen que todo el mundo caiga al suelo; incluso domina la situación desde la Cruz: con la capacidad de confiar, mutuamente cuando ya ha sido crucificado, a su madre y a san Juan; y finalmente la serenidad de su muerte, sin gritos, sin quejas, sólo con un “todo se ha cumplido”, que nos adelanta que no estamos delante del final.

Habían crucificado a Jesús de Nazaret, el Rey de los Judíos, que se había presentado como un rey y mesías diferente. Quizás por eso, si ayer os hablaba de un amor que nos une en el recuerdo, la vida y la esperanza; hoy contemplamos un amor que resiste, que lo resiste todo. El amor de Dios se hace resistencia en Jesús crucificado, demostrándonos la capacidad de ir hasta el final, hasta el sacrificio de la propia vida en la coherencia de una misión que en Él une el ejemplo como persona y su mensaje como Evangelio.

Por eso resiste el Evangelio durante los siglos porque viene de quien ha aguantado en el amor los escarnios, los ultrajes y todo el mal que le ha venido encima, cuando él sólo pretendía darnos los instrumentos, las ideas y las claves para poder vencer personalmente y todos juntos ese mal, tan palpable en nuestro mundo, que, debemos reconocerlo, a veces se nos presenta tan o más resistente que el amor de Dios. Y si es verdad que el mal a veces se nos presenta más resistente que el amor de Dios, no lo es.

Y la prueba más clara de esto es la capacidad de los discípulos de Jesús para llegar todavía hoy a hacer el camino de la cruz, demostrando que Él nos hace participar de su resistencia al mal cuando nosotros también fundamentamos nuestra vida en su evangelio.

Tuve ocasión de participar la semana pasada en una oración que recordaba a los mártires de nuestro tiempo: eran hombres y mujeres concretos, jóvenes, mayores, con nombre y apellidos, de todo el mundo, que habían muerto en situaciones diversas, muchos de ellos murieron en el año 2021 y hasta este mismo 2022. Algunos habían sencillamente seguido su vocación hasta el final, atendiendo a enfermos de Covid e infectándose, otros habían sufrido directamente el odio religioso hasta la muerte contra los cristianos por parte de algunos fanáticos que nunca pueden ser representativos de ninguna religión o idea. Compartían todos el hecho de ser cristianos. Puedo aseguraros que la reflexión que me hice fue la de la actualidad de la cruz de Jesús en el mundo y de la validez de su mensaje que todavía hoy merece tener tantos testigos, que genera una fuerza tan grande de adhesión al amor, tan grande, que lo hace precisamente resistente. Y me hizo pensar si todas las modas que el mundo nos presenta y propone tienen algún crucificado que las valide, tal como nosotros tenemos a Jesús de Nazaret.

Quizás esta reflexión llevará a alguien de vosotros a pensar que eso que nos explica el P. Abad es sólo para los héroes, por las situaciones extremas y que ya veremos qué hacemos si nos llegan. Pero no. Una mujer conocida y cercana me comentó hace años que no entendía la cruz de Jesús. Se trataba de alguien profundamente cristiano, que había vivido ayudando siempre, coherentemente con su fe, yendo bastante más allá de lo justito para quedar bien. Sufriendo a veces para vivir de ese modo. Y pensé: ¿tú no entiendes la cruz si la vives todos los días?

Busquemos vivir el Evangelio y la cruz ya la encontraremos. Y cuando la encontremos, que nos guíe el amor resistente de Jesucristo y su ejemplo, ya que así y no de otro modo más espectacular, más directa o más rápida quiso salvar Dios al mundo, sirviéndose de su humanidad encarnada y aceptando todos sus límites.

Abadia de MontserratViernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (15 de abril de 2022)

Missa de la Cena del Señor (14 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (14 de abril de 2022)

Éxodo 12:1-8.11-14 / 1 Corintios 11:23-26 / Juan 13:1-15

 

Donde hay verdadero amor, allí está Dios.

Me gustaría, queridos hermanos y hermanas, invitaros a vivir este jueves Santo, este inicio del Tríduum Pascual, con el espíritu de esta frase, tan sencilla, tan antigua, tan profunda: donde hay verdadero amor, allí hay Dios, que cantaremos en un rato, en el momento del ofertorio.

La identificación de Dios con el amor no la formuló el supuesto autor de este himno, Paulino de Aquilea, a finales del siglo octavo, sino que, como todos sabemos, es propia del Nuevo Testamento, y transmitida literalmente en la Primera carta de San Juan que nos dice con toda simplicidad y claridad: El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1 Jn 4,8). La liturgia de este jueves santo nos ayuda a recordar que Dios es amor, a vivir el amor de Dios y a esperar en el amor de Dios.

Recordamos que Dios es amor porque nuestra historia está llena de signos de ese amor, y esta memoria se irá haciendo presente en todas las celebraciones de este triduo pascual. Recordemos sobre todo que Dios es amor porque hacemos memoria de Jesucristo en la institución de la eucaristía, en la llamada que Dios nos ha hecho a algunos de entre todos los hermanos a servirle como presbíteros y diáconos y en la vocación cristiana universal a la caridad fraterna. Os lo digo con toda la intención: en cada una de esas memorias, al que realmente recordamos es a Jesucristo. Pervertiríamos el sentido si pensáramos que hoy nos hacemos un homenaje por ser presbíteros o diáconos, o para celebrar muy bien la eucaristía o ni siquiera porque tenemos mucha caridad y ayudamos mucho a los demás. Jesús nos enseña que imitarle es servir, es amar, es ayudar en todo lo que haga falta. Si él, con plena conciencia de quien era: sabía que de Dios venía y a Dios volvía, quiso hacer de criado, lavando los pies; ¿qué no deberíamos estar dispuestos a hacer nosotros? Jesucristo nos dijo que en esto consistía el amor. Estaría bien que nunca lo olvidáramos. Que recordáramos que en cada eucaristía lo hacemos presente, que los presbíteros y diáconos somos sobre todo signos de ello. De aquel amar y servir en todo que guio la vida del peregrino más ilustre de nuestro santuario, San Ignacio de Loyola, de cuyo paso por Montserrat conmemoramos este año el quinto centenario.

Y el recuerdo nos ayuda a vivir el amor de Dios en el presente. Cada eucaristía que celebremos debería ser fuente de amor concreto y de caridad. Sabemos que no siempre llegamos, que no siempre estamos a la altura, que a menudo la celebración nos deja igual, fríos y que somos capaces de caer en ciertos egoísmos y pequeñeces humanas, incluso durante y después de ir a misa, pero no deberíamos resignarnos. Concretamente este Jueves Santo, al recordar el gesto humilde de Jesús lavando los pies, quisiera rezar al Señor que no nos quedáramos sólo en el gesto, sino que éste sea también una oración que nos muestre caminos de servir mejor. Caminos de ver más claramente dónde hacemos más falta: nosotros como monjes, vosotros, todos. En las estrofas del canto donde hay verdadero amor, decimos:

Formando unidad nos reúne el amor de Cristo.

