Fiesta del Tránsito de Sant Benito (21 de marzo de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (21 de marzo de 2023)

Génesis 12:1-4 / Filipenses 4:4-9 / Juan 17:20-26

 

Ya que a San Benito lo llamamos con razón, queridas hermanas y hermanos, que es padre de monjes, no debe sorprendernos que la primera lectura de hoy nos evoque Abraham, tenido por padre de la fe de los judíos y por tanto también de los cristianos. Los padres, en el sentido inclusivo de padre y madre, son quienes nos dan la vida, nos educan, nos dejan su ejemplo. Un padre en la fe como Abraham es quien nos da el ejemplo de una vida creyente, más con hechos que con teorías o discursos según el testimonio que nos ha llegado en el libro del Génesis. De él decimos Patriarca que quiere decir gran padre.

¿Y qué nos enseña Abraham en ese pequeño fragmento que hemos leído en la primera lectura? ¿Cómo ilumina la figura de Nuestro Padre San Benito y la vida de todos los que estamos aquí: monjes, escolanes, oblatos, presbíteros amigos y peregrinos presentes o virtuales?

Ante todo, nos enseña a escuchar a Dios: “En aquellos días, Dios le dijo” y queda claro que Abraham escuchó. El otro Patriarca que celebramos hoy, nuestro Padre San Benito también nos enseña a escuchar a Dios. Su vida, escrita por el Papa Gregorio I, nos lo presenta como un joven que se marchó de Roma para huir del ruido buscando un lugar donde pudiera escuchar tranquilamente la voz de Dios, viviendo únicamente bajo su mirada. A los benedictinos nos gusta peregrinar aún hoy a este lugar apartado, al Sacro Specco, o Santa Cova, en la villa de Subiaco, en el centro de Italia, para recordar ese inicio. No debe extrañarnos pues que al escribir muchos años más tarde la Regla para monjes que todavía hoy es el texto fundamental de todas las familias benedictinas, lo empezara con la palabra “escucha”. Escuchar ha sido siempre el centro de la vida monástica y en el monasterio aprendemos muchas maneras de escuchar a Dios, principalmente en la Palabra de la Escritura y en la vida de los hermanos, de los huéspedes, de los peregrinos, de vosotros escolanes: aunque os parezca extraño, también escuchamos a Dios cuando os escuchamos a vosotros. Ojalá supiéramos hacerlo bien y supiéramos transmitir al mundo este valor fundamental. Como todos sabéis, el Papa Francisco también ha querido que la Iglesia entrara en un proceso de escuchar a Dios que habla a través de todos y ha convocado un sínodo, digamos una reunión a la que todo el mundo está convocado. Como he dicho en un principio, estamos contentos de acoger hoy a una de las principales responsables de este sínodo.

Abraham no sólo escuchó, sino que comprendió lo que le decían. Normalmente si escuchamos entendemos, aunque alguna vez, nos dicen cosas tan complicadas que ni escuchando las entendemos, pero tengamos claro que entonces no es culpa nuestra. Abraham comprendió que Dios le pedía que se marchara, que dejara su país, su familia y que se pusiera en camino, hacia un lugar que Él, el Señor le diría. ¡NO sabía adónde iba! Hace gracia pensar que hoy en día si no nos han enviado la ubicación al móvil y no tenemos un navegador y no nos dicen exactamente dónde vamos, ¡ya nos parece que no podremos llegar! Algo diferente del caso de Abraham, que empezó una aventura que, al principio de todo, era sencillamente de confianza en Dios. Sólo sabía lo que dejaba atrás. Todo lo que quedaba delante era un interrogante, una pregunta. No fue la última vez de su vida que tuvo que confiar en Dios.

Aunque parece que San Benito quizá sabía algo mejor geográficamente adónde iba, su huida de Roma también era un viaje a una experiencia totalmente nueva y desconocida para él. Como a Abraham, Dios, a través también de otras personas le enseñó el camino.

Ni la vida de los monjes ni la de la mayoría de la gente se entiende como una aventura, aunque existen excepciones como la del P. Bonaventura Ubach y sus viajes, que son verdaderas aventuras de novela. Nosotros hoy, como decía, tenemos una especie de seguridad total que llegaremos al lugar al que vamos, siempre que no nos quedemos sin cobertura o batería en el móvil, pero la vida de la fe, la que queremos vivir con Dios sí es una aventura que sólo Él, el Señor nos va enseñando. Algunas veces pensamos saber tan bien y con tanta seguridad adónde vamos que esto mismo nos hace poco capaces para escuchar, para comprender, para ampliar la visión, para vivir la aventura de la vida. La vida monástica geográficamente es tan estable, tanto que ha hecho de esta estabilidad un voto que nos ata al lugar y al monasterio, tan estable que por ejemplo nosotros hace casi mil años que estamos aquí mismo, querría ser capaz de aportar esta apertura a Dios y a todas las novedades que Él quiera inspirar. Esta apertura sería lo contrario a lo que dice un sociólogo contemporáneo cuando afirma que el mayor daño del mundo es decir que no hay alternativas a todas las situaciones contrarias a las personas y a sus derechos. Éste no hay alternativas deberíamos tenerlo prohibido. ¡No hay nada más contrario al Evangelio!

A Abraham le movió una promesa de Dios. La de un país para vivir, la de ser padre de un gran pueblo y sobre todo la de ser bendición y motivo de bendición. Bendecir significa “decir bien”, o hacer mayor y poderoso. Que te Dios te bendiga es importante, significa que estás en el buen camino. Que nosotros podamos bendecir también es bonito, y en algunos países la gente pide muy a menudo que la bendigas, pero que tu nombre se utilice para bendecir es mucho más. Quiere decir casi que quedas ligado a lo bueno de la vida, junto a Dios. La promesa hecha a Abraham con estas palabras era realmente importante. ¿Y qué significa el nombre de San Benito? Benedictus con latín: bendito. Como dice la primera frase de su vida: “Fuit vir vitae venerabilis, gratia Benedictus et nomine”; «. Hubo un hombre de vida venerable, Benito de nombre y bendito de Dios». Con él la bendición de Dios se hizo también persona y don para la Iglesia y para el mundo. Dios le bendijo durante su vida y también ha quedado unido a las grandes obras de Dios. Él nos señala a todos nosotros el camino para sentir siempre que Dios está listo para hacer mayor y proteger todo lo que haremos en su nombre y para ser bendición para los demás. No es tan difícil. Sólo hay que amar todos los días. Y a esto llegamos todos.

Y finalmente Abraham también obedeció. Dice la lectura del Génesis: Se marchó tal y como el Señor le había dicho. Escuchar y entender quedarían incumplidos si al final no hiciéramos. El Señor nos pide que hagamos, que actuemos. Aunque a nosotros se nos ha dicho a veces que éramos monjes contemplativos, también San Benito nos pide que hagamos. Orar también es hacer y la Regla nos organiza el día para que nuestra oración sea ordenada; hoy incluso, mucha gente se fía de nuestro orden y en nuestro horario para unirse a nosotros por los medios de comunicación. Además, si miramos la historia y las obras de los monasterios benedictinos en el mundo, veremos que “hacer” siempre ha sido muy importante y esperamos continuar fieles con su ayuda.

También Dios os llama a todos vosotros a hacer lo que habéis escuchado y entendido, sea lo que sea. Seguro que, en su palabra, en los relatos que leemos, en vuestra lectura, incluso observando la realidad, encontraréis, escucharéis, comprenderéis y veréis que puede “salir” de vosotros mismos y hacer algo por los demás, por quienes tenéis tan cerca. Pensad que esto os está acercando a Abraham, os está acercando a San Benito, os está acercando a quien sucedió y superó a Abraham y precedió e inspiró a Benito, a Jesucristo, al Señor, que apoyando toda intuición espiritual y toda obra buena nos mantiene en la perseverancia de todo lo que empezamos. Celebremos con fe su memorial en la eucaristía.

Abadia de MontserratFiesta del Tránsito de Sant Benito (21 de marzo de 2023)

Misa Exequial del P. Martí M. Roig (9 de marzo de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (9 de marzo de 2023)

Lamentaciones 3:17-26 / 2 Corintios 4:14-5:1 / Lucas 24:13-35

 

«Es bueno esperar silenciosamente la salvación del Señor». Estas palabras del libro de las Lamentaciones con las que terminaba la primera lectura describen bien nuestra actitud en este tiempo de Cuaresma que estamos viviendo. Colectivamente esperamos la Pascua. La esperamos austeramente, en el silencio que se va extendiendo durante las semanas de este tiempo centrado en la conversión, que es un proceso que nos ayuda a reflexionar sobre nuestra condición mientras estamos en el mundo, con la voluntad puesta, sin embargo, siempre, en otra realidad, la de Dios, la del Señor, la de Jesucristo resucitado.

Nuestra vida de cristianos es una vida de conversión, de girarse desde una realidad a otra. Casi diría que la vida de cualquier persona humana es una vida de conversión, en tanto que es o querría ser una vida de progreso personal, de eso que ahora en las escuelas llaman progresar adecuadamente. De modo especial los monjes llamamos a nuestra opción monástica: conversión: una vida llamada a convertirnos. Esto es, ir de un sitio a otro.

El momento de la muerte es el único en el que podemos ser conscientes del todo de cómo nos hemos convertido, pero el conocimiento de esto ya es o será entonces privilegio de Dios, puesto que las dimensiones más profundas de la persona le pertenecen, tal y como reza la cuarta oración eucarística que al orar por los difuntos dice: “cuya fe sólo Dios ha conocido”.

La muerte sorprendió a nuestro hermano el Padre Martí Roig y Coromina la noche del pasado domingo, después de haber pasado un día totalmente normal. Un aneurisma le provocó una muerte inmediata. Le faltaba un mes justo para cumplir ochenta y seis años, hacía sesenta y dos que era monje y cincuenta y cinco que era sacerdote. Murió silenciosamente, sin hacer ruido, sin avisar siquiera. Como hermanos tenemos el pesar de no haberlo podido acompañar en este último momento final, que es con todo tan entrañable en la vida de la comunidad, y seguro que compartimos ese sentimiento con la familia y los amigos que estáis aquí, o os unís a la celebración desde lejos, o estáis espiritualmente en comunión con todos nosotros.

Todas las lecturas de hoy tienen en cuenta esta idea de la distancia que existe en nuestras vidas entre la realidad en la que vivimos y aquella que anhelamos. Pero también tenemos claro que no están separadas, aisladas, sino que existe un recorrido que nos da la posibilidad de caminar hacia ese lugar y estado diferente, movidos por un deseo. Hablo de posibilidad porque podríamos quedarnos encerrados en nuestros límites, que nos llevarían sin duda alguna al pesimismo con el que empezaba la primera lectura, la del libro de las Lamentaciones: “Mi alma vive lejos del bienestar (…) el recuerdo de mis penas y de mi abandono me amarga y envenena (Lm 3, 17-26)”; un pesimismo que también compartían los discípulos de Emaús en un camino en el que parecía que sólo el fracaso y la derrota estuvieran presentes. Pero ser cristianos es no quedarnos nunca en esta realidad, sino avanzar, andar. Ser capaces de decir con el libro de las Lamentaciones: «Pero ahora quiero revivir otros pensamientos que me mantendrán la esperanza»; ser cristianos significa poder acoger como los discípulos lo desconocido en el camino, aunque parezca que venga del huerto, porque quizá sea precisamente él, quien nos aclare el sentido de nuestra realidad, aparentemente oscura e insípida.

Pero naturalmente quien nos coge la mano en este camino, como el buen pastor y nos conduce durante toda la vida, en la muerte y después de la muerte es Jesucristo, que nos confirma que toda la esperanza que tenemos puesta en los favores de Dios, en su nueva piedad cada mañana, en su fidelidad inmensa y en nuestra capacidad de decirle: “mi parte es el Señor”, no cae en el vacío, sino que es confirmada en su resurrección, que compartimos todos los bautizados.

Sé que el P. Martí, porque él mismo me lo había comentado, aconsejaba mantenerse en esa esperanza de la fe a personas que se encontraban ante dificultades. Seguro que también la esperanza silenciosa de la salvación le fue guiando. El P. Martí Roig Coromina nació en Barcelona en 1937 en una familia cristiana y fue bautizado con el nombre de Juan. Tuvo la juventud normal de un joven católico de esa época hasta llegar a estudiar algunos cursos de medicina en la Universidad de Barcelona. Entró en el monasterio en 1958, vistió el hábito de novicio en 1959 y hizo su primera profesión en 1960, para continuar los estudios en nuestro monasterio hasta la ordenación de presbítero en 1967. En su vida de monje, vivió de cerca y amó y sirvió tanto la realidad de las personas humanas como la de la naturaleza, las dos expresiones de las maravillas que nos revela la Creación de Dios. Sólo hablando de sus principales servicios a la comunidad, en el primer gran ámbito, el de las personas, cabe destacar que fue el enfermero del monasterio durante veinticuatro años y el último consiliario de los trabajadores de Montserrat, y vio por tanto la transformación que el Santuario experimentó entre 1970 y 1987, cuando poco a poco, dejó de ser el lugar de residencia habitual de nuestros trabajadores. También fue el encargado del orden y la seguridad del santuario y acompañó también a una comunidad de religiosas carmelitas. Todos estos servicios le llevaron a tener relaciones con mucha gente. Algunos de ellos nos acompañan hoy, testimoniando la estima que le tenían. En el ámbito de la naturaleza fue el encargado del jardín, del trabajo en las tierras y en la granja del Miracle y últimamente en las fincas de Can Castells y Can Martorell al pie de la montaña, lo conectaron a la tierra y al oficio de payés y se sentía bien haciéndolo. Una tarea que conecta directamente con la bondad que Dios nos manifiesta con los frutos de la tierra y la dureza de un trabajo que siempre se encuentra con dificultades. Personalmente compartimos muchos ratos hablando de las posibilidades y el futuro de la tierra. Estos últimos años, con algunos problemas de movilidad, quiso ser útil a la comunidad y en la que hacía presente en los días de fiesta hasta casi el último día de su vida.

Durante nuestra vida se nos hace el don de reconocer a Jesucristo en muchos momentos concretos y anhelamos que al final le veremos cara a cara, directamente y que entonces se cumplirá del todo nuestra esperanza. Caminar con esta fe el camino de la vida, hace que mientras nos envejecemos en el cuerpo y en la vida exterior, nos renovemos en el espíritu y en la vida interior como decía San Pablo en la segunda lectura, porque “no apuntamos a esto que vemos sino a lo que no vemos”.

Ésta es nuestra oración hoy por el Padre Martí, conscientes de que sólo Dios conoce la profundidad, la auténtica vivencia personal que, a través de tantos servicios, de tantos contactos, de tantas personas, formaron su camino monástico, su oración, su vida de conversión. Al final de toda vida humana, nos encontramos en el fondo con el misterio de una persona, que aún muy cercana y hermana, sólo podemos encomendar a aquel que penetra los corazones de todos, a Dios, Señor de la vida, que en la resurrección de Jesús se ha afirmado precisamente vencedor de la muerte y nos ha abierto la esperanza de un futuro de plenitud, de una meta y un destino. Él es también, como en Emaús, el único capaz de interpretar el sentido de nuestra vida con Dios, el significado de nuestra vida de fe para los demás.

Caminemos cada uno de nosotros hacia la Pascua donde, aparte de vivir del todo la realidad del Espíritu, confiamos hacerlo juntos, en la comunión de los santos y reencontrarnos con todos nuestros seres queridos. Para los monjes más concretamente, de reencontrarnos también con lo que familiarmente decimos el Montserrat del Cielo, donde nos esperan todos los que nos han precedido, con Santa María que vela por esta casa y con todo el Pueblo santo y glorificado de Dios.

Y sabemos que el camino es Jesús que se hace prójimo y por eso hoy tomaremos sus mismas palabras y acompañaremos el cuerpo de nuestro hermano Martí, mientras cantamos: “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque muera vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente”.

Abadia de MontserratMisa Exequial del P. Martí M. Roig (9 de marzo de 2023)

Miércoles de ceniza (22 de febrero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (22 de febrero de 2023)

Joel 2:12-18 / 2 Corintios 5:20-6:2 / Mateo 6:1-6.16-18

 

Queridos hermanos y hermanas, queridos escolanes, me gustaría explicaros la Cuaresma como si fuera una excursión, como una caminata que empezamos hoy. Será larga, cuarenta días hasta el domingo de Ramos. Es un camino en el que necesitamos las piernas y el cuerpo, pero sobre todo necesitamos la voluntad, la motivación y el sentido que debe hacernos avanzar.

Nuestro itinerario es algo especial. No se trata de recorrer kilómetros, sino de vivir y avanzar hacia una fecha determinada, de llegar a la Pascua, la fiesta de la Resurrección de Jesucristo. Para no perdernos, casi todos los días, empezando por hoy, la liturgia nos lo recordará en un momento u otro que precisamente avanzamos hacia la Pascua. La invitación del camino cuaresmal no es la de movernos mucho, a pesar de los más de 32.000 kms. que haréis los escolanes la próxima semana en el viaje a Adelaide en Australia, sino la de vivir más intensamente nuestro día a día, con un objetivo de mejora personal y colectiva. La Cuaresma es como un tráiler de la vida. Intentamos (en poco tiempo) que nuestra vida sea clara y tenga sentido, verla entera y darnos cuenta de dónde estamos. Darnos cuenta, sobre todo, que en lo que es más fundamental que nada, amar, estamos lejos de la propuesta que Dios nos ha hecho. Nosotros, todos los bautizados, y ya también los que se preparan, hemos aceptado este amor como la propuesta fundamental de nuestra vida. Una propuesta muy antigua que dice: Amar a Dios con todo el corazón, con todo el cuerpo, con todo el espíritu.

Hoy es el día en que empezamos esta excursión. Nadie está preparado al cien por cien para andarla. ¿Por qué? Porque si el objetivo de todos estos días es llegar a amar sin límites, sólo Jesucristo y Nuestra Señora son totalmente buenos, sin ninguna falta, sin ningún pecado. Una de las cosas más importantes que debemos hacer hoy es darnos cuenta de todo aquello que no nos deja andar, que no nos permite ser más cristianos y por tanto amar mejor.

Empezamos un camino porque se nos pide que nos convirtamos: esto es, que nos volvamos, que nos orientemos hacia un destino, que no puede ser otro que Jesucristo. En el gesto de girarse hacia él, existe también el gesto de apartarse, el de dejar de mirar hacia un lado y empezar a mirar hacia otro. Hoy que es el día en que empezamos, tenemos la ilusión y la fuerza. Hacemos unos estiramientos para tener la musculatura preparada, especialmente los que tenemos cierta edad. Estos estiramientos son el ayuno, los ejercicios espirituales de estos días para los monjes, hacer más oración, ayudar más a la gente…etc. También vosotros podéis pensar en algún estiramiento espiritual que os ayude en esta cuaresma. Pero hoy estamos motivados y creemos que podemos hacerlo bien. La sabiduría de la liturgia nos hace celebrar días fuertes, días en los que se concentra el sentido de la vida y en los que parece más eficaz la bendición de Dios.

La primera lectura a pesar de los siglos que tiene, nos ha hablado también de un momento en el que el Pueblo de Israel hacía lo mismo que hacemos hoy: escuchar cómo le convocaban a convertirse y a girarse hacia Dios. El profeta Joel, en nombre de Dios mismo, llamaba a todos: Viejos, niños de leche y esposos. También nosotros estamos llamados a realizar este camino cuaresmal de recuperar el amor. Las oraciones de hoy son todas colectivas. Cada uno debe examinarse a sí mismo, pero quizás todos juntos podemos también descubrir algunas cosas que podríamos cambiar y, sobre todo, juntos, nos hacemos más conscientes de que Dios es ese Dios bueno, benigno y entrañable, lento para el castigo y rico en el amor, que se desdice de hacer el mal. Alguna vez necesitamos una mirada ancha y larga para ver que Dios es así, y no fijarnos en una desgracia concreta, como por ejemplo este último terremoto terrible en Turquía y en Siria, que nos hace preguntar ¿por qué Dios parece a veces que no está? ¡Una mirada ancha y larga, que tome la historia y muchas más situaciones, nos ayuda a ver tantos signos de ese Dios bueno!

Recuperar el amor es una buena expresión, un buen propósito para el miércoles de Ceniza. Se nos pide un equilibrio entre una actitud espiritual: debemos rasgarnos el corazón y no los vestidos, debemos orar, y también una actitud concreta y real: un ayuno y una ayuda a quienes más lo necesitan. El mundo está lleno de situaciones de grandes necesidades. Los periódicos hablan de las más mediáticas, las guerras como la de Ucrania, que dura ya un año, y sobre la que sólo vemos la escalada militar, y muy pocos esfuerzos de diálogo y de paz, pero quizás las que me impresionan más son aquellas que me cuentan testigos directos y de las que nunca había oído hablar. Me ha pasado recientemente con una explicación sobre los slums de Kampala en Uganda, de una capital africana.

Como cristianos sería hoy el día de los buenos propósitos. Y lo representamos con este signo de la ceniza, que nos ponemos en la cabeza como signo de que somos conscientes de nuestra debilidad pero que confiamos en que Dios nos da la fuerza y la vida para convertirnos.

Pero el reto es que no sólo tendremos que hacerlo hoy. Debemos ser conscientes de que, durante todos estos días de camino, las mismas cosas que hoy nos parecemos más prescindibles y nos sentimos con ánimos de prescindir de ellas se volverán a presentar invitándonos a pararnos, a perder tiempo mientras caminamos. Dicen que hay mucha gente que hace buenos propósitos en fin de año y que normalmente el tercer lunes de enero, ya han desistido. Nosotros, confiando en Dios, esperamos no desistir de nuestros buenos propósitos de Cuaresma.

