Domingo XXV del tiempo ordinario (24 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (24 de septiembre de 2023)

Isaías 55:6-9 / Filipenses 1:20-24.27 / Mateo 20:1-16

 

Si vamos al «ChatGPT» y le preguntamos «¿Qué es un Reino?», nos dirá que «el término «reino» hace referencia a un área geográfica o política gobernada por un monarca». Y si le pedimos «¿Qué es el Reino de Dios?», nos dirá que, a diferencia del reino, «no es un lugar físico concreto, sino más bien una realidad espiritual que influye en el mundo físico y en las vidas de las personas”, que “está regido por valores como el amor, la justicia, la paz, la comprensión y la compasión”, y que “representa el orden divino y la armonía que Dios desea establecer en el mundo y en las vidas humanas”. La definición no está mal… Pero, al fin y al cabo, la IA se basa en lo que antes han escrito las personas, y las personas nunca podremos encontrar palabras suficientemente precisas para describir lo que Jesús conocía perfectamente, pero que para contárnoslo necesitó nada menos que 37 parábolas, una de las cuales es la de los trabajadores de la viña que nos acaba de ser proclamada.

El evangelista Mateo sitúa la parábola que acabamos de escuchar como una ampliación de la respuesta que Jesús dio a un joven rico, que en cierta ocasión le pidió: «Maestro, ¿qué de bueno debo hacer para obtener la vida eterna?». Jesús le respondió que, “para entrar en la vida”, “para entrar en el Reino de los Cielos” debía vivir prescindiendo de las riquezas. Y como el joven rico lo encontró muy difícil de hacer, Jesús explicó a continuación la parábola que hoy nos ocupa. Para entrar en el Reino de Dios, simbolizado por la viña, basta con quererlo. Pero como toda decisión implica una renuncia, para entrar en el reino de Dios es necesario que no estemos preocupados por las riquezas. La economía que se mueve allí es otra: es la generosidad sin medida, es el amor llevado al máximo. Dios, representado en la parábola por el dueño de la viña, acoge a todo el mundo, emplea a todo el que esté dispuesto a trabajar —en otras palabras, da una responsabilidad a cada uno. Y no sólo eso, sino que, además, nos retribuye a todos por igual; porque el Reino de los cielos no se rige por las leyes humanas. Como decía Isaías en la primera lectura “los pensamientos de Dios no son los de los hombres, y los caminos de los hombres no son los de Dios, sino que los pensamientos del Señor están por encima de los nuestros “tanto como la distancia del cielo a la tierra». La ley que rige el Reino de Dios no está condicionada por las limitaciones humanas, y por eso, para entrar en ella, debemos renunciar a cosas que aquí nos parecen imprescindibles, pero que no lo son tanto.

Esta plaza donde nos encontramos con el dueño de la viña, es la Eucaristía que estamos celebrando. La Misa de cada domingo es para nosotros el lugar en el que nos encontramos con Dios que quiere darnos trabajo, que quiere acogernos en su viña (en su Reino) y pagarnos a todos con el mismo salario: todos los que hoy estamos aquí hemos recibido el denario de su palabra, su mismo mensaje, y ahora recibiremos los mismos dones eucarísticos, seamos quien seamos, vengamos de donde vengamos.

Y ésta es otra posible interpretación de la parábola: los distintos trabajadores que se presentan a distintas horas del día, pueden significar las distintas edades de la vida en las que se puede oír la llamada de Dios. Tanto si somos ancianos como jóvenes, tanto si hemos oído el Llamamiento de Dios desde pequeños como si la hemos oído de mayores, todos estamos llamados a entrar en el Reino de Dios y ser remunerados por igual con el amor y la misericordia infinitas que Dios quiere darnos. Cada uno de nosotros sabe qué motivos le han llevado a venir hoy aquí: puede que, habiendo oído la llamada de Dios desde siempre o teniendo un compromiso de vida, hayamos venido hoy a Misa con toda la intención de encontrarnos con Dios. Pero también puede que hayamos venido por casualidad, o por otros motivos: por una celebración familiar, para cantar (o para escuchar un buen corazón), porque es tradición venir con la romería de nuestro pueblo o, simplemente puede que nos hayamos encontrado con la Misa haciendo zapping en casa mirando la televisión… Sea como sea, estamos aquí. Y el Señor lo aprovecha para decirnos que nos quiere a todos, seamos de la hora que seamos. Y al tiempo que nos da a todos la abundancia de su amor, también nos recuerda que nosotros podemos hacer lo mismo con los demás: si Dios es providente y nos sentimos gratificados por los dones que nos ha hecho, ¿por qué no hacemos nosotros lo mismo con las personas que tenemos en nuestro entorno? Podemos ser una imagen del amor y la generosidad de Dios si hacemos lo que nos toca con amor, con generosidad, con espíritu de servicio para con los demás, si utilizamos nuestras habilidades para ayudar a los demás. Y todavía podemos intentar sacar un último ejemplo: el Señor nos pide que no tengamos envidia ni nos comparemos con los demás; da igual si somos de los últimos como de los primeros, porque una vez estamos en el ámbito del Reino de Dios, todos seremos recompensados de la misma manera. No nos dé miedo, pues, si sentimos la llamada de Dios, de escucharla y prestarle atención; lo que Dios quiere por nosotros debe ser, necesariamente, bueno.

 

Abadia de MontserratDomingo XXV del tiempo ordinario (24 de septiembre de 2023)

Domingo XXIV del tiempo ordinario (17 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (17 de septiembre de 2023)

Sirácida 27:30-28:7 / Romanos 14:7-9 / Mateo 18:21-35

 

Hermanos.

Seguramente que algunos de ustedes tienen o han tenido alguna deuda o crédito para pagar. Vivimos en la era de las deudas económicas: las estadísticas sociológicas coinciden en que gastamos más de lo que tenemos porque acudimos mucho al crédito, un dinero “virtual” que existe en el futuro, pero el crédito nos permite disfrutar de un coche nuevo, unas vacaciones, una reforma, etc. Este tipo de deudas quedan bien registradas a través de contratos. Y si no lo pagas, ya sabéis. Pero ¿somos igualmente conscientes de nuestras deudas no monetarias, inmateriales?

El evangelio de hoy nos ha narrado una parábola que nos hace ver cómo Dios actúa, cómo nos enseña con su perdón y nos ayuda a perdonar. Es la parábola del siervo despiadado, que era un alto funcionario del rey, y le había sido perdonada la increíble deuda de diez mil talentos; pero luego él no estuvo dispuesto a perdonar la deuda, ridícula en comparación, de un poco de dinero que le debían: ese contraste significa que cualquier cosa que debamos perdonarnos mutuamente es siempre poco comparada con la bondad de Dios que perdona infinitamente.

Todos tenemos deudas espirituales, bienes espirituales que hemos recibido como un don y que superan lo que podríamos devolver: el cariño y el sacrificio de nuestros padres, la fidelidad de los amigos, la educación de nuestros maestros y catequistas… Y seguramente que, mirando hacia atrás, vemos nuestros errores y fallos, nuestra falta de correspondencia a tanto como hemos recibido. Se trata de nuestros defectos, y sobre todo de nuestros pecados, en los que el amor es traicionado.

Y así se va escribiendo la lista de nuestras deudas. Una lista que podemos llevar hasta el último escalón: el gran amor que Dios nos tiene, que se manifiesta en su misericordia: Dios desea que todos sus hijos practiquemos la misma medida que Él utiliza con nosotros. La cuenta en rojo de nuestras deudas con el Señor son nuestros pecados. Sólo la humildad frente a su mirada misericordiosa es la respuesta apropiada para saldar los números rojos. Sólo Dios salva, redime, pues sólo Él llega a lo profundo del corazón para restaurarlo.

El evangelio de hoy nos invita a no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha al otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de las disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias disculpas.

San Bernardo en el siglo XII enseñaba que para perdonar es muy conveniente pensar bien de los demás, aunque parezca difícil. Decía lo siguiente: «Aunque veáis algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadlo en vuestro interior. Excusad la intención si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, todavía podéis créelo así y decid en vuestro interior: la tentación habrá sido muy fuerte». Hasta aquí san Bernardo, que nos ha recordado el deber de amar a los enemigos, a los deudores, a los que nos molestan. Es necesario amarlos porque esperamos en su conversión y salvación.

Fácilmente encontramos deudores en nuestro día a día, quien pone el televisor demasiado alto, quien hace ruido o simplemente es un mal educado. En cualquier caso, es necesario comprenderlo, mantener la calma y sonreír. Que la Virgen María nos lleve a progresar en el verdadero amor sin retórica.

 

Abadia de MontserratDomingo XXIV del tiempo ordinario (17 de septiembre de 2023)

Domingo XXIII del tiempo ordinario (10 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Lluís Planas, monje de Montserrat (10 de septiembre de 2023)

Ezequiel 33:7-9 / Romanos 13:8-10 / Mateo 18:15-20

 

P. Lluís PlanasHoy podríamos poner un gran rótulo que nos recordara, a todos los que formamos parte de la comunidad que quiere seguir a Jesús, la importancia de la corrección fraterna. Pero creo que, si nos quedamos aquí, nos quedaríamos cortos, si entendemos que se trata de corregir una falta moral, o una debilidad o fragilidad humana únicamente. Porque tanto en la lectura del profeta Ezequiel, como en el mismo evangelio, el acento a la corrección está puesta en el pecado. Así en la primera lectura ponía en la boca de Dios: «Si yo amenazo al pecador con la muerte…y no le adviertes que se aparte del camino del mal». En el evangelio nos lo decía de otro modo, pero muy parecido, ponía esta expresión en la boca de Jesús: «Si tu hermano peca, ve a encontrarlo…» Es necesario pues darse cuenta de qué debemos entender por pecado… En la tradición bíblica pecar es apartarse de Dios. Toda comunidad que se confiesa cristiana, su objetivo es mirar en dirección hacia Dios. Desviarse de este horizonte es entrar en el camino donde no está Dios, es decir, como el propio evangelio nos recordaba, propio de paganos, hoy quizás podemos decir aquellos que buscan espiritualidades alternativas a lo que nosotros llamamos Dios y sobre todo Jesucristo; o de publicanos, aquellos que más bien están obsesionados por dinero por encima de todo.

Jesús ha recordado, «Si tu hermano peca, ve a encontrarlo». El hermano que peca, es hermano de todos los que formamos la comunidad. Por tanto, es la responsabilidad es de todos. Probablemente podemos tener la tendencia de pensar que esto es la responsabilidad de unos pocos. Pero Jesús ha ido implicando progresivamente, si no existe una respuesta adecuada, primero uno o dos más, después toda la comunidad reunida. Quisiera subrayar esto: la comunidad debe reunirse junta. Al fin y al cabo, la responsabilidad de la posible existencia del pecado en el seno de la comunidad, en el seno de la Iglesia, es de todos.

El fragmento de la carta a los romanos nos ha explicado cómo debe ser el encuentro con el pecador. «La única deuda vuestra debe ser la de amarle». Ha puesto un ejemplo de lo que implica amar. Fijémonos con los ejemplos que ha puesto: «no cometer adulterio, no matar, no robar, no desear lo otro» en el fondo es el respeto profundo a la integridad del otro. No le quites lo suyo, lo que tiene. Puede ocurrir, y ocurre demasiado a menudo, que, en la iglesia, está el dedo que señala severamente, el pecador, humillándolo. Yo creo que cuando se hace así no hay amor, respeto. Si se lleva al corazón, se vive intensamente el principio: «ama a los demás como a ti mismo» como nos ha recordado la epístola, probablemente, nos fijaríamos mejor cuáles son los sentimientos que tienes cuando te acercas al que te ha hecho daño. Si nos dejamos dominar por los sentimientos como la ira, el desprecio, la descalificación totalizante, en la mirada al pecador no estará la profundidad de la mirada de Jesús. A ninguno de nosotros nos gusta tener la sensación de que te miran con estos sentimientos negativos. Y nos sentimos aliviados con la mirada de Jesús.

La mirada hacia Dios que debe tener toda comunidad, y como la que ahora estamos reunidos celebrando el don del amor de Dios, tiene una fuerza tan grande, que podemos sentir en nuestro interior cómo se hace verdad las últimas palabras del evangelio de hoy: «donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» Sí, todos y cada uno de nosotros que estamos ahora aquí, y también quienes también nos siguen por televisión y por la radio. Todos, todos, dejémonos coger por estas palabras de Jesús: yo estoy aquí en medio. 

Abadia de MontserratDomingo XXIII del tiempo ordinario (10 de septiembre de 2023)

La Natividad de la Virgen y profesión del G. Frederic Fosalba (8 septiembre 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de septiembre de 2023)

Miqueas 5:1-4a / Romanos 8:28-30 / Mateo 1:1-16.18-23

 

Con la gente famosa o conocida, por las razones que sea, desde los santos hasta los deportistas, o también con la gente que amamos especialmente, tenemos una tendencia natural a conocerlos más y mejor, y por tanto a saber dónde han nacido, quiénes son sus padres, dónde han estudiado, con quienes viven y tantas otras cosas personales. Esto lo hacemos para tener perspectiva, que es una palabra que significa “mirar a través de”, o también “mirar más profundamente”.

Estimando cómo amamos a Jesucristo no es extraño que desde el principio todo lo que le rodeó en el tiempo de su vida en la tierra, haya sido un tema de interés profundo, un intento de tener una perspectiva mejor para comprender quién es Él, qué quiso decir su vida, qué ocurrió después de su muerte. Él es el foco al que se dirigen todas las miradas, él es también la luz que ilumina estas perspectivas que lo contemplan. De todas las personas de su entorno, el lugar privilegiado de su madre, Santa María forma parte de nuestra fe y de la revelación cristiana. Por eso en algunas fiestas marianas celebramos los momentos de la vida de la Virgen María como pre-historia de Jesucristo, ya sea en su Inmaculada Concepción, en su Natividad, hoy, o en el momento de la Anunciación y en otras fiestas, como la Asunción de Santa María al cielo, en que celebramos, podríamos decir, la post-historia de Jesucristo, todo lo que continuó después, con su resurrección, que es ya historia de la comunidad cristiana.

Nos admira pues esta presencia de María, antes, durante y después de Jesucristo, como envolviendo la vida de su Hijo, siendo realmente Arca de la Nueva alianza.

De este modo, al igual que algunos objetos nos ayudan a comprender sus matrices, Santa María es por tanto una perspectiva, la mejor perspectiva de Jesucristo, nos ayuda a mirarle y mirarle con más profundidad. La Virgen nos ayuda a entender a Jesucristo, aunque Él como el modelo de toda la humanidad, es también el origen de su propia madre de quien decimos poéticamente en una antífona: “Eres madre del que te ha creado”.

Perspectiva también es una palabra que se puede entender como un sinónimo en el sentido de ser un buen punto de vista. Todo lo que hace la Biblia es darnos mejores perspectivas para conocer a Dios y para comprender a Jesucristo.

Un ejemplo para que los escolanes lo entendáis es que tenemos muchas personas en la historia que son como microscopios o telescopios, es decir, instrumentos que nos ayudan a ver con mucho más detalle una realidad o a ver lo que por estar tan lejos no veríamos o nos costaría ver. Estos instrumentos nos dan perspectivas. A Dios nadie le ha visto nunca, pero por Jesucristo, ante todo, y por Él, con la Virgen María y con todos los santos y profetas, tenemos estos instrumentos que sí nos permiten ver, conocer y amar a Dios.

Centrándonos sólo en la primera lectura de la misa de hoy, encontramos la óptica del profeta Miqueas, una visión previa al Mesías, que reconocemos en Jesús de Nazaret, en la que nos dice que ese que está por venir será el que traerá la unidad y la paz. La unidad porque nos decía el profeta que este Mesías hará volver a todos a casa.

Como cristianos quisiéramos ser testigos de unidad y de paz. Son dos insignias mesiánicas, aplicadas a Cristo, que amamos especialmente los monjes benedictinos.

La unidad, por la que nuestras comunidades querrían ser signos de una iglesia que acoge a los hijos y las hijas de Dios como una sola familia. Aquí en Montserrat la presencia de la Virgen María, nos da una referencia más fuerte a estos vínculos fraternales y familiares que quisiéramos tener entre nosotros y con todos. Una unidad que queremos vivir en comunidad, una familia que hoy se hace algo mayor con la profesión solemne, esto es el compromiso definitivo a vivir como monje en este monasterio de Montserrat, de nuestro hermano Federico. Dios bendice ese buen deseo de unidad que acompañamos cantando el salmo, “qué bueno y agradable vivir todos juntos los hermanos”.

Dios hace de nuestra comunidad un signo de una mayor unidad, la de la Iglesia, que a su tiempo quiere simbolizar la de toda la humanidad. En un mundo tan dividido, con tantas guerras, violencias, explotaciones, tanto daño que me atrevo a decir que tiene su origen en una mirada individualista, protectora siempre de lo mío, debemos recordar que todos los seres humanos estamos llamados a ser uno en Jesucristo. El signo generoso y sencillo de esta mañana, de optar por una vida en común según la llamada de Jesucristo, es una esperanza para todos los que creemos en Dios y en las posibilidades de las personas humanas.

También la paz es amada en los monasterios. San Benito en su Regla la pone como uno de los bienes que el monje debe buscar y conseguir. La paz que deseamos a todos los que entran en nuestro santuario, en el monumento llamado precisamente Pax Vobis, en la carretera antes de la curva de los Apóstoles. Una paz que debe empezar en una reconciliación dentro de nosotros, escuchando qué nos pide la voz de Dios y procurando ser dóciles.

Unidad y paz son formas de vivir Jesucristo. Lo son para los cristianos y lo son por los monjes. Siguiendo el ejemplo de Santa María, viviendo así, reflejamos la luz de Cristo y nos volvemos también nosotros perspectivas de Cristo. Y lo más increíble es que cada uno es una perspectiva necesaria, única e insustituible en la familia cristiana.

Tu donación a Dios hoy, Federico, te lleva a ser servidor como María. Ella, siendo quien era, no dudó en reconocerse pequeña ante la grandeza de Dios. Imitemos esta humildad que es la mejor virtud, imprescindible para ser discípulos en esta escuela que es el monasterio y bajo la instrucción de la Regla de Sant Benito. Ninguna palabra mía podría igualar las que rezaremos en la oración de consagración. Escúchalas bien. Está todo.

Los escolanes saben bien que desde hace un año el hermano Frederic es el subprefecto de la Escolanía. Por tanto, el sitio principal, no el único, donde en nombre de la comunidad le he pedido que se haga servidor de Jesucristo. Me gusta deciros esto y que lo entendáis. La vocación de Federico, como la de todos nosotros no es ser maestro o educador, es ser monjes. Todo lo que hacemos por vosotros, muy especialmente los monjes que están en la Escolanía, lo hacemos por amor a Jesucristo, a Montserrat y también a la Escolanía que es una parte de Montserrat.

