Solemnidad de Cristo Rey (26 de noviembre de 2023)

Homilía del P. Anton Gordillo, monje de Montserrat (26 de noviembre de 2023)

Ezequiel 34:11-12.15-17 / 1 Tesalonicenses 5:1-6 / Mateo 23:14-301-12

 

Gloria y alabanza a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador

Estimados hermanos y hermanas:

Hoy, justo cuando termina el año litúrgico, recapitulamos todo el año celebrando la fiesta de Cristo Rey. Hoy es un día para darnos cuenta de que Jesucristo, nuestro Señor, es el máximo gobernante de todas las cosas, de todo el mundo, de todo el universo. Dios no es el propietario de unas acciones en una empresa y que sólo espera los beneficios a finales de año. No, Dios gobierna y cuida todo lo creado. Porque, hermanos y hermanas, nos ha creado para que al final seamos felices en Dios, y no nos ha abandonado en un mundo inhóspito, aunque a veces lo parezca con tantas guerras y sufrimientos.

Tanto en la primera lectura, en el salmo responsorial y en la proclamación del Evangelio se nos muestra a Dios bajo la figura de pastor: un pastor que cuida de sus ovejas y las conoce por su nombre. Un pastor que busca la oveja que se ha perdido, la que está alejada, que cura a la que se ha hecho daño o puesto enferma. Un pastor que cuida de las fuertes y de las débiles, de toda raza y condición. Sí, hermanos y hermanas, también de las fuertes porque no son perfectas y todos tenemos nuestras debilidades. Las lecturas de hoy nos hablan de que no estamos abandonados en un mundo de caos o sin sentido, en un mundo que parece que sólo prospera el más fuerte o el más violento. No, tenemos un Dios/pastor que cuida de nosotros, que nos conoce, que está a nuestro lado, que cura nuestras heridas y nos ayuda en nuestras debilidades y carencias.

Gloria y alabanza a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador

Jesucristo es Rey y Señor de todo, es el Juez supremo: en definitiva, es Dios y es digno de alabanza y de respeto. Y todo está sometido a Él, incluso la muerte. Tanto es así que la muerte no es el fin de todo, sino que Dios nos llama a una nueva vida con Él después de la muerte. Nos llama a la resurrección y a la vida eterna.

Y los textos nos hablan también de que al final hará justicia y separará a los buenos de los malos, a las ovejas de las cabras. Y el criterio que utilizará para juzgar si uno es oveja o cabra está en nuestra mirada hacia la necesidad. No bastan sólo las buenas palabras o las buenas intenciones. Hermanos y hermanas: No es indiferente que nosotros hagamos el bien o dejemos de hacerlo. Por eso, no podemos ser indiferentes a lo que ocurre a nuestro alrededor, encerrados en nosotros mismos, aislados e individualistas. Lo hemos oído proclamar en el evangelio de hoy (cf. Mateo 25:31-46): venid benditos de mi Padre, cuando yo tenía necesidad me disteis de comer, de beber, me acogisteis, vestisteis, visitaseis y vinisteis a verme en prisión. Se nos juzgará, por si nuestra mirada es capaz de consolar, de aligerar, de acoger (al igual que hace el pastor con las ovejas, si somos capaces de seguir el ejemplo de Jesucristo). Se nos juzgará por si somos capaces de amar a los demás, si somos capaces de intentar aliviar el sufrimiento de quienes nos rodean, de si somos capaces de intentar dejar el mundo un poco mejor de lo que lo hemos encontrado. Es necesario que pongamos nuestro grano de arena para cambiar el mundo en un mundo mejor. Se nos juzgará por si somos capaces de salir de nosotros mismos, si somos capaces de dejar de ser como hikikomori espirituales que rechazamos interactuar con otras personas, a quienes el miedo, la incertidumbre o la pereza que les impide salir de su parcela de confort.

Pero insisto, no estamos solos en esa empresa. Dios está a nuestro lado, es el buen pastor que cuida de nosotros, si no lo rechazamos, si no somos indiferentes a su amor. Jesucristo nos muestra el camino para ser felices, que no es otro que el de amar y servir a quienes tenemos al lado, especialmente a los más pobres y necesitados. Jesucristo intenta enseñarnos el camino del amor para que nosotros podamos amar a los demás, a los necesitados, a los pequeños de este mundo. Y así podremos vencer definitivamente a la muerte y ganar la vida en Dios. Porque hoy también celebramos que Jesucristo es nuestro Salvador: sufrió y murió por justicia, porque había que reparar de algún modo el mal que nosotros hemos hecho, hacemos y haremos; pero a la vez Jesucristo, resucitando, nos coge de la mano, nos mira a los ojos y nos dice: venid conmigo y ayudadme a cambiar el mundo, ayudando y acogiendo a los necesitados, a los pequeños y despreciados del mundo tal y como yo voy hacer.

Hermanos y hermanas: No es casualidad que sea Cristo crucificado quien preside nuestra asamblea, en esta magnífica talla colgada sobre el altar. Cristo, el mismo que está colgado en la cruz, Cristo sufrió, murió y resucitó por nosotros, por amor a nosotros, para enseñarnos el camino de salvación, de la vida eterna, que no es otro que el de amar: amar a Dios que es digno de alabanza y de agradecimiento, amar al prójimo, a todos aquellos que nos rodean como a nosotros mismos. El criterio del juez será si hemos sido capaces de amar con obras, no sólo de palabra; eso sí, cada uno según sus posibilidades y capacidades.

Gloria y alabanza a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador

Cristo es el máximo gobernante. Pero lo hace de forma diferente, a través del camino del amor, a través del camino del servicio al prójimo. Y a menudo lo hace mediante el esfuerzo de tantas personas que trabajan por el bien de los demás, especialmente de aquellos más pobres, marginados y pequeños.

Ojalá que nuestra vida pueda concretarse en obras de servicio a los más necesitados. Y así, podremos cantar con el salmista: “el Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar (…) Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida,”. (Salmo 22:1-2a.5)

Que así sea.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de Cristo Rey (26 de noviembre de 2023)

Domingo XXXIII del tiempo ordinario (19 de noviembre de 2023)

Homilía del P. Carles-Xavier Noriega, monjo de Montserrat (19 de noviembre de 2023)

Proverbios 31:10-13.19-20.30-31 / 1 Tesalonicenses 5:1-6 / Mateo 23:14-301-12

 

Estimados hermanos y hermanas,

Nos encontramos a finales del año litúrgico y las lecturas nos invitan a hacer balance. En los evangelios de estos días encontramos las parábolas llamadas del juicio, todas ellas sacadas del capítulo 25 de Mateo: la parábola de las diez vírgenes que escuchamos la semana pasada, la parábola de los talentos que nos ha sido proclamado hoy y el gran retablo del juicio final que oiremos la próxima semana.

Estos son tres textos en los que Jesús nos quiere transmitir la seriedad de esta vida: nuestras elecciones de hoy comprometen nuestra eternidad. La parábola de las diez vírgenes nos dice que necesitamos una actitud de atención, de espera vigilante, como única manera sabia de vivir la fe. El gran retablo del juicio final nos muestra que lo que compromete a nuestra eternidad es la atención que damos a los más pequeños, a los más pobres, a los más heridos. Entre estos dos textos, está la parábola de talentos que nos sugiere qué actitudes deben guiar a nuestro corazón para tomar decisiones.

La parábola es bien conocida. Es de esas que quienes fuimos de pequeños a catequesis nunca hemos olvidado. Un amo sale de viaje y deja a sus sirvientes varios talentos para que los administren. A su regreso les pide cuentas, pero no todos han actuado con la misma diligencia. Los dos primeros los han invertido y han sacado beneficios. El tercero, miedoso, ha enterrado su talento y ahora se enfrenta a los reproches del amo.

La diferencia entre los dos tipos de administradores, no se mide tanto en si han obtenido beneficios o no, lo importante no es la cantidad de los dones o las ganancias, si no la actitud de confianza o de miedo ante la responsabilidad que les ha sido dada. El buen administrador se arriesga a realizar un mal negocio o no tener el beneficio previsto, pero trabaja con la confianza que su amo tiene en él. Quien esconde el talento retrata a la persona prisionera de una falsa imagen de Dios como juez riguroso que da miedo y no inspira confianza. Por eso se queda paralizado sin hacer nada positivo y perdiendo la oportunidad de usar en bien de los demás los talentos recibidos. Pero lo más grave, no es que no haya sabido sacar fruto del talento confiado, sino que cree que ha actuado correctamente. Este sirviente no sólo ha fracasado en su misión, sino en toda su vida.

Termina la parábola con el castigo al mal administrador. Éste es condenado sin haber hecho nada malo; simplemente por no haber hecho nada, por limitarse a conservar lo que le ha sido confiado. Jesús dedica unas palabras muy fuertes y cortantes a ese administrador que sólo sabe conservar. Son unas palabras difíciles de aceptar: “a todo aquel que tiene, le darán aún más, y tendrá a rebosar; pero al que no tiene, le tomarán hasta lo que le queda.” Parece exagerado, incluso injusto… pero atención, nos encontramos en una parábola, aquí no se trata de dinero ni de bienes materiales. Se trata de amor. ¿No es cierto que a menudo, cuando ayudamos a alguien, cuando hacemos un regalo, somos más felices, estamos más satisfechos, que cuando lo recibimos? El amor tiene esta paradoja, cuanto más damos, más tenemos. De esto trata el evangelio de hoy.

Jesús nos habla de ricos y pobres en amor y no de dinero. Nos habla de amar a Dios con obras y de verdad y no sólo de palabra. Nos habla del seguimiento de Jesús y de tomar cada día su cruz y no sólo saber teología. Es decir, de nada nos servirá conocer bien el evangelio si éste no nos transforma y lo sabemos hacer vida en nuestro quehacer cotidiano.

Hacer que nuestros talentos den fruto es afrontar el riesgo del amor, es amar a nuestros enemigos, es perdonar a aquellos que nos ofenden constantemente, es invitar a la mesa a aquellos que nunca nos lo podrán devolver.

Abrir las manos a los pobres, alargarla a los necesitados, como dice en el libro de los Proverbios, es invertir en eternidad o, como decía Santa Teresa de Lisieux, es “tocar el banco del Amor”. Porque llegará un día, y todos lo sabemos, que seremos juzgados, sí, pero seremos juzgados en el amor; de todo lo que hemos hecho, y también de lo que hemos dejado de hacer.

Hermanos y hermanas, Jesús nos invita a cambiar de mentalidad: del temor paralizante y la obediencia mezquina, a la perspectiva del amor liberador y la confianza creativa. La verdadera naturaleza de la relación entre Dios y la persona es el amor. El discípulo de Jesús, los cristianos, debemos actuar siempre en la lógica del amor y traducir el mensaje evangélico en actos concretos, generosos y atrevidos.

La parábola de hoy es una llamada de atención a no encerrarse en uno mismo, sino a ir hacia el otro; a no refugiarse en una fe estática, sino a trabajarla y hacerla crecer. Cada uno recibe los dones que recibe. Dios es libre y asombroso en sus decisiones. Pero lo que cuenta es la actitud de nuestra respuesta. El Reino de Dios es iniciativa de Dios, sí, pero es también fruto de nuestra colaboración.

 

Abadia de MontserratDomingo XXXIII del tiempo ordinario (19 de noviembre de 2023)

Domingo XXXII del tiempo ordinario (12 de noviembre de 2023)

Homilía de Mns. Sergi Gordo, Obispo de Tortosa (12 de noviembre de 2023)

Sabiduría 6:12-16 / 1 Tesalonicenses 4:13-18 / Mateo 25:1-23

 

Querido P. Abat Manel; querida comunidad de monjes benedictinos; escolanes que embellecen el culto con sus melodías que hacen que nuestra oración brote espontánea al Señor; sacerdotes y fieles de las parroquias del arciprestazgo de la Terra Alta de la diócesis de Tortosa que este fin de semana estamos aquí en romería; peregrinos y fieles que llenamos este templo, también quienes siguen esta celebración a través de los medios de comunicación social; hermanas y hermanos todos en el Señor:

Hoy y los próximos dos domingos, últimos del año litúrgico, proclamamos el capítulo 25 del evangelio según San Mateo, en el que Jesús, con diversas parábolas y comparaciones nos habla de su segunda venida: como un ladrón, como el dueño de la casa o un rey que se ha ido lejos y regresa… La comparación que utiliza hoy es hermosa: debemos esperarlo como el esposo que llega a la fiesta de su boda. Es, por tanto, una espera gozosa, porque anhelamos celebrar para siempre la fiesta de su amor sin límites, su amor hasta el extremo.

Hemos escuchado que diez chicas «salieron con antorchas a recibir al esposo». Nuestra vida es una llamada constante a “salir”: salir del seno materno, salir de la casa donde nacimos, salir de la infancia a la juventud y de la juventud a la edad adulta, y así hasta que saldremos definitivamente de este mundo. Lo pienso y lo medito hoy, emocionado, a los pies de la Moreneta, celebrando por primera vez como obispo de Tortosa la eucaristía en este santuario, porque también en mi caso experimento que mi misión episcopal es un llamamiento a salir de lo que ha sido hasta hace poco mi diócesis de origen hacia este nuevo servicio pastoral a la querida diócesis tortosina, saliendo de un servicio apostólico a otro, «sirviendo al Señor con alegría» (salmo 99,2), siempre en ruta, como en una romería constante, siempre peregrinos, “caminando juntos”, paso a paso, hasta lo que será el paso final, cuando vivamos el paso de este mundo hacia la casa del Padre.

El Evangelio nos recuerda que el sentido de este constante salir que es la vida es ir hacia el encuentro del esposo: “El esposo está aquí. Salid a recibirlo.” El encuentro con Jesucristo da sentido y orientación a nuestras vidas. Él es lo mejor que nos ha pasado en nuestras vidas.

Así pues, si nuestra vida consiste en ser peregrinos que caminamos juntos, viviendo la fe comunitariamente, en Iglesia “en salida”, hacia el encuentro con el esposo, entonces nuestra vida, personal y eclesial, es el tiempo que recibimos para crecer en el amor, invitados todos a atisbar cada día la presencia del Señor, su paso por nuestras vidas, el esposo que llega.

Y para crecer en ese amor al Señor que llega, para mantener viva la fe, para vivir la esperanza de entrar con el esposo en la fiesta, para que no nos encontremos con la puerta cerrada, debemos estar a punto con una buena reserva de aceite.

El aceite de una antorcha existe para su consumo. Sólo ilumina quemándose. Así deberían ser nuestras vidas: difundir esperanza y luz gastándonos en el servicio. El secreto de la vida de tantos santos y santas ha sido que han vivido para servir, como Jesús, amando hasta el extremo. Sin embargo, no es fácil servir, no es fácil desvivirnos y amar generosamente, puesto que todo servicio implica oblación de uno mismo, implica entrega, implica hacer el éxodo del propio ego autosuficiente y orgulloso, implica una conversión constante.

Por otra parte, según el evangelio proclamado hoy, las cinco chicas imprudentes «no se llevaron aceite para las antorchas». En cambio, cada una de las cinco chicas prudentes «se proveyó de una botella». Esto nos sugiere que el aceite debe prepararse con tiempo. La imprudencia de aquellas chicas que quedan fuera de las nupcias radica en la falta de previsión, en la falta de preparación. El amor es ciertamente espontáneo, pero también necesita ser alimentado. Que nunca tengamos la tentación de conformarnos con una vida sin amor, que es como una antorcha apagada. Si no invertimos en amor, la llama de la vida se apaga. Correspondamos con gozo al amor del Señor, diciéndole sí, cada día, en cada momento, cada paso, y salgamos a recibirlo encontrándolo en los hermanos y hermanas donde Él está realmente presente, especialmente en los pobres y desvalidos. Ciertamente, la parábola de hoy apunta a la venida definitiva del Señor al final de la historia o al final de nuestra historia en este mundo. Pero en muchos otros momentos de nuestras vidas podemos sentir la presencia del Esposo y también debemos estar listos para recibirlo. Que lo sepamos recibir en los reclamos de los hermanos necesitados de ayuda, de acogida, de escucha, de cariño. Como nos dirá Jesús dentro de dos domingos: “Todo lo que hacíais a estos hermanos, me lo hacíais a mí.”

Estimados hermanos y hermanas, el pasado sábado 28 de octubre, muchos de los que hoy estamos aquí estábamos ese día en Gandesa, celebrando con mucha alegría los 50 años de la romería de las parroquias del arciprestazgo de la Terra Alta, de la diócesis de Tortosa. El querido P. Abat Manel nos honró con su presencia durante toda la jornada que duró la fiesta. Y en la oración que devotamente celebramos aquella mañana, nos dirigimos a la Virgen de Montserrat con una bonita oración. A la luz del Evangelio proclamado hoy, a los pies de nuestra amada Moreneta, volvemos a hacer nuestra la oración mencionada. A Santa María, que dijo sí al Señor, a ella, que nos enseña a vivir con amor, siempre en ruta, caminando juntos, con las antorchas encendidas, le decimos:

“¿Qué cantaremos contigo en este misterio tan grande de tu donación a Dios en Jesucristo? (…) ¡Que Dios nos espera! Ésta es nuestra alegría. Al ir al otro mundo, no vamos al vacío. Nos espera la bondad del Padre, el amor de Jesucristo, la comunión del Espíritu Santo. Nos espera también vuestra bondad de Madre, como aurora y esplendor de la Iglesia de los peregrinos que anhela un día conseguir lo que Dios ha preparado para todos los que le aman.” Amén.