Algunos dirán que es ridículo y que no sirve para nada hacer ese camino de Cuaresma. Nosotros decimos que es importante. Los monjes decimos que es esencial, que es el ejemplo de cómo deberíamos vivir siempre. En el fondo, haciendo ese camino estamos dando un testimonio de fe y de esperanza. Lo estamos dando incluso cuando parece que fuera las cosas van mal y alguien podría dudar de que Dios nos esté acompañando. Quizás algunos serán como aquellos pueblos de la primera lectura que se burlaban del pueblo de Israel.

La fidelidad a Dios, que queremos ir reencontrando todos estos días y viviéndola intensamente, nos llevará a comprobar que esa promesa de la primera lectura: que él se enciende de celos por el buen nombre de su país, esto con lenguaje popular significa que Él no nos deja tirados, Dios no nos deja tirados…, Dios no permite que los demás digan: Dónde está su Dios, Dios se compadece de todos nosotros.

Iniciamos pues este camino hacia la Pascua, cada uno desde su lugar, consciente de que necesitamos cambiar algo si queremos acoger mejor el amor de Dios y también ser capaces de amar mejor, girándonos siempre hacia Jesucristo, que nos acompaña, antes, durante y al final de la ruta y teniendo el evangelio y la liturgia por mapa. Avancemos juntos, nosotros y quienes fielmente también harán esta cuaresma conectándose a menudo desde casa. Todos nos acompañamos mutuamente con la oración y la caridad fraterna. Y sabemos que el testimonio de fe de todos apoya la fe de cada uno y que nos hace creer que aun siendo polvo y tener que volver un día al polvo, en esta vida es posible convertirse y creer en el evangelio.

 

 

Abadia de MontserratMiércoles de ceniza (22 de febrero de 2023)

La Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Isaías 56:1.6-7 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Lucas 19:1-10

 

Todos los monjes y monjas benedictinos amamos las iglesias de nuestros monasterios. Nosotros amamos nuestra basílica, aquí en Montserrat. Estimamos estas paredes, las piedras materiales, que durante tantos siglos han protegido nuestra oración del frío (aunque sólo un poco), del calor, del ruido y nos han permitido rezar y avanzar en la dimensión más profunda y espiritual de la nuestra vida, la búsqueda de Dios, que en buena parte pasa por las horas en las que todos juntos alabamos a Dios, y celebramos la eucaristía que nos asegura la comunión real con Jesucristo todos los días.

Me parece que también los escolanes aman esta Iglesia. Quizás ahora no lo percibáis tanto, pero sé que después de dejar la Escolanía, si alguna vez los antiguos escolanes vuelven, tienen una sensación fuerte cuando salen a cantar aquí, porque también esta nave, este lugar, es una parte importante de la vuestra vida. Ante este altar os vestís de escolanes y os despedís de la Escolanía.

También los peregrinos, los oblatos, los cofrades aman este templo y lo recuerdan desde casa. Hoy en día, con un recuerdo que es muy fuerte porque la tecnología permite estar aquí dentro de una manera virtual, durante casi todo el día y unirse a todo lo que ocurre dentro de este edificio. Incluso diría que quienes no la conocen, están llamados a amar algún día a esta Iglesia. Como si los estuviéramos esperando.

No es la belleza del edificio lo que hace que le amemos sino nuestra historia personal, porque aquí todos hemos vivido algo que tiene que ver con Jesucristo. Celebrar la Dedicación de una Iglesia es celebrar que nuestros antepasados construyeron con fe y devoción a Santa María este lugar y lo reservaron para que, en él, durante todo el tiempo futuro, a partir de aquel 1592, todo el mundo pudiera vivir su historia personal de comunión con Jesucristo. Por eso cantaremos en el canto de comunión con palabras de San Pablo que “Somos un templo de Dios, que el Espíritu de Dios reposa en nosotros y que ese templo de Dios que es sagrado somos nosotros”. (1 Co 3, 16-17)

Pero la basílica nos permite también vivir juntos esta historia, como comunidad de monjes, como parroquia o movimiento que peregrina hacia el Señor. La liturgia de hoy toma esta idea que nos pone a nosotros, los fieles, en el centro de la solemnidad de la dedicación y quiere transmitir la idea de que lo que el templo significa es la comunidad que se reúne. Pero no como quien celebra una asamblea para decidir algo, sino como una comunidad que camina hacia Dios, esto es una comunidad que sigue a Jesucristo, el Señor, del que decimos que es la cabeza del cuerpo que todos formamos y la piedra fundamental de esta edificación. La Iglesia nace del mismo Jesús de Nazaret y de sus discípulos, de su predicación, de las primeras comunidades que celebraban la fe a escondidas y clandestinamente, y desde entonces se ha reunido siempre mientras espera que Él mismo, Jesucristo, vuelva glorioso. Esto es también lo que nos hace comparar esta y cualquier otra iglesia con Jerusalén, con Sión, con una idea que sólo quiere significar aquella realidad en la que, sin ambigüedad, sin pecado, estaremos todos felices en la paz de Dios.

Si levantáramos el mantel del altar, veríamos una inscripción -espero que algún día también os las enseñen a los escolanes- grabadas en esta gran piedra de Montserrat, que dice “Petra autem erat Christus”, “La piedra era Cristo”. Quiere recordar que este altar, en el que celebramos la eucaristía y ante el que se celebran también otros sacramentos, como ordenaciones, matrimonios y bautizos y confirmaciones, nos recuerda a Jesús que se hace presente cada día por su generosidad entre nosotros.

La solemnidad de la Dedicación de nuestra basílica de Montserrat también nos permite vivir otra dimensión muy presente en los textos que hemos ido rezando desde ayer, que es la llamada a ser un lugar de acogida universal. La comunidad cristiana recibe ya del Antiguo Testamento cómo leíamos en la primera lectura la vocación a acoger a todos los pueblos: “Los extranjeros que se han adherido al Señor les dejaré entrar en la montaña sagrada” y “todos los pueblos llamarán a mi templo casa de oración”. Cómo esto se hace realidad aquí, donde la montaña, el santuario y el monasterio, todos bajo la protección de la Virgen María, atraen a tantos peregrinos que son bienvenidos a entrar en esta alianza con el Señor. Los monjes y monjas, los benedictinos especialmente, nos reconocemos en esta acogedora dimensión de nuestras iglesias monásticas, que tan bien enlazan con el carisma de recibir a todo el mundo como a Cristo que nos propone nuestra Regla.

En el himno de maitines, la primera oración del día de hoy rezábamos,

“Este sitio se llama el aula del rey,
La puerta de un cielo brillante e inmenso 
que acoge a todos los que piden la patria de la vida”

“Hic locus nempe vocitatur aula
Regios inmensi nitidique caeli
Puerta, quae vitae patriam petentes
Accipido omnes”

La estrofa resume las ideas que he intentado decir en estas palabras. Me gusta que quienes deben ser acogidos no sean definidos en este versículo por su ciencia, ni siquiera por su fe o su caridad, sino tan sólo por su deseo “vitae patriam petentes”, quienes piden la patria de la vida. El deseo es lo que nos lleva hacia Dios y que nos hace entrar en comunión con tantos hermanos y hermanas. Podemos sacar una buena lección para seguir acogiendo, como hacemos normalmente ya que la Iglesia es en general, a pesar de todo lo que dicen, muy acogedora y muy poco sectaria.

Por su belleza, las iglesias cristianas quisieran ser esta aula del Rey, Jesucristo, y la puerta de ese cielo inmenso y brillante, como el de hoy. Sería bonito que nuestra oración fuera también la puerta hacia Dios, hacia Jesucristo y su Evangelio, proclamado de Oriente a Occidente, como dice otra de las inscripciones del lateral del altar. Decía San Juan Pablo II en su visita a Montserrat, de la que celebramos el cuarenta aniversario el pasado 7 de noviembre, que esta basílica es uno de esos lugares que son signos del misterio de la Encarnación y de la Redención. La presencia constante de Santa María de Montserrat nos ayuda aquí a intensificar en todos nuestra vida cristiana, nuestra conciencia de haber sido salvados por Jesucristo y la esperanza de la plena redención nuestra y de toda la humanidad.

Mantengámonos fieles a la propia historia de salvación que el Señor quiere para nosotros y que nos propone cada día, en la novedad perenne de la eucaristía, porque es desde este testimonio personal que vamos edificando, como piedras vivas aquí en la tierra, aquella iglesia que está llamada a ser la Jerusalén del Cielo.

 

 

Abadia de MontserratLa Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Solemnidad de la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (6 de enero de 2023)

Isaías 60:1-6 / Efesios 3:2-3a.5-6 / Mateo 2:1-12

 

Hemos escuchado muy a menudo, queridas hermanas y hermanos, durante estas fiestas de Navidad, la referencia a la gloria de Dios, por ejemplo, en el mismo momento del nacimiento del Señor, el canto de los ángeles frente al Belén, ante Jesucristo niño, era un canto a la gloria de Dios, y tantas otras veces, la palabra se ha ido repitiendo, también hoy en la primera lectura o en la oración colecta.

La solemnidad de la Epifanía es como el punto de inflexión que nos proyecta hacia delante. Durante estos días nos hemos llenado, «hemos contemplado su gloria», como cantábamos en Nochebuena. Lo hemos hecho meditando lo incomprensible de que Dios haya querido bajar a la tierra, tomar la condición humana hasta sus últimas consecuencias y elevarla hacia Dios. Habiendo sido testigos de todo esto, ahora nos tocará llenar el año y todas sus celebraciones con esa misma gloria. Lo hemos cantado en el anuncio del año litúrgico, que empezaba con estas palabras: La gloria del Señor se ha manifestado en Belén y seguirá manifestándose entre nosotros, hasta el día de su regreso glorioso.

Pero, ¿qué es esa gloria, de la que hablamos tanto?

Gloria es una palabra que en hebreo tiene el sentido común de peso, algo que pesa, incluso de carga. Desde este significado pasa a ser en el lenguaje teológico una característica tan propia de Dios, que incluso alguna lengua como el alemán, la componen a partir del mismo nombre de «Señor». La gloria es como la divinidad de Dios. Algo que pesa y por tanto el reto es ¿cómo hacer que Dios pese realmente en nuestras vidas y en nuestra Iglesia? ¿Cómo hacernos capaces de dejar ver en nosotros mismos algo de la gloria de Dios?

La primera lectura de hoy habla precisamente de la gloria colectiva. No habla de individuos. El Señor viene a la comunidad reunida, en Jerusalén, lugar de la reunión de los creyentes judíos, lugar en el que la inmediatez de Dios estaba asegurada. Esta realidad lo convierte en un lugar atrayente, un lugar que por encima de todo lleva luz, que es radiante, es decir que ilumina. Podríamos mirarlo como algo fantástico, utópico, pero no: era y es una realidad y al mismo tiempo una vocación y un reto: Avanzar hacia hacer de nuestras comunidades lugares parecidos a la descripción del profeta Isaías. Comunidades de abundancia, por todo lo que reciben y por todo lo que dan de lo que reciben. El primero de los retos es creer con fe firme que podemos ser así y animarnos a convertirnos en cristianos radiantes y comunidad iluminadoras. Sabemos que la luz viene mientras las tinieblas envuelven la tierra y oscuras nubes cubren las naciones, pero también hemos leído estos días que la luz resplandece en la oscuridad y la oscuridad no ha podido ahogarla. No necesitamos magia alguna, sólo creer y abrirse a la acción de Cristo que es la luz del mundo.

Esta gloria de Dios nos viene gratuitamente: Ya lo decía San Agustín en uno de sus sermones de Navidad: pregunta qué mérito, qué razón, qué causa y verás que sólo encuentras gracia, es decir gratuidad. Quizás si buscáramos o si creyéramos que podemos de alguna manera dominar esta gloria de Dios se nos escaparía.

Don que recibimos en comunidad y por voluntad de Dios, sin embargo, Él nos llama a ser testigos e incluso administradores, porque nuestra vocación es devolver al mundo lo que recibimos de Dios. Esto lo incluye todo:

Empezando por la oración: ¿O no es nuestra liturgia como lugar privilegiado de encontrarse con la Palabra y con el mismo Jesucristo en la eucaristía, momento privilegiado para vivir la gloria de Dios y para comunicarla, especialmente en nuestra celebración abierta por naturaleza? Quizás siendo algo conscientes de ello ya nos habremos puesto en camino.

Pero también incluye obedecer a la Palabra y al Evangelio y un compromiso personal por la justicia, por la persona humana, por la paz. Jesús niño es la Palabra, la luz, porque es Dios hecho hombre y esto sólo puede ser luz y vida, pero en su camino entre nosotros, de la gloria de Dios antes de la Encarnación al regreso a la gloria después de la ascensión, Jesús es también el hombre que, como decía el Papa Francisco en Nochebuena, ha nacido en un pesebre, ha vivido itinerante y ha muerto en una cruz. Éste es también su trono. No nos costará demasiado encontrar situaciones en las que nuestro testimonio de la gloria de Dios será como Jesucristo, acercarnos a los pesebres de quienes nacen pobres o de quienes mueren en las cruces.

Con todo esto sólo queremos recibir y testimoniar la gloria, el peso de Dios en nuestra vida. Lo que pesa siempre ha sido una manera de decir lo importante. En muchas culturas las balanzas son un instrumento de medir y valorar simbólicamente el peso de nuestras vidas. En algunos frescos románicos, San Miguel pesa a las almas cristianas con una balanza frente a la fuerza del mal. Quizás podríamos decir que, si hay Dios, nuestra vida siempre pesará más, siempre estará más llena de ese amor y de aquella bondad que nos ayudan a amar, intercediendo por el mundo, siendo testigos de Dios y ayudando con caridad.

La fiesta de hoy es la fiesta de la proyección de la fe cristiana en el mundo, de la manifestación en las naciones, esto es el significado de Epifanía y en el fondo incluye además de la adoración de los Reyes, otros dos momentos de la vida de Jesús que iremos siguiendo las próximas semanas: el bautismo y la boda de Canaán, cuyo evangelio termina con la afirmación: Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él, Jn 2, 11. Una vez más, la escritura nos lleva a ver en otras situaciones de la vida de Jesús, cómo su persona es la verdadera revelación de ese Dios, demasiado resplandeciente para ser visto, pero absolutamente decidido a hacerse visible en Jesucristo, y presente en la Iglesia y en todos nosotros por participación, que se convierten así en signos radiantes de luz y de paz para toda la humanidad.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2023)

Funeral por el Papa Emérito Benedicto XVI (2 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de enero de 2023)

1 Joan 2:22-28 / Joan 1:19-28

 

La primera lectura de hoy queridos hermanos y hermanas, que no está escogida expresamente para esta misa funeral por el Papa emérito Benedicto XVI, sino que es la que corresponde leer, es un resumen de un aspecto de la vida de Joseph Ratzinger: un creyente que se ha afanado para mantenerse en la fe recibida, sostenido por la unción del Espíritu Santo, resistiendo todo lo que se oponía a su adhesión a Jesucristo. Leíamos:

La unción del Hijo le alecciona sobre todo lo que necesita saber; dice la verdad y no enseña ningún error; por tanto, manténeos en el Hijo, siguiendo la doctrina que os enseña la unción del Espíritu. 1 Jn 27

La misma lectura promete la vida eterna y la confianza ante Dios en el momento de encontrarse con él. Una confianza que Benedicto XVI mantuvo hasta el final, confesando que Jesucristo era juez y amigo, y diciendo como últimas palabras: te quiero, Señor.

La importancia de la fe en un Papa no es un tema menor, naturalmente, puesto que pertenece al mismo núcleo de su misión. En el Evangelio según San Lucas, precisamente en un momento que podríamos decir que no es nada glorioso, justo antes de que el apóstol san Pedro niegue a Jesús, éste le dice una frase muy profunda:

pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando te habrás arrepentido, fortalece a tus hermanos. (Lc 22.32)

Este fortalecer a los hermanos, me parece una segunda expresión adecuada para calificar la continuidad entre el teólogo, el pensador, y el pastor universal, que, como Papa, recibió la misión de confirmar y sostener la fe de la Iglesia.

Una fe, que es un acto personal. Benedicto XVI nos deja, citando a San Anselmo, el testimonio del discípulo que se distingue por ser: “aquel que conoció, porque tuvo experiencia, y tuvo experiencia porque creyó”: nam qui non crediderit, non experietur; et qui expertus non fuerit, non cognoscet (ANSELM DE CANTERBURY, Epistola de Incarnatione Verbi, I.)

Una fe que además de acto personal es también contenido teórico, dimensiones inseparables, que él vivió y desarrolló, en tres grandes áreas.

Como dogmático, su pensamiento se imposta teológicamente en la relectura dinámica del dato bíblico, siempre leída a partir de los métodos de la narración, muy novedosos cuando él empezó a aplicarlos. Esta dimensión la reanudó en su “Jesús” cuando era ya Papa.

Como teólogo fundamental, labor que inició con su docencia de juventud, las grandes aportaciones se encuentran en obras de diálogo con los grandes pensadores de la segunda mitad de los siglos pasados. Esta forma dialogal de hacer teología dio lugar al “atrio de los gentiles” que caracterizó a su pontificado como lugar de encuentro con el pensamiento moderno y post-post-moderno.

Como teólogo de la liturgia escribió numerosas obras que querían también ponerse en diálogo con los grandes autores y las grandes intuiciones de los Movimiento Litúrgico que marcaron su juventud. En este campo no rehuyó tratar temas que podían resultar problemáticos, especialmente aquellos que se habían suscitado en torno a la renovación conciliar de la liturgia. Su cimentación es siempre patrística, pero con gran consideración a los autores medievales. Este aspecto lo reanudó con gran éxito en las catequesis de las audiencias públicas de los miércoles, donde catequizó a millones de personas exponiéndoles el pensamiento de santos y autores del pensamiento cristiano.

Pero quizás la dimensión menos conocida fue su dimensión de teólogo de la cultura. Preocupado en su juventud por el descalabro de la II Guerra Mundial, angustiado por los acontecimientos de Mayo del 68, atento a las dificultades del pensamiento europeo, fascinado con la emergencia del mundo latinoamericano, entusiasmado con la vitalidad del cristianismo en África y en Asia, quiso dialogar con la cultura, con la música, con el arte y con los artistas. En ese campo se encontraba como en casa. Conocía Montserrat por su Escolanía, y eligió el nombre de Benet porque fue San Benito el que construyó y regeneró Europa con la agricultura y el arado. Pensaba que, a partir del crecimiento cultural sano, se podía llegar a Dios.

Su etapa como Papa fue un desarrollo de su pensamiento teológico. Su trayectoria le llevó a ser considerado primero un teólogo avanzado y después un conservador, y a no rehuir nunca todas las controversias asociadas a esta valoración. Él, alguna vez, con sentido del humor decía: pero yo no me he movido. En todo caso ha cambiado el contexto, lo que es naturalmente cierto si tomamos el ámbito de su trayectoria intelectual desde 1950 en pleno tomismo a la actualidad. Y como ocurre a menudo con los grandes pensadores, resultaba demasiado avanzado para unos y muy controvertido para otros.

Al recordar y rezar por Benedicto XVI, en medio de este tiempo Navideño que celebra la encarnación del Verbo de Dios, nos aferramos a su idea, que expresó con una vehemencia algo más acentuada de su normal hablar sereno en la misa de inicio del pontificado: Hoy yo quisiera, con gran fuerza y con gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, deciros, (queridos jóvenes), No tengais miedo de Cristo. Él no quita nada y lo da todo, (Così oggi io vorrei con grande forza e con grande convinzione, a partire dalla esperienza di una lunga vita personale, dire a voi cari giovani, Non abbiate paura di Cristo. Egli non toglie nulla e donna tutto), acentuando la consecuencia natural del misterio de la Encarnación: la elevación de la naturaleza humana, de sus capacidades de pensar, de amar y de elegir a la máxima potencia por el contacto de la humanidad con la divinidad, producida en Jesucristo. Así, la razón, el amor y la libertad regidas por la fe y alimentadas por la amistad personal con Jesucristo, son la base de todo crecimiento y de todo desarrollo en cada hombre y en cada mujer. 

En el núcleo de su fe puso pues a la persona de Jesucristo, el juez amigo a quien se confió desde siempre y muy especialmente en estos últimos años, a su misericordia encomendamos su alma, en comunión con su sucesor y con toda la Iglesia.

Abadia de MontserratFuneral por el Papa Emérito Benedicto XVI (2 de enero de 2023)

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de enero de 2023)

Números 6:22-27 / Gálatas 4:4-7 / Lucas 2:16-21

 

Hoy, octava de Navidad, celebramos, estimadas hermanas y hermanos, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. También es una jornada de oración mundial a favor de la paz, instituida por San Pablo VI; además es fin de año, por tanto, el inicio del año civil, hito muy marcado y celebrado socialmente por quienes seguramente me escucháis, y por la multitud que todavía estarán durmiendo.

En las lecturas de hoy veo clara una confesión de fe, que desde lo que somos, nos hace mirar hacia Dios. En todas nuestras celebraciones, de algún modo promovemos que exista una comunicación entre el cielo y la tierra. La bendición del Libro de los Números, dada por Moisés a Aarón y al pueblo, que hemos escuchado, es un testimonio de este admirable intercambio entre Dios y nosotros. Os la repito:

“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz».

Hoy es un día de optimismo. La novedad del año, impregna el ambiente y nos lleva a mirar positivamente los 365 días que están en blanco frente a nosotros, que son un interrogante. Nuestro optimismo, en cambio, siempre arraiga en la realidad de lo que dejamos atrás, por eso ayer, hoy, estos días también son días de balance. El pasado es menos positivo que el futuro. Claro. El pasado no podemos cambiarlo. En el fondo, mejor que sea así y que tengamos la esperanza de que nada de todo lo negativo del 2022 se repita. La bendición pedida en la primera lectura fortalece ese sentimiento esperanzado hacia el futuro y hace lo más importante que podemos hacer, lo confía en la intercesión de Dios, lo pone todo bajo su protección.