¡El monasterio pide a estos hermanos que busquen esta paz y esta unidad entre vosotros! Es un reto importante, ¿no? ¡Ponédselo un poco fácil! Dios también quiere de vosotros que viváis unidos y en paz, y cantar juntos todos los días a la Virgen, la Reina de la paz, es una muy buena escuela. Cuando cantáis siempre estáis unidos y en paz. ¡Aplicadlo a la vida!

En la unidad, en la paz, en el servicio, Jesucristo te llama a comprometerte. A consagrarte, que es retirarte para descubrir quién eres y poder ofrecerlo a los demás. La consagración al amor, a la vida y a la verdad son una forma de vincularse más profundamente a la humanidad. En un proceso que no acaba hoy, sino que es como un círculo que empezó cuando decidiste emprender ese camino y que se irá repitiendo hasta el final.

Sólo Él, Jesucristo, es capaz de pedir esto y de llevarlo a plenitud, Él da la luz y la gracia para que con todo lo que eres y tienes, seas siempre una perspectiva, un punto de vista desde donde se le vea a Él.

Y nosotros no podemos hacer otra cosa que darle gracias por todo esto.

Abadia de MontserratLa Natividad de la Virgen y profesión del G. Frederic Fosalba (8 septiembre 2023)

Domingo XXI del tiempo ordinario (27 de agosto de 2023)

Homilía del P. Anton Gordillo, monje de Montserrat (27 de agosto de 2023)

Isaías 22:19-23 / Romanos 11:3-36 / Mateo 16:13-20

 

Estimados hermanos y hermanas:

La primera lectura de Isaías y el evangelio de hoy nos hablan de llaves, símbolo de poder: a Eljaquim le eran dadas las llaves del palacio de David, y a Simón Pedro las llaves del Reino de los Cielos. Pensamos que esto estuvo escrito en una época que no era fácil de hacer copias de las llaves, no había ni passwords ni llaves biométricas. Así, el poseedor de la llave podía dejar las puertas bien cerradas o estar seguro de quedaran abiertas, sin miedo a ningún hacker. Este hecho de dar las llaves, de dar a una persona ese símbolo de poder, nos está hablando de la confianza que muestra quien da esa llave. Nos habla de la confianza que Jesús tiene en Simón Pedro, en sus capacidades porque es capaz de ver que Jesús «es el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16:16).

Confianza. Confianza de Dios que, si bien la da de forma eminente a Simón Pedro, de alguna manera, también se extiende al resto de los cristianos y cristianas porque por el bautismo, todos y todas hemos sido consagrados y hemos sido llamados a ser sacerdotes, reyes y profetas. Es decir, que todos los laicos y laicas participan del sacerdocio de Cristo, en su misión profética y real (1); son un “linaje escogido, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquel que le ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). “Los bautizados, en efecto, por la regeneración y la unción del Espíritu Santo, están consagrados a ser una habitación espiritual y un sacerdocio santo” (2).

Hace unas semanas, el Cardenal Cristóbal López, Arzobispo de Rabat, me envió una homilía suya de ordenación de cinco presbíteros y diáconos, y en ella decía: “No faltan sacerdotes; lo que falta es que todo cristiano sepa y tome conciencia de que él es sacerdote (también las mujeres). (…) Faltan sacerdotes que despierten el sacerdocio de los demás y les animen y enseñen a vivirlo y ejercerlo. El sacerdocio ministerial debe estar al servicio del sacerdocio común de los fieles. La ordenación de cinco (presbíteros y diáconos) debe servir para despertar el sacerdocio de 500, de 5.000 o de 50.000” (3).

Hermanos y hermanas, para el cristiano y para la cristiana, el vivir el sacerdocio común debe ser ofrecernos nosotros mismos como ofrenda a Dios, como dice san Pablo en la Carta a los Romanos: “Ofreceros vosotros mismos como víctima viva, santa y agradable a Dios, éste debe ser su verdadero culto. No os amoldéis al mundo presente; dejaos transformar y renovar vuestro interior, para que podáis reconocer cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable a él y perfecto” (Romanos 12:1-2).

En este sentido, el otro día preguntaba a una chica qué me dijera que es esto de vivir el sacerdocio común, y ésta fue su respuesta: el sacerdocio común es “Ser buena persona. Gustar a Dios intentando ser amables con todo el mundo. Que nuestra forma de ser y actuar muestre de forma transparente el Amor de Dios. Que después de hacer un favor a alguien no se queden con nuestra persona sino pensando: ¡qué bueno es Dios! Perdonando y siendo misericordiosos. Dejándonos acompañar porque somos frágiles como todo el mundo…”.

No olvidéis, hermanos y hermanas, que nosotros cristianos, contamos también con la confianza de Dios; y que confía en nosotros porque nos ama. Y nosotros debemos estar abiertos a Dios para que pueda hacernos conscientes, como un nuevo Simón-Pedro, de que Jesús «es el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mateo 16:16). Dios confía en nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: confía, nos ama, tanto que nos ha hecho hijos e hijas suyos y ha dado la vida de su Hijo primogénito por nosotros. Y esta confianza pide una respuesta de nosotros: pide que nosotros también confiemos en Dios, que nosotros seamos conscientes de nuestra responsabilidad para vivir el sacerdocio común, para poder corresponder a su Amor con nuestro amor: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (Cf. Mateo 22:36-40). Dios quiere ser correspondido en su cariño hacia la humanidad, y esto pide que este amor se exprese en hechos y no sólo en palabras bonitas: hechos de amor hacia Dios y hacia el prójimo. A esto hemos sido llamados por el bautismo: como hijos de Dios que somos, tenemos el deber de ser testigos ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo de la fe que hemos recibido de Dios por medio de la Iglesia (4). Confianza y responsabilidad.

Hermanos y hermanas, a pesar de nuestra pequeñez, a pesar de nuestras debilidades, a pesar de nuestras incoherencias, podemos hacer nuestra la oración colecta con que orábamos justo antes de las lecturas de hoy: para que Dios nos conceda, a nosotros cristianos y cristianas, que amamos lo que Dios nos manda y deseamos lo que nos promete, para que en medio de las cosas inestables y las incertidumbres del mundo presente, nuestros corazones se mantengan firmes allí donde se encuentra la alegría verdadera (5), es decir: que confiemos y amemos a Jesucristo, y que esta estimación rezume responsablemente en obras de amor hacia toda la humanidad.

Referencias
(1) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1268
(2) Concilio Vaticano II. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 10. Roma, 21 de noviembre de 1964.
(3) Card. Cristóbal López, Arzobispo de Rabat. Homilía del 10 de junio de 2023 con motivo de la ordenación de 5 sacerdotes y diáconos salesianos en Atocha, Madrid.
(4) Concilio Vaticano II. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 11. Roma, 21 de noviembre de 1964
(5) Cf. Oración colecta del Domingo XXI del tiempo ordinario, Ciclo A.

Abadia de MontserratDomingo XXI del tiempo ordinario (27 de agosto de 2023)

Domingo XX del tiempo ordinario (20 de agosto de 2023)

Homilía del P. Bernat Juliol, Prior de Montserrat (20 de agosto de 2023)

Isaías 56:1.6-7 / Romanos 11:13-15.29-32 / Mateo 15:21-28

 

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

De vez en cuando, como cristianos que formamos parte de la Iglesia, puede ayudarnos hablar de algo que quizás no siempre tenemos suficientemente presente en nuestra vida: la ilusión. Pero esta «ilusión» es una palabra compleja. Según el Diccionario del Institut d’Estudis Catalans, tiene una dimensión negativa y otra positiva.

Desde el primer punto de vista, la ilusión es un «error de los sentidos o del espíritu que hace tomar por realidad la apariencia», un «engaño debido a la falsa apariencia» o una «esperanza sin fundamento real». La ilusión se convierte, pues, en algo peyorativo. Es algo que estamos convencidos de que existe, pero no es real. Es como un espejismo, una ilusión óptica, una pura apariencia.

Pero, por otra parte, la ilusión también tiene un sentido positivo. El mismo diccionario la define como «entusiasmo que se experimenta con la esperanza o la realización de algo». Desde este punto de vista, la ilusión es lo que nos mueve y nos motiva a llevar adelante un proyecto hasta llevarlo a su realización. Valores como el trabajo o la disciplina quedan vacíos de sentido si detrás no existe la ilusión por algo que queremos hacer o queremos conseguir. La ilusión es una gran fuerza que ha movido siempre al mundo, desde los navegantes que se iban a descubrir regiones extremas del Ártico hasta los hombres y mujeres que han querido formar una familia.

Estos dos sentidos de la ilusión, nos enseñan aquí ya una primera cosa. ¿Cómo sabemos que nuestra creencia en el Dios de Jesucristo no es una ilusión? Es decir, ¿cómo sabemos que no es una apariencia sin fundamento real? Es evidente que no tenemos pruebas científicas de Dios, pero tenemos algo aún más importante: la fe. Con los ojos de la fe somos capaces de dar el gran salto de nuestra vida. Es un salto entre un dios que es pura ilusión, carente de toda esperanza, a un Dios que también es ilusión, pero esta vez una ilusión fundamentada en la firme esperanza de Cristo.

Es en esta segunda ilusión en la que debemos centrarnos, aquella que nos anima con la esperanza de un Dios vivo y verdadero, que ha enviado a su hijo único Jesucristo para nuestra salvación y la de todo el mundo. La ilusión, si bien no es una palabra que aparezca de forma fundamental en la Sagrada Escritura, es algo que la impregna de arriba abajo. Pensemos, por ejemplo, en la llamada de los apóstoles por parte de Jesús. «Venid y seguidme», les dice el Señor. Y los discípulos, abandonando todo lo que tenían, fueron detrás de Cristo hasta las últimas consecuencias. ¿Qué es esto sino ilusión por la vocación recibida? Porque, como dice la lectura de la carta a los Romanos que hemos oído hoy: «Cuando Dios concede a alguien sus favores y lo llama, nunca se echa atrás». O pensemos también con la ilusión de la Virgen María que le hace decir: «Mi alma magnifica al Señor, mi espíritu celebra al Dios que me salva, porque el todopoderoso ha mirado la pequeñez de su sierva».

Y nosotros, ¿vivimos con ilusión nuestra fe? ¿Es para nosotros la fe algo que nos anima por la esperanza que tenemos en Cristo? Al igual que sucedió con los apóstoles, vivir la fe con ilusión debe provenir de tener experiencia del encuentro con Cristo Resucitado. Como san Pablo camino de Damasco, también Jesús viene al encuentro de cada uno de nosotros y nos llama por nuestro nombre. Como con los discípulos de Emaús, también el Señor camina a nuestro lado y comparte con nosotros nuestras alegrías y sufrimientos. No tengamos miedo de dejarnos tocar por Cristo.

Es cierto que la sociedad actual no acompaña, pero ¿ha habido algún momento histórico en el que la sociedad acompañara? A veces puede desilusionarnos que en la Iglesia hay pocas vocaciones o poca gente joven. Pero si miramos la última Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Lisboa, veremos que no siempre es así. Evidentemente que la Iglesia actual tiene dificultades, como siempre las ha tenido. Pero a lo largo de 2000 años la Iglesia siempre se ha sabido adaptar a cada momento histórico para seguir siendo siempre portadora de amor y esperanza en medio del mundo. Ahora, estemos seguros, también lo hará.

También es verdad que lo que predicamos como cristianos no está de moda. Pero, ¿cuándo lo ha estado de moda? Las corrientes de pensamiento y las tendencias sociales parece que van en dirección totalmente contraria a lo que nosotros creemos y defendemos. ¡Pero no tengamos miedo de ir contracorriente! ¡Tengamos también ilusión por ir contracorriente llevando la Buena Nueva de Cristo! Si lo hacemos así, cada vez seremos más los que caminaremos de nuevo hacia el Señor.

Sin embargo, la ilusión en este mundo debe tener su fundamento en la ilusión en el mundo divino. En el siglo V de nuestra era, hubo una fuerte polémica entre el ínclito Nestorio, el patriarca de Constantinopla, y san Cirilo, patriarca de Alejandría. El primero defendía tanto a la humanidad de Cristo, que llegaba al límite de casi olvidarse de su divinidad. Por otro lado, los discípulos de Cirilo, y no él mismo, defendieron tanto la divinidad de Cristo que casi se olvidaron de su humanidad. La polémica acabó por diluirse en el Concilio de Calcedonia del 451, que afirmó que Cristo es a la vez plenamente hombre y plenamente Dios.

La Iglesia, verdadero cuerpo de Cristo, es también divina y humana a la vez. Y corremos también el mismo riesgo que en la polémica entre Cirilo y Nestorio. Es decir, podemos acentuar tanto su divinidad que nos olvidemos de su humanidad o bien podemos acentuar tanto su humanidad que nos olvidamos de su divinidad. En el primer caso, si nos olvidamos de la humanidad de la Iglesia, nos quedamos encerrados en las sacristías y olvidamos los problemas y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En el segundo caso, si nos olvidamos de su divinidad, perdemos el sentido trascendente de dónde nos viene la fe, la esperanza y la caridad.

La historia de la Iglesia ha oscilado siempre entre estos dos polos. Quizás ahora estamos en un, podríamos llamar, «neo-nestorianismo», es decir que hay que volver a encontrar el equilibrio entre la necesaria humanidad, pero también la necesaria divinidad. A pesar de todos los defectos humanos de la Iglesia, a pesar de estar formada por hombres y mujeres pecadores, sin embargo, la Iglesia, como comunidad de creyentes seguirá haciendo presente siempre el Espíritu del Resucitado en nuestro mundo.

Cierto que existe la fidelidad humana, pero ésta sólo es un reflejo de aquel que es la fidelidad divina, el Dios de Jesucristo. Es cierto que hay una misericordia humana, pero ésta sólo es un reflejo de aquél que es la fidelidad divina. Es cierto que existe el amor humano, pero éste es un reflejo de aquel que es el Amor absoluto. Si sólo fundamentamos nuestra esperanza en lo terrenal, Dios se convierte en una mera ilusión, un espejismo. Por el contrario, si fundamentamos también nuestra esperanza sobre las cosas divinas, Dios se convierte en la fuente de nuestra ilusión como cristianos.

Esta comunión entre humanidad y divinidad de la Iglesia se manifiesta sobre todo en el misterio sagrado. En un mundo basado en la ciencia como lo es el nuestro, resulta difícil comprender que exista el misterio. Y no sólo que exista, sino que desempeñe un papel central en nuestra vida. En efecto, todos queremos ver, queremos oír, queremos entender. Pero a veces es más importante lo que no se ve que lo que se ve, lo que no se siente que lo que se siente, lo que no se entiende que lo que se entiende. La grandeza de Dios a veces sólo puede manifestarse de esta manera: en la oscuridad, en el silencio. No tengamos miedo de no ver, de no oír, de no entenderlo todo. Arraiguemos nuestra ilusión en este misterio del amor de Dios y viviremos nuestra vida cristiana con gozo y esperanza.

Vivamos siempre nuestra fe con ilusión, esa ilusión que nos lleva a ser comprometidos con nuestro mundo y, a la vez, adoradores del misterio de Dios.

Como decía el filósofo cristiano Blaise Pascal: «Las ilusiones del hombre son como las alas del pájaro: eso es lo que le sostiene».

Abadia de MontserratDomingo XX del tiempo ordinario (20 de agosto de 2023)

Asunción de la Virgen (15 de agosto de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (15 de agosto de 2023)

Apocalipsis 11:19a,12:1-6.10 / 1 Corintios 15:20-27 / Lucas 1:39-56

 

“Y oí una gran voz en el cielo que decía: «Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo».(Ap 11, 10,a-b).

Este último versículo de la primera lectura, nos coloca queridos hermanos y hermanas, en la dinámica de hoy, de esta solemnidad, de esta Pascua de María, que celebramos con alegría, y con una voz que no grita, si no que canta la victoria de Dios, que ha magnificado la pequeñez de su sirvienta, la ha hecho mayor, la ha puesto junto a Jesucristo que reina para siempre, en una hora que es el momento de Dios.

Diría que hoy hemos querido imitar esta alabanza que describe el libro del Apocalipsis que quiere hacernos llegar el ambiente del cielo. Sí, aunque nos parezca extraño, inalcanzable, el libro del Apocalipsis quiere precisamente transmitirnos algo del más allá, por eso se llama Libro de la Revelación.

Un ambiente, donde según unos fragmentos del mismo libro, no faltan las trompetas para anunciar que estamos ante Dios: “Después vi que los siete ángeles que están de pie ante Dios recibían siete trompetas y entonces los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocar, (Ap 8, 2.6)”.

No tenemos siete y no todo son trompetas, pero la intención es ésta: que en estos momentos todos alabamos a Dios con la música. No estamos en Babilonia, donde según el mismo libro del Apocalipsis, no sonarán las trompetas, sino que estamos con la intención en la Jerusalén del Cielo, por eso esta celebración es solemne, y en ella hay derramado el talento, el gusto y el esfuerzo, porque los hombres y las mujeres intentamos con nuestro trabajo acercarnos a Dios también en la oración y la música siempre tiene un gran papel. Queridos cantores y músicos que hoy nos acompañáis en este día, y todos, hacemos real lo que canta el himno de ese día:

Del cielo Reina se os corona.
Y al honor que Dios os da
Juntamos nuestros cantos

Pero ¿quién es esa Reina, esa que vemos hasta en cuatro lugares de nuestra basílica asunta el cielo o coronada?

Es María de Nazaret, la Virgen María que ha llegado a la gloria del Cielo, porque puso su humanidad al servicio del Reino. Por eso no es una figura inalcanzable, sino un modelo y un ejemplo para todos.

¿Cómo responder hoy nosotros a Dios? Nos lo enseñan las lecturas que hemos escuchado. Sorprende si pensamos en el momento histórico y cultural, el papel que toman las mujeres en el evangelio. El de hoy es un buen ejemplo porque nos permite acercarnos a la fe de dos mujeres, sí de dos mujeres fundamentales en la historia cristiana: Naturalmente María, la Virgen María e Isabel la madre de Juan Bautista. ¿Qué nos enseñan?

Isabel nos enseña en primer lugar la confianza. Dios puede cambiar las situaciones más complicadas, casi imposibles.

Nos enseña la acogida, por eso este evangelio es tan importante en los santuarios marianos y muy especialmente aquí en Montserrat donde lo leemos muchas veces durante el año. Isabel nos enseña que es importante acoger y que es importante dejarse ayudar: ¡Cuántas veces no reconocemos por orgullo, diciendo que “no queremos molestar”, que necesitamos ayuda!

