Domingo de Pentecostés (28 de mayo de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (28 de mayo de 2023)

Hechos de los Apóstoles 2:1-11 / 1 Corintios 12:3b-7.12-13 / Juan 20:19-23

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡el Espíritu Santo tiene una lógica que se nos escapa! Observamos cómo va apareciendo siempre y por todas partes: Desde la Creación del mundo hasta la Encarnación. Jesús mismo lo promete en la última cena, en el Evangelio de hoy hemos leído cómo es dado a los discípulos el mismo día de Pascua, y cómo después vuelve a venir sobre un grupo mucho mayor y más internacional en el día de Pentecostés. Decimos que está en el Padre y en el Hijo, y también en nosotros, decimos que hoy vendrá especialmente sobre quienes se confirmen. San León lo llamaba abundancia de manifestaciones. ¡Pero quizás ya está bien que del misterio de Dios haya algo, que nos cueste sistematizar, poner en un esquema y definir! Ésta es la gran riqueza del Espíritu Santo, ser la libertad de Dios, esa libertad que se nos escapa.

Como veis, he empezado diciendo muchas cosas. Quizá sea uno de nuestros defectos con el Espíritu Santo: hablar mucho y escuchar poco. Expresar esto al empezar una homilía cuando de hecho tendré que hablar unos diez minutos seguidos no es que sea lo más coherente… Espero que él, el Espíritu haga más que yo y os hable e inspire a cada uno de vosotros.

Cuando la comunidad cristiana se reúne para celebrar la eucaristía siempre hace memoria, siempre recuerda. Todos tenemos presente que, en el corazón de la misa, en el momento de la consagración repetimos las palabras de Jesús «Haced esto, para celebrar mi memorial». En otros muchos momentos también recordamos los hechos y las ideas importantes de nuestra fe. Lo hacemos especialmente en las lecturas. El Espíritu Santo en esta libertad nos recuerda que lo que celebramos no es sólo un ejercicio de memoria de nuestras raíces creyentes, de identidad colectiva, una exhortación moral del predicador, con una música muy bonita, sino que estamos realmente confesando y creyendo que Dios está aquí con nosotros, esta mañana de primavera.

Y como celebramos un sacramento, decimos que estamos haciendo algo que no sólo recuerda, sino que es eficaz, que significa que tiene efecto, que cambia, que transforma. Si esto siempre es verdad en cada eucaristía, al celebrar hoy también el sacramento de la confirmación por algunos escolanes y hermanas de escolanes, todavía lo podemos vivir mucho más intensamente. La confirmación es el sacramento del Espíritu Santo, por eso es tan adecuado y nos ayuda a vivir la fiesta de Pentecostés pudiendo celebrarlo en esta misa conventual.

Las lecturas de hoy nos hablan de Espíritu Santo enviado por Dios y por Jesucristo. Quisiera comentar tres puntos sobre el Espíritu: su discreción, su capacidad de transformación y su libertad.

El Espíritu Santo es normalmente la discreción de Dios. No sabemos que realmente haya vuelto a pasar algo como lo que leíamos en los Hechos de los Apóstoles, que de discreto no tuvo nada. No debería ser una reunión muy distinta a la nuestra. Por la cantidad de personas de sitios diferentes, por las lenguas que hablaban podemos deducir que eran muchos y diversos, como nosotros hoy. En nuestras celebraciones, El Espíritu Santo, que puede hacer lo que quiera, viene normalmente con discreción, en medio de nuestra liturgia, en nuestros corazones, no como ese día de Pentecostés. Pero el efecto es el mismo: Nos constituye en una única comunidad y nos da la fuerza del Señor resucitado. Ese momento inicial, nos ha dejado de hecho la seguridad de que cuando le invocamos como Iglesia creyente, viene a ayudarnos. Por eso hoy, delegado por el sr. Obispo de San Feliu, que es a quien correspondería esta invocación del Espíritu sobre quienes se confirman, reunidos en comunidad tal y como se reunían los discípulos en los primeros días después de la muerte y la resurrección de Jesús, podemos orar y estar ciertos que el Santo Espíritu de Dios viene sobre vosotros: Bet, Isona, Rita, Arnau, Quim, Jacob, Miquel, Oriol, Blai, Gerard, Eric, Jan, Jaume, Roger, Xavier, David i Albert Y también lo hace con discreción, gestos y palabras que la tradición nos ha ido transmitiendo. Esta discreción no significa ni poca importancia ni poca efectividad… Al revés: entramos aquí en el ámbito de lo eficaz aunque no se ve, ¡cómo son la gran mayoría de las cosas y de los cambios, tranquilos y lentos! 

Las lecturas de hoy también nos hablan de la capacidad que tiene el Espíritu de transformar, cambiar, convertir. Los discípulos de la primera lectura se convierten. Podemos pensar que estaban en una celebración algo triste, donde muchos no entendían lo que se decía. Eran judíos piadosos, había fe y convencimiento, pero quizá carecían de comprensión, alegría y comunión. La irrupción de este viento violento, de estas lenguas de fuego, da de inmediato un sentido mucho más fuerte de unidad, a pesar del respeto a cada uno. Todo el mundo se entiende. Y de ahí nace todo de lo que carecían, especialmente la alegría de cantar las maravillas de Dios y una gran fuerza para proclamar el evangelio y la buena nueva de Jesucristo, resucitado.

¿Qué nos enseña hoy ese poder transformador del Espíritu Santo? Nos dice que todos somos capaces de cambiar. Que la realidad a pesar de parecernos a veces triste, apagada, vacía, puede reavivarse. Nos dice que esta conversión personal es el fundamento de cualquier otra transformación social que quiera acercar el mundo a la realidad de la paz y de la justicia que es el Reino de Dios. Una realidad colectiva que nunca podemos olvidar. En este texto que hemos cantado y que se llama la Secuencia le pedíamos que lavara lo que está sucio y que curara todo lo que está enfermo. ¡Incluso le pedimos que riegue lo que está seco! ¿Qué actual, no?

A vosotros que os confirmáis, el Espíritu Santo puede realmente transformaros y ayudaros a vivir mejor como cristianos. Acabada la homilía responderéis a unas preguntas y haréis unos compromisos que no son ninguna broma. Todos los que nos hemos confirmado sabemos que son el principio de un camino personal de transformación que dura toda la vida. Es el camino que va de las dudas a la fe y del egoísmo al amor. Y la experiencia nos hace conscientes de que recibimos el Espíritu Santo para poder seguir caminando siempre en la confianza que avanzaremos en el sentido de lo que prometemos. Pero necesitaréis recordarlo y esforzaros. Por eso ser testigos de esta confirmación hoy es para todos nosotros recuerdo agradecido y comprometido del don del Espíritu Santo.

Por último, he dicho que el Espíritu Santo es la libertad de Dios. Sabiendo algo de historia del pensamiento cristiano, encontraríamos que siempre ha sido el inspirador de cambios y reformas. Nos hace falta dejar que nos guíe para saber qué debemos hacer, una tarea que sólo podemos hacer cada uno de nosotros. La libertad del Espíritu Santo sólo podía hacernos libres también a nosotros. Fijaos que, en el Evangelio de hoy, el día de su misma resurrección, Jesús dio el Espíritu Santo y justo después dio a los discípulos la posibilidad, pero también la libertad de perdonar los pecados: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. El Espíritu Santo no es un algoritmo que nos programa como la Inteligencia Artificial para que todo funcione automáticamente. El Espíritu Santo respeta profundamente lo que nosotros decidimos hacer, entendiendo bien que no todo le da igual. Por eso hoy, todos los que se confirmen, recibirán el Espíritu de libertad y libremente se comprometerán en este camino de fe, que vosotros mismos o vuestros padres y madres escogieron para vosotros en el bautismo y diréis dos cosas especialmente bonitas e interesantes: que deseáis ser imitadores de Jesús y que confiaréis en Dios en cualquier circunstancia de la vida. Ojalá que el recuerdo de este día os ayude siempre. Y que todos los demás escolanes que han hecho la confirmación o la hará algún día viváis siempre con este buen propósito.

La eucaristía es para todos un don del Espíritu Santo que transforma los dones en el cuerpo y sangre de Cristo para alimentarnos y hacernos vivir en cada celebración el gozo de la unidad. En esta unidad eucarística estamos contentos de acoger a Joan (Esteban Galmés) que participará por primera vez. Joan, que también tú, puedas avanzar por el camino de la fe junto a Jesús, de quien estarás a partir de ahora mucho más cerca, como todos nosotros, cada vez que lo recibas en su cuerpo y su sangre.

Abadia de MontserratDomingo de Pentecostés (28 de mayo de 2023)

Domingo de Pascua (9 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (9 de abril de 2023)

Hechos de los Apóstoles 10:34a.37-43 / Colosenses 3:1-4 / Juan 20:1-9

 

Después de haber pasado una noche en vigilia nos volvemos a reunir para celebrar la eucaristía en esta fiesta de las fiestas que es la Pascua. Parece que no nos cansamos de rezar y es que no encontramos otra manera de seguir contemplando y agradeciendo lo que cantábamos en el canto de entrada, en las palabras que hoy son las palabras de Jesús: que después de una vida entera de amor a Dios, y de esta muerte en Cruz, puede volverse hacia Dios y decirle: “He resucitado, me he reencontrado contigo, ¡no me has dejado de tu mano!”

“No me has dejado de tu mano”. Una frase sencilla que nos revela los rasgos más tiernos de Dios que como padre o madre, no dejan de la mano a su hijo, frágil. O que nos revela un gesto típico de las parejas que se quieren. Una de las oraciones típicas de la divina liturgia bizantina ha captado esta naturaleza de Dios y utiliza una expresión que explica muy bien esa frase. Dice que Dios es “bueno y amigo de los hombres” αγαθός και φιλάνθροπος. En la palabra original, filanthropos se incluye a cualquier persona humana sin distinciones, empezando por la de ser hombre o mujer. Por eso algunos prefieren traducirla como amigo de la humanidad.

Jesucristo es el primero en volver por su resurrección al Padre. Si este retorno tenía una razón teológica muy clara, “porque de Dios venía y a Dios volvía”, esto ocurre en la historia, hay testigos, afecta a aquel que, siendo Dios encarnado, vivió, caminó y murió como hombre en la tierra: a Jesús de Nazaret. Precisamente por eso, podemos pensar que su historia será un día la nuestra y que, desde el momento de su resurrección, Dios es más que nunca bueno y amigo de la humanidad y “nunca nos deja de su mano”.

Si bien él lo es de todos, Amigo de los hombres sin distinciones, nosotros hemos llenado nuestro mundo de categorías humanas, de primeros, segundos, terceros y cuartos mundos. Medimos por Productos Interiores Brutos de los países, por rentas per cápita, por tantos otros factores que en el fondo no hacen sino medir lo que Dios seguramente no hubiera querido nunca: las enormes diferencias dentro de una misma humanidad. Él ha resucitado por todos.

Una de nuestras primeras obligaciones como cristianos sería hacer como Dios, por tanto, ser también nosotros amigos de la humanidad y mirar cómo no podemos dejar a nadie de nuestra mano. Aunque sea un granito de arena en esta labor utópica que no deja de ser eso que llamamos construcción y venida del Reino de Dios a la tierra, muchas instituciones se hacen conscientes de las desigualdades y quieren ayudar a corregirlas. Haciéndonos solidarios haremos, en la misa de hoy una colecta a favor de la comunidad de San Egidio que tiene una sensibilidad especial por los pobres y necesitados.

La forma en que Jesucristo se hace amigo de la humanidad en la Resurrección es en el fondo muy discreta. Nos han explicado que cuando los escolanes estuvieron en Australia, hace un mes, fuisteis un día a ver los canguros a un lugar llamado Clealand Wildlife Park y le dijeron que debían acercarse poco a poco. Si estabais tranquilos, los canguros vendrían solos. El evangelio está lleno de momentos en los que nosotros hombres y mujeres tenemos miedo a Dios, a sus apariciones, incluso miedo a Jesucristo cuando hace cosas demasiado extraordinarias. Pero él nos dice que no tengamos miedo. Si vosotros, escolanes, erais capaces de entender el miedo de los canguros, y por tanto de acercaros poco a poco, ¿cómo Jesús resucitado no será capaz de entender nuestro miedo y de acercarse a nosotros poco a poco, diciéndonos que no tengamos miedo? Nos lo dice incluso cuando resucita. Por eso digo que es discreto. Tan discreto que incluso no le reconocemos muchas de las veces que se aparece resucitado. Como si dejara tiempo a cada uno para realizar su proceso de comprensión, de acercamiento. En esta comparación nosotros somos los canguros que tenemos miedo y él es como vosotros escolanes que quiere acercarse. Jesucristo resucitado también quiere acercarse de una forma muy discreta pero muy eficaz y muy directa a vosotros, a todos.

De una manera muy especial, hoy Jesucristo se acerca a vosotros cuatro, los dos Orioles, Lluc y Martí, escolanes de cuarto que haréis la primera comunión. En el pan y el vino, aunque son elementos muy sencillos, confesamos la presencia de Jesús, la presencia de Cristo resucitado. Vosotros vivís una vida de fe porque la Escolanía os la facilita, participáis en la oración de Salve, ahora ya de lleno, activos en el coro y vivís en Montserrat, desde donde podéis uniros y ayudar en la oración de tantos peregrinos. Pero con la primera comunión, y con todas las que vendrán desde ahora, Jesús os pide también que personalmente creáis en esto que he estado diciendo antes, que él es amigo de la humanidad, y por tanto amigo vuestro. Cada vez que comulguéis, pensad en ello. Pensad en este Jesús que quiere que seáis felices y que estará a vuestro lado siempre, incluso en aquellos momentos que no lo sintáis. Para algunas personas, el momento de la primera comunión, ha sido un recuerdo importante para su fe, durante toda su vida. Y no sólo vosotros, sino todos los escolanes, pensad en este Dios que no deja de ir de vuestra mano.

La Resurrección de Cristo es el testimonio definitivo de que Dios es el Amigo de los hombres. Porque si se había encarnado en él devolviéndonos aquella dignidad con la que nos creó, ahora da definitivamente a la humanidad un sitio a su lado. No podríamos imaginar una prueba de amistad mayor que ésta.

Queridos hermanos y Hermanas, que estáis aquí en Montserrat o que os unís a nuestra celebración, el mensaje central que quiero transmitir esta hermosa mañana de Pascua, está resumido en las palabras del canto de entrada: He resucitado y estoy aun y siempre contigo. Dios como reza la liturgia oriental es bueno y amigo de la humanidad, se nos acerca en humildad y discreción, como discreta es la Iglesia que nace de la resurrección de Cristo y sirve al mundo como amiga de las mujeres y de los Hombres, mostrándonos el camino para ser discípulos de Cristo en el mundo.

Dear brothers and sisters. It may be that some of you have joined us from abroad this blessed Easter morning in Montserrat or are following us through electronic media, in some part of the world. I would like to give a very short message using the words we said at the beginning: I have risen, and I am with you still, You have laid your hand upon me. These words express a deep insight about God who the Eastern Liturgy named as Friend of Humanity. In his Resurrection Christ calls us to be part of a living community of Faith, Love and service, to be part of a Church that wants to be a true friend of every man and woman.