Lo primero que pedimos en esta oración de bendición es una buena palabra. Bendecir es decir una buena palabra, pedir una bendición es por tanto creer que Dios está ahí y tiene la capacidad de decir esta palabra. En las últimas semanas he escuchado el testimonio de dos personas diferentes que desde África y Asia me hablaban de la normalidad con la que todo el mundo pide una bendición. Me ha hecho pensar que, en nuestro contexto, esto es cada vez menos frecuente y quizás revela que nuestro sentido de Dios se debilita, o queda a un nivel exclusivamente mental. Tenemos un primer reto en recuperar este sentido de Dios, concedido y renovado por su Santo Espíritu, que era tan natural en el Antiguo Testamento, porque Dios nos llena, nos hace comprender y nos hace vivir. Sin esto, todo lo que decimos podría quedar en pura teoría espiritual.

Una segunda enseñanza de esa bendición es la profundidad de la petición. No se piden riquezas o años de vida o ganar una rifa de Navidad, u otras cosas similares. Pedimos podernos mirar con Dios, poder ver la claridad de su mirada y que él vuelva la mirada hacia nosotros. Una forma muy poética de expresar que creer en Dios tiene un efecto espiritual, vital, nos hace entrar en relación. No pasemos por alto estas palabras: Que Dios nos haga ver la claridad de su mirada.

También en tercer lugar, pedimos en esta bendición dos cosas más concretas, que siguen tocando el fondo de nosotros mismos: que Dios se apiade de nosotros y que nos dé la paz. Es nuestra naturaleza humana que se presenta ante el Señor reconociéndose necesitada de una palabra y una mirada. Nuestra naturaleza individual y la colectiva, la de toda la humanidad que quisiéramos que se volviera hacia el Señor con confianza.

En la primera lectura, hemos escuchado la bendición que Moisés dio al Pueblo: Una bendición que pide una Palabra y una mirada de Dios: El Señor te bendiga y te proteja, 25ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. 26El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. 

¿Cuál es la respuesta de Dios? Avanzando en la liturgia de hoy la encontramos sin ningún tipo de ambigüedad:

Jesucristo, Hijo de Dios nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, circuncidado al octavo día como signo definitivo de su humanidad. Él es la respuesta porque Él es la Palabra y la Mirada de Dios con mayúsculas. La palabra y la mirada de Dios que eran una metáfora son ahora una realidad. Haciéndose hombre, Dios ha asumido todas las posibilidades de las personas y por tanto ha incorporado el lenguaje y la visita y le podemos pedir una Palabra y una mirada reales, de hecho, nos la concede sin necesidad de que se la pidamos. Desde el momento de la revelación plena de Dios en Cristo, las buenas palabras serán siempre para los cristianos las palabras de Jesús, todas las que encontraremos en el evangelio y pedir la mirada de Dios nos llevará necesariamente a las miradas de Jesús de Nazaret, a todas esas miradas con sus discípulos, sus seguidores, incluso sus perseguidores. Cuantas podemos recordar: la mirada de Jesucristo compasiva y exigente al joven rico o a la mujer adúltera; la mirada penetrante, reclamando coherencia y autenticidad a los fariseos y maestros de la Ley, que intentaban dejarle en falso, las miradas a su madre, María.

Toda esta capacidad de comunicarnos con Dios por la humanidad asumida por su hijo encarnado estaba contenida, latente, en la sencilla invocación que hemos leído, en esa oración de bendición que tan fácilmente nos hacemos nuestra después de tres mil años, porque pide lo esencial. El Señor te bendiga y te proteja, 25ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. 26El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. 

Como fruto de la Palabra y de la Mirada de Dios, que tan cercanas se han hecho en Cristo seguimos pidiendo la Paz. ¡Dios mío! ¿Cuántos siglos hace que estamos pidiendo la paz: La paz personal, la paz interior, la paz del mundo, la paz entre los pueblos, entre las razas, entre todos los que formamos una sociedad? La proximidad geográfica de tener la guerra en Europa de nuevo otra vez, nos ha hecho más sensibles. Haber acogido a refugiados, haberlos conocido, ha hecho que todo este drama nos sacuda más. El Papa Francisco es una de las voces que constantemente y de forma clara reclama la paz en el mundo y en Ucrania de manera concreta. Sorprende, casi escandaliza, que ante la muerte real, los mecanismos de diálogo que internacionalmente se han organizado durante años y que tienen también un importante coste económico, no puedan hacer nada por parar esta y cualquier otra guerra. Y que escuchemos más palabras que hablan de seguridad y de rearme que de paz. ¿Acaso es necesario dar por fracasado un siglo de política de mediación por la paz? Esperemos que no, pero ciertamente nos gustaría verlo. Esta incomprensión por la incapacidad de las Organizaciones internacionales y la diplomacia no puede hacernos desfallecer en la oración por la paz, porque a veces al final, lo que nos queda es ponerlo todo en manos de Dios.

Este año 2023 se cumplirán sesenta años de la Encíclica La paz en la tierra, pacem in terris, de san Juan XXIII, un texto plenamente vigente, una especie de testamento firmado pocas semanas antes de su muerte. Ojalá avancemos por aquellos caminos de verdad, amor, justicia y libertad que la encíclica ponía como fundamento de toda paz.

Una palabra y una mirada de Dios, pedida en la oración de bendición de Moisés y de Aarón; palabra y mirada hechas humanas en Jesucristo. Necesitamos también nosotros como discípulos procurar llevar una buena Palabra y una mirada clara a nuestro mundo, a cada uno de estos días en blanco que tenemos delante en el año que empezamos para hacer actual y perceptible este intercambio entre cielo y tierra, entre Dios y los hombres y las mujeres, que podemos testimoniar con la vida; que afirmemos con fe cada vez que celebramos la eucaristía, como que lo hacemos por primera vez en este año dos mil veinte y tres, que es un eslabón más de la historia siempre bendecida por Dios porque le pertenece desde el inicio al final.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero de 2023)

Misa del dia de Navidad (25 de diciembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (25 de diciembre de 2022)

Isaías 52:7-10 / Hebreos 1:1-6 / Juan:1-18

 

Qué gozo de oír en las montañas…, con estas palabras empezaba la primera lectura de hoy. ¡Qué gozo! En el día de Navidad, dejémonos llevar por el gozo, por la alegría que impregna el ambiente. ¡Que no nos lo quiten! 

Compartimos todas las razones que nos llevan a celebrar la Navidad, hasta las de quienes quizás hoy sólo es un día de reencuentro familiar, de regalos. Porque es más importante alegrarnos juntos y pensar que Jesucristo ha nacido para todo el mundo, tanto para quienes creen en él y como para quienes no creen en él, porque de un extremo a otro de la tierra todo el mundo puede ver su salvación, ¡todo el mundo!

Sí que necesitamos tener bien presentes a quienes no pueden estar contentos porque pasan pruebas y dificultades. ¡Qué fácil es gritar y predicar la alegría cuando no tienes ningún problema muy grande! Qué obligación no tenemos de recordar a quienes estas Navidades sufren por la guerra, por el hambre, por la falta de vivienda, por la discriminación. Nuestra sociedad es solidaria y ayuda a través de tantas instituciones que a menudo quedan superadas por la necesidad. Es para llevar a cabo un pequeño signo de solidaridad a todas estas realidades que al final de la eucaristía, como ya hacemos siempre en Navidad, os ofreceremos colaborar, como hace también nuestra comunidad, con Caritas que lleva a todo el mundo y también en nuestra tierra esta muestra concreta del amor de la Iglesia.

Estamos contentos con todo el mundo, pero seamos conscientes de que los cristianos somos el motor de esta alegría y que alabamos a Dios en esta eucaristía porque celebramos el nacimiento de Jesucristo, en Belén de Judea hace más de dos mil años y nunca hemos dejado de estar con nuestro testimonio como el fondo de la Navidad. Los siglos han puesto muchas cosas: ¡algunas que cuentan la historia de Jesús como el Belén! Lo hacemos de muchas maneras: En la Escolanía vi que tenía uno con figuras de Clicks de playmóvil, ¡muy moderno! y que los de cuarto también tenían en su aula. También hemos añadido música y más música, que se ha compuesto con motivo de Navidad. También la conocéis bien: Britten, los villancicos de Civil, la música religiosa de los Maestros de Montserrat o de Victoria, y hemos añadido tantas otras cosas que nunca acabaríamos. La Navidad también nos ha internacionalizado, hemos adoptado otras costumbres tales como decorar casas y árboles, siempre para expresar la misma alegría. Digo todas estas cosas por hacernos conscientes de la fuerza, de la excepcionalidad, de la capacidad de inspirar que tiene el nacimiento de Jesús. Y que es así porque decimos que Este Niño es el Hijo de Dios y ha venido a la tierra a salvarnos, a cumplir aquellas promesas que encontrábamos en la primera lectura de hoy del profeta Isaías: Dios reina, Dios vuelve a Jerusalén y esto es una Palabra de buena noticia, de paz y de salvación. ¡Y es esa palabra que escuchamos con gozo cuando nos la dice un mensajero que avanza por las montañas!

El mundo, aunque le cueste reconocerlo a veces, tiene necesidad de Dios. En la primera lectura se nos decía que el Señor volvía a las ruinas de Jerusalén. No se preveía que volviera a un palacio o a una situación ideal. Jesús no nació en un sitio fácil, no lo era entonces ni tampoco lo es ahora. Tampoco nosotros tenemos un mundo fácil como os decía hace un momento. Cuanto más profundicemos en los problemas de la tierra más nos haremos conscientes de que necesitamos una salvación. Que Dios reina y que Dios vuelve a Jerusalén significa que Dios está ahí, que Dios está presente en el mundo y nos guía para que seamos unos buenos colaboradores suyos en esta salvación. Dando un paseo por la Escolanía, el viernes con el P. Prefecto, ¡por eso sé tantas cosas!, vi que habíais trabajado dos temas: la situación del planeta, haciendo por ejemplo unos posters sobre animales en vías de extinción y la realidad internacional de Europa. Esto es muy importante: tener los ojos abiertos para saber qué ocurre alrededor, para ser sensibles a todas las necesidades. La salvación no es algo muy complicado o muy abstracto. Es pensar que Dios creó un mundo sin estos problemas y que con Jesús y el Evangelio nos ha vuelto a decir que este mundo puede ser tan bonito como en un principio.

Os decía que Jesús de Nazaret, a quien reconocemos como a Dios mismo nacido en la tierra como hombre, nació de una manera muy sencilla. Un escritor francés decía con sentido del humor: ¡Nació el Hijo de Dios y los periodistas de ese momento no se enteraron! Durante este tiempo de Navidad cantaremos un himno a Laudes que tiene una estrofa que dice de Jesucristo:

Yace en la paja,

No rechazó un pesebre,

es alimentado con un poco de leche,

aquél, por el que ni los pájaros pasan hambre

Feno iacere pertulit, 

praesepe non abhorruit, 

parvoque lacte pastus est

per quem nec ales esurit

Jesús nació en el mundo. En la realidad. Cada día más, vivimos en un mundo que inventa lugares imaginarios tan potentes, tan sofisticados, que a veces pueden llegar a confundirnos no distinguiendo nuestro mundo de verdad y el mundo imaginario. Que el centro del cristianismo sea un Dios hecho hombre en nuestra historia, en una fecha y en un lugar concreto de la tierra, debería llevarnos a amar mucho nuestra realidad, nuestro entorno. Me ha impresionado la frase final de una película americana, del año 2018, hecha por un reconocidísimo director judío, llamado Ready Player One, y que un conocido me recomendó para entender que era la realidad virtual y el metaverso. En esta película que algunos conoceréis, casi todo ocurre dentro de un videojuego, pero al final, el inventor del videojuego, una especie de dios que ha creado todo un universo ficticio, y que llama Oasis, le dice al protagonista, que ha logrado ganar el juego; sólo la realidad es real. Y no es en el videojuego, sino fuera donde los hombres y las mujeres aman de verdad, se hacen daño, viven bien o no tan bien. Desde un punto de vista que no tiene nada de cristiano, el mensaje de la película coincide con lo que querría transmitir: necesitamos controlar todo aquello que en lugar de hablarnos del mundo sólo nos ajena y nos entretiene. La vida de Jesús y la de los cristianos no es un videojuego, ni ninguna película. Es algo bastante más serio.

San Agustín, uno de los santos que mejor ha explicado el misterio de Navidad, y que no podía imaginarse nuestro mundo, expresó esta realidad de la vida de Jesús cuando en un sermón se dirigió a San Pedro, y a nosotros diciendo:

Descendit vita, ut occideretur; descendit panis, ut esuriret; descendit via, ut in itinere lassaretur; descendit fons, ut sitiret; et tu recusas laborare? Noli tua quaerere. Habe caritatem, praedica veritatem; tunc pervenies ad aeternitatem, ubi invenies securitatem (Sermo 78, 6 = PL 38, 492 ss.)

Bajó la vida, para que la mataran; bajó el pan, para pasar hambre, bajó el camino, para cansarse cuando caminaba; bajó la fuente, para pasar siete; y tú: ¿rechazarás trabajar? No busques tus intereses. Ama. Predica la verdad, así llegarás a la eternidad, donde encontrarás la seguridad.

Jesús de Nazaret, nacido en un pesebre, la vida, el pan, el camino y la fuente, es precisamente lo contrario a toda enajenación: en él sólo está la verdad de la humanidad, la verdad de la historia y la verdad de Dios.

Por eso celebramos su nacimiento y lo continuaremos imitando en la eucaristía y en la vida.

 

Abadia de MontserratMisa del dia de Navidad (25 de diciembre de 2022)

Misa de la noche de Navidad, Misa del Gallo (24 de diciembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (24 de diciembre de 2022)

Isaías 9:1-6 / Tito 2:11-14 / Lucas 2:1-14

 

Es Navidad. Lo hemos cantado al empezar las Vísperas. No hacemos fiesta por haber ganado ningún mundial o ninguna otra competición deportiva, cosas que sólo se celebran una vez, cuando pasan, ni nos hemos vuelto medio locos como poseídos de un arrebato colectivo parecido al que hemos visto en Argentina.

Nosotros, queridos hermanos y hermanas, repetimos serenamente las celebraciones, especialmente las de estas fiestas que conocemos tan bien, que nos dicen y recuerdan acontecimientos que tenemos por fundamentales de nuestras vidas y de nuestra fe. Conmemoramos cada año el nacimiento de Jesús de Nazaret, Cristo, porque queremos revivir personal y colectivamente todo lo que Él significa, todo aquello que su nacimiento cumplió en la historia de Israel y todo lo que, a raíz de su vida y de su Palabra, ha acontecido después de Él.

Y Él provoca que le recordemos después de dos mil años y Él justifica que nos interesamos por la expectación que creó en el contexto de su cultura. Por eso leemos el Antiguo Testamento, en el que se esconde Cristo, como decía San Agustín.

En la primera lectura del profeta Isaías, hemos escuchado cuál era la expectación, qué se decía, aproximadamente 500 años antes del nacimiento de Cristo, una expectación que puede volverse interesante para nosotros porque nos puede ayudar a comprender más y mejor quién fue Jesucristo, aquel que en las palabras del profeta Isaías fue la luz para el pueblo que avanzaba a oscuras.

La expectación del Antiguo Testamento nacía de una situación difícil: de oscuridad, de tinieblas, de cargas pesadas, (las barras y los yugos), de las botas militares y de los mantos manchados de sangre, hoy podríamos decir de los uniformes. No otra era la realidad del Pueblo de Israel. ¿Puede ser esta situación significativa para nosotros? En nuestras casas confortables, en los países pacificados de Occidente, donde a muchos no les falta nada, en nuestras calles llenas de luz, desafiando toda crisis, y con la abundancia de todo, paradójicamente tan presente cada año en Navidad, ¿cuál es nuestra oscuridad? ¿nuestra tiniebla? ¿Nuestras cargas? Si las buscáramos, también las encontraríamos, pero quisiera proponeros una mirada un poco más amplia, que no se quedara sólo con el “nosotros”.

Porque, ¿es que sólo cuento yo? ¿tan sólo yo soy importante, o la Palabra de Dios sólo puede ser significativa si me afecta directamente a mí? Si así fuera, creo que dejaríamos de ser cristianos. La comunión con las dificultades del mundo nos hace comprender mejor lo que esperamos. Podemos buscarla todos. Estoy seguro de que también vosotros en la Escolanía habéis trabajado los problemas y las dificultades del mundo y habéis escuchado los problemas que tienen los jóvenes de vuestra edad. Precisamente si celebramos la Navidad no podemos hacerlo olvidándonos de los demás, de todos aquellos lugares donde la esperanza de tener luz no es una metáfora teológica sino un deseo real, ya sea porque un bombardeo la ha saboteado o porque los propios recursos económicos no pueden permitírsela. Tampoco podemos olvidar los lugares donde las botas y uniformes de los soldados son el recuerdo diario de una tiniebla que tampoco tiene nada teórico. O aquellos otros lugares donde la luz del conocimiento, un tema tan querido en la tradición cristiana antigua, se prohíbe a las niñas y a las mujeres jóvenes. Todos habréis adivinado que tengo muy presente la situación en lugares del mundo que sufren la guerra en modalidades muy diversas, y que también pienso en las víctimas de la pobreza en nuestro país. Y todavía quisiera hacer presente en este contexto en el que esperamos en la tiniebla, los miles de personas que muy cerca de nosotros sufren problemas y enfermedades mentales, tal y como nos advierten tantos expertos de San Juan de Dios, de los servicios asistenciales, de otras organizaciones y de Cáritas, a cuyo favor haremos hoy una colecta para apoyar su labor solidaria.

Algunos me diréis: ¡qué poca Navidad hace todo esto! Pues creo que no, que la conciencia de que colectivamente necesitamos luz y salvación, nos hace mucho más sensibles a la Navidad de verdad, a lo que sencillamente celebra el nacimiento del Mesías esperado de Israel.

¿Pero cómo respondemos a una expectativa tan grande?

Esperamos, decimos y confesamos que este niño es la luz y que esta luz es vencedora.

El profeta Isaías ya calificó esta luz, esperaban un gran personaje: Dios-héroe, Consejero prodigioso, padre para siempre, príncipe de paz. Tenemos la sensación de que agotó todos los calificativos que tenía disponibles para describir ese que tenía que llegar.

Y en lugar del gran personaje nació un niño: por un lado, sólo Jesús, hijo de una familia humilde, de Nazaret, expulsado de todas partes, muerto como un delincuente. Si buscáramos también una comunión con el gran personaje, con el Príncipe y rey de la casa de David, quizás esperaríamos hoy un gran anuncio como que han inventado la solución definitiva de la enfermedad, de la pobreza… no sé, cualquier solución rápida, automática y eficiente a todos nuestros problemas. Quizás para vosotros escolanes, el personaje sería un héroe de una serie, o de un vídeo juego, de esos que hacen de todo y son capaces de todo o un músico tan importante como Mozart o Bach. No sé. Piense vosotros cuál sería el personaje más grande que podríais esperar. Y ciertamente ante tanta expectativa, que entonces y ahora sólo tengamos al niño de Belén, podría ser una decepción.

Pero Dios ha querido hacerlo de esta manera. La esperanza es la propia humanidad. La promesa es un niño, uno que debe convertirse en hombre adulto. La luz y la salvación vienen de su vida y de su palabra. Él es quien promueve un reino de derecho, de justicia y de paz. Y sólo después de haber dejado claro que este Reino tiene sus caminos de sencillez y de humildad, los cristianos lo confesamos el Mesías, Cristo, el Hijo de Dios, el mismo Dios hecho hombre por nosotros, y superamos de largo todo lo que el Profeta Isaías había dicho. Pero todo esto viene después de haber reconocido que todo pasa por ser y actuar como un hombre.

Me parece muy importante y muy significativo en estas Navidades recuperar esta humanidad concreta de Jesús, en la que Dios se lo ha jugado todo. Contemplando el Pesebre me pregunto, qué podemos haber hecho mal para que un mensaje tan claro, tan positivo, tan humano, tan solidario, que pone la debilidad de un niño en el centro, sea tan poco aceptado, hasta el punto de sacar su memoria de los edificios públicos con la excusa de la sociedad laica. No es una crítica. Es una pregunta hecha a nosotros mismos como cristianos. ¿Por qué la neutralidad institucional aparta el Pesebre, la representación tradicional de la historia real que hay detrás de la fiesta de Navidad, una historia que es la mayor exaltación que se puede hacer de la humanidad? ¿Por qué no se ve algo de verdad en Jesucristo y su Evangelio, digno de ser al menos recordado? Nuestro Parlamento prefiere significar la Navidad con un árbol con luces y bolas de colores, ajeno a nuestra cultura hasta hace poco. Tengo todo el respeto a la legitimidad de las instituciones, pero es necesario que como cristianos seamos conscientes de ello y nos preguntemos si hemos hecho poco creíble la vida y el evangelio de Jesucristo.

Espero que los miles de personas que estarán siguiendo esta celebración, a pesar de la hora de la noche, y a los que siempre os tenemos muy presentes desde Montserrat, no pierdan nunca la fe en Jesús, y que en Él, conserven también la fe en una humanidad capaz de promover un Reino de Dios concreto, de justicia y de paz.

El Belén nos hace tener los pies en el suelo. Podemos tener expectativas parecidas a las de Isaías, pero Jesús y la Navidad siempre nos devuelve a la única manera segura y posible de hacer las cosas: a través de la humanidad, con sus problemas y sus límites, pero también con su grandeza.

Esperamos, decimos y confesamos cómo os decía que este niño es la luz y que esta luz es vencedora. Nos acercamos quizás también esta noche a la noche pascual que celebraremos dentro de tres meses para continuar diciendo que Dios, en Navidad ha entrado en nuestra casa para que nosotros con Jesucristo resucitado, en Pascua, podamos entrar en la casa de Dios.