El verdadero amor es concreto cuando nuestra celebración se abre a las necesidades de los más pobres. La liturgia cristiana siempre ha tenido presente esta solidaridad cuando recordaba la donación de Jesucristo en el pan y en el vino de la eucaristía. Las necesidades del mundo son inmensas. Las desigualdades entre mundos también. Quizás no podemos aportar mucho, pero necesitamos abrir nuestro amor a esta solidaridad. Hoy os proponemos hacer una colecta a favor de Cáritas. La pandemia, los efectos económicos ya presentes y los que algunas organizaciones anuncian que vendrán fruto de la guerra de Ucrania, dejan un rastro de necesidades incontables. Cáritas es el nombre latino de este amor que estoy comentando: Ubi caritas vera, Deus ibi est, caritas vera, verdadero amor. El brazo de la Iglesia que se preocupa de los demás lleva el nombre del amor. Si hacemos presente el amor, ayudamos también a este brazo que quiere llegar a quienes sufren más la falta de recursos económicos.

Y todo esto nos lo deberíamos aplicarnos más que nadie los diáconos y los presbíteros. Seamos conscientes de a quién pretendemos representar en la vocación y la gracia recibida de Dios. No es poco el rememorar este Jueves Santo en cada eucaristía. ¿Hasta dónde debería llevarnos en nuestra vida de donación y servicio? Que nos pueda servir de guía la frase que también es una estrofa del canto:

Tememos y amamos al Dios viviente y con corazón sincero, también nosotros amémonos.

Esperar en el amor de Dios es el tercer movimiento para amar. La memoria y la voluntad presente y actual de amar nos proyectan más allá. Lo tenía claro Jesús según el evangelio de San Juan que hemos leído: Jesús sabía que había llegado su hora, la de pasar de este mundo al Padre y por eso dejó un mandamiento nuevo que mira al futuro, que mira a la Iglesia, la comunidad de sus hijos e hijas que creemos en un Dios y un Señor que nos espera al final de la historia, de la personal y de la colectiva, y que nos pide que celebremos esta eucaristía hasta que él vuelva. Pero mientras esperamos que vuelva, tenemos el derecho y el deber de esperar un mundo mejor, un mundo en el que como también cantaremos todavía: 

Cesen las luchas malignas, cesen las discordias.

Pueda la Iglesia edificada en el amor verdadero, donde Dios está, convertirse en signo de esperanza de un cumplimiento definitivo, pero también de un Reino entre nosotros donde la guerra, la muerte absurda de los inocentes, los exilios, las condiciones de vida infrahumanas por tantos hombres y mujeres en Ucrania, pero también en tantos barrios y ciudades de nuestro país y de tantos otros lugares del mundo. Debemos apreciar la respuesta solidaria de tantas personas ante la última crisis como un signo de confianza y esperanza de que somos capaces de construir un mundo diferente. Ojalá que la Iglesia pudiera situarse junto a todos estos hombres y mujeres de buena voluntad. Así lo intuyó San Juan XXIII cuando dirigió su última encíclica Pacem in Terris, más allá de los límites de la comunidad católica y cristiana, cuya amplitud era una intuición profética y válida para un mundo en el que debemos amar más allá de identificaciones religiosas.

Recordar, vivir y esperar. Tres verbos y tres actitudes que unen pasado, presente y futuro para hacer presente que Donde hay verdadero amor, ahí está Dios. Que esta eucaristía nos abra a la alegría inmensa, a la alegría pura de quienes, junto con los santos, ven la faz gloriosa de Cristo.

 

Abadia de MontserratMissa de la Cena del Señor (14 de abril de 2022)

Domingo de Ramos y de Pasión (10 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (10 de abril de 2022)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Lucas 22:14-23.56

 

Bien podríamos decir, queridas hermanas y hermanos, de la misa de hoy que es la celebración de los contrastes. En una sola liturgia de la Palabra, en el devenir del evangelio leído antes de la procesión, de las dos lecturas y de la lectura de la Pasión, hemos pasado de proclamar a Jesús como Mesías a dejarlo solo en un sepulcro. En la narración de la vida de Jesús de Nazaret encontramos a menudo este contraste, necesario para explicar algo difícil: ¿quién es Él? Las lecturas de hoy nos lo quieren decir en tres momentos:

El primer momento nos remite a Navidad. ¿A Navidad? ¿Hoy? Sí. Fijémonos en un detalle que sólo leemos este año, que la liturgia nos propone en la versión de San Lucas. Entre los gritos que acompañaron la entrada a Jerusalén, hemos escuchado: “Paz en el cielo y Gloria en las alturas”. ¿No os suena a Navidad? Sí. Es una frase muy parecida a la que decían los ángeles en el anuncio a los pastores: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra”. Jesús es la presencia absoluta de Dios en una persona humana, su Encarnación y éste es el mensaje de Navidad. Nada de lo que ocurrirá a partir de ahora puede hacernos olvidar ante quienes estamos realmente.

El segundo momento tiene un contexto más histórico. Explica la continuidad que existe entre este Jesús, en el que Dios que se ha hecho hombre, y el Mesías, el ungido, Cristo, el esperado de Israel, que entra en la ciudad real de Jerusalén, cumpliendo las profecías del Antiguo Testamento, como hemos recordado en este momento entrañable de la bendición de los ramos y de la procesión. Si le confesamos como Hijo de Dios lo confesamos también como Mesías. Un título más fácil de aceptar por sus contemporáneos, que estaban plenamente familiarizados con la figura de este Ungido, Hijo de David, que debía venir a salvar al pueblo.

El tercer momento es el de la gran ruptura. Jesús se separa de la identificación de sus contemporáneos con todo lo que esperaban del Mesías. Lo rompe y es aquí donde está la gran novedad. En su Pasión nos dice quién es. Nos dice que por el mismo título por el que es aclamado cuando entra en Jerusalén: Rey de los judíos, es crucificado y dejado solo en un sepulcro: a la espera, que es donde nos deja la liturgia de la Palabra de hoy: esperando.

¿Cómo es posible que un Dios y un Mesías acaben tan mal?

Precisamente porque Dios se revela en Jesucristo, una parte importante de su mensaje, de su evangelio, es proclamar que su mesianismo debe entenderse de manera diferente. No renunciamos a nada de su mesianidad, de su carácter absoluto como Hijo de Dios bajado y hecho hombre, como la segunda lectura nos presentaba, pero necesitamos reconocer al mismo tiempo, que, en el relato de la pasión, este Jesús nos transforma la idea de ser rey, la idea de poder, la propia idea de Dios.