Y, además, Dios es bueno y amigo de los hombres porque de todo esto nace la Iglesia, que es también amiga de la humanidad. Con sus defectos, que siempre tenemos que querer corregir, porque somos hombres y mujeres quienes la formamos, el cariño y el servicio que la gran comunidad cristiana ha hecho y da son inmensamente mayores que estos defectos. Tantas veces con esta misma discreción que Cristo hecho eucaristía y que Cristo resucitado, poniéndose en cada una de las situaciones sociales que la necesitan, dejándose clavar en la cruz con tantos crucificados.

Es necesario que seamos conscientes, como decía San León de la dignidad que tenemos por el hecho de ser cristianos, es una dignidad que nos viene de Dios, que nos viene de Cristo. Hoy domingo de Pascua, es el día de recordar y repetir:

He resucitado, me he reencontrado contigo

No me has dejado de tu mano

 

Abadia de MontserratDomingo de Pascua (9 de abril de 2023)

Vigilia Pascual (8 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de abril de 2023)

(…) / Romanos 6: 3-11 / Mateo 28:1-10

 

Una vez, un amigo me explicó que participando en una vigilia pascual con una persona no cristiana, ésta le preguntó: ¿Realmente toda esa gente cree que alguien puede resucitar?

Tal como está propuesta, incluso yo compartiría algo, queridas hermanas y hermanos, de la pregunta porque tiene algo de trampa. Puesto que la cuestión no es si alguien puede resucitar, sino que Jesucristo ha resucitado, esto es lo que nosotros creemos y con nosotros muchos millones de hermanos y hermanas en todo el mundo.

Esta noche la reservamos a esto, a celebrar que Jesucristo ha resucitado. La separamos de las otras noches, la alargamos, durmiendo un poco menos. ¡Y si fuéramos monjes orientales no dormiríamos nada! Nuestra fe tiene su centro en esta Vigilia y todo lo que nosotros creemos hoy: el ser de la persona de Jesús de Nazaret, su evangelio, la Iglesia, la belleza de la liturgia que hemos ido enriqueciendo durante los siglos, pero no hablar de la música y el arte cristiano y de la influencia de nuestra fe en toda la cultura y el pensamiento contemporáneo; todo, todo comienza en esta noche, en una resurrección que transforma la vida de un predicador y profeta, que a pesar de las interesantísimas cosas que dijo, las curaciones y los milagros que hizo, probablemente habría acabado como un perfecto desconocido si no hubiera resucitado.

Hoy, esta noche de Pascua del año 2023, después de tantos siglos de tradición, podría parecernos que todo es algo apoteósico, pero si volvemos a los orígenes, veremos que este camino de la fe en la Resurrección de Jesucristo no fue tan fácil. Empezó con el testimonio de una mujer, de dos mujeres, de dos discípulos…, un testigo que en el primer momento costaba mucho creer; ¡más o menos como ahora! ¡Había que ir y verlo! Y fueron.

Menos mal que el Señor es perseverante y no sólo resucitó, sino que se apareció bastantes veces para acabar convenciendo a una comunidad de discípulos suficiente para asegurar esta fe, que se nos ha transmitido hasta el día de hoy. Una fe que, a pesar de nuestra percepción europea, nunca ha parado de crecer.

Como le decía al principio. La resurrección que celebramos no es la de alguien cualquiera que resucita. Es la del Hijo de Dios que en Navidad celebrábamos como la Palabra de Dios venida al mundo. Que ese Dios venido a la tierra no podía morir parece lógico. Forma parte de un plan que comienza en la Creación y va avanzando abriéndose paso en multitud de circunstancias humanas e históricas. Pero que la resurrección sea parte de la historia y no una idea teológica, es lo que la hace fuerte, real, que da a Jesús la atracción para ser seguido.

La celebración de hoy reúne presente, pasado y futuro.

Pasado porque hemos escuchado algunos momentos de ese plan de Dios que siempre apunta a la vida, en la Creación, en el sacrificio de Isaac, en el paso del Mar Rojo, en las profecías…, el mensaje siempre es que Dios vence y que la libertad, y la vida no pueden deshacerse. No podía ser pues de otra manera por este Hijo amado, Jesucristo, que como Palabra de Dios ya estaba presente en todos estos momentos de vida, lucha y esperanza del Pueblo de Israel.

Presente, por la misma resurrección de Cristo, que hemos significado con el encendido del cirio Pascual, la entrada en la Iglesia en medio de la oscuridad y el canto del Exultet. Sí, esto siempre está presente porque hoy es el día en que ha obrado el Señor. Sólo afirmando que quien resucita no es alguien anónimo, puede entonces la resurrección convertirse en la esperanza para todos los que nos hemos unido a Jesucristo por el bautismo. En Jesucristo resucitado Dios nos está esperando. Desde toda la eternidad, durante toda la historia, Dios nos espera a cada uno de nosotros.

Todos estamos llamados a revivir la fe de aquellas mujeres que vieron al resucitado y tuvieron miedo y quizás alguna duda sobre qué ocurría. Quisiera que nos hiciéramos conscientes de que el núcleo de nuestra fe, en tanto que acto humano, comienza a menudo en esta duda y ese miedo a aquellas mujeres humildes. La gran celebración de esta noche llega para ayudarnos a fortalecer nuestra fe, para centrarla en lo esencial: Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero nunca se puede quedar encerrada en sí misma como un vigilia bonita y suficiente.

Futuro porque Dios os está esperando a vosotros David y Cinto. Vosotros habéis hecho, como corresponde a chicos de vuestra edad, el camino hacia la fe en Jesucristo resucitado. Y estáis en el corazón de esta noche, la proyección más importante que podríamos hacer hacia el futuro, porque representáis con todos los más jóvenes que estáis aquí, el mañana de nuestra Iglesia. Os incorporaréis a la familia de los bautizados, recibiréis el Espíritu Santo y participaréis por primera vez de la Eucaristía. Seréis llamados a vivir como cristianos en la Escolanía, donde todos sus compañeros también participan de la fe. Todos los escolanes añadís a la vocación de quienes se bautizan, la de compartir una vida de escuela, de amistad y de preparación para la vida en medio de un grupo de chicos que como vosotros, sus padres y madres han querido que estuvierais unos años aquí, en Montserrat. Montserrat es un lugar de fe, donde muchos peregrinos vienen a celebrar cada día la Pascua, que recordamos en nuestra misa y otros vienen a rezar o quizás acaban orando gracias a vosotros, aunque venían para otra cosa.

Aunque no os lo parezca todos vosotros, no sólo David y Cinto, sois como aquellas dos mujeres, como aquellos dos discípulos de Emaús que decían: El Señor ha resucitado y sabemos, porque tenemos testimonios de ello, que vuestro canto ha sido a veces el principio de la fe de algunas personas. 

Sé que los más pequeños habéis trabajado hoy una cruz, que al principio no significaba mucho, pero que habéis ido pintando, y pegando flores, la habéis llenado de vida. Muchos caminamos ayer juntos detrás de la Cruz, acompañando a Jesús crucificado. La verdad es que él os acompaña a vosotros y puede hacer si confiáis, que algunas dificultades que os encontraréis en la vida, que son estas cruces vacías y frías, se vuelvan cruces llenas de vida si sois capaces de mirarlas y de transformarlas como habéis hecho en la actividad de hoy que ahora presentaréis. Esta noche celebramos esto: que esa Cruz donde estaba Jesús muerto, ahora representa a Jesús vivo y vencedor de la muerte.

A vosotros, pues los más jóvenes, y a todos, Cristo nos llama hoy a comprometernos en su seguimiento. Por eso renovamos en medio de esta noche nuestras promesas bautismales y hacemos una apuesta por el futuro. Por un futuro más evangélico. Necesitamos creer en Dios y en la Paz. Ayer y hoy el mundo se ha levantado con otras dos amenazas de guerras: Una en la frontera entre Israel y el Líbano, muy cerca de Nazaret, de las fuentes del Jordán, donde Jesús fue reconocido como Mesías por sus discípulos, y otros lugares tan importantes para la fe y aún otra amenaza en los límites entre China y Taiwán. ¡Porque al Reino de Dios le cuesta mucho avanzar en la historia! ¿Y qué podemos hacer nosotros? Intentar ser constructores de paz. Intentar ser solidarios. Hoy volveremos a hacer una colecta a favor de Caritas, conscientes de que los conflictos comienzan tantas veces en las dificultades y en las exclusiones más básicas, y que también es importante que procuremos equilibrar un poco todas las diferencias que el mundo genera automáticamente pero que son tan contrarias a la voluntad de Dios.

Continuemos esta celebración con fe agradecida porque creemos en Jesucristo resucitado, y en todo lo recibido, con esperanza renovada porque esta resurrección del Señor nos abre las puertas de un futuro mejor, tanto personal como colectivamente y roguémosle que en esta eucaristía nos renueve en nuestra capacidad de amarle cada día más a Él y a todos nuestros hermanos y hermanas.

 

 

Abadia de MontserratVigilia Pascual (8 de abril de 2023)

Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (7 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (7 de abril de 2023)

Isaías 52:13-53:12 / Hebreos 4:14-16; 5:7-9 / Juan 18:1-19:42

 

Silencio.

Desde el final de la celebración de ayer, el jueves Santo y el inicio de la adoración al santísimo, nos ha acompañado el silencio. Decíamos ayer que quedaban veinticuatro horas. Ahora no. Ahora ha terminado. Ésta es una de las impresiones emocionales fuertes del viernes Santo.

Hemos comenzado esta conmemoración en silencio.

Hemos acompañado la muerte de Jesucristo en la Cruz callando y arrodillándonos, los que habéis podido, o con otro signo corporal que quería hacer más fuerte y significativo este momento.

Ha dejado de tocar el órgano. Y aunque seguimos cantando porque la música no puede faltar nunca, queremos que el silencio acompañe también nuestra oración quizás más que en ninguna otra celebración del año.

Pienso que en días como hoy, cuando habla la Palabra, quizá deberíamos callar.

La humildad nos hace conscientes de que ninguna palabra puede igualar a las de Jesús en el relato de la Pasión, cuando habla casi sin decir nada, con palabras medidas. Qué silencios más llenos. ¿Cuántos ecos no tienen?

Más que hablar, trato de hacer como la pared de los ecos de nuestra montaña, que devuelve algunos de los sonidos que le llegan, un sonido que para nosotros son las lecturas y la liturgia de hoy. En el centro del silencio del viernes santo está la cruz de Jesucristo. Y si recuperamos la pregunta que os propuse y que nos ha acompañado desde el domingo de Ramos: ¿Quién es éste? Nada nos lo revelará tanto como la cruz, donde fue crucificado y ejecutado Jesús de Nazaret. Sin embargo, hasta en la cruz y en la muerte, la Pasión según San Juan, nos transmite la serenidad, el control que un rey o, mejor, alguien como Dios tiene sobre la realidad y la historia. Por eso, sin embargo, y porque somos hijos de la resurrección incluso el viernes santo, hoy, no callamos, y celebramos y adoramos una cruz que confesamos como portadora de vida.

Seguramente los más jóvenes y pequeños habéis hecho alguna vez una cruz. Es sencillo. Basta con atar dos travesaños, dos ramas, lo que se tenga, y cruzarlas, en ángulos más o menos rectos. El travesaño vertical está destinado a hundirse en el suelo y levantarse hacia arriba, hacia el cielo, hacia donde siempre, infantilmente hemos colocado a Dios, al menos en nuestra lengua, en la que utilizamos la misma palabra para el cielo físico y para el cielo teológico. El otro travesaño es el horizontal, el que se extiende hacia los demás, el que abarca la realidad.

En medio de los dos travesaños de la cruz, en el centro, está siempre Jesucristo crucificado. En su muerte en cruz, podemos ver la verticalidad de su cuerpo que prolonga el travesaño clavado en la tierra, en la tierra de su vida, de los caminos de Galilea, en esta vida que pasó queriendo explicar quién era realmente el Dios de Israel, hacia quien apunta ese mismo travesaño vertical y quien era él mismo, Jesús de Nazaret, su Hijo amado.

Y eso sólo lo explica el otro travesaño de la cruz, el horizontal. Lo que abraza al mundo, el de los encuentros con todos los marginados de la sociedad, desde los leprosos y las prostitutas, con los enfermos, con los excluidos por motivos religiosos, con las viudas pobres e incluso con los ricos como Leví que estaban al margen por ser estafadores y explotadores.

La cruz nos explica de verdad la realidad. Si ayer decíamos que la eucaristía era más que un recuerdo, porque Dios estaba realmente presente, hoy lo volvemos a decir.

La cruz también pone en tensión a Dios y al mundo, en esta relación de amor por parte del Padre y de odio inexplicable por nuestra parte, la humanidad, una tensión que la Cruz misma manifiesta mejor que ningún otro signo.

Odio de una parte del mundo, de una parte, de nosotros mismos, de cada uno de nosotros, que rechaza a Dios y al evangelio, que se mantiene cerrado. El odio que prefiere indultar a un culpable que perdonar a un inocente, odio que nos hace a veces tan manipulables como los que gritaban: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. El odio que no aceptó la bondad y la palabra de Jesús y pensó que haciéndole desaparecer le liquidaba para siempre. Pero la cruz también nos manifiesta amor, amor sobre todo de Jesucristo. Porque no huyó ni se desdijo de sus palabras, porque se mantuvo fiel. Porque no negoció con lo que no era negociable.

Los improperios que cantaremos adorando la Cruz son reflejo de esta bondad de Dios y de esta respuesta inexplicable. En cada estrofa existe esta dinámica: ¿Qué te he hecho? ¿En qué te he entristecido? Yo te amé y tú me has crucificado.

Naturalmente que esta tensión produce sufrimiento, un sufrimiento que puede llegar a triturar a quienes se ponen en medio, como leíamos en la primera lectura. La fidelidad tiene muchas veces esa dureza. Pero un sufrimiento que nos hace fuertes y nos hace mayores. Nos hace como personas y sufrimos porque amamos y de nuestro amor siempre hay alguien que se beneficia directa o indirectamente.

Entendiéndola de este modo, podemos acercarnos a la naturaleza salvadora de la Cruz y del sufrimiento de Jesucristo, que son en el fondo un misterio, por el que necesitamos tanta fe como la que reclamábamos ayer para la eucaristía.

¡Y hoy, si volvemos a pensar en los improperios, nos acercamos incluso al sufrimiento de Dios por nosotros, que parece que no entienda porqué hemos preparado una cruz a nuestro salvador!

El viernes santo es un día de recuerdo, de catolicidad, esto es de universalidad. Un día en el que los brazos de la cruz se extienden a todos y lo recordamos en la oración de los fieles, llamada precisamente universal. Lo que rememoramos nos hace tener presente Tierra Santa, las dificultades de los cristianos que viven en ella y que cada vez se reducen más. Por eso, la Iglesia nos llama hoy a acordarnos de aquellas tierras en una colecta, como ya hizo San Pablo, en los inicios de la evangelización.

Pensemos también en nosotros, en cómo la idea de los dos travesaños de la cruz nos coloca como Jesús delante de Dios y delante del mundo. Nos coloca en la tensión del servicio a los demás y de la fe, con sus dificultades y sufrimientos. Podría ser una buena idea cuando vayamos a adorar la Cruz. Pensar en un Dios que se ha hecho hombre y se ha hundido en la tierra como el travesaño vertical para abrazar a toda la humanidad, con el travesaño horizontal, y llevarla hacia el cielo.