¿Y que nos enseña María, la Virgen María?

El espíritu peregrino. El Evangelio de la visitación es el relato de Nuestra Señora peregrina que es acogida desde el principio al final, ya que se quedó tres meses con Isabel. ¡En su caso una peregrinación totalmente gratuita! ¿Dónde debía peregrinar a la Madre del Señor? ¿La madre de Jesucristo? ¿La que llevaba a Dios en las entrañas? Ella da ejemplo de servicio y peregrina. Quizás porque ese hijo que lleva dentro le es una exigencia para con los más necesitados. Ella va a encontrar a una mujer bastante anciana, que ha quedado embarazada. Alegría y trasiegos por la situación totalmente inesperada.

Santa María nos enseña a aceptar lo que somos humildemente. Su respuesta al “Feliz tú que has creído” de Isabel no es decir: ¡No, no.…si yo no creo tanto! O ¡Qué dices! ¡Este niño es normal! Su respuesta es volverse a Dios, a su Dios de Israel, y reconocer que todo viene de Él. Él es quien obra, Él es quien lo hace todo. Un Dios preocupado por la felicidad de sus hijos. Un Dios muy concreto que llena de bienes a los pobres y ensalza a los humildes.

Santa Isabel y María, la Virgen María, también nos enseñan la sensibilidad espiritual. Intentaré decirlo con un símil musical: Hay que estar afinado. Cuando estamos afinados entendemos la música, entendemos la distancia entre los sonidos, captamos su belleza. Podemos hablar de una suerte de afinación interior que nos permite captar la justeza de la realidad.

¿Quién, que no estuviera afinado, entonado, en línea con el Espíritu Santo podría captar que con esa prima jovencita llegaba Cristo, como lo hizo Isabel? ¿Quién, si no Dios mismo presente en sus entrañas puede inspirar una respuesta como el Magnificado que canta la Virgen María?

La primera sensibilidad espiritual es la que nos permite conectar con nosotros mismos. No sé si nunca el evangelio de hoy ha comentado las actitudes de Isabel y de Santa María como la actitud de la mujer que interpreta lo que le dicen sus entrañas, lo que representan sus hijos. Las que sois madres seguramente podrían enseñarnos muchas cosas de esta capacidad de empatía con nosotros mismos.

La sensibilidad de las dos primas va más allá, es capaz de ver y captar la presencia de Dios. Isabel la capta en la persona de María y por eso le dice: “¡Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo!” Y también le hace el mejor elogio: “¡Dichosa la que ha creído!” Y también capta que Dios se hace presente en el evento: «se cumplirá todo lo que el Señor te ha hecho saber».

Y Santa María tiene una comprensión más cósmica, más global y por eso recapitula la historia de Dios en ella y no se olvida de quienes sufren, de los pobres, de los destituidos, de los humildes. El Magnificat une el cielo y la tierra. Cuesta pensar si los momentos que vivimos son más complicados que hace unos años. Sí que es verdad que nuestra fe nos invita a tener siempre presentes a todos aquellos que el canto de la Virgen María identifica como pequeños y a tenerlos por los preferidos de Dios. Ésta es la exigencia de nuestra fe. La promesa de alcanzar el Reino de Dios, siguiendo el ejemplo de María, no nos dispensa de la solidaridad con el mundo en el que vivimos. Al revés nos obliga. Cada uno desde dónde es y desde donde pueda. Intentando cada uno unir en su vida el cielo y la tierra, esto es la alabanza a Dios con la exigencia de amor del Evangelio, que es lo que nos ha traído Jesucristo, ante el que saltaba ya el que nacería como Juan, el Bautista.

Sí, hermanos y hermanas queridos, Dios está ahí y las cosas van aconteciendo por su capacidad de cumplirlas. La fe nos pide y nos ayuda a desarrollar esa sensibilidad por las cosas de Dios arraigada en nuestro interior. Disfrutemos del “cielo” de hoy pero no olvidemos de volver siempre a la tierra.

Y volvió a su casa. Parece queridos hermanos y hermanas, que Santa María, la Virgen María, cuando ya ha terminado el trabajo se vuelve a casa, desaparece. Nos lo explica el evangelio de hoy de la visita. Después de haber visitado a Isabel y de haberla ayudado todo lo necesario, se va. Se vuelve a su casa. La primera lectura nos decía que Dios le ha preparado un sitio en el desierto. De hecho, este lugar es el suyo, con su Hijo Jesucristo, el Padre y el Espíritu Santo. Desde la gloria de Dios siempre la encontraremos en estos lugares como son los santuarios, que ella llena con su presencia y en todos los demás lugares donde se hace presente: en las capillas, en las ermitas, en las cofradías, como la nuestra de la Virgen de Montserrat que celebra sus 800 años.

Pidámosle pues que en nuestro regreso a “casa”, en nuestro regreso a Dios, sea nuestra ayuda y nuestra intercesora, como canta el final de la estrofa del himno de hoy que he citado antes:

Sed siempre, Virgen pía,
Dulce consuelo y nuestra guía
Hasta veros triunfantes

 

Abadia de MontserratAsunción de la Virgen (15 de agosto de 2023)

Domingo XIX del tiempo ordinario (13 de agosto de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abat emèrit de Montserrat (13 de agosto de 2023)

1 Reyes 19:9a.11-13a / Romanos 9:1-5 / Mateo 14:22-23

La lectura de este evangelio, queridos hermanos y hermanas, me sugiere un tríptico. Tres escenas ofrecidas para la contemplación y la meditación de quienes participamos en la celebración eucarística de este domingo.

La primera escena es la de Jesús en el monte a solas para orar noche. Acababa de curar a muchos enfermos y de multiplicar los panes para dar de comer a quienes se habían reunido para escucharle. Los discípulos y la gente estaban entusiasmados de lo que había hecho. En cambio, Jesús busca un tiempo para estar solo. Los evangelios nos muestran cómo, después de la actividad evangelizadora y sanadora, busca ratos de intimidad con el Padre. Normalmente en soledad y por la noche. Es una oración filial, llena de amor, confiada, agradecida, que dispone su voluntad humana a la obediencia libre a la voluntad amorosa del Padre. Y en esta oración, Jesús lleva a toda la humanidad, intercede a favor de todos, pasados, presentes y futuros. Con esto nos enseña que nosotros también debemos rezar confiadamente según el modelo del padrenuestro que él nos enseñó.

La segunda escena del tríptico que me sugiere el evangelio de hoy es la de la tormenta. El Señor, dice el evangelista, había apremiado a los discípulos a subirse a la barca y a marchar solos en medio de la oscuridad, como si quisiera provocar una situación que fuera aleccionadora para ellos y para la Iglesia de todos los tiempos. Y es con una finalidad catequética que el evangelista san Mateo describe la escena. Mientras siguiendo el mandamiento de Jesús, los discípulos van con la barca hacia la otra orilla, encuentran en medio de la oscuridad de la noche una tormenta. El viento -como muchas veces ocurre en el lago de Galilea- sopla fuerte y les es contrario, se levantan las olas y estorban la barca para avanzar. Es atacada por el viento y las olas y está en peligro. Están lejos de tierra. Los discípulos tienen miedo. Y el Señor está ausente. Esta barca, con los discípulos dentro, es figura de la Iglesia en el mundo, que debe trabajar para avanzar hacia el Reino de los cielos y debe hacer frente a dificultades, resistencias, persecuciones. La escena representa, también, todos los desalientos, todas las noches interiores personales, todas las incertidumbres colectivas, todas las situaciones en las que la fe es puesta a prueba y Dios parece que no existe.

La tercera escena del tríptico es la central. Ya está cerca el amanecer, la primera luz del día, y Jesús camina sobre el agua. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen; creen que es un fantasma y todavía se sobrecogían más. Pero, enseguida, Jesús les dice: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Este hecho de andar sobre el agua y las palabras que les dice, tienen todo un trasfondo bíblico, que aquí se vuelve revelación sobre Jesucristo. El libro de los salmos habla ya de cómo el Señor se abrió camino en medio del mar y el océano se convirtió en lugar de paso por sus huellas invisibles (cf. Ps 76, 20). Y, aún, de cómo el Señor es más potente que el bramido de los océanos, más potente que las olas del mar (cf. Ps 92, 4). Jesús, pues, es el Señor que se abre camino en medio del mar y hace callar el bramido de las olas. Y la afirmación de Jesús soy yo, es un eco del nombre divino revelado a Moisés en la zarza incandescente del Sinaí. Cuando Moisés pregunta a Dios cuál es su nombre, Dios le responde: Yo soy el que soy (cf. Ex 3, 14). Con esta expresión, Jesús manifiesta a los discípulos sobrecogidos su autoridad sobre los elementos y los serena mostrando su identidad de Hijo de Dios.

Entonces, Pedro, ardiente e impulsivo como siempre, quiere ir hacia el Señor y le pide que le haga andar también a él sobre el agua. Mientras confía en Jesús es capaz de hacerlo a pesar de la tormenta del viento y de las olas. Pero inmediatamente duda y tiene miedo, y entonces comienza a hundirse. Pero la mano de Jesús le sostiene y le da seguridad. La debilidad de Pedro se apoya en la fuerza del Señor. Para el evangelista, la poca fe de Pedro personifica la de todos los que en un momento u otro de su vida dudan, y enseña que, apoyados en Jesucristo, que es más potente que el bramido de los océanos, más potente que las olas del mar, podemos levantarnos en nuestras vacilaciones de fe mientras hacemos camino hacia la otra orilla de la existencia. Como en la escena evangélica, parece que Jesús está ausente, pero en su oración velaba por los discípulos y al ver su situación desesperada les sale al encuentro con su poder de Hijo de Dios. En la pedagogía divina, las noches espirituales, las pruebas en las que nos encontramos a lo largo de la vida, las vacilaciones, la confrontación con la incredulidad imperante en nuestras sociedades, son ocasiones en las que, si no nos apoyamos en nosotros mismos, podemos fortalecer la fe y la confianza en el Señor resucitado.

Después, Jesús y Pedro suben a la barca y termina la tormenta. Como he dicho, en el pensamiento del evangelista, la barca simboliza a la Iglesia que debe hacer frente a tantas dificultades para ir adelante. Jesucristo está en la barca y da fortaleza a la debilidad de todos los discípulos pasados, presentes y futuros. Nos da fortaleza, también, a nosotros, para que no desfallezcamos en los contratiempos que nos encontramos.

Una vez subidos a la barca, el grupo de los discípulos recibe al Señor con el gesto litúrgico de prosternarse y con una profesión de fe: Realmente eres Hijo de Dios. Una actitud de adoración y una profesión de fe que deben empapar nuestra celebración litúrgica. Él está presente y nos da fuerza por nuestra travesía en medio de las dificultades hasta que llegaremos al puerto, a la tierra firme de la vida eterna.

Abadia de MontserratDomingo XIX del tiempo ordinario (13 de agosto de 2023)

Domingo XVII del tiempo ordinario 30 de julio de 2023)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (30 de julio de 2023)

1 Reyes 3:5.7-12 / Romanos 8:28-30 / Mateo 13:44-52

 

Estimados hermanos y hermanas,

Las lecturas que hemos proclamado este domingo, nos proponen una reflexión sobre los valores más importantes de la vida de las personas. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría práctica para la vida, que consiste en el conocimiento de la voluntad de Dios, conforme a la que necesitamos ordenar y organizar la propia existencia. San Pablo, por su parte, en la segunda lectura, nos ha hablado del amor de Dios. En el evangelio Jesús nos ha propuesto como valor supremo el Reino de los cielos a partir de diversas comparaciones para darnos cuenta del valor que tiene por encima de todos los demás bienes de este mundo.

Jesús empezó su vida pública predicando el Reino de los Cielos y proclamando su llegada. El Reino no sólo fue el tema central de su predicación, sino también el punto de referencia de la mayoría de las parábolas, además de ser el contenido de sus acciones simbólicas que formaban una parte importante de su ministerio.

Pero, ¿en qué consiste concretamente ese reinado? En primer lugar, cabe decir que Jesús nunca ofreció una definición exacta del Reino, ya que en su predicación esta realidad adquiría varios matices de significado. En el evangelio de este domingo vemos que se sirve de tres imágenes tomadas de lo cotidiano y adaptadas a la realidad de sus oyentes para desvelar el misterio del Reino de los Cielos.

En segundo lugar, debemos decir todavía, que es un anuncio pero que a la vez es una realidad para los hombres y mujeres de todos los tiempos, como veremos más adelante en esta reflexión.

En tercer lugar, y aquí encontramos el punto central del contenido y del mensaje del anuncio del Reino de los cielos, es que Jesús vivió y dio su vida a causa del Reino. Por tanto, cuando Jesús habla del Reino de Cielos no habla de algo que le es externo, sino que habla de Dios mismo y de las motivaciones profundas de su vida y de su mensaje para que nosotros también participemos de este Reino.

Por eso, vivir la experiencia del Reino de los cielos significará ser introducidos en la intimidad de Dios. Se trata de vivir atentos para acoger la invitación personal que nos hace a cada uno de nosotros para formar parte de este reino, no aisladamente, sino solidariamente con todos los hombres. El Reino es siempre un ámbito de gracia y salvación.

Por tanto, se trata de un reino que no se impone por la fuerza, sino que se ofrece a hombres y mujeres, de los que se reclama la responsabilidad para buscarlo, como el que encuentra el tesoro o encuentra la perla fina. Surge, sin embargo, una pregunta ineludible: ¿dónde está hoy ese tesoro?

Sin ningún tipo de pretensión por mi parte, me parece que este tesoro lo encontramos en dos ámbitos que tenemos muy cerca de nosotros, es decir, lo encontramos en el campo de lo cotidiano. Así, ese tesoro lo encontramos en los hermanos, en la humanidad que lleva inscrita en su corazón el rostro, la imagen de Dios. Lo encontramos en el día a día, junto a quienes hacen o hacemos camino unos junto a otros, bien sea por razón de vínculos familiares, laborales, de amistad, …

El tesoro del Reino, es decir, Dios, se encuentra también escondido en quien sufre o llora en el interior de su corazón, en el emigrante que está sin saber adónde ir, en los desheredados de la fortuna, a los marginados. Si el Calvario fue la manifestación más explícita de quien es Jesús, es en el corazón de todo tipo de sufrimiento donde aparece claramente la presencia de Dios y de su Reino.

Como ven, no necesitamos ir demasiado lejos para encontrar el tesoro o la perla fina que son Dios mismo vivo y operando en el corazón de la humanidad y también en el propio corazón. Lo tenemos muy cerca, junto a la mano. Nos hace falta estar atentos para no buscar lo que no encontraremos.

Es impresionante como san Mateo nos ha dado cuenta de que quien encuentra el tesoro se llena de alegría. Por eso cuando descubrimos que Jesús es el verdadero tesoro de nuestras vidas y con él lo son los demás, nos damos cuenta de que el Evangelio, el Reino de Dios, no es una carga pesada que nos limita, sino que nos invita a ayudar a los demás a encontrar su perla, su tesoro escondido.

Quien ha descubierto a Dios así, ha encontrado un tesoro y es lo único que da sentido a la vida y, en comparación, todo lo de este mundo… es tenido en nada.

Entrar en el corazón del evangelio es como entrar en un río de alegría, de felicidad y de realismo, que nos permite coger la vida con las dos manos, y hacer una ofrenda a Dios y a los demás desde su inicio hasta su fin.

Entrar en el corazón del Evangelio es como entrar en un rio de gozo, de felicidad y de realismo, que nos permite coger la vida con las dos manos, y ofrecerla a Dios y a los otros, desde su principio hasta su final.

Abadia de MontserratDomingo XVII del tiempo ordinario 30 de julio de 2023)

Domingo XVI del tiempo ordinario i 800 años de la Cofradía (23 de julio de 2023)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat (23 de julio de 2023)

Sabiduría 12:13.16-19 / Romanos 8:26-273 / Mateo 13:24-43

 

Las lecturas de este domingo nos hablan de la paciencia de Dios, son un himno al amor que el Señor tiene a todos los hombres y que se manifiesta en la historia de cada persona bajo la forma de paciencia y bondad.

La parábola del trigo y de la cizaña sitúa el drama de la historia humana, que se debate entre el bien y el mal, bajo la mirada de Dios, que concede a todo el mundo el tiempo de la vida presente como un espacio de crecimiento, y por tanto de conversión, a fin de que nadie se quede fuera del gozo de la vida eterna.

El Señor dice que son ciudadanos del Reino son todos aquellos que obren el bien; en este abanico caben todos los colores del mundo. Y afirma sin tapujos que son del maligno, todos los corruptos y quienes obran el mal.

Jesús precisamente ha venido, trayéndonos el evangelio, para levantarnos del cautiverio del mal que tan a menudo nos tienta y domina. El evangelio de Dios tiene el poder de arrancarnos de esa esclavitud, pero no es magia. Jesús nos ha abierto un camino. Con la parábola de la levadura y con la del grano de mostaza nos alienta, desde el realismo de la pequeñez humana, a confiar en la fuerza del bien que hay en nosotros y que lleva ya en sí mismo la huella de Dios.

Trigo y cizaña siempre convivirán en este campo que simboliza la vida presente. El peligro está en que el trigo se vuelva tóxico como la cizaña, pero la esperanza es que la cizaña se convierta en grano saludable. Por eso es importante que a la virtud del bien le acompañe la firmeza de la paciencia. ¿Qué hubiera sido de san Pablo sin la paciencia de Dios? ¿Aquel joven vividor y aventurero de Asís, ¿habría llegado a ser el san Francisco que hemos conocido, sin la paciencia de Dios? ¿A dónde hubiera llegado el despropósito de la vida de Ignacio de Loyola sin aquella providencial vigilia de oración a los pies de nuestra Virgen Morena? ¡Aquella noche fue para él un nuevo comienzo! Dios es paciente. Dios es paciente porque es justo. Conoce como nadie la fragilidad del corazón del hombre, porque lo ha creado, y sabe que, si quiere ser justo con él, debe ser paciente.

Viendo el drama del mundo y la tragedia que supone para tantos la injusticia humana, la justicia de Dios en el final del tiempo, que nos decía el evangelio, puede parecernos injusta, y lo sería si no fuera que Jesús no habla del fin del tiempo como un fin de todo, sino como el gran comienzo de un mundo nuevo que no tendrá fin. De nuevo, las parábolas apuntan al gran valor eterno que tiene la vida humana. Quizás no tenemos suficiente conciencia del valor trascendente de la vida, y eso nos haga miopes y no nos deje vislumbrar la realidad del mundo futuro que empieza ya ahora.

