Domingo XXV del tiempo ordinario (24 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (24 de septiembre de 2023)

Isaías 55:6-9 / Filipenses 1:20-24.27 / Mateo 20:1-16

 

Si vamos al «ChatGPT» y le preguntamos «¿Qué es un Reino?», nos dirá que «el término «reino» hace referencia a un área geográfica o política gobernada por un monarca». Y si le pedimos «¿Qué es el Reino de Dios?», nos dirá que, a diferencia del reino, «no es un lugar físico concreto, sino más bien una realidad espiritual que influye en el mundo físico y en las vidas de las personas”, que “está regido por valores como el amor, la justicia, la paz, la comprensión y la compasión”, y que “representa el orden divino y la armonía que Dios desea establecer en el mundo y en las vidas humanas”. La definición no está mal… Pero, al fin y al cabo, la IA se basa en lo que antes han escrito las personas, y las personas nunca podremos encontrar palabras suficientemente precisas para describir lo que Jesús conocía perfectamente, pero que para contárnoslo necesitó nada menos que 37 parábolas, una de las cuales es la de los trabajadores de la viña que nos acaba de ser proclamada.

El evangelista Mateo sitúa la parábola que acabamos de escuchar como una ampliación de la respuesta que Jesús dio a un joven rico, que en cierta ocasión le pidió: «Maestro, ¿qué de bueno debo hacer para obtener la vida eterna?». Jesús le respondió que, “para entrar en la vida”, “para entrar en el Reino de los Cielos” debía vivir prescindiendo de las riquezas. Y como el joven rico lo encontró muy difícil de hacer, Jesús explicó a continuación la parábola que hoy nos ocupa. Para entrar en el Reino de Dios, simbolizado por la viña, basta con quererlo. Pero como toda decisión implica una renuncia, para entrar en el reino de Dios es necesario que no estemos preocupados por las riquezas. La economía que se mueve allí es otra: es la generosidad sin medida, es el amor llevado al máximo. Dios, representado en la parábola por el dueño de la viña, acoge a todo el mundo, emplea a todo el que esté dispuesto a trabajar —en otras palabras, da una responsabilidad a cada uno. Y no sólo eso, sino que, además, nos retribuye a todos por igual; porque el Reino de los cielos no se rige por las leyes humanas. Como decía Isaías en la primera lectura “los pensamientos de Dios no son los de los hombres, y los caminos de los hombres no son los de Dios, sino que los pensamientos del Señor están por encima de los nuestros “tanto como la distancia del cielo a la tierra». La ley que rige el Reino de Dios no está condicionada por las limitaciones humanas, y por eso, para entrar en ella, debemos renunciar a cosas que aquí nos parecen imprescindibles, pero que no lo son tanto.

Esta plaza donde nos encontramos con el dueño de la viña, es la Eucaristía que estamos celebrando. La Misa de cada domingo es para nosotros el lugar en el que nos encontramos con Dios que quiere darnos trabajo, que quiere acogernos en su viña (en su Reino) y pagarnos a todos con el mismo salario: todos los que hoy estamos aquí hemos recibido el denario de su palabra, su mismo mensaje, y ahora recibiremos los mismos dones eucarísticos, seamos quien seamos, vengamos de donde vengamos.

Y ésta es otra posible interpretación de la parábola: los distintos trabajadores que se presentan a distintas horas del día, pueden significar las distintas edades de la vida en las que se puede oír la llamada de Dios. Tanto si somos ancianos como jóvenes, tanto si hemos oído el Llamamiento de Dios desde pequeños como si la hemos oído de mayores, todos estamos llamados a entrar en el Reino de Dios y ser remunerados por igual con el amor y la misericordia infinitas que Dios quiere darnos. Cada uno de nosotros sabe qué motivos le han llevado a venir hoy aquí: puede que, habiendo oído la llamada de Dios desde siempre o teniendo un compromiso de vida, hayamos venido hoy a Misa con toda la intención de encontrarnos con Dios. Pero también puede que hayamos venido por casualidad, o por otros motivos: por una celebración familiar, para cantar (o para escuchar un buen corazón), porque es tradición venir con la romería de nuestro pueblo o, simplemente puede que nos hayamos encontrado con la Misa haciendo zapping en casa mirando la televisión… Sea como sea, estamos aquí. Y el Señor lo aprovecha para decirnos que nos quiere a todos, seamos de la hora que seamos. Y al tiempo que nos da a todos la abundancia de su amor, también nos recuerda que nosotros podemos hacer lo mismo con los demás: si Dios es providente y nos sentimos gratificados por los dones que nos ha hecho, ¿por qué no hacemos nosotros lo mismo con las personas que tenemos en nuestro entorno? Podemos ser una imagen del amor y la generosidad de Dios si hacemos lo que nos toca con amor, con generosidad, con espíritu de servicio para con los demás, si utilizamos nuestras habilidades para ayudar a los demás. Y todavía podemos intentar sacar un último ejemplo: el Señor nos pide que no tengamos envidia ni nos comparemos con los demás; da igual si somos de los últimos como de los primeros, porque una vez estamos en el ámbito del Reino de Dios, todos seremos recompensados de la misma manera. No nos dé miedo, pues, si sentimos la llamada de Dios, de escucharla y prestarle atención; lo que Dios quiere por nosotros debe ser, necesariamente, bueno.

 

Abadia de MontserratDomingo XXV del tiempo ordinario (24 de septiembre de 2023)

Domingo XXIV del tiempo ordinario (17 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (17 de septiembre de 2023)

Sirácida 27:30-28:7 / Romanos 14:7-9 / Mateo 18:21-35

 

Hermanos.

Seguramente que algunos de ustedes tienen o han tenido alguna deuda o crédito para pagar. Vivimos en la era de las deudas económicas: las estadísticas sociológicas coinciden en que gastamos más de lo que tenemos porque acudimos mucho al crédito, un dinero “virtual” que existe en el futuro, pero el crédito nos permite disfrutar de un coche nuevo, unas vacaciones, una reforma, etc. Este tipo de deudas quedan bien registradas a través de contratos. Y si no lo pagas, ya sabéis. Pero ¿somos igualmente conscientes de nuestras deudas no monetarias, inmateriales?

El evangelio de hoy nos ha narrado una parábola que nos hace ver cómo Dios actúa, cómo nos enseña con su perdón y nos ayuda a perdonar. Es la parábola del siervo despiadado, que era un alto funcionario del rey, y le había sido perdonada la increíble deuda de diez mil talentos; pero luego él no estuvo dispuesto a perdonar la deuda, ridícula en comparación, de un poco de dinero que le debían: ese contraste significa que cualquier cosa que debamos perdonarnos mutuamente es siempre poco comparada con la bondad de Dios que perdona infinitamente.

Todos tenemos deudas espirituales, bienes espirituales que hemos recibido como un don y que superan lo que podríamos devolver: el cariño y el sacrificio de nuestros padres, la fidelidad de los amigos, la educación de nuestros maestros y catequistas… Y seguramente que, mirando hacia atrás, vemos nuestros errores y fallos, nuestra falta de correspondencia a tanto como hemos recibido. Se trata de nuestros defectos, y sobre todo de nuestros pecados, en los que el amor es traicionado.

Y así se va escribiendo la lista de nuestras deudas. Una lista que podemos llevar hasta el último escalón: el gran amor que Dios nos tiene, que se manifiesta en su misericordia: Dios desea que todos sus hijos practiquemos la misma medida que Él utiliza con nosotros. La cuenta en rojo de nuestras deudas con el Señor son nuestros pecados. Sólo la humildad frente a su mirada misericordiosa es la respuesta apropiada para saldar los números rojos. Sólo Dios salva, redime, pues sólo Él llega a lo profundo del corazón para restaurarlo.

El evangelio de hoy nos invita a no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha al otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de las disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias disculpas.

San Bernardo en el siglo XII enseñaba que para perdonar es muy conveniente pensar bien de los demás, aunque parezca difícil. Decía lo siguiente: «Aunque veáis algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadlo en vuestro interior. Excusad la intención si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, todavía podéis créelo así y decid en vuestro interior: la tentación habrá sido muy fuerte». Hasta aquí san Bernardo, que nos ha recordado el deber de amar a los enemigos, a los deudores, a los que nos molestan. Es necesario amarlos porque esperamos en su conversión y salvación.

Fácilmente encontramos deudores en nuestro día a día, quien pone el televisor demasiado alto, quien hace ruido o simplemente es un mal educado. En cualquier caso, es necesario comprenderlo, mantener la calma y sonreír. Que la Virgen María nos lleve a progresar en el verdadero amor sin retórica.

 

Abadia de MontserratDomingo XXIV del tiempo ordinario (17 de septiembre de 2023)

Domingo XXIII del tiempo ordinario (10 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Lluís Planas, monje de Montserrat (10 de septiembre de 2023)

Ezequiel 33:7-9 / Romanos 13:8-10 / Mateo 18:15-20

 

P. Lluís PlanasHoy podríamos poner un gran rótulo que nos recordara, a todos los que formamos parte de la comunidad que quiere seguir a Jesús, la importancia de la corrección fraterna. Pero creo que, si nos quedamos aquí, nos quedaríamos cortos, si entendemos que se trata de corregir una falta moral, o una debilidad o fragilidad humana únicamente. Porque tanto en la lectura del profeta Ezequiel, como en el mismo evangelio, el acento a la corrección está puesta en el pecado. Así en la primera lectura ponía en la boca de Dios: «Si yo amenazo al pecador con la muerte…y no le adviertes que se aparte del camino del mal». En el evangelio nos lo decía de otro modo, pero muy parecido, ponía esta expresión en la boca de Jesús: «Si tu hermano peca, ve a encontrarlo…» Es necesario pues darse cuenta de qué debemos entender por pecado… En la tradición bíblica pecar es apartarse de Dios. Toda comunidad que se confiesa cristiana, su objetivo es mirar en dirección hacia Dios. Desviarse de este horizonte es entrar en el camino donde no está Dios, es decir, como el propio evangelio nos recordaba, propio de paganos, hoy quizás podemos decir aquellos que buscan espiritualidades alternativas a lo que nosotros llamamos Dios y sobre todo Jesucristo; o de publicanos, aquellos que más bien están obsesionados por dinero por encima de todo.

Jesús ha recordado, «Si tu hermano peca, ve a encontrarlo». El hermano que peca, es hermano de todos los que formamos la comunidad. Por tanto, es la responsabilidad es de todos. Probablemente podemos tener la tendencia de pensar que esto es la responsabilidad de unos pocos. Pero Jesús ha ido implicando progresivamente, si no existe una respuesta adecuada, primero uno o dos más, después toda la comunidad reunida. Quisiera subrayar esto: la comunidad debe reunirse junta. Al fin y al cabo, la responsabilidad de la posible existencia del pecado en el seno de la comunidad, en el seno de la Iglesia, es de todos.

El fragmento de la carta a los romanos nos ha explicado cómo debe ser el encuentro con el pecador. «La única deuda vuestra debe ser la de amarle». Ha puesto un ejemplo de lo que implica amar. Fijémonos con los ejemplos que ha puesto: «no cometer adulterio, no matar, no robar, no desear lo otro» en el fondo es el respeto profundo a la integridad del otro. No le quites lo suyo, lo que tiene. Puede ocurrir, y ocurre demasiado a menudo, que, en la iglesia, está el dedo que señala severamente, el pecador, humillándolo. Yo creo que cuando se hace así no hay amor, respeto. Si se lleva al corazón, se vive intensamente el principio: «ama a los demás como a ti mismo» como nos ha recordado la epístola, probablemente, nos fijaríamos mejor cuáles son los sentimientos que tienes cuando te acercas al que te ha hecho daño. Si nos dejamos dominar por los sentimientos como la ira, el desprecio, la descalificación totalizante, en la mirada al pecador no estará la profundidad de la mirada de Jesús. A ninguno de nosotros nos gusta tener la sensación de que te miran con estos sentimientos negativos. Y nos sentimos aliviados con la mirada de Jesús.

La mirada hacia Dios que debe tener toda comunidad, y como la que ahora estamos reunidos celebrando el don del amor de Dios, tiene una fuerza tan grande, que podemos sentir en nuestro interior cómo se hace verdad las últimas palabras del evangelio de hoy: «donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» Sí, todos y cada uno de nosotros que estamos ahora aquí, y también quienes también nos siguen por televisión y por la radio. Todos, todos, dejémonos coger por estas palabras de Jesús: yo estoy aquí en medio. 

Abadia de MontserratDomingo XXIII del tiempo ordinario (10 de septiembre de 2023)

La Natividad de la Virgen y profesión del G. Frederic Fosalba (8 septiembre 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de septiembre de 2023)

Miqueas 5:1-4a / Romanos 8:28-30 / Mateo 1:1-16.18-23

 

Con la gente famosa o conocida, por las razones que sea, desde los santos hasta los deportistas, o también con la gente que amamos especialmente, tenemos una tendencia natural a conocerlos más y mejor, y por tanto a saber dónde han nacido, quiénes son sus padres, dónde han estudiado, con quienes viven y tantas otras cosas personales. Esto lo hacemos para tener perspectiva, que es una palabra que significa “mirar a través de”, o también “mirar más profundamente”.

Estimando cómo amamos a Jesucristo no es extraño que desde el principio todo lo que le rodeó en el tiempo de su vida en la tierra, haya sido un tema de interés profundo, un intento de tener una perspectiva mejor para comprender quién es Él, qué quiso decir su vida, qué ocurrió después de su muerte. Él es el foco al que se dirigen todas las miradas, él es también la luz que ilumina estas perspectivas que lo contemplan. De todas las personas de su entorno, el lugar privilegiado de su madre, Santa María forma parte de nuestra fe y de la revelación cristiana. Por eso en algunas fiestas marianas celebramos los momentos de la vida de la Virgen María como pre-historia de Jesucristo, ya sea en su Inmaculada Concepción, en su Natividad, hoy, o en el momento de la Anunciación y en otras fiestas, como la Asunción de Santa María al cielo, en que celebramos, podríamos decir, la post-historia de Jesucristo, todo lo que continuó después, con su resurrección, que es ya historia de la comunidad cristiana.

Nos admira pues esta presencia de María, antes, durante y después de Jesucristo, como envolviendo la vida de su Hijo, siendo realmente Arca de la Nueva alianza.

De este modo, al igual que algunos objetos nos ayudan a comprender sus matrices, Santa María es por tanto una perspectiva, la mejor perspectiva de Jesucristo, nos ayuda a mirarle y mirarle con más profundidad. La Virgen nos ayuda a entender a Jesucristo, aunque Él como el modelo de toda la humanidad, es también el origen de su propia madre de quien decimos poéticamente en una antífona: “Eres madre del que te ha creado”.

Perspectiva también es una palabra que se puede entender como un sinónimo en el sentido de ser un buen punto de vista. Todo lo que hace la Biblia es darnos mejores perspectivas para conocer a Dios y para comprender a Jesucristo.

Un ejemplo para que los escolanes lo entendáis es que tenemos muchas personas en la historia que son como microscopios o telescopios, es decir, instrumentos que nos ayudan a ver con mucho más detalle una realidad o a ver lo que por estar tan lejos no veríamos o nos costaría ver. Estos instrumentos nos dan perspectivas. A Dios nadie le ha visto nunca, pero por Jesucristo, ante todo, y por Él, con la Virgen María y con todos los santos y profetas, tenemos estos instrumentos que sí nos permiten ver, conocer y amar a Dios.

Centrándonos sólo en la primera lectura de la misa de hoy, encontramos la óptica del profeta Miqueas, una visión previa al Mesías, que reconocemos en Jesús de Nazaret, en la que nos dice que ese que está por venir será el que traerá la unidad y la paz. La unidad porque nos decía el profeta que este Mesías hará volver a todos a casa.

Como cristianos quisiéramos ser testigos de unidad y de paz. Son dos insignias mesiánicas, aplicadas a Cristo, que amamos especialmente los monjes benedictinos.

La unidad, por la que nuestras comunidades querrían ser signos de una iglesia que acoge a los hijos y las hijas de Dios como una sola familia. Aquí en Montserrat la presencia de la Virgen María, nos da una referencia más fuerte a estos vínculos fraternales y familiares que quisiéramos tener entre nosotros y con todos. Una unidad que queremos vivir en comunidad, una familia que hoy se hace algo mayor con la profesión solemne, esto es el compromiso definitivo a vivir como monje en este monasterio de Montserrat, de nuestro hermano Federico. Dios bendice ese buen deseo de unidad que acompañamos cantando el salmo, “qué bueno y agradable vivir todos juntos los hermanos”.

Dios hace de nuestra comunidad un signo de una mayor unidad, la de la Iglesia, que a su tiempo quiere simbolizar la de toda la humanidad. En un mundo tan dividido, con tantas guerras, violencias, explotaciones, tanto daño que me atrevo a decir que tiene su origen en una mirada individualista, protectora siempre de lo mío, debemos recordar que todos los seres humanos estamos llamados a ser uno en Jesucristo. El signo generoso y sencillo de esta mañana, de optar por una vida en común según la llamada de Jesucristo, es una esperanza para todos los que creemos en Dios y en las posibilidades de las personas humanas.

También la paz es amada en los monasterios. San Benito en su Regla la pone como uno de los bienes que el monje debe buscar y conseguir. La paz que deseamos a todos los que entran en nuestro santuario, en el monumento llamado precisamente Pax Vobis, en la carretera antes de la curva de los Apóstoles. Una paz que debe empezar en una reconciliación dentro de nosotros, escuchando qué nos pide la voz de Dios y procurando ser dóciles.

Unidad y paz son formas de vivir Jesucristo. Lo son para los cristianos y lo son por los monjes. Siguiendo el ejemplo de Santa María, viviendo así, reflejamos la luz de Cristo y nos volvemos también nosotros perspectivas de Cristo. Y lo más increíble es que cada uno es una perspectiva necesaria, única e insustituible en la familia cristiana.

Tu donación a Dios hoy, Federico, te lleva a ser servidor como María. Ella, siendo quien era, no dudó en reconocerse pequeña ante la grandeza de Dios. Imitemos esta humildad que es la mejor virtud, imprescindible para ser discípulos en esta escuela que es el monasterio y bajo la instrucción de la Regla de Sant Benito. Ninguna palabra mía podría igualar las que rezaremos en la oración de consagración. Escúchalas bien. Está todo.

Los escolanes saben bien que desde hace un año el hermano Frederic es el subprefecto de la Escolanía. Por tanto, el sitio principal, no el único, donde en nombre de la comunidad le he pedido que se haga servidor de Jesucristo. Me gusta deciros esto y que lo entendáis. La vocación de Federico, como la de todos nosotros no es ser maestro o educador, es ser monjes. Todo lo que hacemos por vosotros, muy especialmente los monjes que están en la Escolanía, lo hacemos por amor a Jesucristo, a Montserrat y también a la Escolanía que es una parte de Montserrat.

¡El monasterio pide a estos hermanos que busquen esta paz y esta unidad entre vosotros! Es un reto importante, ¿no? ¡Ponédselo un poco fácil! Dios también quiere de vosotros que viváis unidos y en paz, y cantar juntos todos los días a la Virgen, la Reina de la paz, es una muy buena escuela. Cuando cantáis siempre estáis unidos y en paz. ¡Aplicadlo a la vida!