 

Abadia de MontserratMisa de la noche de Navidad, Misa del Gallo (24 de diciembre de 2022)

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (8 de diciembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (8 de diciembre de 2022)

Génesis 3:9-15.20 / Efesios 1:3-6.11-12 / Lucas 1:26-38

 

En el corazón de la Palabra de Dios siempre está, lógicamente, Dios mismo. A veces esto puede ser más fácil de identificar o más difícil, pero siempre está ahí. En los primeros capítulos del Génesis, de los que hoy hemos leído un fragmento, no hace falta interpretar demasiado para darse cuenta de que Dios es quien va conduciendo el relato. Crea, completa la creación con el hombre y la mujer, les deja bien instalados y libres en el paraíso, aunque con alguna instrucción básica de comportamiento. Hasta aquí la historia sigue un hilo estable y lógico, pero cuando Dios deja de conducir activamente las cosas, comienzan los problemas: en el uso de su libertad, el hombre y la mujer no hacen caso al único mandamiento que tenían. ¿Un momento de inconsciencia? ¿De olvido? ¿Una voluntad rebelde? El caso es que Dios vuelve a aparecer, porque él no se desentiende de su creación y entonces a Adán y Eva también les devuelve la conciencia de lo que son, de lo que han hecho, y tienen la peor de las reacciones: el miedo a uno mismo y el miedo a Dios.

La primera lectura de hoy retoma la conocidísima historia del Génesis justo aquí y reproduce como en una revisión de vida, el diálogo en el que Dios y Adán y Eva repasan todos los hechos, empezando por el final: Te has escondido. ¿Por qué? Porque iba desnudo. ¿Y cómo lo has sabido? ¿Has comido el fruto? Es que la mujer… ¡Pobre Adán! Está hecho un lío. Busca las excusas más extrañas para justificarse, entre ellas la más típica, la de echarle la culpa a otro. Eva hace lo mismo. También se justifica y se la carga la serpiente.

Fijaos, queridos hermanos y hermanas, que la primera idea que podemos sacar de la lectura de hoy es la importancia que Dios tiene en nuestras vidas para tomar conciencia de lo que nos pasa. Lo entendió muy bien San Benito cuando puso esta idea como primer escalón de la humildad en el capítulo séptimo de la Regla: tener presente que Dios siempre nos mira. Él no se desentiende, aunque parezca que no esté. Adán y Eva ya habían comido el fruto, ya se habían dado cuenta de quiénes eran y lo habían intentado disimular con unos vestidos muy primitivos, pero cuando realmente tratan de esconderse es cuando se presenta Dios, para quien no valen ni vestidos ni escondrijos. Nuestra realidad la conoce perfectamente. Es con Dios con quien podemos seguir nuestras vidas en todo lo bueno y en todo lo malo que tienen.

La segunda idea interesante, al menos a mí me lo parece, es el retrato tan afinado de la psicología humana que nos presenta la lectura, por la que nos cuesta asumir quienes somos y aceptar nuestras ambigüedades, nuestra posibilidad de equivocarnos. En cambio, ¡qué rapidez en justificarnos, especialmente cargando la culpa a otro! El relato de hoy nos alerta al respecto. Sobre el ridículo que podemos realizar cuando pretendemos no tener responsabilidad en nada.

Es verdad que este texto nos pone delante el problema más importante de la filosofía, de la teología, de la moral…de todo. Que sería: ¿Por qué existe una serpiente que induce los comportamientos equivocados? ¿Cómo puede ser también una criatura de Dios? En el fondo, ¿porque existe el mal y de dónde viene? Pero a esto no hemos podido responder hasta ahora. Nadie. La primera lectura de hoy sólo nos dice que Dios maldice a esta serpiente como origen de la tentación y la destina a estar enfrentada a Eva por siempre. Dios se separó de ese principio malo, a pesar de no evitar sus consecuencias, que también hicieron que la vida cambiara para Adán y Eva y para toda la humanidad. El mensaje final es hacernos conscientes de nuestra libertad. Sabemos que éramos libres para hacerlo diferente y todavía lo somos ahora, como veremos enseguida. En el fondo, la lección que sí podemos aprender hoy es la de la responsabilidad.

A los escolanes, que no sé si me han seguido hasta aquí, les diré que la historia que hemos leído tendría muchas aplicaciones y que no es una antigualla pasada de moda. En el fondo lo que Dios hace a Adán en este fragmento es «una pillada». Me han dicho que lo decís así ahora. En otro tiempo en la Escolanía se había utilizado la palabra pilla, de pillar. Dios “pilla” a Adán y a Eva haciendo lo que no tocaba, lo que les había dicho que no debían hacer. ¿Y qué hacen ellos? Nada muy diferente de lo que podríais hacer vosotros normalmente: Responder cosas como, por ejemplo: el prefecto nos ha dicho que sí se puede hacer. Aquí sí que podemos estar… ¡Seguro! O El prefecto dice que no pero este educador sí que nos deja, seguro que sí… A ver si cuela. Ni el prefecto ni los educadores son Dios, pero normalmente tampoco se les engaña fácilmente. Somos capaces de decirlo todo antes de reconocer que nos han pillado haciendo lo que no tocaba y que podríamos reconocerlo y acabaríamos antes. Lo que os decía. No sois muy originales, hacéis lo mismo que hizo Adán, lo mismo que muchas veces hacemos todos. ¡Justificarnos!

¿Pero nos quedaremos aquí? ¿No hay alternativa? Os decía que somos libres. Sabemos que podemos hacer el bien o el mal. Hoy celebramos esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María que nos propone precisamente el ejemplo de una persona, de una mujer muy especial que no tuvo estas ambigüedades, que no se despistó en ningún momento de la mirada de Dios, que no necesitó excusas porque no la pillaron en falso, ni necesitó esconderse. Sencillamente, celebramos la solemnidad de una mujer escogida y preservada de todo esto tan humano, del pecado, para ser la madre de Cristo, la Virgen María. María nos adelanta a Jesucristo. Existe por causa de Él, el Dios hecho hombre, el que queda libre de todo pecado y el que es uno con una comunión de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y Jesucristo hace que podamos volver al punto cero, donde estaban Adán y Eva antes de comer el fruto prohibido. Hace que haya otras posibilidades distintas a la de amargarse y justificarse. Es más, hace que podamos vivir una vida plena haciendo su voluntad, con comunión, sabiendo que podremos volver un día a ese momento del paraíso, cuando todavía Adán y Eva eran inocentes y se paseaban tranquilamente.

Pero mientras estamos en el mundo, nos toca vivir sensatamente, siguiendo el Evangelio, imitando a María, que sencillamente se mostró disponible para hacer la voluntad de Dios, que parecía imposible, y ante la que tantas excusas pudo poner, pero no, sin saber nada de las consecuencias que tendría, aceptó lo que le pedían.

Ella nos enseña que existen alternativas a las actitudes de Adán y Eva. Podemos rechazar todas las tentaciones que disfrazadas de serpientes u otras formas nos saldrán al paso. Como bautizados y seguidores del Evangelio, podemos hacerlo mucho más intensamente porque también tenemos al Espíritu Santo como María, que Cristo ha puesto en nuestros corazones para asegurar su presencia en nosotros.

Después de la comunión, rezaremos una oración que dice que esta eucaristía pueda servir para curarnos de esta herida de la culpa -podemos entender: de esta manera de ser y de hacer, hipócrita, de la que María fue preservada.

Tener fe es reconocer a Dios en la Palabra, en la vida, en los hermanos y hermanas, pero siendo siempre conscientes de que no somos Dios. La eucaristía es el mejor momento para ponernos humildemente ante Jesucristo y reconocer que nos corresponde esperarle como don, el don de su venida a la tierra como hombre, el don de su venida en el corazón de cada uno, el don de su venida al final de la historia, tres formas de ser don de salvación, de las cuales el pan y el vino transformados en su cuerpo y su sangre, son un memorial especialmente intenso en este tiempo de adviento que estamos viviendo.

Abadia de MontserratSolemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (8 de diciembre de 2022)

Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de noviembre de 2022)

Lamentaciones 3:17-26 / 2 Corintios 4:14-5:1 / Juan 12:23-28

 

Vivimos queridos hermanos y hermanas en un mundo muy entretenido. Hay quien se preocupa mucho de que no nos aburramos y propone constantemente todo tipo de diversiones. Incluso se utiliza esta idea de la diversión continua para realizar propaganda. Recuerdo haber escuchado una vez el anuncio de un crucero que ofrecía veinticuatro horas seguidas de entretenimiento. Sinceramente pensé que sería el último lugar del mundo en el que iría a pasar unas vacaciones. Estos rasgos de nuestra cultura contemporánea van normalmente de la mano de una visión de la vida a muy corto plazo, en la que cuestan los proyectos vitales, las propuestas que podrían llegar a dar sentido a toda la existencia. Los cristianos, respetando la libertad de cada uno, debemos decir que nuestro punto de vista sobre la vida incluye algo más que la diversión.

En el Antiguo y en el Nuevo Testamentos, siempre encontramos la descripción de una realidad que quizás no es tan divertida, pero que es real, que es auténtica, que explica mucho mejor lo que vivimos. En las lecturas de hoy, este punto de realismo lo hemos tenido muy claro:

Así el libro de las Lamentaciones nos decía:

Mi alma vive lejos del bienestar

El recuerdo de mis penas y de mi abandono me amarga y envenena.

Cuanto más pienso y lo medito, más me repliego sobre mí.

Pienso que en la vida de las personas hay momentos en que estas frases o algunas similares, o aquellas que cada uno quiera formular para expresarse, son más adecuadas para describir lo que vivimos, que todo el resto de palabras vacías que se nos ofrecen para olvidarnos de quiénes somos, de dónde estamos y de adónde vamos. La espiritualidad bíblica permite identificar todas las dificultades de nuestra existencia y de las del mundo. La Palabra de Dios no ha pasado de moda por más antigua que sea.

Pero nunca nos quedamos aquí. Es bonito que la sabiduría del Antiguo Testamento, en este libro de las Lamentaciones, en los Salmos y en tantos otros testigos, no se quede aquí. Pasamos por la pena, pero no nos quedamos allí. En medio de todo esto, siempre está Dios que es una ventana al futuro.

Pero ahora quiero revivir otros pensamientos que me van a mantener la esperanza.

Dios nos propone un horizonte distinto: La salvación. A veces me parece intuir que detrás de toda esta saturación de entretenimiento contemporáneo hay una actitud muy básica: nos hacernos conscientes de que aparte de divertirnos también necesitamos a Dios y su salvación y que seguramente hemos puesto en su sitio muchas cosas, muchas plataformas, mucha música, muchos videojuegos, mucho móvil y todo lo que queráis y lo que vendrá, que no podemos ni imaginar; y así nos vamos entreteniendo. El fragmento que hemos leído del libro de las Lamentaciones acababa diciéndonos, en cambio:

Es bueno esperar silenciosamente la salvación del Señor.

Esperar silenciosamente. Me parece una frase casi revolucionaria en el mundo que vivimos. Esperar porque no todo se logra ya. Y hacerlo silenciosamente. Hay en esta frase un matiz muy bonito de profundidad, de hacernos conscientes de la salvación de una manera contemplativa, sabiendo que necesitamos un camino paciente y una actitud recogida para ir sabiendo qué es para cada uno de nosotros esta salvación.

Pienso en vosotros escolanes, que tenéis cada día un ejemplo breve de esta actitud cuando esperáis silenciosamente para salir a cantar. Podríais tomarlo como una actitud de por vida. Especialmente para los momentos que tengáis alguna dificultad y pensar en estos momentos de silencio y de preparación antes de la Salve. No son siempre momentos fáciles como sabemos quienes hemos estado allí, pero van bien. Lo sabéis. Vosotros tendréis al menos un referente de lo que significa el silencio. En esta homilía no estoy criticando que en la vida haya diversión ni todas las formas modernas de divertirse. Estoy criticando que en ocasiones no haya tiempo o ideales para casi nada más. Guardaos vuestra experiencia en la escolanía como una experiencia de una vida aprovechada al máximo.

Hoy conmemoramos a los Fieles Difuntos. La muerte fortalece una visión total sobre la vida.

Nuestra muerte nos hace pensar en el final y por tanto en toda la vida, tanto la pasada como la futura.

La muerte de los otros nos permite ver qué les ha pasado, en sus vidas.

No diré que la muerte no haga respeto, pero estoy convencido de que tenerla presente, cada uno según corresponda a su edad, puede llevarnos a una conciencia más plena de todo lo que hacemos. Es una idea que encontramos también con frecuencia en nuestra Regla Benedictina, donde se nos pide que la tengamos presente cada día.

Hoy conmemoramos a los Fieles Difuntos, pero no estamos celebrando la muerte, sino la vida. Y si hasta aquí, lo que he intentado decir tiene una sabiduría, nos falta el sello que confirma todo. La historia de Jesús de Nazaret, en especial su Pasión, muerte y resurrección, que son el ejemplo más claro de espera silenciosa a través de la muerte en la salvación de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio a Jesús diciendo:

¿Qué debo decir: ¿Padre Sálvame de esa hora? No. Es para llegar a esta hora que he venido. Tampoco Él se ahorró ninguna oscuridad, pero no se quedó en ella.

Con su resurrección, la vida fue más poderosa que la muerte y así nos dejó a todos la esperanza de nuestra propia resurrección. Por eso celebramos la vida, la de Jesucristo resucitado como algo fundamental de la fe, la de nuestros hermanos y hermanas difuntos, como una esperanza sólida, que se apoya en la bondad de sus vidas, en la capacidad de haber seguido estos preceptos tan sencillos del evangelio de hoy: que el grano de trigo muera, que podamos dar la vida para seguir al Señor, para llegar a una eternidad, a un cielo que sólo la misericordia de Dios garantiza. Celebramos finalmente nuestra vida como un camino que debe dirigirse e inspirarse por este evangelio, del que dan testimonio Todos los santos de Dios que celebrábamos ayer.

En Jesucristo Dios se ha hecho solidario de toda la humanidad. Se ha hecho solidario de las tragedias personales y colectivas, de las naturales y de las provocadas, y las ha vencido. Todo lo que es destrucción y muerte no ha podido con la capacidad de ser y vivir de la Creación que tiene detrás la fuerza de Dios.

Esta esperanza de resucitar con Jesucristo y de seguirle fielmente durante los días de sus vidas, guió a los dos hermanos de nuestra comunidad, el hermano Martí Sas y Massip y el Padre Josep Massot i Muntaner que murieron este año con pocos días de diferencia la última semana de abril. Les recordamos con cariño y esperanza, agradeciendo también todas sus cualidades y el legado material y espiritual que nos han dejado. Nos hacemos así solidarios de sus vidas y de sus muertes, que también nosotros vivimos y viviremos.

Hoy también, recordando a nuestros hermanos difuntos, podemos pensar que el Señor está cerca de todos los que sufrís o estáis tristes porque habéis perdido a alguien querido y lo recordáis. Quisiéramos aseguraros nuestra oración y nuestro recuerdo desde Montserrat. Sabemos que estáis a menudo con los monjes, en nuestras celebraciones. Percibo que esta experiencia compartida de la muerte cercana y la esperanza también común de la resurrección nos hermanan más que nunca.

Celebremos hoy al Señor de la vida, el Señor que nos espera al final de la historia, la nuestra y la de todo el mundo, Jesucristo Resucitado, que se volverá a hacer presente en la mesa de la eucaristía, donde su solidaridad con la humanidad nos permite la comunión con Él, entre nosotros y con toda la Iglesia del Cielo.

Abadia de MontserratConmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2022)

Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de noviembre de 2022)

Apocalipsis 7:2-4.9-14 / 1 Juan 3:1-3 / Mateo 5:1-12a

 

Hemos cantado amados hermanos y hermanas, dos versículos del salmo 23 que dicen:

él la fundó sobre los mares,

él la afianzó sobre los ríos. (salmo 23, 2)

Ambos nos trasladan una idea de orden. Dios empezó por el principio, poniendo los cimientos de la Creación de una manera ordenada, para que el resto que vendría después se apoyara de forma segura en algo sólido. Es una idea que encontraremos en muchos pasajes de la Biblia y que también fue muy querida por las tradiciones de sabiduría y pensamiento antiguas, reflejando una especie de necesidad natural de ordenar nuestro entorno. La palabra cosmos se opone a la palabra caos, porque incluye el orden querido por Dios. Es curioso. Cuántas veces hablamos de caos y decimos “esto es un caos” o “esto es caótico” y que rara vez hablamos de cosmos o decimos “esto es cósmico”. En cambio, la Creación de Dios explicada en el Génesis y en algunos salmos es una especie de descripción de este orden cósmico: una explicación por etapas. En cada una de ellas, se crea ordenando: dando una función: el sol y la luna para separar el día de la noche; las aguas para separar el cielo y los océanos, y así hasta llegar al final.

Y la última etapa de la creación, como todos sabemos, es la de crear al hombre y a la mujer también con un orden que incluye ser conscientes de sus posibilidades, de su lugar ante Dios, del lugar personal de cada uno y de aquél que le corresponde ante los demás. En una palabra: de nuestra responsabilidad, del correcto ejercicio de la propia libertad. Alguien podría preguntarse: ¿Y esto, que tiene que ver con la solemnidad de hoy, de Todos los Santos? La santidad es uno de los nombres que podemos dar a ese orden querido por Dios, en su dimensión más humana. La propia liturgia de hoy nos dará la definición más simple y mejor de santidad. La rezaremos en la oración de después de la comunión que pide a Dios la gracia para que: «quienes caminamos hacia la santidad que es la plenitud de tu amor, podamos pasar de esta mesa de peregrinos al convite de la patria celestial”.

Desde esa idea es fácil y bonito contemplar en primer lugar el salmo responsorial que también nos decía:

¿Quién puede subir al monte del Señor?

¿Quién puede estar en el recinto sacro?

Estamos en el deseo. Nos dice adónde debemos ir, antes de decirnos cómo.

Y ese mismo lugar al que vamos, también nos lo describe la primera lectura de hoy del libro del Apocalipsis, en la perspectiva final que le es propia, nos da un cuadro de la humanidad cósmica, ordenada, santa en el amor. Nos intenta transmitir cómo será esta comunión de los hombres y mujeres en la santidad: una multitud que permanece en presencia de Dios. En la plenitud de su amor.

El amor es el destino y es también el camino. Y para hacer un camino, hace falta tiempo. Dios se toma un tiempo para marcar. Dios manda que el bien prime de entrada sobre todo mal, para darnos tiempo. Y muchos responden. ¿No es bonito pensar que en este mundo nuestro, tan acelerado, Dios prevea un tiempo para hacernos santos? A los monjes y otras personas que tienen una familiaridad con la Regla de san Benito, esta idea no podrá dejar de resonarnos a la cita que el Prólogo hace sobre la paciencia de Dios, que nos ayuda a la conversión, que no es nada más que uno de los nombres de ese camino de amor y santidad.

Tener tiempo para vivir la plenitud del amor de Dios.

Sabemos a dónde vamos, sabemos que Dios nos da tiempo para ir allí, nos falta saber cómo. ¿Cuántas formas no tenemos de avanzar en este camino de santidad? Todavía el salmo responsorial nos proponía algunas de estas formas básicas:

El hombre de manos inocentes y puro corazón,

que no confía en los ídolos.

Sólo esta última frase podría darnos todas las pistas necesarias. ¡Qué actual! ¡No confiar en los dioses falsos! Decía un escritor católico inglés: Charles Keith Chesterton, que quien no creía en Dios podía creer en cualquier otra cosa. Aunque la frase fue dicha hace cien años, está plenamente vigente. ¿Con cuántas infinitas cosas no nos apartamos hoy de vivir intensamente el amor a los hermanos, el amor a Dios, hasta me atrevería a decir el amor a un mismo bien entendido, no aquella alimentación continua del ego infantil y adolescente a base de dioses falsos, con que la sociedad procura tenernos siempre ocupados y despistados? Nosotros, con el salmo, queremos andar y creer en el Dios que salva, al que nos acercamos con las manos limpias y sin culpa, en aquél de quien recibiremos las bendiciones.

Ésta es la propuesta de Dios. Siempre en beneficio del crecimiento de la persona humana.

¿Y quién responde? En primer lugar, responden las tribus de Israel, estos 144.000. La lectura tiene un fragmento que no hemos leído, donde después de hablar de estos 144.000 da los detalles: Esto es doce mil por cada tribu. Podría pensarse: Todo muy ordenado. Muy perfecto. Pero Dios se supera y en la siguiente escena, los santos son ya una multitud incontable, universal, plurilingüe, multirracial: Luego vi a una multitud tan grande que nadie habría podido contarla. Eran gente de toda nacionalidad, de todas las razas, y de todos los pueblos y lenguas.

En unos momentos, los escolanes cantarán un ofertorio con música de Tomás de Luis de Vitoria que explica de una manera más sencilla este texto del apocalipsis. Dice precisamente que toda esa multitud forma el

Glorioso Reino de Dios, en el que Todos los Santos se alegran con Cristo.

Oh quam gloriosum est Regnum, in quo cum Christo gaudent omnes sancti.

Y Vestidos de blanco, siguen al cordero, donde va

Amicti stolis albis, sequuntur agnum, quocumque ierit.

En catalán lo cantaremos otra vez en las vísperas de hoy, como la antífona en el Magnificat.