 

Abadia de MontserratDomingo XXXII del tiempo ordinario (12 de noviembre de 2023)

Domingo XXXI del tiempo ordinario (5 de noviembre de 2023)

Homilía del P. Valentí Tenas, monjo de Montserrat (5 de noviembre de 2023)

Malaquías 1:14-2:2.8-10 / 1 Tesalonicenses 2:7-9.13 / Mateo 23:1-12

 

Estimados hermanos y hermanas:

La oración colecta que hemos escuchado nos da una clave para comprender mejor el Evangelio de este domingo; dice: “Dios omnipotente y lleno de misericordia, que concedes a tus fieles celebrar dignamente esta liturgia de alabanza; te pedimos que nos ayudes a caminar sin tropiezos hacia los bienes prometidos.”

Servir a Dios de manera digna y meritoria, con sencillez y caridad. Las lecturas de hoy nos dan una lección de realidad y humildad. San Mateo, con su seriedad nos invita a reflexionar, con mucha responsabilidad, sobre nuestra propia vida sobre nuestro comportamiento hacia nuestros Hermanos y Hermanas de comunidad. Subrayemos que es un texto de una dureza inusual que llega a causar extrañeza al oírlo de los labios del propio Jesús de Nazaret.

La intención real del Evangelista es que estas palabras fortísimas de Jesucristo sean profundamente recordadas y sirvan de norte a la nueva comunidad cristiana naciente, que cada domingo las escucha, las lee y las comenta en la celebración de la Eucaristía. Lugar, tiempo y momento en que vivimos la alegría y la fuerza del Espíritu Santo, que está presente en nuestro corazón.

El texto que hemos escuchado; (proclamado en las vísperas de la Pasión del Señor), se divide en dos grandes secciones. La primera, la negativa, lo que hacen Ellos, los Fariseos, y la positiva, lo que tenéis que hacer Vosotros (Nosotros hoy), los discípulos seguidores de Jesús el Cristo.

La doctrina rigorista de los fariseos y maestros de la Ley pedía una obediencia y fidelidad total a la Ley escrita de Moisés, una observancia literal y material, de prácticas externas y no se fijaban, desgraciadamente, en las internas. Todo cristiano será humilde servidor de los Hermanos y fiel discípulo de la nueva Ley de amor y simplicidad de las Bienaventuranzas de Jesús de Nazaret. Él es el único Maestro. Él es único Padre y Guía, que reprende a los fariseos porque no practican lo que predican, y porque lo que hacen, lo hacen para ser bien vistos y alabados por los demás. La soberbia, el orgullo es una gran trampa que nos lleva a hacer muchas veces el ridículo. La humildad digna y meritoria es un gran don de Dios que siempre debemos darle gracias. «Todo el que se enaltece será humillado, pero todo el que se humilla será ensalzado».

Hoy se nos hace vivir, aquí y ahora, una lección de realidad palpable para todos aquellos que ejercen o ejercemos algún servicio dentro de la comunidad cristiana para que lo vivamos realmente como un ministerio solícito y no como un privilegio de honor dentro de escala social y clerical.

El Señor nos conoce a todos, y precisamente por eso, no quiere en modo alguno las apariencias exteriores de imagen, Él quiere la realidad, la simplicidad de una vida digna y meritoria, que aceptamos sinceramente su Palabra de vida que es la Buena Nueva del Evangelio en nuestro corazón Humano.

Ahora que estamos en tiempos de Sínodo, es el momento de revalorizar nuestro Sacerdocio Bautismal, que, por el agua, por la oración y por la santa unción del aceite del Crisma, todos los Bautizados somos Consagrados Sacerdotes, Profetas y Reyes para la vida eterna. Es el gran sacerdocio común de todo el Pueblo fiel en la Iglesia. Somos ministros oficiantes en nuestro ministerio particular y universal en toda la Iglesia Santa y Católica. Hoy más que nunca, debemos dar testimonio cristiano en nuestro día a día, procurando ser un buen ejemplo para todos dentro de una Sociedad desgraciadamente adversa, donde simplemente por llevar una pequeña Cruz, un Clergyman o una Sotana puedes ser denostado por la calle. O aquel futuro seminarista que la oposición más fuerte la encontró en su propia familia, y por no decir, finalmente, la agresiva y la negativa desinformación de los Mas-Media. *Hermanos y Hermanas. En estos tiempos de revisión y renovación de tantas cosas, oremos para que todos aquellos que tenemos y tienen en la Iglesia una pequeña o gran misión pastoral o un pequeño trabajo Parroquial, todos y todas, seamos con nuestra vida digna y meritoria, fieles testigos de lo que predicamos y somos… ¡Y perdona! por favor! nuestros grandes defectos y carencias, porque todos somos humanos, mortales y pecadores… Amén.

“¡Dichosos los humildes de corazón, porque ellos poseerán la tierra”!

 

Abadia de MontserratDomingo XXXI del tiempo ordinario (5 de noviembre de 2023)

Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de noviembre de 2023)

Apocalipsis 7:2-4.9-14 / 1 Juan 3:1-3 / Mateo 5:1-12a

 

No sé si os pasa también a vosotros, pero la santidad es una realidad que personalmente imagino y pienso de manera espontánea como algo bastante lejano. Quizás porque aquellos que recordamos primero, cuando escuchamos la palabra santos, son hombres y mujeres que vivieron en épocas muy pasadas o quizás, si son más actuales o incluso si los hemos visto y “tocado” porque sabemos que fueron capaces de vivir y de actuar durante sus vidas de una forma que a nosotros nos parece inalcanzable.

La Solemnidad de hoy, al proclamar una santidad anónima, unos santos y santas que no podemos recordar ni saber qué hicieron, nos obliga a repensar qué es realmente un santo cristiano y nos da no pocas pistas en las lecturas, plegarias e himnos que vamos rezando durante el oficio y la misa. La reflexión que en el fondo hacemos hoy es que la santidad es una llamada y una propuesta de Dios para todos, y que todos aquellos que son proclamados santos por la Iglesia, más todos los que hoy también celebramos, nos señalan el fin de un itinerario, de un camino, de una peregrinación vital y no tanto un estado estático. Y porque es más un camino que una categoría, todos estamos invitados, todos estamos llamados.

La Primera Carta de San Juan nos marca este itinerario de vida cristiana empezando por colocarnos delante de Dios, de su amor, de su capacidad de reconocernos ya aquí y ahora como hijos. Sí.

El principio de la santidad cristiana es la fe, no es haber realizado obras extraordinarias, sino creer en Dios. Una fe que entra a menudo en contradicción con el mundo. Pero tampoco le damos al mundo toda la culpa. Con quien primero entra en contradicción la fe es con una cantidad increíble de tendencias interiores que nos llevan a resistir la llamada permanente, esto es muy importante, que Dios nos está haciendo continuamente. Por tanto, la misma carta de San Juan nos presenta esta fe como una realidad no completa, no perfecta, como un auténtico camino que tiene el objetivo más allá de este mundo, porque se dirige a la comunión perfecta y total con Dios, que nos hará posible ser 100% inteligentes, vernos a nosotros como nos ve Dios.

Es reconfortante que la misma lectura nos diga que vivir de esta forma, con esta esperanza nos purifica a imagen de Jesucristo. Por purificarnos no puedo entender nada diferente a ser Santo. La finalidad, la santidad no es un premio al final del camino, sino un reto por cada etapa.

Es decir, la fe, poniéndonos siempre delante de Dios y en relación con Él, nos hace andar y avanzar continuamente en una comunión que tiene efectos concretos y reales en nuestra espiritualidad y en nuestra corporalidad. Naturalmente es una actitud que necesita nuestra colaboración, que creamos que es posible. Que tengamos una actitud positiva con nuestras vidas. No creo que haya ningún santo que haya negado de entrada sus cualidades personales. La fe en un Dios creador nos obliga a reconocer en primer lugar los dones recibidos. Cuando los escolanes os preparáis para hacer un concierto, y los solistas para hacer un solo, lo primero que hace falta que pase para que vaya todo bien es que estéis seguros de que lo podréis hacer bien, esto es tener fe en vosotros mismos. Sin eso nada saldría bien. La misma actitud no la podemos aplicar todos. Dios nos pide que tengamos fe en nosotros mismos, que estemos contentos de ser quienes somos. Aparte de ser un reconocimiento de la obra de Dios en nosotros, es una actitud que nos ayuda a ponernos en marcha. Lo dice un salmo muy bonito; Israel se siente feliz del Señor que lo ha creado. Creo que en esta actitud está el inicio de la santidad. Empezando por esto tan sencillo, tal vez esta santidad no nos parezca tan lejana.

En el himno de maitines de esta mañana, rezábamos que Cristo es la vida de los santos, el camino, la esperanza y la salvación. Jesucristo es la vida de los santos. Esta fe en Dios que ahora decía que es el fundamento de la santidad, no puede ser más que la referencia a Cristo y a su evangelio. Una parte importante de la riqueza de la santidad de la Iglesia, radica en la capacidad de ver que esta identificación personal con el Señor se da de formas muy diversas: desde la santidad de una vida recluida en un monasterio como la de Santa Teresa del Niño Jesús al entusiasmo misionero de San Francisco Javier, a la de los últimos papas de la Iglesia, San Juan XXIII, San Pablo VI y San Juan Pablo II, todos fueron sencillamente, cristianos, que significa de Jesús, que es el camino, la esperanza y la salvación.

Al reconocer esta multitud de santos, la Iglesia sigue afirmando y proponiendo el evangelio como la norma de vida para todos los bautizados y para todos los que quieran sumarse. El Evangelio de las bienaventuranzas no podría ser más indicado para ello. Es un evangelio que tiene algo inclusivo, alarga y ensancha los brazos de Dios a mucha gente, porque la fe de cada uno, finalmente sólo Él, el Señor, la conoce y por eso la multitud que celebramos hoy no tiene rasgos claramente definidos, porque es una realidad de Dios, y como realidad de Dios se realiza definitivamente en el cielo, en el más allá. Por eso, Todos los Santos combina la sensibilidad tan realista, tan de aquí a la tierra de las bienaventuranzas con una mirada siempre más allá, fijada en este encuentro donde “todos los santos se alegran con Cristo”, como los escolanes y la capilla cantará en el motete.

Y así como reconocer con fe los propios dones que Dios nos ha hecho es el principio de la santidad, no hay nada que se le oponga tanto, como pensar que somos perfectos. Este camino tan positivo que os he querido describir, lo vivimos personas humanas, con muchos defectos, que debemos reconocer y asumir, como un tramo que también hay que recorrer. La purificación que puede venir del contacto con Jesucristo, nos exige una mirada a nuestra historia personal y colectiva para encontrar las posibilidades de superar todo el mal que también hemos podido sembrar en el mundo y que en tanto que es mal, no puede ser de Dios.

Sólo desde este reconocimiento de los límites, podremos reivindicar la otra parte: una parte a veces muy olvidada por los medios públicos de información y que es real, comprobable, testimoniada por siglos y siglos: esta parte es la de la santidad que la Iglesia ha sembrado durante toda la historia, comunicando la fe una generación tras otra, promoviendo la caridad para tantas y tantas personas, poniendo el fundamento para vivir en este mundo sin perder nunca la esperanza de un futuro mejor.

Que la eucaristía en esta solemnidad de Todos los Santos nos coloque en ese camino que nos han abierto una multitud innumerable de santos.

Abadia de MontserratSolemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2023)

Domingo XXX del tiempo ordinario (29 de octubre de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad emérito de Montserrat (29 de octubre de 2023)

Éxodo 22:20-28 / 1 Tesalonicenses 1:5-10 / Mateo 22:34-40

Acabamos de escuchar un evangelio relativamente corto. Siete versículos breves. De estos siete, cinco son para ubicar el tema y sólo dos contienen las afirmaciones fundamentales. Son el mandato único y central de la Nueva Alianza. Un mandamiento que pide tal nivel, que hace falta toda la vida para ponerlo en práctica. Hermanos y hermanas queridos, adentrémonos un poco en este fragmento evangélico.

En un contexto de controversia entre las dos corrientes dominantes del mundo judío contemporáneo de Jesús, un maestro de la Ley, parece que, en nombre de sus compañeros, quiere poner a prueba al Señor. Le pregunta cuál es el mayor mandamiento de la Ley. Esta demanda podía tener cierto sentido, porque los rabinos habían individuado 613 preceptos que había que cumplir para vivir según la voluntad de Dios. Evidentemente, no todos tenían el mismo nivel ni igual importancia. Según cuál hubiera sido la respuesta de Jesús, habrían tenido una excusa para acusarle formalmente y condenarle.

El Señor responde a la pregunta sobre el mayor mandamiento yendo a lo que es más central de la alianza de Dios y, por tanto, de los mandamientos. Y de lo que en la Ley judía eran dos mandamientos distintos (cf. Dt 6, 5; Lv 19, 18), hace un precepto único: Ama al Señor a tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todo el pensamiento. Y ama a los demás como a ti mismo. Une, pues, de forma inseparable el amor a Dios al amor a los demás. Y éste será el distintivo cristiano, el precepto fundamental de la Nueva Alianza, de tal modo que el amor a los demás es inseparable del amor a Dios. No se puede amar a Dios si no se ama a los demás (cf. 1Jn 4, 20-21). Y fijémonos que dice los demás, así en plural y de una manera que abarca a todos los hombres y mujeres del mundo, no sólo a quienes nos son más cercanos. Esto significa amar a todos, incluyendo a los pobres, a los marginados, a los emigrantes, a los que no piensan como nosotros, a los que sufren las consecuencias de las guerras de Gaza-Israel, de Ucrania y de otros lugares. Todo el mundo. Todo el mundo. Este mandamiento nos interpela y debe provocar en nosotros una concreta solidaridad, según nuestras posibilidades. Y nada nos dispensa de amar a todos y, como mínimo, de orar por todos. La primera lectura nos recordaba que el amor a los demás comienza por cosas muy concretas de la vida de cada día: no maltratar ni oprimir, no aprovecharse de las necesidades de los demás, cuidar las situaciones de marginación y debilidad que allí pueda haber en nuestro entorno.

El mandamiento de amar a los demás nos hace semejantes a Jesucristo, que ama sin límites, que ha pasado por el mundo haciendo el bien a todos y que ha dado la vida por toda la humanidad. Este mandamiento es el que ha inspirado los llamamientos del Papa Francisco para que seamos una “Iglesia en salida” que va a encontrar a las personas allá donde se encuentran, en las periferias existenciales o geográficas, para que la Iglesia y cada uno de sus miembros seamos “uno hospital de campaña” que atiende y ayuda a curar las carencias y heridas que tanta gente lleva en el corazón; que la Iglesia sea “una madre de corazón abierto” que acoge a todo el mundo sea cual sea su historia y su situación. De esta forma ayudaremos a descubrir “la alegría del Evangelio” y a encontrar el sentido de la vida.

Amar a “los demás”, a todos “los demás” del mundo, sin excluir a nadie de nuestro amor, no es fácil. Es un proceso que dura toda la vida y que debe hacerse con la ayuda de la oración y con la humildad de saber pedir perdón de nuestras carencias de amor. Jesucristo nos es modelo de cómo amar, nos es ayuda porque amamos y quiere servirse de nuestras personas para hacer llegar su amor, su ayuda, a los demás.

La primera parte de este único mandamiento de Jesús, según hemos escuchado, tiene por objeto a Dios. Y también aquí se trata de un proceso que dura toda la vida, porque el listón que nos pone el Señor es muy alto: amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el pensamiento. Y nuestro corazón es voluble, se siente atraído por diversos afectos buenos o malos. Y, en cambio, Jesús nos pide un amor total, íntegro, hacia Dios de modo que los demás amores humanos lícitos sean prolongación del amor a Dios; nos pide amar a Dios con toda el alma, es decir, con todo el aliento vital, con toda la fuerza de vida que hay en nosotros, con todo el celo, pero muchas veces ese celo, ese aliento vital se decanta hacia otros intereses; y en último término, Jesús nos pide, también, amar a Dios con todo nuestro pensamiento, que a menudo es tan distraído y muchas veces está centrado sólo en nuestras cosas y preocupado por los bienes materiales. Por eso decía, que es necesario un proceso constante de conversión y de crecimiento en este amor a Dios sostenidos por el Espíritu Santo, porque lo ideal que se nos propone es muy alto.

Y, ¿por qué Jesús pide un nivel tan elevado de amor a Dios? Para corresponder, aunque sea de una manera torpe, al amor con el que somos amados por Dios. Él nos ha escogido antes de crear el mundo, por amor nos ha destinado a ser hijos suyos por Jesucristo (cf. Ef 1, 4-5), antes de que empezara a ser formado nuestro cuerpo, Cristo murió por nosotros (Rm 5, 8) para liberarnos de todo lo que nos oprime y otorgarnos la vida eterna; el Padre en el bautismo nos ha acogido como hijos y nos ha dado el Espíritu Santo para que nos guíe y conforte en el camino de la vida, nos ha llevado a la comunidad de la Iglesia para que nos nutra en la fe y tenga cuidado de nosotros, nos reúne en torno a la Palabra y a la mesa eucarística porque desea ardientemente compartirla con nosotros (cf. Desiderio desideravi, 2.6)). Y tantos otros dones de Dios que hemos recibido.

En último término, cuando Jesús nos dice amar a Dios con toda la intensidad de amor que nos sea posible, no nos impone un mandamiento, sino que nos abre un camino de relación personal e íntima con el Padre, un camino de realización en plenitud de nuestra persona, un camino que es confort para nuestras inquietudes, fuente de luz, de alegría, de esperanza, de crecimiento en el amor. En una palabra, quiere hacernos participar de su vida de Hijo.

La celebración de la Eucaristía es la cima en este mundo de la participación en el amor de Dios hacia nosotros, la Iglesia y el mundo. Y es el lugar donde manifestamos, también, nuestro amor humilde hacia él y donde nos llenamos de fuerza para amar a los demás.