 

Abadia de MontserratViernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (7 de abril de 2023)

Missa de la Cena del Señor (6 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (6 de abril de 2023)

Éxodo 12:1-8.11-14 / 1 Corintios 11:23-26 / Juan 13:1-15

 

¿Qué ha cambiado, queridas hermanas y hermanos, desde el domingo? Observábamos la tensión que se producía entre la entrada de Jesús en Jerusalén como rey y la narración de su muerte, como delincuente. Estos días de Semana Santa han sido un seguimiento, una profundización más tranquila de la historia de los últimos días del Señor y de los discípulos, pero ahora, al iniciar el Tríduum pascual, tenemos la sensación de que el tiempo se acelera, que el tiempo se termina y que todo se resolverá en breve.

Todos hemos hecho la experiencia o alguna vez nos han preguntado lo que haríamos si nos quedara poco tiempo para vivir. Es decir, todos hemos sido a veces puestos ante aquella situación en la que el tiempo se acelera. Nuestra sociedad lo hace casi por defecto y nos hace vivir con el tiempo normalmente siempre acelerado, forzándonos así a tomar rápidamente decisiones que las fuerzas que más o menos lo manejan todo quieren que tomemos.

Pero la aceleración del tiempo en el fin de la vida de Jesús que hoy queremos tener presente, no es una pregunta retórica para estimular nuestra imaginación ni una estrategia comercial, sino algo muy real. Es el fin. Tiene veinticuatro horas. Entonces decide concentrar el sentido de todo en el gesto más significativo que encuentra o imagina.

Este gesto es la eucaristía. En la línea de la tensión hacia el final pone la semilla del futuro.

Si el domingo de Ramos nos encontrábamos ante la pregunta sobre ¿quién es Éste? Hoy me atrevería a decir que este jueves Santo es la participación en la intimidad de Jesús y de sus discípulos. En la víspera de su muerte, reúne al grupo más cercano. No hace una gran performance o un show, en el sentido de que nosotros estamos acostumbrados hoy por los medios. Aprovecha un elemento de la tradición, la cena pascual judía, que hemos escuchado explicar en la primera lectura y nos dice que él es quien se sacrificará en lugar del cordero o el cabrito, que la sangre derramada será su sangre. Todo esto lo hace en comunidad, con un grupo reducido, hace una opción por la comunidad. Prepara a los discípulos. Los hace testigos directos para que puedan desde ese mismo momento imitar y reunir a la comunidad para recordarlo. «Estando con ellos en la mesa» decía el evangelio y «Aquella noche de la cena, el último con los hermanos, sentado con ellos…», dirá el himno que cantaremos al final de la celebración, en la procesión al santísimo.

En esta preparación para el futuro vemos reflejada la llamada a los presbíteros a ser servidores de las comunidades, estimulando dentro de las posibilidades humanas de cada uno, el recuerdo de Jesucristo, por la predicación de la Palabra, por la celebración de los sacramentos, por el ejemplo. Por eso hoy celebramos que el Señor nos haya llamado a servir de esta forma a las comunidades. Nos obliga y nos impresiona tener que promover realmente el recuerdo del Jesucristo en el ahora y aquí de la historia. Él, Jesús de Nazaret y su evangelio, es el criterio de nuestro servicio y normalmente la intuición de los fieles es más que suficiente para ver si vamos por el buen camino. Necesitamos escucharla.

Pero no sólo celebramos un recuerdo de Jesús como personaje histórico o un gesto. Su identificación con el pan y el vino de la eucaristía conecta con la realidad de Dios, de ahí su fuerza. Él está siempre presente. Por la eucaristía nos ha dado el sacramento más fuerte, más central, la fuente y la cima de la vida de la Iglesia. La reserva del cuerpo y de la sangre de Cristo ilumina las Iglesias con esta realidad de Jesucristo resucitado que se nos ofrece a nuestro nivel más básico, el de la comida cotidiana y que desde ese primer jueves Santo se ha quedado para siempre en el centro de cada comunidad cristiana. Creerlo así nos pide fe.

La música de lo que cantamos es muy importante. Yo os animo a vosotros escolanes que estáis tan abocados a la música y que cantáis tanto esta semana a fijaros y tratar de comprender lo que cantáis. Por ejemplo, para entender esta fe podemos decir que hoy la hacemos muy explícita y los cantos nos ayudan. Si retomamos las palabras que Santo Tomás de Aquino escribió en el himno Canta lengua el santo misterio, que ya he citado encontraremos dos frases muy cortas que nos enseñan que la profundidad de los gestos de Jesús, la comprendemos con la fe: “aunque el sentido no alcanza, para afirmarlo al sincero corazón con la sola fe le basta”. ¡En ningún caso estamos diciendo que los sentidos no nos ayuden, sino que necesitamos ir un poco más allá! Lo cantaréis vosotros y lo cantaremos todos, adorando precisamente el pan, convertido en el cuerpo de Cristo que reservamos solemnemente para poder seguir adorándolo hoy, sintiéndonos cerca de esta intimidad tan propia del Jueves Santo.

El evangelio de hoy nos habla también de servicio. Recordamos el lavatorio de los pies.

Este amor y este servicio de Jesús nos salva porque vienen de él, pero también nos obliga. ¿A quién debemos lavar los pies nosotros, para quien repetimos los gestos y la oración de la eucaristía cada vez que la celebramos?

Lo hacemos a quienes sufren más. Aunque es difícil identificar colectivamente quiénes son estos más necesitados, cada jueves santo hacemos el signo de recordarlos y de confiar a Cáritas el fruto de la colecta a la que os invitamos a participar junto con nuestra comunidad. Caritas nos recuerda constantemente aquellos sectores en los que hace falta ayuda. La salud mental de los jóvenes y adolescentes, los problemas de vivienda, los sin techo.

En el ámbito de la exclusión social, todos estamos algo aterrorizados cuando escuchamos noticias de violaciones cometidas por menores de edad, que normalmente proceden de situaciones sociales difíciles. ¿Han pasado siempre y no lo sabíamos? ¿Son una novedad fruto de modelos perversos accesibles cada vez más pronto y más fácilmente? ¿Qué parte existe de responsabilidad personal y qué parte de no ser capaces de crear los entornos saludables? Ver cómo extender a todos los que necesitan el amor y el servicio de la Iglesia es también un reto de cada eucaristía.

Pero todavía podemos ensanchar la mirada y el sentido. Quisiéramos orar y amar a todo el mundo, porque servir y celebrar nos hace Iglesia, y la Iglesia está llamada en este mundo a ser signo de la unidad de toda la familia humana. Por eso cantaremos también durante el lavatorio de los pies “buscando unidad nos reúne el amor de Cristo”.

Yo diría que además la Iglesia está destinada hoy a ser signo de que existe esperanza en una vida diferente para todos. Una vida humana, una vida de plenitud, el modelo para una sociedad que no deje a nadie a un lado, desde el punto de vista material pero también desde el punto de vista espiritual. Nosotros sólo podríamos decir que tenemos la fuerza que tenemos, que ciertamente no sería suficiente para nada, pero tantos siglos de eucaristía nos refuerzan en la convicción de Dios que ayuda.

Jesucristo quiso que la cena fuera el inicio de su Pascua y quiso aparecerse como resucitado en más de una comida de los discípulos, desde entonces no hemos dejado de recordarle ni un solo día en la larga historia de la comunidad cristiana.

Da devoción cuando escuchas todavía hoy en Grecia, por doquier, la palabra gracias, euxaristoso, que se parece tanto a la Palabra eucaristía. Se te hace evidente que debemos dar gracias por el don de Jesucristo que nos reúne como hermanos y hermanas. Ojalá que él, el Señor, nos mantenga fieles al espíritu de servicio y de donación que emanan de este jueves Santo.

Abadia de MontserratMissa de la Cena del Señor (6 de abril de 2023)

Domingo de Ramos y de Pasión (2 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de abril de 2023)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Mateu 26:14-27.66

 

¿Quién es éste? Una vez más, queridas hermanas y hermanos, hemos visto que la forma de hacer de Jesús de Nazaret, provocaba la pregunta “¿Quién es éste?” que cerraba la descripción de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que hemos leído en el evangelio fuera en la plaza, antes de empezar la procesión.

Los evangelios nos han dejado el testimonio de la admiración, del interés, de la curiosidad de los primeros discípulos y de otros contemporáneos, que ante hechos extraordinarios se preguntaban cómo encajaba aquel “profeta, Jesús de Nazaret” en las categorías con las cuales ellos solían calificar a los hombres, los rabinos e incluso los propios profetas. La respuesta es muy fácil: sencillamente, no encajaba: Jesús no encajaba en ningún sitio. Había que buscar y preguntarse más, era necesario ir un poco más allá, forzar la tradición. La pregunta: “¿Quién es éste?” surge sobre todo cuando Jesucristo hace cosas que corresponden a Dios: perdona los pecados, se manifiesta con poder sobre el viento y el mal mar, o como hoy, toma el lugar de aquel salvador esperado y predicho por el profeta Zacarías: “Digan a la ciudad de Sión: Mira, tu rey hace humildemente su entrada, montado, en un pollino, hijo de un animal de carga”, un salvador al que el pueblo recibe con estos “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en lo alto del cielo»

Parecía que finalmente la categoría de ese Mesías salvador era la buena. Lo leíamos durante la Cuaresma en la boca de la mujer Samaritana: “¿No será el Mesías que esperábamos?” No nos hacemos ilusiones: Él mismo nos lo ha dicho en la lectura de la Pasión: “Esta noche todos tendrán de mí un desengaño”. Él es el Rey que entra en Jerusalén y es el delincuente que fallecido crucificado. Si el nombre de Mesías le iba bien, no es en el sentido en que lo esperaba el pueblo de Israel. Ni siquiera este nombre, tal y como era tradicionalmente entendido le corresponde, por eso San Pablo podrá decir después con acierto: «Nosotros predicamos un Mesías crucificado, que es un escándalo para los judíos».

No creo que encontráramos una mejor entrada en esta Semana Santa que hacernos la pregunta “¿Quién es éste?” como una invitación a profundizar en nuestro conocimiento de Jesucristo. A todos, los que estáis aquí, y seguramente participarán en todas las celebraciones, a todos los que nos sigan desde casa, a los que quizás sólo asistan o se conecten por la misa de hoy, domingo de Ramos, les invito a preguntaros desde vuestra vida, desde vuestra experiencia cristiana, en el estado en el que esté, incluso si está en los márgenes de la fe, a preguntaros: «¿Quién es éste?», y a intentar escuchar la palabra y la liturgia de esta Semana Santa y Pascua. El testimonio cristiano tiene su origen en la narración de lo que empezamos a conmemorar hoy, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Si éste es el núcleo de nuestra fe, deberá ser también aquel que mejor nos responda sobre la identidad de quien está en el centro.

Intentaré acercarme a Jesús y a los distintos escenarios de estos días, viendo lo que nos dice la tensión que se palpa en todo lo que va pasando. En catalán, uno de los significados de la palabra tensión es el de expectación.

Un primer testimonio muy básico de esta tensión lo encontramos en el uso de la palabra deprisa, a continuación, al instante. Algunas cosas ocurren enseguida, deprisa. Los discípulos van enseguida a buscar la burra y el pollino y también prometen que lo devolverán enseguida. El gallo también canta enseguida, al instante. A Jesús en la cruz le traen también enseguida el vinagre para beber. Todo esto que ocurre nos afecta ya, hoy, no podemos dejarlo para mañana, no podemos relativizarlo.

En el relato de la Pasión y en todo el Evangelio, una de las formas en las que Jesucristo se revela es precisamente mediante la tensión y la expectación que se crea en torno a él. Es una tensión que se produce entre los dos extremos que hoy nos han relatado: ser Rey, ser Mesías, tener un dominio de la situación similar al de Dios y al mismo tiempo manifestársenos como totalmente sometido a la realidad, a una realidad que puede ser tan adversa que le lleve a ser ejecutado.

Esta tensión se va manifestando: entre Él y el Padre de forma extrema en el huerto de Getsemaní, en el interrogatorio de Pilato, en lo alto de la Cruz. La humanidad es llevada al extremo. ¿Cómo podría ser de otra forma, si esta humanidad de Jesús de Nazaret contiene sin embargo la divinidad de Dios con toda su exigencia?

Pensando en los más jóvenes, me gustó un detalle que vi hace unos días en un icono que representaba la entrada de Jesús en Jerusalén: había un niño pequeño que le daba una hoja al burro que montaba Jesús. Pensé, es una forma de hacer participar a todo el mundo.

Todo esto que estoy diciendo lo podéis entender bien también vosotros escolanes si comparamos los dos cantos de hoy. El de la procesión, en el que todo era alegría “Hosanna, bendito el que viene” y lo que cantaremos en el canto de comunión: Mis manos y mis pies han agujereado, puedo contar todos mis huesos”. ¿No veis clara la diferencia? ¿Incluso musicalmente? ¡y no ha pasado ni una hora de celebración! La diferencia entre estos dos momentos y todo lo que significan es lo que mantiene viva toda la historia de los últimos días de Jesús de Nazaret. La historia de la Pasión es para todos.

La tensión se nos manifiesta más real cuando no sólo la vemos como algo propio y que define a Jesús, sino que también afecta a sus relaciones con los discípulos. Pensamos en la tensión entre la buena voluntad de permanecer fieles y orando junto al maestro y el sueño de los discípulos en el huerto de Getsemaní y cómo finalmente se impone el sueño. Pensamos en la tensión de las contradicciones de San Pedro durante las negaciones que también se imponen y pensamos en la tensión terrible en el corazón de Judas que le lleva al suicidio. Si algo tiene todo esto de consolador es que tanto los discípulos como Judas, que también fue un discípulo, no aparecen como héroes sino como humanos muy frágiles. Uno de ellos tan frágil que no pudo superar el peso de su propia realidad, porque es incapaz de perdonarse y de dejarse perdonar.

También nosotros como los discípulos vivimos la tensión de seguir a Jesucristo en nuestro día a día. Por un lado, nos llama Dios como si nos estirara, por el otro debemos aceptar nuestros límites, las dificultades. Tantas veces nos llegan testimonios y noticias de personas que como Judas caen en los pozos de la depresión, del malestar personal respecto a la propia identidad cada vez más influida por modelos totalmente ficticios impuestos por estereotipos que persiguen hacer a todos dependientes de las modas y del consumo que siempre tiene asociado. Las enfermedades mentales, los intentos de suicidios de menores, hasta cuatro diarios en Catalunya según algún estudio, no pueden dejarnos indiferentes. Colocados en la tensión de este mundo que produce tantas barbaridades, deberíamos situarnos en el lado de Dios y estirar con Él hacia esta cultura de la atracción de Dios por la vida, por la felicidad y por el amor a cada uno tal y como es. No es fácil, pero lo tenemos al lado y de ejemplo.

Porque: ¿Cómo persistió Jesucristo? Confiando en Dios. Con la fe de que, detrás de todo, Dios siempre tiene la última palabra. La actitud del profeta Isaías que hemos leído en la primera lectura avanzaba la actitud de Jesús, pero también nos ayuda a nosotros y en cuatro frases, nos hace evidente que, en la tensión de la vida, escuchar al Señor es siempre la mejor garantía:

«Dios Me abre el oído para que escuche como un discípulo»

«Dios me ha dado una lengua de maestro para sostener a los cansados»

«No he escondido la cara ante las ofensas»

«El Señor Dios me ayuda por eso no me doy por vencido.»