La santidad de Dios es inclusiva. No cabe duda. Quiere a todo el mundo. Y eso hace una santidad anónima. Hoy celebramos, queridos hermanos y hermanas, esa santidad anónima. La de todos los santos. La de todos aquellos que no han sido declarados oficialmente santos por la Iglesia. Pero ¡cuidado!: Anónima, quizá porque no está incluida en los santorales oficiales, pero nunca desconocida ni por Dios, ni a menudo por el entorno de cada uno, ¿Cuántas veces hemos dicho u oído: “¡Es un santo!”, cuando una persona es ejemplar. La mayor recompensa que podemos tener cuando seguimos este camino de la plenitud del amor será nuestra conciencia reconciliada con Dios. En el anonimato de esta santidad también existe un aspecto muy interesante: sólo es finalmente Dios quien conoce nuestra santidad y nuestros intentos exitosos o no. Él tiene la última palabra para hacer que cualquiera de nosotros, con nuestra fe y con nuestro amor siempre imperfectos, nos unamos a la multitud de quienes lo alaban en el cielo. Y naturalmente esto sólo lo hacemos imitando a Jesucristo y su Evangelio.

A todos los que nos han pasado delante en ese camino. A Todos los Santos, los tenemos presentes hoy, cuando celebramos esta eucaristía que une como siempre el cielo y la tierra.

Abadia de MontserratSolemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2022)

Beatos Mártires de Montserrat (13 de octubre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (13 de octubre de 2022)

Primer aniversario de la Bendición Abacial

Isaías 25:6a.7-9 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Juan 15:18-21

 

Aunque no nos guste demasiado, los conflictos, queridas hermanas y hermanos, están presentes en nuestro entorno, en nuestra vida, en nuestro mundo. Debemos creer que todos preferiríamos un escenario donde todo se arreglara pacíficamente, con diálogo, donde prevalecieran los intereses que incluyen el mayor bien para el mayor número de personas y donde no hiciera falta recurrir a ningún tipo de violencia para solucionar los dilemas y las opciones que se nos van proponiendo. Este panorama, aunque utópico, ha sido un constante anhelo humano que ha recibido muchos nombres. En la tradición cristiana, esta utopía podríamos decir que es una suerte de aplicación social del Reino de Dios, del cielo o del paraíso, de ese estado donde Dios será todo en todos.

Pero la realidad se impone de otra manera. La Sagrada Escritura con su pedagogía ya nos habla de los primeros conflictos en cuanto están el primer y el segundo ser humano en la tierra, Adán y Eva. Estos conflictos se convierten en violentos y mortales entre el tercero y el cuarto hombre; Caín y Abel. Estaríamos un poco tentados de decir: y desde entonces hasta hoy… ¿qué ha cambiado? Han cambiado los sistemas de dañar, cada vez más refinados; quizás incluso ha cambiado la valoración de la vida humana que tantas veces nos parece que cuente tan poco, siempre que la vida en cuestión no pertenezca a nuestro primer mundo y tenga un cierto status, donde entonces puede llegar a ser venerada.

Pero el Antiguo Testamento no empieza con este pesimismo. El libro del Génesis habla de una creación armónica, querida por Dios y que se mantiene siempre como una posibilidad de regreso a ese Reino del que nos alejamos tantas veces personal y colectivamente. Podríamos pensar que la paz que emana de la creación de Dios y la guerra que viene de nosotros caminan paralelamente, al mismo nivel. Nunca lo han hecho. Dios siempre ha sido más fuerte que el mal, aunque cueste verlo. Muy especialmente nos lo ha dicho definitivamente en Jesucristo de quien decimos que es, príncipe de Paz, y que ha vencido al mal, al pecado y a la muerte.

Este esquema sencillo que intento explicar se repite a menudo en la historia y es triste que hoy tengamos que constatarlo todavía en muchos conflictos bélicos, pero también en tantas peleas internas de cada casa. ¿Os imagináis un mundo sin guerras, una Escolanía sin ninguna pelea? ¡Qué tranquilidad! Para conseguirlo, la primera lucha que debemos emprender es la propia: la de cada uno consigo mismo, con su fidelidad al bien, a la paz, a Dios. Cuántas cosas empiezan por la tozuda inmadurez que se rebela en nuestro interior contra los mejores deseos.

Y esta es la pregunta que las lecturas y la Fiesta de hoy, de los Santos Mártires de Montserrat nos hacen de forma intensa: ¿cómo nos situamos personalmente ante los conflictos? ¿Cuál puede ser la enseñanza de los mártires para nosotros?

Ante todo, la cordura. Utilizando todas nuestras capacidades que son reflejo de la bondad y sabiduría de Dios en su Creación, que nos incluye a nosotros. Somos conscientes de la complejidad del mundo en el que vivimos. La mayoría de los monjes de Montserrat en 1936 lo hicieron e intentaron salvar su vida. Muchos lo consiguieron y por eso estamos nosotros aquí. Es nuestra responsabilidad comprender bien los porqués de las situaciones, ya que así nos será más fácil encontrar en el ámbito de cada uno soluciones sencillas que preparen el Reino de Dios. Sí, porque el Reino de Dios se prepara a menudo con actitudes simples.

A los escolanes le diría que miraseis a vuestro alrededor y no acabarais siempre con las excusas de que la culpa es de los demás o que esto siempre se ha hecho así, aunque esté mal. Debéis ser capaces de poder cambiar cosas. Si lo podéis hacer ahora, puede que os preparéis para cambiar otras más importantes en la vida.

En segundo lugar, a menudo los horizontes racionales, históricos, todos los que pertenecen a las visiones humanas se agotan. Nos queda entonces la fe. La fe como fundamento, sabiendo que Dios es mayor que nosotros. Nosotros nos hemos acercado a la montaña que es Jesucristo. Entendamos todos, también vosotros escolanes, qué significa amar a Dios y a los hermanos. La fe nos hace confesar que Dios prevalece sobre el resto. Que hay un horizonte trascendente en el que todo es posible.

Las lecturas de hoy hablan de ese horizonte del más allá, de ese Reino de Dios, como de una montaña donde todos estamos llamados. La fiesta de hoy, que hace sólo ocho años que se celebra, desde el año siguiente a la beatificación de los mártires, el 13 de octubre del año 2013, recuerda a los monjes que fueron muertos durante los primeros meses de la Guerra, llamada Civil, en 1936 y 1937. Al elegir las lecturas, se quiso que las montañas bíblicas que aparecen nos evocaran nuestra montaña de Montserrat en la que ellos, estos monjes mártires, fueron llamados para vivir una vida monástica, que quería ser fiel a ese Reino de Dios. Una vida que no podía imaginar los conflictos que debería enfrentarse. El evangelio de San Juan que hemos leído se entiende por completo si pensamos en aquellos que, llevados por el odio estructural del momento histórico, que se apoderó de tantas mentes y de tantas voluntades, no dudaron en perseguir y en matar a otros hombres por pertenecer a la Iglesia, ser monjes, ser cristianos.

Mártir significa testigo, significa proclamar la verdad. El testimonio más importante que debemos dar los cristianos es el de nuestra fe. El de afirmar que creemos en Dios, en el Padre, en Jesucristo en el Espíritu Santo. Nuestros hermanos mártires atestiguaron de una forma muy sencilla, sin grandes confesiones, siendo lo que eran, fortalecidos por una situación que les acercó aún más a Jesús y a la donación de sus vidas que habían hecho con la profesión monástica. En ese momento tuvieron seguramente la convicción que expresó el P. Robert Grau, prior del monasterio:

Debemos creer que el poder y la sabiduría de nuestro Padre celestial nunca son tan manifiestos como cuando saca bien del mal. (…) Así lo hará Él en estas horas terribles de prueba, ciertamente, pero al fin (horas) de misericordia suya, si vivimos nuestra fe y nuestra confianza absoluta en Él (…).

En tercer lugar, recordemos que lo de los mártires no es sólo historia. Aún lo tenemos cerca. Incluso los escolanes de cuarto estuvisteis hace cuatro años, justo cuando llegasteis, al funeral del P. Alexandre Olivar, que había entrado en el monasterio antes de la guerra y que era compañero de algunos monjes muertos mártires a los dieciocho años. También hoy muchas personas siguen dando su vida porque son cristianos. Fui este año a una celebración donde se recordaba a personas fallecidas recientemente por causa de la fe, aún no reconocidas como beatos o santos de la Iglesia. Me sorprendió que había muchos testimonios diferentes, desde los asesinatos sin más razón que el odio al cristianismo, a aquellos a quienes se les consideraba testigos de la caridad porque habían arriesgado la vida cuidando a enfermos o pobres y necesitados.

Los mártires de la historia nos enseñan el camino que debemos tomar hoy ante la injusticia, la guerra, la pobreza, fieles siempre al Evangelio de Jesucristo con todas sus consecuencias. Sólo Jesucristo y este Evangelio pueden pedirnos un testimonio total y radical. Veneraremos a nuestros hermanos mártires de Montserrat, sus reliquias, en este relicario que como una gavilla nos los recuerda intensamente en esta eucaristía, porque ellos fueron testigos en sus circunstancias tan especiales y les pedimos su intercesión para poder serlo también nosotros.

 

Abadia de MontserratBeatos Mártires de Montserrat (13 de octubre de 2022)

La Natividad de la Virgen (8 de septiembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de septiembre de 2022)

Miqueas 5:1-4a / Romanos 8:28-30 / Mateo 1:1-16.18-23

 

Seguro que todos os babéis dado cuenta, queridos hermanos y hermanas, queridos escolanes, que las lecturas de hoy suenan a Navidad. Celebramos el nacimiento de la Virgen María, de Santa María, pero lo hacemos hablando de Navidad, es decir del nacimiento de Jesucristo. Todas las fiestas litúrgicas de la Virgen María que, durante el año, conmemoran su Natividad, hoy ocho de septiembre; la Inmaculada Concepción, el ocho de diciembre; su Maternidad sobre toda la Iglesia, el primero de enero; y, finalmente, su asunción al cielo, que celebrábamos hace tres semanas el quince de agosto, son todas ellas fiestas que sólo se comprenden si las ponemos en relación con Jesucristo.

Mostrarnos a Jesucristo debería ser siempre el fin de una fiesta mariana. Cada día en la Salve rezamos que la Virgen María nos muestre a Jesucristo. Quizás por eso no es tan extraño que, para celebrar a Santa María, hablemos de Cristo, del Señor. Casualmente, mientras preparaba esta homilía recibí un wassupp de un amigo que vive en Dallas, en Texas, en Estados Unidos. Allí son mucho más normales que aquí los mensajes cristianos en público: en carteles por las calles, detrás de los camiones… Aquí sorprenderían un poco. Este amigo me los envía muy a menudo. Lo que recibí mientras preparaba esta homilía era un cartel junto a una carretera que decía It’s all about Jesus. Todo va sobre Jesús. En nuestra fe, finalmente todo debe ir sobre Jesús y su evangelio. También el recuerdo de la Virgen María.

Hoy celebramos la natividad de la Virgen María. Celebrar un nacimiento es algo muy humano. El nacimiento nos coloca en una familia, en una tradición, llevamos un nombre que nos ponen cuando nacemos y que nos identifica. Y que normalmente no lo cambiamos y si lo hacemos, como algunos monjes, es para significar precisamente un gran cambio en la vida. En el caso de Santa María su nacimiento la identifica como una hija de Israel, su pueblo, una fiel sencilla, sin apariencia exterior alguna de ser destinada a la misión que cumplió. Tenemos, pues, en la solemnidad de hoy, una primera realidad muy concreta. La memoria de la mujer, de María de Nazaret.

Esta misma fiesta de la Natividad de la Virgen María, también nos revela otra realidad. Del día de hoy también decimos al menos aquí que es la fiesta de las vírgenes encontradas. Hoy es la fiesta de aquellas advocaciones en las que la tradición habla de una imagen encontrada como Núria, Meritxell, Queralt, Claustro, Cinta y muchas de las que encontrará en nuestro camino de los Degotalls. También era la fiesta de la Virgen de Montserrat, hasta que en 1881 se instituyó la solemnidad propia del 27 de abril.

De la hija de Israel, de María de Nazaret pasamos pues a la Madre que cada tierra se hace suya, que tantos y tantos lugares acogen. Casi diría que la tierra se ofrece a Dios para acoger a Santa María. Fijaos que la Virgen María lleva el nombre del lugar. Es realmente la geografía concreta que queda tomada por Dios, para recordar la encarnación de su Hijo. Recuerdo que una vez en Navidad cuando hacíamos el Pesebre, no pusimos ninguna cueva y un monje me dijo, falta la cueva porque es el signo de la tierra que, como María, acoge la Palabra de Dios y hace nacer al Salvador. La explicación de que Santa María tome un nombre en cada lugar es precisamente el de la fe cristiana extendida y arraigada en cada rincón de la tierra. Pero ella no es que se multiplica. Es el Cristo único de la que es madre que la hace tan universal y tan católica, que, siendo siempre la única Madre de Dios, se convierte en un fruto de cada lugar, por la evangelización que ha llevado el nombre de Dios a todas partes. Esta dinámica es doble. No sólo ofrecemos nosotros a Dios la tierra y el lugar, que de hecho ya hemos recibido de él, sino que Dios también viene por esta presencia de Santa María a querer estar en toda cultura, en toda lengua y en darles el valor mayor que puedan tener. Quizás los catalanes y las catalanas podríamos tener muy presente y dar gracias por el don de la presencia de Dios en tantos santuarios, que, desde el punto de vista de la fe, son signo de su amor por nosotros.

Y si todo va sobre Jesús, se entiende que la primera lectura y el evangelio de hoy sean evangelios de tema navideño, que hablan de la expectación del Mesías, Cristo y del cumplimiento de su venida al mundo que tuvo lugar por su Encarnación. La primera lectura del profeta Miqueas nos pone ante la expectación de un rey y pastor llamado a gobernar en nombre de Dios, con su majestad y su gloria. Esto significa el modo como Dios gobernaría si estuviera él presente. Qué actual y bonito que el fruto de esta manera de gobernar sea la paz: Y vivirán en paz porque Él será la paz (Mi 5,3-4). Qué actual por contraste, porque ciertamente no constatamos que la forma de gobernar general en el mundo nos lleve precisamente la paz. Todo lo contrario. Nunca nos cansamos como cristianos de tener presente esta frase corta de Miqueas: y vivirán en paz porque el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz». La oración colecta de hoy pide que el fruto de esta fiesta sea la paz. ¡Deseémoslo intensamente!

Y el evangelio nos dice que esa expectativa se realizó en la historia porque Dios vino. Aquel Salvador que Miqueas nos decía que sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales (Mi 5,1), el evangelio nos dice que ese es Jesús, hijo de María, que sí, que realmente viene de lejos, por eso es hijo de todas las generaciones que forman su pueblo, por eso las nombra a todas desde Abraham. Dios vino para eso. Jesucristo es Emmanuel: Dios con nosotros nos decía el evangelio, en la última frase, como si nos hubiera contado toda la historia para prepararnos para ello, para este punto final, para ésta confesión.

Todo va sobre Jesús. Pensad, especialmente vosotros los escolanes, que esta iglesia de Montserrat, tan importante para tanta gente y también para vosotros, junto con la imagen de la Moreneta, con sus cantos, con la oración de los monjes, sólo quiere una cosa: recordar a todo el mundo que Dios está con nosotros. La misma Virgen María con el niño en el regazo nos dice que Dios está con nosotros. Y si Dios está con nosotros, deberíamos amarnos más, de procurar hacer un mundo mejor, de tomarnos más en serio la injusticia, la pobreza, la desigualdad, las amenazas del cambio climático…, porque Dios no quiere ninguna de estas cosas, pero nos deja la libertad para hacerlas y para arreglarlas. Todo depende de cómo utilicemos nuestra libertad. Santa María la utilizó para colaborar plenamente con Dios, encomendémonos a ella como cantamos en el himno de hoy

es luz de amanecer,

que anuncia el Redentor,

ya de tiempo predestinada,

a ser Madre del Señor

Abadia de MontserratLa Natividad de la Virgen (8 de septiembre de 2022)

Asunción de la Virgen (15 de agosto de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (15 de agosto de 2022)

Apocalipsis 11:19a,12:1-6.10 / 1 Corintios 15:20-27 / Lucas 1:39-56

 

¡Feliz tú que has creído! Las lecturas de esta solemnidad de la Asunción de la Virgen, día que nos marca siempre la cima del verano, son, amadas hermanas y hermanos, más allá del clima festivo que rodea nuestra eucaristía, un gran testimonio de fe.

La fe es reconocer, aceptar, asentir a Dios, a su verdad y a su realidad en el mundo. Quizás hace unos años era más frecuente la pregunta: ¿Eres creyente? La pregunta no quería decir normalmente si creías en algo, sino si eras cristiano, si reconocías a este Dios Padre, con el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo, como viviente, como real, como rector del mundo y de la historia.

El evangelio de hoy, podría ser muy bien la respuesta de Santa María a esta pregunta: ¿Eres creyente? La vida de la Madre de Jesucristo, Madre de Dios, está marcada por la fe. Su ejemplo para con todos nosotros es precisamente el reconocimiento que ella hace de Dios en la historia: en su pequeña historia personal y en la historia del Pueblo de Israel.

Uno de los rasgos más fascinantes de la manifestación de Dios es su humildad, su capacidad de hacerse presente en lo cotidiano. En este sentido, digo que las lecturas de hoy son un testimonio de fe porque a partir de hechos muy normales, nos muestran una verdadera confesión de fe.

¿O no es normal que una chica joven, en estado, vaya a visitar a una prima de más edad, también embarazada, para ayudarla? ¿O no es normal que las dos estén llenas de alegría por los hijos que esperan? Pero sobre esta línea de “normalidad” se produce el acto de fe, el reconocimiento de que la vida es un don de Dios y ya muy concretamente en María, que la Vida que espera, Jesucristo, sólo ha sido posible porque ella ha reconocido y ha creído en las posibilidades infinitas de que Dios es capaz de abrir y cumplir. Por tanto, en el reconocimiento de que Dios efectivamente está ahí y actúa.

Esta escena de la visitación, que releemos bastantes veces durante el año en nuestra liturgia en Montserrat, nos habla de una mujer, Isabel, que tiene esa misión tan importante de convertirse en acompañante en los procesos de fe, reconocedora de la realidad espiritual, instrumento de Dios para la revelación de la verdad de María. A nosotros nos ayuda contemplar las palabras llenas de sentido de Isabel a María porque son revelación del plan de Dios: en su alegría; en la del niño, Juan el Bautista, que espera; en el reconocimiento también de la distancia, de la diferencia inmensa que existe entre uno y otro nacimiento; en el saludo inspirado: eres bendecida entre todas las mujeres y finalmente en la frase: ¡Feliz tú que has creído! Isabel capta el momento de Dios que se produce entre ella y Santa María en esta entrañable escena de la Visitación.

En este año del setenta y quinto aniversario del ofrecimiento que el pueblo de Cataluña hizo de un nuevo trono a la Virgen de Montserrat y de la correspondiente entronización de la Santa imagen en 1947, nuestro Santuario ha elegido como lema pastoral precisamente las palabras de Isabel a María en esta escena: ¡Feliz tú que has creído! Aparte de reconocer la fe de la Virgen María, querríamos proponer a todos los peregrinos seguir su ejemplo y dar gracias por el camino que ella abre para que también nosotros podamos creer más, más sincera y más profundamente, en Dios.

¿Y cuál es la respuesta de Santa María? Cuando Isabel pone de relieve de forma tan clara la fe de la Virgen, la respuesta de ella es este canto del Magníficat, un canto que lo contiene casi todo. La iglesia le ha dado el espacio privilegiado de ser rezado cada día en el oficio de vísperas, invitándonos a una identificación personal con las actitudes de la Virgen. El lenguaje sencillo nos ayuda aún más a hacer de este texto una posibilidad de oración, unas palabras que, a pesar de tener veinte siglos, no han perdido ni actualidad ni frescura. Permitidme por tanto que hable del Magníficat en primera persona del plural, como unas palabras dirigidas a nosotros:

María nos invita al reconocimiento de la humildad personal, que hace más fuerte por contraste, la salvación y toda la acción de Dios. Él es quien actúa. Él es quien actúa en nuestra pequeñez. Ante él sólo podemos reconocerlo y reconocer sus maravillas en todos nosotros, alabarlo es ya confesarlo, quizás es la confesión más fuerte que podemos hacer de él. Alabar a Dios nos descentra. ¡Qué actual y qué nuevo es esta actitud en un mundo a menudo ególatra y egocéntrico!

También en el Magníficat, hablamos del Dios que ama de generación en generación, del Dios que protege a Israel, que se acuerda del amor a Abraham y a nuestros padres. A Dios no nos inventamos los teólogos, los obispos, las monjas o los abades y los curas, ni nadie más. A Dios le reconocemos cada uno personalmente por todo lo que Él ha hecho en la historia, la personal y la general. Ni María en su grandeza se inventó a Dios, hasta el mismo Señor y Salvador Jesucristo, sino que reconoció en su vida encarnada en una persona humana, al Dios de Israel como su Padre y como el Señor del Universo y de la historia. Qué antídoto para nuestra sociedad que se piensa tan autónoma respecto al pasado, tan autosuficiente.

Encontramos finalmente a un Dios que María reconoce como quien da la vuelta al orden social y avanzando tantas afirmaciones que después encontraremos en el evangelio, se pone junto a quienes pasan hambre, de los pobres y de los humildes, con un lenguaje bastante fuerte, radical. El evangelio nos lleva siempre al hermano necesitado. Ahora y siempre. Necesitamos convertirnos a esto.

Digamos pues que la escena y el diálogo entre Isabel y María no es inocente. Es un himno profundo a la fe, a reconocer a un Dios implicado en la historia y que nos pide a nosotros la misma actitud de fe activa y comprometida que ellas tienen y cantan.