Es un Dios y un Mesías que se deja torturar, sin ejército, con tan débiles seguidores, tan poco líder, diríamos hoy. Él nos enseña que nuestro Dios más que en títulos se hace totalmente presente en un hombre que destaca por tres virtudes:

  • la humildad, visible en tantos momentos de su vida;
  • la coherencia y la resistencia en la proclamación de su mensaje ante todos los demás poderes de este mundo, hasta la muerte si es necesario;
  • la comunión llena de misericordia con toda la debilidad humana que encontramos en tantos y tantos otros ejemplos del evangelio, y que hemos escuchado en el relato de la pasión de una manera especial en el ladrón crucificado a su lado y perdonado, en las mujeres de Jerusalén que lloran, e insuperablemente en su perdón desde la cruz a quienes le estaban crucificando.

¿Y a nosotros? ¿Qué nos enseña este contraste que nos hace capaces, en tanto que humanidad, un día proclamar a Jesús como Mesías, y al cabo de cinco días, crucificarlo? No nos engañemos: lo que hemos leído no es sólo una historia de aquel tiempo que debemos mirar desde lejos. Así como nosotros podemos pensar que nunca lo haríamos, que no seríamos capaces, también podría ser que todos los que le aclamaban el domingo, no imaginaran que gritarían: crucificarlo, crucificarlo, el viernes.

Poco vale decir que se confundían. Que pusieron las expectativas en una persona equivocada. Quizás algunos sí, pero no todos. No excusemos tan fácilmente nuestra capacidad de cambiar, de dejarnos arrastrar. Los dramas y los conflictos de todo tipo presentes en el mundo son una prueba irrefutable.

También el evangelio de la entrada en Jerusalén nos ha hablado de sus «adictos», por tanto, una parte de la aclamación no era a un personaje desconocido, sino a un predicador y profeta que ya había predicado un mensaje renovador. La actitud de los fariseos nos lo confirma. Ellos eran los verdaderamente asustados en aquella aclamación que consagraba una manera de comprender a Dios diferente a la suya. La petición de los fariseos a Jesús es otro detalle propio del evangelio de Lucas: diles a tus seguidores que se callen. La respuesta de Jesús le coloca nuevamente en su lugar absoluto: “si estos callaran, gritarían las piedras”. Si algo no se cuestiona es quién es él. Esto no depende en absoluto de lo griten o dejen de gritar los demás.

Esta idea la comprenderéis bien con un ejemplo (Esto, los escolanes lo entenderán muy bien). Hoy muchas personas se consideran importantes si tienen muchos seguidores, que tu fama dependa de tus fans, de tus likes, de tus suscriptores es propio de youtubers, de influencias, de telepredicadores y de tantos personajes de feria que nos invaden constantemente. Pero Jesús a pesar de ser un “influencer”, seguro que lo más importante de la historia, no depende ni siquiera de la opinión de sus seguidores. Le gusta tener seguidores, claro que sí, pero es libre incluso respecto a ellos. Jesús de Nazaret fundamenta todo su mensaje en su persona y su persona se fundamenta en Dios mismo. De lo contrario, sería imposible la propuesta de vida, cada día más contracultural que nos hace. A diferencia de tantos personajes no esconde el dolor que sufrió hasta el punto que le cantamos, como haréis en el ofertorio con la capella, con las palabras del profeta Jeremías: Oh vos omnes qui transitis per viam…, oh todos vosotros que camináis por el camino, paraos y mirad si hay un dolor parecido al dolor que me aflige. ¿Qué Dios ha sido capaz de decir algo así?

El domingo de Ramos es por su contraste entre grandeza y humildad, entre la gloria y la cruz, un toque de atención, queridos hermanos y hermanas, a nuestras contradicciones y ambigüedades y un llamamiento a estas actitudes básicas de Jesús que el relato de la Pasión nos va revelando, y entre las que os recordaba, la humildad, la coherencia y la misericordia.

A pesar de haber dicho que la liturgia de la Palabra nos dejaba en la puerta de un sepulcro esperando. Nuestra celebración no termina aquí. Sigue recordando al Jesús vencedor, presente en el pan y en el vino, los dones de la Pascua. Entremos en este misterio, más que nunca en este inicio de la Semana Santa

Abadia de MontserratDomingo de Ramos y de Pasión (10 de abril de 2022)

Miércoles de ceniza (2 de marzo de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de marzo de 2022)

Joel 2:12-18 / 2 Corintios 5:20-6:2 / Mateo 6:1-6.16-18

 

Convertíos. Ésta es la palabra que escuchamos por encima de todas las demás en la liturgia de hoy. Convertíos con todo tu corazón, convertíos al Señor, convertíos y creed en el Evangelio, por citar sólo aquellas que literalmente contienen el verbo convertir porque la idea todavía aparece más veces.

Convertir en su significado más normal significa transformar una cosa en otra, darle la vuelta. Su significado más antiguo y básico sería cambiar. Este es el grito del miércoles de Ceniza, éste es el grito de toda la Cuaresma: ¡cambiad! Transformaos, giraos. Para que todos estos verbos tengan sentido necesitamos evidentemente saber de qué a qué debemos cambiar. Éste es en el fondo, el camino que debemos recorrer durante todas estas semanas, quizás durante toda nuestra vida de creyentes: tomar conciencia de dónde estamos y adónde vamos. No avanzaremos sólo en este itinerario. Sabemos que caminamos siempre bajo la mirada de Dios. En el evangelio, hemos escuchado cuatro veces el verbo ver, mirar, dos referidas a Dios y dos referidas a la gente. Permítanme que utilice la imagen de esta mirada para explicarme.