Ojalá pudiéramos reproducirlas en cada una de nuestras vidas.

En la celebración de este domingo de Ramos, domingo de Pasión, pese al contraste entre apoteosis y tragedia, celebramos la eucaristía, el recuerdo de la resurrección, el fin de la historia, la resolución de la tensión. Teniéndolo bien presente, no desperdiciemos la pedagogía con la que la liturgia en esta Semana Santa nos va acercando hacia el momento del que brota todo el sentido de nuestra fe y que nos revelará del todo Quién es ese que celebramos.

Abadia de MontserratDomingo de Ramos y de Pasión (2 de abril de 2023)

Fiesta del Tránsito de Sant Benito (21 de marzo de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (21 de marzo de 2023)

Génesis 12:1-4 / Filipenses 4:4-9 / Juan 17:20-26

 

Ya que a San Benito lo llamamos con razón, queridas hermanas y hermanos, que es padre de monjes, no debe sorprendernos que la primera lectura de hoy nos evoque Abraham, tenido por padre de la fe de los judíos y por tanto también de los cristianos. Los padres, en el sentido inclusivo de padre y madre, son quienes nos dan la vida, nos educan, nos dejan su ejemplo. Un padre en la fe como Abraham es quien nos da el ejemplo de una vida creyente, más con hechos que con teorías o discursos según el testimonio que nos ha llegado en el libro del Génesis. De él decimos Patriarca que quiere decir gran padre.

¿Y qué nos enseña Abraham en ese pequeño fragmento que hemos leído en la primera lectura? ¿Cómo ilumina la figura de Nuestro Padre San Benito y la vida de todos los que estamos aquí: monjes, escolanes, oblatos, presbíteros amigos y peregrinos presentes o virtuales?

Ante todo, nos enseña a escuchar a Dios: “En aquellos días, Dios le dijo” y queda claro que Abraham escuchó. El otro Patriarca que celebramos hoy, nuestro Padre San Benito también nos enseña a escuchar a Dios. Su vida, escrita por el Papa Gregorio I, nos lo presenta como un joven que se marchó de Roma para huir del ruido buscando un lugar donde pudiera escuchar tranquilamente la voz de Dios, viviendo únicamente bajo su mirada. A los benedictinos nos gusta peregrinar aún hoy a este lugar apartado, al Sacro Specco, o Santa Cova, en la villa de Subiaco, en el centro de Italia, para recordar ese inicio. No debe extrañarnos pues que al escribir muchos años más tarde la Regla para monjes que todavía hoy es el texto fundamental de todas las familias benedictinas, lo empezara con la palabra “escucha”. Escuchar ha sido siempre el centro de la vida monástica y en el monasterio aprendemos muchas maneras de escuchar a Dios, principalmente en la Palabra de la Escritura y en la vida de los hermanos, de los huéspedes, de los peregrinos, de vosotros escolanes: aunque os parezca extraño, también escuchamos a Dios cuando os escuchamos a vosotros. Ojalá supiéramos hacerlo bien y supiéramos transmitir al mundo este valor fundamental. Como todos sabéis, el Papa Francisco también ha querido que la Iglesia entrara en un proceso de escuchar a Dios que habla a través de todos y ha convocado un sínodo, digamos una reunión a la que todo el mundo está convocado. Como he dicho en un principio, estamos contentos de acoger hoy a una de las principales responsables de este sínodo.

Abraham no sólo escuchó, sino que comprendió lo que le decían. Normalmente si escuchamos entendemos, aunque alguna vez, nos dicen cosas tan complicadas que ni escuchando las entendemos, pero tengamos claro que entonces no es culpa nuestra. Abraham comprendió que Dios le pedía que se marchara, que dejara su país, su familia y que se pusiera en camino, hacia un lugar que Él, el Señor le diría. ¡NO sabía adónde iba! Hace gracia pensar que hoy en día si no nos han enviado la ubicación al móvil y no tenemos un navegador y no nos dicen exactamente dónde vamos, ¡ya nos parece que no podremos llegar! Algo diferente del caso de Abraham, que empezó una aventura que, al principio de todo, era sencillamente de confianza en Dios. Sólo sabía lo que dejaba atrás. Todo lo que quedaba delante era un interrogante, una pregunta. No fue la última vez de su vida que tuvo que confiar en Dios.

Aunque parece que San Benito quizá sabía algo mejor geográficamente adónde iba, su huida de Roma también era un viaje a una experiencia totalmente nueva y desconocida para él. Como a Abraham, Dios, a través también de otras personas le enseñó el camino.

Ni la vida de los monjes ni la de la mayoría de la gente se entiende como una aventura, aunque existen excepciones como la del P. Bonaventura Ubach y sus viajes, que son verdaderas aventuras de novela. Nosotros hoy, como decía, tenemos una especie de seguridad total que llegaremos al lugar al que vamos, siempre que no nos quedemos sin cobertura o batería en el móvil, pero la vida de la fe, la que queremos vivir con Dios sí es una aventura que sólo Él, el Señor nos va enseñando. Algunas veces pensamos saber tan bien y con tanta seguridad adónde vamos que esto mismo nos hace poco capaces para escuchar, para comprender, para ampliar la visión, para vivir la aventura de la vida. La vida monástica geográficamente es tan estable, tanto que ha hecho de esta estabilidad un voto que nos ata al lugar y al monasterio, tan estable que por ejemplo nosotros hace casi mil años que estamos aquí mismo, querría ser capaz de aportar esta apertura a Dios y a todas las novedades que Él quiera inspirar. Esta apertura sería lo contrario a lo que dice un sociólogo contemporáneo cuando afirma que el mayor daño del mundo es decir que no hay alternativas a todas las situaciones contrarias a las personas y a sus derechos. Éste no hay alternativas deberíamos tenerlo prohibido. ¡No hay nada más contrario al Evangelio!

A Abraham le movió una promesa de Dios. La de un país para vivir, la de ser padre de un gran pueblo y sobre todo la de ser bendición y motivo de bendición. Bendecir significa “decir bien”, o hacer mayor y poderoso. Que te Dios te bendiga es importante, significa que estás en el buen camino. Que nosotros podamos bendecir también es bonito, y en algunos países la gente pide muy a menudo que la bendigas, pero que tu nombre se utilice para bendecir es mucho más. Quiere decir casi que quedas ligado a lo bueno de la vida, junto a Dios. La promesa hecha a Abraham con estas palabras era realmente importante. ¿Y qué significa el nombre de San Benito? Benedictus con latín: bendito. Como dice la primera frase de su vida: “Fuit vir vitae venerabilis, gratia Benedictus et nomine”; «. Hubo un hombre de vida venerable, Benito de nombre y bendito de Dios». Con él la bendición de Dios se hizo también persona y don para la Iglesia y para el mundo. Dios le bendijo durante su vida y también ha quedado unido a las grandes obras de Dios. Él nos señala a todos nosotros el camino para sentir siempre que Dios está listo para hacer mayor y proteger todo lo que haremos en su nombre y para ser bendición para los demás. No es tan difícil. Sólo hay que amar todos los días. Y a esto llegamos todos.

Y finalmente Abraham también obedeció. Dice la lectura del Génesis: Se marchó tal y como el Señor le había dicho. Escuchar y entender quedarían incumplidos si al final no hiciéramos. El Señor nos pide que hagamos, que actuemos. Aunque a nosotros se nos ha dicho a veces que éramos monjes contemplativos, también San Benito nos pide que hagamos. Orar también es hacer y la Regla nos organiza el día para que nuestra oración sea ordenada; hoy incluso, mucha gente se fía de nuestro orden y en nuestro horario para unirse a nosotros por los medios de comunicación. Además, si miramos la historia y las obras de los monasterios benedictinos en el mundo, veremos que “hacer” siempre ha sido muy importante y esperamos continuar fieles con su ayuda.

También Dios os llama a todos vosotros a hacer lo que habéis escuchado y entendido, sea lo que sea. Seguro que, en su palabra, en los relatos que leemos, en vuestra lectura, incluso observando la realidad, encontraréis, escucharéis, comprenderéis y veréis que puede “salir” de vosotros mismos y hacer algo por los demás, por quienes tenéis tan cerca. Pensad que esto os está acercando a Abraham, os está acercando a San Benito, os está acercando a quien sucedió y superó a Abraham y precedió e inspiró a Benito, a Jesucristo, al Señor, que apoyando toda intuición espiritual y toda obra buena nos mantiene en la perseverancia de todo lo que empezamos. Celebremos con fe su memorial en la eucaristía.

Abadia de MontserratFiesta del Tránsito de Sant Benito (21 de marzo de 2023)

Miércoles de ceniza (22 de febrero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (22 de febrero de 2023)

Joel 2:12-18 / 2 Corintios 5:20-6:2 / Mateo 6:1-6.16-18

 

Queridos hermanos y hermanas, queridos escolanes, me gustaría explicaros la Cuaresma como si fuera una excursión, como una caminata que empezamos hoy. Será larga, cuarenta días hasta el domingo de Ramos. Es un camino en el que necesitamos las piernas y el cuerpo, pero sobre todo necesitamos la voluntad, la motivación y el sentido que debe hacernos avanzar.

Nuestro itinerario es algo especial. No se trata de recorrer kilómetros, sino de vivir y avanzar hacia una fecha determinada, de llegar a la Pascua, la fiesta de la Resurrección de Jesucristo. Para no perdernos, casi todos los días, empezando por hoy, la liturgia nos lo recordará en un momento u otro que precisamente avanzamos hacia la Pascua. La invitación del camino cuaresmal no es la de movernos mucho, a pesar de los más de 32.000 kms. que haréis los escolanes la próxima semana en el viaje a Adelaide en Australia, sino la de vivir más intensamente nuestro día a día, con un objetivo de mejora personal y colectiva. La Cuaresma es como un tráiler de la vida. Intentamos (en poco tiempo) que nuestra vida sea clara y tenga sentido, verla entera y darnos cuenta de dónde estamos. Darnos cuenta, sobre todo, que en lo que es más fundamental que nada, amar, estamos lejos de la propuesta que Dios nos ha hecho. Nosotros, todos los bautizados, y ya también los que se preparan, hemos aceptado este amor como la propuesta fundamental de nuestra vida. Una propuesta muy antigua que dice: Amar a Dios con todo el corazón, con todo el cuerpo, con todo el espíritu.

Hoy es el día en que empezamos esta excursión. Nadie está preparado al cien por cien para andarla. ¿Por qué? Porque si el objetivo de todos estos días es llegar a amar sin límites, sólo Jesucristo y Nuestra Señora son totalmente buenos, sin ninguna falta, sin ningún pecado. Una de las cosas más importantes que debemos hacer hoy es darnos cuenta de todo aquello que no nos deja andar, que no nos permite ser más cristianos y por tanto amar mejor.

Empezamos un camino porque se nos pide que nos convirtamos: esto es, que nos volvamos, que nos orientemos hacia un destino, que no puede ser otro que Jesucristo. En el gesto de girarse hacia él, existe también el gesto de apartarse, el de dejar de mirar hacia un lado y empezar a mirar hacia otro. Hoy que es el día en que empezamos, tenemos la ilusión y la fuerza. Hacemos unos estiramientos para tener la musculatura preparada, especialmente los que tenemos cierta edad. Estos estiramientos son el ayuno, los ejercicios espirituales de estos días para los monjes, hacer más oración, ayudar más a la gente…etc. También vosotros podéis pensar en algún estiramiento espiritual que os ayude en esta cuaresma. Pero hoy estamos motivados y creemos que podemos hacerlo bien. La sabiduría de la liturgia nos hace celebrar días fuertes, días en los que se concentra el sentido de la vida y en los que parece más eficaz la bendición de Dios.

La primera lectura a pesar de los siglos que tiene, nos ha hablado también de un momento en el que el Pueblo de Israel hacía lo mismo que hacemos hoy: escuchar cómo le convocaban a convertirse y a girarse hacia Dios. El profeta Joel, en nombre de Dios mismo, llamaba a todos: Viejos, niños de leche y esposos. También nosotros estamos llamados a realizar este camino cuaresmal de recuperar el amor. Las oraciones de hoy son todas colectivas. Cada uno debe examinarse a sí mismo, pero quizás todos juntos podemos también descubrir algunas cosas que podríamos cambiar y, sobre todo, juntos, nos hacemos más conscientes de que Dios es ese Dios bueno, benigno y entrañable, lento para el castigo y rico en el amor, que se desdice de hacer el mal. Alguna vez necesitamos una mirada ancha y larga para ver que Dios es así, y no fijarnos en una desgracia concreta, como por ejemplo este último terremoto terrible en Turquía y en Siria, que nos hace preguntar ¿por qué Dios parece a veces que no está? ¡Una mirada ancha y larga, que tome la historia y muchas más situaciones, nos ayuda a ver tantos signos de ese Dios bueno!

Recuperar el amor es una buena expresión, un buen propósito para el miércoles de Ceniza. Se nos pide un equilibrio entre una actitud espiritual: debemos rasgarnos el corazón y no los vestidos, debemos orar, y también una actitud concreta y real: un ayuno y una ayuda a quienes más lo necesitan. El mundo está lleno de situaciones de grandes necesidades. Los periódicos hablan de las más mediáticas, las guerras como la de Ucrania, que dura ya un año, y sobre la que sólo vemos la escalada militar, y muy pocos esfuerzos de diálogo y de paz, pero quizás las que me impresionan más son aquellas que me cuentan testigos directos y de las que nunca había oído hablar. Me ha pasado recientemente con una explicación sobre los slums de Kampala en Uganda, de una capital africana.

Como cristianos sería hoy el día de los buenos propósitos. Y lo representamos con este signo de la ceniza, que nos ponemos en la cabeza como signo de que somos conscientes de nuestra debilidad pero que confiamos en que Dios nos da la fuerza y la vida para convertirnos.

Pero el reto es que no sólo tendremos que hacerlo hoy. Debemos ser conscientes de que, durante todos estos días de camino, las mismas cosas que hoy nos parecemos más prescindibles y nos sentimos con ánimos de prescindir de ellas se volverán a presentar invitándonos a pararnos, a perder tiempo mientras caminamos. Dicen que hay mucha gente que hace buenos propósitos en fin de año y que normalmente el tercer lunes de enero, ya han desistido. Nosotros, confiando en Dios, esperamos no desistir de nuestros buenos propósitos de Cuaresma.

Algunos dirán que es ridículo y que no sirve para nada hacer ese camino de Cuaresma. Nosotros decimos que es importante. Los monjes decimos que es esencial, que es el ejemplo de cómo deberíamos vivir siempre. En el fondo, haciendo ese camino estamos dando un testimonio de fe y de esperanza. Lo estamos dando incluso cuando parece que fuera las cosas van mal y alguien podría dudar de que Dios nos esté acompañando. Quizás algunos serán como aquellos pueblos de la primera lectura que se burlaban del pueblo de Israel.

La fidelidad a Dios, que queremos ir reencontrando todos estos días y viviéndola intensamente, nos llevará a comprobar que esa promesa de la primera lectura: que él se enciende de celos por el buen nombre de su país, esto con lenguaje popular significa que Él no nos deja tirados, Dios no nos deja tirados…, Dios no permite que los demás digan: Dónde está su Dios, Dios se compadece de todos nosotros.