Dios quiere la salvación de todos. ¿Cómo no va a quererla, si por todos ha dado su vida en Jesucristo? Su infinito amor vence su justa indignación por los pecados de escándalo, de injusticia y de tantas barbaridades como vemos que se cometen y que siempre pesan sobre los más pobres. Dios odia estas acciones, ama preferencialmente a las personas que sufren, pero no deja de amar también a las personas que obran el mal y las llama a la conversión. Dios no juzga y podría hacerlo perfectamente; nosotros condenamos sin saber todo lo que hay detrás, y lo que deberíamos hacer es estar más atentos al propio comportamiento para que no sea que, creyéndonos trigo fuéramos cizaña, y que así, creyéndonos nosotros buenos sin serlo, los corruptos y los malvados se convirtieran, hicieran el bien y nos pasaran delante en el Reino del Cielo.

El salmo responsorial de hoy tiene toda la razón: El Señor es bueno y clemente; y lo es con todo el mundo. Nuestra justicia llega a dónde llega. Nosotros somos muy celosos de nuestra libertad, pero Dios lo es también de la suya. Y es paciente, no porque no pueda hacer nada más, sino porque es justo, y es justo porque es inteligente; el amor no es obtuso; cuando lo es, no es amor, es otra cosa.

La paciencia de Dios, en este santuario de Montserrat, se ha valido siempre de la mediación de la Virgen, y en esta «cámara angélica» así era llamada por los antiguos la primitiva iglesia, sigue suscitando las conversiones y gracias de las que son testigo los numerosos exvotos y velas ofrecidos por los peregrinos. El monasterio, y con él la Cofradía de la Virgen, siguen uniendo sentimiento de país, devoción y piedad popular, y sentido renovador de Iglesia, esforzándose por hacer del evangelio de Jesús una realidad de vida.

Trigo y cizaña podrán estar sembrados en el mismo campo, pero el pequeño grano de mostaza que fue en su día nuestro monasterio, que pronto cumplirá 1.000 años, sigue siendo cobijo de todos los que buscan un receso para el espíritu. Y a levadura que nuestra “Moreneta” ha escondido con amor en el corazón de los catalanes y de todos los peregrinos seguirá haciendo su curso, esperando que, por la misericordia de Dios, en el tiempo presente dé frutos tempranos de conversión y de vida, y al tiempo de la cosecha pueda ofrecer a Dios un fruto maduro muy generoso.

Abadia de MontserratDomingo XVI del tiempo ordinario i 800 años de la Cofradía (23 de julio de 2023)

Domingo XV del tiempo ordinario 16 de julio de 2023)

Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat (16 de julio de 2023)

Isaías 55:10-11 / Romanos 8:18-23 / Mateo 13:1-23

 

Isaías nos afirmaba en la primera lectura que «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mí boca: no volverá a mi vacía». Pero en el Evangelio Jesús matiza estos efectos.

Jesús, en la parábola, supone que Dios siembra generosamente, desde el comienzo de la existencia, su Palabra por todo el mundo. Pero, es necesaria una condición: que el hombre escuche, la acoja. Y con esto, aquí estamos chocando con la libertad del hombre. Y lo explica, distinguiendo los distintos terrenos donde cae esta palabra: 1º en el camino, donde no puede arraigar porque es tierra pisada y endurecida. Los pájaros, – el Maligno -, le arrebatan la semilla. 2º También cae en terreno rocoso, donde la tierra no tiene profundidad. Aquí se acoge la semilla, pero, al no tener raíces profundas, la seca el sol. Estos son los oyentes que han escuchado gozosamente la palabra, pero superficialmente, sin demasiada convicción, y sucumben a las pruebas y exigencias. 3º La tercera tierra acoge la semilla, sí, pero cae entre cardos y espinas, y éstas la ahogan. Los oyentes son quienes desfallecen por los atractivos terrenales y las riquezas, que los esclavizan. La Palabra exige libertad, pulcritud, buen corazón para ser acogida. Y por eso, sólo hay la tierra propiamente tierra, buena, bien dispuesta, que recibe con agrado la semilla, porque se ha trabajado, se ha quitado las hierbas y limpiado de piedras y terrones, y produce el 30, el 60 y el 100×100.

Yo aún añadiría dos tipos de tierras más, constatando lo que hoy ocurre en nuestra sociedad: a) los terrenos abandonados por falta de campesinos, donde sólo crece la hierba y el bosque. Yo diría que estos son los gnósticos que han escuchado, pero como han oído otras opiniones y no las han resuelto, abandonan la fe, por incomprensible o fabulosa. b) Por último, existen otras tierras donde hoy se han construido urbanizaciones o barrios periféricos. Aquí ya no hay tierra fértil, el urbanismo la ha ocupado. Quienes pueden caracterizar, religiosamente, esta tierra son los ateos que se han hecho plenamente sordos en la Palabra revelada. (Según una encuesta son ya el 43%). Éstos dicen tener razones filosóficas para vivir, tienen argumentos racionales para rebatir la fe, califican de fábula inaceptable las verdades reveladas. Sin embargo, se encuentran rodeados en un callejón sin salida. Leía, hace poco, que uno se expresaba afirmando que el mundo es frágil y hay que aceptar la fragilidad, porque nada es seguro. Hasta el amor puede fallar. Y yo creo que esto es equivocado, ya que tenemos muchos ejemplos que lo niegan. Y también decía que lo único que nos consuela y hace feliz, es la amistad. Sin hacer ninguna referencia a Dios, hermanos, no puede haber sentido en la vida, ni salida a la existencia, nos encontramos en un mundo que no responde a la exigencia de vida plena. Ni responde a la pregunta: ¿qué hacemos en este mundo? ¿por qué hacerlo crecer, poblarlo y dominarlo? Los hombres seríamos como las bestias enjauladas. Toparíamos contra la pared como en una cárcel. O bien, seríamos como comediantes, ¿para qué espectadores?

Esto no es la esperanza que nos trae la Palabra del Padre. Cristo nos dice que el Padre nos ama porque creemos en él, y que el que guarda su palabra, el Padre le amará, y vendremos a permanecer en él. ¿Qué garantía nos da? “Yo he resucitado, y todo el que me acoge a mí, tiene vida eterna. Yo he vencido al mundo y me he sentado a la derecha en el trono de Dios”. Y San Pablo nos asegura que «todos los que hemos sido bautizados en Cristo, somos hijos de Dios, herederos de Dios, coherederos con Cristo, y resucitaremos con él para la vida eterna».

«Esta es la Palabra que hemos recibido desde el principio: nosotros la hemos visto, la hemos palpada y os aseguramos la vida eterna que se nos ha revelado». Pero no podemos dejar morir esta Palabra, hay que trabajarla a diario para que no sea ahogada por el ruido del mundo, enemigo de Dios, que quiere atraernos. Cada uno sabe qué debe hacer: quedarse a oscuras o aceptar esa luz.

Abadia de MontserratDomingo XV del tiempo ordinario 16 de julio de 2023)

San Benito (11 de julio de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (11 de julio de 2023)

Proverbios 2:1-9 / Colosenses 3:12-17 / Mateo 19:27-29

 

San Agustín comienza el libro de las Confesiones, diciendo: “Nos habéis creado para Vos, Señor y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Vos”. Esta célebre y citada frase lo que quiere es que nos acordemos de nuestra capacidad de Dios y de la inclinación de todo nuestro ser hacia Él.

Los hombres y mujeres como capaces de Dios. La tradición cristiana nos enseña que esta relación espiritual entre persona y trascendente es posible y que para los discípulos de Jesucristo toma forma en una participación de nuestra humanidad en la vida de Dios, a través del Espíritu Santo y en comunión con Jesucristo. Por eso la fe bien entendida nunca destruye la humanidad, sino que la potencia. Existe una verdadera colaboración entre el crecimiento de los dones personales y la fe.

Esta idea es propia de la humanidad creyente y por eso la encontramos ya en los libros del Antiguo Testamento, como el Libro de los Proverbios al que pertenece la primera lectura.

El texto nos invita a fortalecer, elevar a la máxima potencia todas nuestras cualidades personales. Y es precisamente porque en ellas encontramos la huella de Dios, que nos ha creado, que lo encontramos a Él cuando buscamos, acogemos y cultivamos la virtud de la inteligencia. Nada nos pone tan a su nivel como eso. La lectura nos invita a reconocer en Dios la fuente y el origen de la sabiduría. Y después la lectura da un giro: si comprendemos y conocemos, nuestra vida cambia: aparecen la honradez, la rectitud en los caminos, la justicia y la bondad. Parece que pasamos a una dimensión más vital, más activa. Conocer a Dios por el uso de la sabiduría y de la inteligencia tiene efectos reales en nuestras vidas.

Para algunos es más que sabido que hoy, 11 de julio, celebramos la memoria de San Benito de Nursia como Patrón de Europa. Otros, tal vez, se hayan encontrado con esta celebración un poco más solemne de lo que se puede esperar los días de cada día en Montserrat. Celebramos al fundador de nuestra orden benedictina, la memoria de quien escribió la Regla para monjes que desde hace quince siglos y todavía hoy inspira la vida de miles de hombres y mujeres en el mundo, monjes y monjas y también laicos.

No es de extrañar que la liturgia proponga este fragmento del libro de los proverbios como primera lectura de hoy, solemnidad de nuestro Padre San Benito. Aunque literalmente no encontramos las palabras de la primera lectura en la Regla, el libro de los Proverbios es uno de los más citados, por tanto, un libro querido para San Benito. El estilo es similar. El maestro habla al discípulo y procura decirle palabras de sabiduría vital, palabras que le enfoquen hacia sí mismo y hacia Dios. Este maestro participa de esta dinámica bíblica que, cuanto más se preocupa de buscar a Dios, más ve también cómo crecen las cualidades humanas.

La Regla de San Benito es un instrumento de crecimiento personal, un plan de vida centrado, por la fe, en Jesucristo y en su imitación. Esta identificación se hace sobre todo por la obediencia y el reconocimiento de la capacidad personal de cambiar, que en el lenguaje monástico y eclesial lo llamamos conversión, una palabra que se ha hecho sinónima de vida monástica. El conocimiento de Dios, de cuya inteligencia del mundo y de cuya sabiduría nos hablaba el Libro de los proverbios, se adquieren en el propósito de la vida monástica viviendo en un espíritu obediente y de conversión.

Vivir en espíritu de cambio y de obediencia es muy extensible y proponible a todos, también a vosotros que hoy me escucháis. Más de una vez he escuchado a personas que no han hecho profesión monástica decir que la vida familiar y matrimonial les obliga también a ser muy obedientes, no en el sentido de sumisión de uno a otro, sino en el de trabajar y vivir en un espíritu que necesita una fidelidad a unos compromisos, renunciando muchas veces a muchas cosas. Estoy convencido.

Desde el espíritu de conversión, del cambio, los monjes y los cristianos quisiéramos ser ejemplo de hombres que en primer lugar se reconocen imperfectos, no terminados, pecadores también. ¡Qué contracultural es esto en el mundo de hoy en día, en el que todos los modelos que se nos presentan son perfectos! ¿Habéis oído alguna vez a un jugador de fútbol o una estrella del espectáculo reconocer algún defecto personal? No. No está de moda. Espero que no lo digan pero que al menos se los reconozcan. Es la única forma de avanzar en la vida.

San Benito nos pone a menudo delante de nosotros mismos para que avancemos en la conversión. No lo hace con grandes interiorizaciones, reflexiones o meditaciones. Me atrevería a decir que la Espiritualidad de San Benito es una espiritualidad práctica, de las que propone crecer, por la sencilla obediencia de la vida de cada día, referida siempre a Dios. En esta espiritualidad, la humildad es la virtud esencial y no nos pide que la practiquemos con heroicidades sin sentido, sino aceptando lo que vamos encontrando cada día.

Lo hace de una manera muy concreta para los monjes en la vida de cada día del monasterio, en la comida, en el hablar, en el vestir, en el silencio, pero lo describe en un marco que sería perfectamente proponible a cualquier persona que quiera vivir centrada.

San Pablo VI, en una famosa homilía pronunciada en 1964 en el monasterio de Montecassino, que podría ser perfectamente un programa para la vida monástica de hoy, utiliza la expresión “el hombre recuperado para Él mismo” como un modelo que la vida monástica que quiere proponer a todo el mundo. Esta recuperación para uno mismo se hace por la fe, por la oración, por el silencio, por la paz. Como el propio Papa decía, «en una palabra, por el Evangelio».

Vivir recuperado para uno mismo, aceptado con todas las fragilidades personales, es una dinámica, es un camino. También la Regla tiene clara esta característica de ir avanzando por un camino. Si se va adelante de forma equilibrada, la obediencia a la realidad y la humildad para aceptarla te hace capaz de una comprensión muy grande del mundo y te das cuenta de que Dios con su perfección y omnipotencia se sirve de medios muy sencillos y se abren posibilidades de cambiar siguiendo el Evangelio.

Ojalá viviéramos siempre así las diversas dimensiones de nuestra existencia: nuestra oración, nuestras ideas y actitudes morales y nuestro hacer, movidos por esta conciencia de Dios. Qué descanso encontrar en la historia de la Iglesia hombres y mujeres que han vivido de esta manera y nos han dejado testimonio.

San Benito es uno de esos hombres que ilumina el mundo y nos propone el reto de continuar su carisma y transmitir el tesoro de virtudes a todos los hombres y mujeres del mundo.

 

Abadia de MontserratSan Benito (11 de julio de 2023)

Domingo XIV del tiempo ordinario (9 de julio de 2023)

Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (9 de julio de 2023)

Zacarías 9:9-10; 13:1 / Romanos 8:9.11-13 / Mateo 11,25-30

 

¿Cómo es, Dios? ¿Qué sabemos de Él? ¿Cómo hacerlo para conocerlo mejor? Son preguntas, hermanas y hermanos, que se pueden responder de muchas formas, y que en las lecturas de hoy podemos encontrar pistas que nos ayuden a hacerlo.

En el evangelio, Jesús decía que «nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Jesús, pues, es el único que sabe cómo es el Padre. Y desde este conocimiento, nos ha dicho todavía otras dos cosas: que ha querido abrir esta revelación a los “sencillos” más que a los “sabios” y a los “entendidos”, y que son “los cansados” y “los agobiados” quienes pueden encontrar el reposo —podríamos entender: quienes pueden encontrar más fácilmente una respuesta. Jesús dijo todo esto porque en su tiempo las clases dirigentes se habían «apropiado» de algún modo de todo lo que hacía referencia al conocimiento de Dios, y lo habían traducido en una serie de innumerables preceptos y mandamientos que obligaban a cumplir a la gente más sencilla. Habían convertido la supuesta voluntad de Dios en un yugo muy pesado de llevar para los humildes, que no era lo que Dios realmente quería para su pueblo. Por eso Jesús se esforzó por transmitir otra imagen de Dios diciendo que él tenía “otro yugo”: era “un yugo suave”, una “carga ligera” más sencilla y fácil de llevar. Y de esta otra manera más fácil de entender cómo era Dios, dio ejemplo con su forma de hacer: en la primera lectura el profeta Zacarías profetizaba que Jesús entraría en Jerusalén «montado en un borrico, en un pollino de asna». Continuando con esta profecía, Jesús fue un Mesías que dirigió «palabras de paz» y no mandamientos pesados. Fue un Señor «clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos», como definía también el salmista. Y no nos dejó una ley pesada y difícil de cumplir, sino que nos envió su Espíritu para que «habitara en nosotros» y se convirtiera en una ley viva que pudiéramos llevar siempre en el corazón, como leíamos en la carta a los Romanos. Todos estos elementos contenidos en las lecturas de hoy, pueden ayudarnos a comprender un poco la imagen de Dios que Jesús nos quiso transmitir.

Y todo ese conocimiento que el Señor quiso revelar a los sencillos, hoy nos lo revela a nosotros. Su llamada a los “cansados y agobiados” de su tiempo puede hacerse perfectamente extensiva a nosotros, que hoy hemos venido un domingo más a la Eucaristía para acercarnos a él. Porque todos llevamos una carga u otra, todos llevamos en los hombros nuestra cruz, y todos necesitamos una palabra de paz y de felicidad que nos ayude a recobrar la alegría interior que sería deseable nunca haber perdido. La celebración dominical es el mejor lugar para salir de nuestro día a día y acercarnos a Dios para escucharle, dejando que su palabra pacifique y transforme nuestro interior. La Eucaristía es el lugar donde Cristo resucitado se nos hace presente y nos habla; pero para entender lo que nos quiere decir, es necesario que nos acerquemos con sencillez, con humildad, y con voluntad de dejarnos guiar por él.

Empezábamos esta homilía preguntándonos cómo sería Dios, y qué podíamos hacer para conocerlo mejor. Pero Jesús, que es quien mejor le conoce, no nos ha instruido con un conocimiento técnico, sino que nos ha invitado simplemente a acercarnos a él y dejarnos llevar. Y por eso nos ha dicho: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré […] aprended de mí». Porque más importante que hablar de Dios, es hablar con Dios. Para lograr nuestras vidas no se trata tanto de conseguir un conocimiento escondido o profundizar en unos conceptos teóricos, sino de establecer una relación personal con él, una amistad, y dejarnos conducir por él. Es una amistad que se debe ir forjando todos los días a través del diálogo con él, un diálogo que podemos encontrar en la oración, escuchando cada domingo su palabra. Es un diálogo que nos irá conduciendo poco a poco, porque Dios no es un padre autoritario que busque una obediencia ciega, sino que es un padre que quiere que crezcamos, que nos impliquemos en su proyecto, que avancemos con él. Y esa imagen que nos da Jesús de un Dios cercano, “bueno y salvador”, amable y sencillo, no nos la da porque saciamos nuestra curiosidad, sino porque, dando un paso más, la reproduzcamos en nuestras vidas: todos estamos llamados a vivir en primera persona estas cualidades de Dios que las lecturas de hoy nos transmitían.

No sabemos si es casualidad o no que esta invitación de Jesús a acercarnos a él para encontrar reposo nos sea proclamada justamente en un tiempo en que la mayoría comienzan unos días de vacaciones, o al menos pueden tener unos días diferentes. En cualquier caso, es bueno que estos días en los que no sentimos tan fuerte la presión de lo cotidiano, dediquemos ratos a reflexionar sobre esta imagen de Dios que Jesús nos ha dado, la de un Dios que quiere lo mejor para nosotros, que quiere que nos impliquemos en su proyecto, y que nos invita a reproducir en nosotros sus cualidades para que le ayudemos a hacer crecer su Reino, cada uno desde donde esté. Que esta Eucaristía nos ayude.