En la unidad, en la paz, en el servicio, Jesucristo te llama a comprometerte. A consagrarte, que es retirarte para descubrir quién eres y poder ofrecerlo a los demás. La consagración al amor, a la vida y a la verdad son una forma de vincularse más profundamente a la humanidad. En un proceso que no acaba hoy, sino que es como un círculo que empezó cuando decidiste emprender ese camino y que se irá repitiendo hasta el final.

Sólo Él, Jesucristo, es capaz de pedir esto y de llevarlo a plenitud, Él da la luz y la gracia para que con todo lo que eres y tienes, seas siempre una perspectiva, un punto de vista desde donde se le vea a Él.

Y nosotros no podemos hacer otra cosa que darle gracias por todo esto.

Abadia de MontserratLa Natividad de la Virgen y profesión del G. Frederic Fosalba (8 septiembre 2023)

Domingo XXII del tiempo ordinario (3 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad emérito de Montserrat (3 de septiembre de 2023)

Jeremías 20:7-9 / Romanos 12:1-2 / Mateo 16:21-27

 

He escogido tres frases, una de cada lectura, para centrar nuestra atención en este momento de la eucaristía dominical en la que el P. Abad Manel celebra las bodas de plata de profesión y renueva su compromiso monástico. Se trata, queridos hermanos y hermanas, de tres frases que mutuamente se potencian a nivel espiritual y que son básicas en nuestra vivencia cristiana y monástica.

La primera frase es del evangelio. Después de anunciar que debe sufrir pasión, debe ser muerto y que resucitará, Jesús dice: Si alguien quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo que tome su cruz y me acompañe. Son palabras exigentes, que nos cuesta admitir, tal como a Pedro le costó admitir que la misión de Jesús pasara por el sufrimiento. El apóstol acababa de reconocerlo como Mesías, pero tenía un concepto demasiado humano de la misión mesiánica. Y por eso se escandaliza de las palabras de Jesús que hablaban de sufrimiento y de muerte y se puso a regañarle. El Señor, sin embargo, le acalló inmediatamente porque Pedro no pensaba según el plan establecido por Dios, sino de una manera demasiado humana.

Jesús nos enseña que sus discípulos debemos hacer un camino parecido al de él: seguirlo con la propia cruz, cada uno con la que le acarree la vida. Dicho de otra forma. El discípulo de Jesús debe morir a las ambiciones y en los egoísmos que se le presentan, y que son propios de una mentalidad no evangélica. Y debe gastar la vida en favor de los demás. Jesús nos propone, pues, una nueva forma de existencia: una vida dada a Dios y a los demás, según el nuevo orden de valores del Evangelio. Quien lo vive amando encuentra que el amor engendra vida, que el sufrimiento se vuelve fecundo, que la obediencia a la palabra de Jesús libera, que gastar y perder la vida a favor de los demás se convierte en una ganancia, porque la muerte no es la última palabra. La muerte desemboca en la resurrección. Quien pierda la vida de este modo por amor a Jesucristo, encontrará la felicidad verdadera y cuando el Señor vuelva glorioso recibirá la recompensa de vivir para siempre con él.

La segunda frase que he escogido es de la segunda lectura, de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma. Les dice: os pido, por el amor entrañable que Dios nos tiene, que le ofrezcáis todo lo que sois como una víctima viva, santa y agradable. Dar la vida a Dios y a los demás tal y como nos pide Jesús en el evangelio de hoy, es un culto agradable a Dios. Le ofrecemos para corresponder, desde nuestra insignificancia, al entrañable amor que él nos tiene. Porque tomar nuestra cruz y hacernos seguidores, discípulos, de Jesucristo es para corresponder al amor con el que somos queridos. Para corresponder no debemos amoldarnos al mundo presente, dice san Pablo. Nuestros criterios, nuestra forma de hacer y de vivir no deben ser según las pautas egoístas que suelen imperar en la sociedad, sino que debemos discernir cuál es la voluntad de Dios en lo concreto de nuestra vida para amar más, servir más, darnos más. Así la vida cristiana se convierte en un culto existencial ofrecido a Dios, en una liturgia viva, según el modelo que encontramos en Jesucristo ofreciendo toda su vida al Padre.

Y la tercera frase escogida proviene de la primera lectura, del profeta Jeremías: Me habéis seducido, Señor, y me he dejado seducir, decía. El profeta se lamentaba amargamente porque la gente se reía de él y le escarnecía cuando anunciaba la palabra de Dios y llamaba a la conversión ante las infidelidades del pueblo. Estaba desolado y experimentaba que no podía continuar la misión que Dios le ha confiado. Estoy rendido de tanto aguantar, ya no puedo más, decía al final de la lectura. Pero, sin embargo, sentía en su corazón un fuego que ardía, que no le permitía dejar su misión. Experimentaba que el Dios que le había seducido y por el que libremente se había dejado seducir, era más fuerte; no podía rehuirlo, debía dejar que Dios tuviera la última palabra, que es siempre una palabra de compasión y de salvación.

Me ha seducido, Señor, y me he dejado seducir Ésta es la razón fundamental que tenemos los cristianos, y los monjes, para darnos a Dios y a su Hijo Jesucristo. La única razón para procurar vivir siguiendo a Cristo con nuestra cruz, a veces con fatiga o encontrando la incomprensión de la gente. La única razón para dar la propia vida es que Dios por Jesucristo nos ha seducido. Es decir, nos ha atraído, nos ha cautivado y ganado nuestra confianza. Y, por eso, con toda libertad nos hemos entregado a él porque sólo él tiene palabras de vida eterna (Jn 6, 68). Dejemos, pues, que el amor del Señor nos atraiga más para acoger generosamente nuestra cruz, para vivir con abnegación la ofrenda espiritual de nuestra vida en servicio de los demás.

Hoy, como he dicho al principio, damos gracias por los dones que Dios ha hecho a lo largo de los veinticinco años de vida monástica de nuestro P. Abad Manel, en el momento en el que se dispone a renovar los compromisos de su profesión. Entonces, en 1998, fueron tres novicios que profesaron: el P. Abad Manel, el P. Juan Carlos Elvira (que el Señor llamó hacia él prematuramente hace seis años) y el P. José Antonio Martínez (actualmente monje del monasterio hermano de Santo Domingo de Silos y que hoy se encuentra entre nosotros). Ser monje comporta tomar cada día con abnegación la propia cruz y seguir a Jesucristo en el servicio de los hermanos. San Benito lo dice con otras palabras. Habla de participar “de los sufrimientos de Cristo con la paciencia” a fin de merecer “de compartir también su Reino” (cf. RB Prólogo, 50) y esto porque el monje debe procurar no anteponer nada absolutamente a Cristo (cf. RB 5, 72, 11), por el que se siente seducido.

Querido P. Abad Manel: la fidelidad a tu compromiso monástico de hace veinticinco años, te ha llevado, por designio de Dios y la elección de la comunidad, a asumir el servicio abacial en nuestro monasterio. Y, por tanto, a vivir un plus de abnegación y un plus de unión con Cristo. Porque el servicio abacial, que san Benito describe como imitación del Buen Pastor (cf. RB 2, 8; 27, 8), es “officium amoris”, por decirlo con palabras san Agustín (cf. In Io. Ev .Trat., 123, 5). Es una tarea de amor que implica dinamismo y exigencia personal, solicitud y misericordia hacia los hermanos. Y, por eso, pide una mayor intimidad con Jesucristo, aquél que te sedujo desde tu juventud y por quien te dejaste seducir. Y del que quieres escuchar cada día su voz, tal y como dice tu lema abacial (cf. Ps 94, 7).

Hoy, pues, damos gracias contigo por tu vocación monástica, por tu fidelidad. Y aún damos gracias por la fidelidad que Dios te ha tenido en estos veinticinco años de vida monástica y ya antes desde el bautismo. Damos gracias también por tu servicio abacial iniciado hace un par de años. Y sobre todo hoy, de manera particular, oramos por ti.

Que el Señor con la fuerza del Espíritu Santo, y por las oraciones de Santa María, Madre de monjes y Señora de Montserrat, siga llevando a buen término la obra que empezó en ti con la profesión, que te siga sosteniendo en tu camino monástico y en tu ministerio abacial, con la responsabilidad comunitaria, eclesial y social que conlleva en Montserrat. Que te haga el don de experimentar cada día más “la inefable dulzura del amor” (RB Prólogo, 49) en el gozoso seguimiento de Cristo.

Abadia de MontserratDomingo XXII del tiempo ordinario (3 de septiembre de 2023)

Domingo XXI del tiempo ordinario (27 de agosto de 2023)

Homilía del P. Anton Gordillo, monje de Montserrat (27 de agosto de 2023)

Isaías 22:19-23 / Romanos 11:3-36 / Mateo 16:13-20

 

Estimados hermanos y hermanas:

La primera lectura de Isaías y el evangelio de hoy nos hablan de llaves, símbolo de poder: a Eljaquim le eran dadas las llaves del palacio de David, y a Simón Pedro las llaves del Reino de los Cielos. Pensamos que esto estuvo escrito en una época que no era fácil de hacer copias de las llaves, no había ni passwords ni llaves biométricas. Así, el poseedor de la llave podía dejar las puertas bien cerradas o estar seguro de quedaran abiertas, sin miedo a ningún hacker. Este hecho de dar las llaves, de dar a una persona ese símbolo de poder, nos está hablando de la confianza que muestra quien da esa llave. Nos habla de la confianza que Jesús tiene en Simón Pedro, en sus capacidades porque es capaz de ver que Jesús «es el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16:16).

Confianza. Confianza de Dios que, si bien la da de forma eminente a Simón Pedro, de alguna manera, también se extiende al resto de los cristianos y cristianas porque por el bautismo, todos y todas hemos sido consagrados y hemos sido llamados a ser sacerdotes, reyes y profetas. Es decir, que todos los laicos y laicas participan del sacerdocio de Cristo, en su misión profética y real (1); son un “linaje escogido, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquel que le ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). “Los bautizados, en efecto, por la regeneración y la unción del Espíritu Santo, están consagrados a ser una habitación espiritual y un sacerdocio santo” (2).

Hace unas semanas, el Cardenal Cristóbal López, Arzobispo de Rabat, me envió una homilía suya de ordenación de cinco presbíteros y diáconos, y en ella decía: “No faltan sacerdotes; lo que falta es que todo cristiano sepa y tome conciencia de que él es sacerdote (también las mujeres). (…) Faltan sacerdotes que despierten el sacerdocio de los demás y les animen y enseñen a vivirlo y ejercerlo. El sacerdocio ministerial debe estar al servicio del sacerdocio común de los fieles. La ordenación de cinco (presbíteros y diáconos) debe servir para despertar el sacerdocio de 500, de 5.000 o de 50.000” (3).

Hermanos y hermanas, para el cristiano y para la cristiana, el vivir el sacerdocio común debe ser ofrecernos nosotros mismos como ofrenda a Dios, como dice san Pablo en la Carta a los Romanos: “Ofreceros vosotros mismos como víctima viva, santa y agradable a Dios, éste debe ser su verdadero culto. No os amoldéis al mundo presente; dejaos transformar y renovar vuestro interior, para que podáis reconocer cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable a él y perfecto” (Romanos 12:1-2).

En este sentido, el otro día preguntaba a una chica qué me dijera que es esto de vivir el sacerdocio común, y ésta fue su respuesta: el sacerdocio común es “Ser buena persona. Gustar a Dios intentando ser amables con todo el mundo. Que nuestra forma de ser y actuar muestre de forma transparente el Amor de Dios. Que después de hacer un favor a alguien no se queden con nuestra persona sino pensando: ¡qué bueno es Dios! Perdonando y siendo misericordiosos. Dejándonos acompañar porque somos frágiles como todo el mundo…”.

No olvidéis, hermanos y hermanas, que nosotros cristianos, contamos también con la confianza de Dios; y que confía en nosotros porque nos ama. Y nosotros debemos estar abiertos a Dios para que pueda hacernos conscientes, como un nuevo Simón-Pedro, de que Jesús «es el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mateo 16:16). Dios confía en nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: confía, nos ama, tanto que nos ha hecho hijos e hijas suyos y ha dado la vida de su Hijo primogénito por nosotros. Y esta confianza pide una respuesta de nosotros: pide que nosotros también confiemos en Dios, que nosotros seamos conscientes de nuestra responsabilidad para vivir el sacerdocio común, para poder corresponder a su Amor con nuestro amor: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (Cf. Mateo 22:36-40). Dios quiere ser correspondido en su cariño hacia la humanidad, y esto pide que este amor se exprese en hechos y no sólo en palabras bonitas: hechos de amor hacia Dios y hacia el prójimo. A esto hemos sido llamados por el bautismo: como hijos de Dios que somos, tenemos el deber de ser testigos ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo de la fe que hemos recibido de Dios por medio de la Iglesia (4). Confianza y responsabilidad.

Hermanos y hermanas, a pesar de nuestra pequeñez, a pesar de nuestras debilidades, a pesar de nuestras incoherencias, podemos hacer nuestra la oración colecta con que orábamos justo antes de las lecturas de hoy: para que Dios nos conceda, a nosotros cristianos y cristianas, que amamos lo que Dios nos manda y deseamos lo que nos promete, para que en medio de las cosas inestables y las incertidumbres del mundo presente, nuestros corazones se mantengan firmes allí donde se encuentra la alegría verdadera (5), es decir: que confiemos y amemos a Jesucristo, y que esta estimación rezume responsablemente en obras de amor hacia toda la humanidad.

Referencias
(1) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1268
(2) Concilio Vaticano II. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 10. Roma, 21 de noviembre de 1964.
(3) Card. Cristóbal López, Arzobispo de Rabat. Homilía del 10 de junio de 2023 con motivo de la ordenación de 5 sacerdotes y diáconos salesianos en Atocha, Madrid.
(4) Concilio Vaticano II. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 11. Roma, 21 de noviembre de 1964
(5) Cf. Oración colecta del Domingo XXI del tiempo ordinario, Ciclo A.

Abadia de MontserratDomingo XXI del tiempo ordinario (27 de agosto de 2023)

Domingo XX del tiempo ordinario (20 de agosto de 2023)

Homilía del P. Bernat Juliol, Prior de Montserrat (20 de agosto de 2023)

Isaías 56:1.6-7 / Romanos 11:13-15.29-32 / Mateo 15:21-28

 

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

De vez en cuando, como cristianos que formamos parte de la Iglesia, puede ayudarnos hablar de algo que quizás no siempre tenemos suficientemente presente en nuestra vida: la ilusión. Pero esta «ilusión» es una palabra compleja. Según el Diccionario del Institut d’Estudis Catalans, tiene una dimensión negativa y otra positiva.

Desde el primer punto de vista, la ilusión es un «error de los sentidos o del espíritu que hace tomar por realidad la apariencia», un «engaño debido a la falsa apariencia» o una «esperanza sin fundamento real». La ilusión se convierte, pues, en algo peyorativo. Es algo que estamos convencidos de que existe, pero no es real. Es como un espejismo, una ilusión óptica, una pura apariencia.

Pero, por otra parte, la ilusión también tiene un sentido positivo. El mismo diccionario la define como «entusiasmo que se experimenta con la esperanza o la realización de algo». Desde este punto de vista, la ilusión es lo que nos mueve y nos motiva a llevar adelante un proyecto hasta llevarlo a su realización. Valores como el trabajo o la disciplina quedan vacíos de sentido si detrás no existe la ilusión por algo que queremos hacer o queremos conseguir. La ilusión es una gran fuerza que ha movido siempre al mundo, desde los navegantes que se iban a descubrir regiones extremas del Ártico hasta los hombres y mujeres que han querido formar una familia.

Estos dos sentidos de la ilusión, nos enseñan aquí ya una primera cosa. ¿Cómo sabemos que nuestra creencia en el Dios de Jesucristo no es una ilusión? Es decir, ¿cómo sabemos que no es una apariencia sin fundamento real? Es evidente que no tenemos pruebas científicas de Dios, pero tenemos algo aún más importante: la fe. Con los ojos de la fe somos capaces de dar el gran salto de nuestra vida. Es un salto entre un dios que es pura ilusión, carente de toda esperanza, a un Dios que también es ilusión, pero esta vez una ilusión fundamentada en la firme esperanza de Cristo.

Es en esta segunda ilusión en la que debemos centrarnos, aquella que nos anima con la esperanza de un Dios vivo y verdadero, que ha enviado a su hijo único Jesucristo para nuestra salvación y la de todo el mundo. La ilusión, si bien no es una palabra que aparezca de forma fundamental en la Sagrada Escritura, es algo que la impregna de arriba abajo. Pensemos, por ejemplo, en la llamada de los apóstoles por parte de Jesús. «Venid y seguidme», les dice el Señor. Y los discípulos, abandonando todo lo que tenían, fueron detrás de Cristo hasta las últimas consecuencias. ¿Qué es esto sino ilusión por la vocación recibida? Porque, como dice la lectura de la carta a los Romanos que hemos oído hoy: «Cuando Dios concede a alguien sus favores y lo llama, nunca se echa atrás». O pensemos también con la ilusión de la Virgen María que le hace decir: «Mi alma magnifica al Señor, mi espíritu celebra al Dios que me salva, porque el todopoderoso ha mirado la pequeñez de su sierva».

Y nosotros, ¿vivimos con ilusión nuestra fe? ¿Es para nosotros la fe algo que nos anima por la esperanza que tenemos en Cristo? Al igual que sucedió con los apóstoles, vivir la fe con ilusión debe provenir de tener experiencia del encuentro con Cristo Resucitado. Como san Pablo camino de Damasco, también Jesús viene al encuentro de cada uno de nosotros y nos llama por nuestro nombre. Como con los discípulos de Emaús, también el Señor camina a nuestro lado y comparte con nosotros nuestras alegrías y sufrimientos. No tengamos miedo de dejarnos tocar por Cristo.

Es cierto que la sociedad actual no acompaña, pero ¿ha habido algún momento histórico en el que la sociedad acompañara? A veces puede desilusionarnos que en la Iglesia hay pocas vocaciones o poca gente joven. Pero si miramos la última Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Lisboa, veremos que no siempre es así. Evidentemente que la Iglesia actual tiene dificultades, como siempre las ha tenido. Pero a lo largo de 2000 años la Iglesia siempre se ha sabido adaptar a cada momento histórico para seguir siendo siempre portadora de amor y esperanza en medio del mundo. Ahora, estemos seguros, también lo hará.

También es verdad que lo que predicamos como cristianos no está de moda. Pero, ¿cuándo lo ha estado de moda? Las corrientes de pensamiento y las tendencias sociales parece que van en dirección totalmente contraria a lo que nosotros creemos y defendemos. ¡Pero no tengamos miedo de ir contracorriente! ¡Tengamos también ilusión por ir contracorriente llevando la Buena Nueva de Cristo! Si lo hacemos así, cada vez seremos más los que caminaremos de nuevo hacia el Señor.