Para averiguar de dónde somos y adónde vamos necesitamos primero una mirada sobre nosotros mismos. La liturgia de hoy no es muy optimista. Pone de relieve más bien toda la oscuridad, todo el pecado, todo lo que no hacemos bien y nos invita a ser conscientes de ello, ya que éste es el primer paso para transformarlo. Esto lo digo pensando sobre todo en los escolanes: hace años, antes de que nacierais vosotros, un predicador hizo una homilía un miércoles de Ceniza y habló mucho de ordenadores, de sistemas operativos y de informática. Durante algunos años, a este predicador que no es ningún monje de nuestra comunidad pero que viene de vez en cuando, los escolanes le decían el antivirus, porque de su homilía del miércoles de Ceniza, que queda claro que escuchasteis muy atentamente, recordasteis esta idea. No escuché la homilía porque ese año yo estaba en Roma, y ​​no sé si repetiré lo que él dijo, pero en todo caso me ha parecido que podéis entender bien qué es la cuaresma con este ejemplo. Cuando nos miramos a nosotros mismos -es como si miráramos nuestro ordenador, nuestro ipad, el móvil y viéramos que no funciona perfectamente. ¿Quizás un virus, quizás alguna aplicación no actualizada? Primero debemos pasar uno de esos programas que te dicen que lo limpian y luego seguramente deberemos instalar un antivirus o descargarnos algunas actualizaciones. Esto es lo que quiere Dios. Que miremos qué no funciona, es decir dónde estamos, y a base de algunas prácticas, la oración, la ayuda a los demás y renunciar a algunas cosas que nos gustan, que tendrán que hacer de antivirus, intentamos ser mejores, intentamos ir hacia donde Dios quiere que vayamos. Es decir que nuestro ordenador funcione perfectamente, que nosotros como personas, también amemos y trabajemos por los demás al cien por cien. Ya os aviso que todo esto a veces es más lento que simplemente instalarse un programa o descargarse una aplicación. ¡Quienes no sois escolanes, estoy seguro de que también lo habéis entendido perfectamente!

La ceniza en la cabeza era un signo de estar de luto. De estar tristes. Nos la ponemos hoy en este sentido de mirarnos a nosotros mismos y reconocer que no podemos estar del todo satisfechos con nosotros mismos y que necesitamos transformarnos en el camino del Evangelio, que es el camino señalado por Jesús y por todas sus enseñanzas.

Esta mirada individual es la que domina más hoy, ya que cada uno es responsable de su vida y de sus acciones y la llamada que oímos hoy va muy dirigida a cada uno en concreto, de una manera muy personal. Pero también existe una mirada colectiva. Todos somos solidarios. La Guerra de Ucrania, por su proximidad, nos hace realmente reflexionar sobre la humanidad, sobre cómo es posible todo esto que hemos visto y escuchado estos días. Si miramos, ya no a nosotros mismos, sino con una mirada colectiva a Europa y al mundo, no nos gusta dónde estamos, no nos gusta nada. Naturalmente no nos gusta la invasión, y tampoco vemos tan clara tan limpia y tan libre de intereses las respuestas. ¿Nos queda claro que las personas y las vidas son lo más importante? Aquí es donde deberíamos ir y no es ciertamente dónde estamos. El Papa Francisco ha llamado a solidarizarnos todos por la paz, con las prácticas cuaresmales de siempre: la oración, el ayuno y la ayuda. Los sacerdotes de la primera lectura lloraban entre el vestíbulo y el altar, como cantaremos ahora en el motete del ofertorio: Inter vestibulum et altare plorabunt sacerdotes…, ¿por qué lloraban? Por el pueblo, por el mundo. Qué buen ejemplo para nosotros. La situación de Ucrania puede ser un toque de atención a tantas otras situaciones mundiales donde las personas no están en el centro. Llorar es el fruto de ver dónde estamos con preocupación, pero de ahí debe venir la fuerza de conformarnos, no el mundo tal y como está, sino querer cambiarlo, darle la vuelta incluso. Nuestra transformación colectiva debería ir en esa dirección, poner a los seres humanos y la preservación de la tierra en el centro.

¿Cómo debe ser esa mirada individual y colectiva? Deberíamos mirar cómo mira Dios. Dios no mira ni se queda dónde estamos, Dios mira adónde vamos. Mejor aún: Dios ve allá donde podemos llegar. Dios es benigno y entrañable, lento para el castigo, rico en el amor. Dios abre siempre la perspectiva de un futuro mejor. Y además esa mirada de Dios es auténtica como nos dice el Evangelio. Ve la realidad de nuestros corazones. No mira cómo mira la gente. Dios nos dice muy claramente que esta transformación a la que nos invita cada Cuaresma no es para exhibirla, es para que sea real, en el corazón y en la vida de cada uno y de todos. Pongámonos a ello con toda la sinceridad.

 

 

Abadia de MontserratMiércoles de ceniza (2 de marzo de 2022)

La Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 de febrero de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (3 de febrero de 2022)

Isaías 56:1.6-7 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Lucas 19:1-10

 

Para comprender mejor lo que querría comunicaros con estas palabras, os propongo que empecemos haciendo cada uno un ejercicio de memoria personal y recordemos aquellos momentos de nuestra vida en los que nos hemos encontrado con una ermita en medio del campo, o una capilla en lo alto de una colina, o una iglesia en la ciudad o hemos entrado en cualquier lugar de oración. Seguramente era un edificio antiguo como la mayoría de lugares de culto de nuestro país, probablemente artístico, más o menos bonito; quizás significaba personalmente algo para nosotros porque era conocido: esto significa que nos traía recuerdos, o quizás era totalmente nuevo. Sea como fuere, la primera sensación, viendo todavía el edificio por fuera es que estábamos ante un testimonio de la presencia de la fe en aquel lugar, de quienes lo hicieron, de todos los que lo han visto antes nuestro y cómo nos sentimos unidos en esa fe, ver iglesias nos hace sentir un poco como en casa. Esta sensación se hace seguramente más intensa al entrar. Entrar en un templo es muy diferente a entrar en un Museo. Puede estar también lleno de obras de arte, como ocurre en una exposición, pero hay algo más, hay una vida espiritual que a menudo se respira. Una parte de esta experiencia es compartida incluso por personas sensibles espiritualmente, sean de la confesión o de la religión que sean. Quizá sea un poco de deformación profesional, pero nunca dejo de mirar si la puerta de una iglesia está abierta y de entrar, habiendo repetido esta experiencia sin cansarme.

La solemnidad de hoy da un valor especial a este aspecto tan material, tan físico del espacio en el que nos encontramos. Dedicar una iglesia es orar a Dios para que entre estas paredes cada uno pueda repetir este encuentro con el Señor, que intentaba recordar hace un momento, esto se hace por la celebración de los sacramentos y de la oración personal y colectiva. Y esta dedicación es tan importante que celebramos cada año su aniversario. La fiesta de hoy no se queda en la alabanza de las piedras que forman las paredes. Constantemente, no sólo en la misa sino también en los maravillosos himnos que cantamos en Vísperas y Laudas, de los mejores de todo el repertorio gregoriano, se nos recuerda que el edificio de una Iglesia es símbolo de una realidad diferente, significa en primer lugar la posibilidad para cada uno de encontrarse con Dios y así lo hemos cantado con en el salmo responsorial: éste es el tabernáculo donde Dios se encontrará con los hombres.