 

Abadia de MontserratDomingo XXX del tiempo ordinario (29 de octubre de 2023)

Domingo XXIX del tiempo ordinario (22 de octubre de 2023)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat (22 de octubre de 2023)

Isaías 45:1.4-6 / 1 Tesalonicenses 1:1-15 / Mateo 22:15-21

 

Justo hace 15 días, con ocasión de los 800 años de la Institución de la Cofradía de la Virgen de Montserrat, junto con los obispos de Cataluña y cerca de un millar de peregrinos, Montserrat ha peregrinado a Roma. El Papa Francisco en esta ocasión ha obsequiado con la «Rosa de Oro» a la Santa Imagen de la Virgen María, Patrona de Cataluña, por la secular devoción y amor que ha suscitado y suscita en tantas generaciones de peregrinos que la han amado y le han dado a conocer en todo el mundo. Tanto los que hemos estado en Roma estos días, como los que se han unido espiritualmente, todos, ponemos esta Rosa de Oro a los pies de la Moreneta como testimonio de amor, devoción y agradecimiento de nuestra generación.

Al contemplar el rosario de peregrinos que día tras día suben a venerar a la Virgen de Montserrat, y tantos que sabemos que se encomiendan a ella desde lejos, desde su casa o en las diferentes Delegaciones de la Cofradía en todo el mundo, no podemos dejar de dar gracias a Dios por este milagro continuo que acontece en el secreto de los corazones que se abren a su luz.

Como san Pablo mirando aquella primera comunidad de Tesalónica, los monjes no dejamos de dar gracias y de rezar para que todos los peregrinos, tal y como recoge una de las oraciones colectas de la fiesta de la Virgen María, progresen en la fe, la esperanza y la caridad.

San Pablo, escribiendo las primeras letras del Nuevo testamento, nos habla de la fe no como un mero asentimiento a una verdad revelada sino como una realidad viva que tiende a propagarse comunicando con alegría la Buena Nueva de Jesucristo. Éste es el primer impulso de un verdadero encuentro con Dios: La misión. Nuestra Señora, ejemplifica la doble vertiente que tiene toda misión: la alabanza y el servicio. Después del anuncio del ángel, María se fue decididamente a llevar la Buena Nueva de Jesús a su prima alabando a Dios con el Magnificat y sirviéndole en la caridad cuidando del embarazo tardío de Isabel. Precisamente el evangelio de la visitación es el que se proclaman en la fiesta de Nuestra Señora de Montserrat como síntesis de la realidad del patronazgo de la Virgen María y de la espiritualidad de su Santuario: alabanza y misión.

María nos enseña la caridad que no se cansa de hacer el bien, y anima a monjes, escolanes y peregrinos, a imitarla compartiendo esta alegría que es fruto de la acción del Espíritu de Dios en nuestra vida y que hace, como dice el lema del Domund de este año, que nuestros corazones sean ardientes y los pies en camino.

La caridad no se cansa de hacer el bien como la atleta tampoco de superar récords, porque la caridad, como el atleta hace más horas de gimnasio que de sofá reforzando su musculatura en el entrenamiento de la oración continua, con el diálogo con la Palabra de Dios y la guía segura de que es la vida de Jesús. Es él quien hoy, en este fragmento del evangelio de san Mateo, nos enseña a no dejarnos atrapar en las polémicas que buscan más el descrédito del otro que la verdad y hacer bien. Jesús no olvida su misión de evangelizar, por eso ante la pregunta capciosa de los fariseos y herodianos no cae en la trampa en la que querían meterle, sino que se mantiene en lo que no hay que callar porque es de justicia. Jesús reafirma la primacía de Dios, porque el César también es de Dios, como cualquier otra criatura humana. La primacía de Dios fue el punto de toque que enfrentó a Jesús con los fariseos de su tiempo, ya que, con los preceptos puramente humanos que ellos defendían en beneficio de sus intereses personales, invalidaban la Palabra de Dios.

Tampoco hoy tenemos que entrar en polémicas que no llevan a ninguna parte, debemos apostar por el amor a la verdad con el fin de construir, de hacer el bien a todos y no procurar sólo el nuestro. Si queremos dar una palabra de vida desde la política, la acción social o el diálogo espiritual debemos entrenarnos a escuchar antes que hablar, a entender antes que contra-argumentar, a actuar de los de la primacía constructiva del amor que sabe leer entre líneas y pasar página cuando es necesario.

María enseña a vivir, como Jesús, la primacía de Dios en nuestra vida. No tengamos miedo. Jesús puso siempre la voluntad de Dios por delante de la suya, porque para ir bien, Dios debe ser siempre el primero. Dios es primero pero no como el César sino como Jesús. Dios es el primero en ponerse detrás, en servir y no en ser servido, en darnos la vida, no en fiscalizarla. Dios, en Jesús, no viene a discutir sobre legalismos o licitudes, no viene a señalarnos con el dedo sino a darnos la mano. Jesús viene a fresarnos el camino de regreso a la vida verdadera, y ese camino implica morir y resucitar con él.

¡Ah! Aquí, a nosotros, puede pasarnos como a los fariseos del tiempo de Jesús, envolviendo la madeja con preguntas al aire para no tener que afrontar el reto que nos propone el mensaje de Jesucristo que nos compromete con Dios y con los hermanos, sobre todo con los más pobres. Aquí también Jesús nos avisa de la hipocresía ciega del fariseísmo de siempre que queda atrapado en su propia seguridad cuando mira sólo a sí mismo y basta. Guardando la vida como quien guarda una semilla en un bote, aunque sea un bote de cristal de roca, se acaba perdiendo lo poco que es. Sólo plantada en el suelo la semilla llega a fructificar y perpetuar su existencia. Así es la propuesta y el reto de Jesús en el evangelio que no interesó a los poderosos de su tiempo, pero que sí acogieron los humildes y de corazón sincero.

María nos es un ejemplo sencillo y cercano del seguimiento de Jesucristo. Y de ella, de su «savoir faire» de madre, debemos aprender como individuos y como comunidad, porque ella, como nos dijo el Papa Francisco en la audiencia de la Cofradía con motivo de sus 800 años, nos ayuda a deshacer los nudos que se han hecho en nosotros y entre nosotros. Es decir: María también allana el camino de la amistad entre los pueblos, invitándonos a volver la mirada hacia el origen y el hito de nuestra existencia, que es Jesucristo. María nos es compañera en esta misión uniéndonos con un corazón de hermanos, y nos anima a caminar detrás de Jesús por las rutas de la paz, de la bondad, de la escucha y el diálogo paciente, persistente y sin engaños.

Es bueno aprovechar bien el domingo para alabar a Dios en comunidad y reflexionar sobre nosotros mismos dejándonos interpelar por la Palabra de Dios que nos abre al bien; nos hace más personas. Y como decía el propio Santo Padre terminando su discurso: es bueno experimentar la alegría de anunciar a Cristo de la mano de María, Madre del Evangelio viviente, Estrella de la evangelización que, para nosotros, desde Montserrat, brilla iluminando la catalana tierra y nos guía hacia el cielo.

¡Disfrutémoslo y comuniquémoslo con la alegría del amor y del servicio!

Abadia de MontserratDomingo XXIX del tiempo ordinario (22 de octubre de 2023)

Domingo XXVIII del tiempo ordinario (15 de octubre de 2023)

Homilía del P. Lluís Juanós, monje de Montserrat (15 de octubre de 2023)

Isaías 25:6-9 / Filipenses 4:12-14.19-20 / Mateo 22:1-14

 

Es bueno, sobre todo para quien viva habitualmente solo, o abrumado por las ocupaciones de la vida diaria, el ser invitado a una boda y compartir el gozo de una familia en un día de fiesta tan especial. Seguro que no nos viene de nuevo el hecho de haber sido invitados a una boda. Jesús, sensible a esta realidad, cuenta la parábola que acabamos de escuchar, donde un rey celebra la boda de su hijo y envía a sus hombres a avisar a los invitados, pero la respuesta no es la esperada.

Pienso que a propósito de esta historia, podemos afirmar también que el Señor, con toda la ilusión y generosidad, nos invita a una gran boda, a un banquete espectacular, a la fiesta de la Alianza de Dios con nosotros y haciendo un poco de “teoficción”- me lo imagino hoy preparando la lista de invitados, repasando el álbum de fotos de nuestra vida: «éste no puede faltar; ésta me haría mucha ilusión que viniera; con estos dos hace tiempo que hemos perdido el contacto, pero me gustaría reencontrarlos; ah! y no puedo olvidar a mis vecinos, que a pesar de ser algo pesaditos estarán contentos si cuento con ellos»… y así ir haciendo, ¡hasta invitarte a ti, a mí, a todo el mundo! Todos estamos invitados en el banquete del Reino.

Sin embargo, a los pocos días empiezan a llegar mensajes: “mira Señor, no podré asistir a la boda, tengo un compromiso inaplazable para ese día”; «gracias, pero tengo una reunión de negocios muy importante y no podré venir»; “lo siento, no voy a asistir a la boda porque hay invitados que no quiero ni verlos”… y el buen Dios, a pesar de sentirse desilusionado y decepcionado, no deja que nadie le agüe la fiesta ni le roben la alegría, y piensa: “peor para ellos, ellos se lo pierden” y manda que empiecen a repartir invitaciones a quienes menos lo esperaban: a los pobres desgraciados, a los aburridos de la vida, a los marginados, a los sin trabajo, a quienes rebuscan en los containers, a los que matan las horas en el bar, a los que no tienen a nadie que les recuerde, a los que quizás nunca invitaríamos a…

Empieza la fiesta y aquello está lleno hasta los topes. Llega gente que nunca había sido invitada a una boda como aquella: algunos visten sus mejores modelos, otros han ido a buscar ropa a Cáritas, a ver si los ponían elegantes… Gente joven, gente mayor, gente con dentadura perfecta y gente sin dientes… pero todos muy emocionados y con ganas de pasárselo bien. ¡El banquete está listo! Pero cuántos invitados que en su autosuficiencia se han excluido de la fiesta, cuántos no han sabido hacer propia la alegría de Dios, cuántos se han presentado sin el vestido de fiesta para celebrar la alegría del amor de Dios por ¡toda la humanidad!

El Reino de Dios que esperamos, que ya vivimos aquí “en primicia”, y que viviremos en plenitud un día, nos es presentado como un banquete, como hemos visto, y un banquete no es una bacanal despersonalizadora, ni tampoco un “buffet libre” donde hartarse sin medida, ni tampoco un “self service” de autopista para rehacer las fuerzas de una forma rápida y práctica. Un banquete es, ante todo, la iniciativa de alguien generoso que invita a sus amigos. En este banquete, más que lo que hay sobre la mesa, lo que importa son quienes están sentados a su alrededor, lo que les une y quien los une.

Los aficionados al cine posiblemente hayan visto “El festín de Babette” y recordaréis cómo aquella espléndida cena nace, casi de la nada, de la creatividad y el afecto agradecido de la cocinera francesa. En esta cena, las exquisitas viandas que se ofrecen son como un reflejo del espíritu de Babette, la cocinera: un espíritu delicado, detallista, generoso. En todo está presente su mano atenta y es ese espíritu el que abre a los comensales a la reconciliación y la amistad. ¿No es ésta la tendencia, la dinámica profunda, realizada en mayor o menor grado, de toda celebración, de toda fiesta?

Algo así deberá ser el Reino del Cielo de que habla Jesús. Un Banquete donde en todo se hace patente la mano creadora y generosa de Dios. El sueño de una gran mesa en la que se sienta toda la humanidad, toda la Creación, convocados por Aquel que nos ha amado desde siempre y que nos quiere ver unidos y reconciliados en el Amor para siempre.

Hermanos, la Eucaristía que estamos celebrando, es signo de este banquete del Reino, donde Jesús se nos da como alimento de nuestra alma. Todos somos invitados a sentarnos en la misma mesa en torno a Jesús, modelo de una humanidad nueva que nos libera de todo lo que hay de inhumano en el mundo y nos invita a hacer realidad los valores del Reino; a construir y a vivir ya desde ahora la fraternidad de los hijos de Dios; a sentirnos hijos de un mismo Padre, y revestirnos de Cristo para entrar en la fiesta y convertirnos en amigos y hermanos de todos los que han sido invitados como nosotros y con nosotros, a pesar de las diferencias y los recelos que podamos encontrar .

Si miramos cómo está el mundo, y más estos últimos días de crueles enfrentamientos entre judíos y palestinos, quizás lo encontremos poco realista y demasiado utópico todo esto. Sin embargo, “la paz es la única batalla que vale la pena librar” (A. Camus) “Seamos realistas, ¡pedimos lo imposible!» coreaba a la gente por las calles de París en mayo del 68. Sólo la bondad del Señor puede hacer posible lo imposible; sólo él nos puede sacar de nuestra indiferencia, acoger la invitación que nos ha hecho y trabajar ya desde ahora por un mundo más justo, pacífico y habitable. Abrimos nuestro corazón a esta invitación y a tantos hombres y mujeres que quizás ni saben que Dios les invita a participar de su amor.

Abadia de MontserratDomingo XXVIII del tiempo ordinario (15 de octubre de 2023)

Domingo XXVII del tiempo ordinario (8 de octubre de 2023)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (8 de octubre de 2023)

Isaías 5:1-7 / Filipenses 4:6-9 / Mateo 21:33-43

 

Queridos hermanos y hermanas,

Los textos que nos propone la Liturgia de la Palabra de este domingo tienen un tono dramático y nos sitúan de lleno en el misterio de Jesús y al mismo tiempo nos confrontan con la respuesta que también nosotros damos a su llamada.

El poema de Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura, presenta de manera poética y al mismo tiempo dolida el desengaño de Dios ante la infidelidad del pueblo de Israel, que es comparado con un viñedo. Con una mezcla de tristeza y de indignación el Señor exclama: “¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo hubiera hecho?».

La lamentación de Dios es un lamento que nace de un corazón que ama y que ha sido herido por el desamor. No podemos entender la llamada de Dios ni lo que Él es para nosotros si no comprendemos su relación como una relación de amor. Lo que caracteriza a lo que Dios es para nosotros es que: todo nace, todo proviene, todo radica en el amor que Dios nos tiene. Y la muestra máxima de ese amor total de Dios es su Hijo. Su Hijo no es enviado para dominar, para imponer con más dureza nuevas leyes, sino que es enviado para darse por amar hasta el extremo, para reconstruir desde la propia muerte lo perdido. De la muerte, de la donación generosa del Hijo, Dios hace surgir la vida.

El salmo responsorial que hemos cantado es la reacción del pueblo exiliado que se da cuenta de su infidelidad y quiere tocar el corazón del Dios que se había comprometido con ellos.

El evangelio mantiene el mismo tono dolorido de Dios, atónito porque su pueblo no quiera corresponderle. La parábola de los viñadores homicidas es una escenificación simbólica del conjunto de la historia de la salvación que tiene como cima a Jesucristo, cuya muerte ha sido el momento decisivo de esta historia y sobre la que Dios ha construido el edificio del nuevo pueblo.

La historia de la salvación no es nunca unilateral, sino que es la historia compartida entre Dios y el hombre y que pide una respuesta por nuestra parte. Se trata de una historia que siempre apunta al corazón. Por eso si profundizamos un poco más en las lecturas de hoy nos damos cuenta de que éstas miran hacia el corazón de Dios: Dios ama, Dios se duele, Dios se entristece, Dios quiere remontar las situaciones de ruptura y de alejamiento.

Y, sobre todo, Dios espera; nunca se cansa de esperar. Para hombres y mujeres de todos los tiempos, es muy importante saber que alguien espera en nosotros. Más aún, Dios no espera cruzado de brazos, sino que hace todo lo que puede para que su esperanza (consecuencia de su amor) dé el fruto que anhela: nuestra respuesta de amor.

La cumbre final de las lecturas de hoy está muy clara: toda la obra de Dios, toda la historia, conducen hacia Jesucristo. Convertido por la resurrección en piedra angular del nuevo pueblo de Dios, Cristo Jesús sigue invitándonos a la conversión. Su palabra, su acción, su persona, han plantado un viñedo espléndido y han puesto los cimientos del edificio que forman todos los que quieren pertenecer a este viñedo. Su muerte ha sido culminación de esta acción, y sobre ella Dios construye el Reino y nos llama a nosotros.

La eucaristía que estamos celebrando es signo de nuestro agradecimiento por haber sido llamados a hacer fructificar el Reino.

Abadia de MontserratDomingo XXVII del tiempo ordinario (8 de octubre de 2023)

Domingo XXVI del tiempo ordinario (1 de octubre de 2023)

Homilía del P. Ignasi Fossas, monje de Montserrat (1 de octubre de 2023)

Ezequiel 18:25-28 / Filipenses 2:1-11 / Mateo 21:28-32

 

Queridos hermanos y hermanas:

Las oraciones propias de este domingo presentan algunas verdades fundamentales de la fe cristiana. Lo hacen con la concisión y la brevedad que es propia de estos textos de oración, tan típicos de la liturgia romana. A los autores de estas oraciones les gustaba ser sintéticos, decir las cosas con pocas palabras.

El primer punto que destaca en dos de las oraciones es la fe en la vida eterna. En la oración colecta, que hemos rezado al principio de la misa, pedíamos a Dios que nos llene con su gracia para que, aspirando a tus promesas, nos hagas participar de los bienes del cielo. El término prometido es el cielo, y los bienes celestiales son sinónimo de la vida eterna en la presencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, de la Virgen María, de los ángeles y de todos los santos. El texto nos recuerda que el fin que nos espera, el término prometido, no es la derrota inexorable de la muerte y del aniquilamiento, sino que es la vida sin fin, en una condición de gozo, de luz, y de plenitud del amor que no somos capaces de imaginar, pues como decía San Pablo hablando de los bienes celestiales: ningún ojo ha visto nunca, ni ninguna oreja ha oído, ni el corazón del hombre sueña lo que Dios tiene preparado para los quien lo aman (1 Co 2,9).