Sin embargo, la ilusión en este mundo debe tener su fundamento en la ilusión en el mundo divino. En el siglo V de nuestra era, hubo una fuerte polémica entre el ínclito Nestorio, el patriarca de Constantinopla, y san Cirilo, patriarca de Alejandría. El primero defendía tanto a la humanidad de Cristo, que llegaba al límite de casi olvidarse de su divinidad. Por otro lado, los discípulos de Cirilo, y no él mismo, defendieron tanto la divinidad de Cristo que casi se olvidaron de su humanidad. La polémica acabó por diluirse en el Concilio de Calcedonia del 451, que afirmó que Cristo es a la vez plenamente hombre y plenamente Dios.

La Iglesia, verdadero cuerpo de Cristo, es también divina y humana a la vez. Y corremos también el mismo riesgo que en la polémica entre Cirilo y Nestorio. Es decir, podemos acentuar tanto su divinidad que nos olvidemos de su humanidad o bien podemos acentuar tanto su humanidad que nos olvidamos de su divinidad. En el primer caso, si nos olvidamos de la humanidad de la Iglesia, nos quedamos encerrados en las sacristías y olvidamos los problemas y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En el segundo caso, si nos olvidamos de su divinidad, perdemos el sentido trascendente de dónde nos viene la fe, la esperanza y la caridad.

La historia de la Iglesia ha oscilado siempre entre estos dos polos. Quizás ahora estamos en un, podríamos llamar, «neo-nestorianismo», es decir que hay que volver a encontrar el equilibrio entre la necesaria humanidad, pero también la necesaria divinidad. A pesar de todos los defectos humanos de la Iglesia, a pesar de estar formada por hombres y mujeres pecadores, sin embargo, la Iglesia, como comunidad de creyentes seguirá haciendo presente siempre el Espíritu del Resucitado en nuestro mundo.

Cierto que existe la fidelidad humana, pero ésta sólo es un reflejo de aquel que es la fidelidad divina, el Dios de Jesucristo. Es cierto que hay una misericordia humana, pero ésta sólo es un reflejo de aquél que es la fidelidad divina. Es cierto que existe el amor humano, pero éste es un reflejo de aquel que es el Amor absoluto. Si sólo fundamentamos nuestra esperanza en lo terrenal, Dios se convierte en una mera ilusión, un espejismo. Por el contrario, si fundamentamos también nuestra esperanza sobre las cosas divinas, Dios se convierte en la fuente de nuestra ilusión como cristianos.

Esta comunión entre humanidad y divinidad de la Iglesia se manifiesta sobre todo en el misterio sagrado. En un mundo basado en la ciencia como lo es el nuestro, resulta difícil comprender que exista el misterio. Y no sólo que exista, sino que desempeñe un papel central en nuestra vida. En efecto, todos queremos ver, queremos oír, queremos entender. Pero a veces es más importante lo que no se ve que lo que se ve, lo que no se siente que lo que se siente, lo que no se entiende que lo que se entiende. La grandeza de Dios a veces sólo puede manifestarse de esta manera: en la oscuridad, en el silencio. No tengamos miedo de no ver, de no oír, de no entenderlo todo. Arraiguemos nuestra ilusión en este misterio del amor de Dios y viviremos nuestra vida cristiana con gozo y esperanza.

Vivamos siempre nuestra fe con ilusión, esa ilusión que nos lleva a ser comprometidos con nuestro mundo y, a la vez, adoradores del misterio de Dios.

Como decía el filósofo cristiano Blaise Pascal: «Las ilusiones del hombre son como las alas del pájaro: eso es lo que le sostiene».

Abadia de MontserratDomingo XX del tiempo ordinario (20 de agosto de 2023)

Asunción de la Virgen (15 de agosto de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (15 de agosto de 2023)

Apocalipsis 11:19a,12:1-6.10 / 1 Corintios 15:20-27 / Lucas 1:39-56

 

“Y oí una gran voz en el cielo que decía: «Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo».(Ap 11, 10,a-b).

Este último versículo de la primera lectura, nos coloca queridos hermanos y hermanas, en la dinámica de hoy, de esta solemnidad, de esta Pascua de María, que celebramos con alegría, y con una voz que no grita, si no que canta la victoria de Dios, que ha magnificado la pequeñez de su sirvienta, la ha hecho mayor, la ha puesto junto a Jesucristo que reina para siempre, en una hora que es el momento de Dios.

Diría que hoy hemos querido imitar esta alabanza que describe el libro del Apocalipsis que quiere hacernos llegar el ambiente del cielo. Sí, aunque nos parezca extraño, inalcanzable, el libro del Apocalipsis quiere precisamente transmitirnos algo del más allá, por eso se llama Libro de la Revelación.

Un ambiente, donde según unos fragmentos del mismo libro, no faltan las trompetas para anunciar que estamos ante Dios: “Después vi que los siete ángeles que están de pie ante Dios recibían siete trompetas y entonces los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocar, (Ap 8, 2.6)”.

No tenemos siete y no todo son trompetas, pero la intención es ésta: que en estos momentos todos alabamos a Dios con la música. No estamos en Babilonia, donde según el mismo libro del Apocalipsis, no sonarán las trompetas, sino que estamos con la intención en la Jerusalén del Cielo, por eso esta celebración es solemne, y en ella hay derramado el talento, el gusto y el esfuerzo, porque los hombres y las mujeres intentamos con nuestro trabajo acercarnos a Dios también en la oración y la música siempre tiene un gran papel. Queridos cantores y músicos que hoy nos acompañáis en este día, y todos, hacemos real lo que canta el himno de ese día:

Del cielo Reina se os corona.
Y al honor que Dios os da
Juntamos nuestros cantos

Pero ¿quién es esa Reina, esa que vemos hasta en cuatro lugares de nuestra basílica asunta el cielo o coronada?

Es María de Nazaret, la Virgen María que ha llegado a la gloria del Cielo, porque puso su humanidad al servicio del Reino. Por eso no es una figura inalcanzable, sino un modelo y un ejemplo para todos.

¿Cómo responder hoy nosotros a Dios? Nos lo enseñan las lecturas que hemos escuchado. Sorprende si pensamos en el momento histórico y cultural, el papel que toman las mujeres en el evangelio. El de hoy es un buen ejemplo porque nos permite acercarnos a la fe de dos mujeres, sí de dos mujeres fundamentales en la historia cristiana: Naturalmente María, la Virgen María e Isabel la madre de Juan Bautista. ¿Qué nos enseñan?

Isabel nos enseña en primer lugar la confianza. Dios puede cambiar las situaciones más complicadas, casi imposibles.

Nos enseña la acogida, por eso este evangelio es tan importante en los santuarios marianos y muy especialmente aquí en Montserrat donde lo leemos muchas veces durante el año. Isabel nos enseña que es importante acoger y que es importante dejarse ayudar: ¡Cuántas veces no reconocemos por orgullo, diciendo que “no queremos molestar”, que necesitamos ayuda!

¿Y que nos enseña María, la Virgen María?

El espíritu peregrino. El Evangelio de la visitación es el relato de Nuestra Señora peregrina que es acogida desde el principio al final, ya que se quedó tres meses con Isabel. ¡En su caso una peregrinación totalmente gratuita! ¿Dónde debía peregrinar a la Madre del Señor? ¿La madre de Jesucristo? ¿La que llevaba a Dios en las entrañas? Ella da ejemplo de servicio y peregrina. Quizás porque ese hijo que lleva dentro le es una exigencia para con los más necesitados. Ella va a encontrar a una mujer bastante anciana, que ha quedado embarazada. Alegría y trasiegos por la situación totalmente inesperada.

Santa María nos enseña a aceptar lo que somos humildemente. Su respuesta al “Feliz tú que has creído” de Isabel no es decir: ¡No, no.…si yo no creo tanto! O ¡Qué dices! ¡Este niño es normal! Su respuesta es volverse a Dios, a su Dios de Israel, y reconocer que todo viene de Él. Él es quien obra, Él es quien lo hace todo. Un Dios preocupado por la felicidad de sus hijos. Un Dios muy concreto que llena de bienes a los pobres y ensalza a los humildes.

Santa Isabel y María, la Virgen María, también nos enseñan la sensibilidad espiritual. Intentaré decirlo con un símil musical: Hay que estar afinado. Cuando estamos afinados entendemos la música, entendemos la distancia entre los sonidos, captamos su belleza. Podemos hablar de una suerte de afinación interior que nos permite captar la justeza de la realidad.

¿Quién, que no estuviera afinado, entonado, en línea con el Espíritu Santo podría captar que con esa prima jovencita llegaba Cristo, como lo hizo Isabel? ¿Quién, si no Dios mismo presente en sus entrañas puede inspirar una respuesta como el Magnificado que canta la Virgen María?

La primera sensibilidad espiritual es la que nos permite conectar con nosotros mismos. No sé si nunca el evangelio de hoy ha comentado las actitudes de Isabel y de Santa María como la actitud de la mujer que interpreta lo que le dicen sus entrañas, lo que representan sus hijos. Las que sois madres seguramente podrían enseñarnos muchas cosas de esta capacidad de empatía con nosotros mismos.

La sensibilidad de las dos primas va más allá, es capaz de ver y captar la presencia de Dios. Isabel la capta en la persona de María y por eso le dice: “¡Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo!” Y también le hace el mejor elogio: “¡Dichosa la que ha creído!” Y también capta que Dios se hace presente en el evento: «se cumplirá todo lo que el Señor te ha hecho saber».

Y Santa María tiene una comprensión más cósmica, más global y por eso recapitula la historia de Dios en ella y no se olvida de quienes sufren, de los pobres, de los destituidos, de los humildes. El Magnificat une el cielo y la tierra. Cuesta pensar si los momentos que vivimos son más complicados que hace unos años. Sí que es verdad que nuestra fe nos invita a tener siempre presentes a todos aquellos que el canto de la Virgen María identifica como pequeños y a tenerlos por los preferidos de Dios. Ésta es la exigencia de nuestra fe. La promesa de alcanzar el Reino de Dios, siguiendo el ejemplo de María, no nos dispensa de la solidaridad con el mundo en el que vivimos. Al revés nos obliga. Cada uno desde dónde es y desde donde pueda. Intentando cada uno unir en su vida el cielo y la tierra, esto es la alabanza a Dios con la exigencia de amor del Evangelio, que es lo que nos ha traído Jesucristo, ante el que saltaba ya el que nacería como Juan, el Bautista.

Sí, hermanos y hermanas queridos, Dios está ahí y las cosas van aconteciendo por su capacidad de cumplirlas. La fe nos pide y nos ayuda a desarrollar esa sensibilidad por las cosas de Dios arraigada en nuestro interior. Disfrutemos del “cielo” de hoy pero no olvidemos de volver siempre a la tierra.

Y volvió a su casa. Parece queridos hermanos y hermanas, que Santa María, la Virgen María, cuando ya ha terminado el trabajo se vuelve a casa, desaparece. Nos lo explica el evangelio de hoy de la visita. Después de haber visitado a Isabel y de haberla ayudado todo lo necesario, se va. Se vuelve a su casa. La primera lectura nos decía que Dios le ha preparado un sitio en el desierto. De hecho, este lugar es el suyo, con su Hijo Jesucristo, el Padre y el Espíritu Santo. Desde la gloria de Dios siempre la encontraremos en estos lugares como son los santuarios, que ella llena con su presencia y en todos los demás lugares donde se hace presente: en las capillas, en las ermitas, en las cofradías, como la nuestra de la Virgen de Montserrat que celebra sus 800 años.

Pidámosle pues que en nuestro regreso a “casa”, en nuestro regreso a Dios, sea nuestra ayuda y nuestra intercesora, como canta el final de la estrofa del himno de hoy que he citado antes:

Sed siempre, Virgen pía,
Dulce consuelo y nuestra guía
Hasta veros triunfantes

 

Abadia de MontserratAsunción de la Virgen (15 de agosto de 2023)

Domingo XIX del tiempo ordinario (13 de agosto de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abat emèrit de Montserrat (13 de agosto de 2023)

1 Reyes 19:9a.11-13a / Romanos 9:1-5 / Mateo 14:22-23

La lectura de este evangelio, queridos hermanos y hermanas, me sugiere un tríptico. Tres escenas ofrecidas para la contemplación y la meditación de quienes participamos en la celebración eucarística de este domingo.

La primera escena es la de Jesús en el monte a solas para orar noche. Acababa de curar a muchos enfermos y de multiplicar los panes para dar de comer a quienes se habían reunido para escucharle. Los discípulos y la gente estaban entusiasmados de lo que había hecho. En cambio, Jesús busca un tiempo para estar solo. Los evangelios nos muestran cómo, después de la actividad evangelizadora y sanadora, busca ratos de intimidad con el Padre. Normalmente en soledad y por la noche. Es una oración filial, llena de amor, confiada, agradecida, que dispone su voluntad humana a la obediencia libre a la voluntad amorosa del Padre. Y en esta oración, Jesús lleva a toda la humanidad, intercede a favor de todos, pasados, presentes y futuros. Con esto nos enseña que nosotros también debemos rezar confiadamente según el modelo del padrenuestro que él nos enseñó.

La segunda escena del tríptico que me sugiere el evangelio de hoy es la de la tormenta. El Señor, dice el evangelista, había apremiado a los discípulos a subirse a la barca y a marchar solos en medio de la oscuridad, como si quisiera provocar una situación que fuera aleccionadora para ellos y para la Iglesia de todos los tiempos. Y es con una finalidad catequética que el evangelista san Mateo describe la escena. Mientras siguiendo el mandamiento de Jesús, los discípulos van con la barca hacia la otra orilla, encuentran en medio de la oscuridad de la noche una tormenta. El viento -como muchas veces ocurre en el lago de Galilea- sopla fuerte y les es contrario, se levantan las olas y estorban la barca para avanzar. Es atacada por el viento y las olas y está en peligro. Están lejos de tierra. Los discípulos tienen miedo. Y el Señor está ausente. Esta barca, con los discípulos dentro, es figura de la Iglesia en el mundo, que debe trabajar para avanzar hacia el Reino de los cielos y debe hacer frente a dificultades, resistencias, persecuciones. La escena representa, también, todos los desalientos, todas las noches interiores personales, todas las incertidumbres colectivas, todas las situaciones en las que la fe es puesta a prueba y Dios parece que no existe.

La tercera escena del tríptico es la central. Ya está cerca el amanecer, la primera luz del día, y Jesús camina sobre el agua. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen; creen que es un fantasma y todavía se sobrecogían más. Pero, enseguida, Jesús les dice: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Este hecho de andar sobre el agua y las palabras que les dice, tienen todo un trasfondo bíblico, que aquí se vuelve revelación sobre Jesucristo. El libro de los salmos habla ya de cómo el Señor se abrió camino en medio del mar y el océano se convirtió en lugar de paso por sus huellas invisibles (cf. Ps 76, 20). Y, aún, de cómo el Señor es más potente que el bramido de los océanos, más potente que las olas del mar (cf. Ps 92, 4). Jesús, pues, es el Señor que se abre camino en medio del mar y hace callar el bramido de las olas. Y la afirmación de Jesús soy yo, es un eco del nombre divino revelado a Moisés en la zarza incandescente del Sinaí. Cuando Moisés pregunta a Dios cuál es su nombre, Dios le responde: Yo soy el que soy (cf. Ex 3, 14). Con esta expresión, Jesús manifiesta a los discípulos sobrecogidos su autoridad sobre los elementos y los serena mostrando su identidad de Hijo de Dios.

Entonces, Pedro, ardiente e impulsivo como siempre, quiere ir hacia el Señor y le pide que le haga andar también a él sobre el agua. Mientras confía en Jesús es capaz de hacerlo a pesar de la tormenta del viento y de las olas. Pero inmediatamente duda y tiene miedo, y entonces comienza a hundirse. Pero la mano de Jesús le sostiene y le da seguridad. La debilidad de Pedro se apoya en la fuerza del Señor. Para el evangelista, la poca fe de Pedro personifica la de todos los que en un momento u otro de su vida dudan, y enseña que, apoyados en Jesucristo, que es más potente que el bramido de los océanos, más potente que las olas del mar, podemos levantarnos en nuestras vacilaciones de fe mientras hacemos camino hacia la otra orilla de la existencia. Como en la escena evangélica, parece que Jesús está ausente, pero en su oración velaba por los discípulos y al ver su situación desesperada les sale al encuentro con su poder de Hijo de Dios. En la pedagogía divina, las noches espirituales, las pruebas en las que nos encontramos a lo largo de la vida, las vacilaciones, la confrontación con la incredulidad imperante en nuestras sociedades, son ocasiones en las que, si no nos apoyamos en nosotros mismos, podemos fortalecer la fe y la confianza en el Señor resucitado.

Después, Jesús y Pedro suben a la barca y termina la tormenta. Como he dicho, en el pensamiento del evangelista, la barca simboliza a la Iglesia que debe hacer frente a tantas dificultades para ir adelante. Jesucristo está en la barca y da fortaleza a la debilidad de todos los discípulos pasados, presentes y futuros. Nos da fortaleza, también, a nosotros, para que no desfallezcamos en los contratiempos que nos encontramos.

Una vez subidos a la barca, el grupo de los discípulos recibe al Señor con el gesto litúrgico de prosternarse y con una profesión de fe: Realmente eres Hijo de Dios. Una actitud de adoración y una profesión de fe que deben empapar nuestra celebración litúrgica. Él está presente y nos da fuerza por nuestra travesía en medio de las dificultades hasta que llegaremos al puerto, a la tierra firme de la vida eterna.

Abadia de MontserratDomingo XIX del tiempo ordinario (13 de agosto de 2023)

Domingo XVII del tiempo ordinario 30 de julio de 2023)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (30 de julio de 2023)

1 Reyes 3:5.7-12 / Romanos 8:28-30 / Mateo 13:44-52

 

Estimados hermanos y hermanas,

Las lecturas que hemos proclamado este domingo, nos proponen una reflexión sobre los valores más importantes de la vida de las personas. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría práctica para la vida, que consiste en el conocimiento de la voluntad de Dios, conforme a la que necesitamos ordenar y organizar la propia existencia. San Pablo, por su parte, en la segunda lectura, nos ha hablado del amor de Dios. En el evangelio Jesús nos ha propuesto como valor supremo el Reino de los cielos a partir de diversas comparaciones para darnos cuenta del valor que tiene por encima de todos los demás bienes de este mundo.

Jesús empezó su vida pública predicando el Reino de los Cielos y proclamando su llegada. El Reino no sólo fue el tema central de su predicación, sino también el punto de referencia de la mayoría de las parábolas, además de ser el contenido de sus acciones simbólicas que formaban una parte importante de su ministerio.

Pero, ¿en qué consiste concretamente ese reinado? En primer lugar, cabe decir que Jesús nunca ofreció una definición exacta del Reino, ya que en su predicación esta realidad adquiría varios matices de significado. En el evangelio de este domingo vemos que se sirve de tres imágenes tomadas de lo cotidiano y adaptadas a la realidad de sus oyentes para desvelar el misterio del Reino de los Cielos.

En segundo lugar, debemos decir todavía, que es un anuncio pero que a la vez es una realidad para los hombres y mujeres de todos los tiempos, como veremos más adelante en esta reflexión.

En tercer lugar, y aquí encontramos el punto central del contenido y del mensaje del anuncio del Reino de los cielos, es que Jesús vivió y dio su vida a causa del Reino. Por tanto, cuando Jesús habla del Reino de Cielos no habla de algo que le es externo, sino que habla de Dios mismo y de las motivaciones profundas de su vida y de su mensaje para que nosotros también participemos de este Reino.