Jerusalén es la ciudad donde los judíos iban a encontrarse con Dios y allí, en su templo, estaban seguros de que Dios les escuchaba. Ésta es la tradición que de la Jerusalén de la geografía y la historia ha pasado en una dimensión espiritual a la Iglesia toda entera y en todos los edificios que la hacen concreta y real, como lugares de encuentro de cada una de las comunidades con Jesucristo. Por eso, sí, esta Iglesia nuestra de Montserrat puede ser llamada, Ciudad Santa de Jerusalén, llamada visión de paz, Urbes Ierusalén Beata, dicta pacis visio, como todos vosotros habéis leído en la fachada del monasterio y cómo cantaremos en el himno de vísperas. Una Iglesia que pasa así de ser de piedras a ser de personas, de piedras vivías.

Esta piedra será testigo. Esta piedra puede ser exactamente este altar, centro de esta iglesia. Y esta piedra es testigo del encuentro con Dios: Para nosotros esto no es nada abstracto: para los monjes nuestra basílica de Montserrat es naturalmente muy querida. Es aquí que ocurre lo principal de nuestra vida, la oración comunitaria que compartimos con tantos peregrinos presentes y ausentes, el día a día pero también algunos de los momentos fuertes, nuestras profesiones, las ordenaciones, la despedida última de nuestros hermanos difuntos. Esta piedra nos es testigo de que en cada una de estas ocasiones Dios nos ofrece su comunión, la posibilidad de encontrarnos con Él. También me gustaría que vosotros escolanes pensarais en todas las cosas de las que os es testigo esta piedra: de cada Salve, de cada Virolai, de vuestra vestición, de vuestra despedida de la Escolanía, para algunos del bautizo, de la confirmación, de la primera comunión y que pensarais que Jesús os invita a tenerlo siempre presente en vuestras vidas: a hacer el bien y a amar. Lo mismo podríamos decir de los oblatos y de los cofrades que estáis aquí. También esta basílica de Montserrat, construida en el siglo decimosexto y desde el primer momento destinada más allá de ser Iglesia monástica, a poder acoger a los peregrinos que no cabían en la antigua iglesia románica de Montserrat, es un lugar de encuentro con Dios para tantas personas que vienen. Un sitio de memorias y recuerdos arraigados del propio camino de cada uno con el Señor. Que Dios haga que siga siendo esto y que colaboremos en hacer más intensa la vida espiritual de todos los que la visitan.

El evangelio de hoy es un buen ejemplo del fundamento de ese encuentro. Sólo la fe, sólo el deseo de Dios nos permite vivir el encuentro con Jesucristo a quien queremos permanentemente en nuestras vidas. ¿Quién es Zaqueo? Zaqueo era un hombre que a pesar de sus límites quería ver a Jesús. Que había entendido, o sentido, o intuido, quizás sin poder poner estas palabras, que en Jesús había una santidad que curaba. ¡Qué alegría cuando le invita a su casa y cuántas consecuencias para su vida poder acoger a Jesús en casa! Ayer también nosotros celebrábamos que Jesús como luz entraba en esta Iglesia y sencillamente recordábamos lo que todos sabemos: que Él se hace presente aquí todos los días y de tantas maneras. Qué esto también tenga consecuencias para nosotros, los hombres y las mujeres que Dios llama a rezar aquí o reza desde lejos con nosotros.

Seamos agradecidos por el don que Dios nos hace en sus iglesias, por su poder de hacer santas todas las cosas, incluso los edificios. Porque una cosa santa, una persona santa, es aquella que nos hace a Dios cercano. Por eso Jesús es el más santo de todos, porque nadie nos ha hecho a Dios tan cercano como Él y nada nos hace tan cercano a Jesucristo como participar de su cuerpo y de su sangre, que nos dejó como memoria suya. Este Jesucristo que como rezaremos en el prefacio, simboliza admirablemente nuestra comunión con Dios y la realiza en esta casa visible que nos ha permitido levantar.

Acto seguido, querido hermano Jordi, con una breve oración recibirás la bendición que te instituye como ministro de la palabra y del altar. Son dos servicios litúrgicos que hace años que cumples en nuestra comunidad, pero no lo des todo por hecho y por aprendido. Recibe la bendición de Dios como una nueva oportunidad para hacerte consciente de que, con la lectura de la Palabra, acercas a tanta gente que te escucha a Dios, pones voz a la Revelación, al testimonio milenario de la comunidad cristiana. Nunca te cierres a la acción de esta palabra que además como monje estás llamado a meditar y a rezar para que te conforme a Jesucristo, Dios hecho hombre, la Palabra, la fuente de toda la Revelación.

Recibe también la bendición del servicio de acólito, con conciencia de que la proximidad del altar debería llevarnos siempre a la humildad. Humildad por nuestra pequeñez, indignidad, distancia en la santidad, entre lo que aportamos nosotros y lo que nos da Dios, pero también oportunidad de comunión profunda y de servicio a la Eucaristía, que es servicio en el encuentro más fuerte que Jesús ofrece a su pueblo y que nosotros acogemos y recibimos en esta casa de Nuestra Señora, fieles a nuestra misión secular.

Que en estos servicios tengas siempre presente que Él, Cristo, es el protagonista y que todo lo hacemos para que en todo sea glorificado, servido y amado.

https://youtube.com/watch?v=REHtmj1a06U

Abadia de MontserratLa Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 de febrero de 2022)

Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2021)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de noviembre de 2021)

Sabiduría 3:1-9 / 2 Timoteo 2:8-13 / Lucas 24:13-35

 

En la solemnidad de ayer hablábamos estimados hermanos y hermanas de un horizonte de plenitud, porque nuestra mirada se dirigía a todos aquellos que por su santidad, anónima o no, gozaban de la plenitud de Dios. Hoy en cambio recordamos a los fieles difuntos y nuestra celebración quizás se queda un paso atrás. De los fieles difuntos no afirmamos rotundamente su comunión con Dios como podemos hacer con los santos, sino que, más conscientes de sus vidas, de su debilidad, oramos por ellos… porque sí, para que lleguen a unirse a todos los santos del cielo. Evidentemente que las dos celebraciones están muy ligadas, pero la liturgia de hoy, recordando a los difuntos, nos llama preferentemente a una actitud de oración, de esperanza, de confianza.

Todos hemos pasado por la experiencia de la muerte de una persona querida. También vosotros escolanes, si bien esto de los funerales va aumentando con la edad. Estos momentos de despedida, ¿no son siempre un momento para hacer balance? ¿Para pensar en la vida? ¿Para pensar cómo amamos? Y algunos, ya mayores, quizás pensamos en nuestra vida porque toda muerte nos hace pensar que sólo tenemos una vida.