Contamos hoy con todos los que participáis especialmente con vuestro canto para que podamos celebrar más solemnemente este día. A quienes han avanzado un día el inicio de los Encuentros de animadores de canto como a los que han venido sólo para la misa, quisiera deciros que la escena que hemos leído hoy desprende una joya casi musical. ¡Cuánta música no ha inspirado a la Virgen! ¿Cuántas versiones no tenemos del Magnifict? He encontrado una página muy interesante en internet, una entrada de la Wikipedia que en inglés se llama lista de los compositores de Magníficats. Desde el gregoriano a Penderecki o Arvo Part, muchos han querido transmitirnos la alegría de María por las obras admirables de Dios. También los cantores de la coral Tirychae que nos acompañan, revivirán hoy esta tradición que canta a María con cantos antiguos y nuevos. Estoy seguro de que con Mariam Matrem canto medieval del Llibre Vermell y con una obra de hace pocos años de Josep Ollé, L’Ave Maris Stella, que ya es tradicional en esta celebración, nos ayudará a alabar a Dios cantando, como María, y espero que os acerquéis a las palabras que cantáis y al espíritu de fe que sus compositores seguramente tuvieron al componerlas.

¡Dichosos también nosotros que queremos creer! Vivir la fe como María, es tener la esperanza de que podremos asociarnos como ella, a la Pascua de Jesucristo. Su asunción al cielo, representada por la pintura de este presbiterio, por el gran rosetón de la fachada de la Basílica y por el mármol que hay encima de la Escalera que sube al camarín, es el cumplimiento de su fe, es la realidad de su felicidad con Cristo por haber creído, es su Pascua, es la llamada más sencilla que nos hace a todos y cada uno de nosotros: aceptar que Jesucristo nos ha prometido la plena comunión con Dios, una comunión que ahora anticiparemos en la eucaristía, participando del cuerpo y de sangre de Cristo y que nos invita como ella a creer, a alabar y a amar a todos.

https://youtube.com/watch?v=n7rTGVVdE1A

Abadia de MontserratAsunción de la Virgen (15 de agosto de 2022)

San Benito (11 de julio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (11 de julio de 2022)

Proverbios 2:1-9 / Colosenses 3:12-17 / Mateo 19:27-29

 

Pienso, queridos hermanos y hermanas, que la relación y el conocimiento personal con San Benito de Nursia de todos los que estáis escuchando aquí o por medio de internet, debe ser muy diferente.

Quizás algunos de vosotros sin idea alguna que hoy había esta celebración, se la han encontrado; otros conocedores del calendario litúrgico, la han identificado enseguida, los oblatos y los monjes benedictinos esperábamos la fecha y tenemos claro que hoy recordamos la proclamación como Patrón de Europa, del autor de la Regla, el texto que nos identifica y da sentido a nuestras vidas. La vida benedictina es un tesoro de sabiduría espiritual llena de consejos e intuiciones capaces de enriquecer la vida incluso fuera de los monasterios y sin necesidad de ser monjes. Por eso, al hablar de San Benito y de la espiritualidad de la Regla quisiera que todo el mundo se sintiera incluido.

¿Cómo se hace presente en el mundo esta sabiduría espiritual? ¿Tiene que ver con los edificios románicos, góticos o más modernos que los monjes fueron edificando y que hoy son en tantos lugares patrimonio histórico? Un poco sí, pero no creo que los edificios hagan justicia a la sabiduría de san Benito.

¿Quizás esta sabiduría se ha concretado en cultura? Es interesante que la etimología amplia de la palabra cultura está cercana al significado de la palabra catalana cultivo (conreu). San Pablo VI dijo que los benedictinos fuimos importantes en la creación de Europa occidental, la creamos con el libro y con el arado: esto es con todo tipo de cultura. Sí. El impacto cultural en sentido amplio ha sido fuerte y esperamos que lo siga siendo, pero tampoco agota el significado profundo de la aportación que creo que nos hace la Regla benedictina.

El núcleo, lo imprescindible de nuestro texto venerable, radica en el ámbito de la persona y de su dimensión espiritual: es tomar al hombre o a la mujer y enfocarlos hacia Dios. Éste es el fundamento. Queda claro que uno de los momentos en los que cualquier institución debe ser clara con lo que quiere, es el momento en el que es necesario incorporar nuevos miembros, nuevos trabajadores, nuevos socios. En este momento no podemos engañarnos sencillamente porque nos va en ello la identidad y la continuidad. La Regla de Sant Benet establece el criterio definitivo del discernimiento de las vocaciones al establecer que es necesario que «busquen a Dios de verdad». Es por esta razón que me atrevo a decir, no inventándomelo, sino apoyado por toda la tradición monástica, que el núcleo de nuestra vida es ponerse de cara a Dios, para empezar un camino sostenido por la fe, con plena conciencia de la fragilidad personal, pero avanzando hacia Dios, que nos ha creado y ha puesto el deseo de buscarlo en nuestro interior. Este principio tiene algunos rasgos interesantes:

Es universal. No puedo proponeros honestamente a todos los que me estáis escuchando que viváis la comunión de bienes, la estabilidad en una comunidad, la obediencia a un superior. Sin embargo, proponeros que busquéis a Dios de verdad es totalmente posible Quizás por esta razón afirmamos que, hablando hoy de temas monásticos, podemos hablar a todo el mundo.

Buscar a Dios de verdad es una proposición sencilla. Sólo tres palabras en el latín original. Las cosas importantes no deben ser largas ni complicadas. La propuesta será sencilla, pero toca el fondo humano de cada uno: buscamos, por tanto, estamos en movimiento, la espiritualidad benedictina nos comprende como hombres y mujeres de deseo, no perfectas.

Naturalmente es una propuesta creyente. No buscamos cualquier cosa. Buscamos a Dios. El Dios de Jesucristo. Y desde la fe, no podría pensarse una vida sin Dios. Por tanto, profundizamos lo que somos y lo que creemos como cristianos. Nada más, nada menos. Cualquier propuesta cristiana debería responder plenamente a aquellas palabras de Jesús: he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.

También es una propuesta estable. En la espiritualidad de la Regla benedictina, el buscar a Dios de verdad no está pensado como algo puntual. Es lo suficientemente serio como para implicar toda la vida. Es una propuesta que no es necesario cambiar constantemente. En nuestro contexto actual, incluso me atrevería a decir que esta idea de la estabilidad en las opciones, tanto cristiana como benedictina es nueva, es alternativa. La practica poca gente. Pero está comprobado que da felicidad y sentido. Quizá esta estabilidad sea una de las cosas que podríamos predicar más como monjes, sin olvidar que debemos vivirlo primero nosotros para predicarlo con algo de dignidad.

Por último, Buscar Dios de verdad es una propuesta personalizada. Es necesario que cada uno se ponga en camino. Por mucho que parezca abstracto, Sant Benet nos concreta bastante cómo hacerlo: Habrá que orar y habrá que amar. Los monjes lo haremos en comunidad y cada uno que haya incorporado este rasgo espiritual a su vida o lo quiera incorporar, podrá ver cómo reza y cómo ama a su alrededor. Tampoco es difícil de entender. Orar y amar para hacer bien concreto vivir, creer y buscar a Dios es una propuesta para una vida tomada en serio. De vida sólo hay una y estaría bien que no nos pasara lo que tan bien expresaba el poeta castellano Jorge Manrique,

Este mundo es el camino / para el otro, que se morada / sin pesar; / pero cumple tener buen tino / para andar esta jornada / sin errar. (V)

No mirando a nuestro daño, / corremos a rienda suelta / sin parar; / desde que veamos el engaño / y queremos dar la vuelta, / no hay lugar. (XII)

(Coplas a la Muerte de su padre)

Estas intuiciones frente a la vida y la muerte, no son lejanas de la Regla de San Benito, y nos demuestran con esta proximidad que más allá del carisma estamos ante verdaderos enfoques creyentes y humanistas. La sabiduría espiritual es en el fondo un patrimonio de la humanidad, y Dios la reparte como quiere y al que quiere, generosamente.

Habiéndonos centrado en este leiv motiv, buscar a Dios de verdad, la Regla nos dice que, viviendo así, orando y amando, la sabiduría espiritual impregnará nuestra vida, todas nuestras relaciones e incluso nuestras actitudes corporales.

Ésta es la raíz del árbol benedictino, cuyos frutos y cuya fecundidad han sido tan grandes. Procuramos que el crecimiento y los frutos del árbol estén siempre en relación con la raíz, esto es en la verdadera búsqueda de Dios, en la oración, en el amor. Para una propuesta así, que no hace más que replicar la llamada de Jesucristo a seguirle, entendemos que el evangelio de hoy justifique que podamos dejarlo todo.

Pongámonos siempre en disposición de escuchar y acoger la voz del Señor que nos llama, lo hace siempre, y lo hace en cada eucaristía, abrámosle pues el corazón.

Abadia de MontserratSan Benito (11 de julio de 2022)

San Pedro y San Pablo (29 de junio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (29 de junio de 2022)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 / 2 Timoteo 4:6-8.17-18 / Mateo 16:13-19

 

La solemnidad de hoy, de San Pedro y San Pablo, queridos hermanos y hermanas, como la de todas las celebraciones y memorias de santos, nos ayuda a centrarnos en dos mediaciones fundamentales entre Dios y la humanidad: el testimonio, porque estamos frente a dos grandes testigos, y la de la comunidad, la Iglesia de la cual son sus columnas. En la historia espiritual de casi cada uno, los testigos y la comunidad nos han llevado hacia la fe en Dios, al seguimiento de Jesucristo, a recibir el Espíritu Santo y las que nos permiten avanzar en ese camino de confianza.

Si hablamos de testigos, hoy vamos a los verdaderos orígenes del cristianismo. En el diálogo del Evangelio que hemos leído, el propio Jesús busca con sus preguntas provocar la reflexión y la formulación de un testimonio sobre él: ¿Quién dice la gente que soy yo? No es de extrañar que, en el aprendizaje de la fe, tantas veces, en catequesis, en grupos de jóvenes, nos hayan repetido la pregunta de Jesús: ¿quién es Jesús para ti? La pregunta hecha por sí mismo a los apóstoles, en un momento tranquilo, en la tranquilad de las fuentes del Jordán, en Cesarea de Filipo, como nos dice el evangelio de Marcos, paralelo al que hemos leído, provocó la respuesta de fe de Pedro, una de las confesiones más fundamentales del evangelio: tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Tú, Jesús de Nazaret, rompes la lógica de un Dios lejano, invisible, inefable y lo haces cercano. Tú te conviertes en una esperanza por una humanidad que se salva porque es visitada en su esencia por Dios y un Dios que se humilla hasta la muerte para no dejar nada sin redimir.

Un testimonio es legítimo si lo que dice es verdadero, si puede dar fe por conocimiento y experiencia propia, si el resto de su vida es coherente con lo que ha proclamado.

El apóstol Pedro cumple con creces estas tres condiciones: La primera es la verdad de todo lo que ha anunciado. Incluso Jesús le reconoce que está inspirado por el mismo Dios como nos señala el evangelio: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. San Pedro entendió que Jesús era Cristo, el Mesías y su comprensión cambió la historia, cambió la relación de los hombres y las mujeres con Dios.

La segunda condición de legitimidad de un testigo es la proximidad a la fuente. Y evidentemente también se cumple en aquél que, desde el momento de dejar las redes, siguió de cerca a Jesús y después de la Pasión, fue un testimonio de su resurrección. Imagino la vida de San Pedro hasta su martirio en el Vaticano, como una larga experiencia de comprensión que quizás nunca completó, de aquellas palabras: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo y de todas las demás que va escuchar decir a Jesús.

Y, por último, un testigo debe tener coherencia al proclamar la fe. Algunos diréis: ¿coherente san Pedro? ¿Y las negaciones? Pero ¿le tendremos en cuenta nosotros las negaciones cuando el mismo Jesús las perdonó y no dudó en hacer de él la piedra y el cimiento de su comunidad? Coherencia a pesar de alguna debilidad. Las debilidades de Pedro nos ayudan precisamente a tenerlo por testimonio de la fe y de Cristo. No es necesario ser perfecto para ser discípulo. Basta con saber pedir perdón cuando te equivocas y niegas al Señor.

¿Quién dudará de que la fe de San Pedro nos ha ayudado?

El evangelio de hoy no nos habla de ello, pero casi cada domingo y otros muchos días durante el año encontramos también el testimonio de Pablo. ¿Quién dudará de que algunas de las páginas más profundas, del testimonio más íntimo de la relación posible de una persona con Jesucristo y de su significado nos vienen de San Pablo? Un discípulo que es testigo porque quedó tocado y se dedicó con cuerpo y alma a reflexionar, a compartir, a dejarnos escrita la que personalmente me atrevo a llamar madre de toda la teología.

Pese a que podamos hablar de experiencia directa de Dios, no nos queda ninguna duda de que para insertarnos en la tradición cristiana hacían falta los santos Pedro y Pablo, y detrás de ellos, como cantamos en el Te Deum, el ejército radiante de los mártires, palabra que en griego significa testigo.

La solemnidad de hoy nos lleva naturalmente a otra mediación: la Iglesia, que es el primer fruto de la fe de los apóstoles. En la confesión de Pedro, sigue el mandamiento de Jesucristo: Sobre ti, edificaré mi Iglesia. Y el encargo más importante que el Señor le hizo fue la de confirmar en la fe a todos los que vendríamos después. Precisamente porque la fe contenida en su confesión es también el fundamento de cualquier comunidad que se reúne en torno a Jesucristo. Desde la unidad del primer grupo de seguidores de Jesús, la comunidad se ha extendido hasta cumplir el mismo mandamiento de Jesús: Id y predicad el Evangelio en todo el mundo. No podemos negar que, en estos dos mil años de historia, la comunidad cristiana, a pesar de no perder nunca la referencia a los apóstoles Pedro y Pablo, no ha logrado mantenerse formalmente unida. Sin embargo, sí me parece digno de decir que al menos la gran comunidad católica se mantiene una, siendo uno de los fenómenos más numeroso, más antiguo, más activo de toda la historia de la humanidad. San Pedro y el ministerio de sus sucesores, los obispos de Roma, los Papas, son su vínculo de comunión, y la ansiada unidad cristiana, debería tener siempre en cuenta su servicio.

Sería bueno ver a la Iglesia como la que nos ha dado la posibilidad de nuestro conocimiento de Jesucristo y la que nos ayuda a mantenernos en la fe. La que vivimos en cada eucaristía, como estamos haciendo ahora. Quizás demasiado a menudo perdamos de vista esta esencia y nos perdemos en críticas colaterales que no sé si llevan a ninguna parte. Sé que la crítica expresa a menudo amor y preocupación por la Iglesia. Procuremos que no sea otra cosa. El ejemplo y la enseñanza de San Pedro y San Pablo no fue otro que Jesucristo. Aferrémonos a Jesucristo, como el Señor que nos ama más allá de todo y nos lo demuestra constantemente como hace ahora en esta celebración, haciéndonos participar de su cuerpo y su sangre.

Abadia de MontserratSan Pedro y San Pablo (29 de junio de 2022)

El Cuerpo y la Sangre de Cristo (19 de junio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (19 de junio de 2022)

Génesis 14:18-20 / 1 Corintios 11:23-26 / Lucas 9:11b-17

 

Con el sacramento de la eucaristía, podría llegar a pasarnos, queridos hermanos y hermanas, que nos acostumbráramos tanto, que no fuéramos conscientes de todo su valor. Es un gozo y un privilegio, quizás cada vez más privilegio en nuestra Iglesia, poder celebrar diariamente o semanalmente la eucaristía y participar con la comunión del cuerpo de Cristo.

La Solemnidad del Corpus, concluido ya el tiempo pascual, tiene sin embargo ecos de su inicio, el Jueves Santo, cuando celebrábamos la institución de la eucaristía. Quizás el día tradicional de celebración del Corpus, en jueves, dejaba más clara esta relación. Celebrábamos entonces y celebramos hoy que Dios no tuvo ningún límite para hacerse presente entre los hombres y las mujeres y por eso se encarnó en Jesucristo y que, de igual modo, Jesucristo tampoco se limitó para continuar presente en toda la historia que acontecería detrás de Él y por eso quiso que el pan y el vino fueran su presencia privilegiada, porque en la sencillez de los elementos más básicos y tan sólo con la invocación del Espíritu Santo y con las palabras breves que él dijo, pudiéramos hacerlo presente.

Toda la historia de la humanidad está marcada por Jesucristo, por su Encarnación, por su muerte y resurrección. Por eso es el punto final de un tiempo y el inicio del otro, por eso en la mayoría de sociedades cristianas y en muchas otras, el tiempo se señala a partir de él. La eucaristía es la memoria perenne de Jesucristo en este segundo tiempo de la historia que debe perdurar hasta el final. La celebramos hasta que vuelva como decía el final la segunda lectura de hoy, cuando su revelación absoluta hará innecesaria su memoria. Pero mientras esto no llega, tenemos como decía el privilegio de su presencia en el sacramento de su cuerpo y de su sangre, en el pan y el vino eucarístico.

Resuena en las oraciones de la misa de hoy esta dinámica histórica entre memoria de Jesús, de su Pasión, y esperanza en el futuro, en esta vida eterna, que podemos imaginar y anticipar cuando sentimos o nos hacemos conscientes de la presencia de Dios en nosotros, de su comunión con el mundo, que es lo que nos lleva de forma intensa e insustituible el sacramento de la eucaristía. El motete eucarístico (es también la antífona del Magnificat de las II Vísperas de hoy) Oh sagrado convite, de Santo Tomás de Aquino, tantas veces cantado por nuestra Escolanía, que hoy está en Alemania invitada para un concierto, nos lo dice: Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura.

A veces estoy tentado a pensar como si con la Encarnación de Dios en la humanidad no hubiera bastado, que había que bajar más, tan humilde es nuestro Dios y tan fácil nos lo quería poner que no tuvo por menos de estar presente Jesucristo en el pan y en el vino, en la simplicidad de los alimentos más corrientes de la cultura Mediterránea.

El evangelio de hoy nos sugiere que la institución de la eucaristía en la última cena, sólo fue la conclusión final de una vida toda dada por amor. Me gusta contemplar la escena de la multiplicación de los panes y de los peces, no tanto como un milagro material, sino como la escena de la preocupación y la acción eficaz de Jesús, para que nadie pase más hambre.

Ante las amenazas de escasez directa de alimentos y del encarecimiento de los disponibles, amenazas que la Guerra de Ucrania parece no poder acabar rápidamente sino acentuar cada día más, pienso en cómo podríamos nosotros hacernos conscientes de que la eucaristía va ligada también a la preocupación de Jesús para que no haya hambre en el mundo. Jesús sació a sus discípulos en medio de la cotidianidad mientras predicaba y curaba. Parece que nuestro día a día nos ha llevado también a encontrarnos en situaciones de necesidad similares a las que hemos escuchado. La Iglesia hace mucho: Cáritas, las Misiones, el anonimato de tantas personas que ayudan, son los verdaderos efectos de tener presente y recordar a Jesús y el evangelio en cada una de nuestras celebraciones eucarísticas. Nunca lo separamos. Diremos hoy que éste es el sacramento de la unidad y de la paz. Pero Dios no nos impone la unidad y la paz como una consigna, como una ideología como han utilizado regímenes totalitarios de todos los signos que han pervertido estas palabras. La transformación social cristiana que tiene sus raíces en el evangelio nace de la fe y la comunión con Jesús. De una relación personal y libre que nunca puede ser impuesta, que nace de la primera llamada a ser discípulos de Jesucristo.

La fiesta de hoy tiene sus orígenes en la necesidad de intensificar con oración y alabanza ese privilegio de presencia personal que Dios nos hace con su cuerpo y su sangre y que nos ayuda a profundizar e intensificar nuestra intimidad con Él. Pero tampoco podemos caer en un intimismo excluyente y en esta relación espiritual olvidarnos de que la eucaristía es pan roto y repartido. Que la unidad eclesial entera está siempre presente y que toda eucaristía es una oración y una afirmación de la paz querida por el Señor, como decimos al final de la oración eucarística antes de darnos la paz simbólicamente: conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Es imposible en esta unidad no tener muy presentes a quienes lo pasan peor, es difícil pensar que pueda haber paz donde no hay ni siquiera los alimentos necesarios para vivir.

Cada eucaristía nos recuerda que tenemos el deber de seguir firmes en esta lucha por los necesitados. Por eso, uniéndonos a tantas comunidades, haremos hoy una colecta a favor de caritas, que vela por tantas y tantas situaciones extremas.

La tradición católica latina nos ha legado el culto eucarístico, esto es la adoración al cuerpo y la Sangre de Cristo no sólo en el momento propio de celebrar el memorial del Señor en cada eucaristía y de comulgar, sino también en la posibilidad silenciosa de rezar en presencia de Él. Hoy nos uniremos a esta veneración llevando solemnemente la reserva eucarística a la capilla del santísimo, de la misma manera que lo hacemos el Jueves Santo, y dejaremos expuesto el sacramento para todos los que durante el día quieran orar en silencio. Es el Señor mismo presente por el memorial de su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo, que nos exhorta a vivir intensamente nuestra comunión con él y los hermanos y hermanas de todas partes.

Abadia de MontserratEl Cuerpo y la Sangre de Cristo (19 de junio de 2022)

Domingo de Pentecostés (5 de junio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (5 de junio de 2022)

Hechos de los Apóstoles 2:1-11 / Romanos 8:8-17 / Juan 14:15-16.23b-26

 

¿Podría ser que, con el Espíritu Santo, Dios se hubiera superado a sí mismo?

Con esta expresión: te has superado, expresamos, queridas hermanas y hermanos, esa acción que nos ha sorprendido porque va más allá de las expectativas. Alguna vez, irónicamente, te ha superado, lo decimos en sentido negativo, cuando has hecho algo mal más allá de lo esperado.

¿Por qué me pregunto si Dios se ha superado enviando al Espíritu Santo? Quizás porque es el aspecto, la persona, más imprevisible de Dios.