Por eso, vivir la experiencia del Reino de los cielos significará ser introducidos en la intimidad de Dios. Se trata de vivir atentos para acoger la invitación personal que nos hace a cada uno de nosotros para formar parte de este reino, no aisladamente, sino solidariamente con todos los hombres. El Reino es siempre un ámbito de gracia y salvación.

Por tanto, se trata de un reino que no se impone por la fuerza, sino que se ofrece a hombres y mujeres, de los que se reclama la responsabilidad para buscarlo, como el que encuentra el tesoro o encuentra la perla fina. Surge, sin embargo, una pregunta ineludible: ¿dónde está hoy ese tesoro?

Sin ningún tipo de pretensión por mi parte, me parece que este tesoro lo encontramos en dos ámbitos que tenemos muy cerca de nosotros, es decir, lo encontramos en el campo de lo cotidiano. Así, ese tesoro lo encontramos en los hermanos, en la humanidad que lleva inscrita en su corazón el rostro, la imagen de Dios. Lo encontramos en el día a día, junto a quienes hacen o hacemos camino unos junto a otros, bien sea por razón de vínculos familiares, laborales, de amistad, …

El tesoro del Reino, es decir, Dios, se encuentra también escondido en quien sufre o llora en el interior de su corazón, en el emigrante que está sin saber adónde ir, en los desheredados de la fortuna, a los marginados. Si el Calvario fue la manifestación más explícita de quien es Jesús, es en el corazón de todo tipo de sufrimiento donde aparece claramente la presencia de Dios y de su Reino.

Como ven, no necesitamos ir demasiado lejos para encontrar el tesoro o la perla fina que son Dios mismo vivo y operando en el corazón de la humanidad y también en el propio corazón. Lo tenemos muy cerca, junto a la mano. Nos hace falta estar atentos para no buscar lo que no encontraremos.

Es impresionante como san Mateo nos ha dado cuenta de que quien encuentra el tesoro se llena de alegría. Por eso cuando descubrimos que Jesús es el verdadero tesoro de nuestras vidas y con él lo son los demás, nos damos cuenta de que el Evangelio, el Reino de Dios, no es una carga pesada que nos limita, sino que nos invita a ayudar a los demás a encontrar su perla, su tesoro escondido.

Quien ha descubierto a Dios así, ha encontrado un tesoro y es lo único que da sentido a la vida y, en comparación, todo lo de este mundo… es tenido en nada.

Entrar en el corazón del evangelio es como entrar en un río de alegría, de felicidad y de realismo, que nos permite coger la vida con las dos manos, y hacer una ofrenda a Dios y a los demás desde su inicio hasta su fin.

Entrar en el corazón del Evangelio es como entrar en un rio de gozo, de felicidad y de realismo, que nos permite coger la vida con las dos manos, y ofrecerla a Dios y a los otros, desde su principio hasta su final.

Abadia de MontserratDomingo XVII del tiempo ordinario 30 de julio de 2023)

Domingo XVI del tiempo ordinario i 800 años de la Cofradía (23 de julio de 2023)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat (23 de julio de 2023)

Sabiduría 12:13.16-19 / Romanos 8:26-273 / Mateo 13:24-43

 

Las lecturas de este domingo nos hablan de la paciencia de Dios, son un himno al amor que el Señor tiene a todos los hombres y que se manifiesta en la historia de cada persona bajo la forma de paciencia y bondad.

La parábola del trigo y de la cizaña sitúa el drama de la historia humana, que se debate entre el bien y el mal, bajo la mirada de Dios, que concede a todo el mundo el tiempo de la vida presente como un espacio de crecimiento, y por tanto de conversión, a fin de que nadie se quede fuera del gozo de la vida eterna.

El Señor dice que son ciudadanos del Reino son todos aquellos que obren el bien; en este abanico caben todos los colores del mundo. Y afirma sin tapujos que son del maligno, todos los corruptos y quienes obran el mal.

Jesús precisamente ha venido, trayéndonos el evangelio, para levantarnos del cautiverio del mal que tan a menudo nos tienta y domina. El evangelio de Dios tiene el poder de arrancarnos de esa esclavitud, pero no es magia. Jesús nos ha abierto un camino. Con la parábola de la levadura y con la del grano de mostaza nos alienta, desde el realismo de la pequeñez humana, a confiar en la fuerza del bien que hay en nosotros y que lleva ya en sí mismo la huella de Dios.

Trigo y cizaña siempre convivirán en este campo que simboliza la vida presente. El peligro está en que el trigo se vuelva tóxico como la cizaña, pero la esperanza es que la cizaña se convierta en grano saludable. Por eso es importante que a la virtud del bien le acompañe la firmeza de la paciencia. ¿Qué hubiera sido de san Pablo sin la paciencia de Dios? ¿Aquel joven vividor y aventurero de Asís, ¿habría llegado a ser el san Francisco que hemos conocido, sin la paciencia de Dios? ¿A dónde hubiera llegado el despropósito de la vida de Ignacio de Loyola sin aquella providencial vigilia de oración a los pies de nuestra Virgen Morena? ¡Aquella noche fue para él un nuevo comienzo! Dios es paciente. Dios es paciente porque es justo. Conoce como nadie la fragilidad del corazón del hombre, porque lo ha creado, y sabe que, si quiere ser justo con él, debe ser paciente.

Viendo el drama del mundo y la tragedia que supone para tantos la injusticia humana, la justicia de Dios en el final del tiempo, que nos decía el evangelio, puede parecernos injusta, y lo sería si no fuera que Jesús no habla del fin del tiempo como un fin de todo, sino como el gran comienzo de un mundo nuevo que no tendrá fin. De nuevo, las parábolas apuntan al gran valor eterno que tiene la vida humana. Quizás no tenemos suficiente conciencia del valor trascendente de la vida, y eso nos haga miopes y no nos deje vislumbrar la realidad del mundo futuro que empieza ya ahora.

Dios quiere la salvación de todos. ¿Cómo no va a quererla, si por todos ha dado su vida en Jesucristo? Su infinito amor vence su justa indignación por los pecados de escándalo, de injusticia y de tantas barbaridades como vemos que se cometen y que siempre pesan sobre los más pobres. Dios odia estas acciones, ama preferencialmente a las personas que sufren, pero no deja de amar también a las personas que obran el mal y las llama a la conversión. Dios no juzga y podría hacerlo perfectamente; nosotros condenamos sin saber todo lo que hay detrás, y lo que deberíamos hacer es estar más atentos al propio comportamiento para que no sea que, creyéndonos trigo fuéramos cizaña, y que así, creyéndonos nosotros buenos sin serlo, los corruptos y los malvados se convirtieran, hicieran el bien y nos pasaran delante en el Reino del Cielo.

El salmo responsorial de hoy tiene toda la razón: El Señor es bueno y clemente; y lo es con todo el mundo. Nuestra justicia llega a dónde llega. Nosotros somos muy celosos de nuestra libertad, pero Dios lo es también de la suya. Y es paciente, no porque no pueda hacer nada más, sino porque es justo, y es justo porque es inteligente; el amor no es obtuso; cuando lo es, no es amor, es otra cosa.

La paciencia de Dios, en este santuario de Montserrat, se ha valido siempre de la mediación de la Virgen, y en esta «cámara angélica» así era llamada por los antiguos la primitiva iglesia, sigue suscitando las conversiones y gracias de las que son testigo los numerosos exvotos y velas ofrecidos por los peregrinos. El monasterio, y con él la Cofradía de la Virgen, siguen uniendo sentimiento de país, devoción y piedad popular, y sentido renovador de Iglesia, esforzándose por hacer del evangelio de Jesús una realidad de vida.

Trigo y cizaña podrán estar sembrados en el mismo campo, pero el pequeño grano de mostaza que fue en su día nuestro monasterio, que pronto cumplirá 1.000 años, sigue siendo cobijo de todos los que buscan un receso para el espíritu. Y a levadura que nuestra “Moreneta” ha escondido con amor en el corazón de los catalanes y de todos los peregrinos seguirá haciendo su curso, esperando que, por la misericordia de Dios, en el tiempo presente dé frutos tempranos de conversión y de vida, y al tiempo de la cosecha pueda ofrecer a Dios un fruto maduro muy generoso.

Abadia de MontserratDomingo XVI del tiempo ordinario i 800 años de la Cofradía (23 de julio de 2023)

Domingo XV del tiempo ordinario 16 de julio de 2023)

Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat (16 de julio de 2023)

Isaías 55:10-11 / Romanos 8:18-23 / Mateo 13:1-23

 

Isaías nos afirmaba en la primera lectura que «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mí boca: no volverá a mi vacía». Pero en el Evangelio Jesús matiza estos efectos.

Jesús, en la parábola, supone que Dios siembra generosamente, desde el comienzo de la existencia, su Palabra por todo el mundo. Pero, es necesaria una condición: que el hombre escuche, la acoja. Y con esto, aquí estamos chocando con la libertad del hombre. Y lo explica, distinguiendo los distintos terrenos donde cae esta palabra: 1º en el camino, donde no puede arraigar porque es tierra pisada y endurecida. Los pájaros, – el Maligno -, le arrebatan la semilla. 2º También cae en terreno rocoso, donde la tierra no tiene profundidad. Aquí se acoge la semilla, pero, al no tener raíces profundas, la seca el sol. Estos son los oyentes que han escuchado gozosamente la palabra, pero superficialmente, sin demasiada convicción, y sucumben a las pruebas y exigencias. 3º La tercera tierra acoge la semilla, sí, pero cae entre cardos y espinas, y éstas la ahogan. Los oyentes son quienes desfallecen por los atractivos terrenales y las riquezas, que los esclavizan. La Palabra exige libertad, pulcritud, buen corazón para ser acogida. Y por eso, sólo hay la tierra propiamente tierra, buena, bien dispuesta, que recibe con agrado la semilla, porque se ha trabajado, se ha quitado las hierbas y limpiado de piedras y terrones, y produce el 30, el 60 y el 100×100.

Yo aún añadiría dos tipos de tierras más, constatando lo que hoy ocurre en nuestra sociedad: a) los terrenos abandonados por falta de campesinos, donde sólo crece la hierba y el bosque. Yo diría que estos son los gnósticos que han escuchado, pero como han oído otras opiniones y no las han resuelto, abandonan la fe, por incomprensible o fabulosa. b) Por último, existen otras tierras donde hoy se han construido urbanizaciones o barrios periféricos. Aquí ya no hay tierra fértil, el urbanismo la ha ocupado. Quienes pueden caracterizar, religiosamente, esta tierra son los ateos que se han hecho plenamente sordos en la Palabra revelada. (Según una encuesta son ya el 43%). Éstos dicen tener razones filosóficas para vivir, tienen argumentos racionales para rebatir la fe, califican de fábula inaceptable las verdades reveladas. Sin embargo, se encuentran rodeados en un callejón sin salida. Leía, hace poco, que uno se expresaba afirmando que el mundo es frágil y hay que aceptar la fragilidad, porque nada es seguro. Hasta el amor puede fallar. Y yo creo que esto es equivocado, ya que tenemos muchos ejemplos que lo niegan. Y también decía que lo único que nos consuela y hace feliz, es la amistad. Sin hacer ninguna referencia a Dios, hermanos, no puede haber sentido en la vida, ni salida a la existencia, nos encontramos en un mundo que no responde a la exigencia de vida plena. Ni responde a la pregunta: ¿qué hacemos en este mundo? ¿por qué hacerlo crecer, poblarlo y dominarlo? Los hombres seríamos como las bestias enjauladas. Toparíamos contra la pared como en una cárcel. O bien, seríamos como comediantes, ¿para qué espectadores?

Esto no es la esperanza que nos trae la Palabra del Padre. Cristo nos dice que el Padre nos ama porque creemos en él, y que el que guarda su palabra, el Padre le amará, y vendremos a permanecer en él. ¿Qué garantía nos da? “Yo he resucitado, y todo el que me acoge a mí, tiene vida eterna. Yo he vencido al mundo y me he sentado a la derecha en el trono de Dios”. Y San Pablo nos asegura que «todos los que hemos sido bautizados en Cristo, somos hijos de Dios, herederos de Dios, coherederos con Cristo, y resucitaremos con él para la vida eterna».

«Esta es la Palabra que hemos recibido desde el principio: nosotros la hemos visto, la hemos palpada y os aseguramos la vida eterna que se nos ha revelado». Pero no podemos dejar morir esta Palabra, hay que trabajarla a diario para que no sea ahogada por el ruido del mundo, enemigo de Dios, que quiere atraernos. Cada uno sabe qué debe hacer: quedarse a oscuras o aceptar esa luz.

Abadia de MontserratDomingo XV del tiempo ordinario 16 de julio de 2023)

San Benito (11 de julio de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (11 de julio de 2023)

Proverbios 2:1-9 / Colosenses 3:12-17 / Mateo 19:27-29

 

San Agustín comienza el libro de las Confesiones, diciendo: “Nos habéis creado para Vos, Señor y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Vos”. Esta célebre y citada frase lo que quiere es que nos acordemos de nuestra capacidad de Dios y de la inclinación de todo nuestro ser hacia Él.

Los hombres y mujeres como capaces de Dios. La tradición cristiana nos enseña que esta relación espiritual entre persona y trascendente es posible y que para los discípulos de Jesucristo toma forma en una participación de nuestra humanidad en la vida de Dios, a través del Espíritu Santo y en comunión con Jesucristo. Por eso la fe bien entendida nunca destruye la humanidad, sino que la potencia. Existe una verdadera colaboración entre el crecimiento de los dones personales y la fe.

Esta idea es propia de la humanidad creyente y por eso la encontramos ya en los libros del Antiguo Testamento, como el Libro de los Proverbios al que pertenece la primera lectura.

El texto nos invita a fortalecer, elevar a la máxima potencia todas nuestras cualidades personales. Y es precisamente porque en ellas encontramos la huella de Dios, que nos ha creado, que lo encontramos a Él cuando buscamos, acogemos y cultivamos la virtud de la inteligencia. Nada nos pone tan a su nivel como eso. La lectura nos invita a reconocer en Dios la fuente y el origen de la sabiduría. Y después la lectura da un giro: si comprendemos y conocemos, nuestra vida cambia: aparecen la honradez, la rectitud en los caminos, la justicia y la bondad. Parece que pasamos a una dimensión más vital, más activa. Conocer a Dios por el uso de la sabiduría y de la inteligencia tiene efectos reales en nuestras vidas.

Para algunos es más que sabido que hoy, 11 de julio, celebramos la memoria de San Benito de Nursia como Patrón de Europa. Otros, tal vez, se hayan encontrado con esta celebración un poco más solemne de lo que se puede esperar los días de cada día en Montserrat. Celebramos al fundador de nuestra orden benedictina, la memoria de quien escribió la Regla para monjes que desde hace quince siglos y todavía hoy inspira la vida de miles de hombres y mujeres en el mundo, monjes y monjas y también laicos.

No es de extrañar que la liturgia proponga este fragmento del libro de los proverbios como primera lectura de hoy, solemnidad de nuestro Padre San Benito. Aunque literalmente no encontramos las palabras de la primera lectura en la Regla, el libro de los Proverbios es uno de los más citados, por tanto, un libro querido para San Benito. El estilo es similar. El maestro habla al discípulo y procura decirle palabras de sabiduría vital, palabras que le enfoquen hacia sí mismo y hacia Dios. Este maestro participa de esta dinámica bíblica que, cuanto más se preocupa de buscar a Dios, más ve también cómo crecen las cualidades humanas.

La Regla de San Benito es un instrumento de crecimiento personal, un plan de vida centrado, por la fe, en Jesucristo y en su imitación. Esta identificación se hace sobre todo por la obediencia y el reconocimiento de la capacidad personal de cambiar, que en el lenguaje monástico y eclesial lo llamamos conversión, una palabra que se ha hecho sinónima de vida monástica. El conocimiento de Dios, de cuya inteligencia del mundo y de cuya sabiduría nos hablaba el Libro de los proverbios, se adquieren en el propósito de la vida monástica viviendo en un espíritu obediente y de conversión.

Vivir en espíritu de cambio y de obediencia es muy extensible y proponible a todos, también a vosotros que hoy me escucháis. Más de una vez he escuchado a personas que no han hecho profesión monástica decir que la vida familiar y matrimonial les obliga también a ser muy obedientes, no en el sentido de sumisión de uno a otro, sino en el de trabajar y vivir en un espíritu que necesita una fidelidad a unos compromisos, renunciando muchas veces a muchas cosas. Estoy convencido.

Desde el espíritu de conversión, del cambio, los monjes y los cristianos quisiéramos ser ejemplo de hombres que en primer lugar se reconocen imperfectos, no terminados, pecadores también. ¡Qué contracultural es esto en el mundo de hoy en día, en el que todos los modelos que se nos presentan son perfectos! ¿Habéis oído alguna vez a un jugador de fútbol o una estrella del espectáculo reconocer algún defecto personal? No. No está de moda. Espero que no lo digan pero que al menos se los reconozcan. Es la única forma de avanzar en la vida.

San Benito nos pone a menudo delante de nosotros mismos para que avancemos en la conversión. No lo hace con grandes interiorizaciones, reflexiones o meditaciones. Me atrevería a decir que la Espiritualidad de San Benito es una espiritualidad práctica, de las que propone crecer, por la sencilla obediencia de la vida de cada día, referida siempre a Dios. En esta espiritualidad, la humildad es la virtud esencial y no nos pide que la practiquemos con heroicidades sin sentido, sino aceptando lo que vamos encontrando cada día.

Lo hace de una manera muy concreta para los monjes en la vida de cada día del monasterio, en la comida, en el hablar, en el vestir, en el silencio, pero lo describe en un marco que sería perfectamente proponible a cualquier persona que quiera vivir centrada.

San Pablo VI, en una famosa homilía pronunciada en 1964 en el monasterio de Montecassino, que podría ser perfectamente un programa para la vida monástica de hoy, utiliza la expresión “el hombre recuperado para Él mismo” como un modelo que la vida monástica que quiere proponer a todo el mundo. Esta recuperación para uno mismo se hace por la fe, por la oración, por el silencio, por la paz. Como el propio Papa decía, «en una palabra, por el Evangelio».

Vivir recuperado para uno mismo, aceptado con todas las fragilidades personales, es una dinámica, es un camino. También la Regla tiene clara esta característica de ir avanzando por un camino. Si se va adelante de forma equilibrada, la obediencia a la realidad y la humildad para aceptarla te hace capaz de una comprensión muy grande del mundo y te das cuenta de que Dios con su perfección y omnipotencia se sirve de medios muy sencillos y se abren posibilidades de cambiar siguiendo el Evangelio.

Ojalá viviéramos siempre así las diversas dimensiones de nuestra existencia: nuestra oración, nuestras ideas y actitudes morales y nuestro hacer, movidos por esta conciencia de Dios. Qué descanso encontrar en la historia de la Iglesia hombres y mujeres que han vivido de esta manera y nos han dejado testimonio.

San Benito es uno de esos hombres que ilumina el mundo y nos propone el reto de continuar su carisma y transmitir el tesoro de virtudes a todos los hombres y mujeres del mundo.