El salmo responsorial nos ayuda a entrar en esta tranquila reflexión que la liturgia de hoy nos propone. El salmo nos habla de la presencia de Dios en nuestra vida: Un Dios que ilumina, que salva, que es un muro que protege. Un Dios que sabe que no hemos llegado, que estamos en camino, pero que avanzamos, que nos dice: Tu rostro buscaré. 

Un Dios al que nosotros decimos que queremos estar en su casa. Estos días cuando debo recibir romerías les digo que Dios nos ha hecho el don de este lugar, porque lo custodiamos y nos permite ser testigos de la alegría de quienes vienen a Montserrat. Sentíos también parte de esta alegría, escolanes, vosotros que también vivís en la casa de Dios y de Santa María y que sois una parte importante de la alegría de los peregrinos, ¡que hacéis feliz a tanta gente!

Y ese salmo que dice todas estas cosas que parecen más relacionadas con la vida que con la muerte acaba diciendo: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida

En catalán rezamos dos versiones de este versículo: Una dice “disfrutaré en la vida eterna” y la otra “disfrutaré en esta vida” de la bondad que me tiene el Señor. Pregunté una vez a un salmista entendido del monasterio qué versión era la buena y me respondió: las dos, porque de vida sólo hay una: la que vivimos aquí y la del más allá son la misma. Y por eso el mensaje de este salmo podría ser que todo lo que vivimos y que podemos controlar hoy afectará a la vida eterna, que es una verdad fundamental, esencial e irrenunciable de nuestra fe. Y por eso oramos por los difuntos, porque sabemos que no fueron perfectos aquí, cuando estaban con nosotros y todo lo que imaginamos del más allá, lo imaginamos en la esperanza y en la fe.

Como cristianos, tanto nuestra vida hoy como nuestra esperanza de resucitar, debe estar centrada en Jesucristo. Cuando Jesucristo vivía entre la gente, antes de su muerte nos dijo muchas cosas útiles para vivir plenamente, las podríamos resumir diciendo que dijo que quisiéramos a Dios y nos amáramos unos a otros. ¡No dijo esto y se fue! Lo más interesante, lo que más nos ayuda a seguir sus palabras no es que sean muy inteligentes, muy profundas o siempre acertadas en cada una de las situaciones que se encontró; todo esto es verdad, pero lo más importante es que, después de morir, resucitó. Esto significa que se hizo presente y sigue presente entre nosotros y llama a todos a vivir como él vivió, para después poder seguir viviendo con él en la vida que nunca se acaba.

Este estar presente de Jesús resucitado después de su muerte, le explica muy bien el evangelio de los discípulos de Emaús. Estos discípulos están frustrados. Todo lo que Jesús había enseñado parece que ya no tiene sentido, teniendo en cuenta su muerte en cruz y su desgracia pública. Es curioso: sus palabras son las mismas que entusiasmaban a la multitud, se recuerdan sus actos y sus curaciones, pero ahora no provocan entusiasmo, más bien provocan que estos dos discípulos se marchen hacia otro lado, en dirección contraria. Se van incluso habiendo escuchado ya un primer mensaje de la resurrección, pero sin haberlo creído… “algunas mujeres han dicho…”; pero total, ¿quién puede hacer caso de algunas mujeres en algo tan serio…? Con todo, Jesús se hace presente, sin reconocerlo, camina con ellos en su misma dirección, a pesar de ser contraria a la del lugar de su Resurrección y de su mínima e incipiente comunidad de creyentes. Y caminando con ellos, no fuerza nada, va hablando, va contando hasta que en el momento de compartir el pan, lo reconocen. Entonces todo tiene sentido: sus vidas, las palabras de Jesús, ¡incluso lo que habían dicho las mujeres! A partir de ahí la vida de estos discípulos como la de todos los demás que hemos venido detrás, estará acompañada de la presencia de Jesús resucitado y de la esperanza de reunirnos con él en nuestra resurrección.

La diferencia que aporta la vida cristiana a una filosofía de vida es esa intimidad que Cristo resucitado nos hace posible con Él, por su Espíritu Santo enviado y en la comunión de Dios Padre, por todos los días de la vida única. Ésta y la futura.

Por eso hoy oramos por los difuntos, para que se cumpla su bautismo, para que su vida en Jesucristo aquí, tenga la continuidad y la plenitud de la comunión con Dios en la eternidad. Este último año nuestra comunidad ha rogado que esta realidad de vida plena fuera verdad para nuestro hermano el Padre Anselm Parés que murió el pasado 29 de mayo, después de veinticinco años aproximadamente de ser monje. A la esperanza de que Dios, por su misericordia, le haya perdonado y acogido, añadimos la acción de gracias por sus muchos ejemplos de piedad, paciencia, discreción y fe. Sí. Nuestros hermanos difuntos también pueden sernos, por su ejemplo, una exigencia para nosotros hoy, porque encarnan maneras de amar a Dios y al prójimo. Dejémonos inspirar por ellos.

Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús resucitado al partir el pan. En cada eucaristía el Señor nos da esa posibilidad porque se hace presente. Pongamos toda nuestra atención para reconocerlo vivo entre nosotros con todas sus consecuencias.

Abadia de MontserratConmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2021)

Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2021)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de noviembre de 2021)

Apocalipsis 7:2-4.9-14 / 1 Juan 3:1-3 / Mateo 5:1-12a

 

La solemnidad de Todos los Santos que estamos celebrando nos coloca, queridos hermanos y hermanas, en lo que podríamos llamar una perspectiva final. Utilizando la imagen contemporánea del “pasar pantalla”, sería como si se nos permitiera ir a la última pantalla y ver lo que hay. No es extraño que sea el último libro de la Biblia, el Apocalipsis el que mejor describe esta pantalla final y todo lo que pasará, por eso también se le ha llamado libro de la Revelación. En varios pasajes del Apocalipsis se habla de los santos, de una multitud de personas que alaban a Dios. ¿Quiénes son? Son muchos hombres y mujeres que han vivido antes que nosotros y que han llegado ya a la pantalla final, la que aparece no en esta vida sino cuando precisamente esta vida se termina. De muchos de ellos, de todos los santos, de todos los que hoy conmemoramos, sabemos que en esta pantalla han encontrado a Dios, han encontrado la plenitud del amor de Dios. Esa plenitud es lo que habían intentado vivir mientras vivían en la tierra, con las debilidades y defectos que ellos mismos tenían y que ahora han cesado, porque allí donde está la plena comunión con Dios, cesan las carencias de este mundo.

Estas expresiones como plenitud del amor o de la comunión con Dios, son formas de explicar la realización de la vida, muy especialmente de la vida cristiana. En la liturgia de la Palabra de hoy, todavía hemos leído otra expresión similar: Ver a Dios. La primera carta de San Juan nos lo decía: Cuando Dios se manifestará: esto es en la última pantalla, veremos a Dios tal y como es. También una de las bienaventuranzas que hemos leído en el Evangelio habla especialmente de esto: Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.