En la celebración de nuestra fe fácilmente seguimos los hechos de Dios-Padre, autor de cuya Creación encontramos huellas en la belleza de la naturaleza y de las personas, confesamos también Dios- Hijo, autor de la redención, Jesucristo, de quien tenemos la historia de su persona y de su vida y el testimonio de la comunidad que le reconoció mesías y salvador. Pero ¿y del Espíritu Santo? Naturalmente también lo confesamos en el Credo y en cada invocación a la Trinidad, pero ¿somos conscientes de que el Dios-Espíritu Santo es el actualizador? ¿Aquél a través del cual actúan y obran en nosotros el Padre y el Hijo, renovando la creación, haciendo que la redención de Jesucristo sea creída y tenga efectos reales en nuestra vida?

Enviar el Espíritu Santo fue una superación de una historia de Dios que hubiera podido quedar como un relato antiguo, como una mitología con su sabiduría religiosa y humana, pero desconectada de cada persona desde los inicios de los tiempos hasta hoy, en el siglo XXI.

El Espíritu Santo es la intimidad del padre con su hijo, con Jesús. Él mismo, Jesucristo, quiso que su presencia entre nosotros fuera mucho más que el recuerdo de un magisterio excepcional y de un testimonio coherente entre vida, palabra y muerte. Quiso una conexión diferente y por eso como nos ha dicho el Evangelio, el mismo día de Pascua, quiso quedarse con los apóstoles y lo hizo con su Espíritu, que después sería enviado a toda la comunidad, y que desde entonces no ha dejado de ser protagonista de la vida del mundo, de la Iglesia, de cada sacramento, de cada vida espiritual, de cada discernimiento. Con razón de las pocas cosas que confesamos del Espíritu Santo en el Credo, una de las más importantes dice que infunde la vida: Señor y dador de vida.

He leído recientemente un libro que dice que el mundo lleva unos cuarenta años sometido a una doctrina llamada TINA. No es un diminutivo de un nombre, sino las siglas en inglés de la frase There Is No Alternative; es decir, no hay alternativa. La frase viene a decir que existe una doctrina económica, antropológica, social presentada como inevitable. El autor critica esta doctrina y es favorable a defender que sí existen alternativas.

Cuando ponemos juntos el Espíritu Santo y el mundo en el que vivimos, podemos decir que para los cristianos esta TINA es inaceptable y que el Espíritu Santo es precisamente la superación de un mundo sin alternativas. ¿Cuántas razones prueban esto:

Dios se supera en la historia porque el motor inmediato que mueve al mundo es la acción del hombre y la mujer. Esta acción puede ser inspirada por muchas causas, pero es el Espíritu Santo quien asegura la presencia de Dios en cada persona. Afirmar que no hay alternativas es realizar un análisis pobre de nuestro mundo y de nuestra humanidad, renunciando al protagonismo de dirigir y controlar la Creación guiados por este Santo Espíritu, del que decimos en el himno Veni Creator Spiritus que es el guía que nos va delante. (ductore sic te praevio).

¿Dónde viene a encontrarnos el Espíritu de Dios? ¿Dónde está presente? Dios se supera también siempre en la persona humana. Es muy significativo que utilicemos la misma palabra, espíritu, para hablar de esa parte de nuestra humanidad que permanece abierta a la trascendencia, a la mística, a todo lo que no podemos tocar pero que podemos sentir desde nuestra sensibilidad. Hay una especie de zona 0, de zona de encuentro previo, íntimo, en toda persona que necesitamos afirmar. Los más jóvenes, los niños, muy especialmente los escolanes, la cultivan constantemente con la música, para vosotros y para tantos que os escuchan.

Una de las grandes propuestas del cristianismo hoy es la de la afirmación radical de que la espiritualidad forma parte de la persona humana y la enriquece. Quizás para alguien sea muy obvio, pero yo cuando miro a mi alrededor y veo tanta dependencia de la tecnología, de las plataformas, de los móviles, del bombardeo constante de información y de entretenimiento, me pregunto qué espacio dejamos al espíritu. Ojalá esta solemnidad de Pentecostés fuera una reivindicación de la espiritualidad. Me parece que recordarlo es una de las misiones de la vida monástica hoy. Este espíritu humano es el que naturalmente nos permite también permanecer abiertos a la propuesta cristiana, a la que nos viene del Espíritu Santo, del Espíritu de Dios, del Espíritu con mayúscula: de permanecer abiertos en definitiva a la fe. El espíritu es el actualizador de todo. Aunque no seamos a veces conscientes, somos colaboradores del Espíritu cuando cantamos, cuando celebramos, lo sois los escolanes cuando facilitáis que la gente descubra la belleza. Porque las cosas del Espíritu son las que más pueden acercarnos a todos, son nuestra gran oportunidad pastoral.

Si nos creemos esta conexión espiritual entre Dios y nosotros por el Espíritu Santo, más que de la TINA, (del no hay alternativa) deberíamos hacernos seguidores de la TIA, There is Alternative y defender que naturalmente sí hay alternativas.

Dios se supera con el Espíritu Santo porque permite que la persona, tal y como he dicho que la entendemos, y la historia se combinen correctamente, en una acción que busca siempre la mejor opción, y por tanto llenarnos de confianza en el futuro.

Esta correcta combinación es la alternativa cristiana fundamentada en la conversión personal, obra del Espíritu Santo. La conversión de un solo hombre o una sola mujer ha tenido efectos multiplicadores en tantos momentos de la historia. De la capacidad del Espíritu Santo para convertirnos hablaba hoy también la secuencia, ese fragmento que hemos cantado en gregoriano después de la segunda lectura y que tenía tres frases llenas de sentido que traducidas al -castellano- dicen:

Doblegad nuestro orgullo, calentad nuestra frialdad, enderezad lo que está desviado.

¡Creer que el Espíritu es capaz de todo esto es realmente creer que Dios se ha superado y que nos propone un verdadero camino a cada uno de nosotros y a todos colectivamente de superación!

En cambio, la pretendida conversión de estructuras, olvidando a las personas, se ha acabado ahogando siempre bajo su mismo peso, carente de ese dinamismo que permite respirar, adaptarse, carente de la fluidez tan propia del Espíritu, de quien decimos que es viento, fuego y agua: fijaos, elementos que nos cuesta mucho controlar.

La influencia del Espíritu Santo en la historia por la acción de las personas provoca que la propuesta cristiana sea socialmente transformadora. Me atrevería a decir que es en términos históricos la que más lo ha transformado todo, pero el camino siempre comienza en Dios, de Él pasa al espíritu de los hombres y de las mujeres que actúan para cambiar las cosas.

Y la superación de Dios en el Espíritu no ha terminado. Su gran característica es que se actualiza, cada día, como los programas y las aplicaciones y por tanto queda siempre abierta a versiones mejores de nosotros mismos y del mundo, y con esta actualización el Espíritu nos da finalmente una especie de actualización diaria en el don de la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino de la eucaristía. ¿Qué más podríamos pedir?

Abadia de MontserratDomingo de Pentecostés (5 de junio de 2022)

La Ascensión del Señor (29 de mayo de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (29 de mayo de 2022)

Hechos de los Apóstoles 1:1-11 / Hebreos 9:24-28; 10:19-23 / Lucas 24:46-53

 

Todos hemos hecho la experiencia de desear intensamente que ocurra algo, que algún momento llegue: un encuentro con un familiar o amigo, para vosotros escolanes quizás un concierto, o una gira en el extranjero. También hemos vivido aquellos momentos de nervios ante un examen, una entrevista de trabajo, … La importancia de lo que esperamos siempre marca la intensidad de cómo vivimos los momentos previos. A menudo también, si estos hechos son normales ya no los esperamos con la misma ilusión o no los esperamos en absoluto. Estas ideas sobre cómo vivimos y esperamos me ayudan a entender la solemnidad de hoy, la de la Ascensión del Señor, un momento muy preciso de aquel tiempo esencial que llegó después de la muerte de Jesucristo.

En la euforia de la Resurrección del Señor, podríamos pensar que los apóstoles y los discípulos y todos los que gozaron personalmente de la experiencia de saber que Jesús estaba vivo, que el crucificado había resucitado, ya lo tenían todo hecho y aprendido. Y que todos, incluso el dudoso Tomás cuando ya estaba seguro personalmente de todo lo ocurrido, se quedarían en la seguridad de la presencia entre ellos de Jesús, que ese tiempo quizá se prolongaría. A pesar del impacto de la resurrección en los discípulos, las solemnidades de hoy y la de Pentecostés, que está íntimamente relacionada, nos vienen a decir que no, que todavía faltaba algún paso.

Hace muchos años en los cines había un descanso en las películas muy largas. Como todos sabéis, los escritos de San Lucas en el Nuevo Testamento tienen dos partes, el evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Puede que algunos hayan encontrado que la primera lectura y el evangelio de hoy eran algo repetitivos y explicaban la misma historia. No es raro. Aunque de forma inversa, hoy hemos leído el fin del Evangelio y el principio de los Hechos de los Apóstoles. Los dos textos nos explicaban La Ascensión del Señor, que podríamos decir que marca la media parte, y que al empezar de nuevo el relato, en la segunda parte, se recuerda un poco donde lo habíamos dejado. La Ascensión marca el punto en el que la historia dejar de ser la historia de la vida de Jesús para pasar a ser la historia del Espíritu Santo, que hace a la comunidad, a la Iglesia.

La Ascensión nos dice que no podemos controlar nosotros a Jesús resucitado. Nosotros sólo podemos acoger alguna de sus maneras de estar allí. Quizás para estimularnos, quizás para que no nos quedáramos demasiado en la resurrección palpable, como en la transfiguración del Tabor, quizás para seguir mostrándonos aquel destino definitivo, aquella comunión con Él que nos tiene preparada, cambió al cabo de cuarenta días de haber resucitado, la forma de estar presente en el mundo. Y lo primero que hizo fue desaparecer. Litúrgicamente lo representaremos el próximo domingo retirando de la Iglesia el cirio pascual, que ha presidido nuestras celebraciones desde el domingo de Pascua.

La Ascensión del Señor nos enseña tres cosas importantes. La primera, tal como os decía al principio, es que nos hace vivir un vacío, y de este modo nos hace vivir la intensidad frente a algo que debe pasar. El mismo Jesús se refiere a esto: Vendrá el Espíritu Santo. Es necesario que yo me vaya, dirá incluso el evangelio de San Juan. Era necesario que los discípulos, y nosotros por extensión, se pusieran en situación. Subrayo un detalle curioso y bonito: Jesús dice: esperad al Espíritu Santo juntos y en Jerusalén. La expectación compartida seguro que es más intensa. Esta espera pertenece al ámbito más sagrado, más espiritual, el ámbito que para los judíos representaba Jerusalén. Es necesario que hagamos y demos al Espíritu Santo el lugar interior que le corresponde. Tengamos siempre en cuenta que es el vínculo entre Dios, Cristo y nosotros.

El segundo mensaje en la fiesta de la Ascensión es que Jesucristo se mantiene fiel a sí mismo. Se mantiene siempre. Diría que aprovecha incluso el hecho de irse para seguir insistiendo en su mesianismo diferente y activo. Y lo hace sin dar por perdidos a los apóstoles y discípulos que parecen no ser capaces de salir de sus esquemas. Parece difícil de comprender que después de todo lo que habían vivido, aún estuvieran como desorientados y le preguntaran: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? La pregunta a mí me sigue sonando demasiado dependiente de una manera de ser Mesías antigua, impropia de uno que ya ha pasado por la Cruz, ha resucitado y se ha hecho Señor del tiempo y del espacio, como Dios mismo que es. Es en este sentido que él responde: cuándo va a suceder esto no es importante. Lo que cuenta es ser testigos ahora y extenderse a toda la tierra. El libro de los Hechos de los Apóstoles es la historia de una comunidad que nace en Jerusalén fruto del don del Espíritu y que se extiende en todo el mundo. Y si finalmente podemos afirmar que sí, que Jesucristo restablece la realeza de Israel, debemos decir que lo hace de una manera totalmente diferente.

Y después de subir al cielo: todavía se oye una voz que nos devuelve a la tierra: Hombres de Galilea, (referencia al origen para personalizar, para dirigirse muy directamente a los íntimos):, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo, pero es necesario que la historia mientras tanto continúe, y ciertamente el Libro de los Hechos de los apóstoles continúa, con una gran cantidad de aventuras apostólicas. Jesús sube al cielo bendiciendo. Bendiciendo todo lo que va a pasar.

Y la tercera cosa que nos marca la Ascensión es un camino personal. Nuestra vida de cristianos se hace siempre a imitación de Cristo: en el seguimiento de su enseñanza espiritual, de su compasión, incluso al intentar vivir pascualmente como resucitados, no dejándonos llevar por las fuerzas que nos llevarían a la muerte y siempre con la aspiración de la plena comunión con Él. La Ascensión que marca, si cabía todavía, un paso más en la ya irreversible comunión entre el Padre y el Hijo, nos enseña que nosotros vamos hacia Dios y donde tenemos la esperanza de llegar, como nos ha dicho la oración colecta: la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo. Y también nos dirá la oración de la poscomunión: Dios todopoderoso y eterno, que, mientras vivimos aún en la tierra, nos concedes gustar los divinos misterios, te rogamos que el afecto de nuestra piedad cristiana se dirija allí donde nuestra condición humana está contigo.

(En francés) Muy brevemente, he tratado de resaltar tres mensajes que la solemnidad de hoy tiene para todos nosotros. El primero es la espera del Espíritu Santo, el don que Dios nos da y que celebraremos el próximo domingo. La segunda es la fidelidad de Jesús a un modo de ser Rey y Mesías que nos hace estar siempre en la tierra, para ser sus testigos. La tercera es la invitación a seguirlo.

Pensadlo todavía un poco los escolanes: los que se confirmaron en Pascua, los que se confirmaron el pasado domingo. Nos comprometimos juntos a promover en nuestros corazones la conciencia del Espíritu Santo que hemos recibido, pero que seguimos pidiendo, nos comprometimos a la fidelidad al mesianismo de Jesucristo, que es Rey, pero en el servicio, en la ayuda, en la compasión a los más necesitados, por tanto, fiel a sí mismo, y también nos comprometimos al reto de su seguimiento, a nuestra identificación en todos los aspectos inagotables de la personalidad y el mensaje de Jesús de Nazaret. Un reto que tiene en sí mismo la prueba del éxito. Imaginad que fácil: Un desafío de la vida que la puedes encarar sabiendo que lo vas a lograr y no sólo tú, sino todos los que se atrevan a aceptar el reto de ser cristianos hoy. En el fondo, lo que habéis hecho ha sido aceptar el reto que Jesús resucitado nos vuelve a proponer hoy: tenerlo a Él por referente principal de vuestras vidas, anhelando la comunión con Dios. Éstos son los mensajes que nos deja la solemnidad de hoy.

Abadia de MontserratLa Ascensión del Señor (29 de mayo de 2022)

Domingo IV de Pascua (8 de mayo de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de mayo de 2022)

Hechos de los Apóstoles 13:14.43-52 / Apocalipsis 7:9.14-17 / Juan 10:27-30

 

La globalización es hoy una palabra muy extendida. Seguramente todos asociamos globalización con actualidad. Cuando yo tenía la edad que tenéis vosotros, escolanes, no sabíamos ni que existiera esta palabra y a vosotros que habéis crecido en medio de ella, quizá la tengáis tan asimilada que tampoco le hagáis mucho caso. Una definición dice ser un proceso histórico de integración mundial en los ámbitos económico, político, tecnológico, social y cultural. ¿Y esto es bueno o es malo?

Será bueno si permite una humanidad que avance junta hacia unas mejores condiciones de vida para todos, que pueda asegurar la paz, la preservación del medio ambiente. No será bueno si anula la riqueza cultural, lingüística… si nos hace pasar a todos por el mismo agujero.

La fe cristiana es una de las respuestas personales más globales de la historia de la humanidad y no es porque sí. Lo es porque nuestro Dios, que es el Dios de Jesucristo, ha querido ser Dios para toda la humanidad. Así lo hemos leído en la primera lectura. Cuando Pablo y Bernabé se enfrentan a la resistencia a predicar la buena nueva de Jesucristo en Antioquía de Pisidia, encuentran enseguida una frase de los profetas que les empuja más allá, hacia la globalización de la fe en el mundo, una frase del profeta Isaías hablando del Mesías: Te he hecho luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta los límites de la tierra (Is 49,6). Y la fe se hizo global porque el nombre de Jesús alcanzó los límites de la tierra. Y llegó mucho antes de que la tecnología hiciera muy fácil comunicarse, hiciera más fácil esta globalización, llegó porque Pablo y Bernabé quisieron llevar el evangelio a todo el mundo. Me considero afortunado de haber vivido esa universalidad de la fe desde muy joven. De haber conocido a cristianos de todo el mundo, de saber también que con nosotros rezan tantos hermanos y hermanas diferentes, como veis en Salve cada día.

La fuerza extensiva de la fe cristiana de esos inicios me consuela. Me pregunto cómo podríamos ahora recuperar esa fuerza para seguir diciendo que Jesús y su evangelio son la luz y la salvación hasta los límites de la tierra, unos límites que no son geográficos, sino que ¡quizás tenemos que empezar a buscar en nuestro alrededor!

Somos un pueblo de elegidos. Lo podemos decir desde muchos puntos de vista. Somos elegidos en tanto que humanos, porque hubo una elección de Dios al crearnos, somos elegidos como personas porque cada uno de nosotros es alguien querido y llamado por Dios en la vida, somos elegidos, por encima de todo, en tanto que cristianos.

¿De dónde nos viene la elección? De una voz que nos llama y que nosotros reconocemos. Como el pastor llama a las ovejas, nosotros somos llamados por Jesucristo y reunidos en su rebaño, el rebaño del buen pastor.

Nuestro reto es convertirse en capaces de escuchar la voz del buen pastor y de entrar como ovejas en este rebaño. Responder con nuestra vida a la llamada y especialmente mantenernos en ella. ¿Dónde escucharemos hoy esa voz? La Iglesia nos propone su oración, reflejo de la misma Palabra de Dios ordenada pedagógicamente para ser orada y nos pide que participemos. El buen pastor también nos llama a través de tantas otras situaciones de la vida: en el testimonio de quienes le han escuchado, en las situaciones que nos presenta la historia, en las necesidades sociales y personales de tantos hermanos y hermanas. El rebaño de Jesucristo tiene vocación de ser universal, de estar abierto. La Iglesia no es una secta, tiene las puertas abiertas a todos y no aísla nunca a sus hijos e hijas de las demás voces del mundo, sino que promueve su madurez para ser capaces de discernir el llamamiento de Jesucristo de las demás voces. Estas otras voces nos llevarían a rebaños que no son de Dios y no nos conservarían en esa unidad que es donde Él nos quiere.

¿Y a dónde nos lleva esta elección? En la vida eterna. Nos lo promete la primera lectura, aunque no lo diga expresamente, porque la predicación de la primera iglesia apostólica tuvo su punto fundamental en la afirmación de un resucitado, Jesucristo que abría las puertas de la vida eterna, de la vida de Dios, a todos los que creían en Él. También el evangelio nos dice claramente: Yo os doy la vida eterna y la lectura del apocalipsis nos describe de una manera simbólica cómo será esta eternidad: estaremos con Dios, todo el dolor y el sufrimiento habrán pasado, ¡viviremos! La promesa de la vida eterna no es abstracción o ausencia, sino que es compromiso en el mundo para promover esta vida de Dios que se nos promete.

Somos un pueblo de elegidos. Dentro de la elección cristiana y dentro del rebaño, Jesucristo nos vuelve a llamar a cada uno para seguirle en una vocación más específica. De este modo mediante la llamada a la vida monástica, nos ha reunido a los monjes y monjas a formar otro rebaño dentro del rebaño, una familia que se siente elegida para este servicio de oración, de trabajo y de acogida. Si no viniera de Dios, esta llamada, contracultural al mundo en tantos aspectos, no podría sostenerse. Como la llamada a la fe, también la vocación monástica trabaja día a día en el discernimiento de la voz de la fidelidad de tantas voces seductoras. Es por esta razón que siempre que celebramos un aniversario de vida monástica tal y como hacemos hoy, celebramos la fidelidad de Dios de habernos llamado y de haberse mantenido fiel a su gracia, en uno de nuestros hermanos de comunidad. Muchos de los que estáis aquí os podéis hacer una idea de lo que significan cincuenta años de fidelidad. Quienes celebren un aniversario de boda, comparten, seguro, muchas de las reflexiones que podemos hacer sobre la fidelidad. A otros, como a los escolanes, cincuenta años de vida le puede parecer algo inimaginable, ¡que multiplica por cinco los que habéis vivido! ¡Puedo aseguraros que son bastantes años! ¡Preguntadlo a vuestros abuelos y os lo explicarán!

En el aniversario de los cincuenta años de profesión monástica del P. Abad Josep M. Soler, no podemos dejar de recordar que, en todas las llamadas señaladas, Jesucristo le llamó a ser pastor a imagen de él de un rebaño aún más concreto, que es el de nuestra comunidad. Por casualidades litúrgicas, este domingo IV de Pascua, es llamado del Buen Pastor y fue el mismo domingo que inició la semana de su elección, hace veintidós años, en mayo del año 2020. En el recordatorio de la bendición estaba la imagen del buen pastor de Josep Obiols cargando una oveja en los hombros y la frase Animam pono pro ovibus: Doy mi vida por las ovejas. En todos estos años ha cargado muchas ovejas en los hombros y otras muchas circunstancias de las ovejas y del rebaño. La exigencia de lo que pide la Regla de San Benito al Abad del monasterio, sólo se puede afrontar con una humildad que nos haga conscientes de que los llamamientos de nuestra vida vienen de Jesucristo y con una confianza que Él se mantiene siempre fiel en lo que pide.