 

Abadia de MontserratSan Benito (11 de julio de 2023)

Domingo XIV del tiempo ordinario (9 de julio de 2023)

Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (9 de julio de 2023)

Zacarías 9:9-10; 13:1 / Romanos 8:9.11-13 / Mateo 11,25-30

 

¿Cómo es, Dios? ¿Qué sabemos de Él? ¿Cómo hacerlo para conocerlo mejor? Son preguntas, hermanas y hermanos, que se pueden responder de muchas formas, y que en las lecturas de hoy podemos encontrar pistas que nos ayuden a hacerlo.

En el evangelio, Jesús decía que «nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Jesús, pues, es el único que sabe cómo es el Padre. Y desde este conocimiento, nos ha dicho todavía otras dos cosas: que ha querido abrir esta revelación a los “sencillos” más que a los “sabios” y a los “entendidos”, y que son “los cansados” y “los agobiados” quienes pueden encontrar el reposo —podríamos entender: quienes pueden encontrar más fácilmente una respuesta. Jesús dijo todo esto porque en su tiempo las clases dirigentes se habían «apropiado» de algún modo de todo lo que hacía referencia al conocimiento de Dios, y lo habían traducido en una serie de innumerables preceptos y mandamientos que obligaban a cumplir a la gente más sencilla. Habían convertido la supuesta voluntad de Dios en un yugo muy pesado de llevar para los humildes, que no era lo que Dios realmente quería para su pueblo. Por eso Jesús se esforzó por transmitir otra imagen de Dios diciendo que él tenía “otro yugo”: era “un yugo suave”, una “carga ligera” más sencilla y fácil de llevar. Y de esta otra manera más fácil de entender cómo era Dios, dio ejemplo con su forma de hacer: en la primera lectura el profeta Zacarías profetizaba que Jesús entraría en Jerusalén «montado en un borrico, en un pollino de asna». Continuando con esta profecía, Jesús fue un Mesías que dirigió «palabras de paz» y no mandamientos pesados. Fue un Señor «clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos», como definía también el salmista. Y no nos dejó una ley pesada y difícil de cumplir, sino que nos envió su Espíritu para que «habitara en nosotros» y se convirtiera en una ley viva que pudiéramos llevar siempre en el corazón, como leíamos en la carta a los Romanos. Todos estos elementos contenidos en las lecturas de hoy, pueden ayudarnos a comprender un poco la imagen de Dios que Jesús nos quiso transmitir.

Y todo ese conocimiento que el Señor quiso revelar a los sencillos, hoy nos lo revela a nosotros. Su llamada a los “cansados y agobiados” de su tiempo puede hacerse perfectamente extensiva a nosotros, que hoy hemos venido un domingo más a la Eucaristía para acercarnos a él. Porque todos llevamos una carga u otra, todos llevamos en los hombros nuestra cruz, y todos necesitamos una palabra de paz y de felicidad que nos ayude a recobrar la alegría interior que sería deseable nunca haber perdido. La celebración dominical es el mejor lugar para salir de nuestro día a día y acercarnos a Dios para escucharle, dejando que su palabra pacifique y transforme nuestro interior. La Eucaristía es el lugar donde Cristo resucitado se nos hace presente y nos habla; pero para entender lo que nos quiere decir, es necesario que nos acerquemos con sencillez, con humildad, y con voluntad de dejarnos guiar por él.

Empezábamos esta homilía preguntándonos cómo sería Dios, y qué podíamos hacer para conocerlo mejor. Pero Jesús, que es quien mejor le conoce, no nos ha instruido con un conocimiento técnico, sino que nos ha invitado simplemente a acercarnos a él y dejarnos llevar. Y por eso nos ha dicho: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré […] aprended de mí». Porque más importante que hablar de Dios, es hablar con Dios. Para lograr nuestras vidas no se trata tanto de conseguir un conocimiento escondido o profundizar en unos conceptos teóricos, sino de establecer una relación personal con él, una amistad, y dejarnos conducir por él. Es una amistad que se debe ir forjando todos los días a través del diálogo con él, un diálogo que podemos encontrar en la oración, escuchando cada domingo su palabra. Es un diálogo que nos irá conduciendo poco a poco, porque Dios no es un padre autoritario que busque una obediencia ciega, sino que es un padre que quiere que crezcamos, que nos impliquemos en su proyecto, que avancemos con él. Y esa imagen que nos da Jesús de un Dios cercano, “bueno y salvador”, amable y sencillo, no nos la da porque saciamos nuestra curiosidad, sino porque, dando un paso más, la reproduzcamos en nuestras vidas: todos estamos llamados a vivir en primera persona estas cualidades de Dios que las lecturas de hoy nos transmitían.

No sabemos si es casualidad o no que esta invitación de Jesús a acercarnos a él para encontrar reposo nos sea proclamada justamente en un tiempo en que la mayoría comienzan unos días de vacaciones, o al menos pueden tener unos días diferentes. En cualquier caso, es bueno que estos días en los que no sentimos tan fuerte la presión de lo cotidiano, dediquemos ratos a reflexionar sobre esta imagen de Dios que Jesús nos ha dado, la de un Dios que quiere lo mejor para nosotros, que quiere que nos impliquemos en su proyecto, y que nos invita a reproducir en nosotros sus cualidades para que le ayudemos a hacer crecer su Reino, cada uno desde donde esté. Que esta Eucaristía nos ayude.

Abadia de MontserratDomingo XIV del tiempo ordinario (9 de julio de 2023)

Domingo XIII del tiempo ordinario (2 de julio de 2023)

Homilía del P. Valentí Tenas, monje de Montserrat (2 de julio de 2023)

2 Reyes 4:4-11.14-16a / Romanos 6:3-4.8-11 / Mateo 10:37-42

 

Estimados Hermanos y Hermanas:

El monje profesor de Sagrada Escritura de Montserrat, nos remarcaba siempre el controlar, mirar y subrayar las palabras que se repetían en un texto Bíblico y así distinguir sus diferentes significados, los protagonistas, y sus bloques, para estudiarlos en su estructura y en un sentido general de toda la obra del autor Bíblico.

Personalmente, el Evangelio de hoy es relativamente fácil porque tenemos dos palabras claves repetitivas, la primera: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí… la Familia, los hijos…el que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí. Y la segunda: “el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo… o El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca… no perderá su recompensa”. Vocación, de tomar la Cruz, de ser cristiano firme, aquí y hoy. Acogida de todo corazón a los demás, sin distinción, ni condición. Un pequeño gesto de amor vale como un gran tesoro. «Los pequeños cambios que son muy poderosos«.

Nuestro Padre san Benito, en el capítulo 53, de su Regla, nos dice a los monjes Benedictinos: “Que se muestre la máxima solicitud en la acogida de los pobres y de los peregrinos, porque es en ellos que se acoge más Cristo”. Jesús pone en práctica los dos mandamientos más grandes de la Ley de Moisés: “Amar al Señor, a tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Y amar al prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:34-40).

Seguir a Cristo es una cosa muy exigente, y hoy en día es muy difícil seguirle, con una sociedad en contra, a la que se adora, desgraciadamente: El tener, el dinero, el físico y el currículum vitae. Pero nosotros necesitamos quererle a Él más que nadie, más que tus familiares, más que la propia Vida, más que nuestras pequeñas seguridades personales.

Los discípulos son enviados a llevar la Buena Nueva y todos debemos acogerlos con mayor caridad, con más amor, porque un vaso de agua no quedará nunca sin una recompensa justa del Maestro y Señor Nuestro Jesucristo.

Todos tenemos grandes preocupaciones y problemas, personales, familiares, monetarios y domésticos. ¡Todos llevamos una Cruz, grande o pequeña! Pero la llevamos con una gran diferencia, porque ahora Jesús, con su mano derecha nos sostiene el palo travesaño, Él, es nuestro José de Arimatea personal, que nos dice: “Estoy aquí, contigo, ahora y siempre, el tu lado, discípulo mío, hoy, más que nunca, estoy aquí presente, seas quien seas”.

Jesús nos invita a seguirle, con nuestra pequeña Cruz, en el día a día de la Vida Humana Terrenal y Mortal. Y ser discípulo Suyo, quiere decir, sencillamente dos simples palabras: «Radicalidad y Confianza». Estar dispuesto a darlo todo, y así encontrarlo todo, con la ilusión del niño pequeño que espera con ansia un regalo deseado. Los cristianos no podemos aislarnos de las necesidades consumistas de quienes nos rodean, sin embargo, es necesario estar abiertos a compartir y acoger. Quien ama de verdad a los suyos, sabe respetar y amar a la sociedad que nos pide a gritos, más amor, más paz y más justicia en toda la tierra. El cerrarse en uno mismo, el aislamiento y el pasotismo en general, son formas desgraciadas de anti testimonio cristiano en la sociedad actual.

Acoger, cualquiera, “por pequeño que sea”, reconociendo con Él a Cristo que en la pequeñez está la suprema grandeza.

Dar un pequeño vaso de agua fresca, puede parecer, nada de nada, a los ojos humanos, y parecer un gran tesoro los Ojos de Dios que es Amor total.

Para ser discípulo de Jesús no se requiere ninguna aptitud personal y especial, ningún Máster, ningún Doctorado, sólo hace falta corresponder con más humildad, más perdón y sobre todo con más aprecio unos a otros. Llevar tu pequeña Cruz al cuello.

Como dice San Ignacio de Loyola, gran peregrino de nuestro Santuario de Montserrat: “Confiar… y en todo servir y amar”.

En todo amar y acoger más, y en todo servir más a los demás. Palabras repetitivas que hoy nos traen el núcleo más profundo de todo el mensaje cristiano.

 

Abadia de MontserratDomingo XIII del tiempo ordinario (2 de julio de 2023)

San Pedro y San Pablo (29 de junio de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (29 de junio de 2023)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 / 2 Timoteo 4:6-8.17-18 / Mateo 16:13-19

 

«sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.» (Mt 16,18)

Dios lo puede todo. Confesar a Dios es confesar que la vida tiene más poder que la muerte, que el bien vence al mal. La vida y el testimonio del apóstol San Pedro nos lo confirman. En su biografía, en todo lo que le alcanza directamente, este poder de Dios se manifiesta tanto en acontecimientos extraordinarios como en la cotidianidad de la vida, en la curación y resurrección de enfermos y muertos, como en su transformación interior, todo son signos de la capacidad de la vida para resistir la muerte que él atestigua. Simón, el hijo de Juan, Pedro, es el resistente frente a estas puertas del reino de la muerte que ceden ante Dios. Por eso nos es un modelo inspirador, del que podemos aprender mucho. Y creo que una buena perspectiva para acercarnos a San Pedro es precisamente la de observar sus luchas personales, esas resistencias que tuvo que practicar frente a las puertas del reino de la muerte.

Si empezáramos cronológicamente al revés, por el final de su vida, encontraríamos la resistencia frente a un Imperio Romano, al que molestaba profundamente aquella secta cristiana que proclamaba que había un solo Dios, que un hombre crucificado era su Hijo y el Mesías, cuyas palabras defendían unos valores que ponían a los seres humanos al mismo nivel, con una misma dignidad, que decía que había que perdonar, poner la otra mejilla cuando te pegaban, que las riquezas eras efímeras y todas estas cosas tan antipáticas para los que siempre se han beneficiado de los comportamientos violentos, explotadores y egoístas. La estructura de poder de Roma, podía ser todo esto, pero no era ingenua y por tanto no hay ninguna duda de que intuyó que todos aquellos predicadores no eran ni inocentes ni inofensivos y que por tanto más valía terminarlo rápido, eliminándolos. Y lo hicieron.

La resistencia al evangelio que seguimos viviendo hoy en el mundo, nos hace evidente que el mensaje cristiano es válido y que el ejemplo de la opción de San Pedro, para resistir la presión y con su palabra mantenerse fiel a Jesucristo, aceptando todas sus consecuencias, abre un verdadero camino de transformación en el mundo, que dura desde entonces. A pesar de no haber eliminado el mal y todas sus manifestaciones sociales, lo ha resistido y transformado en miles de ocasiones. Lección para hoy: Las resistencias al evangelio del inicio, no están tan lejos de las de ahora, pero las puertas del reino de la muerte no nos han superado nunca: Dios puede todo y lo vemos en la historia de la humanidad.

Si avanzamos deshaciendo su vida, veremos cómo San Pedro también encontró la resistencia de una tradición religiosa y política en el judaísmo que no podía permitir todo ese mensaje tan provocativo. Primero porque venía de fuentes no autorizadas: esto es de hombres sencillos, no formados, que se apoyaban en el testimonio de un rabino muy alternativo al que reconocían sin embargo como el propio Mesías. Es muy interesante ver cómo hay una lectura de la fe cristiana capaz de recuperar todo el núcleo de la tradición judía anterior y llevarla a cumplimiento, y que por tanto no debemos olvidar la capacidad del judaísmo para abrirse al mensaje de Jesús y de los apóstoles. Éste fue el primer gran ámbito de predicación de San Pedro. En esta tradición, todo se centra en reconocer la centralidad de Jesucristo. Qué duda tenemos que la referencia vital de Pedro fue Jesús de Nazaret: vivo, muerto y resucitado. Simón, no sin errores ni negaciones, siempre volvió a Él. Qué biografía espiritual no podríamos escribir a partir de los diálogos de Jesucristo y de San Pedro:

Empezando por el primer encuentro y citando breves fragmentos de diversos evangelios, en los que Jesús pregunta y Pedro responde, encontramos estos momentos:

“Echa las Redes (Lc 5,4)”.

“Apartaos de mí que soy un pecador (Lc 5,8)”.

“¿Quién decís que soy yo?”

“Vos sois el Mesías el Hijo de Dios vivo (Mt 16,15-16)”.

“¿Vosotros también queréis dejarme? (Jn 6,66)”

“Señor a donde iríamos, sólo Vos tenéis palabras de vida eterna (Jn 6,68)”.

O cuando Pedro pregunta y Jesús responde:

“Señor, ¿quiere lavarme los pies? (Jn 13,6)”

«Si no te lavo, no tienes parte conmigo (Jn 13,8)»

“Señor. ¿Por qué no puedo seguiros ahora mismo? Daré por Vos mi vida (Jn 13,37).”

  “¿Tú quieres dar la vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo que no me hayas negado tres veces (Jn 13, 38)”.

Hasta llegar a la pregunta final,

“Simón Hijo de Juan, ¿me amas?”

“Señor, lo sabéis todo. Sabéis que os amo (Jn 21,17)”

.

No puede sorprendernos que, con este fondo, con esta relación personal, Pedro resistiera cualquier inmovilización religiosa y se convirtiera en fundamento de la nueva fe en Cristo. La lección para hoy: volver a Jesucristo. Dios puede todo y siempre encuentra su camino en los hombres y las mujeres.

Pero finalmente y estos breves diálogos que he citado son una buena muestra, en San Pedro, las resistencias más iluminadoras son las interiores. Todas las que los evangelios nos cuentan y que acompañan a su relación personal con Jesús de Nazaret. La resistencia que nace de la conciencia de estar muy lejos de aquél que con una sola palabra le hace cambiar de idea. Estaban pescando: ¿qué sabía un carpintero de pescar? Pero por algo, Pedro confía y aparece el pescado donde no había. Y de eso nace un sentimiento de superación, de querer alejarse, de miedo. Pero en ese momento aparece siempre la llamada de Jesucristo, de volver, de mantenerse fiel. Quizás esta misma conciencia de indignidad superada siempre por la Palabra del Señor nos da una clave para entender la vida de Pedro, y tendrá su momento último en la negación durante la pasión, cuando la fuerza de querer alejarse de todo, pasa por delante de todas las declaraciones de fidelidad, y donde definitivamente ya no hace falta otra palabra que su propia conciencia recordándole que ha traicionado al maestro y amigo. Porque después de la negación en la noche de la pasión, las palabras que escuchará San Pedro serán ya las del resucitado, que no cambiarán, que continuarán siendo las palabras que confirman aquella llamada que hemos leído en el Evangelio: tú eres Pedro. Pero en cambio, en el momento de la resurrección, junto al Lago de Genesaret, en el evangelio que la solemnidad de hoy propone para la misa de la víspera, el Señor le preguntará tres veces a Pedro: ¿me quieres? Y la respuesta será la abandonarse totalmente en Cristo, sin ninguna resistencia, diciendo finalmente: Vos lo sabéis todo, Vos sabéis que os amo. Leo por hoy: Dios lo puede todo, porque perdona lo que ni nosotros nos osaríamos perdonarnos a nosotros mismos.

De esta forma la misión de San Pedro en la historia se apoya en la confesión que hace de Jesucristo como Señor y Mesías y en el amor que finalmente le demuestra incondicionalmente, en la piedra y en el corazón. Por su vida, nos demuestra que él es la piedra contra la que se estrellan todas las luchas sociales, religiosas y personales, pero que esto sólo puede ser así si la referencia de su corazón es Jesucristo. Petra autem era Christus. La piedra realmente es Cristo. Es una frase escrita en ese altar. Y la Iglesia se mantiene unida en Cristo y en aquellos que participan con amor y con fe, como san Pedro, de Cristo. El cimiento y la piedra no podía ser otro. Todos nosotros también estamos invitados hoy a participar como el primero de los apóstoles en la fe y en el amor, en la eucaristía que ha sido siempre el sacramento de la unidad.

 

 

Abadia de MontserratSan Pedro y San Pablo (29 de junio de 2023)

Domingo XII del tiempo ordinario (25 de junio de 2023)

Homilía del P. Anton Gordillo, monje de Montserrat (25 de junio de 2023)

Jeremías 20:10-13 / Romanos 5:12-15 / Mateo 10:26-33

 

No tengáis miedo

Estimados hermanos y hermanas:

En el Evangelio que acaba de proclamar el diácono, hemos oído las palabras de Jesús que nos decían a cada uno y cada una de nosotros: “Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones”.

Miedos. Todos llevamos nuestros miedos, nuestras angustias, nuestros fantasmas. Todos nos podemos ver abrumados por estos miedos que hacen vivir a medias, miedos que nos impiden disfrutar de la vida, y que hacen que todo lo vemos de color gris o negro, o sin sabor. Y podríamos encontrarnos en situaciones que nos lleven a decir como el salmo 42 (Vg 41): “las lágrimas son el pan de noche y de día, y en todo momento me dicen: ¿Dónde está tu Dios”, y podemos preguntarnos nos con el salmista: “¿por qué esta tristeza alma mía? ¿Por qué esa turbación?” E incluso podríamos gritar con Jesús en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis abandonado?».

Miedos. Todos llevamos nuestra mochila más o menos pesada. Pero es necesario enfrentar los miedos con la respuesta que propone el mismo salmo: “Que el Señor confirme cada día el amor que me tiene. Y cada noche dirigiré mi canto, haré una oración al Dios que me es vida”. No se trata de acudir con una actitud infantil a orar a un Dios que soluciona todos los problemas, esperando en un Dios que actúe a nuestro gusto cuando nosotros le invocamos con unas palabras mágicas en forma de oración, o cuando nosotros intentamos comprar a Dios con un cierto intercambio comercial: yo hago esto y Tú, Dios, haces esto. Este dios no es Dios, sino una fantasía; ese dios comerciante, no es Dios, es una quimera. Esto no quiere decir que la oración no sea eficaz: es como un niño que pide dulces o chocolate a su madre y su madre no siempre se los da, sino que le dará lo que más le conviene.