La oración de postcomunión, que rezaremos al final de la misa pide a Dios Padre que el sacramento que acabamos de celebrar, el sacramento del cielo dice, renueve nuestro cuerpo y espíritu, para que seamos coherederos en la gloria de aquel cuya muerte hemos anunciado y compartido. La gloria del Hijo es sinónimo de la vida eterna, y como explica Jesús mismo en el evangelio de san Juan (Jn 17, 2-3), la vida eterna es un don que Él concede a quien quiere: según el poder que le diste (al Hijo) sobre toda carne, para que a todos los que tú les diste les de Él la vida eterna. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Heredar la gloria del Hijo de Dios querrá decir, por tanto, entrar en plena comunión con Dios Uno y Trino, y por tanto conocerlo tal y como es, tal y como lo revelará plenamente el Espíritu Santo.

La fe en la vida eterna, hermanas y hermanos, nos lleva a situar la vida en este mundo en el lugar y en la perspectiva que le corresponde. Debemos amar nuestra vida en la Tierra, debemos aprovecharla para crecer como personas y como discípulos de Cristo, pero teniendo presente que es sólo como el pórtico, como la ante-sala de la vida verdadera, que es la vida eterna. Y procurando, también, no perder ni despreciar por nuestra libertad mal utilizada, ese regalo que Jesucristo nos ha hecho con su muerte, su resurrección y el don del Espíritu Santo. 

En la oración colecta de hoy existe otro punto a destacar. Se trata de una verdad sobre Dios que conviene tener siempre presente y que nos ayudará a no confundirnos sobre quién es y cómo es Él. La encontramos al comienzo de la oración, cuando dice: Oh Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia. (Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas). Es un tema recurrente afirmar que Dios es todopoderoso, que es omnipotente; por eso es Dios. Éste sería un elemento común al pensamiento humano sobre Dios. Pero la fe cristiana le añade un matiz muy importante. La Iglesia afirma, siguiendo la enseñanza de Jesús, que Dios nunca manifiesta tanto su omnipotencia como cuando perdona y se compadece. Podríamos decir que la manifestación más sublime de la omnipotencia divina no se expresa con grandes acontecimientos cósmicos, ni con milagros atronadores, ni con el aniquilamiento de sus enemigos.

La omnipotencia de Dios se expresa en la cruz, cuando Cristo muere perdonando a sus verdugos y compadeciéndose de toda la humanidad. ¿No os parece que, si es así, tiene todo el sentido hablar de la omnipotencia de Dios? Y precisamente por eso, porque nos perdona y se compadece de nosotros, podemos suplicarle que nos llene con los dones de su gracia, o que nos abra las fuentes de toda bendición. Pidamos al Señor que nos dé a conocer en qué consiste su poder, y nos ayude por el don del Espíritu a compartir la pasión y la muerte de Cristo para poder participar así de la vida eterna.

Abadia de MontserratDomingo XXVI del tiempo ordinario (1 de octubre de 2023)

Domingo XXV del tiempo ordinario (24 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (24 de septiembre de 2023)

Isaías 55:6-9 / Filipenses 1:20-24.27 / Mateo 20:1-16

 

Si vamos al «ChatGPT» y le preguntamos «¿Qué es un Reino?», nos dirá que «el término «reino» hace referencia a un área geográfica o política gobernada por un monarca». Y si le pedimos «¿Qué es el Reino de Dios?», nos dirá que, a diferencia del reino, «no es un lugar físico concreto, sino más bien una realidad espiritual que influye en el mundo físico y en las vidas de las personas”, que “está regido por valores como el amor, la justicia, la paz, la comprensión y la compasión”, y que “representa el orden divino y la armonía que Dios desea establecer en el mundo y en las vidas humanas”. La definición no está mal… Pero, al fin y al cabo, la IA se basa en lo que antes han escrito las personas, y las personas nunca podremos encontrar palabras suficientemente precisas para describir lo que Jesús conocía perfectamente, pero que para contárnoslo necesitó nada menos que 37 parábolas, una de las cuales es la de los trabajadores de la viña que nos acaba de ser proclamada.

El evangelista Mateo sitúa la parábola que acabamos de escuchar como una ampliación de la respuesta que Jesús dio a un joven rico, que en cierta ocasión le pidió: «Maestro, ¿qué de bueno debo hacer para obtener la vida eterna?». Jesús le respondió que, “para entrar en la vida”, “para entrar en el Reino de los Cielos” debía vivir prescindiendo de las riquezas. Y como el joven rico lo encontró muy difícil de hacer, Jesús explicó a continuación la parábola que hoy nos ocupa. Para entrar en el Reino de Dios, simbolizado por la viña, basta con quererlo. Pero como toda decisión implica una renuncia, para entrar en el reino de Dios es necesario que no estemos preocupados por las riquezas. La economía que se mueve allí es otra: es la generosidad sin medida, es el amor llevado al máximo. Dios, representado en la parábola por el dueño de la viña, acoge a todo el mundo, emplea a todo el que esté dispuesto a trabajar —en otras palabras, da una responsabilidad a cada uno. Y no sólo eso, sino que, además, nos retribuye a todos por igual; porque el Reino de los cielos no se rige por las leyes humanas. Como decía Isaías en la primera lectura “los pensamientos de Dios no son los de los hombres, y los caminos de los hombres no son los de Dios, sino que los pensamientos del Señor están por encima de los nuestros “tanto como la distancia del cielo a la tierra». La ley que rige el Reino de Dios no está condicionada por las limitaciones humanas, y por eso, para entrar en ella, debemos renunciar a cosas que aquí nos parecen imprescindibles, pero que no lo son tanto.

Esta plaza donde nos encontramos con el dueño de la viña, es la Eucaristía que estamos celebrando. La Misa de cada domingo es para nosotros el lugar en el que nos encontramos con Dios que quiere darnos trabajo, que quiere acogernos en su viña (en su Reino) y pagarnos a todos con el mismo salario: todos los que hoy estamos aquí hemos recibido el denario de su palabra, su mismo mensaje, y ahora recibiremos los mismos dones eucarísticos, seamos quien seamos, vengamos de donde vengamos.

Y ésta es otra posible interpretación de la parábola: los distintos trabajadores que se presentan a distintas horas del día, pueden significar las distintas edades de la vida en las que se puede oír la llamada de Dios. Tanto si somos ancianos como jóvenes, tanto si hemos oído el Llamamiento de Dios desde pequeños como si la hemos oído de mayores, todos estamos llamados a entrar en el Reino de Dios y ser remunerados por igual con el amor y la misericordia infinitas que Dios quiere darnos. Cada uno de nosotros sabe qué motivos le han llevado a venir hoy aquí: puede que, habiendo oído la llamada de Dios desde siempre o teniendo un compromiso de vida, hayamos venido hoy a Misa con toda la intención de encontrarnos con Dios. Pero también puede que hayamos venido por casualidad, o por otros motivos: por una celebración familiar, para cantar (o para escuchar un buen corazón), porque es tradición venir con la romería de nuestro pueblo o, simplemente puede que nos hayamos encontrado con la Misa haciendo zapping en casa mirando la televisión… Sea como sea, estamos aquí. Y el Señor lo aprovecha para decirnos que nos quiere a todos, seamos de la hora que seamos. Y al tiempo que nos da a todos la abundancia de su amor, también nos recuerda que nosotros podemos hacer lo mismo con los demás: si Dios es providente y nos sentimos gratificados por los dones que nos ha hecho, ¿por qué no hacemos nosotros lo mismo con las personas que tenemos en nuestro entorno? Podemos ser una imagen del amor y la generosidad de Dios si hacemos lo que nos toca con amor, con generosidad, con espíritu de servicio para con los demás, si utilizamos nuestras habilidades para ayudar a los demás. Y todavía podemos intentar sacar un último ejemplo: el Señor nos pide que no tengamos envidia ni nos comparemos con los demás; da igual si somos de los últimos como de los primeros, porque una vez estamos en el ámbito del Reino de Dios, todos seremos recompensados de la misma manera. No nos dé miedo, pues, si sentimos la llamada de Dios, de escucharla y prestarle atención; lo que Dios quiere por nosotros debe ser, necesariamente, bueno.

 

Abadia de MontserratDomingo XXV del tiempo ordinario (24 de septiembre de 2023)

Domingo XXIV del tiempo ordinario (17 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (17 de septiembre de 2023)

Sirácida 27:30-28:7 / Romanos 14:7-9 / Mateo 18:21-35

 

Hermanos.

Seguramente que algunos de ustedes tienen o han tenido alguna deuda o crédito para pagar. Vivimos en la era de las deudas económicas: las estadísticas sociológicas coinciden en que gastamos más de lo que tenemos porque acudimos mucho al crédito, un dinero “virtual” que existe en el futuro, pero el crédito nos permite disfrutar de un coche nuevo, unas vacaciones, una reforma, etc. Este tipo de deudas quedan bien registradas a través de contratos. Y si no lo pagas, ya sabéis. Pero ¿somos igualmente conscientes de nuestras deudas no monetarias, inmateriales?

El evangelio de hoy nos ha narrado una parábola que nos hace ver cómo Dios actúa, cómo nos enseña con su perdón y nos ayuda a perdonar. Es la parábola del siervo despiadado, que era un alto funcionario del rey, y le había sido perdonada la increíble deuda de diez mil talentos; pero luego él no estuvo dispuesto a perdonar la deuda, ridícula en comparación, de un poco de dinero que le debían: ese contraste significa que cualquier cosa que debamos perdonarnos mutuamente es siempre poco comparada con la bondad de Dios que perdona infinitamente.

Todos tenemos deudas espirituales, bienes espirituales que hemos recibido como un don y que superan lo que podríamos devolver: el cariño y el sacrificio de nuestros padres, la fidelidad de los amigos, la educación de nuestros maestros y catequistas… Y seguramente que, mirando hacia atrás, vemos nuestros errores y fallos, nuestra falta de correspondencia a tanto como hemos recibido. Se trata de nuestros defectos, y sobre todo de nuestros pecados, en los que el amor es traicionado.

Y así se va escribiendo la lista de nuestras deudas. Una lista que podemos llevar hasta el último escalón: el gran amor que Dios nos tiene, que se manifiesta en su misericordia: Dios desea que todos sus hijos practiquemos la misma medida que Él utiliza con nosotros. La cuenta en rojo de nuestras deudas con el Señor son nuestros pecados. Sólo la humildad frente a su mirada misericordiosa es la respuesta apropiada para saldar los números rojos. Sólo Dios salva, redime, pues sólo Él llega a lo profundo del corazón para restaurarlo.

El evangelio de hoy nos invita a no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha al otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de las disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias disculpas.

San Bernardo en el siglo XII enseñaba que para perdonar es muy conveniente pensar bien de los demás, aunque parezca difícil. Decía lo siguiente: «Aunque veáis algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadlo en vuestro interior. Excusad la intención si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, todavía podéis créelo así y decid en vuestro interior: la tentación habrá sido muy fuerte». Hasta aquí san Bernardo, que nos ha recordado el deber de amar a los enemigos, a los deudores, a los que nos molestan. Es necesario amarlos porque esperamos en su conversión y salvación.

Fácilmente encontramos deudores en nuestro día a día, quien pone el televisor demasiado alto, quien hace ruido o simplemente es un mal educado. En cualquier caso, es necesario comprenderlo, mantener la calma y sonreír. Que la Virgen María nos lleve a progresar en el verdadero amor sin retórica.

 

Abadia de MontserratDomingo XXIV del tiempo ordinario (17 de septiembre de 2023)

Domingo XXIII del tiempo ordinario (10 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Lluís Planas, monje de Montserrat (10 de septiembre de 2023)

Ezequiel 33:7-9 / Romanos 13:8-10 / Mateo 18:15-20

 

P. Lluís PlanasHoy podríamos poner un gran rótulo que nos recordara, a todos los que formamos parte de la comunidad que quiere seguir a Jesús, la importancia de la corrección fraterna. Pero creo que, si nos quedamos aquí, nos quedaríamos cortos, si entendemos que se trata de corregir una falta moral, o una debilidad o fragilidad humana únicamente. Porque tanto en la lectura del profeta Ezequiel, como en el mismo evangelio, el acento a la corrección está puesta en el pecado. Así en la primera lectura ponía en la boca de Dios: «Si yo amenazo al pecador con la muerte…y no le adviertes que se aparte del camino del mal». En el evangelio nos lo decía de otro modo, pero muy parecido, ponía esta expresión en la boca de Jesús: «Si tu hermano peca, ve a encontrarlo…» Es necesario pues darse cuenta de qué debemos entender por pecado… En la tradición bíblica pecar es apartarse de Dios. Toda comunidad que se confiesa cristiana, su objetivo es mirar en dirección hacia Dios. Desviarse de este horizonte es entrar en el camino donde no está Dios, es decir, como el propio evangelio nos recordaba, propio de paganos, hoy quizás podemos decir aquellos que buscan espiritualidades alternativas a lo que nosotros llamamos Dios y sobre todo Jesucristo; o de publicanos, aquellos que más bien están obsesionados por dinero por encima de todo.

Jesús ha recordado, «Si tu hermano peca, ve a encontrarlo». El hermano que peca, es hermano de todos los que formamos la comunidad. Por tanto, es la responsabilidad es de todos. Probablemente podemos tener la tendencia de pensar que esto es la responsabilidad de unos pocos. Pero Jesús ha ido implicando progresivamente, si no existe una respuesta adecuada, primero uno o dos más, después toda la comunidad reunida. Quisiera subrayar esto: la comunidad debe reunirse junta. Al fin y al cabo, la responsabilidad de la posible existencia del pecado en el seno de la comunidad, en el seno de la Iglesia, es de todos.

El fragmento de la carta a los romanos nos ha explicado cómo debe ser el encuentro con el pecador. «La única deuda vuestra debe ser la de amarle». Ha puesto un ejemplo de lo que implica amar. Fijémonos con los ejemplos que ha puesto: «no cometer adulterio, no matar, no robar, no desear lo otro» en el fondo es el respeto profundo a la integridad del otro. No le quites lo suyo, lo que tiene. Puede ocurrir, y ocurre demasiado a menudo, que, en la iglesia, está el dedo que señala severamente, el pecador, humillándolo. Yo creo que cuando se hace así no hay amor, respeto. Si se lleva al corazón, se vive intensamente el principio: «ama a los demás como a ti mismo» como nos ha recordado la epístola, probablemente, nos fijaríamos mejor cuáles son los sentimientos que tienes cuando te acercas al que te ha hecho daño. Si nos dejamos dominar por los sentimientos como la ira, el desprecio, la descalificación totalizante, en la mirada al pecador no estará la profundidad de la mirada de Jesús. A ninguno de nosotros nos gusta tener la sensación de que te miran con estos sentimientos negativos. Y nos sentimos aliviados con la mirada de Jesús.

La mirada hacia Dios que debe tener toda comunidad, y como la que ahora estamos reunidos celebrando el don del amor de Dios, tiene una fuerza tan grande, que podemos sentir en nuestro interior cómo se hace verdad las últimas palabras del evangelio de hoy: «donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» Sí, todos y cada uno de nosotros que estamos ahora aquí, y también quienes también nos siguen por televisión y por la radio. Todos, todos, dejémonos coger por estas palabras de Jesús: yo estoy aquí en medio. 

Abadia de MontserratDomingo XXIII del tiempo ordinario (10 de septiembre de 2023)

La Natividad de la Virgen y profesión del G. Frederic Fosalba (8 septiembre 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de septiembre de 2023)

Miqueas 5:1-4a / Romanos 8:28-30 / Mateo 1:1-16.18-23

 

Con la gente famosa o conocida, por las razones que sea, desde los santos hasta los deportistas, o también con la gente que amamos especialmente, tenemos una tendencia natural a conocerlos más y mejor, y por tanto a saber dónde han nacido, quiénes son sus padres, dónde han estudiado, con quienes viven y tantas otras cosas personales. Esto lo hacemos para tener perspectiva, que es una palabra que significa “mirar a través de”, o también “mirar más profundamente”.

Estimando cómo amamos a Jesucristo no es extraño que desde el principio todo lo que le rodeó en el tiempo de su vida en la tierra, haya sido un tema de interés profundo, un intento de tener una perspectiva mejor para comprender quién es Él, qué quiso decir su vida, qué ocurrió después de su muerte. Él es el foco al que se dirigen todas las miradas, él es también la luz que ilumina estas perspectivas que lo contemplan. De todas las personas de su entorno, el lugar privilegiado de su madre, Santa María forma parte de nuestra fe y de la revelación cristiana. Por eso en algunas fiestas marianas celebramos los momentos de la vida de la Virgen María como pre-historia de Jesucristo, ya sea en su Inmaculada Concepción, en su Natividad, hoy, o en el momento de la Anunciación y en otras fiestas, como la Asunción de Santa María al cielo, en que celebramos, podríamos decir, la post-historia de Jesucristo, todo lo que continuó después, con su resurrección, que es ya historia de la comunidad cristiana.

Nos admira pues esta presencia de María, antes, durante y después de Jesucristo, como envolviendo la vida de su Hijo, siendo realmente Arca de la Nueva alianza.

De este modo, al igual que algunos objetos nos ayudan a comprender sus matrices, Santa María es por tanto una perspectiva, la mejor perspectiva de Jesucristo, nos ayuda a mirarle y mirarle con más profundidad. La Virgen nos ayuda a entender a Jesucristo, aunque Él como el modelo de toda la humanidad, es también el origen de su propia madre de quien decimos poéticamente en una antífona: “Eres madre del que te ha creado”.

Perspectiva también es una palabra que se puede entender como un sinónimo en el sentido de ser un buen punto de vista. Todo lo que hace la Biblia es darnos mejores perspectivas para conocer a Dios y para comprender a Jesucristo.

Un ejemplo para que los escolanes lo entendáis es que tenemos muchas personas en la historia que son como microscopios o telescopios, es decir, instrumentos que nos ayudan a ver con mucho más detalle una realidad o a ver lo que por estar tan lejos no veríamos o nos costaría ver. Estos instrumentos nos dan perspectivas. A Dios nadie le ha visto nunca, pero por Jesucristo, ante todo, y por Él, con la Virgen María y con todos los santos y profetas, tenemos estos instrumentos que sí nos permiten ver, conocer y amar a Dios.