Abadia de MontserratDomingo XIV del tiempo ordinario (9 de julio de 2023)

San Pedro y San Pablo (29 de junio de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (29 de junio de 2023)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 / 2 Timoteo 4:6-8.17-18 / Mateo 16:13-19

 

«sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.» (Mt 16,18)

Dios lo puede todo. Confesar a Dios es confesar que la vida tiene más poder que la muerte, que el bien vence al mal. La vida y el testimonio del apóstol San Pedro nos lo confirman. En su biografía, en todo lo que le alcanza directamente, este poder de Dios se manifiesta tanto en acontecimientos extraordinarios como en la cotidianidad de la vida, en la curación y resurrección de enfermos y muertos, como en su transformación interior, todo son signos de la capacidad de la vida para resistir la muerte que él atestigua. Simón, el hijo de Juan, Pedro, es el resistente frente a estas puertas del reino de la muerte que ceden ante Dios. Por eso nos es un modelo inspirador, del que podemos aprender mucho. Y creo que una buena perspectiva para acercarnos a San Pedro es precisamente la de observar sus luchas personales, esas resistencias que tuvo que practicar frente a las puertas del reino de la muerte.

Si empezáramos cronológicamente al revés, por el final de su vida, encontraríamos la resistencia frente a un Imperio Romano, al que molestaba profundamente aquella secta cristiana que proclamaba que había un solo Dios, que un hombre crucificado era su Hijo y el Mesías, cuyas palabras defendían unos valores que ponían a los seres humanos al mismo nivel, con una misma dignidad, que decía que había que perdonar, poner la otra mejilla cuando te pegaban, que las riquezas eras efímeras y todas estas cosas tan antipáticas para los que siempre se han beneficiado de los comportamientos violentos, explotadores y egoístas. La estructura de poder de Roma, podía ser todo esto, pero no era ingenua y por tanto no hay ninguna duda de que intuyó que todos aquellos predicadores no eran ni inocentes ni inofensivos y que por tanto más valía terminarlo rápido, eliminándolos. Y lo hicieron.

La resistencia al evangelio que seguimos viviendo hoy en el mundo, nos hace evidente que el mensaje cristiano es válido y que el ejemplo de la opción de San Pedro, para resistir la presión y con su palabra mantenerse fiel a Jesucristo, aceptando todas sus consecuencias, abre un verdadero camino de transformación en el mundo, que dura desde entonces. A pesar de no haber eliminado el mal y todas sus manifestaciones sociales, lo ha resistido y transformado en miles de ocasiones. Lección para hoy: Las resistencias al evangelio del inicio, no están tan lejos de las de ahora, pero las puertas del reino de la muerte no nos han superado nunca: Dios puede todo y lo vemos en la historia de la humanidad.

Si avanzamos deshaciendo su vida, veremos cómo San Pedro también encontró la resistencia de una tradición religiosa y política en el judaísmo que no podía permitir todo ese mensaje tan provocativo. Primero porque venía de fuentes no autorizadas: esto es de hombres sencillos, no formados, que se apoyaban en el testimonio de un rabino muy alternativo al que reconocían sin embargo como el propio Mesías. Es muy interesante ver cómo hay una lectura de la fe cristiana capaz de recuperar todo el núcleo de la tradición judía anterior y llevarla a cumplimiento, y que por tanto no debemos olvidar la capacidad del judaísmo para abrirse al mensaje de Jesús y de los apóstoles. Éste fue el primer gran ámbito de predicación de San Pedro. En esta tradición, todo se centra en reconocer la centralidad de Jesucristo. Qué duda tenemos que la referencia vital de Pedro fue Jesús de Nazaret: vivo, muerto y resucitado. Simón, no sin errores ni negaciones, siempre volvió a Él. Qué biografía espiritual no podríamos escribir a partir de los diálogos de Jesucristo y de San Pedro:

Empezando por el primer encuentro y citando breves fragmentos de diversos evangelios, en los que Jesús pregunta y Pedro responde, encontramos estos momentos:

“Echa las Redes (Lc 5,4)”.

“Apartaos de mí que soy un pecador (Lc 5,8)”.

“¿Quién decís que soy yo?”

“Vos sois el Mesías el Hijo de Dios vivo (Mt 16,15-16)”.

“¿Vosotros también queréis dejarme? (Jn 6,66)”

“Señor a donde iríamos, sólo Vos tenéis palabras de vida eterna (Jn 6,68)”.

O cuando Pedro pregunta y Jesús responde:

“Señor, ¿quiere lavarme los pies? (Jn 13,6)”

«Si no te lavo, no tienes parte conmigo (Jn 13,8)»

“Señor. ¿Por qué no puedo seguiros ahora mismo? Daré por Vos mi vida (Jn 13,37).”

  “¿Tú quieres dar la vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo que no me hayas negado tres veces (Jn 13, 38)”.

Hasta llegar a la pregunta final,

“Simón Hijo de Juan, ¿me amas?”

“Señor, lo sabéis todo. Sabéis que os amo (Jn 21,17)”

.

No puede sorprendernos que, con este fondo, con esta relación personal, Pedro resistiera cualquier inmovilización religiosa y se convirtiera en fundamento de la nueva fe en Cristo. La lección para hoy: volver a Jesucristo. Dios puede todo y siempre encuentra su camino en los hombres y las mujeres.

Pero finalmente y estos breves diálogos que he citado son una buena muestra, en San Pedro, las resistencias más iluminadoras son las interiores. Todas las que los evangelios nos cuentan y que acompañan a su relación personal con Jesús de Nazaret. La resistencia que nace de la conciencia de estar muy lejos de aquél que con una sola palabra le hace cambiar de idea. Estaban pescando: ¿qué sabía un carpintero de pescar? Pero por algo, Pedro confía y aparece el pescado donde no había. Y de eso nace un sentimiento de superación, de querer alejarse, de miedo. Pero en ese momento aparece siempre la llamada de Jesucristo, de volver, de mantenerse fiel. Quizás esta misma conciencia de indignidad superada siempre por la Palabra del Señor nos da una clave para entender la vida de Pedro, y tendrá su momento último en la negación durante la pasión, cuando la fuerza de querer alejarse de todo, pasa por delante de todas las declaraciones de fidelidad, y donde definitivamente ya no hace falta otra palabra que su propia conciencia recordándole que ha traicionado al maestro y amigo. Porque después de la negación en la noche de la pasión, las palabras que escuchará San Pedro serán ya las del resucitado, que no cambiarán, que continuarán siendo las palabras que confirman aquella llamada que hemos leído en el Evangelio: tú eres Pedro. Pero en cambio, en el momento de la resurrección, junto al Lago de Genesaret, en el evangelio que la solemnidad de hoy propone para la misa de la víspera, el Señor le preguntará tres veces a Pedro: ¿me quieres? Y la respuesta será la abandonarse totalmente en Cristo, sin ninguna resistencia, diciendo finalmente: Vos lo sabéis todo, Vos sabéis que os amo. Leo por hoy: Dios lo puede todo, porque perdona lo que ni nosotros nos osaríamos perdonarnos a nosotros mismos.

De esta forma la misión de San Pedro en la historia se apoya en la confesión que hace de Jesucristo como Señor y Mesías y en el amor que finalmente le demuestra incondicionalmente, en la piedra y en el corazón. Por su vida, nos demuestra que él es la piedra contra la que se estrellan todas las luchas sociales, religiosas y personales, pero que esto sólo puede ser así si la referencia de su corazón es Jesucristo. Petra autem era Christus. La piedra realmente es Cristo. Es una frase escrita en ese altar. Y la Iglesia se mantiene unida en Cristo y en aquellos que participan con amor y con fe, como san Pedro, de Cristo. El cimiento y la piedra no podía ser otro. Todos nosotros también estamos invitados hoy a participar como el primero de los apóstoles en la fe y en el amor, en la eucaristía que ha sido siempre el sacramento de la unidad.

 

 

Abadia de MontserratSan Pedro y San Pablo (29 de junio de 2023)

El Cuerpo y la Sangre de Cristo (11 de junio de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (11 de junio de 2023)

Deuteronomio 8:2-3.14b-16a / 1 Corintios 10:16-17 / Juan 6:51-58

 

Hoy, queridos hermanos y hermanas, en este domingo de Corpus, Jesucristo nos pide lo que nos ha pedido siempre: que creamos en Él, que no nos quedemos en la superficie, en la anécdota, o en los hechos de la historia, sino que lo reconozcamos viviente y presente en el mundo.

Honestamente podemos preguntarnos si nuestras vidas son tanto, más o menos complicadas que la del pueblo de Israel atravesando el desierto del Sinaí, pero de lo que no dudamos es que todos somos peregrinos y que nuestra vida es andar en medio de uno ambiente en el que hay alegrías, pero también problemas y dificultades.

El libro del Deuteronomio es el quinto de la Ley judía, la Torah y en buena parte es una reflexión sobre los hechos fundamentales de la fe de Israel, en la que la peregrinación es muy importante. En todos estos primeros libros de la Biblia está claro que el pueblo tenía tres elementos importantes:

  • un destino prometido por Dios, una tierra, a la que había que llegar y esto no era fácil,
  • tenía sobre todo la ayuda de Dios.
  • Además, había alguien que era capaz de interpretar el sentido de la historia, los acontecimientos que ocurrían, la vigencia de la promesa y sobre todo alguien que sabía explicar el sentido que Dios daba a todo esto, por lo que las dificultades nunca podían destruir la esperanza que emana de la promesa de Dios.

En la primera lectura, ese alguien es Moisés, que se sitúa ya al final de la peregrinación por el desierto y en la visión que le da la historia, interpreta el camino como el lugar donde Dios ayuda siempre y donde la sed, el hambre y el peligro de las serpientes venenosas y los escorpiones, son contrarrestadas con el agua de la roca y el pan del cielo, el maná. Pero, además, Moisés también defiende el valor pedagógico de esta experiencia de dificultad, porque es aquí donde referirnos a Dios nos hace conscientes de que somos probados, que somos capaces de conocer nuestros sentimientos y yo además me atrevo a decir que el texto también pide a los israelitas si son lo suficientemente honestos para reconocer que como dice el salmo: la ayuda nos viene del Señor, del Señor que ha hecho el cielo y la tierra.

El inicio de este camino fue la Pascua, el paso del Señor en la noche antes de empezar la liberación de Egipto. Una liberación curiosa si pensamos en la historia inmediata que siguió esa noche y todo el resto de la historia, una historia de muchos desiertos, de exilios, de genocidios y de dramas personales como los que sufre cualquier hombre o mujer desde que el mundo es el mundo. La liberación no fue ni mágica ni inmediata. Pero la memoria de ese momento es el fundamento de toda la identidad colectiva de la tradición judía, a la que perteneció el propio Jesús de Nazaret.

Precisamente Jesucristo, celebrando esta memoria en la Pascua también quiso marcar una continuidad y una ruptura.

La continuidad del plan de liberación de Dios que pasaba por un Mesías, que él afirmó ser, tal y como nos dicen los evangelios. Dios seguía ayudando, seguía prometiendo, seguía presente en la historia y nos exhortaba a hacernos colaboradores de Él, confesándolo y actuando en consecuencia.

La ruptura porque el mismo Jesucristo, culminando la lógica de su Encarnación, la de un Dios trascendente que se hace hombre, quiso poner su humanidad, su cuerpo y su sangre, como el fundamento de otra Pascua, como el inicio de un pueblo nuevo, de otra alianza y de una peregrinación que debería pasar necesariamente por él. Con esto, Cristo instituyó la necesidad de otra memoria y transformó los tres elementos que marcaban la vida del pueblo:

Una nueva promesa: la liberación ya no es la de Egipto, la promesa no es sólo la tierra que nos da la vida material. La unión irrenunciable del momento de la Santa cena con la de la Pasión y la resurrección, nos hacen presente que la nueva promesa es su vida, vencer a la muerte y entrar en la plena comunión con Dios y con Cristo por la participación dada por el bautismo y renovada por los demás sacramentos.

Una nueva ayuda por el don de poder compartir su humanidad en sus elementos más básicos, el cuerpo y la sangre, que nos ha dejado como eucaristía, como acción de gracias.

Y una mediación que hace que cualquiera que pretenda ser intérprete de la voluntad de Dios, deberá referirse siempre a Jesucristo y al Evangelio.

Todo esto que estoy diciendo, aunque os parezca extraño, los escolanes os lo sabéis todos de memoria: estoy seguro de que podríais cantar y recitar sin partitura más de una versión del motete Oh Sacrum Convivium, que cantáis a menudo y que también cantareis hoy. La letra nos dice que esta eucaristía contiene los elementos de la memoria del mesías, del que nos interpreta la vida: passionis eius recolitur; recordamos su pasión; también contiene el elemento de la ayuda que nos da Dios, esto significa mens impletur gratia; nos llenamos de su gracia y finalmente también nos deja clara cuál es la promesa: futurae gloriae nobis pignus datur, se nos da la prenda de la gloria que esperamos.

Como decía al principio de estas palabras, hoy sólo necesitamos seguir creyendo y confesando que Él, Jesús de Nazaret, Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre está en el centro de la memoria, de la promesa y de la ayuda. Recordadlo cuando cantéis este motete. Muchos de vosotros habéis recibido sacramentos importantes en esta Pascua, especialmente la confirmación. Hace sólo dos semanas: ¡espero que os acordéis, todavía! Recordad siempre que Jesús es el centro de los sacramentos y con él está siempre el evangelio y sus exigencias.

Quizá ahora sería el momento de preguntarnos si en cada eucaristía: ¿somos nosotros suficientemente conscientes de que estamos en la mayor posibilidad de comunión, de memoria, de ayuda y de esperanza que nos haya podido dar nunca Dios? ¿Nos quedamos como os decía al empezar en la superficie de la fe? Pero lo importante no es donde estamos o donde nos quedamos sino donde nos invita Cristo a ir que es a la profundidad de la fe y del don. Un don que en la eucaristía incluye a todo el mundo, no lo olvidemos nunca y que por tanto nos obliga a la acogida incondicional.

El recordado y querido por tantos, obispo Antoni Vadell, me decía unos diez años después de ser ordenado presbítero, que, de toda su experiencia, se quedaba con la celebración de la eucaristía. Todos los que lo conocéis sabéis perfectamente que si algo no le faltaba eran capacidades pastorales y empatía con todo tipo de personas, pero la fuente y la cima de su vida estaba en la comunión con Cristo presente en el pan y el vino de la eucaristía, en esta fe que como un tesoro hemos recibido durante generaciones y generaciones y que agradecemos a Dios, procurando volver amor con amor a Él y a todos los hermanos y hermanas.

 

Abadia de MontserratEl Cuerpo y la Sangre de Cristo (11 de junio de 2023)

La Santísima Trinidad (4 de junio de 2023)

Homilía del P. Carles-Xavier Noriega, monje de Montserrat (4 de junio de 2023)

Éxodo 34:4b-6.8-9 / 2 Corintios 13:11-13 / Juan 3:16-18

 

Una tradición medieval explica la siguiente anécdota: Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, profundizando muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, levanta la vista y ve a un niño, que está jugando en la arena, a orillas del mar. Lo observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un agujero.

Así el niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca y le pregunta: «Oye, niño, ¿qué haces?» Y éste le responde: “Estoy sacando toda el agua del mar y la pondré en ese agujero”. Y San Agustín dice: «Pero esto es imposible». Y el niño responde: «Si esto es imposible, más imposible todavía es que tú entiendas el misterio de Dios…»

En la misma línea, como bien saben los estudiantes de teología, el propio san Agustín dice en uno de sus comentarios: «Si lo entiendes, no es Dios». Ante estos precedentes, hacer una homilía el día que celebremos la Santísima Trinidad es todo un reto. La Trinidad es un gran misterio y cada palabra no hace más que cerrar lo abierto, poner un límite, aunque sea involuntario y sólo lingüístico, a lo que es en sí mismo el infinito por excelencia.

Por eso, la mejor manera de considerar este gran misterio es el silencio. Pero esto no es posible en una homilía, aunque ya sabemos que es mejor hablar con Dios, que hablar de Dios. Por tanto, os propongo celebrar la Trinidad tomándonos tiempo para contemplar su presencia entre nosotros, sus maravillas, su obra. ¿Y cómo podemos contemplar las obras que Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- realiza? Empecemos por las lecturas que acabamos de escuchar.

En la primera, en el libro del Éxodo, el Señor se presenta a Moisés, y lo hace llamándose por su nombre: «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Éste es su nombre. En la segunda lectura, San Pablo, escribiendo a los Corintios, no tiene dudas y habla de un Dios de amor y de paz, de un Dios que, en la gracia ofrecida por el Hijo, en el amor compartido del Padre y en la comunión otorgada por el Espíritu se convierte en bendición. Finalmente, el Evangelio pone un punto definitivo, por si quedaba alguna duda: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito”.

Dios envió a su Hijo para que la humanidad dejara de creer en un Dios inalcanzable y terrible y empezara a creer en ese Dios que, desde el primer momento, cuando nada era, nada existía, quiso que la vida fuera y estuviera en eterno acontecer, nunca igual, nunca repetitiva, nunca estancada. Dios envió a su Hijo para que recordáramos que su nombre y su rostro son misericordia, amor, ternura, fidelidad.

Porque el Dios de la Biblia es un Dios cercano, no sólo filosófico y “todo Otro”. Es un Dios que es Padre, que ha querido acercarse a nosotros y ha entrado en nuestra historia, que nos conoce y que nos ama. Un Dios que es Hijo, que se ha hecho nuestro hermano, ha querido recorrer nuestro camino y se ha entregado por nuestra salvación. Un Dios que es Espíritu y quiere llenarnos en todo momento de su fuerza y su vida.

A la luz de la Palabra que la liturgia nos ha ofrecido hoy, ¿cómo contemplar, pues, su presencia entre nosotros, sus maravillas, su obra? Dios tiene que ver con el amor, con la belleza, con la fidelidad, con la vida en todas sus transformaciones, con lo inacabado, lo indeterminado, lo dinámico.

Así que hoy tomémonos un tiempo para contemplar lo que tiene que ver en nuestras vidas con todo esto. Porque donde hay amor, belleza, vida, fidelidad, autenticidad, ahí está Dios. Y no un Dios monolítico, sino un Dios plural; no un Dios lejano, sino un Dios cercano; no un Dios inamovible, sino un Dios en movimiento eterno, porque esto es el amor.

Hermanos y hermanas, hoy no es un día para intentar explicar el misterio de la Trinidad, sino de recordar cómo Dios ha actuado y sigue actuando en nuestro bien, y cómo toda nuestra vida está marcada y orientada por su amor. Hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y así tenemos la posibilidad concreta de realizar entre nosotros la santa y bella comunión que hace de nuestra vida una fiesta.