Dios es otra cosa: Dios es un Dios-Amor. Y de lo que se trata es tener confianza en Dios y de ser conscientes de su Amor que nunca falla. Así, para poder vivir el “no tengáis miedo”, es necesario que seamos conscientes de que Dios nos ama, que tiene contado cada uno de los cabellos, no porque tenga que actuar a nuestro capricho, cuando decimos unas palabras mágicas o hagamos una determinada invocación. Dios nos ama y quiere nuestro bien y el de toda la humanidad. Y eso significa que a veces debe permitir cierto daño para sacar un bien mayor. Como cuando un niño que empieza a andar, se le debe dejar libertad para que pueda empezar a dar algunos pasos solos, aunque pueda caer. Y si uno ama de verdad, es necesario que respete la libertad del otro, aunque a veces esté equivocado. Si no existe libertad, no hay amor.

Dios nos ama, no es un dios que nos amó en un pasado y nos ha dejado abandonados en un mundo vacío y sin ningún orden, sino que es un Dios que nos sigue amando aquí y ahora, y lo seguirá haciendo en el futuro, porque «perdura eternamente su amor».

Hermanos y hermanas: No tengáis miedo: podemos estar seguros de que perdura eternamente su amor, su misericordia, su hesed, con un amor leal y fiel. Sí, es un Dios que ama, que nos acoge, que está a nuestro lado, que quiere nuestro bien y nuestra felicidad. Éste es el Dios de verdad, que ahora y siempre estará cerca de nosotros porque perdura eternamente su amor.

Y para ser conscientes de ello no hay otro camino que frecuentar el trato con Dios e ir conociendo: a través de la oración que siempre es eficaz para mover los corazones de las personas, a través de la participación en el Eucaristía, a través de leer y hacer nuestra la buena nueva de su Evangelio. Así, podrán resonar en nuestro interior las palabras de Jeremías en la primera lectura: “el Señor me apoya como un guerrero invencible. (…) Cantad al Señor, alabad al Señor: él salva la vida del pobre de las manos de quienes quieren hacerle daño” o también lo que hemos cantado en el salmo responsorial: “El Señor escucha siempre a los desvalidos, no tiene abandonados sus cautivos”.

Si confiamos en Dios no nos paralizará el miedo, a pesar de nuestras debilidades, a pesar de lo que puedan decir, a pesar de las persecuciones o la muerte. No tengáis miedo porque podemos confiar en un Dios-Amor, que está a nuestro lado, que nos comprende, que nos ama y respeta nuestra libertad. Sólo hace falta que nos sintamos amados por Dios y que seamos conscientes de nuestro valor incalculable, mayor que todos los pájaros juntos, no por nuestros méritos sino porque somos hijos e hijas de Dios.

No es un, «no tengáis miedo» y nos olvidemos porque ya lo hará todo Dios, sino que es necesario que seamos responsables, sino que también hace falta nuestro esfuerzo como nos decía el mismo Jesús en el Evangelio de hoy: “A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos»”. Libertad significa responsabilidad, si no es infantilismo.

Hermanos y hermanas. Somos libres para corresponder o no el amor de Dios. Amor con obras, no sólo de palabras. Si queréis ser felices: no tengáis miedo y elegid el amor de Dios, que perdura eternamente… y actuad en consecuencia.

Que así sea.

 

Abadia de MontserratDomingo XII del tiempo ordinario (25 de junio de 2023)

San Juan Bautista y Primera Misa (24 de junio de 2023)

Homilía del P. Anton Gordillo, monje de Montserrat (24 de junio de 2023)

Isaías 49:1-6 / Hechos 13:22-26 / Lucas 1:57-66.80

 

Alegría, alegría, alegría

Estimados hermanos y hermanas:

Hoy es un día que invita al gozo y la alegría. Los textos que nos propone hoy la liturgia de esta Eucaristía nos hablan de gozo y luz, celebrando un nacimiento: el de Juan Bautista, el profeta que anunció la inminencia de la venida de Jesucristo, nuestro Salvador como nos recordaba hace un momento san Pablo en la lectura de los Hechos de los Apóstoles. Un nacimiento siempre es motivo de alegría, y en esta ocasión especialmente. La oración del final de la Misa, la oración de postcomunión pide a Dios que «la Iglesia, gozosa por el nacimiento de Juan Bautista, reconozca que aquel que el Precursor anunció, es lo que la ha regenerado«.

También es motivo de alegría el hecho de que estamos en las inmediaciones del solsticio de verano, cuando los días son más largos y las noches más cortas. Especialmente hoy en que tenemos muy presentes todavía los fuegos de San Juan que ayer iluminaban la noche y fueron motivo de fiesta, luz y ruido. Esta noche tan corta (sólo 7 segundos más larga que la más corta del año, la del 21 de junio como leía el otro día en un diario digital). Esta noche tan corta pero querida en el imaginario colectivo mediterráneo y también de la tradición cristiana.

Por el evangelista Lucas sabemos que Zacarías celebra el nacimiento de su hijo Juan, quien señala la línea de una nueva época: se trata de una frontera que separa el Antiguo Testamento del Nuevo, como dice San Agustín. Es el nacimiento del precursor que hace de bisagra entre las promesas escondidas del Antiguo Testamento (mudas como el padre Zacarías), con las del Nuevo (donde a la luz de Jesucristo, los escritos antiguos se abren a un nuevo significado, a una nueva dimensión más llena).

Zacarías, que se alegra del nacimiento de Juan y es plenamente consciente de la intervención divina, estalla de gozo en su cántico, tan amado por los monjes y que se canta en la Liturgia de las horas, estalla en alabanza a Dios anunciando la inminencia del nacimiento de Jesucristo. Y dice: “nos visitará un sol que viene del cielo, para iluminar a quienes viven en la oscuridad, en las sombras de la muerte, y guiar nuestros pasos por caminos de paz”. Un solo que viene del cielo. Si el solsticio de invierno está tocando el nacimiento de Cristo, en el solsticio de verano se sitúa otro nacimiento: el de Juan Bautista.

Hemos oído en el evangelio cómo Isabel y Zacarías dijeron que su hijo debía llamarse Juan, que significa “Dios ha hecho gran misericordia”. Lucas nos recuerda que Dios ha hecho una gran misericordia a unos padres sin descendencia, cosa mal vista en la sociedad judía de aquella época, pero también podemos afirmar que Dios también ha hecho una gran misericordia para con nosotros. Dios no se olvida de nosotros y ya desde los tiempos antiguos va preparando la salvación de la humanidad, de todos los hombres y mujeres, preparando la venida de El Salvador; con el nacimiento de Juan que nos dice que algo grande está a punto de pasar, nos está anunciando y apuntando el significado de la venida de El Salvador, nuestro Salvador. Así, es motivo de alegría que Dios sigue estando junto a todo hombre y toda mujer, para acompañarnos, para amarnos y para que seamos felices. Juan anuncia a este Jesús que ha venido al mundo, no para imponernos una carga pesada, sino para que podamos llegar a ser felices en Dios.

Juanes, Josés y asnos, hay en todas las casas, dice un dicho antiguo catalán (con la variante de Juanes, Antones y asnos). Así es: en todas las casas cristianas existe la posibilidad de que Dios nos haga misericordia, de que nos ayude a cada uno y cada una de nosotros. Pero también es motivo de que nosotros se convierta en un nuevo Juan, una nueva Juana. Y existe la posibilidad de que seamos, como el Bautista, mensajeros de la alegría de lo que significa la Buena Nueva del Evangelio, de que seamos repartidores de sonrisas a nuestro alrededor y de alegría auténtica, porque nace del fondo de nuestro corazón porque nos sentimos amados por Dios y repartimos de este cariño: ésta es la manera de identificarnos como auténticos cristianos, con el mandamiento nuevo que nos dio Jesús: “Tal y como yo os he amado, amaos también vosotros. Por el amor que os tendréis entre vosotros todo el mundo conocerá si sois discípulos míos”. Ciertamente que hay dificultades en la vida, ciertamente que la felicidad está arraigada en la cruz y que debemos poner nuestro esfuerzo, pero nuestra vida tiene un sentido pleno y un sentido de alegría y felicidad si, a pesar de los obstáculos, nuestras debilidades e incoherencias, si somos capaces de intentar amar al modo de Dios.

Para los escolanes también es motivo de alegría: esta semana termina el curso escolar en Cataluña, y al final de esta mañana empezarán sus vacaciones de verano hasta su regreso finales de agosto donde podrán disfrutar de la familia y los amigos. Al finalizar esta celebración tendrá lugar la ceremonia de despedida de los escolanes de segundo: a ellos y a sus familias agradecemos su estancia y el servicio que han hecho aquí en Montserrat.

Y finalmente creo que estos días son también motivo de alegría para la Comunidad de monjes y para la Iglesia en Cataluña por mi ordenación sacerdotal. Y no puedo dejar de agradecer públicamente el apoyo de tantas personas que han hecho posible lo que soy en mi largo itinerario vital: primero mis padres (con mi madre aquí presente), a toda mi familia, a los monjes y también tantos otros amigos y amigas que he tenido el privilegio de conocer y compartir a lo largo de los años, muchos de ellos que se han hecho presentes estos días de diferentes maneras: GRACIAS.

Qué Dios, que siempre va actualizando su misericordia, nos haga avanzar en el sentido auténtico de la felicidad y de la alegría, bien arraigados en Cristo, y que esta alegría exuda por nuestra piel hacia los demás, para intentar construir un mundo mejor tanto para nosotros como para toda la humanidad: porque los cristianos sabemos que “nos visitará un sol que viene del cielo, para iluminar a quienes viven en la oscuridad, en las sombras de la muerte, y guiar nuestros pasos por caminos de paz”.

Que así sea.

 

Abadia de MontserratSan Juan Bautista y Primera Misa (24 de junio de 2023)

Ordenación presbiteral del P. Anton Gordillo (23 de junio de 2023)

Homilía del Cardenal Joan Josep Omella, Arzobispo de Barcelona (23 de junio de 2023)

Jeremías 1:4-10 / 1 Pedro 1:8-12 / Lucas 1:5-17

 

Estimado P. Abat,

Estimados monjes de este monasterio,

Estimados familiares y amigos del Hermano Anton,

Estimados hermanos y hermanas en el Señor,

Querido Hermano Antón, si miras atrás, contemplas en primer lugar, con gratitud y emoción, haber recibido el don de la vida humana. La vida es un don maravilloso, un regalo de Dios y en ese regalo están directamente implicados tus padres. Y hoy es un buen momento para agradecer a Dios y a tus padres el don de la vida y todo lo que han hecho por ti a lo largo de tu existencia.

Y en esa mirada atrás, contemplas también, con mayor emoción y gratitud, tu nacimiento a la vida divina por medio del Bautismo. A través de este magnífico sacramento, recibiste la semilla de la fe y fuiste sumergido en Cristo Muerto y Resucitado, nuestro Salvador. Por su Muerte y Resurrección estás ya salvado. Y la vida de cada bautizado se inserta para siempre en la vida de Cristo, en su forma de ser y de actuar. Luego recibiste la primera comunión, la confirmación, la entrada en la vida monástica… y la ordenación diaconal. ¡Cuántos y qué inmensos dones te ha concedido el Señor!

Recuérdelos, contémplalos hoy, lleno de emoción y agradecimiento. Hagamos nuestras las palabras de santa Clara de Asís: «¡Gracias, Señor, porque me pensaste, porque me creaste, gracias!». Nuestra alma, llena de alegría, proclama con María: «El Todopoderoso obra en mí maravillas».

Y hoy el Señor, que ya te eligió en el seno materno, te concede un nuevo y bellísimo regalo, que ninguno de nosotros merecemos. A través del sacramento del orden sacerdotal, el Señor comparte contigo su más profunda identidad, su eterno sacerdocio a favor de todos los hombres. Hoy el Señor te concede participar en lo más entrañable y radical de la misión que Él recibió del Padre. Por la imposición de mis manos y por la unción del Espíritu Santo, que se derramará sobre ti, serás verdaderamente sacerdote de Jesucristo, participarás de su único y eterno Sacerdocio.

¿Qué implica esta participación en la misión sacerdotal de Cristo, ese precioso don, carisma y ministerio?

Sacerdote.

El sacerdocio ministerial exige una relación íntima y profunda con el Señor, sacerdote, víctima y altar. Él nos dice: «Ya no os digo siervos […] A vosotros os he dicho amigos porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre». El presbítero, por el don de la lectio divina, debe llegar a vivir la alegría de Jesús con los sencillos, los pequeños, los últimos, los pecadores. Debe meditar incansablemente el camino de las Bienaventuranzas y entrar con frecuencia en la alegría del Espíritu Santo con la que nos quiere llenar Jesucristo. El sacerdote debe ser alguien que trata y conoce íntimamente el corazón de Jesucristo y, como Él, debe ser sensible a la alegría y a los sufrimientos de quienes le rodean, como nos exhorta san Pedro: «Yo, presbítero como ellos y testigo de los sufrimientos de Cristo».

El sacerdote vive con especial intensidad el camino que va de Getsemaní al Calvario. Es el Evangelio de su amor más allá de todo, de su Pasión «voluntariamente aceptada», de su vida entregada en la Cruz por nosotros y por todos los hombres, de su gloriosa Resurrección y Ascensión a los cielos. Estas escenas contempladas asiduamente y con amor marcan la carne y el espíritu del sacerdote con una marca indeleble. El sacerdote dice, cada día y cada noche, con el salmista:

«El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.». De ahí que el sacerdote debe ser hombre de oración, un hombre verdaderamente «religioso», en palabras del papa Benedicto XVI. Es entonces cuando podemos decir, como san Pablo: «Sé bien de quien me he fiado» (Cf. 2Tm 1,12).

Victima.

Compartir la misma misión sacerdotal que Jesucristo implica una nueva valoración de las cosas, un ir creciendo en sensibilidad ante la dimensión victimal y reparadora de nuestro ministerio. Tal y como nos enseña Cristo en el Evangelio, lo que cuenta en la vida no es la autorrealización ni el éxito; no es construirse una existencia interesante o una vida bella, ni alimentar a una comunidad de admiradores. El objetivo final de la vida de un seguidor de Cristo es obrar en obediencia al Padre y en favor de los demás, en obediencia de amor, un amor a la medida de la Cruz; en obediencia sufriente y, al mismo tiempo, decidida, rápida; en obediencia, muchas veces oscura e ignorada, siempre próxima a las víctimas de este mundo, a los maltratados, singularmente a las víctimas del pecado, la desgracia más profunda de todo ser humano.

Vamos al sacerdocio a ser víctimas con Cristo, a incorporar nuestros sufrimientos a su Pasión. Vamos al sacerdocio con la ofrenda de nuestro propio cuerpo, para ponerlo con Cristo en el altar por la salvación de la humanidad, porque nos duele el pecado del mundo, de cada hombre, de cada mujer; porque nos duele la vida sin Dios de tantos hermanos nuestros, nos duele tanto sufrimiento y tanta muerte sin Dios. Ser sacerdotes y víctimas con Jesucristo es gastarse y desvivirse por los demás, a su ejemplo; es vivir una vida de constante olvido de sí mismo para darse a Cristo y a los demás, para gloria del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. El sacerdote ofrece y entrega su vida a Dios por la salvación de la humanidad.

Podemos decir, en palabras del papa Benedicto XVI, que “si hoy los sacerdotes se sienten estresados, cansados y frustrados [y esto vale también para los monjes], se debe a una búsqueda exasperada de rendimientos. La fe se convierte en un pesado fardo que apenas se arrastra, cuando debería ser un ala por la que dejarse llevar” (La Iglesia. Una comunidad siempre en camino. Edit. San Pablo, pág.119). Dice el salmista: «¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! 8 Emigraría lejos, habitaría en el desierto».

Ojalá sepas, querido hermano Antón, ojalá sepamos siempre, todos nosotros, volar con las alas de la fe, volar al desierto, a la soledad con Dios, solo con su amor, sin que lo impida nada ni nadie, sin que la fe se nos convierta en un fardo pesado.

Roguemos a Dios con confianza que nos conceda volar ligeros, trabajar con total generosidad, sin perder la alegría, no mirando los resultados, sino siendo fieles al amor primero, al amor divino que ha hecho con nosotros Alianza nueva y eterna, al amor que te ha llevado al desierto para hablarte en el corazón y para que le hables de los hombres y de sus soledades y necesidades. Y en el desierto, que Dios te convierta en un oasis capaz de dar los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí.

Lo importante, pues, es ser amigos fuertes de Dios, transformados por el Espíritu en ofrenda que se inmola escondida en Cristo para alabanza de su gloria, ofrenda permanente de la Iglesia extendida por todas las naciones.

Altar.

Compartir la misión de Cristo implica también participar en el amor que Él tiene por toda la humanidad, y en su voluntad de salvarla y ayudarla. Por eso, serás, por Cristo, con Él y en Él, no sólo sacerdote y víctima, sino también altar. En ti, en tu corazón, tendrán un sitio las ofrendas de toda la humanidad, sus vidas y sus trabajos, sus alegrías y esperanzas, sus tristezas y angustias.

Compartir el sacerdocio de Jesucristo nos hace altar del universo, único altar donde el hombre pone la ofrenda de su pobreza y donde el fuego del Espíritu lo purifica todo, lo “cristifica” todo, para la gloria de la Santísima Trinidad, consustancial, indivisible, vivificadora.

Sólo en el altar de esta gozosa comunión con Cristo puede llegar a plenitud la alegría de toda la creación y de toda la humanidad. Por eso, no podemos guardar para nosotros la medicina de la fe que hemos descubierto, que nos ha curado a nosotros de tantos males y que nos ha proporcionado tantos bienes. El fuego misionero, la pasión por los demás, «pro eis», debe llenar de ofrendas el altar: la ofrenda de quienes no conocen todavía a Dios, de quienes viven como ovejas sin pastor, de quienes, como aquellos que le crucificaron entonces, ahora mismo, en nuestro tiempo, no saben lo que hacen.

San Gregorio Magno dice bellamente: «¿Qué otra cosa son los hombres santos sino ríos… que riegan la tierra seca? Sin embargo… se secarían si… no volvieran al lugar del que han brotado. Porque si no se recogieran en el interior del corazón y no encadenaran su anhelo de amor al Creador… su lengua se secaría.».

Le pido al Señor que te conceda vivir así: estando en cualquier sitio o en cualquier servicio al Monasterio. Sí, da igual un lugar como otro, da igual estar con muchos que con pocos hermanos. Lo importante es estar donde nos pone el Señor. Y allí ser altar, ser río que brota cada día del altar, del lado derecho, río que brota de la brecha de su lado, río que riega la tierra seca, aunque nunca veas los frutos.

Como dice san Benito practica el buen celo, como lo hacen los buenos monjes: honra a los demás, soporta con paciencia sus debilidades, no busques el provecho propio, sino el bien común, practica desinteresadamente la caridad fraterna, ama a tu abad con un cariño sincero y humilde, no antepongas nada a Cristo, cuida de los enfermos, preocúpate con toda solicitud de los niños, de los huéspedes, de los peregrinos y de los pobres. Reconforta a los desvalidos (Regla de Sant Benet).