Iniciamos pues este camino hacia la Pascua, cada uno desde su lugar, consciente de que necesitamos cambiar algo si queremos acoger mejor el amor de Dios y también ser capaces de amar mejor, girándonos siempre hacia Jesucristo, que nos acompaña, antes, durante y al final de la ruta y teniendo el evangelio y la liturgia por mapa. Avancemos juntos, nosotros y quienes fielmente también harán esta cuaresma conectándose a menudo desde casa. Todos nos acompañamos mutuamente con la oración y la caridad fraterna. Y sabemos que el testimonio de fe de todos apoya la fe de cada uno y que nos hace creer que aun siendo polvo y tener que volver un día al polvo, en esta vida es posible convertirse y creer en el evangelio.

 

 

Abadia de MontserratMiércoles de ceniza (22 de febrero de 2023)

La Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Isaías 56:1.6-7 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Lucas 19:1-10

 

Todos los monjes y monjas benedictinos amamos las iglesias de nuestros monasterios. Nosotros amamos nuestra basílica, aquí en Montserrat. Estimamos estas paredes, las piedras materiales, que durante tantos siglos han protegido nuestra oración del frío (aunque sólo un poco), del calor, del ruido y nos han permitido rezar y avanzar en la dimensión más profunda y espiritual de la nuestra vida, la búsqueda de Dios, que en buena parte pasa por las horas en las que todos juntos alabamos a Dios, y celebramos la eucaristía que nos asegura la comunión real con Jesucristo todos los días.

Me parece que también los escolanes aman esta Iglesia. Quizás ahora no lo percibáis tanto, pero sé que después de dejar la Escolanía, si alguna vez los antiguos escolanes vuelven, tienen una sensación fuerte cuando salen a cantar aquí, porque también esta nave, este lugar, es una parte importante de la vuestra vida. Ante este altar os vestís de escolanes y os despedís de la Escolanía.

También los peregrinos, los oblatos, los cofrades aman este templo y lo recuerdan desde casa. Hoy en día, con un recuerdo que es muy fuerte porque la tecnología permite estar aquí dentro de una manera virtual, durante casi todo el día y unirse a todo lo que ocurre dentro de este edificio. Incluso diría que quienes no la conocen, están llamados a amar algún día a esta Iglesia. Como si los estuviéramos esperando.

No es la belleza del edificio lo que hace que le amemos sino nuestra historia personal, porque aquí todos hemos vivido algo que tiene que ver con Jesucristo. Celebrar la Dedicación de una Iglesia es celebrar que nuestros antepasados construyeron con fe y devoción a Santa María este lugar y lo reservaron para que, en él, durante todo el tiempo futuro, a partir de aquel 1592, todo el mundo pudiera vivir su historia personal de comunión con Jesucristo. Por eso cantaremos en el canto de comunión con palabras de San Pablo que “Somos un templo de Dios, que el Espíritu de Dios reposa en nosotros y que ese templo de Dios que es sagrado somos nosotros”. (1 Co 3, 16-17)

Pero la basílica nos permite también vivir juntos esta historia, como comunidad de monjes, como parroquia o movimiento que peregrina hacia el Señor. La liturgia de hoy toma esta idea que nos pone a nosotros, los fieles, en el centro de la solemnidad de la dedicación y quiere transmitir la idea de que lo que el templo significa es la comunidad que se reúne. Pero no como quien celebra una asamblea para decidir algo, sino como una comunidad que camina hacia Dios, esto es una comunidad que sigue a Jesucristo, el Señor, del que decimos que es la cabeza del cuerpo que todos formamos y la piedra fundamental de esta edificación. La Iglesia nace del mismo Jesús de Nazaret y de sus discípulos, de su predicación, de las primeras comunidades que celebraban la fe a escondidas y clandestinamente, y desde entonces se ha reunido siempre mientras espera que Él mismo, Jesucristo, vuelva glorioso. Esto es también lo que nos hace comparar esta y cualquier otra iglesia con Jerusalén, con Sión, con una idea que sólo quiere significar aquella realidad en la que, sin ambigüedad, sin pecado, estaremos todos felices en la paz de Dios.

Si levantáramos el mantel del altar, veríamos una inscripción -espero que algún día también os las enseñen a los escolanes- grabadas en esta gran piedra de Montserrat, que dice “Petra autem erat Christus”, “La piedra era Cristo”. Quiere recordar que este altar, en el que celebramos la eucaristía y ante el que se celebran también otros sacramentos, como ordenaciones, matrimonios y bautizos y confirmaciones, nos recuerda a Jesús que se hace presente cada día por su generosidad entre nosotros.

La solemnidad de la Dedicación de nuestra basílica de Montserrat también nos permite vivir otra dimensión muy presente en los textos que hemos ido rezando desde ayer, que es la llamada a ser un lugar de acogida universal. La comunidad cristiana recibe ya del Antiguo Testamento cómo leíamos en la primera lectura la vocación a acoger a todos los pueblos: “Los extranjeros que se han adherido al Señor les dejaré entrar en la montaña sagrada” y “todos los pueblos llamarán a mi templo casa de oración”. Cómo esto se hace realidad aquí, donde la montaña, el santuario y el monasterio, todos bajo la protección de la Virgen María, atraen a tantos peregrinos que son bienvenidos a entrar en esta alianza con el Señor. Los monjes y monjas, los benedictinos especialmente, nos reconocemos en esta acogedora dimensión de nuestras iglesias monásticas, que tan bien enlazan con el carisma de recibir a todo el mundo como a Cristo que nos propone nuestra Regla.

En el himno de maitines, la primera oración del día de hoy rezábamos,

“Este sitio se llama el aula del rey,
La puerta de un cielo brillante e inmenso 
que acoge a todos los que piden la patria de la vida”

“Hic locus nempe vocitatur aula
Regios inmensi nitidique caeli
Puerta, quae vitae patriam petentes
Accipido omnes”

La estrofa resume las ideas que he intentado decir en estas palabras. Me gusta que quienes deben ser acogidos no sean definidos en este versículo por su ciencia, ni siquiera por su fe o su caridad, sino tan sólo por su deseo “vitae patriam petentes”, quienes piden la patria de la vida. El deseo es lo que nos lleva hacia Dios y que nos hace entrar en comunión con tantos hermanos y hermanas. Podemos sacar una buena lección para seguir acogiendo, como hacemos normalmente ya que la Iglesia es en general, a pesar de todo lo que dicen, muy acogedora y muy poco sectaria.

Por su belleza, las iglesias cristianas quisieran ser esta aula del Rey, Jesucristo, y la puerta de ese cielo inmenso y brillante, como el de hoy. Sería bonito que nuestra oración fuera también la puerta hacia Dios, hacia Jesucristo y su Evangelio, proclamado de Oriente a Occidente, como dice otra de las inscripciones del lateral del altar. Decía San Juan Pablo II en su visita a Montserrat, de la que celebramos el cuarenta aniversario el pasado 7 de noviembre, que esta basílica es uno de esos lugares que son signos del misterio de la Encarnación y de la Redención. La presencia constante de Santa María de Montserrat nos ayuda aquí a intensificar en todos nuestra vida cristiana, nuestra conciencia de haber sido salvados por Jesucristo y la esperanza de la plena redención nuestra y de toda la humanidad.

Mantengámonos fieles a la propia historia de salvación que el Señor quiere para nosotros y que nos propone cada día, en la novedad perenne de la eucaristía, porque es desde este testimonio personal que vamos edificando, como piedras vivas aquí en la tierra, aquella iglesia que está llamada a ser la Jerusalén del Cielo.

 

 

Abadia de MontserratLa Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 de febrero de 2023)

Solemnidad de la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (6 de enero de 2023)

Isaías 60:1-6 / Efesios 3:2-3a.5-6 / Mateo 2:1-12

 

Hemos escuchado muy a menudo, queridas hermanas y hermanos, durante estas fiestas de Navidad, la referencia a la gloria de Dios, por ejemplo, en el mismo momento del nacimiento del Señor, el canto de los ángeles frente al Belén, ante Jesucristo niño, era un canto a la gloria de Dios, y tantas otras veces, la palabra se ha ido repitiendo, también hoy en la primera lectura o en la oración colecta.

La solemnidad de la Epifanía es como el punto de inflexión que nos proyecta hacia delante. Durante estos días nos hemos llenado, «hemos contemplado su gloria», como cantábamos en Nochebuena. Lo hemos hecho meditando lo incomprensible de que Dios haya querido bajar a la tierra, tomar la condición humana hasta sus últimas consecuencias y elevarla hacia Dios. Habiendo sido testigos de todo esto, ahora nos tocará llenar el año y todas sus celebraciones con esa misma gloria. Lo hemos cantado en el anuncio del año litúrgico, que empezaba con estas palabras: La gloria del Señor se ha manifestado en Belén y seguirá manifestándose entre nosotros, hasta el día de su regreso glorioso.

Pero, ¿qué es esa gloria, de la que hablamos tanto?

Gloria es una palabra que en hebreo tiene el sentido común de peso, algo que pesa, incluso de carga. Desde este significado pasa a ser en el lenguaje teológico una característica tan propia de Dios, que incluso alguna lengua como el alemán, la componen a partir del mismo nombre de «Señor». La gloria es como la divinidad de Dios. Algo que pesa y por tanto el reto es ¿cómo hacer que Dios pese realmente en nuestras vidas y en nuestra Iglesia? ¿Cómo hacernos capaces de dejar ver en nosotros mismos algo de la gloria de Dios?

La primera lectura de hoy habla precisamente de la gloria colectiva. No habla de individuos. El Señor viene a la comunidad reunida, en Jerusalén, lugar de la reunión de los creyentes judíos, lugar en el que la inmediatez de Dios estaba asegurada. Esta realidad lo convierte en un lugar atrayente, un lugar que por encima de todo lleva luz, que es radiante, es decir que ilumina. Podríamos mirarlo como algo fantástico, utópico, pero no: era y es una realidad y al mismo tiempo una vocación y un reto: Avanzar hacia hacer de nuestras comunidades lugares parecidos a la descripción del profeta Isaías. Comunidades de abundancia, por todo lo que reciben y por todo lo que dan de lo que reciben. El primero de los retos es creer con fe firme que podemos ser así y animarnos a convertirnos en cristianos radiantes y comunidad iluminadoras. Sabemos que la luz viene mientras las tinieblas envuelven la tierra y oscuras nubes cubren las naciones, pero también hemos leído estos días que la luz resplandece en la oscuridad y la oscuridad no ha podido ahogarla. No necesitamos magia alguna, sólo creer y abrirse a la acción de Cristo que es la luz del mundo.

Esta gloria de Dios nos viene gratuitamente: Ya lo decía San Agustín en uno de sus sermones de Navidad: pregunta qué mérito, qué razón, qué causa y verás que sólo encuentras gracia, es decir gratuidad. Quizás si buscáramos o si creyéramos que podemos de alguna manera dominar esta gloria de Dios se nos escaparía.

Don que recibimos en comunidad y por voluntad de Dios, sin embargo, Él nos llama a ser testigos e incluso administradores, porque nuestra vocación es devolver al mundo lo que recibimos de Dios. Esto lo incluye todo:

Empezando por la oración: ¿O no es nuestra liturgia como lugar privilegiado de encontrarse con la Palabra y con el mismo Jesucristo en la eucaristía, momento privilegiado para vivir la gloria de Dios y para comunicarla, especialmente en nuestra celebración abierta por naturaleza? Quizás siendo algo conscientes de ello ya nos habremos puesto en camino.

Pero también incluye obedecer a la Palabra y al Evangelio y un compromiso personal por la justicia, por la persona humana, por la paz. Jesús niño es la Palabra, la luz, porque es Dios hecho hombre y esto sólo puede ser luz y vida, pero en su camino entre nosotros, de la gloria de Dios antes de la Encarnación al regreso a la gloria después de la ascensión, Jesús es también el hombre que, como decía el Papa Francisco en Nochebuena, ha nacido en un pesebre, ha vivido itinerante y ha muerto en una cruz. Éste es también su trono. No nos costará demasiado encontrar situaciones en las que nuestro testimonio de la gloria de Dios será como Jesucristo, acercarnos a los pesebres de quienes nacen pobres o de quienes mueren en las cruces.

Con todo esto sólo queremos recibir y testimoniar la gloria, el peso de Dios en nuestra vida. Lo que pesa siempre ha sido una manera de decir lo importante. En muchas culturas las balanzas son un instrumento de medir y valorar simbólicamente el peso de nuestras vidas. En algunos frescos románicos, San Miguel pesa a las almas cristianas con una balanza frente a la fuerza del mal. Quizás podríamos decir que, si hay Dios, nuestra vida siempre pesará más, siempre estará más llena de ese amor y de aquella bondad que nos ayudan a amar, intercediendo por el mundo, siendo testigos de Dios y ayudando con caridad.

La fiesta de hoy es la fiesta de la proyección de la fe cristiana en el mundo, de la manifestación en las naciones, esto es el significado de Epifanía y en el fondo incluye además de la adoración de los Reyes, otros dos momentos de la vida de Jesús que iremos siguiendo las próximas semanas: el bautismo y la boda de Canaán, cuyo evangelio termina con la afirmación: Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él, Jn 2, 11. Una vez más, la escritura nos lleva a ver en otras situaciones de la vida de Jesús, cómo su persona es la verdadera revelación de ese Dios, demasiado resplandeciente para ser visto, pero absolutamente decidido a hacerse visible en Jesucristo, y presente en la Iglesia y en todos nosotros por participación, que se convierten así en signos radiantes de luz y de paz para toda la humanidad.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2023)

Funeral por el Papa Emérito Benedicto XVI (2 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de enero de 2023)

1 Joan 2:22-28 / Joan 1:19-28

 

La primera lectura de hoy queridos hermanos y hermanas, que no está escogida expresamente para esta misa funeral por el Papa emérito Benedicto XVI, sino que es la que corresponde leer, es un resumen de un aspecto de la vida de Joseph Ratzinger: un creyente que se ha afanado para mantenerse en la fe recibida, sostenido por la unción del Espíritu Santo, resistiendo todo lo que se oponía a su adhesión a Jesucristo. Leíamos:

La unción del Hijo le alecciona sobre todo lo que necesita saber; dice la verdad y no enseña ningún error; por tanto, manténeos en el Hijo, siguiendo la doctrina que os enseña la unción del Espíritu. 1 Jn 27

La misma lectura promete la vida eterna y la confianza ante Dios en el momento de encontrarse con él. Una confianza que Benedicto XVI mantuvo hasta el final, confesando que Jesucristo era juez y amigo, y diciendo como últimas palabras: te quiero, Señor.

La importancia de la fe en un Papa no es un tema menor, naturalmente, puesto que pertenece al mismo núcleo de su misión. En el Evangelio según San Lucas, precisamente en un momento que podríamos decir que no es nada glorioso, justo antes de que el apóstol san Pedro niegue a Jesús, éste le dice una frase muy profunda:

pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando te habrás arrepentido, fortalece a tus hermanos. (Lc 22.32)

Este fortalecer a los hermanos, me parece una segunda expresión adecuada para calificar la continuidad entre el teólogo, el pensador, y el pastor universal, que, como Papa, recibió la misión de confirmar y sostener la fe de la Iglesia.