San Pablo nos exhorta a vivir y manifestar esta alegría: “Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros”. Éste debe ser nuestro testimonio del Dios Trinidad, que nos ama y nos llena de su propio amor, para que lo vivamos en este mundo tan necesitado de Dios.

Abadia de MontserratLa Santísima Trinidad (4 de junio de 2023)

Domingo de Pentecostés (28 de mayo de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (28 de mayo de 2023)

Hechos de los Apóstoles 2:1-11 / 1 Corintios 12:3b-7.12-13 / Juan 20:19-23

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡el Espíritu Santo tiene una lógica que se nos escapa! Observamos cómo va apareciendo siempre y por todas partes: Desde la Creación del mundo hasta la Encarnación. Jesús mismo lo promete en la última cena, en el Evangelio de hoy hemos leído cómo es dado a los discípulos el mismo día de Pascua, y cómo después vuelve a venir sobre un grupo mucho mayor y más internacional en el día de Pentecostés. Decimos que está en el Padre y en el Hijo, y también en nosotros, decimos que hoy vendrá especialmente sobre quienes se confirmen. San León lo llamaba abundancia de manifestaciones. ¡Pero quizás ya está bien que del misterio de Dios haya algo, que nos cueste sistematizar, poner en un esquema y definir! Ésta es la gran riqueza del Espíritu Santo, ser la libertad de Dios, esa libertad que se nos escapa.

Como veis, he empezado diciendo muchas cosas. Quizá sea uno de nuestros defectos con el Espíritu Santo: hablar mucho y escuchar poco. Expresar esto al empezar una homilía cuando de hecho tendré que hablar unos diez minutos seguidos no es que sea lo más coherente… Espero que él, el Espíritu haga más que yo y os hable e inspire a cada uno de vosotros.

Cuando la comunidad cristiana se reúne para celebrar la eucaristía siempre hace memoria, siempre recuerda. Todos tenemos presente que, en el corazón de la misa, en el momento de la consagración repetimos las palabras de Jesús «Haced esto, para celebrar mi memorial». En otros muchos momentos también recordamos los hechos y las ideas importantes de nuestra fe. Lo hacemos especialmente en las lecturas. El Espíritu Santo en esta libertad nos recuerda que lo que celebramos no es sólo un ejercicio de memoria de nuestras raíces creyentes, de identidad colectiva, una exhortación moral del predicador, con una música muy bonita, sino que estamos realmente confesando y creyendo que Dios está aquí con nosotros, esta mañana de primavera.

Y como celebramos un sacramento, decimos que estamos haciendo algo que no sólo recuerda, sino que es eficaz, que significa que tiene efecto, que cambia, que transforma. Si esto siempre es verdad en cada eucaristía, al celebrar hoy también el sacramento de la confirmación por algunos escolanes y hermanas de escolanes, todavía lo podemos vivir mucho más intensamente. La confirmación es el sacramento del Espíritu Santo, por eso es tan adecuado y nos ayuda a vivir la fiesta de Pentecostés pudiendo celebrarlo en esta misa conventual.

Las lecturas de hoy nos hablan de Espíritu Santo enviado por Dios y por Jesucristo. Quisiera comentar tres puntos sobre el Espíritu: su discreción, su capacidad de transformación y su libertad.

El Espíritu Santo es normalmente la discreción de Dios. No sabemos que realmente haya vuelto a pasar algo como lo que leíamos en los Hechos de los Apóstoles, que de discreto no tuvo nada. No debería ser una reunión muy distinta a la nuestra. Por la cantidad de personas de sitios diferentes, por las lenguas que hablaban podemos deducir que eran muchos y diversos, como nosotros hoy. En nuestras celebraciones, El Espíritu Santo, que puede hacer lo que quiera, viene normalmente con discreción, en medio de nuestra liturgia, en nuestros corazones, no como ese día de Pentecostés. Pero el efecto es el mismo: Nos constituye en una única comunidad y nos da la fuerza del Señor resucitado. Ese momento inicial, nos ha dejado de hecho la seguridad de que cuando le invocamos como Iglesia creyente, viene a ayudarnos. Por eso hoy, delegado por el sr. Obispo de San Feliu, que es a quien correspondería esta invocación del Espíritu sobre quienes se confirman, reunidos en comunidad tal y como se reunían los discípulos en los primeros días después de la muerte y la resurrección de Jesús, podemos orar y estar ciertos que el Santo Espíritu de Dios viene sobre vosotros: Bet, Isona, Rita, Arnau, Quim, Jacob, Miquel, Oriol, Blai, Gerard, Eric, Jan, Jaume, Roger, Xavier, David i Albert Y también lo hace con discreción, gestos y palabras que la tradición nos ha ido transmitiendo. Esta discreción no significa ni poca importancia ni poca efectividad… Al revés: entramos aquí en el ámbito de lo eficaz aunque no se ve, ¡cómo son la gran mayoría de las cosas y de los cambios, tranquilos y lentos! 

Las lecturas de hoy también nos hablan de la capacidad que tiene el Espíritu de transformar, cambiar, convertir. Los discípulos de la primera lectura se convierten. Podemos pensar que estaban en una celebración algo triste, donde muchos no entendían lo que se decía. Eran judíos piadosos, había fe y convencimiento, pero quizá carecían de comprensión, alegría y comunión. La irrupción de este viento violento, de estas lenguas de fuego, da de inmediato un sentido mucho más fuerte de unidad, a pesar del respeto a cada uno. Todo el mundo se entiende. Y de ahí nace todo de lo que carecían, especialmente la alegría de cantar las maravillas de Dios y una gran fuerza para proclamar el evangelio y la buena nueva de Jesucristo, resucitado.

¿Qué nos enseña hoy ese poder transformador del Espíritu Santo? Nos dice que todos somos capaces de cambiar. Que la realidad a pesar de parecernos a veces triste, apagada, vacía, puede reavivarse. Nos dice que esta conversión personal es el fundamento de cualquier otra transformación social que quiera acercar el mundo a la realidad de la paz y de la justicia que es el Reino de Dios. Una realidad colectiva que nunca podemos olvidar. En este texto que hemos cantado y que se llama la Secuencia le pedíamos que lavara lo que está sucio y que curara todo lo que está enfermo. ¡Incluso le pedimos que riegue lo que está seco! ¿Qué actual, no?

A vosotros que os confirmáis, el Espíritu Santo puede realmente transformaros y ayudaros a vivir mejor como cristianos. Acabada la homilía responderéis a unas preguntas y haréis unos compromisos que no son ninguna broma. Todos los que nos hemos confirmado sabemos que son el principio de un camino personal de transformación que dura toda la vida. Es el camino que va de las dudas a la fe y del egoísmo al amor. Y la experiencia nos hace conscientes de que recibimos el Espíritu Santo para poder seguir caminando siempre en la confianza que avanzaremos en el sentido de lo que prometemos. Pero necesitaréis recordarlo y esforzaros. Por eso ser testigos de esta confirmación hoy es para todos nosotros recuerdo agradecido y comprometido del don del Espíritu Santo.

Por último, he dicho que el Espíritu Santo es la libertad de Dios. Sabiendo algo de historia del pensamiento cristiano, encontraríamos que siempre ha sido el inspirador de cambios y reformas. Nos hace falta dejar que nos guíe para saber qué debemos hacer, una tarea que sólo podemos hacer cada uno de nosotros. La libertad del Espíritu Santo sólo podía hacernos libres también a nosotros. Fijaos que, en el Evangelio de hoy, el día de su misma resurrección, Jesús dio el Espíritu Santo y justo después dio a los discípulos la posibilidad, pero también la libertad de perdonar los pecados: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. El Espíritu Santo no es un algoritmo que nos programa como la Inteligencia Artificial para que todo funcione automáticamente. El Espíritu Santo respeta profundamente lo que nosotros decidimos hacer, entendiendo bien que no todo le da igual. Por eso hoy, todos los que se confirmen, recibirán el Espíritu de libertad y libremente se comprometerán en este camino de fe, que vosotros mismos o vuestros padres y madres escogieron para vosotros en el bautismo y diréis dos cosas especialmente bonitas e interesantes: que deseáis ser imitadores de Jesús y que confiaréis en Dios en cualquier circunstancia de la vida. Ojalá que el recuerdo de este día os ayude siempre. Y que todos los demás escolanes que han hecho la confirmación o la hará algún día viváis siempre con este buen propósito.

La eucaristía es para todos un don del Espíritu Santo que transforma los dones en el cuerpo y sangre de Cristo para alimentarnos y hacernos vivir en cada celebración el gozo de la unidad. En esta unidad eucarística estamos contentos de acoger a Joan (Esteban Galmés) que participará por primera vez. Joan, que también tú, puedas avanzar por el camino de la fe junto a Jesús, de quien estarás a partir de ahora mucho más cerca, como todos nosotros, cada vez que lo recibas en su cuerpo y su sangre.

Abadia de MontserratDomingo de Pentecostés (28 de mayo de 2023)

La Ascensión del Señor (21 de mayo de 2023)

Homilía de Mns. David Abadias, obispo auxiliar de Barcelona (21 de mayo de 2023)

Hechos de los Apóstoles 1:1-11 / Efesios 1:17-23 / Mateo 28:16-20

 

Quisiera empezar, ante todo, agradeciendo al P. Abad y a la Comunidad de Montserrat su invitación a compartir hoy con ellos, y con vosotros, la Eucaristía de este domingo, fiesta de la Ascensión del Señor. Montserrat, que en muchos sentidos la podemos llamar la parroquia de Cataluña, donde tantas comunidades cristianas y tantas personas se encuentran y celebran la fe, a los pies de María, en el gozo de esta naturaleza que nos rodea, y como en la escucha atenta de la Palabra y la feliz participación en la Mesa de la vida. Agradezco de corazón el poder estar hoy aquí con vosotros.

Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión del Señor: en la primera lectura hemos escuchado el relato de los Hechos de los Apóstoles donde se nos explica cómo Cristo “a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista.” (Hch 1 :9). En el Evangelio de Juan, Jesús hablando con Nicodemo nos dice: no podía subir al cielo sino aquél que bajó (cf. Juan 3:13). Y éste es el punto clave que hoy querría profundizar con vosotros. Ese movimiento -este subir, ese bajar- ese movimiento trinitario. Este dinamismo del Amor. Porque el amor es dinámico, el amor nunca se queda quieto. 

El Amor vino a nosotros, bajó del cielo, se encarnó, se hizo hombre como nosotros. Vino a nosotros, para que nosotros lo conociéramos. Esa kenosis, ese “abajamiento” es un acto de amor. Viene a nosotros porque nos ama. San Juan nos lo resume perfectamente en su primera carta: Dios nos ha amado primero (1 Juan 4:19). Dios viene a nosotros por amor. El corazón de la Trinidad se mueve hacia nosotros por Amor.

Y por ese mismo amor, Cristo nos abre el camino hacia el Padre. Él, el primero de todos, sube al cielo, abriendo ese camino: yo soy el camino, la verdad, la vida; nadie llega al Padre si no va por mí (Juan 14:6).

Por tanto, hoy contemplamos el dinamismo del Amor, que viene a nosotros, que nos lleva hacia el Padre.

Es un movimiento que se convierte también en una catequesis, una enseñanza para nosotros: Dios nos sale al encuentro por amor, y que por amor nos muestra el camino, nos invita también a nosotros a vivir ese dinamismo en nuestro corazón, este salir al encuentro del otro, éste ir al encuentro del otro por amor.

Nuestro corazón debería vivir esa misma fuerza; debería hacerlo en las palabras, en las acciones y en los sentimientos, en todo deberíamos conseguir que el motor de nuestra vida fuera el dinamismo del amor. Es, en definitiva, el mandamiento que Jesús nos da a nosotros, sus discípulos: amaos tal como yo os he amado (Juan 13:34). Nos pide que amemos con su mismo amor. No con un amor fraccionado, condicionado, receloso, no… El Señor nos pide que el amor con que Él nos ama a nosotros, que nos mueva el mismo amor que le ha movido y le mueve a Él. No habla de actos de amor aislados, sino de un amor que todo lo une y perfecciona. Un amor que desde las entrañas nos configura.

La vida del cristiano no debe ser diferente a la de Cristo: el discípulo debe hacer como el maestro. En la primera lectura hemos escuchado cómo los ángeles preguntan y también nos preguntan a veces a nosotros qué hace aquí parados, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hechos 1: 10). Si Dios es dinámico, nosotros también estamos llamados a serlo. El cristiano no se queda quieto, ¡no se distrae! El cristiano está llamado a vivir ese mismo dinamismo del amor que le hace salir al encuentro del Padre y que le hace ir al encuentro de los hermanos.

Cristo nos invita a hacer del amor a Dios y a los hermanos el motor de nuestra vida. Es en el fondo, lo mismo de siempre, ya desde la antigüedad: Ama al Señor a tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el pensamiento (Deuteronomio 6:4), y ama a los demás como a ti mismo (Levítico 19:18; Mateo 22:37).

Se nos pide pues un corazón que se levanta hacia Dios y que a su vez va junto a los hermanos, abajándose hasta donde convenga, y especialmente con los que más lo necesitan. Pero he aquí, y esto lo sabemos todos por experiencia, que este movimiento del corazón es difícil, muy difícil, incluso a veces parece imposible. Sí buscamos amar, al Señor y a los hermanos, sí que lo hacemos sinceramente: hoy tenemos el gozo de algunos hermanos que celebran sus aniversarios de matrimonio. Lo hacemos sinceramente, lo hacemos con todas las fuerzas, lo mejor que sabemos, pero todos por experiencia sabemos que nuestro amor es fraccionado, es frágil, es débil, e incluso a veces sin quererlo, porque no amamos bien, nos hacemos daño unos a otros. Nos podría venir la duda, lo escuchábamos en las lecturas que algunos dudaban, de si sabremos alguna vez amar así, y posiblemente la respuesta más sincera y honesta es que no sabemos amar así. Mejor dicho: no sabemos amar así SOLOS. No podemos amar así SOLOS. No podemos hacer del amor el motor de nuestra vida SOLOS. SOLOS no podemos.

Y es ahora, cuando de nuevo escuchamos la voz de Cristo que nos dice: a los hombres les es imposible, pero a Dios no, porque Dios puede todo (Marcos 10:27). Y continúa el maestro diciéndonos: “Yo os enviaré al Defensor, el Espíritu Santo, y Él se lo hará entender” (Juan 14:26), “un Defensor que se quedará con vosotros para siempre” (Juan 14:16).

Lo escuchábamos también en la primera lectura: “vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:5).

Ésta es el punto clave: el dinamismo del Amor sólo podrá ser real en nosotros -a pesar de nuestras limitaciones y debilidades-, si acogemos en el corazón al Espíritu Santo. Sólo la presencia del Espíritu en nosotros puede hacer del Amor auténtico motor de nuestros corazones. Sólo con Él, desde Él puedo amar de verdad, perdonar de verdad, servir al hermano de verdad.

Jesucristo que nos lo ha dado todo: nos ha dado sus palabras, sus acciones, los milagros, su persona, su Cuerpo, su Sangre; ahora nos da también su Espíritu para que de verdad podamos amar como Él nos ama, y podamos de verdad entrar en la comunión trinitaria.

Y así, realmente, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bautizar este mundo con el agua viva del Amor, que comienza brotando en nuestros corazones, como una fuente de agua viva, y que desde estos corazones se irradia y comunica al corazón de la humanidad entera.

Ésta es nuestra misión. Creer en este Amor, entrar en el dinamismo de ese Amor, hacerlo real acogiendo el Espíritu de Cristo en nosotros; y así, -con generosidad, con humildad, con profunda y auténtica alegría- ser testigos suyos: en Jerusalén, en todo el país de los judíos, en Samaría y hasta los límites más lejanos de la tierra.

Pidamos, hoy a las puertas de Pentecostés, el don del Espíritu, pero pidámoslo también cada día, para poder amar de verdad, tal como Cristo nos ama.

Hagamos nuestra la oración de Pablo a los efesios: Ruego al Dios de nuestro Señor Jesucristo, que nos conceda los dones espirituales de una comprensión profunda, para que conozcamos a qué esperanza nos ha llamado, qué riquezas nos tiene reservadas. Y que conozcamos la grandeza inmensa del poder que obra en nosotros, los creyentes, quiero decir, la eficacia de su fuerza (cf. Efesis 1:17-19).

Y yo me atrevo a añadir: una fuerza que tiene un nombre: el AMOR. La fuerza más poderosa que jamás ha conocido el universo. ¿Dejarás que sea el motor de tu corazón?

Que María, Madre de Dios de Montserrat, Madre del Amor, de la Fe y de la Esperanza, nos abra el corazón a la fuerza del Espíritu Santo, nos ayude como Ella a decir Sí al proyecto de Dios en nosotros, y como Ella, que sepamos ser instrumentos de su Gracia, portadores de Cristo en nuestro mundo, para cantar cada día las maravillas que Él ha obrado en nosotros.

 

 

 

 

Abadia de MontserratLa Ascensión del Señor (21 de mayo de 2023)

Domingo VI de Pascua (14 de mayo de 2023)

Homilía del P. Ignasi M. Fossas (14 de mayo de 2023)

Hechos de los Apóstoles 8:5-8.14-17 / 1 Pedro 3:15-18 / Juan 14:15-21

 

Oración colecta: Dios todopoderoso, concédenos continuar celebrando con intenso fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos.

El texto de la oración colecta de este domingo apunta a un aspecto central de ser cristianos: me refiero a la manifestación en nuestra vida de la fe que profesamos. Pedimos a Dios que nos conceda celebrar con fervor el tiempo pascual, estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, para que eso que es el contenido de la fe se manifieste en nuestra manera de vivir, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos.

Hay que tener presente que el verbo recordar remite a un verbo que en hebreo significa que lo que se recuerda también se hace presente, es decir que no se trata de un recuerdo pasado, de la evocación de un hecho que ya no volverá más, sino que se refiere a hacer memoria de un hecho, en este caso de la pasión, muerte, resurrección y ascensión del Señor Jesús, que por la acción del Espíritu Santo se vuelve presente y eficaz hoy y aquí, por a cada uno de nosotros.

La participación en la redención que nos viene de Jesucristo por obra del Espíritu, comporta el comienzo de una nueva vida. En la resurrección de Cristo, Dios, nos ha creado de nuevo para la vida eterna, leíamos en la oración colecta del pasado martes (V del tiempo pascual).

Llegamos así al elemento central que comentaba al principio: la manifestación en nuestra vida de la fe que profesamos. La oración dice: que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos.