Que Santa María, Virgen de Montserrat, la Moreneta, presente en cuerpo y alma en el cielo, desde la Asunción, madre de todos los sacerdotes, dulzura de vida, te ayude a permanecer en la alegría espiritual. Nunca lo dudes: Ella, madre y maestra, te ayudará cada día en tu vocación, para que seas fiel al ministerio recibido. Ella, la Virgen María, te consolará en todos tus dolores y obtendrá del Padre la fuerza y los dones del Espíritu, para que seas sacerdote, víctima y altar con Jesucristo. Amén.

 

Abadia de MontserratOrdenación presbiteral del P. Anton Gordillo (23 de junio de 2023)

Domingo XI del tiempo ordinario (18 de junio de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad emérito de Montserrat (18 de junio de 2023)

Éxodo 19:2-6a / Romanos 5:6-11 / Mateo 9:36-10:8

 

El evangelio de hoy, hermanos y hermanas, nos presenta los inicios de la misión evangelizadora de Jesús. Podemos distinguir tres momentos. Primero nos dice cuál es su razón. Jesús ve ante sí a las muchedumbres y se da cuenta de que están extenuadas y abandonadas. Que no tiene horizontes claros ni dirigentes capaces de guiarla positivamente. Y esto lleva a las personas a la desesperanza y a la postración. Compara esta situación de la multitud a las ovejas que no tienen pastor, que están abandonadas a su suerte, que no saben adónde ir, que se dispersan para encontrar pastos y bebederos que satisfagan sus necesidades vitales. Jesús ve este panorama y se compadece, y decide enviar a unas personas que atiendan las carencias de la gente y les ayuden a salir de la falta de esperanza.

La misión cristiana es, por tanto, fruto del amor compasivo de Jesús ante las necesidades de las personas. Las necesidades del espíritu y las del cuerpo. Él quiere llevar a todos a la plenitud personal, según el don que cada uno ha recibido al ser llamado por Dios a la existencia.

Después, el evangelista nos habla del segundo momento de los inicios de la evangelización. Es el envío de los doce discípulos; un grupo muy variado por su formación, por su cultura, por su profesión, por sus ideas políticas. Sin embargo, todos ellos reciben la confianza de Jesús y están llamados a compartir su misión de atender a las personas y de apoyar a la gente en nombre de Jesús y según su manera de hacer. Estos doce son los primeros de una gran multitud de obreros enviados al campo del mundo a lo largo de los siglos. Siempre para continuar la misión de Jesús que es de amor, servicio y liberación. Él mismo nos dice que debemos orar para que al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Es decir, que Dios encienda en la intimidad de las conciencias el deseo de ser colaborador de la misión de Jesucristo en favor de los hermanos y hermanas en la fe y en favor de toda la humanidad para ofrecerle la Palabra de vida, llamar -la esperanza, y ayudarla a superar los problemas que le afectan.

Por fin, en un tercer momento, el evangelista nos decía cuál es la tarea concreta de estos enviados. Tanto los doce primeros como todos los demás, deben anunciar el Reino de los cielos y, por tanto, deben dar vida y esperanza, deben liberar del mal que oprime a las personas y curar las enfermedades del cuerpo y del espíritu. Al principio, Jesús envía sólo a ejercer esta misión dentro del pueblo de Israel. Después se extenderá a todo el mundo, porque todos los hombres y mujeres son hijos de Dios y tienen un destino eterno; el Padre celestial los ama todos individualmente y quiere que vivan sin opresiones ni angustias. En su origen, pues, la misión evangelizadora de la Iglesia está -como ya hemos visto- el amor misericordioso y compasivo de Jesucristo, que hace visible el amor misericordioso y compasivo de Dios. Esta misión evangelizadora, que empezó con los doce en torno a Jesús, en los tiempos de la Iglesia tiene una gran diversidad de funciones, de servicios, de carismas (1C 12, 4-6). Y no es exclusiva de los obispos, presbíteros y diáconos. Todo cristiano es enviado a contribuir a la misión de Jesucristo en favor de la humanidad. Todo bautizado está llamado a anunciar el Reino de Dios y a irlo haciendo presente aquí en la tierra para que transforme las realidades humanas, para hacer un mundo más solidario, pacífico y fraterno.

También nosotros estamos llamados. También nosotros somos enviados en misión por Jesús, y la tarea debe empezar en nuestro entorno para llegar hasta donde podamos. Y esto gratuitamente, generosamente, según el modelo de Jesús. La tarea es inmensa, basta tener presentes las noticias de cada día: emigrantes que salen de sus países en busca de mejores condiciones y muchos mueren por el camino y otros son rechazados, violencia en las familias, agresividad en muchas de las relaciones familiares y sociales, depresiones y suicidios, guerras y torturas en diversos puntos de la geografía, pobreza y marginación en crecimiento, y tantas otras situaciones. El diagnóstico que hacía Jesús en el evangelio sigue siendo muy actual en el año 2023: las muchedumbres, …, extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Y él sigue apiadándose y llamándonos a la responsabilidad de ser colaboradores suyos para transformar estas situaciones en bien de las personas.

Sin embargo, los cristianos no podemos limitarnos a la acción social, como una ONG humanitaria. Debemos hacerlo desde la fe y el amor, viendo a Cristo presente en el otro. Y esto en una doble dimensión, pero de forma simultánea e inseparablemente unida. Por un lado, debemos darles a conocer el amor que Dios les tiene con los horizontes de esperanza que ello conlleva. Y, por otra parte, debemos trabajar para resolver los problemas personales y sociales que hacen sufrir a las personas. Y debemos favorecer que tengan un encuentro personal con Jesucristo, que da esperanza y transforma la vida. Además, siguiendo la palabra de Jesús, oremos para que seamos muchos los que nos dediquemos a trabajar en su campo del mundo y a comunicar el gozo del Evangelio.

El amor compasivo de Jesucristo, que es reflejo del del Padre celestial, le ha llevado a quedarse entre nosotros para ayudar a nuestra misión en el mundo. En la eucaristía él nos cura y nos da esperanza, él hace eficaz nuestra acción misionera y evangelizadora.

 

Abadia de MontserratDomingo XI del tiempo ordinario (18 de junio de 2023)

El Cuerpo y la Sangre de Cristo (11 de junio de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (11 de junio de 2023)

Deuteronomio 8:2-3.14b-16a / 1 Corintios 10:16-17 / Juan 6:51-58

 

Hoy, queridos hermanos y hermanas, en este domingo de Corpus, Jesucristo nos pide lo que nos ha pedido siempre: que creamos en Él, que no nos quedemos en la superficie, en la anécdota, o en los hechos de la historia, sino que lo reconozcamos viviente y presente en el mundo.

Honestamente podemos preguntarnos si nuestras vidas son tanto, más o menos complicadas que la del pueblo de Israel atravesando el desierto del Sinaí, pero de lo que no dudamos es que todos somos peregrinos y que nuestra vida es andar en medio de uno ambiente en el que hay alegrías, pero también problemas y dificultades.

El libro del Deuteronomio es el quinto de la Ley judía, la Torah y en buena parte es una reflexión sobre los hechos fundamentales de la fe de Israel, en la que la peregrinación es muy importante. En todos estos primeros libros de la Biblia está claro que el pueblo tenía tres elementos importantes:

  • un destino prometido por Dios, una tierra, a la que había que llegar y esto no era fácil,
  • tenía sobre todo la ayuda de Dios.
  • Además, había alguien que era capaz de interpretar el sentido de la historia, los acontecimientos que ocurrían, la vigencia de la promesa y sobre todo alguien que sabía explicar el sentido que Dios daba a todo esto, por lo que las dificultades nunca podían destruir la esperanza que emana de la promesa de Dios.

En la primera lectura, ese alguien es Moisés, que se sitúa ya al final de la peregrinación por el desierto y en la visión que le da la historia, interpreta el camino como el lugar donde Dios ayuda siempre y donde la sed, el hambre y el peligro de las serpientes venenosas y los escorpiones, son contrarrestadas con el agua de la roca y el pan del cielo, el maná. Pero, además, Moisés también defiende el valor pedagógico de esta experiencia de dificultad, porque es aquí donde referirnos a Dios nos hace conscientes de que somos probados, que somos capaces de conocer nuestros sentimientos y yo además me atrevo a decir que el texto también pide a los israelitas si son lo suficientemente honestos para reconocer que como dice el salmo: la ayuda nos viene del Señor, del Señor que ha hecho el cielo y la tierra.

El inicio de este camino fue la Pascua, el paso del Señor en la noche antes de empezar la liberación de Egipto. Una liberación curiosa si pensamos en la historia inmediata que siguió esa noche y todo el resto de la historia, una historia de muchos desiertos, de exilios, de genocidios y de dramas personales como los que sufre cualquier hombre o mujer desde que el mundo es el mundo. La liberación no fue ni mágica ni inmediata. Pero la memoria de ese momento es el fundamento de toda la identidad colectiva de la tradición judía, a la que perteneció el propio Jesús de Nazaret.

Precisamente Jesucristo, celebrando esta memoria en la Pascua también quiso marcar una continuidad y una ruptura.

La continuidad del plan de liberación de Dios que pasaba por un Mesías, que él afirmó ser, tal y como nos dicen los evangelios. Dios seguía ayudando, seguía prometiendo, seguía presente en la historia y nos exhortaba a hacernos colaboradores de Él, confesándolo y actuando en consecuencia.

La ruptura porque el mismo Jesucristo, culminando la lógica de su Encarnación, la de un Dios trascendente que se hace hombre, quiso poner su humanidad, su cuerpo y su sangre, como el fundamento de otra Pascua, como el inicio de un pueblo nuevo, de otra alianza y de una peregrinación que debería pasar necesariamente por él. Con esto, Cristo instituyó la necesidad de otra memoria y transformó los tres elementos que marcaban la vida del pueblo:

Una nueva promesa: la liberación ya no es la de Egipto, la promesa no es sólo la tierra que nos da la vida material. La unión irrenunciable del momento de la Santa cena con la de la Pasión y la resurrección, nos hacen presente que la nueva promesa es su vida, vencer a la muerte y entrar en la plena comunión con Dios y con Cristo por la participación dada por el bautismo y renovada por los demás sacramentos.

Una nueva ayuda por el don de poder compartir su humanidad en sus elementos más básicos, el cuerpo y la sangre, que nos ha dejado como eucaristía, como acción de gracias.

Y una mediación que hace que cualquiera que pretenda ser intérprete de la voluntad de Dios, deberá referirse siempre a Jesucristo y al Evangelio.

Todo esto que estoy diciendo, aunque os parezca extraño, los escolanes os lo sabéis todos de memoria: estoy seguro de que podríais cantar y recitar sin partitura más de una versión del motete Oh Sacrum Convivium, que cantáis a menudo y que también cantareis hoy. La letra nos dice que esta eucaristía contiene los elementos de la memoria del mesías, del que nos interpreta la vida: passionis eius recolitur; recordamos su pasión; también contiene el elemento de la ayuda que nos da Dios, esto significa mens impletur gratia; nos llenamos de su gracia y finalmente también nos deja clara cuál es la promesa: futurae gloriae nobis pignus datur, se nos da la prenda de la gloria que esperamos.

Como decía al principio de estas palabras, hoy sólo necesitamos seguir creyendo y confesando que Él, Jesús de Nazaret, Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre está en el centro de la memoria, de la promesa y de la ayuda. Recordadlo cuando cantéis este motete. Muchos de vosotros habéis recibido sacramentos importantes en esta Pascua, especialmente la confirmación. Hace sólo dos semanas: ¡espero que os acordéis, todavía! Recordad siempre que Jesús es el centro de los sacramentos y con él está siempre el evangelio y sus exigencias.

Quizá ahora sería el momento de preguntarnos si en cada eucaristía: ¿somos nosotros suficientemente conscientes de que estamos en la mayor posibilidad de comunión, de memoria, de ayuda y de esperanza que nos haya podido dar nunca Dios? ¿Nos quedamos como os decía al empezar en la superficie de la fe? Pero lo importante no es donde estamos o donde nos quedamos sino donde nos invita Cristo a ir que es a la profundidad de la fe y del don. Un don que en la eucaristía incluye a todo el mundo, no lo olvidemos nunca y que por tanto nos obliga a la acogida incondicional.

El recordado y querido por tantos, obispo Antoni Vadell, me decía unos diez años después de ser ordenado presbítero, que, de toda su experiencia, se quedaba con la celebración de la eucaristía. Todos los que lo conocéis sabéis perfectamente que si algo no le faltaba eran capacidades pastorales y empatía con todo tipo de personas, pero la fuente y la cima de su vida estaba en la comunión con Cristo presente en el pan y el vino de la eucaristía, en esta fe que como un tesoro hemos recibido durante generaciones y generaciones y que agradecemos a Dios, procurando volver amor con amor a Él y a todos los hermanos y hermanas.

 

Abadia de MontserratEl Cuerpo y la Sangre de Cristo (11 de junio de 2023)

La Santísima Trinidad (4 de junio de 2023)

Homilía del P. Carles-Xavier Noriega, monje de Montserrat (4 de junio de 2023)

Éxodo 34:4b-6.8-9 / 2 Corintios 13:11-13 / Juan 3:16-18

 

Una tradición medieval explica la siguiente anécdota: Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, profundizando muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, levanta la vista y ve a un niño, que está jugando en la arena, a orillas del mar. Lo observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un agujero.

Así el niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca y le pregunta: «Oye, niño, ¿qué haces?» Y éste le responde: “Estoy sacando toda el agua del mar y la pondré en ese agujero”. Y San Agustín dice: «Pero esto es imposible». Y el niño responde: «Si esto es imposible, más imposible todavía es que tú entiendas el misterio de Dios…»

En la misma línea, como bien saben los estudiantes de teología, el propio san Agustín dice en uno de sus comentarios: «Si lo entiendes, no es Dios». Ante estos precedentes, hacer una homilía el día que celebremos la Santísima Trinidad es todo un reto. La Trinidad es un gran misterio y cada palabra no hace más que cerrar lo abierto, poner un límite, aunque sea involuntario y sólo lingüístico, a lo que es en sí mismo el infinito por excelencia.

Por eso, la mejor manera de considerar este gran misterio es el silencio. Pero esto no es posible en una homilía, aunque ya sabemos que es mejor hablar con Dios, que hablar de Dios. Por tanto, os propongo celebrar la Trinidad tomándonos tiempo para contemplar su presencia entre nosotros, sus maravillas, su obra. ¿Y cómo podemos contemplar las obras que Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- realiza? Empecemos por las lecturas que acabamos de escuchar.

En la primera, en el libro del Éxodo, el Señor se presenta a Moisés, y lo hace llamándose por su nombre: «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Éste es su nombre. En la segunda lectura, San Pablo, escribiendo a los Corintios, no tiene dudas y habla de un Dios de amor y de paz, de un Dios que, en la gracia ofrecida por el Hijo, en el amor compartido del Padre y en la comunión otorgada por el Espíritu se convierte en bendición. Finalmente, el Evangelio pone un punto definitivo, por si quedaba alguna duda: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito”.

Dios envió a su Hijo para que la humanidad dejara de creer en un Dios inalcanzable y terrible y empezara a creer en ese Dios que, desde el primer momento, cuando nada era, nada existía, quiso que la vida fuera y estuviera en eterno acontecer, nunca igual, nunca repetitiva, nunca estancada. Dios envió a su Hijo para que recordáramos que su nombre y su rostro son misericordia, amor, ternura, fidelidad.

Porque el Dios de la Biblia es un Dios cercano, no sólo filosófico y “todo Otro”. Es un Dios que es Padre, que ha querido acercarse a nosotros y ha entrado en nuestra historia, que nos conoce y que nos ama. Un Dios que es Hijo, que se ha hecho nuestro hermano, ha querido recorrer nuestro camino y se ha entregado por nuestra salvación. Un Dios que es Espíritu y quiere llenarnos en todo momento de su fuerza y su vida.

A la luz de la Palabra que la liturgia nos ha ofrecido hoy, ¿cómo contemplar, pues, su presencia entre nosotros, sus maravillas, su obra? Dios tiene que ver con el amor, con la belleza, con la fidelidad, con la vida en todas sus transformaciones, con lo inacabado, lo indeterminado, lo dinámico.

Así que hoy tomémonos un tiempo para contemplar lo que tiene que ver en nuestras vidas con todo esto. Porque donde hay amor, belleza, vida, fidelidad, autenticidad, ahí está Dios. Y no un Dios monolítico, sino un Dios plural; no un Dios lejano, sino un Dios cercano; no un Dios inamovible, sino un Dios en movimiento eterno, porque esto es el amor.

Hermanos y hermanas, hoy no es un día para intentar explicar el misterio de la Trinidad, sino de recordar cómo Dios ha actuado y sigue actuando en nuestro bien, y cómo toda nuestra vida está marcada y orientada por su amor. Hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y así tenemos la posibilidad concreta de realizar entre nosotros la santa y bella comunión que hace de nuestra vida una fiesta.

San Pablo nos exhorta a vivir y manifestar esta alegría: “Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros”. Éste debe ser nuestro testimonio del Dios Trinidad, que nos ama y nos llena de su propio amor, para que lo vivamos en este mundo tan necesitado de Dios.

Abadia de MontserratLa Santísima Trinidad (4 de junio de 2023)

Domingo de Pentecostés (28 de mayo de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (28 de mayo de 2023)

Hechos de los Apóstoles 2:1-11 / 1 Corintios 12:3b-7.12-13 / Juan 20:19-23

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡el Espíritu Santo tiene una lógica que se nos escapa! Observamos cómo va apareciendo siempre y por todas partes: Desde la Creación del mundo hasta la Encarnación. Jesús mismo lo promete en la última cena, en el Evangelio de hoy hemos leído cómo es dado a los discípulos el mismo día de Pascua, y cómo después vuelve a venir sobre un grupo mucho mayor y más internacional en el día de Pentecostés. Decimos que está en el Padre y en el Hijo, y también en nosotros, decimos que hoy vendrá especialmente sobre quienes se confirmen. San León lo llamaba abundancia de manifestaciones. ¡Pero quizás ya está bien que del misterio de Dios haya algo, que nos cueste sistematizar, poner en un esquema y definir! Ésta es la gran riqueza del Espíritu Santo, ser la libertad de Dios, esa libertad que se nos escapa.

Como veis, he empezado diciendo muchas cosas. Quizá sea uno de nuestros defectos con el Espíritu Santo: hablar mucho y escuchar poco. Expresar esto al empezar una homilía cuando de hecho tendré que hablar unos diez minutos seguidos no es que sea lo más coherente… Espero que él, el Espíritu haga más que yo y os hable e inspire a cada uno de vosotros.

Cuando la comunidad cristiana se reúne para celebrar la eucaristía siempre hace memoria, siempre recuerda. Todos tenemos presente que, en el corazón de la misa, en el momento de la consagración repetimos las palabras de Jesús «Haced esto, para celebrar mi memorial». En otros muchos momentos también recordamos los hechos y las ideas importantes de nuestra fe. Lo hacemos especialmente en las lecturas. El Espíritu Santo en esta libertad nos recuerda que lo que celebramos no es sólo un ejercicio de memoria de nuestras raíces creyentes, de identidad colectiva, una exhortación moral del predicador, con una música muy bonita, sino que estamos realmente confesando y creyendo que Dios está aquí con nosotros, esta mañana de primavera.