Una fe, que es un acto personal. Benedicto XVI nos deja, citando a San Anselmo, el testimonio del discípulo que se distingue por ser: “aquel que conoció, porque tuvo experiencia, y tuvo experiencia porque creyó”: nam qui non crediderit, non experietur; et qui expertus non fuerit, non cognoscet (ANSELM DE CANTERBURY, Epistola de Incarnatione Verbi, I.)

Una fe que además de acto personal es también contenido teórico, dimensiones inseparables, que él vivió y desarrolló, en tres grandes áreas.

Como dogmático, su pensamiento se imposta teológicamente en la relectura dinámica del dato bíblico, siempre leída a partir de los métodos de la narración, muy novedosos cuando él empezó a aplicarlos. Esta dimensión la reanudó en su “Jesús” cuando era ya Papa.

Como teólogo fundamental, labor que inició con su docencia de juventud, las grandes aportaciones se encuentran en obras de diálogo con los grandes pensadores de la segunda mitad de los siglos pasados. Esta forma dialogal de hacer teología dio lugar al “atrio de los gentiles” que caracterizó a su pontificado como lugar de encuentro con el pensamiento moderno y post-post-moderno.

Como teólogo de la liturgia escribió numerosas obras que querían también ponerse en diálogo con los grandes autores y las grandes intuiciones de los Movimiento Litúrgico que marcaron su juventud. En este campo no rehuyó tratar temas que podían resultar problemáticos, especialmente aquellos que se habían suscitado en torno a la renovación conciliar de la liturgia. Su cimentación es siempre patrística, pero con gran consideración a los autores medievales. Este aspecto lo reanudó con gran éxito en las catequesis de las audiencias públicas de los miércoles, donde catequizó a millones de personas exponiéndoles el pensamiento de santos y autores del pensamiento cristiano.

Pero quizás la dimensión menos conocida fue su dimensión de teólogo de la cultura. Preocupado en su juventud por el descalabro de la II Guerra Mundial, angustiado por los acontecimientos de Mayo del 68, atento a las dificultades del pensamiento europeo, fascinado con la emergencia del mundo latinoamericano, entusiasmado con la vitalidad del cristianismo en África y en Asia, quiso dialogar con la cultura, con la música, con el arte y con los artistas. En ese campo se encontraba como en casa. Conocía Montserrat por su Escolanía, y eligió el nombre de Benet porque fue San Benito el que construyó y regeneró Europa con la agricultura y el arado. Pensaba que, a partir del crecimiento cultural sano, se podía llegar a Dios.

Su etapa como Papa fue un desarrollo de su pensamiento teológico. Su trayectoria le llevó a ser considerado primero un teólogo avanzado y después un conservador, y a no rehuir nunca todas las controversias asociadas a esta valoración. Él, alguna vez, con sentido del humor decía: pero yo no me he movido. En todo caso ha cambiado el contexto, lo que es naturalmente cierto si tomamos el ámbito de su trayectoria intelectual desde 1950 en pleno tomismo a la actualidad. Y como ocurre a menudo con los grandes pensadores, resultaba demasiado avanzado para unos y muy controvertido para otros.

Al recordar y rezar por Benedicto XVI, en medio de este tiempo Navideño que celebra la encarnación del Verbo de Dios, nos aferramos a su idea, que expresó con una vehemencia algo más acentuada de su normal hablar sereno en la misa de inicio del pontificado: Hoy yo quisiera, con gran fuerza y con gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, deciros, (queridos jóvenes), No tengais miedo de Cristo. Él no quita nada y lo da todo, (Così oggi io vorrei con grande forza e con grande convinzione, a partire dalla esperienza di una lunga vita personale, dire a voi cari giovani, Non abbiate paura di Cristo. Egli non toglie nulla e donna tutto), acentuando la consecuencia natural del misterio de la Encarnación: la elevación de la naturaleza humana, de sus capacidades de pensar, de amar y de elegir a la máxima potencia por el contacto de la humanidad con la divinidad, producida en Jesucristo. Así, la razón, el amor y la libertad regidas por la fe y alimentadas por la amistad personal con Jesucristo, son la base de todo crecimiento y de todo desarrollo en cada hombre y en cada mujer. 

En el núcleo de su fe puso pues a la persona de Jesucristo, el juez amigo a quien se confió desde siempre y muy especialmente en estos últimos años, a su misericordia encomendamos su alma, en comunión con su sucesor y con toda la Iglesia.

Abadia de MontserratFuneral por el Papa Emérito Benedicto XVI (2 de enero de 2023)

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de enero de 2023)

Números 6:22-27 / Gálatas 4:4-7 / Lucas 2:16-21

 

Hoy, octava de Navidad, celebramos, estimadas hermanas y hermanos, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. También es una jornada de oración mundial a favor de la paz, instituida por San Pablo VI; además es fin de año, por tanto, el inicio del año civil, hito muy marcado y celebrado socialmente por quienes seguramente me escucháis, y por la multitud que todavía estarán durmiendo.

En las lecturas de hoy veo clara una confesión de fe, que desde lo que somos, nos hace mirar hacia Dios. En todas nuestras celebraciones, de algún modo promovemos que exista una comunicación entre el cielo y la tierra. La bendición del Libro de los Números, dada por Moisés a Aarón y al pueblo, que hemos escuchado, es un testimonio de este admirable intercambio entre Dios y nosotros. Os la repito:

“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz».

Hoy es un día de optimismo. La novedad del año, impregna el ambiente y nos lleva a mirar positivamente los 365 días que están en blanco frente a nosotros, que son un interrogante. Nuestro optimismo, en cambio, siempre arraiga en la realidad de lo que dejamos atrás, por eso ayer, hoy, estos días también son días de balance. El pasado es menos positivo que el futuro. Claro. El pasado no podemos cambiarlo. En el fondo, mejor que sea así y que tengamos la esperanza de que nada de todo lo negativo del 2022 se repita. La bendición pedida en la primera lectura fortalece ese sentimiento esperanzado hacia el futuro y hace lo más importante que podemos hacer, lo confía en la intercesión de Dios, lo pone todo bajo su protección.

Lo primero que pedimos en esta oración de bendición es una buena palabra. Bendecir es decir una buena palabra, pedir una bendición es por tanto creer que Dios está ahí y tiene la capacidad de decir esta palabra. En las últimas semanas he escuchado el testimonio de dos personas diferentes que desde África y Asia me hablaban de la normalidad con la que todo el mundo pide una bendición. Me ha hecho pensar que, en nuestro contexto, esto es cada vez menos frecuente y quizás revela que nuestro sentido de Dios se debilita, o queda a un nivel exclusivamente mental. Tenemos un primer reto en recuperar este sentido de Dios, concedido y renovado por su Santo Espíritu, que era tan natural en el Antiguo Testamento, porque Dios nos llena, nos hace comprender y nos hace vivir. Sin esto, todo lo que decimos podría quedar en pura teoría espiritual.

Una segunda enseñanza de esa bendición es la profundidad de la petición. No se piden riquezas o años de vida o ganar una rifa de Navidad, u otras cosas similares. Pedimos podernos mirar con Dios, poder ver la claridad de su mirada y que él vuelva la mirada hacia nosotros. Una forma muy poética de expresar que creer en Dios tiene un efecto espiritual, vital, nos hace entrar en relación. No pasemos por alto estas palabras: Que Dios nos haga ver la claridad de su mirada.

También en tercer lugar, pedimos en esta bendición dos cosas más concretas, que siguen tocando el fondo de nosotros mismos: que Dios se apiade de nosotros y que nos dé la paz. Es nuestra naturaleza humana que se presenta ante el Señor reconociéndose necesitada de una palabra y una mirada. Nuestra naturaleza individual y la colectiva, la de toda la humanidad que quisiéramos que se volviera hacia el Señor con confianza.

En la primera lectura, hemos escuchado la bendición que Moisés dio al Pueblo: Una bendición que pide una Palabra y una mirada de Dios: El Señor te bendiga y te proteja, 25ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. 26El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. 

¿Cuál es la respuesta de Dios? Avanzando en la liturgia de hoy la encontramos sin ningún tipo de ambigüedad:

Jesucristo, Hijo de Dios nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, circuncidado al octavo día como signo definitivo de su humanidad. Él es la respuesta porque Él es la Palabra y la Mirada de Dios con mayúsculas. La palabra y la mirada de Dios que eran una metáfora son ahora una realidad. Haciéndose hombre, Dios ha asumido todas las posibilidades de las personas y por tanto ha incorporado el lenguaje y la visita y le podemos pedir una Palabra y una mirada reales, de hecho, nos la concede sin necesidad de que se la pidamos. Desde el momento de la revelación plena de Dios en Cristo, las buenas palabras serán siempre para los cristianos las palabras de Jesús, todas las que encontraremos en el evangelio y pedir la mirada de Dios nos llevará necesariamente a las miradas de Jesús de Nazaret, a todas esas miradas con sus discípulos, sus seguidores, incluso sus perseguidores. Cuantas podemos recordar: la mirada de Jesucristo compasiva y exigente al joven rico o a la mujer adúltera; la mirada penetrante, reclamando coherencia y autenticidad a los fariseos y maestros de la Ley, que intentaban dejarle en falso, las miradas a su madre, María.

Toda esta capacidad de comunicarnos con Dios por la humanidad asumida por su hijo encarnado estaba contenida, latente, en la sencilla invocación que hemos leído, en esa oración de bendición que tan fácilmente nos hacemos nuestra después de tres mil años, porque pide lo esencial. El Señor te bendiga y te proteja, 25ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. 26El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. 

Como fruto de la Palabra y de la Mirada de Dios, que tan cercanas se han hecho en Cristo seguimos pidiendo la Paz. ¡Dios mío! ¿Cuántos siglos hace que estamos pidiendo la paz: La paz personal, la paz interior, la paz del mundo, la paz entre los pueblos, entre las razas, entre todos los que formamos una sociedad? La proximidad geográfica de tener la guerra en Europa de nuevo otra vez, nos ha hecho más sensibles. Haber acogido a refugiados, haberlos conocido, ha hecho que todo este drama nos sacuda más. El Papa Francisco es una de las voces que constantemente y de forma clara reclama la paz en el mundo y en Ucrania de manera concreta. Sorprende, casi escandaliza, que ante la muerte real, los mecanismos de diálogo que internacionalmente se han organizado durante años y que tienen también un importante coste económico, no puedan hacer nada por parar esta y cualquier otra guerra. Y que escuchemos más palabras que hablan de seguridad y de rearme que de paz. ¿Acaso es necesario dar por fracasado un siglo de política de mediación por la paz? Esperemos que no, pero ciertamente nos gustaría verlo. Esta incomprensión por la incapacidad de las Organizaciones internacionales y la diplomacia no puede hacernos desfallecer en la oración por la paz, porque a veces al final, lo que nos queda es ponerlo todo en manos de Dios.

Este año 2023 se cumplirán sesenta años de la Encíclica La paz en la tierra, pacem in terris, de san Juan XXIII, un texto plenamente vigente, una especie de testamento firmado pocas semanas antes de su muerte. Ojalá avancemos por aquellos caminos de verdad, amor, justicia y libertad que la encíclica ponía como fundamento de toda paz.

Una palabra y una mirada de Dios, pedida en la oración de bendición de Moisés y de Aarón; palabra y mirada hechas humanas en Jesucristo. Necesitamos también nosotros como discípulos procurar llevar una buena Palabra y una mirada clara a nuestro mundo, a cada uno de estos días en blanco que tenemos delante en el año que empezamos para hacer actual y perceptible este intercambio entre cielo y tierra, entre Dios y los hombres y las mujeres, que podemos testimoniar con la vida; que afirmemos con fe cada vez que celebramos la eucaristía, como que lo hacemos por primera vez en este año dos mil veinte y tres, que es un eslabón más de la historia siempre bendecida por Dios porque le pertenece desde el inicio al final.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero de 2023)

Misa del dia de Navidad (25 de diciembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (25 de diciembre de 2022)

Isaías 52:7-10 / Hebreos 1:1-6 / Juan:1-18

 

Qué gozo de oír en las montañas…, con estas palabras empezaba la primera lectura de hoy. ¡Qué gozo! En el día de Navidad, dejémonos llevar por el gozo, por la alegría que impregna el ambiente. ¡Que no nos lo quiten! 

Compartimos todas las razones que nos llevan a celebrar la Navidad, hasta las de quienes quizás hoy sólo es un día de reencuentro familiar, de regalos. Porque es más importante alegrarnos juntos y pensar que Jesucristo ha nacido para todo el mundo, tanto para quienes creen en él y como para quienes no creen en él, porque de un extremo a otro de la tierra todo el mundo puede ver su salvación, ¡todo el mundo!

Sí que necesitamos tener bien presentes a quienes no pueden estar contentos porque pasan pruebas y dificultades. ¡Qué fácil es gritar y predicar la alegría cuando no tienes ningún problema muy grande! Qué obligación no tenemos de recordar a quienes estas Navidades sufren por la guerra, por el hambre, por la falta de vivienda, por la discriminación. Nuestra sociedad es solidaria y ayuda a través de tantas instituciones que a menudo quedan superadas por la necesidad. Es para llevar a cabo un pequeño signo de solidaridad a todas estas realidades que al final de la eucaristía, como ya hacemos siempre en Navidad, os ofreceremos colaborar, como hace también nuestra comunidad, con Caritas que lleva a todo el mundo y también en nuestra tierra esta muestra concreta del amor de la Iglesia.

Estamos contentos con todo el mundo, pero seamos conscientes de que los cristianos somos el motor de esta alegría y que alabamos a Dios en esta eucaristía porque celebramos el nacimiento de Jesucristo, en Belén de Judea hace más de dos mil años y nunca hemos dejado de estar con nuestro testimonio como el fondo de la Navidad. Los siglos han puesto muchas cosas: ¡algunas que cuentan la historia de Jesús como el Belén! Lo hacemos de muchas maneras: En la Escolanía vi que tenía uno con figuras de Clicks de playmóvil, ¡muy moderno! y que los de cuarto también tenían en su aula. También hemos añadido música y más música, que se ha compuesto con motivo de Navidad. También la conocéis bien: Britten, los villancicos de Civil, la música religiosa de los Maestros de Montserrat o de Victoria, y hemos añadido tantas otras cosas que nunca acabaríamos. La Navidad también nos ha internacionalizado, hemos adoptado otras costumbres tales como decorar casas y árboles, siempre para expresar la misma alegría. Digo todas estas cosas por hacernos conscientes de la fuerza, de la excepcionalidad, de la capacidad de inspirar que tiene el nacimiento de Jesús. Y que es así porque decimos que Este Niño es el Hijo de Dios y ha venido a la tierra a salvarnos, a cumplir aquellas promesas que encontrábamos en la primera lectura de hoy del profeta Isaías: Dios reina, Dios vuelve a Jerusalén y esto es una Palabra de buena noticia, de paz y de salvación. ¡Y es esa palabra que escuchamos con gozo cuando nos la dice un mensajero que avanza por las montañas!