Por tanto, lo que debe expresarse en nuestra manera de vivir, lo que debemos predicar con las obras, es el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, o sea, su pasión, muerte, resurrección y ascensión, con el don del Espíritu Santo asociado a él, para nuestra salvación y la de toda la humanidad.

En la primera lectura veíamos un ejemplo de ello en la persona del diácono Felipe, uno de los primeros discípulos. El libro de los Hechos de los Apóstoles dice que Felipe predicaba y hacía prodigios: los espíritus malignos salían de muchos poseídos (…) muchos inválidos o paralíticos recobraban la salud, y la gente de aquella región se alegró mucho. Podemos identificar ya algunos rasgos característicos del vivir cristiano: la predicación con la palabra, es decir: anunciar a Jesús de Nazaret Dios y Hombre, salvador y redentor, Hijo de Dios e Hijo de María; el restablecimiento, la curación, el llevar la salud a quienes están enfermos, y finalmente la alegría, la alegría verdadera.

En la segunda lectura, san Pedro exhorta a los primeros cristianos a estar dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, Es una forma de concretar la predicación con la palabra. Pero con delicadeza y con respeto. En otro fragmento que también podría leerse hoy, el propio autor de la primera carta de san Pedro hace referencia a otro aspecto de la vida cristiana: se trata del sufrimiento. Dice: Queridos, alegraos de poder compartir los sufrimientos de Cristo (…) Felices vosotros si alguien os reprocha el nombre de cristianos. Tener que afrontar dificultades y contradicciones por el hecho de ser cristianos, como ocurre hoy todavía a muchos de nuestros hermanos en la fe en todo el mundo, no debe avergonzarnos ni de desanimar ni de entristecer, al contrario, porque cuando ocurre esto significa que el Espíritu de la gloria que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros (son palabras de la 1ª carta de St. Pedro).

En el evangelio según san Juan, Jesús mismo hace referencia a dos realidades más que manifiestan en nuestra vida su misterio de salvación. Uno consiste en guardar o tener los mandamientos de Cristo, que son los mandamientos del Decálogo perfeccionados con las Bienaventuranzas, vividos por amor a Cristo presente en el prójimo. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama El otro se refiere a la gloria de Dios. Ellos (sus discípulos, dice Jesús) son mi gloria. Y por eso, cuando vivimos la vida nueva que nos viene por la resurrección de Cristo, damos gloria a Dios.

Toda la vida cristiana se convierte, por obra del Espíritu Santo, en un canto de alabanza al Creador y Redentor de la humanidad. Cuando nos reunimos en la iglesia para celebrar los sacramentos o para orar juntos el Oficio Divino, cuando predicamos a Jesús resucitado, cuando hacemos el bien, llevando vida, consuelo, ayuda y salud a los demás, cuando nos toque sufrir porque somos cristianos, cuando vivimos todo esto, glorificamos a Dios junto con Cristo, y nos preparamos para recibir el don de la vida eterna. Y la vida eterna es que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y aquel que tu has enviado, Jesús, el Mesías.

 

 

 

 

Abadia de MontserratDomingo VI de Pascua (14 de mayo de 2023)

Domingo V de Pascua (7 de mayo de 2023)

Homilía del P. Lluís Planas (7 de mayo de 2023)

Hechos dels Apóstoles 6:1-7 / 1 Pedro 2:4-9 / Juan 14:1-12

 

Desde el domingo de Pascua en el que celebrábamos con gozo que Jesús está vivo, hemos ido, descubriendo cada domingo que el mensaje de Jesús que dieron a sus discípulos, también es un mensaje para cada uno de nosotros. Por tanto, no es mirar un pasado, sino escuchar el evangelio como el hecho que nos afecta a todos ahora. Por eso, cuando hemos escuchado el evangelio de hoy, no hemos escuchado unas palabras que el evangelista Juan nos las sitúan en la última cena, sino que son unas palabras que, escuchadas desde la perspectiva de la pascua, hoy están vigentes.

Si miramos a nuestro entorno, cuando la experiencia religiosa está cada vez más ausente, podemos tener la sensación de que estamos muy solos, y de que Jesús nos dice adiós. Todo un trastorno. Pero también Él nos ha transmitido, desde el bautismo que recibió de Juan, sintió que era profundamente amado por el Padre: «Éste es mi Hijo, el amado». Y hemos aprendido de Él que también cada uno de nosotros es amado por Dios. Y hoy cuando nos ha dicho: «Que vuestros corazones se serenen» debemos escucharle, desde esta perspectiva, con amor incondicional. Quiere que su experiencia en el amor sea la nuestra. A pesar de que quizás nuestro entorno vive muy alejado de esta profunda experiencia, también nos ha dicho que no nos desanimemos en la experiencia de soledad y de incomprensión: «Confiad en Dios, confiad también en mi». Cuán importante debía ser, ya en los primeros tiempos de la Iglesia, recordar profundamente estas palabras; sobre todo cuando algunos ya habían experimentado el desprecio de la persecución, y ahora quizás experimentamos la indiferencia o la bromita, o la burla, sobre lo que creemos y los valores que consideramos importantes. Nosotros debemos vivir intensamente este sentirnos queridos, hasta el final. Porque nos ha dicho que: «en casa mi Padre hay sitio para todos» y Jesús nos prepara la estancia con Él. Mejor dicho, con Él y el Padre. Así, con qué fuerza ahora resuena en nuestro interior escuchar: «os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros». 

Tomás y Felipe le hacen dos preguntas, y fijémonos que se las han hecho en este contexto de comunión como es compartiendo la comida de la última cena impregnada de la comunión de amor; como nosotros lo podemos vivir. Porque la eucaristía que celebramos hacemos memoria de la última cena. Tomás que ha oído que Jesús utilizaba la imagen del camino, le pregunta por el itinerario, ¿cómo se va? La respuesta de Jesús cuando le dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» no se refiere a un itinerario, sino a una identificación; no es algo fuera de mí, sino que «yo soy el camino». Es la misma persona, es la experiencia transmitida de sentirse amado, y aún de poder vivir: yo soy el amor. Éste es el camino-experiencia que Jesús se esfuerza por transmitir a los primeros discípulos y es el que nos transmite ahora a nosotros.

También ha utilizado la palabra «verdad». En el mundo bíblico, el concepto verdad no es una idea, sino una realidad que se hace, que se realiza, que se pone en práctica. Cuando dice que es verdad, significa que es presencia. De ahí que la experiencia del amor, es la experiencia de Dios. Algunos utilizan, en vez de la palabra verdad, la palabra fidelidad en el sentido de que el amor de Dios hacia los hombres y las mujeres es desde siempre y para siempre. Y esto es lo que pudieron vivir los discípulos en comunión con Jesús.

Parece que la pregunta de Felipe es más práctica: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Pero haciendo esta pregunta desviaba el sentido central e indispensable que tiene Jesús para los discípulos. Por eso la respuesta de Jesús es: «Quien me ve a mí, ha visto al Padre». Este ver no es algo externo a la persona, sino que la palabra “ver” la podemos sustituir por creer, que significa fiarte, confiar radicalmente. En el evangelio de San Juan nos demuestra que no hay cosa más real, más verdadera y más fiel, que el amor, porque el amor pide una estrecha relación que toma toda vida, una comunión profunda, un vínculo inquebrantable. No hay prejuicios, sino incondicionalidad. Ésta es la relación de Jesús con el Padre. E insiste Jesús con una respuesta que no se dirige a Felipe, sino a todos los discípulos, cuando dice: «Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí».

También estamos; con este plural: creedme, estamos incluidos todos nosotros en la experiencia del amor de Dios. Digámoslo una vez más: somos amados por Dios. Jesús es nuestro maestro. Y ésta debe ser nuestra verdad, nuestra fidelidad. Seguramente que si miramos nuestro interior sentiremos que estamos lejos, a veces, de vivirlo así. Es nuestra limitación, nuestra pobreza. Y, sin embargo, el amor incondicional de Dios, por Jesucristo nos dice: yo creo en ti, me fío de ti. Te quiero vivo, porque no deja de decirnos: «Quien cree en mí, también hará las obras que yo hago» Un reto, un compromiso, la propuesta para ser feliz y hacer feliz. ¡Qué gozo, qué consuelo, qué maravilla podemos vivir!

 

Abadia de MontserratDomingo V de Pascua (7 de mayo de 2023)

Domingo IV de Pascua (30 de abril de 2023)

Homilía del P. Bonifaci Tordera (30 de abril de 2023)

Hechos dels Apòstols 2:14a.36-41 / 1 Pedro 2:20b-25 / Juan 10:1-10

 

Ante el asombro de los judíos presentes en Jerusalén, al oír que los discípulos de Cristo hablaban en diversas lenguas, Pedro les explica lo que significaba aquel fenómeno. Y lo hace, citando salmos de la Escritura, que ya predecían lo que estaban viendo.

Y, para animarlos a la conversión, afirma que ya lo anunciaba el Salmo 109: “Dice el Señor a mi Señor, siéntate a mi derecha”, y también el Salmo 16, que dice:” No dejarás que el tu santo conozca la corrupción”. Y es esto lo que sucedió a Jesús, que Dios le ensalzó a su derecha, y ahora, no hay otro nombre en el que exista la salvación. Y ahora nos ha derramado su Espíritu.

En estas palabras tenemos resumida toda la argumentación de la predicación apostólica, apoyada en la Escritura. Y esto puede sorprendernos a nosotros, acostumbrados a usar argumentos racionales. Pero es necesario saber que, para la tradición judía, en las afirmaciones de la fe tienen prioridad los argumentos de la tradición revelada, aceptada como Palabra de Dios. Y así lo encontraremos en todas las páginas del Evangelio, donde el mismo Jesús argumenta siempre con textos de la Escritura, sea en las tentaciones en el desierto, o en respuesta a la sinagoga de Nazaret, y en las argumentaciones en las polémicas con los judíos.

Hoy encontramos un tema, que sirve de base a la predicación: La puerta del corral. Primero dice que, quien entra por la puerta es el pastor, mientras que quien entra por otro lugar, es ladrón o bandolero. Las ovejas sólo reconocen la voz del pastor, porque éste les habla un lenguaje conocido: las Escrituras. Y, todavía, hace Jesús una afirmación más atrevida: «Yo soy la puerta».

Es decir, yo soy la verdadera interpretación de la Escritura. Los predicadores anteriores, no lo eran. Sólo he venido a completar la Ley, a descubrir toda la profundidad y la verdad, que no es otra que la voluntad de Dios. Antes de mí habían cosificado la Ley, se habían quedado en la corteza. Habían cargado pesos pesados que nadie podía soportar. Yo, en cambio, he venido a liberaros. Vengo a deciros que mi carga es ligera y os hace libres. Porque el amor, que es el corazón de la Ley, os hace actuar libremente, no os hace siervos, sino hijos. Y esto es agradable, pero mucho más exigente que cumplir unas normas. De ahí que, los anteriores que os predicaban antes, eran ladrones y bandoleros, a los que no importaban las ovejas, y les arrebataban la vida, las hacían esclavas. Yo, en cambio, os hago libres, porque os llevo a prados deliciosos, y al reposo junto al agua, donde yo os doy la vida. Porque sólo el que ama tiene vida plena, y ésta es la que yo le doy. Pero, así como yo he dado la vida por amor, libremente, así también, el que me siga debe estar dispuesto a cargar su cruz ya dar también la vida por mí, para que la salve. Tal como yo he dado la vida, y el Padre me ha resucitado, y me ha ensalzado a su derecha, y me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. He entregado mi cuerpo mortal, pero he recibido uno inmortal, he dejado la tierra, pero he ganado el cielo, era como huérfano en este mundo, y ahora he recibido el título de Hijo amado, y me he sentado en el trono, a su derecha.

Ahora, he sido constituido la piedra fundamental de un edificio, y todo aquel que se una a mí, formará un edificio espiritual, un templo del Espíritu, la morada de Dios, donde Dios será glorificado.

Felices, pues, quienes siguen la voz del Buen Pastor, porque él los conducirá a las fuentes del agua de la vida eterna.

 

Abadia de MontserratDomingo IV de Pascua (30 de abril de 2023)

Solemnidad de la Virgen de Montserrat (27 de abril de 2023)

Homilía de Mns. Agustí Cortés, Obispo de la diócesis de Sant Feliu de Llobregat (27 de abril de 2023)

Hechos de los Apóstoles 1:12-14 / Efesios 1:3-6.11-12 / Lucas 1:39-47

 

Estimados hermanos obispos. P. Abad, monjes de la comunidad. Presbíteros, religiosos y religiosas. Hermanos todos, reunidos aquí atraídos por la fe y el cariño a la Virgen

Nuestra celebración hoy en Montserrat tiene motivos específicos y valiosos. Llevamos en el corazón nuestra vida particular, la vida de la Iglesia y la vida de Cataluña, para alabar a Dios que nos hace un regalo tan preciado en su Madre y para revivir las vicisitudes de nuestra existencia ante su mirada.

Pero junto a la solemnidad de hoy que añade motivos propios, nos preguntamos qué nos motiva venir a Montserrat. A menudo venimos cargados con nuestra mochila llena de necesidades, que se traducen en plegarias de petición a la Virgen. Esto es plenamente legítimo: somos contingentes y limitados y tratamos a la Virgen también como nuestra madre. Sabemos que Ella nos comprende y merece a nuestros ojos toda nuestra confianza.

Pero al mismo tiempo intuimos que un hijo no puede limitar su trato con la madre a la satisfacción de sus necesidades. Hace un tiempo una señora se me quejaba de que le había pedido insistentemente a la Virgen María un determinado favor para su hijo y la Virgen María no le había hecho caso. Espontáneamente, sin pensarlo demasiado, le respondí: ¿ha pensado qué le puede pedir ella a usted?, ¿qué quiere decirle?, ¿qué palabra tendrá ella para usted? Siguió un silencio lleno de dudas.

Conviene que vengamos a Montserrat con los ojos bien dispuestos a la contemplación y las orejas bien abiertas para escuchar. Y un corazón franco para acoger el testimonio que nos llega de la Virgen.

Por eso, debemos mirar el fondo de nuestra imagen de la Virgen. ¿Quién es pues María para nosotros? ¿Qué significa para la nuestra la Iglesia? ¿Y para nuestro pueblo?

Quizás todo responde sólo a una devoción o una piedad afectiva y sensible, a una necesidad de intercesión o a un compromiso de imitación moral de sus virtudes. Quizás también con estos sentimientos se mezclen otros, como el gusto por la tradición y la conciencia de pueblo. Sin embargo, hoy es oportuno que nos acerquemos a la Virgen María en tanto que miembros del Pueblo de Dios, fieles que llevamos en el corazón las vicisitudes de una Iglesia en un momento histórico no fácil.

La tradición más antigua, los Santos Padres y el propio Nuevo Testamento, mantenía bien vivo el vínculo con María y la Iglesia. María, la Madre de Jesús, es la Iglesia perfectamente realizada, el paradigma de la Iglesia, la Iglesia más pura. Ella es la primera discípula, el primer miembro del Pueblo de Dios, y está ahí en medio, garantizando a la Iglesia su autenticidad, su verdadero rostro.

Volver a esta verdad de nuestra fe viene exigido por el momento en que vivimos como Iglesia: necesitamos recuperar justamente lo que somos. Resulta, por eso, bien oportuno el lema que ha escogido la Cofradía de la Virgen de Montserrat para orientar la peregrinación a Roma con motivo de los 800 años de su fundación: subrayando la dimensión eclesial de la devoción mariana, este lema dice, “Dónde se refleja nuestra Iglesia”. Así se encabezaba la oración que nació en 2007 con la proclamación del patronato especial de la Virgen María en la Diócesis de Sant Feliu de Llobregat. 

En efecto, la Virgen María es para la Iglesia un verdadero espejo. No un espejo de lo que de hecho somos como Iglesia, sino de lo que debemos ser. Ella es para nosotros un espejo perfecto, que nos devuelve siempre el rostro más auténtico de lo que somos y debemos ser.

Hay situaciones en las que parece que la Iglesia es sacudida desde afuera y desde dentro, cuando los fieles tienen la sensación de que ha desaparecido la Iglesia tal y como siempre la han visto, como si hubiera perdido su identidad. Una sensación provocada ante, por ejemplo, una variedad tan grande de estilos y modos, o ante fracasos de sistemas que siempre habían sido eficaces en la evangelización… Entonces hay que volver a la Virgen. No por qué nos dé lecciones de organización pastoral, sino porque Ella no deja de estar, cerca, testimoniando lo esencial en la Iglesia, es decir, su relación de amor con Jesucristo, como en Esposa y como Madre. Con Ella volvemos una y otra vez a Jesucristo, de quien nos viene toda luz y fuerza.

Esta recuperación del rostro mariano de la Iglesia nos permitirá recobrar dos vivencias importantes: el disfrute de ser Iglesia y la respuesta a quien no la acepta.

Hoy parece extraño que se llegue a decir que para él la Iglesia es verdadero gozo, un don de Dios que nos llena de alegría y acción de gracias. Estamos lejos de ese entusiasmo de S. Pablo VI, que, a pesar de haber sufrido tanto en la Iglesia, le llamaba “experta en humanidad” y le dedicó el mejor cántico de alabanza. Justamente una de las razones de ese entusiasmo eclesial era que, para él, fiel a la tradición y al Concilio Vaticano II, la Iglesia siempre contenía en su seno a la Virgen.

Vernos en María como Iglesia nos permite recuperar la alegría de ser miembros suyos, si nunca nuestros pecados la han adulterado. Porque ella no está afuera de nuestro pueblo, sino más bien en medio de él, prestándonos lo que nos falta y soportando nuestras cargas.

Por otra parte, a veces encontramos a alguien que no sabe, no entiende, o no cree en la Iglesia, incluso contraponiéndola a Jesucristo, como un factor que impide acceder a Él. Entonces no tendremos otra imagen mejor que ofrecer de la Iglesia que su rostro mariano, el de esposa de Cristo, creyente y amante. Bien entendido que no es necesario poseer el carisma de la visión mística (como el P. Francesc Palau) para contemplar y vivir esta imagen. Basta con una mirada atenta y orante que se traduzca en una vivencia concreta.

Eso sí: quien sabe cómo María se convirtió en Madre de Jesús, tendrá que hacer algo parecido, en la medida de sus posibilidades. Me refiero a ese momento en el que María se vio ante Dios y, consciente de su pobreza, hizo de sí misma una verdadera ofrenda, un acto profundo de donación y disponibilidad.