Y como celebramos un sacramento, decimos que estamos haciendo algo que no sólo recuerda, sino que es eficaz, que significa que tiene efecto, que cambia, que transforma. Si esto siempre es verdad en cada eucaristía, al celebrar hoy también el sacramento de la confirmación por algunos escolanes y hermanas de escolanes, todavía lo podemos vivir mucho más intensamente. La confirmación es el sacramento del Espíritu Santo, por eso es tan adecuado y nos ayuda a vivir la fiesta de Pentecostés pudiendo celebrarlo en esta misa conventual.

Las lecturas de hoy nos hablan de Espíritu Santo enviado por Dios y por Jesucristo. Quisiera comentar tres puntos sobre el Espíritu: su discreción, su capacidad de transformación y su libertad.

El Espíritu Santo es normalmente la discreción de Dios. No sabemos que realmente haya vuelto a pasar algo como lo que leíamos en los Hechos de los Apóstoles, que de discreto no tuvo nada. No debería ser una reunión muy distinta a la nuestra. Por la cantidad de personas de sitios diferentes, por las lenguas que hablaban podemos deducir que eran muchos y diversos, como nosotros hoy. En nuestras celebraciones, El Espíritu Santo, que puede hacer lo que quiera, viene normalmente con discreción, en medio de nuestra liturgia, en nuestros corazones, no como ese día de Pentecostés. Pero el efecto es el mismo: Nos constituye en una única comunidad y nos da la fuerza del Señor resucitado. Ese momento inicial, nos ha dejado de hecho la seguridad de que cuando le invocamos como Iglesia creyente, viene a ayudarnos. Por eso hoy, delegado por el sr. Obispo de San Feliu, que es a quien correspondería esta invocación del Espíritu sobre quienes se confirman, reunidos en comunidad tal y como se reunían los discípulos en los primeros días después de la muerte y la resurrección de Jesús, podemos orar y estar ciertos que el Santo Espíritu de Dios viene sobre vosotros: Bet, Isona, Rita, Arnau, Quim, Jacob, Miquel, Oriol, Blai, Gerard, Eric, Jan, Jaume, Roger, Xavier, David i Albert Y también lo hace con discreción, gestos y palabras que la tradición nos ha ido transmitiendo. Esta discreción no significa ni poca importancia ni poca efectividad… Al revés: entramos aquí en el ámbito de lo eficaz aunque no se ve, ¡cómo son la gran mayoría de las cosas y de los cambios, tranquilos y lentos! 

Las lecturas de hoy también nos hablan de la capacidad que tiene el Espíritu de transformar, cambiar, convertir. Los discípulos de la primera lectura se convierten. Podemos pensar que estaban en una celebración algo triste, donde muchos no entendían lo que se decía. Eran judíos piadosos, había fe y convencimiento, pero quizá carecían de comprensión, alegría y comunión. La irrupción de este viento violento, de estas lenguas de fuego, da de inmediato un sentido mucho más fuerte de unidad, a pesar del respeto a cada uno. Todo el mundo se entiende. Y de ahí nace todo de lo que carecían, especialmente la alegría de cantar las maravillas de Dios y una gran fuerza para proclamar el evangelio y la buena nueva de Jesucristo, resucitado.

¿Qué nos enseña hoy ese poder transformador del Espíritu Santo? Nos dice que todos somos capaces de cambiar. Que la realidad a pesar de parecernos a veces triste, apagada, vacía, puede reavivarse. Nos dice que esta conversión personal es el fundamento de cualquier otra transformación social que quiera acercar el mundo a la realidad de la paz y de la justicia que es el Reino de Dios. Una realidad colectiva que nunca podemos olvidar. En este texto que hemos cantado y que se llama la Secuencia le pedíamos que lavara lo que está sucio y que curara todo lo que está enfermo. ¡Incluso le pedimos que riegue lo que está seco! ¿Qué actual, no?

A vosotros que os confirmáis, el Espíritu Santo puede realmente transformaros y ayudaros a vivir mejor como cristianos. Acabada la homilía responderéis a unas preguntas y haréis unos compromisos que no son ninguna broma. Todos los que nos hemos confirmado sabemos que son el principio de un camino personal de transformación que dura toda la vida. Es el camino que va de las dudas a la fe y del egoísmo al amor. Y la experiencia nos hace conscientes de que recibimos el Espíritu Santo para poder seguir caminando siempre en la confianza que avanzaremos en el sentido de lo que prometemos. Pero necesitaréis recordarlo y esforzaros. Por eso ser testigos de esta confirmación hoy es para todos nosotros recuerdo agradecido y comprometido del don del Espíritu Santo.

Por último, he dicho que el Espíritu Santo es la libertad de Dios. Sabiendo algo de historia del pensamiento cristiano, encontraríamos que siempre ha sido el inspirador de cambios y reformas. Nos hace falta dejar que nos guíe para saber qué debemos hacer, una tarea que sólo podemos hacer cada uno de nosotros. La libertad del Espíritu Santo sólo podía hacernos libres también a nosotros. Fijaos que, en el Evangelio de hoy, el día de su misma resurrección, Jesús dio el Espíritu Santo y justo después dio a los discípulos la posibilidad, pero también la libertad de perdonar los pecados: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. El Espíritu Santo no es un algoritmo que nos programa como la Inteligencia Artificial para que todo funcione automáticamente. El Espíritu Santo respeta profundamente lo que nosotros decidimos hacer, entendiendo bien que no todo le da igual. Por eso hoy, todos los que se confirmen, recibirán el Espíritu de libertad y libremente se comprometerán en este camino de fe, que vosotros mismos o vuestros padres y madres escogieron para vosotros en el bautismo y diréis dos cosas especialmente bonitas e interesantes: que deseáis ser imitadores de Jesús y que confiaréis en Dios en cualquier circunstancia de la vida. Ojalá que el recuerdo de este día os ayude siempre. Y que todos los demás escolanes que han hecho la confirmación o la hará algún día viváis siempre con este buen propósito.

La eucaristía es para todos un don del Espíritu Santo que transforma los dones en el cuerpo y sangre de Cristo para alimentarnos y hacernos vivir en cada celebración el gozo de la unidad. En esta unidad eucarística estamos contentos de acoger a Joan (Esteban Galmés) que participará por primera vez. Joan, que también tú, puedas avanzar por el camino de la fe junto a Jesús, de quien estarás a partir de ahora mucho más cerca, como todos nosotros, cada vez que lo recibas en su cuerpo y su sangre.

Abadia de MontserratDomingo de Pentecostés (28 de mayo de 2023)

La Ascensión del Señor (21 de mayo de 2023)

Homilía de Mns. David Abadias, obispo auxiliar de Barcelona (21 de mayo de 2023)

Hechos de los Apóstoles 1:1-11 / Efesios 1:17-23 / Mateo 28:16-20

 

Quisiera empezar, ante todo, agradeciendo al P. Abad y a la Comunidad de Montserrat su invitación a compartir hoy con ellos, y con vosotros, la Eucaristía de este domingo, fiesta de la Ascensión del Señor. Montserrat, que en muchos sentidos la podemos llamar la parroquia de Cataluña, donde tantas comunidades cristianas y tantas personas se encuentran y celebran la fe, a los pies de María, en el gozo de esta naturaleza que nos rodea, y como en la escucha atenta de la Palabra y la feliz participación en la Mesa de la vida. Agradezco de corazón el poder estar hoy aquí con vosotros.

Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión del Señor: en la primera lectura hemos escuchado el relato de los Hechos de los Apóstoles donde se nos explica cómo Cristo “a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista.” (Hch 1 :9). En el Evangelio de Juan, Jesús hablando con Nicodemo nos dice: no podía subir al cielo sino aquél que bajó (cf. Juan 3:13). Y éste es el punto clave que hoy querría profundizar con vosotros. Ese movimiento -este subir, ese bajar- ese movimiento trinitario. Este dinamismo del Amor. Porque el amor es dinámico, el amor nunca se queda quieto. 

El Amor vino a nosotros, bajó del cielo, se encarnó, se hizo hombre como nosotros. Vino a nosotros, para que nosotros lo conociéramos. Esa kenosis, ese “abajamiento” es un acto de amor. Viene a nosotros porque nos ama. San Juan nos lo resume perfectamente en su primera carta: Dios nos ha amado primero (1 Juan 4:19). Dios viene a nosotros por amor. El corazón de la Trinidad se mueve hacia nosotros por Amor.

Y por ese mismo amor, Cristo nos abre el camino hacia el Padre. Él, el primero de todos, sube al cielo, abriendo ese camino: yo soy el camino, la verdad, la vida; nadie llega al Padre si no va por mí (Juan 14:6).

Por tanto, hoy contemplamos el dinamismo del Amor, que viene a nosotros, que nos lleva hacia el Padre.

Es un movimiento que se convierte también en una catequesis, una enseñanza para nosotros: Dios nos sale al encuentro por amor, y que por amor nos muestra el camino, nos invita también a nosotros a vivir ese dinamismo en nuestro corazón, este salir al encuentro del otro, éste ir al encuentro del otro por amor.

Nuestro corazón debería vivir esa misma fuerza; debería hacerlo en las palabras, en las acciones y en los sentimientos, en todo deberíamos conseguir que el motor de nuestra vida fuera el dinamismo del amor. Es, en definitiva, el mandamiento que Jesús nos da a nosotros, sus discípulos: amaos tal como yo os he amado (Juan 13:34). Nos pide que amemos con su mismo amor. No con un amor fraccionado, condicionado, receloso, no… El Señor nos pide que el amor con que Él nos ama a nosotros, que nos mueva el mismo amor que le ha movido y le mueve a Él. No habla de actos de amor aislados, sino de un amor que todo lo une y perfecciona. Un amor que desde las entrañas nos configura.

La vida del cristiano no debe ser diferente a la de Cristo: el discípulo debe hacer como el maestro. En la primera lectura hemos escuchado cómo los ángeles preguntan y también nos preguntan a veces a nosotros qué hace aquí parados, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hechos 1: 10). Si Dios es dinámico, nosotros también estamos llamados a serlo. El cristiano no se queda quieto, ¡no se distrae! El cristiano está llamado a vivir ese mismo dinamismo del amor que le hace salir al encuentro del Padre y que le hace ir al encuentro de los hermanos.

Cristo nos invita a hacer del amor a Dios y a los hermanos el motor de nuestra vida. Es en el fondo, lo mismo de siempre, ya desde la antigüedad: Ama al Señor a tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el pensamiento (Deuteronomio 6:4), y ama a los demás como a ti mismo (Levítico 19:18; Mateo 22:37).

Se nos pide pues un corazón que se levanta hacia Dios y que a su vez va junto a los hermanos, abajándose hasta donde convenga, y especialmente con los que más lo necesitan. Pero he aquí, y esto lo sabemos todos por experiencia, que este movimiento del corazón es difícil, muy difícil, incluso a veces parece imposible. Sí buscamos amar, al Señor y a los hermanos, sí que lo hacemos sinceramente: hoy tenemos el gozo de algunos hermanos que celebran sus aniversarios de matrimonio. Lo hacemos sinceramente, lo hacemos con todas las fuerzas, lo mejor que sabemos, pero todos por experiencia sabemos que nuestro amor es fraccionado, es frágil, es débil, e incluso a veces sin quererlo, porque no amamos bien, nos hacemos daño unos a otros. Nos podría venir la duda, lo escuchábamos en las lecturas que algunos dudaban, de si sabremos alguna vez amar así, y posiblemente la respuesta más sincera y honesta es que no sabemos amar así. Mejor dicho: no sabemos amar así SOLOS. No podemos amar así SOLOS. No podemos hacer del amor el motor de nuestra vida SOLOS. SOLOS no podemos.

Y es ahora, cuando de nuevo escuchamos la voz de Cristo que nos dice: a los hombres les es imposible, pero a Dios no, porque Dios puede todo (Marcos 10:27). Y continúa el maestro diciéndonos: “Yo os enviaré al Defensor, el Espíritu Santo, y Él se lo hará entender” (Juan 14:26), “un Defensor que se quedará con vosotros para siempre” (Juan 14:16).

Lo escuchábamos también en la primera lectura: “vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:5).

Ésta es el punto clave: el dinamismo del Amor sólo podrá ser real en nosotros -a pesar de nuestras limitaciones y debilidades-, si acogemos en el corazón al Espíritu Santo. Sólo la presencia del Espíritu en nosotros puede hacer del Amor auténtico motor de nuestros corazones. Sólo con Él, desde Él puedo amar de verdad, perdonar de verdad, servir al hermano de verdad.

Jesucristo que nos lo ha dado todo: nos ha dado sus palabras, sus acciones, los milagros, su persona, su Cuerpo, su Sangre; ahora nos da también su Espíritu para que de verdad podamos amar como Él nos ama, y podamos de verdad entrar en la comunión trinitaria.

Y así, realmente, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bautizar este mundo con el agua viva del Amor, que comienza brotando en nuestros corazones, como una fuente de agua viva, y que desde estos corazones se irradia y comunica al corazón de la humanidad entera.

Ésta es nuestra misión. Creer en este Amor, entrar en el dinamismo de ese Amor, hacerlo real acogiendo el Espíritu de Cristo en nosotros; y así, -con generosidad, con humildad, con profunda y auténtica alegría- ser testigos suyos: en Jerusalén, en todo el país de los judíos, en Samaría y hasta los límites más lejanos de la tierra.

Pidamos, hoy a las puertas de Pentecostés, el don del Espíritu, pero pidámoslo también cada día, para poder amar de verdad, tal como Cristo nos ama.

Hagamos nuestra la oración de Pablo a los efesios: Ruego al Dios de nuestro Señor Jesucristo, que nos conceda los dones espirituales de una comprensión profunda, para que conozcamos a qué esperanza nos ha llamado, qué riquezas nos tiene reservadas. Y que conozcamos la grandeza inmensa del poder que obra en nosotros, los creyentes, quiero decir, la eficacia de su fuerza (cf. Efesis 1:17-19).

Y yo me atrevo a añadir: una fuerza que tiene un nombre: el AMOR. La fuerza más poderosa que jamás ha conocido el universo. ¿Dejarás que sea el motor de tu corazón?

Que María, Madre de Dios de Montserrat, Madre del Amor, de la Fe y de la Esperanza, nos abra el corazón a la fuerza del Espíritu Santo, nos ayude como Ella a decir Sí al proyecto de Dios en nosotros, y como Ella, que sepamos ser instrumentos de su Gracia, portadores de Cristo en nuestro mundo, para cantar cada día las maravillas que Él ha obrado en nosotros.

 

 

 

 

Abadia de MontserratLa Ascensión del Señor (21 de mayo de 2023)

Domingo VI de Pascua (14 de mayo de 2023)

Homilía del P. Ignasi M. Fossas (14 de mayo de 2023)

Hechos de los Apóstoles 8:5-8.14-17 / 1 Pedro 3:15-18 / Juan 14:15-21

 

Oración colecta: Dios todopoderoso, concédenos continuar celebrando con intenso fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos.

El texto de la oración colecta de este domingo apunta a un aspecto central de ser cristianos: me refiero a la manifestación en nuestra vida de la fe que profesamos. Pedimos a Dios que nos conceda celebrar con fervor el tiempo pascual, estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, para que eso que es el contenido de la fe se manifieste en nuestra manera de vivir, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos.

Hay que tener presente que el verbo recordar remite a un verbo que en hebreo significa que lo que se recuerda también se hace presente, es decir que no se trata de un recuerdo pasado, de la evocación de un hecho que ya no volverá más, sino que se refiere a hacer memoria de un hecho, en este caso de la pasión, muerte, resurrección y ascensión del Señor Jesús, que por la acción del Espíritu Santo se vuelve presente y eficaz hoy y aquí, por a cada uno de nosotros.

La participación en la redención que nos viene de Jesucristo por obra del Espíritu, comporta el comienzo de una nueva vida. En la resurrección de Cristo, Dios, nos ha creado de nuevo para la vida eterna, leíamos en la oración colecta del pasado martes (V del tiempo pascual).

Llegamos así al elemento central que comentaba al principio: la manifestación en nuestra vida de la fe que profesamos. La oración dice: que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos.

Por tanto, lo que debe expresarse en nuestra manera de vivir, lo que debemos predicar con las obras, es el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, o sea, su pasión, muerte, resurrección y ascensión, con el don del Espíritu Santo asociado a él, para nuestra salvación y la de toda la humanidad.

En la primera lectura veíamos un ejemplo de ello en la persona del diácono Felipe, uno de los primeros discípulos. El libro de los Hechos de los Apóstoles dice que Felipe predicaba y hacía prodigios: los espíritus malignos salían de muchos poseídos (…) muchos inválidos o paralíticos recobraban la salud, y la gente de aquella región se alegró mucho. Podemos identificar ya algunos rasgos característicos del vivir cristiano: la predicación con la palabra, es decir: anunciar a Jesús de Nazaret Dios y Hombre, salvador y redentor, Hijo de Dios e Hijo de María; el restablecimiento, la curación, el llevar la salud a quienes están enfermos, y finalmente la alegría, la alegría verdadera.

En la segunda lectura, san Pedro exhorta a los primeros cristianos a estar dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, Es una forma de concretar la predicación con la palabra. Pero con delicadeza y con respeto. En otro fragmento que también podría leerse hoy, el propio autor de la primera carta de san Pedro hace referencia a otro aspecto de la vida cristiana: se trata del sufrimiento. Dice: Queridos, alegraos de poder compartir los sufrimientos de Cristo (…) Felices vosotros si alguien os reprocha el nombre de cristianos. Tener que afrontar dificultades y contradicciones por el hecho de ser cristianos, como ocurre hoy todavía a muchos de nuestros hermanos en la fe en todo el mundo, no debe avergonzarnos ni de desanimar ni de entristecer, al contrario, porque cuando ocurre esto significa que el Espíritu de la gloria que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros (son palabras de la 1ª carta de St. Pedro).

En el evangelio según san Juan, Jesús mismo hace referencia a dos realidades más que manifiestan en nuestra vida su misterio de salvación. Uno consiste en guardar o tener los mandamientos de Cristo, que son los mandamientos del Decálogo perfeccionados con las Bienaventuranzas, vividos por amor a Cristo presente en el prójimo. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama El otro se refiere a la gloria de Dios. Ellos (sus discípulos, dice Jesús) son mi gloria. Y por eso, cuando vivimos la vida nueva que nos viene por la resurrección de Cristo, damos gloria a Dios.

Toda la vida cristiana se convierte, por obra del Espíritu Santo, en un canto de alabanza al Creador y Redentor de la humanidad. Cuando nos reunimos en la iglesia para celebrar los sacramentos o para orar juntos el Oficio Divino, cuando predicamos a Jesús resucitado, cuando hacemos el bien, llevando vida, consuelo, ayuda y salud a los demás, cuando nos toque sufrir porque somos cristianos, cuando vivimos todo esto, glorificamos a Dios junto con Cristo, y nos preparamos para recibir el don de la vida eterna. Y la vida eterna es que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y aquel que tu has enviado, Jesús, el Mesías.

 

 

 

 

Abadia de MontserratDomingo VI de Pascua (14 de mayo de 2023)