Centrándonos sólo en la primera lectura de la misa de hoy, encontramos la óptica del profeta Miqueas, una visión previa al Mesías, que reconocemos en Jesús de Nazaret, en la que nos dice que ese que está por venir será el que traerá la unidad y la paz. La unidad porque nos decía el profeta que este Mesías hará volver a todos a casa.

Como cristianos quisiéramos ser testigos de unidad y de paz. Son dos insignias mesiánicas, aplicadas a Cristo, que amamos especialmente los monjes benedictinos.

La unidad, por la que nuestras comunidades querrían ser signos de una iglesia que acoge a los hijos y las hijas de Dios como una sola familia. Aquí en Montserrat la presencia de la Virgen María, nos da una referencia más fuerte a estos vínculos fraternales y familiares que quisiéramos tener entre nosotros y con todos. Una unidad que queremos vivir en comunidad, una familia que hoy se hace algo mayor con la profesión solemne, esto es el compromiso definitivo a vivir como monje en este monasterio de Montserrat, de nuestro hermano Federico. Dios bendice ese buen deseo de unidad que acompañamos cantando el salmo, “qué bueno y agradable vivir todos juntos los hermanos”.

Dios hace de nuestra comunidad un signo de una mayor unidad, la de la Iglesia, que a su tiempo quiere simbolizar la de toda la humanidad. En un mundo tan dividido, con tantas guerras, violencias, explotaciones, tanto daño que me atrevo a decir que tiene su origen en una mirada individualista, protectora siempre de lo mío, debemos recordar que todos los seres humanos estamos llamados a ser uno en Jesucristo. El signo generoso y sencillo de esta mañana, de optar por una vida en común según la llamada de Jesucristo, es una esperanza para todos los que creemos en Dios y en las posibilidades de las personas humanas.

También la paz es amada en los monasterios. San Benito en su Regla la pone como uno de los bienes que el monje debe buscar y conseguir. La paz que deseamos a todos los que entran en nuestro santuario, en el monumento llamado precisamente Pax Vobis, en la carretera antes de la curva de los Apóstoles. Una paz que debe empezar en una reconciliación dentro de nosotros, escuchando qué nos pide la voz de Dios y procurando ser dóciles.

Unidad y paz son formas de vivir Jesucristo. Lo son para los cristianos y lo son por los monjes. Siguiendo el ejemplo de Santa María, viviendo así, reflejamos la luz de Cristo y nos volvemos también nosotros perspectivas de Cristo. Y lo más increíble es que cada uno es una perspectiva necesaria, única e insustituible en la familia cristiana.

Tu donación a Dios hoy, Federico, te lleva a ser servidor como María. Ella, siendo quien era, no dudó en reconocerse pequeña ante la grandeza de Dios. Imitemos esta humildad que es la mejor virtud, imprescindible para ser discípulos en esta escuela que es el monasterio y bajo la instrucción de la Regla de Sant Benito. Ninguna palabra mía podría igualar las que rezaremos en la oración de consagración. Escúchalas bien. Está todo.

Los escolanes saben bien que desde hace un año el hermano Frederic es el subprefecto de la Escolanía. Por tanto, el sitio principal, no el único, donde en nombre de la comunidad le he pedido que se haga servidor de Jesucristo. Me gusta deciros esto y que lo entendáis. La vocación de Federico, como la de todos nosotros no es ser maestro o educador, es ser monjes. Todo lo que hacemos por vosotros, muy especialmente los monjes que están en la Escolanía, lo hacemos por amor a Jesucristo, a Montserrat y también a la Escolanía que es una parte de Montserrat.

¡El monasterio pide a estos hermanos que busquen esta paz y esta unidad entre vosotros! Es un reto importante, ¿no? ¡Ponédselo un poco fácil! Dios también quiere de vosotros que viváis unidos y en paz, y cantar juntos todos los días a la Virgen, la Reina de la paz, es una muy buena escuela. Cuando cantáis siempre estáis unidos y en paz. ¡Aplicadlo a la vida!

En la unidad, en la paz, en el servicio, Jesucristo te llama a comprometerte. A consagrarte, que es retirarte para descubrir quién eres y poder ofrecerlo a los demás. La consagración al amor, a la vida y a la verdad son una forma de vincularse más profundamente a la humanidad. En un proceso que no acaba hoy, sino que es como un círculo que empezó cuando decidiste emprender ese camino y que se irá repitiendo hasta el final.

Sólo Él, Jesucristo, es capaz de pedir esto y de llevarlo a plenitud, Él da la luz y la gracia para que con todo lo que eres y tienes, seas siempre una perspectiva, un punto de vista desde donde se le vea a Él.

Y nosotros no podemos hacer otra cosa que darle gracias por todo esto.

Abadia de MontserratLa Natividad de la Virgen y profesión del G. Frederic Fosalba (8 septiembre 2023)

Domingo XXII del tiempo ordinario (3 de septiembre de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad emérito de Montserrat (3 de septiembre de 2023)

Jeremías 20:7-9 / Romanos 12:1-2 / Mateo 16:21-27

 

He escogido tres frases, una de cada lectura, para centrar nuestra atención en este momento de la eucaristía dominical en la que el P. Abad Manel celebra las bodas de plata de profesión y renueva su compromiso monástico. Se trata, queridos hermanos y hermanas, de tres frases que mutuamente se potencian a nivel espiritual y que son básicas en nuestra vivencia cristiana y monástica.

La primera frase es del evangelio. Después de anunciar que debe sufrir pasión, debe ser muerto y que resucitará, Jesús dice: Si alguien quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo que tome su cruz y me acompañe. Son palabras exigentes, que nos cuesta admitir, tal como a Pedro le costó admitir que la misión de Jesús pasara por el sufrimiento. El apóstol acababa de reconocerlo como Mesías, pero tenía un concepto demasiado humano de la misión mesiánica. Y por eso se escandaliza de las palabras de Jesús que hablaban de sufrimiento y de muerte y se puso a regañarle. El Señor, sin embargo, le acalló inmediatamente porque Pedro no pensaba según el plan establecido por Dios, sino de una manera demasiado humana.

Jesús nos enseña que sus discípulos debemos hacer un camino parecido al de él: seguirlo con la propia cruz, cada uno con la que le acarree la vida. Dicho de otra forma. El discípulo de Jesús debe morir a las ambiciones y en los egoísmos que se le presentan, y que son propios de una mentalidad no evangélica. Y debe gastar la vida en favor de los demás. Jesús nos propone, pues, una nueva forma de existencia: una vida dada a Dios y a los demás, según el nuevo orden de valores del Evangelio. Quien lo vive amando encuentra que el amor engendra vida, que el sufrimiento se vuelve fecundo, que la obediencia a la palabra de Jesús libera, que gastar y perder la vida a favor de los demás se convierte en una ganancia, porque la muerte no es la última palabra. La muerte desemboca en la resurrección. Quien pierda la vida de este modo por amor a Jesucristo, encontrará la felicidad verdadera y cuando el Señor vuelva glorioso recibirá la recompensa de vivir para siempre con él.

La segunda frase que he escogido es de la segunda lectura, de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma. Les dice: os pido, por el amor entrañable que Dios nos tiene, que le ofrezcáis todo lo que sois como una víctima viva, santa y agradable. Dar la vida a Dios y a los demás tal y como nos pide Jesús en el evangelio de hoy, es un culto agradable a Dios. Le ofrecemos para corresponder, desde nuestra insignificancia, al entrañable amor que él nos tiene. Porque tomar nuestra cruz y hacernos seguidores, discípulos, de Jesucristo es para corresponder al amor con el que somos queridos. Para corresponder no debemos amoldarnos al mundo presente, dice san Pablo. Nuestros criterios, nuestra forma de hacer y de vivir no deben ser según las pautas egoístas que suelen imperar en la sociedad, sino que debemos discernir cuál es la voluntad de Dios en lo concreto de nuestra vida para amar más, servir más, darnos más. Así la vida cristiana se convierte en un culto existencial ofrecido a Dios, en una liturgia viva, según el modelo que encontramos en Jesucristo ofreciendo toda su vida al Padre.

Y la tercera frase escogida proviene de la primera lectura, del profeta Jeremías: Me habéis seducido, Señor, y me he dejado seducir, decía. El profeta se lamentaba amargamente porque la gente se reía de él y le escarnecía cuando anunciaba la palabra de Dios y llamaba a la conversión ante las infidelidades del pueblo. Estaba desolado y experimentaba que no podía continuar la misión que Dios le ha confiado. Estoy rendido de tanto aguantar, ya no puedo más, decía al final de la lectura. Pero, sin embargo, sentía en su corazón un fuego que ardía, que no le permitía dejar su misión. Experimentaba que el Dios que le había seducido y por el que libremente se había dejado seducir, era más fuerte; no podía rehuirlo, debía dejar que Dios tuviera la última palabra, que es siempre una palabra de compasión y de salvación.

Me ha seducido, Señor, y me he dejado seducir Ésta es la razón fundamental que tenemos los cristianos, y los monjes, para darnos a Dios y a su Hijo Jesucristo. La única razón para procurar vivir siguiendo a Cristo con nuestra cruz, a veces con fatiga o encontrando la incomprensión de la gente. La única razón para dar la propia vida es que Dios por Jesucristo nos ha seducido. Es decir, nos ha atraído, nos ha cautivado y ganado nuestra confianza. Y, por eso, con toda libertad nos hemos entregado a él porque sólo él tiene palabras de vida eterna (Jn 6, 68). Dejemos, pues, que el amor del Señor nos atraiga más para acoger generosamente nuestra cruz, para vivir con abnegación la ofrenda espiritual de nuestra vida en servicio de los demás.

Hoy, como he dicho al principio, damos gracias por los dones que Dios ha hecho a lo largo de los veinticinco años de vida monástica de nuestro P. Abad Manel, en el momento en el que se dispone a renovar los compromisos de su profesión. Entonces, en 1998, fueron tres novicios que profesaron: el P. Abad Manel, el P. Juan Carlos Elvira (que el Señor llamó hacia él prematuramente hace seis años) y el P. José Antonio Martínez (actualmente monje del monasterio hermano de Santo Domingo de Silos y que hoy se encuentra entre nosotros). Ser monje comporta tomar cada día con abnegación la propia cruz y seguir a Jesucristo en el servicio de los hermanos. San Benito lo dice con otras palabras. Habla de participar “de los sufrimientos de Cristo con la paciencia” a fin de merecer “de compartir también su Reino” (cf. RB Prólogo, 50) y esto porque el monje debe procurar no anteponer nada absolutamente a Cristo (cf. RB 5, 72, 11), por el que se siente seducido.

Querido P. Abad Manel: la fidelidad a tu compromiso monástico de hace veinticinco años, te ha llevado, por designio de Dios y la elección de la comunidad, a asumir el servicio abacial en nuestro monasterio. Y, por tanto, a vivir un plus de abnegación y un plus de unión con Cristo. Porque el servicio abacial, que san Benito describe como imitación del Buen Pastor (cf. RB 2, 8; 27, 8), es “officium amoris”, por decirlo con palabras san Agustín (cf. In Io. Ev .Trat., 123, 5). Es una tarea de amor que implica dinamismo y exigencia personal, solicitud y misericordia hacia los hermanos. Y, por eso, pide una mayor intimidad con Jesucristo, aquél que te sedujo desde tu juventud y por quien te dejaste seducir. Y del que quieres escuchar cada día su voz, tal y como dice tu lema abacial (cf. Ps 94, 7).

Hoy, pues, damos gracias contigo por tu vocación monástica, por tu fidelidad. Y aún damos gracias por la fidelidad que Dios te ha tenido en estos veinticinco años de vida monástica y ya antes desde el bautismo. Damos gracias también por tu servicio abacial iniciado hace un par de años. Y sobre todo hoy, de manera particular, oramos por ti.

Que el Señor con la fuerza del Espíritu Santo, y por las oraciones de Santa María, Madre de monjes y Señora de Montserrat, siga llevando a buen término la obra que empezó en ti con la profesión, que te siga sosteniendo en tu camino monástico y en tu ministerio abacial, con la responsabilidad comunitaria, eclesial y social que conlleva en Montserrat. Que te haga el don de experimentar cada día más “la inefable dulzura del amor” (RB Prólogo, 49) en el gozoso seguimiento de Cristo.

Abadia de MontserratDomingo XXII del tiempo ordinario (3 de septiembre de 2023)

Domingo XXI del tiempo ordinario (27 de agosto de 2023)

Homilía del P. Anton Gordillo, monje de Montserrat (27 de agosto de 2023)

Isaías 22:19-23 / Romanos 11:3-36 / Mateo 16:13-20

 

Estimados hermanos y hermanas:

La primera lectura de Isaías y el evangelio de hoy nos hablan de llaves, símbolo de poder: a Eljaquim le eran dadas las llaves del palacio de David, y a Simón Pedro las llaves del Reino de los Cielos. Pensamos que esto estuvo escrito en una época que no era fácil de hacer copias de las llaves, no había ni passwords ni llaves biométricas. Así, el poseedor de la llave podía dejar las puertas bien cerradas o estar seguro de quedaran abiertas, sin miedo a ningún hacker. Este hecho de dar las llaves, de dar a una persona ese símbolo de poder, nos está hablando de la confianza que muestra quien da esa llave. Nos habla de la confianza que Jesús tiene en Simón Pedro, en sus capacidades porque es capaz de ver que Jesús «es el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16:16).

Confianza. Confianza de Dios que, si bien la da de forma eminente a Simón Pedro, de alguna manera, también se extiende al resto de los cristianos y cristianas porque por el bautismo, todos y todas hemos sido consagrados y hemos sido llamados a ser sacerdotes, reyes y profetas. Es decir, que todos los laicos y laicas participan del sacerdocio de Cristo, en su misión profética y real (1); son un “linaje escogido, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquel que le ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). “Los bautizados, en efecto, por la regeneración y la unción del Espíritu Santo, están consagrados a ser una habitación espiritual y un sacerdocio santo” (2).

Hace unas semanas, el Cardenal Cristóbal López, Arzobispo de Rabat, me envió una homilía suya de ordenación de cinco presbíteros y diáconos, y en ella decía: “No faltan sacerdotes; lo que falta es que todo cristiano sepa y tome conciencia de que él es sacerdote (también las mujeres). (…) Faltan sacerdotes que despierten el sacerdocio de los demás y les animen y enseñen a vivirlo y ejercerlo. El sacerdocio ministerial debe estar al servicio del sacerdocio común de los fieles. La ordenación de cinco (presbíteros y diáconos) debe servir para despertar el sacerdocio de 500, de 5.000 o de 50.000” (3).

Hermanos y hermanas, para el cristiano y para la cristiana, el vivir el sacerdocio común debe ser ofrecernos nosotros mismos como ofrenda a Dios, como dice san Pablo en la Carta a los Romanos: “Ofreceros vosotros mismos como víctima viva, santa y agradable a Dios, éste debe ser su verdadero culto. No os amoldéis al mundo presente; dejaos transformar y renovar vuestro interior, para que podáis reconocer cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable a él y perfecto” (Romanos 12:1-2).

En este sentido, el otro día preguntaba a una chica qué me dijera que es esto de vivir el sacerdocio común, y ésta fue su respuesta: el sacerdocio común es “Ser buena persona. Gustar a Dios intentando ser amables con todo el mundo. Que nuestra forma de ser y actuar muestre de forma transparente el Amor de Dios. Que después de hacer un favor a alguien no se queden con nuestra persona sino pensando: ¡qué bueno es Dios! Perdonando y siendo misericordiosos. Dejándonos acompañar porque somos frágiles como todo el mundo…”.

No olvidéis, hermanos y hermanas, que nosotros cristianos, contamos también con la confianza de Dios; y que confía en nosotros porque nos ama. Y nosotros debemos estar abiertos a Dios para que pueda hacernos conscientes, como un nuevo Simón-Pedro, de que Jesús «es el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mateo 16:16). Dios confía en nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: confía, nos ama, tanto que nos ha hecho hijos e hijas suyos y ha dado la vida de su Hijo primogénito por nosotros. Y esta confianza pide una respuesta de nosotros: pide que nosotros también confiemos en Dios, que nosotros seamos conscientes de nuestra responsabilidad para vivir el sacerdocio común, para poder corresponder a su Amor con nuestro amor: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (Cf. Mateo 22:36-40). Dios quiere ser correspondido en su cariño hacia la humanidad, y esto pide que este amor se exprese en hechos y no sólo en palabras bonitas: hechos de amor hacia Dios y hacia el prójimo. A esto hemos sido llamados por el bautismo: como hijos de Dios que somos, tenemos el deber de ser testigos ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo de la fe que hemos recibido de Dios por medio de la Iglesia (4). Confianza y responsabilidad.

Hermanos y hermanas, a pesar de nuestra pequeñez, a pesar de nuestras debilidades, a pesar de nuestras incoherencias, podemos hacer nuestra la oración colecta con que orábamos justo antes de las lecturas de hoy: para que Dios nos conceda, a nosotros cristianos y cristianas, que amamos lo que Dios nos manda y deseamos lo que nos promete, para que en medio de las cosas inestables y las incertidumbres del mundo presente, nuestros corazones se mantengan firmes allí donde se encuentra la alegría verdadera (5), es decir: que confiemos y amemos a Jesucristo, y que esta estimación rezume responsablemente en obras de amor hacia toda la humanidad.

Referencias
(1) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1268
(2) Concilio Vaticano II. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 10. Roma, 21 de noviembre de 1964.
(3) Card. Cristóbal López, Arzobispo de Rabat. Homilía del 10 de junio de 2023 con motivo de la ordenación de 5 sacerdotes y diáconos salesianos en Atocha, Madrid.
(4) Concilio Vaticano II. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 11. Roma, 21 de noviembre de 1964
(5) Cf. Oración colecta del Domingo XXI del tiempo ordinario, Ciclo A.