Aunque lo de ver a Dios pueda parecer algo muy abstracto, muy teórico, ver a Dios debería ser una aspiración de cada día para todos. La solemnidad de hoy recuerda vidas concretas de hermanos y hermanas nuestras que han vivido queriendo ver a Dios. Aquellos que llamamos santos, son esos hermanos y hermanas nuestras que han caminado por la vida siguiendo a Jesucristo y su Evangelio. La Iglesia, consciente de que sólo puede reconocer de forma oficial y pública la santidad a algunos de los que han hecho este camino, incluye en la solemnidad de hoy a los santos anónimos, aquellos que Dios reconoce y que quizás nunca serán conocidos. Siempre me ha impresionado que estos santos anónimos se incluyan en una celebración más solemne que la de algunas figuras eminentes y destacadas de la historia eclesial. Tan importante es para Dios esa vida escondida, esa santidad que Él sí conoce.

¿Pero qué nos dice a nosotros hoy esta realidad tan grande de personas que han vivido haciendo el bien? Nos enseñan que es posible vivir como cristianos y realizarse plenamente. Muy a menudo he intentado explicar la vida cristiana como un camino:

En este camino, Dios nos pone un objetivo difícil, casi imposible: la santidad: La oración de después de la comunión de hoy nos dice que la santidad es la plenitud del amor de Dios, por tanto que la santidad es lo que estas expresiones: plenitud, comunión y visión de Dios, significan.

En este camino, Dios, a veces hace que nos demos cuenta de dónde estamos nosotros y dónde está el objetivo. Y si bien podríamos caer en un cierto desánimo por la distancia entre una cosa y otra, lo importante es hacernos en este preciso momento conscientes de la misericordia de Dios, porque buena parte del camino hacia la plenitud empieza en el realismo de lo que somos. Cuando nos ponemos con esta sinceridad ante Dios, Él mismo nos da la fuerza para continuar y seguramente nos hace más claro y más presente el objetivo hacia el que avanzamos. Los hombres y mujeres santos lo son porque han hecho este camino, en el fondo tan humano, que es el camino del crecimiento y de la maduración cristiana.

La solemnidad de hoy debería ser compromiso en ese camino personal. ¿Qué puede ser hoy ese camino que nos propone Dios? El camino de Jesucristo en las bienaventuranzas, que dijo que seríamos felices hasta en condiciones extrañas y adversas: en el llanto, en la pobreza, en la persecución… Pero todas estas situaciones no tienen la última palabra, no son lo que sale en la última pantalla, al igual que nuestras debilidades, nuestros errores, todo lo que llamamos pecado tampoco tiene la última palabra en nuestra vida. Los santos no son quienes no tienen pecados sino quienes han sabido reconocerlos y por eso nos son un ejemplo cercano.

El horizonte que nos abre la solemnidad de hoy es un horizonte con Dios, pero como decía, antes de la pantalla final, deben pasarse unas cuantas. Es necesario pasar las pantallas de la vida. Las bienaventuranzas también nos invitan a ser muy sensibles con las realidades que describen. Nos invitan a ser parte de la “solución” o de la resolución que en cada una de las bienaventuranzas aparece como un segundo término, especialmente en aquellas bienaventuranzas que describen situaciones de los demás, situaciones sociales. No podemos recitar las bienaventuranzas y decirnos: ¡si los pobres son felices no hace falta hacer nada! Allí donde Dios nos quiere es en la resolución: esto es, a hacer algo por los pobres, a ser consuelo para quienes lloran, a colaborar en saciar el hambre y sed de justicia, en ser constructores de paz. Y atrevámonos a extender alguna bienaventuranza, pensemos que justicia y paz también es cuidar la tierra, nuestro planeta, estos días que todo el mundo está pendiente de los pasos que hay que dar para proteger la Creación. Si seguir las bienaventuranzas nos trajera algún problema, que nos consuele saber que sólo estamos siguiendo el camino del Evangelio y que el horizonte que nos espera es el de ver a Dios. Y no somos los primeros, ni seremos los últimos. Siendo los cristianos de hoy, nos toca ser el eslabón en la cadena de santidad de la Iglesia. ¡Qué reto! Siempre nos ayudará la comunión que formamos cuando recordamos a Jesús en la eucaristía, como estamos haciendo.

Abadia de MontserratSolemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2021)

Bendición del Abad Manel Gasch i Hurios – Palabras del P. Abad (13 de octubre de 2021)

Palabras del P. Manel Gasch i Hurios al final de la Eucaristía de su bendición abacial (13 de octubre de 2021)

 

Doy gracias a Dios por todo lo que hemos vivido hoy en esta celebración. Porque nos hemos sentido una comunidad que oraba e invocaba los dones del Espíritu Santo para fortalecer mi fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio en el servicio que mis hermanos me han encomendado como abad.

Una comunidad de oración abierta a todos los que estáis aquí, conscientes de que, si tal vez a todos no nos une la fe, sí compartimos la amistad, el respeto y la estimación por Montserrat. Una apertura que la tecnología ha extendido, como hace cada día, a través de los medios de comunicación a muchos hogares de fieles a los que quiero tener presentes en estas palabras, para hacerles sentir parte de nuestra asamblea, especialmente los enfermos y los ancianos .

«Acoged a todos» fueron las palabras que el Papa San Pablo VI dirigió al Abad Cassià M. Just y que han marcado la vida de nuestra comunidad. No podía ser de otro modo. Son palabras que también encontraríamos en el corazón de la espiritualidad de la Regla de San Benito y que estoy seguro que continuarán inspirándonos. El monasterio es siempre la casa de Dios y por lo tanto la casa de todos; para unos, los monjes, de manera estable y por los otros, los huéspedes, de manera pasajera, como Jesucristo que pasa; Montserrat es además la casa de la Virgen, de la Moreneta, de la Patrona de Cataluña, venerada por fieles y peregrinos de todas partes, la casa donde quisiéramos que todo el mundo se encontrara bien. Este santuario es el don que Dios ha hecho a nuestra comunidad y nos sentimos a la vez responsables y agradecidos.

Gracias en primer lugar al P. Manuel Nin y Güell, obispo titular de Cárcabo y exarca apostólico para los católicos de tradición bizantina de Grecia, que aceptó presidir esta bendición, con quien nos unen lazos de fraternidad y que, aportando un poco de la tradición de Oriente Cristiano ha hecho más católica, más universal, esta asamblea.