No podemos dejar de dar gracias por el ejemplo de vida monástica y de fidelidad del P. Abad Josep M. Creemos que a la fidelidad de Dios también es necesario que responda nuestra libertad que, movida por la gracia, debe colaborar en el plan de Dios sobre sus hijos, que en toda vida monástica pasa por un día a día de oración, de lectura espiritual, de vida fraterna, de acogida. Cuando durante una vida esto se va haciendo realidad y lo vemos en un hermano nuestro, en un monje, no podemos dejar de sentirnos motivados y confirmados que esta vida concreta nos dice que todos los demás que participamos avanzamos hacia un ideal personal posible y realizable. Y más allá de nuestra opción concreta, todo el que honestamente vive su llamada cristiana a cualquier tipo de vida con amor y fidelidad es ejemplo para la Iglesia y el mundo porque logra un cumplimiento personal y cristiano que la encamina hacia Dios mismo.

Un cumplimiento que, en cada eucaristía, ese momento de transfiguración personal y comunitaria, quisiéramos saborear por la gracia que Dios nos hace de compartir el cuerpo y la sangre de Cristo.

Abadia de MontserratDomingo IV de Pascua (8 de mayo de 2022)

Misa Exequial del G. Martí M. Sas (2 de mayo de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (2 de mayo de 2022)

Apocalipsis 21:1-5a.6b-7 / Romanos 6:3-9 / Mateo 25:31-46

 

Los cristianos de Oriente, queridos hermanos y hermanas, siguiendo una tradición muy antigua, tienen la costumbre de felicitarse la Pascua, ese tiempo que estamos celebrando, diciéndose: Cristo ha resucitado y respondiendo: Realmente ha resucitado. El tiempo pascual está totalmente centrado en la resurrección de Jesucristo, ese acontecimiento que confirmó el valor absoluto de su persona, de su vida y el sentido de su muerte. Antes de Jesucristo, en la fe de Israel estaba la percepción de que más allá de la muerte se entraba en una comunión con Dios y se iba a reunir con los seres que nos habían precedido, pero esta percepción, no exenta de dudas tal y como nos muestran los evangelios en las polémicas con los saduceos, que no creían en la resurrección, esta percepción, digo, se convierte en certeza y en el fundamento de la fe cristiana, que nace de la afirmación que Jesucristo ha resucitado. Los apóstoles y los discípulos no llegaron aquí fruto de una reflexión interna o de la necesidad de superar un fracaso que exigía una sublimación en un futuro que diera una salida válida a todo lo vivido con Jesús. No. Llegaron porque el Señor resucitó, se hizo presente en sus vidas después de muerto y entendieron que aquel hecho era lo que cambiaba todo, porque daba una respuesta a la pregunta eterna: ¿Y después qué? Contestando con sencillez: luego está la vida eterna, porque Dios no deja en medio de la muerte a los difuntos.

Jesucristo, el Hijo de Dios, habiendo querido compartir nuestra condición humana hasta la muerte, se levanta (éste es el sentido literal del verbo resucitar en griego), para continuar presente, con una forma ciertamente que no es la misma que la de antes de la muerte en cruz, pero que se nos explica como presencia real, histórica y viva entre nosotros. De este modo Dios no se traiciona a sí mismo. Hay una imagen que me gusta mucho, es de un teólogo castellano que murió bastante joven, que dice que Dios fija una cuerda en el momento de la Creación que es el hilo de la historia y la mantiene tensada hasta el final. Alguna vez la cuerda se destensa, pero siempre se recupera y tira de todo hacia el cumplimiento definitivo. Todos estamos en esa cuerda mientras vivimos. Jesucristo, como hombre, también estuvo en la cuerda, pero como Dios, también la estiraba y nosotros esperamos que después de muertos por la resurrección ayudaremos a estirar esta cuerda y a mantenerla tensada con Dios Padre, en Jesucristo, con el Espíritu Santo, y todos los santos y santas de Dios.

La resurrección de Jesucristo provocó una llamada universal a su seguimiento, una llamada a ser una Iglesia que se identifica como la de los cristianos, los de Él, los de Cristo. A esta Iglesia nos incorporamos por el bautismo. Por esta razón en la teología más cercana a la de la resurrección del Señor, que es la del apóstol San Pablo, aparece tantas veces el bautismo como nuestro vínculo con Jesús. Nos hace participar de su vida porque él también se bautizó y para que participemos de su vida, asumimos todas las consecuencias que esta participación tiene: que resumidas quieren decir: seguir su Evangelio hasta compartir su misma muerte. Pero también el vínculo que establecemos es el que nos permite tener la esperanza de que un día resucitaremos con él. Lo hemos leído en la carta a los Romanos, Por el bautismo hemos muerto y hemos sido sepultados con él, porque, así como Cristo, por la acción poderosa del Padre, resucitó de entre los muertos, nosotros también emprendemos una nueva vida. (Romanos 6:4).

El hermano Martí Sas quiso emprender realmente una nueva vida cuando entró en nuestro monasterio de Montserrat en 1958. Nacido en 1926 en Palma de Ebro, en la diócesis de Tortosa, tenía, el pasado sábado, cuando murió, 95 años y era el monje más anciano de nuestra comunidad. De hecho, el hermano Martí era el último monje de nuestra comunidad que entró en el noviciado como hermano, separado de lo que hacían los monjes destinados al presbiterado y que, tras las reformas de la vida monástica que siguió al Concilio Vaticano II, hizo la profesión solemne en 1964, con todos los demás hermanos, haciendo que todos los monjes compartiéramos desde ese momento una misma profesión.

Subrayo el hecho de que quiso emprender una nueva vida cuando entró en el monasterio porque la vocación monástica le significó un redescubrimiento personal y fuerte de la fe cristiana con más de treinta años, una edad algo avanzada para entrar en el monasterio según las costumbres de ese momento. Mantuvo siempre una actitud fuerte como creyente y como monje que alimentaba de ese tipo de conversión que le había llevado de una vida profesional como sastre en el monasterio. Le gustaba recordar y compartir con nosotros y con gente de fuera los cimientos, aquellos que podíamos intuir que estaban en el corazón de su fe y de su espiritualidad.

Iba desnudo y me vestiste. Si os decía que la fe nos lleva a identificarnos con Jesucristo y con su evangelio, y que esto exige y encuentra formas muy concretas de realizarse como nos narra el evangelio de San Mateo que hemos leído, no podemos tener ninguna duda que este versículo: Iba desnudo y me vestiste resume bien todo el servicio monástico del hermano Martí, e incluso más allá incluso. Su calidad de primer nivel como sastre fuera del monasterio, también quedó dentro de esta transformación espiritual cuando, colaborando primero y encargándose después de la sastrería del monasterio e hizo un ministerio y un servicio, especialmente en confección de toda la ropa litúrgica del monasterio, nunca fruto de la improvisación sino con una visión que Dios también debía ser glorificado en la dignidad y el buen gusto de las albas, las túnicas, las casullas, los hábitos y las cogullas con una visión de la armonía que todo el conjunto debía dar al corazón de los monjes que celebraba y oraba, muy fiel al precepto de la Regla de San Benito que pide dignidad en el vestir de los hermanos. Quizás incluso inspirado por la visión de esta ciudad santa de Jerusalén que quiere anticipar la asamblea litúrgica y que él quiso engalanar como una novia que se prepara para su esposo.

La nueva vida abrazada después de su entrada en el monasterio, también tuvo una dimensión de soledad y de acogida. Durante muchos años, cuidó y buscó ratos de soledad y silencio en la ermita de San Dimas, lugar que amaba con predilección y el cual todavía visitó cumplidos los 90 años, hasta que no le fue físicamente posible continuar yendo. Desde san Dimas también acogió a amigos y algunos grupos que se acercaban para compartir ratos de oración y celebración.

Siendo un monje que ocupaba todas las horas del día y buena parte de las de la noche practicando el ora et labora hasta una edad muy avanzada, tuvo que emprender una nueva vida y convertirse y prepararse para esta hora final. Durante los últimos años, en la enfermería del monasterio, el Señor le fue desnudando de sus capacidades físicas y mentales, hasta llamarlo a compartir por la muerte, su resurrección. Nos quedan de estos últimos años su alegría, casi infantil, cuando veía a un hermano de comunidad, y los intentos difíciles pero entrañables de procurar comprender lo que quería comunicar. Pero hasta en estos momentos, me atrevería a decir, que no perdió aquella fortaleza ante la vida que le venía de la fe y de las convicciones profundas.

Los cristianos de lengua siria tienen la tradición de que las almas de los difuntos cuando llegan a la puerta del paraíso no encuentran a San Pedro sino a San Dimas, el buen ladrón, salvado por la cruz de Cristo, que es la clave para entrar en el cielo, donde él es el primero en haber llegado. A pesar de no ser sirios, permitámonos hoy pensar que San Dimas ha recibido al G. Martí en la puerta del cielo para decirle que sí, que la promesa de Jesucristo de que un día nos encontraremos con él, compartiendo su resurrección, es verdad. Y que así vivamos la novedad, la plenitud y la comunión con Jesucristo, con el Alfa y la Omega, con el Señor de la vida, cuya victoria sobre la muerte celebramos en cada eucaristía.

Abadia de MontserratMisa Exequial del G. Martí M. Sas (2 de mayo de 2022)

Vigilia Pascual (16 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (16 de abril de 2022)

(…) / Romanos 6: 3-11 / Lucas 24:1-12

 

Algunas veces, queridas hermanas y hermanos, cuando tienes que hacer una homilía, cuesta encontrar temas o que la liturgia que corresponde comentar, te inspire alguna palabra. Esta noche es todo lo contrario: la riqueza de signos y de textos con la que celebramos esta vigilia Pascual, hacen más bien que personalmente oscile entre la duda de explicar tanto como sea posible o de decirme: ¿puedo realmente añadir alguna cosa a lo que la misma celebración ya explica extensamente tan admirablemente, tan insuperablemente?

Una cosa sorprendente de esta noche es que la llenamos de significado para explicar la resurrección de Jesucristo, que aconteció de hecho en el silencio, en la soledad, casi diría yo en aquel anonimato que el Pregón Pascual expresa tan bien cuando canta: Oh noche bienaventurada, sólo tú supiste la hora en que Cristo resucitó de entre los muertos. Aquel quedarse esperando en la puerta del sepulcro, el silencio del viernes santo, el silencio aún más profundo del sábado se adentra en la noche de Pascua hasta que, como una explosión, con el fuego, el cirio pascual y la luz que no mengua cuando la repartimos, sino que se multiplica, confesamos que sí, que, en el corazón de esta noche Santa, Jesús, crucificado, muerto y enterrado, ha vuelto a la vida.

Casi entramos en cierto vértigo si nos detenemos a pensar cómo un hecho concreto de una noche de la historia ha tenido tantas consecuencias: la más sencilla es que: si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí. Y todo lo que celebramos no es más que la vida venciendo a la muerte. Algunos de los hermanos de los escolanes y otros niños lo han trabajado hoy cuando ha observado que una bellota, el fruto de la encina que parecía muerto, era capaz de tener vida y de convertirse en un árbol pequeño. Y después, dentro de poco, traerán al altar estas pequeñas macetas plantadas con una esperanza y se las volverán a llevar como recuerdo de que esta noche, es una noche para la vida. De hecho, este es un experimento que recuerdo que los escolanes siempre hacían en cuarto y veías las macetas con las plantas por el suelo en su aula. Jesucristo es como el grano, como la bellota enterrada que vuelve a la vida, que resucita en una planta nueva.

Todas las lecturas de hoy nos hablan de esta vida, nos hablan de muchas formas con muchas palabras e historias diferentes: la creación de la naturaleza con todos sus elementos, la libertad, la fe, pero en el fondo el mensaje es siempre lo mismo: Dios opta decididamente por la vida. Por eso no podía dejar a Jesucristo en la muerte. Y Él ha querido compartir su vida de resucitado con nosotros, la suya es también nuestra vida, puesto que como nos ha dicho San Pablo – y volvemos a las plantas-; si nosotros hemos estado plantados junto a él por esta muerte parecida a la suya, también debemos serlo por la resurrección.

Me dirijo especialmente a vosotros que hoy os bautizáis, confirmáis y hacéis la primera comunión, y a los que sólo se bauticen, representados por sus padres y padrinos, es decir a los escolanes Pedro y Tomás, y a los niños: María y a los hermanos Caterina, Isabel e Isaac y también a David que hace la primera comunión. La vida de la que estamos hablando ahora y aquí no es sólo levantarnos, comer y dormir. Nosotros creemos que todos, los hombres, las mujeres y también vosotros sean chicos un poco mayores o niños, tienen la posibilidad de una vida del espíritu, de una vida interior, totalmente importante y esencial para la persona humana. Una vida que queremos infundir, estimular y hacer crecer en todos vosotros con los sacramentos, que por eso mismo llamamos de la iniciación. Por eso es tan bonito que en esta noche que celebremos la vida, podamos comunicar, como pueblo de Dios y comunidad cristiana, esta vida a todos vosotros y podamos hacer real aquella otra frase del pregón pascual: noche en la que el hombre reencuentra a Dios. Esto es lo que confesamos: que el hombre reencuentra a Dios en Jesús y que nada debería ser como antes. Lo encontramos en el bautismo, intensificamos aún más este encuentro con la confirmación porque recibimos su espíritu y tenemos la comunión para poder recibirlo en cada eucaristía.

Ahora os contaré una anécdota especialmente para vosotros Tomás y Pedro, relacionada con estos sacramentos que recibiréis esta noche, especialmente con la confirmación, y que tiene que ver con un buen amigo mío y de muchísima gente, el obispo Antoni Vadell, que quizás recordareis (sobre todo los escolanes mayores) porque alguna vez había estado en la Escolanía y había presidido una misa conventual a principio de curso, y que murió muy joven a los 49 años hace dos meses. Los teólogos, que nos dedicamos a estudiar todas estas cosas relacionadas con la fe y las celebraciones, discutimos si es mejor confirmarse a vuestra edad, a los nueve o diez años, especialmente si coincide con el bautismo o hacerlo de más mayores. Cuando con el Padre Efrem hablábamos de todo esto, a principios de diciembre, llamé al obispo Toni, que era bastante especialista en esto y le pregunté: ¿Qué te parece? ¿Confirmamos o no confirmamos a los escolanes de cuarto que se van a bautizar? Y él me dijo, sí. Porque en la Escolanía tendrán la posibilidad de vivir a fondo una vida cristiana y está muy bien que la vivan con la confirmación hecha. Fue la última vez que hablé con él. Y por tanto os dejo esta reflexión a vosotros dos, a todos los escolanes y a todos, porque todos recordaremos hoy nuestro bautismo, nuestra confirmación y participaremos de la eucaristía: los sacramentos son la posibilidad de vivir a fondo la vida cristiana. Todos pueden hacerlo o intentar que sus hijos la vivan en la medida de sus posibilidades. Y es que Cristo no nos quita nada de la vida, sólo nos la da y nos la hace más feliz.

Estos días he hablado de la identidad de Jesús de Nazaret en cada homilía. La noche de Pascua une tres momentos que nos ayudan a comprenderlo mejor:

  • su vida, con el entusiasmo por su mensaje y por su persona, que los testigos que convivieron con él nos han dejado en los evangelios;
  • su pasión y su muerte, solidaria con tantos sufrimientos humanos y ante la que y de los que, a menudo lo más adecuado es el silencio y la oración;
  • y finalmente su resurrección, que se manifestó como experiencia a sus discípulos, empezando por las mujeres que fueron al sepulcro y recibieron aquel mensaje sorprendente: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Dios se sirve de la humanidad de Jesús de Nazaret para estar presente en el mundo, y Jesús de Nazaret se sirve de la humanidad de todos los hombres y mujeres para comunicarse en su vida, en su muerte y en la su vida de resucitado. Desde aquella noche de Pascua, en el testimonio que proclama la sencilla frase: ¡El Señor ha resucitado! Realmente ha resucitado, transmitido de generación en generación de cristianos, no hemos dejado de creer en él, el viviente, el Señor de la vida:

la estrella de la mañana, aquella estrella, quiero decir que nunca se oculta, Cristo que volviendo de entre los muertos, se apareció glorioso a las mujeres y a los hombres como el sol en día sereno. Él, que vive y reina por los siglos. Amén.

Abadia de MontserratVigilia Pascual (16 de abril de 2022)

Domingo de Pascua (17 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (17 de abril de 2022)

(…) / Hechos de los Apóstoles 10:34a.37-43 / Colosenses 3:1-4 / Juan 20:1-9

 

¡Si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí! No estaríamos aquí porque no celebraríamos el día de Pascua, ni hoy en la alegría de la fiesta de las fiestas, ni en cada una de nuestras eucaristías. El mensaje insistente de las lecturas, las oraciones y los cantos de esta misa de la mañana del domingo de Pascua no es otro que éste: ¡Cristo ha resucitado! Y añadimos el canto de gozo más sencillo de la Iglesia: Aleluya, aleluya, que no habíamos cantado durante toda la cuaresma.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, su vida se habría perdido en el anonimato del tiempo, y no estaríamos aquí porque seguramente no tendríamos ningún testigo de él, ni de su persona, ni de su mensaje liberador, inteligente, profundo, conocedor de la persona hasta las dimensiones más profundas, inspirador de tantos y tantas que han venido después de él y han enriquecido nuestra cultura y nuestra espiritualidad cristianas.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no estaríamos aquí porque no formaríamos ninguna comunidad de bautizados, porque nuestro sentido de ser hijos de un mismo Padre Dios y de ser hermanos y hermanas unos de otros, no encontraría su fundamento en Jesús de Nazaret, y como la historia nos demuestra, sólo Dios es capaz de reunir a la humanidad en una familia realmente global y permanente en el tiempo. Pero como sabemos bien, Pascua no es una celebración cerrada de los discípulos consigo mismos, contentos de reencontrar aquella intimidad de amigos y compañeros que habían tenido en la vida de Jesús, sino que fue un impulso hacia delante y hacia afuera. Y en este impulso hacia fuera tenemos la alegría de acoger nuevos bautizados como hemos hecho esta noche, y de acoger también a la plena comunión de la eucaristía a vosotros, los escolanes Francesc, Josep y los dos Guillems, i también Isona, Berta y Teresa que hoy hará la primera comunión. Esta comunidad de monjes, escolanes y peregrinos, que celebra la eucaristía aquí en Montserrat, con vosotros cada domingo, os acoge con alegría en la mesa del Señor en nombre de toda la Iglesia.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no estaríamos aquí porque no confiaríamos en que su amor es capaz de hacernos mejores, y eso también os lo digo a vosotros que hacéis la primera comunión. En el canto de entrada decíamos: he resucitado, me he reencontrado con vosotros, y los escolanes volverán a cantarlo en el ofertorio en latín. Resurrexi et adhuc tecum sum. Con la resurrección Jesús pudo encontrarse con Dios y como nosotros siempre vamos detrás de lo que él hace, de las posibilidades que nos abre, todos podemos encontrarnos con Dios en Jesucristo resucitado. Y la mejor forma de hacerlo es la de participar en la comunión del pan y el vino, que es su sacramento, la forma que Él mismo nos dejó para permanecer entre nosotros siempre. Este encuentro frecuente puede y debe tener consecuencias: debería ayudaros a vosotros y a todos a superar nuestros defectos, a amar más y mejor, a no tener vergüenza de ser cristianos, Jesucristo fue capaz de cambiar en fidelidad la negación de Pedro. Como cristianos estamos llamados a vivir la misma conversión de Pedro, que es una conversión pascual.

La conversión pascual se hace concreta en algún gesto a favor de los demás. Tal y como hicimos el Jueves Santo, os proponemos que participéis en la colecta que haremos a favor de Caritas. Ellos conocen las necesidades de nuestra sociedad y han tenido también un papel activo, a través de Cáritas internacional, en la ayuda a refugiados de la guerra y otros lugares. Nos hablaban recientemente, por ejemplo, de la labor increíble que Cáritas de Polonia ha hecho en la frontera con Ucrania.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no sé dónde estaríamos. Algunos sabéis que me gusta hacer comparaciones con la informática. Un biblista muy conocido escribió que Dios se dio cuenta de que su Creación y su historia eran como un programa informático que fallaba y con Jesucristo volvió a instalarlo o al menos a ejecutarlo. To run the program again, dice él en inglés. ¿Os imagináis un programa o una aplicación que no se puede actualizar ni ejecutar? Seguramente va funcionando cada vez peor hasta que ya ni se abre, y si es un software importante, hace que colapse incluso el ordenador. El miércoles de ceniza os decía que la Cuaresma era como un antivirus que evita que los programas se estropeen, hoy es mejor, hoy todo es nuevo, porque desde la resurrección de Jesús el programa funciona, porque siempre está actualizado. La resurrección celebrada en cada eucaristía es esta actualización constante del programa, y ​​que el programa funcione significa que los objetivos de su creación se han confirmado en la redención que Jesucristo ha llevado al mundo y todo nos conduce a su voluntad de salvar de ser felices, de ser capaces de amar siempre más y mejor. Y si algo no funciona, será por nuestra culpa, que no conocemos bien el programa, y ​​no culpa de él, tal y como tenemos costumbre de pensar a menudo.

Si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí, porque somos hijos e hijas de la resurrección del Señor. En el monasterio he oído a veces la expresión muy bonita: ¡somos hijos de la Resurrección! Se utiliza cuando es necesario continuar adelante alguna actividad o incluso una celebración y ha habido algún evento triste. Con mucha sencillez, nos transmite nuestra visión de la vida y de la muerte, profundamente impregnada de la esperanza pascual de una vida eterna, plena, en la comunión de Cristo Resucitado, pero perfectamente consciente de que la vida se vive aquí en el día a día.

En esta mañana radiante del domingo, ponemos nuestras vidas bajo la luz del resucitado que nos ilumina, la llama un poco débil de este cirio que arde desde ayer, ha resistido y ha iluminado la oscuridad de toda la noche. Con él podemos decir, hemos resucitado y nos hemos reencontrado con él para siempre.

¡Celebramos la Pascua viviendo con sinceridad y verdad, Aleluya, aleluya!

Abadia de MontserratDomingo de Pascua (17 de abril de 2022)