Abadia de MontserratDomingo XXI del tiempo ordinario (27 de agosto de 2023)

Domingo XX del tiempo ordinario (20 de agosto de 2023)

Homilía del P. Bernat Juliol, Prior de Montserrat (20 de agosto de 2023)

Isaías 56:1.6-7 / Romanos 11:13-15.29-32 / Mateo 15:21-28

 

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

De vez en cuando, como cristianos que formamos parte de la Iglesia, puede ayudarnos hablar de algo que quizás no siempre tenemos suficientemente presente en nuestra vida: la ilusión. Pero esta «ilusión» es una palabra compleja. Según el Diccionario del Institut d’Estudis Catalans, tiene una dimensión negativa y otra positiva.

Desde el primer punto de vista, la ilusión es un «error de los sentidos o del espíritu que hace tomar por realidad la apariencia», un «engaño debido a la falsa apariencia» o una «esperanza sin fundamento real». La ilusión se convierte, pues, en algo peyorativo. Es algo que estamos convencidos de que existe, pero no es real. Es como un espejismo, una ilusión óptica, una pura apariencia.

Pero, por otra parte, la ilusión también tiene un sentido positivo. El mismo diccionario la define como «entusiasmo que se experimenta con la esperanza o la realización de algo». Desde este punto de vista, la ilusión es lo que nos mueve y nos motiva a llevar adelante un proyecto hasta llevarlo a su realización. Valores como el trabajo o la disciplina quedan vacíos de sentido si detrás no existe la ilusión por algo que queremos hacer o queremos conseguir. La ilusión es una gran fuerza que ha movido siempre al mundo, desde los navegantes que se iban a descubrir regiones extremas del Ártico hasta los hombres y mujeres que han querido formar una familia.

Estos dos sentidos de la ilusión, nos enseñan aquí ya una primera cosa. ¿Cómo sabemos que nuestra creencia en el Dios de Jesucristo no es una ilusión? Es decir, ¿cómo sabemos que no es una apariencia sin fundamento real? Es evidente que no tenemos pruebas científicas de Dios, pero tenemos algo aún más importante: la fe. Con los ojos de la fe somos capaces de dar el gran salto de nuestra vida. Es un salto entre un dios que es pura ilusión, carente de toda esperanza, a un Dios que también es ilusión, pero esta vez una ilusión fundamentada en la firme esperanza de Cristo.

Es en esta segunda ilusión en la que debemos centrarnos, aquella que nos anima con la esperanza de un Dios vivo y verdadero, que ha enviado a su hijo único Jesucristo para nuestra salvación y la de todo el mundo. La ilusión, si bien no es una palabra que aparezca de forma fundamental en la Sagrada Escritura, es algo que la impregna de arriba abajo. Pensemos, por ejemplo, en la llamada de los apóstoles por parte de Jesús. «Venid y seguidme», les dice el Señor. Y los discípulos, abandonando todo lo que tenían, fueron detrás de Cristo hasta las últimas consecuencias. ¿Qué es esto sino ilusión por la vocación recibida? Porque, como dice la lectura de la carta a los Romanos que hemos oído hoy: «Cuando Dios concede a alguien sus favores y lo llama, nunca se echa atrás». O pensemos también con la ilusión de la Virgen María que le hace decir: «Mi alma magnifica al Señor, mi espíritu celebra al Dios que me salva, porque el todopoderoso ha mirado la pequeñez de su sierva».

Y nosotros, ¿vivimos con ilusión nuestra fe? ¿Es para nosotros la fe algo que nos anima por la esperanza que tenemos en Cristo? Al igual que sucedió con los apóstoles, vivir la fe con ilusión debe provenir de tener experiencia del encuentro con Cristo Resucitado. Como san Pablo camino de Damasco, también Jesús viene al encuentro de cada uno de nosotros y nos llama por nuestro nombre. Como con los discípulos de Emaús, también el Señor camina a nuestro lado y comparte con nosotros nuestras alegrías y sufrimientos. No tengamos miedo de dejarnos tocar por Cristo.

Es cierto que la sociedad actual no acompaña, pero ¿ha habido algún momento histórico en el que la sociedad acompañara? A veces puede desilusionarnos que en la Iglesia hay pocas vocaciones o poca gente joven. Pero si miramos la última Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Lisboa, veremos que no siempre es así. Evidentemente que la Iglesia actual tiene dificultades, como siempre las ha tenido. Pero a lo largo de 2000 años la Iglesia siempre se ha sabido adaptar a cada momento histórico para seguir siendo siempre portadora de amor y esperanza en medio del mundo. Ahora, estemos seguros, también lo hará.

También es verdad que lo que predicamos como cristianos no está de moda. Pero, ¿cuándo lo ha estado de moda? Las corrientes de pensamiento y las tendencias sociales parece que van en dirección totalmente contraria a lo que nosotros creemos y defendemos. ¡Pero no tengamos miedo de ir contracorriente! ¡Tengamos también ilusión por ir contracorriente llevando la Buena Nueva de Cristo! Si lo hacemos así, cada vez seremos más los que caminaremos de nuevo hacia el Señor.

Sin embargo, la ilusión en este mundo debe tener su fundamento en la ilusión en el mundo divino. En el siglo V de nuestra era, hubo una fuerte polémica entre el ínclito Nestorio, el patriarca de Constantinopla, y san Cirilo, patriarca de Alejandría. El primero defendía tanto a la humanidad de Cristo, que llegaba al límite de casi olvidarse de su divinidad. Por otro lado, los discípulos de Cirilo, y no él mismo, defendieron tanto la divinidad de Cristo que casi se olvidaron de su humanidad. La polémica acabó por diluirse en el Concilio de Calcedonia del 451, que afirmó que Cristo es a la vez plenamente hombre y plenamente Dios.

La Iglesia, verdadero cuerpo de Cristo, es también divina y humana a la vez. Y corremos también el mismo riesgo que en la polémica entre Cirilo y Nestorio. Es decir, podemos acentuar tanto su divinidad que nos olvidemos de su humanidad o bien podemos acentuar tanto su humanidad que nos olvidamos de su divinidad. En el primer caso, si nos olvidamos de la humanidad de la Iglesia, nos quedamos encerrados en las sacristías y olvidamos los problemas y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En el segundo caso, si nos olvidamos de su divinidad, perdemos el sentido trascendente de dónde nos viene la fe, la esperanza y la caridad.

La historia de la Iglesia ha oscilado siempre entre estos dos polos. Quizás ahora estamos en un, podríamos llamar, «neo-nestorianismo», es decir que hay que volver a encontrar el equilibrio entre la necesaria humanidad, pero también la necesaria divinidad. A pesar de todos los defectos humanos de la Iglesia, a pesar de estar formada por hombres y mujeres pecadores, sin embargo, la Iglesia, como comunidad de creyentes seguirá haciendo presente siempre el Espíritu del Resucitado en nuestro mundo.

Cierto que existe la fidelidad humana, pero ésta sólo es un reflejo de aquel que es la fidelidad divina, el Dios de Jesucristo. Es cierto que hay una misericordia humana, pero ésta sólo es un reflejo de aquél que es la fidelidad divina. Es cierto que existe el amor humano, pero éste es un reflejo de aquel que es el Amor absoluto. Si sólo fundamentamos nuestra esperanza en lo terrenal, Dios se convierte en una mera ilusión, un espejismo. Por el contrario, si fundamentamos también nuestra esperanza sobre las cosas divinas, Dios se convierte en la fuente de nuestra ilusión como cristianos.

Esta comunión entre humanidad y divinidad de la Iglesia se manifiesta sobre todo en el misterio sagrado. En un mundo basado en la ciencia como lo es el nuestro, resulta difícil comprender que exista el misterio. Y no sólo que exista, sino que desempeñe un papel central en nuestra vida. En efecto, todos queremos ver, queremos oír, queremos entender. Pero a veces es más importante lo que no se ve que lo que se ve, lo que no se siente que lo que se siente, lo que no se entiende que lo que se entiende. La grandeza de Dios a veces sólo puede manifestarse de esta manera: en la oscuridad, en el silencio. No tengamos miedo de no ver, de no oír, de no entenderlo todo. Arraiguemos nuestra ilusión en este misterio del amor de Dios y viviremos nuestra vida cristiana con gozo y esperanza.

Vivamos siempre nuestra fe con ilusión, esa ilusión que nos lleva a ser comprometidos con nuestro mundo y, a la vez, adoradores del misterio de Dios.

Como decía el filósofo cristiano Blaise Pascal: «Las ilusiones del hombre son como las alas del pájaro: eso es lo que le sostiene».

Abadia de MontserratDomingo XX del tiempo ordinario (20 de agosto de 2023)

Asunción de la Virgen (15 de agosto de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (15 de agosto de 2023)

Apocalipsis 11:19a,12:1-6.10 / 1 Corintios 15:20-27 / Lucas 1:39-56

 

“Y oí una gran voz en el cielo que decía: «Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo».(Ap 11, 10,a-b).

Este último versículo de la primera lectura, nos coloca queridos hermanos y hermanas, en la dinámica de hoy, de esta solemnidad, de esta Pascua de María, que celebramos con alegría, y con una voz que no grita, si no que canta la victoria de Dios, que ha magnificado la pequeñez de su sirvienta, la ha hecho mayor, la ha puesto junto a Jesucristo que reina para siempre, en una hora que es el momento de Dios.

Diría que hoy hemos querido imitar esta alabanza que describe el libro del Apocalipsis que quiere hacernos llegar el ambiente del cielo. Sí, aunque nos parezca extraño, inalcanzable, el libro del Apocalipsis quiere precisamente transmitirnos algo del más allá, por eso se llama Libro de la Revelación.

Un ambiente, donde según unos fragmentos del mismo libro, no faltan las trompetas para anunciar que estamos ante Dios: “Después vi que los siete ángeles que están de pie ante Dios recibían siete trompetas y entonces los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocar, (Ap 8, 2.6)”.

No tenemos siete y no todo son trompetas, pero la intención es ésta: que en estos momentos todos alabamos a Dios con la música. No estamos en Babilonia, donde según el mismo libro del Apocalipsis, no sonarán las trompetas, sino que estamos con la intención en la Jerusalén del Cielo, por eso esta celebración es solemne, y en ella hay derramado el talento, el gusto y el esfuerzo, porque los hombres y las mujeres intentamos con nuestro trabajo acercarnos a Dios también en la oración y la música siempre tiene un gran papel. Queridos cantores y músicos que hoy nos acompañáis en este día, y todos, hacemos real lo que canta el himno de ese día:

Del cielo Reina se os corona.
Y al honor que Dios os da
Juntamos nuestros cantos

Pero ¿quién es esa Reina, esa que vemos hasta en cuatro lugares de nuestra basílica asunta el cielo o coronada?

Es María de Nazaret, la Virgen María que ha llegado a la gloria del Cielo, porque puso su humanidad al servicio del Reino. Por eso no es una figura inalcanzable, sino un modelo y un ejemplo para todos.

¿Cómo responder hoy nosotros a Dios? Nos lo enseñan las lecturas que hemos escuchado. Sorprende si pensamos en el momento histórico y cultural, el papel que toman las mujeres en el evangelio. El de hoy es un buen ejemplo porque nos permite acercarnos a la fe de dos mujeres, sí de dos mujeres fundamentales en la historia cristiana: Naturalmente María, la Virgen María e Isabel la madre de Juan Bautista. ¿Qué nos enseñan?

Isabel nos enseña en primer lugar la confianza. Dios puede cambiar las situaciones más complicadas, casi imposibles.

Nos enseña la acogida, por eso este evangelio es tan importante en los santuarios marianos y muy especialmente aquí en Montserrat donde lo leemos muchas veces durante el año. Isabel nos enseña que es importante acoger y que es importante dejarse ayudar: ¡Cuántas veces no reconocemos por orgullo, diciendo que “no queremos molestar”, que necesitamos ayuda!

¿Y que nos enseña María, la Virgen María?

El espíritu peregrino. El Evangelio de la visitación es el relato de Nuestra Señora peregrina que es acogida desde el principio al final, ya que se quedó tres meses con Isabel. ¡En su caso una peregrinación totalmente gratuita! ¿Dónde debía peregrinar a la Madre del Señor? ¿La madre de Jesucristo? ¿La que llevaba a Dios en las entrañas? Ella da ejemplo de servicio y peregrina. Quizás porque ese hijo que lleva dentro le es una exigencia para con los más necesitados. Ella va a encontrar a una mujer bastante anciana, que ha quedado embarazada. Alegría y trasiegos por la situación totalmente inesperada.

Santa María nos enseña a aceptar lo que somos humildemente. Su respuesta al “Feliz tú que has creído” de Isabel no es decir: ¡No, no.…si yo no creo tanto! O ¡Qué dices! ¡Este niño es normal! Su respuesta es volverse a Dios, a su Dios de Israel, y reconocer que todo viene de Él. Él es quien obra, Él es quien lo hace todo. Un Dios preocupado por la felicidad de sus hijos. Un Dios muy concreto que llena de bienes a los pobres y ensalza a los humildes.

Santa Isabel y María, la Virgen María, también nos enseñan la sensibilidad espiritual. Intentaré decirlo con un símil musical: Hay que estar afinado. Cuando estamos afinados entendemos la música, entendemos la distancia entre los sonidos, captamos su belleza. Podemos hablar de una suerte de afinación interior que nos permite captar la justeza de la realidad.

¿Quién, que no estuviera afinado, entonado, en línea con el Espíritu Santo podría captar que con esa prima jovencita llegaba Cristo, como lo hizo Isabel? ¿Quién, si no Dios mismo presente en sus entrañas puede inspirar una respuesta como el Magnificado que canta la Virgen María?

La primera sensibilidad espiritual es la que nos permite conectar con nosotros mismos. No sé si nunca el evangelio de hoy ha comentado las actitudes de Isabel y de Santa María como la actitud de la mujer que interpreta lo que le dicen sus entrañas, lo que representan sus hijos. Las que sois madres seguramente podrían enseñarnos muchas cosas de esta capacidad de empatía con nosotros mismos.

La sensibilidad de las dos primas va más allá, es capaz de ver y captar la presencia de Dios. Isabel la capta en la persona de María y por eso le dice: “¡Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo!” Y también le hace el mejor elogio: “¡Dichosa la que ha creído!” Y también capta que Dios se hace presente en el evento: «se cumplirá todo lo que el Señor te ha hecho saber».

Y Santa María tiene una comprensión más cósmica, más global y por eso recapitula la historia de Dios en ella y no se olvida de quienes sufren, de los pobres, de los destituidos, de los humildes. El Magnificat une el cielo y la tierra. Cuesta pensar si los momentos que vivimos son más complicados que hace unos años. Sí que es verdad que nuestra fe nos invita a tener siempre presentes a todos aquellos que el canto de la Virgen María identifica como pequeños y a tenerlos por los preferidos de Dios. Ésta es la exigencia de nuestra fe. La promesa de alcanzar el Reino de Dios, siguiendo el ejemplo de María, no nos dispensa de la solidaridad con el mundo en el que vivimos. Al revés nos obliga. Cada uno desde dónde es y desde donde pueda. Intentando cada uno unir en su vida el cielo y la tierra, esto es la alabanza a Dios con la exigencia de amor del Evangelio, que es lo que nos ha traído Jesucristo, ante el que saltaba ya el que nacería como Juan, el Bautista.

Sí, hermanos y hermanas queridos, Dios está ahí y las cosas van aconteciendo por su capacidad de cumplirlas. La fe nos pide y nos ayuda a desarrollar esa sensibilidad por las cosas de Dios arraigada en nuestro interior. Disfrutemos del “cielo” de hoy pero no olvidemos de volver siempre a la tierra.

Y volvió a su casa. Parece queridos hermanos y hermanas, que Santa María, la Virgen María, cuando ya ha terminado el trabajo se vuelve a casa, desaparece. Nos lo explica el evangelio de hoy de la visita. Después de haber visitado a Isabel y de haberla ayudado todo lo necesario, se va. Se vuelve a su casa. La primera lectura nos decía que Dios le ha preparado un sitio en el desierto. De hecho, este lugar es el suyo, con su Hijo Jesucristo, el Padre y el Espíritu Santo. Desde la gloria de Dios siempre la encontraremos en estos lugares como son los santuarios, que ella llena con su presencia y en todos los demás lugares donde se hace presente: en las capillas, en las ermitas, en las cofradías, como la nuestra de la Virgen de Montserrat que celebra sus 800 años.

Pidámosle pues que en nuestro regreso a “casa”, en nuestro regreso a Dios, sea nuestra ayuda y nuestra intercesora, como canta el final de la estrofa del himno de hoy que he citado antes:

Sed siempre, Virgen pía,
Dulce consuelo y nuestra guía
Hasta veros triunfantes

 

Abadia de MontserratAsunción de la Virgen (15 de agosto de 2023)

Domingo XIX del tiempo ordinario (13 de agosto de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abat emèrit de Montserrat (13 de agosto de 2023)

1 Reyes 19:9a.11-13a / Romanos 9:1-5 / Mateo 14:22-23

La lectura de este evangelio, queridos hermanos y hermanas, me sugiere un tríptico. Tres escenas ofrecidas para la contemplación y la meditación de quienes participamos en la celebración eucarística de este domingo.

La primera escena es la de Jesús en el monte a solas para orar noche. Acababa de curar a muchos enfermos y de multiplicar los panes para dar de comer a quienes se habían reunido para escucharle. Los discípulos y la gente estaban entusiasmados de lo que había hecho. En cambio, Jesús busca un tiempo para estar solo. Los evangelios nos muestran cómo, después de la actividad evangelizadora y sanadora, busca ratos de intimidad con el Padre. Normalmente en soledad y por la noche. Es una oración filial, llena de amor, confiada, agradecida, que dispone su voluntad humana a la obediencia libre a la voluntad amorosa del Padre. Y en esta oración, Jesús lleva a toda la humanidad, intercede a favor de todos, pasados, presentes y futuros. Con esto nos enseña que nosotros también debemos rezar confiadamente según el modelo del padrenuestro que él nos enseñó.