Estamos ante el misterio que ilumina a nuestro ser más profundo de Iglesia. El misterio que hemos visto a lo largo de la historia: Dios siempre ha buscado el lugar y el espacio humanos adecuados para hacerse presente en la humanidad y utilizarlos como instrumento de salvación. Lo encontró en la humanidad humilde y disponible de María… ¿Pensamos que hoy Dios asumirá otros instrumentos de salvación más eficaces, mejor planificados, más organizados, para hacerse presente y liberar a este mundo nuestro, como parece que ¿nos piden los expertos en sociología y en estrategias?

Se entiende que no menospreciamos las aportaciones de las ciencias instrumentales en nuestra labor pastoral. Pero precisamente hoy, ante la Virgen María, llevando en el corazón la vida real de nuestra Iglesia, tenemos bien claro que todo resultará inútil si no reflejamos personal y comunitariamente lo que María hizo y vivir como sierva fiel de Dios junto al su Hijo Jesucristo: poner lo que somos, nuestra pobreza, como ofrenda a disposición de su voluntad.

Quisiéramos una Iglesia bienaventurada: la Iglesia de las Bienaventuranzas. Pero ya conocemos qué concreción hizo de ellas María. ¿Cómo podríamos proclamar las Bienaventuranzas prescindiendo del lenguaje de María en el Magnificat y de la experiencia profunda que transmite? Hoy, a los pies de la Virgen de Montserrat, deseamos recuperar lo que somos por gracia del Espíritu y, con Ella, revivir a la vez la alegría de ser Iglesia.

Virgen de Montserrat, ruega por nosotros.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de la Virgen de Montserrat (27 de abril de 2023)

Domingo III Pascua. 25 años de ordenación sacerdotal del P. Manuel Nin (23 de abril de 2023)

Homilía del Excm. y Rvm. P. Manuel Nin, Exarca apostólico para los católicos de tradición bizantina de Grècia. Obispo titular de Carcabia (23 de abril de 2023)

Hechos dels Apòstols 2:14.22b-33 / 1 Pedro 1:17-21 / Lucas 24:13-35

 

¡Cristo ha resucitado! ¡Realmente ha resucitado!

Χριστός Ανέστη! Αληθώς ανέστη!

Querido padre abad Manel, hermanos monjes y presbíteros concelebrantes, patera Petro e patera Igor de Atenas, escolanes, queridos hermanos y hermanas. 

La celebración dominical nos reúne para celebrar la Santa y Gloriosa Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Una celebración que vosotros en Occidente celebrasteis y vivisteis de manera litúrgicamente plena hace dos domingos y que nosotros en Oriente la celebramos y la vivimos hace apenas una semana. Juntos o con una semana, o dos o hasta cinco de diferencia, celebramos la resurrección del único Señor de nuestra vida, el único Señor de nuestra historia. Celebramos Aquel que fue traicionado, muerto, sepultado, y que resucitó el tercer día y ahora se sienta a la derecha del Padre.

Y en esta celebración, hemos escuchado y acogido tres lecturas de la Sagrada Escritura, las que corresponden a este tercer domingo del tiempo Pascual, que nos han hablado de ese misterio, que es el misterio central de nuestra fe. Escuchando y haciendo nuestra la Palabra de Dios, hemos sido llevados de la mano de Pedro en la primera y segunda lectura, y haciendo camino hacia Emaús en el evangelio, hemos sido llevados al encuentro con el Señor que está vivo y que hace camino con nosotros o, mejor dicho, somos nosotros que hacemos camino con Él.

En los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado la catequesis de Pedro, una catequesis muy sencilla y clara: Cristo traicionado, muerto y resucitado. Y fijaos que Pedro, su anuncio, su profesión de fe, la justifica o mejor dicho la cuenta con un salmo, el 15, un salmo ya cantado proféticamente por el propio David. ¿Y cómo termina la catequesis de Pedro? Jesús resucitado, que se sienta a la derecha del Padre y recibe el Espíritu Santo que Él mismo da, envía, derrama sobre cada uno de nosotros, sobre toda la Iglesia. La predicación, la catequesis de Pedro es muy sencilla y clara: Cristo sufriente, muerto y resucitado, que se sienta a la derecha del Padre y que envía al Espíritu Santo sobre la Iglesia.

El salmo responsorial, el salmo 15, es casi una profesión de fe por nuestra parte que lo cantamos, un salmo que nos remueve cantándolo, el anuncio de Pedro y la profecía de David: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano… Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.”. Y sigue casi un anuncio de lo que hemos vivido y vivimos como Iglesia el Sábado Santo, y el salmo se convierte en voz del mismo Cristo: “Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me abandonarás en la región de los muertos, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”. El salmo responsorial, fijaos, siempre en las celebraciones dominicales, no es una nota musical que nos “entretiene” entre una lectura y otra, sino que se convierte siempre en una respuesta orante en forma poética a lo que nos anuncia la Palabra de Dios.

La voz del apóstol Pedro ha vuelto además en la segunda lectura cuando, con voz firme nos ha recordado otro aspecto fundamental de nuestra fe cristiana: rescatados, redimidos, salvados “…con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha”. El sacrificio de Cristo, su muerte, no es el fruto de algo casual, o si desea la consecuencia de la palabra valiente de un profeta cualquiera que fue más allá de lo que podría ser “políticamente correcto”, sino que el sacrificio del Cristo, su pasión fue voluntariamente aceptada por Él mismo, por cumplir la voluntad del Padre que le ha resucitado de entre los muertos.

La lectura del Evangelio de san Lucas nos ha llevado hacia Emaús, este pueblo a once kilómetros de Jerusalén, hacia donde se encaminan dos de los discípulos después de lo que para ellos en ese momento ha sido el descalabro de la muerte del Maestro. Fijémonos en algún detalle del texto de san Lucas que, siendo buen médico y buen iconógrafo como era, hace unos análisis y una descripción gráfica, un diagnóstico casi pictórico de las situaciones, muy detalladas. Os propongo ver el texto evangélico como un icono. Del que subrayo cinco pinceladas.

Primera pincelada de san Lucas: Jesús va al encuentro de los dos caminantes; no un encuentro casual, sino un encuentro cuya iniciativa la toma el Señor mismo. Nunca y nunca nos encontramos con el Señor de manera casual, fijaos, sino que es siempre Él que de tantas maneras nos viene al encuentro, en momentos buenos y en momentos de duda, cuando caminamos o cuando sin fuerzas nos sentamos junto al camino. Tantas veces lo vivimos esto en nuestro camino como cristianos.

Segunda pincelada de san Lucas: Este hacerse presente por parte de Jesús se vuelve contacto, sacramental podríamos decir, con su pregunta -fijaos que Él siempre toma la iniciativa: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?«. Les hace una pregunta que casi les desvela de la monotonía del andar.

Sigue el tercer momento, la tercera pincelada del evangelista: el diálogo entre Jesús y los dos caminantes. Mirad: los dos viajeros narran los hechos acaecidos con todo detalle, hasta los rumores y el susto de las mujeres que hasta hablan de aparición de ángeles, del sepulcro vacío…, “pero a él, no le han visto”. Y aquí descubrimos, encontramos un aspecto fundamental de nuestra vida de fe: no se trata de verle, de ver un fantasma, sino que se trata de que Él se nos muestre, se nos haga presente. O si queréis sí que se trata de verlo, pero ¿dónde? ¿Cómo? En la comunidad cristiana, en la Iglesia que le celebra y lo vive, que nos lo da en los sacramentos, que nos lo hace encontrar anunciando y proclamando su Evangelio, que nos lo hace encontrar viviente en los Santos Dones, en los hermanos.

La cuarta pincelada del evangelista iconógrafo: la respuesta de Jesús, casi el reproche que el Señor hace a aquellos dos caminantes que pese al cansancio de los once kilómetros que deben hacer entre Jerusalén y Emaús, han intentado hacerle un resumen de lo que han vivido aquellas ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?”. No les reprocha que no hayan creído en los rumores de apariciones angélicas o en el relato de las mujeres; los reprocha y recuerda, nos reprocha y recuerda, que tienen y tenemos los profetas, la Sagrada Escritura que nos anuncian… ¿Qué? ¿Quién? Todo lo que se refería a Él.

Finalmente, la conclusión del icono de san Lucas: la manifestación, la plena manifestación de Cristo resucitado, la manifestación de su divina humanidad gloriosa. ¿Dónde? ¿Cómo? Cuando parte el pan, cuando desaparece de la vista de los discípulos y deja que sea ese pan partido y ese vino derramado que sigan haciéndolo presente. Que siga siendo su encarnación en la vida de la Iglesia que nos lo haga vivo y presente.

¿Qué ha hecho el Señor en el evangelio de hoy? Nos viene al encuentro, nos explica la Escritura, parte el pan… ¿Y? A nosotros se nos abren los ojos de la fe, a partir de nuestro bautismo, del don y la fuerza del Espíritu Santo y de la comunión en los Santos dones, a partir de todos los sacramentos que a lo largo de nuestra vida nos van configurando al mismo Cristo. ¿Y Él, el Señor? Habiendo partido el pan, ¿desaparece? ¡No! Sigue caminando con nosotros o, mejor dicho, nosotros caminamos con Él, escuchándole en la Sagrada Escritura, acogiéndolo en el Pan partido y en el Vino derramado, que nos son dados y que son y nos hacen realmente y plenamente su Cuerpo y su Sangre, y también acogiéndolo en el hermano necesitado, pobre, enfermo, que nos lo hacen presente. Sólo así comprenderemos que nuestra vida como Iglesia, todo lo que hacemos, que predicamos, que damos, tiene un único referente: Cristo traicionado, sufridor, muerto y resucitado, retomando todavía las palabras de Pedro, que son para nosotros una mistagogía en la que Pedro nos coge por la mano y nos lleva a comprender un poco más, a celebrar y a vivir nuestra fe.

Hermanos, dando siempre gracias al Señor por sus dones, por su amor fiel, permítanme hacer memoria de aquel 18 de abril de 1998, hace XXV años, cuando el P. Lluis Juanós y yo mismo, con otros hermanos en ese momento de nuestra comunidad, por don y gracia del Espíritu Santo y por la imposición de manos y la oración del entonces arzobispo metropolitano y primado de Tarragona, mons.Lluis Martínez Sistach, fuimos ordenados algunos diáconos y otros presbíteros en esta nuestra basílica de Montserrat. Después de haber recibido, unos meses antes, el don y la gracia del diaconado, el Señor, por el querer y la llamada del padre abad Sebastià M. Bardolet, nos quiso presbíteros y diáconos al servicio de nuestro monasterio y al servicio de la Iglesia, un servicio que para mí se hizo concreto durante casi 18 años en el Pontificio Colegio Griego de Roma. Una gracia sacramental que el P. Lluis ha vivido y vive generosamente en nuestro monasterio al servicio de la comunidad, de los escolanes y de los peregrinos; una gracia sacramental que, a mí, indignamente, me ha tocado y me toca vivir, con la plenitud de la ordenación episcopal recibida en 2016, con una dimensión fuerte y claramente esponsal, con mi Iglesia, al servicio de mi Iglesia que se encuentra en Grecia.

XXV años por los que dar gracias a Dios. XXV años por los que pedir perdón al Señor. Dar gracias y pedir perdón, confesar siempre su misericordia. A lo largo de estos años y de los que todavía Él quiera, el Señor ha caminado y sigue caminando a nuestro lado, y cuando la pesadumbre del camino nos agobia, Él se nos carga, como buen pastor que es, a sus espaldas y nos lleva a los prados abundantes que están, ¿dónde? En el aprisco de la Iglesia que nos pone la mesa de la Palabra y de los Santos Dones.

En este momento la alegría de quienes ahora estáis aquí presentes y el recuerdo de quienes estuvieron presentes hace XXV años y que están presentes en la memoria y en la fe, Cristo nos hace miembros de su único cuerpo, de su Iglesia extendida de Oriente a Occidente, una Iglesia Santa, Católica y Apostólica, que la anuncia en todo el mundo.

Hermanos, el III domingo de Pascua en la tradición bizantina celebramos a José de Arimatea, Nicodemo y las mujeres piadosas, las “mirróforas” -las que llevan la mirra, el perfume para ungir el cuerpo del Señor. Recordamos, celebramos aquéllos que cuidaron el cuerpo del Señor. Todos nosotros estamos llamados ciertamente a ungir el cuerpo del Señor que sigue vivo y presente en el pobre, en el enfermo, ungirlo con una palabra, un gesto de ayuda y de consuelo. Pero sobre todo estamos llamados a convertirnos todos nosotros, por el don de los sacramentos que hemos recibido y recibimos, portadores del Ungüento, del mismo Cristo Señor, y con nuestra vida ser buen perfume de Cristo para nuestros hermanos.

Confiando en la intercesión de la Virgen María, presente en Montserrat y en Pammakaristos en Atenas, con el salmista, con el mismo Cristo también nosotros decimos: “Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”, en aquel Reino donde Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, reina para siempre. Amen.

Χριστός Ανέστη! Αληθώς ανέστη!

 

Abadia de MontserratDomingo III Pascua. 25 años de ordenación sacerdotal del P. Manuel Nin (23 de abril de 2023)

Domingo II de Pascua (16 de abril de 2023)

Homilía del P. Lluís Juanós, Monje de Montserrat (16 de abril de 2023)

Hechos de los Apóstoles 2:42-47 / 1 Pedro 1:3-9 / Juan 20:19-31

 

Creer en Jesús, llegar a ser testigos de su resurrección no fue fácil y menos para aquellos primeros discípulos que compartieron la vida con él y vieron como su Maestro, aquel en quien habían puesto sus ilusiones y su confianza, era condenado a morir en cruz como un blasfemo y malhechor.

De hecho, ésta ha sido la primera reacción de muchísima gente a lo largo de la historia ante el mensaje cristiano y más en concreto ante la resurrección de Jesús. Y no es de extrañar si tenemos en cuenta lo que se afirma en los relatos de las apariciones del Resucitado: Jesús se apareció a María Magdalena; ella fue a comunicarlo a los discípulos, pero no la creyeron. Después se apareció a dos discípulos que caminaban y también fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.

Poco creían los discípulos reunidos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. La derrota del Maestro les hace pensar que quizás ellos sean los siguientes en perder la vida, y de repente, Jesús entra, y se pone en medio de ellos para deshacer cualquier sombra de duda, para abrir sus ojos a una fe más grande que todas las evidencias, para infundir en sus corazones que la Pascua es la novedad que es preciso proclamar a todos los pueblos, la respuesta definitiva de Dios al sentido de la vida y de la historia.

Y es que el amor ha sido más fuerte que la muerte; un mensaje que a los ojos de muchos puede parecer optimista, excesivo, irreal, por no decir sospechoso de un cierto triunfalismo que nada tiene que ver con la situación de nuestro mundo, asediado por conflictos internacionales, laborales o familiares, y tantas otras situaciones de sufrimiento, de injusticia o precariedad que no hacen más que reforzar la legitimidad de la duda, o de pensar que el mensaje de Pascua no es más que una preocupación de cuatro iluminados o una evasión espiritualista y desencarnada de la realidad que nos envuelve.

Sin embargo, hay que decir que hay una duda cerrada en sí misma que puede llegar a ser tanto o más conservadora que la más dogmática de las certezas. Hay agnósticos que militan sin lugar a dudas en la duda más indudable. Profesan ciegamente el principio «dudo, ergo existo», es decir, hago de la duda mi fe, alrededor de la cual construyo todo un sistema cerrado, un sistema pseudoreligioso hecho sólo de certezas inapelables. En cambio, hay una duda abierta a nuevas posibilidades, que no se cierra en las propias certezas, sino que queda abierta a una realidad mayor que lo que podemos constatar.

En efecto, ocho días después de aquel primer domingo de Pascua, los discípulos estaban de nuevo encerrados, y con ellos Tomás. Tomás estaba seguro de no volver a ver nunca más a Jesús. Se negó a dar alas a sus esperanzas por no verlas deshechas a pedazos una vez más y su escepticismo acaba siendo la oportunidad para que Cristo se manifieste de nuevo en medio de ellos, y acepte hacerse experiencia sensible también para Tomás.

Como a los demás discípulos, también necesita hacer el proceso que le llevará a creer; necesita morir en su incredulidad, en sus certezas y dudas para nacer en la fe y abrir su corazón a una realidad mayor que todas las evidencias. Cuántas veces quisiéramos reducir nuestra fe a los criterios de una verificación palpable, audible, visible, como si la percepción de los sentidos fuera el único camino para acceder a la realidad de Cristo Resucitado y cuántas veces también habremos podido constatar en nuestra vida testimonio de hombres y mujeres que quizás sin proclamarlo con palabras y discursos nos han manifestado con el lenguaje del amor y la generosidad que también «han visto al Señor». Jesús acepta el juego de dar señales de su presencia entre nosotros, y por la fe nos abre a la experiencia de “ver” y “sentir” cómo sigue vivo y operando en medio del mundo.

Hermanas y hermanos, el evangelio de hoy pone a nuestra consideración una realidad que no podemos olvidar: la fe de Tomás es el reconocimiento de que Cristo resucitado no se reduce a un hecho, patrimonio del pasado, sino a alguien que continúa presente y viviente en nuestra vida y en nuestra Iglesia y no se ha desentendido de nosotros, a pesar de nuestras dudas o nuestra poca fe, y si aun así nos cuesta verlo, Jesús nos pide como Tomás que «metamos los dedos en sus heridas y la mano en su costado» porque no se ha alejado de nuestra realidad humana sino que se hace «palpable» en su Palabra, en los sacramentos y en las heridas de aquellos hombres y mujeres que sufren y que perpetúan su cuerpo entre nosotros, ese cuerpo de humanidad que anhela de nuevo participar de su redención y su Pascua. En este sentido, la experiencia de Tomás es la expresión más realista del itinerario de la fe de todo creyente que busca el rostro amoroso de su Señor y esta búsqueda nos invita a hacer nuestra la experiencia de aquellos discípulos, de aquel apóstol que pese a su escepticismo supo reconocer en Jesús a su Señor.

En los pueblos de labradores, al menos cuando yo era pequeño, durante el día las puertas de las casas se encontraban abiertas. Esta costumbre era un signo de confianza y de hospitalidad; no había ningún temor. A cualquier hora podías entrar en cualquier casa como si estuvieras en la tuya. No tenían miedo a nada ni a nadie. Como los discípulos, ocho días después de Pascua, también nosotros, con nuestras dudas y certezas, nos encontramos reunidos en nombre del Señor, en esta casa, sabiendo que Él está en medio de nosotros. No tengamos miedo de abrir puertas y ventanas para que nos entre la luz del Resucitado y el aire fresco de su Espíritu. Felices nosotros si hacemos nuestra la fe de Tomás y sabemos mantenerla viva a pesar de las claridades y sombras de nuestra Iglesia y de nuestro mundo.

Abadia de MontserratDomingo II de Pascua (16 de abril de 2023)