El mundo, aunque le cueste reconocerlo a veces, tiene necesidad de Dios. En la primera lectura se nos decía que el Señor volvía a las ruinas de Jerusalén. No se preveía que volviera a un palacio o a una situación ideal. Jesús no nació en un sitio fácil, no lo era entonces ni tampoco lo es ahora. Tampoco nosotros tenemos un mundo fácil como os decía hace un momento. Cuanto más profundicemos en los problemas de la tierra más nos haremos conscientes de que necesitamos una salvación. Que Dios reina y que Dios vuelve a Jerusalén significa que Dios está ahí, que Dios está presente en el mundo y nos guía para que seamos unos buenos colaboradores suyos en esta salvación. Dando un paseo por la Escolanía, el viernes con el P. Prefecto, ¡por eso sé tantas cosas!, vi que habíais trabajado dos temas: la situación del planeta, haciendo por ejemplo unos posters sobre animales en vías de extinción y la realidad internacional de Europa. Esto es muy importante: tener los ojos abiertos para saber qué ocurre alrededor, para ser sensibles a todas las necesidades. La salvación no es algo muy complicado o muy abstracto. Es pensar que Dios creó un mundo sin estos problemas y que con Jesús y el Evangelio nos ha vuelto a decir que este mundo puede ser tan bonito como en un principio.

Os decía que Jesús de Nazaret, a quien reconocemos como a Dios mismo nacido en la tierra como hombre, nació de una manera muy sencilla. Un escritor francés decía con sentido del humor: ¡Nació el Hijo de Dios y los periodistas de ese momento no se enteraron! Durante este tiempo de Navidad cantaremos un himno a Laudes que tiene una estrofa que dice de Jesucristo:

Yace en la paja,

No rechazó un pesebre,

es alimentado con un poco de leche,

aquél, por el que ni los pájaros pasan hambre

Feno iacere pertulit, 

praesepe non abhorruit, 

parvoque lacte pastus est

per quem nec ales esurit

Jesús nació en el mundo. En la realidad. Cada día más, vivimos en un mundo que inventa lugares imaginarios tan potentes, tan sofisticados, que a veces pueden llegar a confundirnos no distinguiendo nuestro mundo de verdad y el mundo imaginario. Que el centro del cristianismo sea un Dios hecho hombre en nuestra historia, en una fecha y en un lugar concreto de la tierra, debería llevarnos a amar mucho nuestra realidad, nuestro entorno. Me ha impresionado la frase final de una película americana, del año 2018, hecha por un reconocidísimo director judío, llamado Ready Player One, y que un conocido me recomendó para entender que era la realidad virtual y el metaverso. En esta película que algunos conoceréis, casi todo ocurre dentro de un videojuego, pero al final, el inventor del videojuego, una especie de dios que ha creado todo un universo ficticio, y que llama Oasis, le dice al protagonista, que ha logrado ganar el juego; sólo la realidad es real. Y no es en el videojuego, sino fuera donde los hombres y las mujeres aman de verdad, se hacen daño, viven bien o no tan bien. Desde un punto de vista que no tiene nada de cristiano, el mensaje de la película coincide con lo que querría transmitir: necesitamos controlar todo aquello que en lugar de hablarnos del mundo sólo nos ajena y nos entretiene. La vida de Jesús y la de los cristianos no es un videojuego, ni ninguna película. Es algo bastante más serio.

San Agustín, uno de los santos que mejor ha explicado el misterio de Navidad, y que no podía imaginarse nuestro mundo, expresó esta realidad de la vida de Jesús cuando en un sermón se dirigió a San Pedro, y a nosotros diciendo:

Descendit vita, ut occideretur; descendit panis, ut esuriret; descendit via, ut in itinere lassaretur; descendit fons, ut sitiret; et tu recusas laborare? Noli tua quaerere. Habe caritatem, praedica veritatem; tunc pervenies ad aeternitatem, ubi invenies securitatem (Sermo 78, 6 = PL 38, 492 ss.)

Bajó la vida, para que la mataran; bajó el pan, para pasar hambre, bajó el camino, para cansarse cuando caminaba; bajó la fuente, para pasar siete; y tú: ¿rechazarás trabajar? No busques tus intereses. Ama. Predica la verdad, así llegarás a la eternidad, donde encontrarás la seguridad.

Jesús de Nazaret, nacido en un pesebre, la vida, el pan, el camino y la fuente, es precisamente lo contrario a toda enajenación: en él sólo está la verdad de la humanidad, la verdad de la historia y la verdad de Dios.

Por eso celebramos su nacimiento y lo continuaremos imitando en la eucaristía y en la vida.

 

Abadia de MontserratMisa del dia de Navidad (25 de diciembre de 2022)

Misa de la noche de Navidad, Misa del Gallo (24 de diciembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (24 de diciembre de 2022)

Isaías 9:1-6 / Tito 2:11-14 / Lucas 2:1-14

 

Es Navidad. Lo hemos cantado al empezar las Vísperas. No hacemos fiesta por haber ganado ningún mundial o ninguna otra competición deportiva, cosas que sólo se celebran una vez, cuando pasan, ni nos hemos vuelto medio locos como poseídos de un arrebato colectivo parecido al que hemos visto en Argentina.

Nosotros, queridos hermanos y hermanas, repetimos serenamente las celebraciones, especialmente las de estas fiestas que conocemos tan bien, que nos dicen y recuerdan acontecimientos que tenemos por fundamentales de nuestras vidas y de nuestra fe. Conmemoramos cada año el nacimiento de Jesús de Nazaret, Cristo, porque queremos revivir personal y colectivamente todo lo que Él significa, todo aquello que su nacimiento cumplió en la historia de Israel y todo lo que, a raíz de su vida y de su Palabra, ha acontecido después de Él.

Y Él provoca que le recordemos después de dos mil años y Él justifica que nos interesamos por la expectación que creó en el contexto de su cultura. Por eso leemos el Antiguo Testamento, en el que se esconde Cristo, como decía San Agustín.

En la primera lectura del profeta Isaías, hemos escuchado cuál era la expectación, qué se decía, aproximadamente 500 años antes del nacimiento de Cristo, una expectación que puede volverse interesante para nosotros porque nos puede ayudar a comprender más y mejor quién fue Jesucristo, aquel que en las palabras del profeta Isaías fue la luz para el pueblo que avanzaba a oscuras.

La expectación del Antiguo Testamento nacía de una situación difícil: de oscuridad, de tinieblas, de cargas pesadas, (las barras y los yugos), de las botas militares y de los mantos manchados de sangre, hoy podríamos decir de los uniformes. No otra era la realidad del Pueblo de Israel. ¿Puede ser esta situación significativa para nosotros? En nuestras casas confortables, en los países pacificados de Occidente, donde a muchos no les falta nada, en nuestras calles llenas de luz, desafiando toda crisis, y con la abundancia de todo, paradójicamente tan presente cada año en Navidad, ¿cuál es nuestra oscuridad? ¿nuestra tiniebla? ¿Nuestras cargas? Si las buscáramos, también las encontraríamos, pero quisiera proponeros una mirada un poco más amplia, que no se quedara sólo con el “nosotros”.

Porque, ¿es que sólo cuento yo? ¿tan sólo yo soy importante, o la Palabra de Dios sólo puede ser significativa si me afecta directamente a mí? Si así fuera, creo que dejaríamos de ser cristianos. La comunión con las dificultades del mundo nos hace comprender mejor lo que esperamos. Podemos buscarla todos. Estoy seguro de que también vosotros en la Escolanía habéis trabajado los problemas y las dificultades del mundo y habéis escuchado los problemas que tienen los jóvenes de vuestra edad. Precisamente si celebramos la Navidad no podemos hacerlo olvidándonos de los demás, de todos aquellos lugares donde la esperanza de tener luz no es una metáfora teológica sino un deseo real, ya sea porque un bombardeo la ha saboteado o porque los propios recursos económicos no pueden permitírsela. Tampoco podemos olvidar los lugares donde las botas y uniformes de los soldados son el recuerdo diario de una tiniebla que tampoco tiene nada teórico. O aquellos otros lugares donde la luz del conocimiento, un tema tan querido en la tradición cristiana antigua, se prohíbe a las niñas y a las mujeres jóvenes. Todos habréis adivinado que tengo muy presente la situación en lugares del mundo que sufren la guerra en modalidades muy diversas, y que también pienso en las víctimas de la pobreza en nuestro país. Y todavía quisiera hacer presente en este contexto en el que esperamos en la tiniebla, los miles de personas que muy cerca de nosotros sufren problemas y enfermedades mentales, tal y como nos advierten tantos expertos de San Juan de Dios, de los servicios asistenciales, de otras organizaciones y de Cáritas, a cuyo favor haremos hoy una colecta para apoyar su labor solidaria.

Algunos me diréis: ¡qué poca Navidad hace todo esto! Pues creo que no, que la conciencia de que colectivamente necesitamos luz y salvación, nos hace mucho más sensibles a la Navidad de verdad, a lo que sencillamente celebra el nacimiento del Mesías esperado de Israel.

¿Pero cómo respondemos a una expectativa tan grande?

Esperamos, decimos y confesamos que este niño es la luz y que esta luz es vencedora.

El profeta Isaías ya calificó esta luz, esperaban un gran personaje: Dios-héroe, Consejero prodigioso, padre para siempre, príncipe de paz. Tenemos la sensación de que agotó todos los calificativos que tenía disponibles para describir ese que tenía que llegar.

Y en lugar del gran personaje nació un niño: por un lado, sólo Jesús, hijo de una familia humilde, de Nazaret, expulsado de todas partes, muerto como un delincuente. Si buscáramos también una comunión con el gran personaje, con el Príncipe y rey de la casa de David, quizás esperaríamos hoy un gran anuncio como que han inventado la solución definitiva de la enfermedad, de la pobreza… no sé, cualquier solución rápida, automática y eficiente a todos nuestros problemas. Quizás para vosotros escolanes, el personaje sería un héroe de una serie, o de un vídeo juego, de esos que hacen de todo y son capaces de todo o un músico tan importante como Mozart o Bach. No sé. Piense vosotros cuál sería el personaje más grande que podríais esperar. Y ciertamente ante tanta expectativa, que entonces y ahora sólo tengamos al niño de Belén, podría ser una decepción.

Pero Dios ha querido hacerlo de esta manera. La esperanza es la propia humanidad. La promesa es un niño, uno que debe convertirse en hombre adulto. La luz y la salvación vienen de su vida y de su palabra. Él es quien promueve un reino de derecho, de justicia y de paz. Y sólo después de haber dejado claro que este Reino tiene sus caminos de sencillez y de humildad, los cristianos lo confesamos el Mesías, Cristo, el Hijo de Dios, el mismo Dios hecho hombre por nosotros, y superamos de largo todo lo que el Profeta Isaías había dicho. Pero todo esto viene después de haber reconocido que todo pasa por ser y actuar como un hombre.

Me parece muy importante y muy significativo en estas Navidades recuperar esta humanidad concreta de Jesús, en la que Dios se lo ha jugado todo. Contemplando el Pesebre me pregunto, qué podemos haber hecho mal para que un mensaje tan claro, tan positivo, tan humano, tan solidario, que pone la debilidad de un niño en el centro, sea tan poco aceptado, hasta el punto de sacar su memoria de los edificios públicos con la excusa de la sociedad laica. No es una crítica. Es una pregunta hecha a nosotros mismos como cristianos. ¿Por qué la neutralidad institucional aparta el Pesebre, la representación tradicional de la historia real que hay detrás de la fiesta de Navidad, una historia que es la mayor exaltación que se puede hacer de la humanidad? ¿Por qué no se ve algo de verdad en Jesucristo y su Evangelio, digno de ser al menos recordado? Nuestro Parlamento prefiere significar la Navidad con un árbol con luces y bolas de colores, ajeno a nuestra cultura hasta hace poco. Tengo todo el respeto a la legitimidad de las instituciones, pero es necesario que como cristianos seamos conscientes de ello y nos preguntemos si hemos hecho poco creíble la vida y el evangelio de Jesucristo.

Espero que los miles de personas que estarán siguiendo esta celebración, a pesar de la hora de la noche, y a los que siempre os tenemos muy presentes desde Montserrat, no pierdan nunca la fe en Jesús, y que en Él, conserven también la fe en una humanidad capaz de promover un Reino de Dios concreto, de justicia y de paz.

El Belén nos hace tener los pies en el suelo. Podemos tener expectativas parecidas a las de Isaías, pero Jesús y la Navidad siempre nos devuelve a la única manera segura y posible de hacer las cosas: a través de la humanidad, con sus problemas y sus límites, pero también con su grandeza.

Esperamos, decimos y confesamos cómo os decía que este niño es la luz y que esta luz es vencedora. Nos acercamos quizás también esta noche a la noche pascual que celebraremos dentro de tres meses para continuar diciendo que Dios, en Navidad ha entrado en nuestra casa para que nosotros con Jesucristo resucitado, en Pascua, podamos entrar en la casa de Dios.

 

Abadia de MontserratMisa de la noche de Navidad, Misa del Gallo (24 de diciembre de 2022)

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (8 de diciembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (8 de diciembre de 2022)

Génesis 3:9-15.20 / Efesios 1:3-6.11-12 / Lucas 1:26-38

 

En el corazón de la Palabra de Dios siempre está, lógicamente, Dios mismo. A veces esto puede ser más fácil de identificar o más difícil, pero siempre está ahí. En los primeros capítulos del Génesis, de los que hoy hemos leído un fragmento, no hace falta interpretar demasiado para darse cuenta de que Dios es quien va conduciendo el relato. Crea, completa la creación con el hombre y la mujer, les deja bien instalados y libres en el paraíso, aunque con alguna instrucción básica de comportamiento. Hasta aquí la historia sigue un hilo estable y lógico, pero cuando Dios deja de conducir activamente las cosas, comienzan los problemas: en el uso de su libertad, el hombre y la mujer no hacen caso al único mandamiento que tenían. ¿Un momento de inconsciencia? ¿De olvido? ¿Una voluntad rebelde? El caso es que Dios vuelve a aparecer, porque él no se desentiende de su creación y entonces a Adán y Eva también les devuelve la conciencia de lo que son, de lo que han hecho, y tienen la peor de las reacciones: el miedo a uno mismo y el miedo a Dios.

La primera lectura de hoy retoma la conocidísima historia del Génesis justo aquí y reproduce como en una revisión de vida, el diálogo en el que Dios y Adán y Eva repasan todos los hechos, empezando por el final: Te has escondido. ¿Por qué? Porque iba desnudo. ¿Y cómo lo has sabido? ¿Has comido el fruto? Es que la mujer… ¡Pobre Adán! Está hecho un lío. Busca las excusas más extrañas para justificarse, entre ellas la más típica, la de echarle la culpa a otro. Eva hace lo mismo. También se justifica y se la carga la serpiente.

Fijaos, queridos hermanos y hermanas, que la primera idea que podemos sacar de la lectura de hoy es la importancia que Dios tiene en nuestras vidas para tomar conciencia de lo que nos pasa. Lo entendió muy bien San Benito cuando puso esta idea como primer escalón de la humildad en el capítulo séptimo de la Regla: tener presente que Dios siempre nos mira. Él no se desentiende, aunque parezca que no esté. Adán y Eva ya habían comido el fruto, ya se habían dado cuenta de quiénes eran y lo habían intentado disimular con unos vestidos muy primitivos, pero cuando realmente tratan de esconderse es cuando se presenta Dios, para quien no valen ni vestidos ni escondrijos. Nuestra realidad la conoce perfectamente. Es con Dios con quien podemos seguir nuestras vidas en todo lo bueno y en todo lo malo que tienen.