La segunda escena del tríptico que me sugiere el evangelio de hoy es la de la tormenta. El Señor, dice el evangelista, había apremiado a los discípulos a subirse a la barca y a marchar solos en medio de la oscuridad, como si quisiera provocar una situación que fuera aleccionadora para ellos y para la Iglesia de todos los tiempos. Y es con una finalidad catequética que el evangelista san Mateo describe la escena. Mientras siguiendo el mandamiento de Jesús, los discípulos van con la barca hacia la otra orilla, encuentran en medio de la oscuridad de la noche una tormenta. El viento -como muchas veces ocurre en el lago de Galilea- sopla fuerte y les es contrario, se levantan las olas y estorban la barca para avanzar. Es atacada por el viento y las olas y está en peligro. Están lejos de tierra. Los discípulos tienen miedo. Y el Señor está ausente. Esta barca, con los discípulos dentro, es figura de la Iglesia en el mundo, que debe trabajar para avanzar hacia el Reino de los cielos y debe hacer frente a dificultades, resistencias, persecuciones. La escena representa, también, todos los desalientos, todas las noches interiores personales, todas las incertidumbres colectivas, todas las situaciones en las que la fe es puesta a prueba y Dios parece que no existe.

La tercera escena del tríptico es la central. Ya está cerca el amanecer, la primera luz del día, y Jesús camina sobre el agua. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen; creen que es un fantasma y todavía se sobrecogían más. Pero, enseguida, Jesús les dice: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Este hecho de andar sobre el agua y las palabras que les dice, tienen todo un trasfondo bíblico, que aquí se vuelve revelación sobre Jesucristo. El libro de los salmos habla ya de cómo el Señor se abrió camino en medio del mar y el océano se convirtió en lugar de paso por sus huellas invisibles (cf. Ps 76, 20). Y, aún, de cómo el Señor es más potente que el bramido de los océanos, más potente que las olas del mar (cf. Ps 92, 4). Jesús, pues, es el Señor que se abre camino en medio del mar y hace callar el bramido de las olas. Y la afirmación de Jesús soy yo, es un eco del nombre divino revelado a Moisés en la zarza incandescente del Sinaí. Cuando Moisés pregunta a Dios cuál es su nombre, Dios le responde: Yo soy el que soy (cf. Ex 3, 14). Con esta expresión, Jesús manifiesta a los discípulos sobrecogidos su autoridad sobre los elementos y los serena mostrando su identidad de Hijo de Dios.

Entonces, Pedro, ardiente e impulsivo como siempre, quiere ir hacia el Señor y le pide que le haga andar también a él sobre el agua. Mientras confía en Jesús es capaz de hacerlo a pesar de la tormenta del viento y de las olas. Pero inmediatamente duda y tiene miedo, y entonces comienza a hundirse. Pero la mano de Jesús le sostiene y le da seguridad. La debilidad de Pedro se apoya en la fuerza del Señor. Para el evangelista, la poca fe de Pedro personifica la de todos los que en un momento u otro de su vida dudan, y enseña que, apoyados en Jesucristo, que es más potente que el bramido de los océanos, más potente que las olas del mar, podemos levantarnos en nuestras vacilaciones de fe mientras hacemos camino hacia la otra orilla de la existencia. Como en la escena evangélica, parece que Jesús está ausente, pero en su oración velaba por los discípulos y al ver su situación desesperada les sale al encuentro con su poder de Hijo de Dios. En la pedagogía divina, las noches espirituales, las pruebas en las que nos encontramos a lo largo de la vida, las vacilaciones, la confrontación con la incredulidad imperante en nuestras sociedades, son ocasiones en las que, si no nos apoyamos en nosotros mismos, podemos fortalecer la fe y la confianza en el Señor resucitado.

Después, Jesús y Pedro suben a la barca y termina la tormenta. Como he dicho, en el pensamiento del evangelista, la barca simboliza a la Iglesia que debe hacer frente a tantas dificultades para ir adelante. Jesucristo está en la barca y da fortaleza a la debilidad de todos los discípulos pasados, presentes y futuros. Nos da fortaleza, también, a nosotros, para que no desfallezcamos en los contratiempos que nos encontramos.

Una vez subidos a la barca, el grupo de los discípulos recibe al Señor con el gesto litúrgico de prosternarse y con una profesión de fe: Realmente eres Hijo de Dios. Una actitud de adoración y una profesión de fe que deben empapar nuestra celebración litúrgica. Él está presente y nos da fuerza por nuestra travesía en medio de las dificultades hasta que llegaremos al puerto, a la tierra firme de la vida eterna.

Abadia de MontserratDomingo XIX del tiempo ordinario (13 de agosto de 2023)

Domingo XVII del tiempo ordinario 30 de julio de 2023)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (30 de julio de 2023)

1 Reyes 3:5.7-12 / Romanos 8:28-30 / Mateo 13:44-52

 

Estimados hermanos y hermanas,

Las lecturas que hemos proclamado este domingo, nos proponen una reflexión sobre los valores más importantes de la vida de las personas. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría práctica para la vida, que consiste en el conocimiento de la voluntad de Dios, conforme a la que necesitamos ordenar y organizar la propia existencia. San Pablo, por su parte, en la segunda lectura, nos ha hablado del amor de Dios. En el evangelio Jesús nos ha propuesto como valor supremo el Reino de los cielos a partir de diversas comparaciones para darnos cuenta del valor que tiene por encima de todos los demás bienes de este mundo.

Jesús empezó su vida pública predicando el Reino de los Cielos y proclamando su llegada. El Reino no sólo fue el tema central de su predicación, sino también el punto de referencia de la mayoría de las parábolas, además de ser el contenido de sus acciones simbólicas que formaban una parte importante de su ministerio.

Pero, ¿en qué consiste concretamente ese reinado? En primer lugar, cabe decir que Jesús nunca ofreció una definición exacta del Reino, ya que en su predicación esta realidad adquiría varios matices de significado. En el evangelio de este domingo vemos que se sirve de tres imágenes tomadas de lo cotidiano y adaptadas a la realidad de sus oyentes para desvelar el misterio del Reino de los Cielos.

En segundo lugar, debemos decir todavía, que es un anuncio pero que a la vez es una realidad para los hombres y mujeres de todos los tiempos, como veremos más adelante en esta reflexión.

En tercer lugar, y aquí encontramos el punto central del contenido y del mensaje del anuncio del Reino de los cielos, es que Jesús vivió y dio su vida a causa del Reino. Por tanto, cuando Jesús habla del Reino de Cielos no habla de algo que le es externo, sino que habla de Dios mismo y de las motivaciones profundas de su vida y de su mensaje para que nosotros también participemos de este Reino.

Por eso, vivir la experiencia del Reino de los cielos significará ser introducidos en la intimidad de Dios. Se trata de vivir atentos para acoger la invitación personal que nos hace a cada uno de nosotros para formar parte de este reino, no aisladamente, sino solidariamente con todos los hombres. El Reino es siempre un ámbito de gracia y salvación.

Por tanto, se trata de un reino que no se impone por la fuerza, sino que se ofrece a hombres y mujeres, de los que se reclama la responsabilidad para buscarlo, como el que encuentra el tesoro o encuentra la perla fina. Surge, sin embargo, una pregunta ineludible: ¿dónde está hoy ese tesoro?

Sin ningún tipo de pretensión por mi parte, me parece que este tesoro lo encontramos en dos ámbitos que tenemos muy cerca de nosotros, es decir, lo encontramos en el campo de lo cotidiano. Así, ese tesoro lo encontramos en los hermanos, en la humanidad que lleva inscrita en su corazón el rostro, la imagen de Dios. Lo encontramos en el día a día, junto a quienes hacen o hacemos camino unos junto a otros, bien sea por razón de vínculos familiares, laborales, de amistad, …

El tesoro del Reino, es decir, Dios, se encuentra también escondido en quien sufre o llora en el interior de su corazón, en el emigrante que está sin saber adónde ir, en los desheredados de la fortuna, a los marginados. Si el Calvario fue la manifestación más explícita de quien es Jesús, es en el corazón de todo tipo de sufrimiento donde aparece claramente la presencia de Dios y de su Reino.

Como ven, no necesitamos ir demasiado lejos para encontrar el tesoro o la perla fina que son Dios mismo vivo y operando en el corazón de la humanidad y también en el propio corazón. Lo tenemos muy cerca, junto a la mano. Nos hace falta estar atentos para no buscar lo que no encontraremos.

Es impresionante como san Mateo nos ha dado cuenta de que quien encuentra el tesoro se llena de alegría. Por eso cuando descubrimos que Jesús es el verdadero tesoro de nuestras vidas y con él lo son los demás, nos damos cuenta de que el Evangelio, el Reino de Dios, no es una carga pesada que nos limita, sino que nos invita a ayudar a los demás a encontrar su perla, su tesoro escondido.

Quien ha descubierto a Dios así, ha encontrado un tesoro y es lo único que da sentido a la vida y, en comparación, todo lo de este mundo… es tenido en nada.

Entrar en el corazón del evangelio es como entrar en un río de alegría, de felicidad y de realismo, que nos permite coger la vida con las dos manos, y hacer una ofrenda a Dios y a los demás desde su inicio hasta su fin.

Entrar en el corazón del Evangelio es como entrar en un rio de gozo, de felicidad y de realismo, que nos permite coger la vida con las dos manos, y ofrecerla a Dios y a los otros, desde su principio hasta su final.

Abadia de MontserratDomingo XVII del tiempo ordinario 30 de julio de 2023)

Domingo XVI del tiempo ordinario i 800 años de la Cofradía (23 de julio de 2023)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat (23 de julio de 2023)

Sabiduría 12:13.16-19 / Romanos 8:26-273 / Mateo 13:24-43

 

Las lecturas de este domingo nos hablan de la paciencia de Dios, son un himno al amor que el Señor tiene a todos los hombres y que se manifiesta en la historia de cada persona bajo la forma de paciencia y bondad.

La parábola del trigo y de la cizaña sitúa el drama de la historia humana, que se debate entre el bien y el mal, bajo la mirada de Dios, que concede a todo el mundo el tiempo de la vida presente como un espacio de crecimiento, y por tanto de conversión, a fin de que nadie se quede fuera del gozo de la vida eterna.

El Señor dice que son ciudadanos del Reino son todos aquellos que obren el bien; en este abanico caben todos los colores del mundo. Y afirma sin tapujos que son del maligno, todos los corruptos y quienes obran el mal.

Jesús precisamente ha venido, trayéndonos el evangelio, para levantarnos del cautiverio del mal que tan a menudo nos tienta y domina. El evangelio de Dios tiene el poder de arrancarnos de esa esclavitud, pero no es magia. Jesús nos ha abierto un camino. Con la parábola de la levadura y con la del grano de mostaza nos alienta, desde el realismo de la pequeñez humana, a confiar en la fuerza del bien que hay en nosotros y que lleva ya en sí mismo la huella de Dios.

Trigo y cizaña siempre convivirán en este campo que simboliza la vida presente. El peligro está en que el trigo se vuelva tóxico como la cizaña, pero la esperanza es que la cizaña se convierta en grano saludable. Por eso es importante que a la virtud del bien le acompañe la firmeza de la paciencia. ¿Qué hubiera sido de san Pablo sin la paciencia de Dios? ¿Aquel joven vividor y aventurero de Asís, ¿habría llegado a ser el san Francisco que hemos conocido, sin la paciencia de Dios? ¿A dónde hubiera llegado el despropósito de la vida de Ignacio de Loyola sin aquella providencial vigilia de oración a los pies de nuestra Virgen Morena? ¡Aquella noche fue para él un nuevo comienzo! Dios es paciente. Dios es paciente porque es justo. Conoce como nadie la fragilidad del corazón del hombre, porque lo ha creado, y sabe que, si quiere ser justo con él, debe ser paciente.

Viendo el drama del mundo y la tragedia que supone para tantos la injusticia humana, la justicia de Dios en el final del tiempo, que nos decía el evangelio, puede parecernos injusta, y lo sería si no fuera que Jesús no habla del fin del tiempo como un fin de todo, sino como el gran comienzo de un mundo nuevo que no tendrá fin. De nuevo, las parábolas apuntan al gran valor eterno que tiene la vida humana. Quizás no tenemos suficiente conciencia del valor trascendente de la vida, y eso nos haga miopes y no nos deje vislumbrar la realidad del mundo futuro que empieza ya ahora.

Dios quiere la salvación de todos. ¿Cómo no va a quererla, si por todos ha dado su vida en Jesucristo? Su infinito amor vence su justa indignación por los pecados de escándalo, de injusticia y de tantas barbaridades como vemos que se cometen y que siempre pesan sobre los más pobres. Dios odia estas acciones, ama preferencialmente a las personas que sufren, pero no deja de amar también a las personas que obran el mal y las llama a la conversión. Dios no juzga y podría hacerlo perfectamente; nosotros condenamos sin saber todo lo que hay detrás, y lo que deberíamos hacer es estar más atentos al propio comportamiento para que no sea que, creyéndonos trigo fuéramos cizaña, y que así, creyéndonos nosotros buenos sin serlo, los corruptos y los malvados se convirtieran, hicieran el bien y nos pasaran delante en el Reino del Cielo.

El salmo responsorial de hoy tiene toda la razón: El Señor es bueno y clemente; y lo es con todo el mundo. Nuestra justicia llega a dónde llega. Nosotros somos muy celosos de nuestra libertad, pero Dios lo es también de la suya. Y es paciente, no porque no pueda hacer nada más, sino porque es justo, y es justo porque es inteligente; el amor no es obtuso; cuando lo es, no es amor, es otra cosa.

La paciencia de Dios, en este santuario de Montserrat, se ha valido siempre de la mediación de la Virgen, y en esta «cámara angélica» así era llamada por los antiguos la primitiva iglesia, sigue suscitando las conversiones y gracias de las que son testigo los numerosos exvotos y velas ofrecidos por los peregrinos. El monasterio, y con él la Cofradía de la Virgen, siguen uniendo sentimiento de país, devoción y piedad popular, y sentido renovador de Iglesia, esforzándose por hacer del evangelio de Jesús una realidad de vida.

Trigo y cizaña podrán estar sembrados en el mismo campo, pero el pequeño grano de mostaza que fue en su día nuestro monasterio, que pronto cumplirá 1.000 años, sigue siendo cobijo de todos los que buscan un receso para el espíritu. Y a levadura que nuestra “Moreneta” ha escondido con amor en el corazón de los catalanes y de todos los peregrinos seguirá haciendo su curso, esperando que, por la misericordia de Dios, en el tiempo presente dé frutos tempranos de conversión y de vida, y al tiempo de la cosecha pueda ofrecer a Dios un fruto maduro muy generoso.

Abadia de MontserratDomingo XVI del tiempo ordinario i 800 años de la Cofradía (23 de julio de 2023)

Domingo XV del tiempo ordinario 16 de julio de 2023)

Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat (16 de julio de 2023)

Isaías 55:10-11 / Romanos 8:18-23 / Mateo 13:1-23

 

Isaías nos afirmaba en la primera lectura que «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mí boca: no volverá a mi vacía». Pero en el Evangelio Jesús matiza estos efectos.

Jesús, en la parábola, supone que Dios siembra generosamente, desde el comienzo de la existencia, su Palabra por todo el mundo. Pero, es necesaria una condición: que el hombre escuche, la acoja. Y con esto, aquí estamos chocando con la libertad del hombre. Y lo explica, distinguiendo los distintos terrenos donde cae esta palabra: 1º en el camino, donde no puede arraigar porque es tierra pisada y endurecida. Los pájaros, – el Maligno -, le arrebatan la semilla. 2º También cae en terreno rocoso, donde la tierra no tiene profundidad. Aquí se acoge la semilla, pero, al no tener raíces profundas, la seca el sol. Estos son los oyentes que han escuchado gozosamente la palabra, pero superficialmente, sin demasiada convicción, y sucumben a las pruebas y exigencias. 3º La tercera tierra acoge la semilla, sí, pero cae entre cardos y espinas, y éstas la ahogan. Los oyentes son quienes desfallecen por los atractivos terrenales y las riquezas, que los esclavizan. La Palabra exige libertad, pulcritud, buen corazón para ser acogida. Y por eso, sólo hay la tierra propiamente tierra, buena, bien dispuesta, que recibe con agrado la semilla, porque se ha trabajado, se ha quitado las hierbas y limpiado de piedras y terrones, y produce el 30, el 60 y el 100×100.

Yo aún añadiría dos tipos de tierras más, constatando lo que hoy ocurre en nuestra sociedad: a) los terrenos abandonados por falta de campesinos, donde sólo crece la hierba y el bosque. Yo diría que estos son los gnósticos que han escuchado, pero como han oído otras opiniones y no las han resuelto, abandonan la fe, por incomprensible o fabulosa. b) Por último, existen otras tierras donde hoy se han construido urbanizaciones o barrios periféricos. Aquí ya no hay tierra fértil, el urbanismo la ha ocupado. Quienes pueden caracterizar, religiosamente, esta tierra son los ateos que se han hecho plenamente sordos en la Palabra revelada. (Según una encuesta son ya el 43%). Éstos dicen tener razones filosóficas para vivir, tienen argumentos racionales para rebatir la fe, califican de fábula inaceptable las verdades reveladas. Sin embargo, se encuentran rodeados en un callejón sin salida. Leía, hace poco, que uno se expresaba afirmando que el mundo es frágil y hay que aceptar la fragilidad, porque nada es seguro. Hasta el amor puede fallar. Y yo creo que esto es equivocado, ya que tenemos muchos ejemplos que lo niegan. Y también decía que lo único que nos consuela y hace feliz, es la amistad. Sin hacer ninguna referencia a Dios, hermanos, no puede haber sentido en la vida, ni salida a la existencia, nos encontramos en un mundo que no responde a la exigencia de vida plena. Ni responde a la pregunta: ¿qué hacemos en este mundo? ¿por qué hacerlo crecer, poblarlo y dominarlo? Los hombres seríamos como las bestias enjauladas. Toparíamos contra la pared como en una cárcel. O bien, seríamos como comediantes, ¿para qué espectadores?