La comunión que personalmente me ha expresado, el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, mi ciudad de nacimiento, que hoy no puede estar con nosotros, y la presencia del Cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo emérito de Barcelona, y de nuestro obispo de Sant Feliu de Llobregat, Mons. Agustí Cortés, junto con la de los arzobispos de Tarragona y de Urgell, a este último le debo la ordenación presbiteral, más la presencia de obispos de todas las diócesis con sede en Cataluña y aún la del obispo de Mallorca, y la de todos los sacerdotes y diáconos que está aquí, nos dan cuenta de la profunda eclesialidad a la que estamos llamados los monjes de Montserrat: al servicio de las parroquias, de los sacerdotes y de los fieles. Un servicio que compartimos con tantos religiosos y religiosas, que nos complementamos en la diversidad de carismas y que avanzamos juntos en el discernimiento de la voluntad de Dios.

The monastic family couldn’t be higher represented in this celebration and I am most grateful to the most Reverend father Gregory, abbot Primate to have been able to attend it and to bring with him the communion and the prayer of the whole benedictine Confederation. Being just as we are a single monastery, your presence remind us that we are really part of something bigger than just us. Je remercie le Père Abbé Jacques Damestoy qui nous partage son amitié et celle de monastères français. También agradezco al Abad Guillermo, Presidente de nuestra congregación sublacense-casinense, a nuestros hermanos abades y monjes de los monasterios hermanos de El Paular, Silos, Leyre y Santa Brígida, que hoy nos acompañéis, así como la fraternidad de los abades y abadesas, monjes y monjas de los monasterios catalanes presentes aquí con quien compartimos la misión de hacer presente y viva la vocación monástica en nuestra tierra catalana.

La extensa representación del mundo civil, encabezada por el presidente de la Generalitat, Muy Honorable Sr. Pere Aragonés, la consejera de Justicia, honorable Sra. Lourdes Ciuró, la Delegada del Gobierno en Cataluña, Excma. Sra. Teresa Cunillera, la presidenta de la Diputación de Barcelona, Excma. Sra. Núria Marín, y todas las demás autoridades y representantes de entidades y medios de comunicación, nos recuerdan nuestra tradición de servicio especial a la sociedad y al pueblo de Cataluña, que se hace presente en toda su riqueza y variedad en Montserrat.

Nuestra comunidad de monjes no sólo estamos en Montserrat. Somos también monjes que nos dedicamos a nuestra diócesis de Sant Feliu de Llobregat o que vivimos en las casas del Miracle, en el Solsonès, y de Cuixà, el Conflent, que animamos la vida cristiana y espiritual de sus territorios; monjes que vivimos en Roma, colaborando con el ateneo universitario de San Anselmo; un monje que está en África, en Uganda, intentando mejorar la vida de los más pobres. Todos empezamos estas semanas una etapa nueva. No cambiaremos todos de lugar ni de trabajo pero sí que he pedido que nos pongamos juntos a escuchar.

En la proximidad del milenario del monasterio, en 2025, tenemos que ponernos a escuchar la voz de Dios, a escucharnos unos a otros, a escucharos a vosotros, convencidos de que si escuchamos, oiremos alguna cosa. Con la celebración del Milenario de Montserrat, el próximo 2025, queremos precisamente eso, acercar Montserrat a la sociedad. Nos gustaría que todo el mundo se sintiera suya esta celebración. Somos muy conscientes de que los mil años de Montserrat son también mil años de una sociedad con la cual han avanzado conjuntamente a lo largo de la historia. El Milenario es, a la vez, la oportunidad de proyectar Montserrat hacia el futuro. No empezamos esta etapa desde cero. Aquí cerca reposan los abades que restauraron el monasterio durante el siglo XIX e hicieron el Montserrat moderno. Mis antecesores que están aquí, los PP. Abades Sebastià M. Bardolet y Josep M. Soler son la memoria viva de la guía de la comunidad en los últimos más de treinta años. Ya lo he hecho públicamente, pero no puedo dejar hoy especialmente de agradecer a Dios y a él, los veintiún años de abadiato del P. Abad Josep M. Tenerlo entre nosotros, me da una gran seguridad y un gran confort.

Todos ellos, encabezados por los mártires que hoy conmemoramos, con todos los monjes que nos han precedido desde el cielo o desde la tierra, velan por nosotros e interceden ante el Señor, para que nos haga hombres de oración, de acogida y testimonios de bondad y de paz. Una comunidad que en estos momentos difíciles, después de la pandemia, sea capaz de dar esperanza verdadera a todos y solidarizarse con los que más sufrirán los efectos.

Finalmente quisiera dedicar unos agradecimientos más personales a los que también están aquí. A mi madre que tengo el placer que me acompañe hoy, y a mi padre, que nos dejó hace justo un año, a causa del Covid, a quienes debo la vida, la fe y el primer amor en Montserrat y que es bien presente. A mis hermanos, cuñadas, tíos y todo el resto de la familia por todo el camino que hemos hecho juntos y el que aún haremos. A los amigos, fieles durante tantos años y de los que espero que continuaremos siendo sencillamente amigos. Al Hermano Pedro de la comunidad de Taizé, lugar esencial de mi vida. To father Jonathan and to father Paul from the Church of England for so many years of friendship, and for taking the trouble to come from England to a such long celebration being unable to understand a word of it. También agradezco que estéis aquí tantos colaboradores y trabajadores de Montserrat tan cercanos en los últimos diez años de mi vida, en mi tarea de administrador-mayordomo y todos los que formáis la amplia familia montserratina: los oblatos, los cofrades, los Antiguos Escolanes.

Gracias especialmente a vosotros escolanes porque nos habéis ayudado a orar con la música y porque nos hacéis pasar tantas horas hermosas con vuestro canto y nos demostráis vuestra capacidad de sacar adelante tantos proyectos extraordinarios aun siendo tan jóvenes. Me acuerdo de vuestras familias y de la Capella, con algunos de los cuales compartíamos hace «sólo» quince años, educación, conciertos y viajes…

Y a todos los que sé que habéis trabajado mucho para garantizar la organización y la seguridad de este acto. A todos gracias de corazón.

Y quiero terminar recordando dos personas importantes en mi vida y que hoy no están aquí debido a la salud: monseñor Antoni Vadell, buen amigo de hace 25 años y el P. Ramon Ribera Mariné, formador mío en el noviciado y el juniorado. Que puedan recuperarse pronto.

Y si me he dejado alguien, quiera perdonarme. No ha sido con mala intención.

Pongámonos, pues, en camino bajo la mirada de la Virgen, la Rosa de Abril que desde Montserrat ilumina la catalana tierra, el mundo entero y nos guía hacia el cielo.

Abadia de MontserratBendición del Abad Manel Gasch i Hurios – Palabras del P. Abad (13 de octubre de 2021)