Esto no es la esperanza que nos trae la Palabra del Padre. Cristo nos dice que el Padre nos ama porque creemos en él, y que el que guarda su palabra, el Padre le amará, y vendremos a permanecer en él. ¿Qué garantía nos da? “Yo he resucitado, y todo el que me acoge a mí, tiene vida eterna. Yo he vencido al mundo y me he sentado a la derecha en el trono de Dios”. Y San Pablo nos asegura que «todos los que hemos sido bautizados en Cristo, somos hijos de Dios, herederos de Dios, coherederos con Cristo, y resucitaremos con él para la vida eterna».

«Esta es la Palabra que hemos recibido desde el principio: nosotros la hemos visto, la hemos palpada y os aseguramos la vida eterna que se nos ha revelado». Pero no podemos dejar morir esta Palabra, hay que trabajarla a diario para que no sea ahogada por el ruido del mundo, enemigo de Dios, que quiere atraernos. Cada uno sabe qué debe hacer: quedarse a oscuras o aceptar esa luz.

Abadia de MontserratDomingo XV del tiempo ordinario 16 de julio de 2023)

San Benito (11 de julio de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (11 de julio de 2023)

Proverbios 2:1-9 / Colosenses 3:12-17 / Mateo 19:27-29

 

San Agustín comienza el libro de las Confesiones, diciendo: “Nos habéis creado para Vos, Señor y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Vos”. Esta célebre y citada frase lo que quiere es que nos acordemos de nuestra capacidad de Dios y de la inclinación de todo nuestro ser hacia Él.

Los hombres y mujeres como capaces de Dios. La tradición cristiana nos enseña que esta relación espiritual entre persona y trascendente es posible y que para los discípulos de Jesucristo toma forma en una participación de nuestra humanidad en la vida de Dios, a través del Espíritu Santo y en comunión con Jesucristo. Por eso la fe bien entendida nunca destruye la humanidad, sino que la potencia. Existe una verdadera colaboración entre el crecimiento de los dones personales y la fe.

Esta idea es propia de la humanidad creyente y por eso la encontramos ya en los libros del Antiguo Testamento, como el Libro de los Proverbios al que pertenece la primera lectura.

El texto nos invita a fortalecer, elevar a la máxima potencia todas nuestras cualidades personales. Y es precisamente porque en ellas encontramos la huella de Dios, que nos ha creado, que lo encontramos a Él cuando buscamos, acogemos y cultivamos la virtud de la inteligencia. Nada nos pone tan a su nivel como eso. La lectura nos invita a reconocer en Dios la fuente y el origen de la sabiduría. Y después la lectura da un giro: si comprendemos y conocemos, nuestra vida cambia: aparecen la honradez, la rectitud en los caminos, la justicia y la bondad. Parece que pasamos a una dimensión más vital, más activa. Conocer a Dios por el uso de la sabiduría y de la inteligencia tiene efectos reales en nuestras vidas.

Para algunos es más que sabido que hoy, 11 de julio, celebramos la memoria de San Benito de Nursia como Patrón de Europa. Otros, tal vez, se hayan encontrado con esta celebración un poco más solemne de lo que se puede esperar los días de cada día en Montserrat. Celebramos al fundador de nuestra orden benedictina, la memoria de quien escribió la Regla para monjes que desde hace quince siglos y todavía hoy inspira la vida de miles de hombres y mujeres en el mundo, monjes y monjas y también laicos.

No es de extrañar que la liturgia proponga este fragmento del libro de los proverbios como primera lectura de hoy, solemnidad de nuestro Padre San Benito. Aunque literalmente no encontramos las palabras de la primera lectura en la Regla, el libro de los Proverbios es uno de los más citados, por tanto, un libro querido para San Benito. El estilo es similar. El maestro habla al discípulo y procura decirle palabras de sabiduría vital, palabras que le enfoquen hacia sí mismo y hacia Dios. Este maestro participa de esta dinámica bíblica que, cuanto más se preocupa de buscar a Dios, más ve también cómo crecen las cualidades humanas.

La Regla de San Benito es un instrumento de crecimiento personal, un plan de vida centrado, por la fe, en Jesucristo y en su imitación. Esta identificación se hace sobre todo por la obediencia y el reconocimiento de la capacidad personal de cambiar, que en el lenguaje monástico y eclesial lo llamamos conversión, una palabra que se ha hecho sinónima de vida monástica. El conocimiento de Dios, de cuya inteligencia del mundo y de cuya sabiduría nos hablaba el Libro de los proverbios, se adquieren en el propósito de la vida monástica viviendo en un espíritu obediente y de conversión.

Vivir en espíritu de cambio y de obediencia es muy extensible y proponible a todos, también a vosotros que hoy me escucháis. Más de una vez he escuchado a personas que no han hecho profesión monástica decir que la vida familiar y matrimonial les obliga también a ser muy obedientes, no en el sentido de sumisión de uno a otro, sino en el de trabajar y vivir en un espíritu que necesita una fidelidad a unos compromisos, renunciando muchas veces a muchas cosas. Estoy convencido.

Desde el espíritu de conversión, del cambio, los monjes y los cristianos quisiéramos ser ejemplo de hombres que en primer lugar se reconocen imperfectos, no terminados, pecadores también. ¡Qué contracultural es esto en el mundo de hoy en día, en el que todos los modelos que se nos presentan son perfectos! ¿Habéis oído alguna vez a un jugador de fútbol o una estrella del espectáculo reconocer algún defecto personal? No. No está de moda. Espero que no lo digan pero que al menos se los reconozcan. Es la única forma de avanzar en la vida.

San Benito nos pone a menudo delante de nosotros mismos para que avancemos en la conversión. No lo hace con grandes interiorizaciones, reflexiones o meditaciones. Me atrevería a decir que la Espiritualidad de San Benito es una espiritualidad práctica, de las que propone crecer, por la sencilla obediencia de la vida de cada día, referida siempre a Dios. En esta espiritualidad, la humildad es la virtud esencial y no nos pide que la practiquemos con heroicidades sin sentido, sino aceptando lo que vamos encontrando cada día.

Lo hace de una manera muy concreta para los monjes en la vida de cada día del monasterio, en la comida, en el hablar, en el vestir, en el silencio, pero lo describe en un marco que sería perfectamente proponible a cualquier persona que quiera vivir centrada.

San Pablo VI, en una famosa homilía pronunciada en 1964 en el monasterio de Montecassino, que podría ser perfectamente un programa para la vida monástica de hoy, utiliza la expresión “el hombre recuperado para Él mismo” como un modelo que la vida monástica que quiere proponer a todo el mundo. Esta recuperación para uno mismo se hace por la fe, por la oración, por el silencio, por la paz. Como el propio Papa decía, «en una palabra, por el Evangelio».

Vivir recuperado para uno mismo, aceptado con todas las fragilidades personales, es una dinámica, es un camino. También la Regla tiene clara esta característica de ir avanzando por un camino. Si se va adelante de forma equilibrada, la obediencia a la realidad y la humildad para aceptarla te hace capaz de una comprensión muy grande del mundo y te das cuenta de que Dios con su perfección y omnipotencia se sirve de medios muy sencillos y se abren posibilidades de cambiar siguiendo el Evangelio.

Ojalá viviéramos siempre así las diversas dimensiones de nuestra existencia: nuestra oración, nuestras ideas y actitudes morales y nuestro hacer, movidos por esta conciencia de Dios. Qué descanso encontrar en la historia de la Iglesia hombres y mujeres que han vivido de esta manera y nos han dejado testimonio.

San Benito es uno de esos hombres que ilumina el mundo y nos propone el reto de continuar su carisma y transmitir el tesoro de virtudes a todos los hombres y mujeres del mundo.

 

Abadia de MontserratSan Benito (11 de julio de 2023)

Domingo XIV del tiempo ordinario (9 de julio de 2023)

Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (9 de julio de 2023)

Zacarías 9:9-10; 13:1 / Romanos 8:9.11-13 / Mateo 11,25-30

 

¿Cómo es, Dios? ¿Qué sabemos de Él? ¿Cómo hacerlo para conocerlo mejor? Son preguntas, hermanas y hermanos, que se pueden responder de muchas formas, y que en las lecturas de hoy podemos encontrar pistas que nos ayuden a hacerlo.

En el evangelio, Jesús decía que «nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Jesús, pues, es el único que sabe cómo es el Padre. Y desde este conocimiento, nos ha dicho todavía otras dos cosas: que ha querido abrir esta revelación a los “sencillos” más que a los “sabios” y a los “entendidos”, y que son “los cansados” y “los agobiados” quienes pueden encontrar el reposo —podríamos entender: quienes pueden encontrar más fácilmente una respuesta. Jesús dijo todo esto porque en su tiempo las clases dirigentes se habían «apropiado» de algún modo de todo lo que hacía referencia al conocimiento de Dios, y lo habían traducido en una serie de innumerables preceptos y mandamientos que obligaban a cumplir a la gente más sencilla. Habían convertido la supuesta voluntad de Dios en un yugo muy pesado de llevar para los humildes, que no era lo que Dios realmente quería para su pueblo. Por eso Jesús se esforzó por transmitir otra imagen de Dios diciendo que él tenía “otro yugo”: era “un yugo suave”, una “carga ligera” más sencilla y fácil de llevar. Y de esta otra manera más fácil de entender cómo era Dios, dio ejemplo con su forma de hacer: en la primera lectura el profeta Zacarías profetizaba que Jesús entraría en Jerusalén «montado en un borrico, en un pollino de asna». Continuando con esta profecía, Jesús fue un Mesías que dirigió «palabras de paz» y no mandamientos pesados. Fue un Señor «clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos», como definía también el salmista. Y no nos dejó una ley pesada y difícil de cumplir, sino que nos envió su Espíritu para que «habitara en nosotros» y se convirtiera en una ley viva que pudiéramos llevar siempre en el corazón, como leíamos en la carta a los Romanos. Todos estos elementos contenidos en las lecturas de hoy, pueden ayudarnos a comprender un poco la imagen de Dios que Jesús nos quiso transmitir.

Y todo ese conocimiento que el Señor quiso revelar a los sencillos, hoy nos lo revela a nosotros. Su llamada a los “cansados y agobiados” de su tiempo puede hacerse perfectamente extensiva a nosotros, que hoy hemos venido un domingo más a la Eucaristía para acercarnos a él. Porque todos llevamos una carga u otra, todos llevamos en los hombros nuestra cruz, y todos necesitamos una palabra de paz y de felicidad que nos ayude a recobrar la alegría interior que sería deseable nunca haber perdido. La celebración dominical es el mejor lugar para salir de nuestro día a día y acercarnos a Dios para escucharle, dejando que su palabra pacifique y transforme nuestro interior. La Eucaristía es el lugar donde Cristo resucitado se nos hace presente y nos habla; pero para entender lo que nos quiere decir, es necesario que nos acerquemos con sencillez, con humildad, y con voluntad de dejarnos guiar por él.

Empezábamos esta homilía preguntándonos cómo sería Dios, y qué podíamos hacer para conocerlo mejor. Pero Jesús, que es quien mejor le conoce, no nos ha instruido con un conocimiento técnico, sino que nos ha invitado simplemente a acercarnos a él y dejarnos llevar. Y por eso nos ha dicho: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré […] aprended de mí». Porque más importante que hablar de Dios, es hablar con Dios. Para lograr nuestras vidas no se trata tanto de conseguir un conocimiento escondido o profundizar en unos conceptos teóricos, sino de establecer una relación personal con él, una amistad, y dejarnos conducir por él. Es una amistad que se debe ir forjando todos los días a través del diálogo con él, un diálogo que podemos encontrar en la oración, escuchando cada domingo su palabra. Es un diálogo que nos irá conduciendo poco a poco, porque Dios no es un padre autoritario que busque una obediencia ciega, sino que es un padre que quiere que crezcamos, que nos impliquemos en su proyecto, que avancemos con él. Y esa imagen que nos da Jesús de un Dios cercano, “bueno y salvador”, amable y sencillo, no nos la da porque saciamos nuestra curiosidad, sino porque, dando un paso más, la reproduzcamos en nuestras vidas: todos estamos llamados a vivir en primera persona estas cualidades de Dios que las lecturas de hoy nos transmitían.

No sabemos si es casualidad o no que esta invitación de Jesús a acercarnos a él para encontrar reposo nos sea proclamada justamente en un tiempo en que la mayoría comienzan unos días de vacaciones, o al menos pueden tener unos días diferentes. En cualquier caso, es bueno que estos días en los que no sentimos tan fuerte la presión de lo cotidiano, dediquemos ratos a reflexionar sobre esta imagen de Dios que Jesús nos ha dado, la de un Dios que quiere lo mejor para nosotros, que quiere que nos impliquemos en su proyecto, y que nos invita a reproducir en nosotros sus cualidades para que le ayudemos a hacer crecer su Reino, cada uno desde donde esté. Que esta Eucaristía nos ayude.

Abadia de MontserratDomingo XIV del tiempo ordinario (9 de julio de 2023)

Domingo XIII del tiempo ordinario (2 de julio de 2023)

Homilía del P. Valentí Tenas, monje de Montserrat (2 de julio de 2023)

2 Reyes 4:4-11.14-16a / Romanos 6:3-4.8-11 / Mateo 10:37-42

 

Estimados Hermanos y Hermanas:

El monje profesor de Sagrada Escritura de Montserrat, nos remarcaba siempre el controlar, mirar y subrayar las palabras que se repetían en un texto Bíblico y así distinguir sus diferentes significados, los protagonistas, y sus bloques, para estudiarlos en su estructura y en un sentido general de toda la obra del autor Bíblico.

Personalmente, el Evangelio de hoy es relativamente fácil porque tenemos dos palabras claves repetitivas, la primera: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí… la Familia, los hijos…el que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí. Y la segunda: “el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo… o El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca… no perderá su recompensa”. Vocación, de tomar la Cruz, de ser cristiano firme, aquí y hoy. Acogida de todo corazón a los demás, sin distinción, ni condición. Un pequeño gesto de amor vale como un gran tesoro. «Los pequeños cambios que son muy poderosos«.

Nuestro Padre san Benito, en el capítulo 53, de su Regla, nos dice a los monjes Benedictinos: “Que se muestre la máxima solicitud en la acogida de los pobres y de los peregrinos, porque es en ellos que se acoge más Cristo”. Jesús pone en práctica los dos mandamientos más grandes de la Ley de Moisés: “Amar al Señor, a tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. Y amar al prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:34-40).

Seguir a Cristo es una cosa muy exigente, y hoy en día es muy difícil seguirle, con una sociedad en contra, a la que se adora, desgraciadamente: El tener, el dinero, el físico y el currículum vitae. Pero nosotros necesitamos quererle a Él más que nadie, más que tus familiares, más que la propia Vida, más que nuestras pequeñas seguridades personales.

Los discípulos son enviados a llevar la Buena Nueva y todos debemos acogerlos con mayor caridad, con más amor, porque un vaso de agua no quedará nunca sin una recompensa justa del Maestro y Señor Nuestro Jesucristo.

Todos tenemos grandes preocupaciones y problemas, personales, familiares, monetarios y domésticos. ¡Todos llevamos una Cruz, grande o pequeña! Pero la llevamos con una gran diferencia, porque ahora Jesús, con su mano derecha nos sostiene el palo travesaño, Él, es nuestro José de Arimatea personal, que nos dice: “Estoy aquí, contigo, ahora y siempre, el tu lado, discípulo mío, hoy, más que nunca, estoy aquí presente, seas quien seas”.

Jesús nos invita a seguirle, con nuestra pequeña Cruz, en el día a día de la Vida Humana Terrenal y Mortal. Y ser discípulo Suyo, quiere decir, sencillamente dos simples palabras: «Radicalidad y Confianza». Estar dispuesto a darlo todo, y así encontrarlo todo, con la ilusión del niño pequeño que espera con ansia un regalo deseado. Los cristianos no podemos aislarnos de las necesidades consumistas de quienes nos rodean, sin embargo, es necesario estar abiertos a compartir y acoger. Quien ama de verdad a los suyos, sabe respetar y amar a la sociedad que nos pide a gritos, más amor, más paz y más justicia en toda la tierra. El cerrarse en uno mismo, el aislamiento y el pasotismo en general, son formas desgraciadas de anti testimonio cristiano en la sociedad actual.

Acoger, cualquiera, “por pequeño que sea”, reconociendo con Él a Cristo que en la pequeñez está la suprema grandeza.

Dar un pequeño vaso de agua fresca, puede parecer, nada de nada, a los ojos humanos, y parecer un gran tesoro los Ojos de Dios que es Amor total.

Para ser discípulo de Jesús no se requiere ninguna aptitud personal y especial, ningún Máster, ningún Doctorado, sólo hace falta corresponder con más humildad, más perdón y sobre todo con más aprecio unos a otros. Llevar tu pequeña Cruz al cuello.

Como dice San Ignacio de Loyola, gran peregrino de nuestro Santuario de Montserrat: “Confiar… y en todo servir y amar”.

En todo amar y acoger más, y en todo servir más a los demás. Palabras repetitivas que hoy nos traen el núcleo más profundo de todo el mensaje cristiano.

 

Abadia de MontserratDomingo XIII del tiempo ordinario (2 de julio de 2023)