La segunda idea interesante, al menos a mí me lo parece, es el retrato tan afinado de la psicología humana que nos presenta la lectura, por la que nos cuesta asumir quienes somos y aceptar nuestras ambigüedades, nuestra posibilidad de equivocarnos. En cambio, ¡qué rapidez en justificarnos, especialmente cargando la culpa a otro! El relato de hoy nos alerta al respecto. Sobre el ridículo que podemos realizar cuando pretendemos no tener responsabilidad en nada.

Es verdad que este texto nos pone delante el problema más importante de la filosofía, de la teología, de la moral…de todo. Que sería: ¿Por qué existe una serpiente que induce los comportamientos equivocados? ¿Cómo puede ser también una criatura de Dios? En el fondo, ¿porque existe el mal y de dónde viene? Pero a esto no hemos podido responder hasta ahora. Nadie. La primera lectura de hoy sólo nos dice que Dios maldice a esta serpiente como origen de la tentación y la destina a estar enfrentada a Eva por siempre. Dios se separó de ese principio malo, a pesar de no evitar sus consecuencias, que también hicieron que la vida cambiara para Adán y Eva y para toda la humanidad. El mensaje final es hacernos conscientes de nuestra libertad. Sabemos que éramos libres para hacerlo diferente y todavía lo somos ahora, como veremos enseguida. En el fondo, la lección que sí podemos aprender hoy es la de la responsabilidad.

A los escolanes, que no sé si me han seguido hasta aquí, les diré que la historia que hemos leído tendría muchas aplicaciones y que no es una antigualla pasada de moda. En el fondo lo que Dios hace a Adán en este fragmento es «una pillada». Me han dicho que lo decís así ahora. En otro tiempo en la Escolanía se había utilizado la palabra pilla, de pillar. Dios “pilla” a Adán y a Eva haciendo lo que no tocaba, lo que les había dicho que no debían hacer. ¿Y qué hacen ellos? Nada muy diferente de lo que podríais hacer vosotros normalmente: Responder cosas como, por ejemplo: el prefecto nos ha dicho que sí se puede hacer. Aquí sí que podemos estar… ¡Seguro! O El prefecto dice que no pero este educador sí que nos deja, seguro que sí… A ver si cuela. Ni el prefecto ni los educadores son Dios, pero normalmente tampoco se les engaña fácilmente. Somos capaces de decirlo todo antes de reconocer que nos han pillado haciendo lo que no tocaba y que podríamos reconocerlo y acabaríamos antes. Lo que os decía. No sois muy originales, hacéis lo mismo que hizo Adán, lo mismo que muchas veces hacemos todos. ¡Justificarnos!

¿Pero nos quedaremos aquí? ¿No hay alternativa? Os decía que somos libres. Sabemos que podemos hacer el bien o el mal. Hoy celebramos esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María que nos propone precisamente el ejemplo de una persona, de una mujer muy especial que no tuvo estas ambigüedades, que no se despistó en ningún momento de la mirada de Dios, que no necesitó excusas porque no la pillaron en falso, ni necesitó esconderse. Sencillamente, celebramos la solemnidad de una mujer escogida y preservada de todo esto tan humano, del pecado, para ser la madre de Cristo, la Virgen María. María nos adelanta a Jesucristo. Existe por causa de Él, el Dios hecho hombre, el que queda libre de todo pecado y el que es uno con una comunión de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y Jesucristo hace que podamos volver al punto cero, donde estaban Adán y Eva antes de comer el fruto prohibido. Hace que haya otras posibilidades distintas a la de amargarse y justificarse. Es más, hace que podamos vivir una vida plena haciendo su voluntad, con comunión, sabiendo que podremos volver un día a ese momento del paraíso, cuando todavía Adán y Eva eran inocentes y se paseaban tranquilamente.

Pero mientras estamos en el mundo, nos toca vivir sensatamente, siguiendo el Evangelio, imitando a María, que sencillamente se mostró disponible para hacer la voluntad de Dios, que parecía imposible, y ante la que tantas excusas pudo poner, pero no, sin saber nada de las consecuencias que tendría, aceptó lo que le pedían.

Ella nos enseña que existen alternativas a las actitudes de Adán y Eva. Podemos rechazar todas las tentaciones que disfrazadas de serpientes u otras formas nos saldrán al paso. Como bautizados y seguidores del Evangelio, podemos hacerlo mucho más intensamente porque también tenemos al Espíritu Santo como María, que Cristo ha puesto en nuestros corazones para asegurar su presencia en nosotros.

Después de la comunión, rezaremos una oración que dice que esta eucaristía pueda servir para curarnos de esta herida de la culpa -podemos entender: de esta manera de ser y de hacer, hipócrita, de la que María fue preservada.

Tener fe es reconocer a Dios en la Palabra, en la vida, en los hermanos y hermanas, pero siendo siempre conscientes de que no somos Dios. La eucaristía es el mejor momento para ponernos humildemente ante Jesucristo y reconocer que nos corresponde esperarle como don, el don de su venida a la tierra como hombre, el don de su venida en el corazón de cada uno, el don de su venida al final de la historia, tres formas de ser don de salvación, de las cuales el pan y el vino transformados en su cuerpo y su sangre, son un memorial especialmente intenso en este tiempo de adviento que estamos viviendo.

Abadia de MontserratSolemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (8 de diciembre de 2022)

Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de noviembre de 2022)

Lamentaciones 3:17-26 / 2 Corintios 4:14-5:1 / Juan 12:23-28

 

Vivimos queridos hermanos y hermanas en un mundo muy entretenido. Hay quien se preocupa mucho de que no nos aburramos y propone constantemente todo tipo de diversiones. Incluso se utiliza esta idea de la diversión continua para realizar propaganda. Recuerdo haber escuchado una vez el anuncio de un crucero que ofrecía veinticuatro horas seguidas de entretenimiento. Sinceramente pensé que sería el último lugar del mundo en el que iría a pasar unas vacaciones. Estos rasgos de nuestra cultura contemporánea van normalmente de la mano de una visión de la vida a muy corto plazo, en la que cuestan los proyectos vitales, las propuestas que podrían llegar a dar sentido a toda la existencia. Los cristianos, respetando la libertad de cada uno, debemos decir que nuestro punto de vista sobre la vida incluye algo más que la diversión.

En el Antiguo y en el Nuevo Testamentos, siempre encontramos la descripción de una realidad que quizás no es tan divertida, pero que es real, que es auténtica, que explica mucho mejor lo que vivimos. En las lecturas de hoy, este punto de realismo lo hemos tenido muy claro:

Así el libro de las Lamentaciones nos decía:

Mi alma vive lejos del bienestar

El recuerdo de mis penas y de mi abandono me amarga y envenena.

Cuanto más pienso y lo medito, más me repliego sobre mí.

Pienso que en la vida de las personas hay momentos en que estas frases o algunas similares, o aquellas que cada uno quiera formular para expresarse, son más adecuadas para describir lo que vivimos, que todo el resto de palabras vacías que se nos ofrecen para olvidarnos de quiénes somos, de dónde estamos y de adónde vamos. La espiritualidad bíblica permite identificar todas las dificultades de nuestra existencia y de las del mundo. La Palabra de Dios no ha pasado de moda por más antigua que sea.

Pero nunca nos quedamos aquí. Es bonito que la sabiduría del Antiguo Testamento, en este libro de las Lamentaciones, en los Salmos y en tantos otros testigos, no se quede aquí. Pasamos por la pena, pero no nos quedamos allí. En medio de todo esto, siempre está Dios que es una ventana al futuro.

Pero ahora quiero revivir otros pensamientos que me van a mantener la esperanza.

Dios nos propone un horizonte distinto: La salvación. A veces me parece intuir que detrás de toda esta saturación de entretenimiento contemporáneo hay una actitud muy básica: nos hacernos conscientes de que aparte de divertirnos también necesitamos a Dios y su salvación y que seguramente hemos puesto en su sitio muchas cosas, muchas plataformas, mucha música, muchos videojuegos, mucho móvil y todo lo que queráis y lo que vendrá, que no podemos ni imaginar; y así nos vamos entreteniendo. El fragmento que hemos leído del libro de las Lamentaciones acababa diciéndonos, en cambio:

Es bueno esperar silenciosamente la salvación del Señor.

Esperar silenciosamente. Me parece una frase casi revolucionaria en el mundo que vivimos. Esperar porque no todo se logra ya. Y hacerlo silenciosamente. Hay en esta frase un matiz muy bonito de profundidad, de hacernos conscientes de la salvación de una manera contemplativa, sabiendo que necesitamos un camino paciente y una actitud recogida para ir sabiendo qué es para cada uno de nosotros esta salvación.

Pienso en vosotros escolanes, que tenéis cada día un ejemplo breve de esta actitud cuando esperáis silenciosamente para salir a cantar. Podríais tomarlo como una actitud de por vida. Especialmente para los momentos que tengáis alguna dificultad y pensar en estos momentos de silencio y de preparación antes de la Salve. No son siempre momentos fáciles como sabemos quienes hemos estado allí, pero van bien. Lo sabéis. Vosotros tendréis al menos un referente de lo que significa el silencio. En esta homilía no estoy criticando que en la vida haya diversión ni todas las formas modernas de divertirse. Estoy criticando que en ocasiones no haya tiempo o ideales para casi nada más. Guardaos vuestra experiencia en la escolanía como una experiencia de una vida aprovechada al máximo.

Hoy conmemoramos a los Fieles Difuntos. La muerte fortalece una visión total sobre la vida.

Nuestra muerte nos hace pensar en el final y por tanto en toda la vida, tanto la pasada como la futura.

La muerte de los otros nos permite ver qué les ha pasado, en sus vidas.

No diré que la muerte no haga respeto, pero estoy convencido de que tenerla presente, cada uno según corresponda a su edad, puede llevarnos a una conciencia más plena de todo lo que hacemos. Es una idea que encontramos también con frecuencia en nuestra Regla Benedictina, donde se nos pide que la tengamos presente cada día.

Hoy conmemoramos a los Fieles Difuntos, pero no estamos celebrando la muerte, sino la vida. Y si hasta aquí, lo que he intentado decir tiene una sabiduría, nos falta el sello que confirma todo. La historia de Jesús de Nazaret, en especial su Pasión, muerte y resurrección, que son el ejemplo más claro de espera silenciosa a través de la muerte en la salvación de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio a Jesús diciendo:

¿Qué debo decir: ¿Padre Sálvame de esa hora? No. Es para llegar a esta hora que he venido. Tampoco Él se ahorró ninguna oscuridad, pero no se quedó en ella.

Con su resurrección, la vida fue más poderosa que la muerte y así nos dejó a todos la esperanza de nuestra propia resurrección. Por eso celebramos la vida, la de Jesucristo resucitado como algo fundamental de la fe, la de nuestros hermanos y hermanas difuntos, como una esperanza sólida, que se apoya en la bondad de sus vidas, en la capacidad de haber seguido estos preceptos tan sencillos del evangelio de hoy: que el grano de trigo muera, que podamos dar la vida para seguir al Señor, para llegar a una eternidad, a un cielo que sólo la misericordia de Dios garantiza. Celebramos finalmente nuestra vida como un camino que debe dirigirse e inspirarse por este evangelio, del que dan testimonio Todos los santos de Dios que celebrábamos ayer.

En Jesucristo Dios se ha hecho solidario de toda la humanidad. Se ha hecho solidario de las tragedias personales y colectivas, de las naturales y de las provocadas, y las ha vencido. Todo lo que es destrucción y muerte no ha podido con la capacidad de ser y vivir de la Creación que tiene detrás la fuerza de Dios.

Esta esperanza de resucitar con Jesucristo y de seguirle fielmente durante los días de sus vidas, guió a los dos hermanos de nuestra comunidad, el hermano Martí Sas y Massip y el Padre Josep Massot i Muntaner que murieron este año con pocos días de diferencia la última semana de abril. Les recordamos con cariño y esperanza, agradeciendo también todas sus cualidades y el legado material y espiritual que nos han dejado. Nos hacemos así solidarios de sus vidas y de sus muertes, que también nosotros vivimos y viviremos.

Hoy también, recordando a nuestros hermanos difuntos, podemos pensar que el Señor está cerca de todos los que sufrís o estáis tristes porque habéis perdido a alguien querido y lo recordáis. Quisiéramos aseguraros nuestra oración y nuestro recuerdo desde Montserrat. Sabemos que estáis a menudo con los monjes, en nuestras celebraciones. Percibo que esta experiencia compartida de la muerte cercana y la esperanza también común de la resurrección nos hermanan más que nunca.

Celebremos hoy al Señor de la vida, el Señor que nos espera al final de la historia, la nuestra y la de todo el mundo, Jesucristo Resucitado, que se volverá a hacer presente en la mesa de la eucaristía, donde su solidaridad con la humanidad nos permite la comunión con Él, entre nosotros y con toda la Iglesia del Cielo.

Abadia de MontserratConmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre de 2022)

Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de noviembre de 2022)

Apocalipsis 7:2-4.9-14 / 1 Juan 3:1-3 / Mateo 5:1-12a

 

Hemos cantado amados hermanos y hermanas, dos versículos del salmo 23 que dicen:

él la fundó sobre los mares,

él la afianzó sobre los ríos. (salmo 23, 2)

Ambos nos trasladan una idea de orden. Dios empezó por el principio, poniendo los cimientos de la Creación de una manera ordenada, para que el resto que vendría después se apoyara de forma segura en algo sólido. Es una idea que encontraremos en muchos pasajes de la Biblia y que también fue muy querida por las tradiciones de sabiduría y pensamiento antiguas, reflejando una especie de necesidad natural de ordenar nuestro entorno. La palabra cosmos se opone a la palabra caos, porque incluye el orden querido por Dios. Es curioso. Cuántas veces hablamos de caos y decimos “esto es un caos” o “esto es caótico” y que rara vez hablamos de cosmos o decimos “esto es cósmico”. En cambio, la Creación de Dios explicada en el Génesis y en algunos salmos es una especie de descripción de este orden cósmico: una explicación por etapas. En cada una de ellas, se crea ordenando: dando una función: el sol y la luna para separar el día de la noche; las aguas para separar el cielo y los océanos, y así hasta llegar al final.

Y la última etapa de la creación, como todos sabemos, es la de crear al hombre y a la mujer también con un orden que incluye ser conscientes de sus posibilidades, de su lugar ante Dios, del lugar personal de cada uno y de aquél que le corresponde ante los demás. En una palabra: de nuestra responsabilidad, del correcto ejercicio de la propia libertad. Alguien podría preguntarse: ¿Y esto, que tiene que ver con la solemnidad de hoy, de Todos los Santos? La santidad es uno de los nombres que podemos dar a ese orden querido por Dios, en su dimensión más humana. La propia liturgia de hoy nos dará la definición más simple y mejor de santidad. La rezaremos en la oración de después de la comunión que pide a Dios la gracia para que: «quienes caminamos hacia la santidad que es la plenitud de tu amor, podamos pasar de esta mesa de peregrinos al convite de la patria celestial”.

Desde esa idea es fácil y bonito contemplar en primer lugar el salmo responsorial que también nos decía:

¿Quién puede subir al monte del Señor?

¿Quién puede estar en el recinto sacro?

Estamos en el deseo. Nos dice adónde debemos ir, antes de decirnos cómo.

Y ese mismo lugar al que vamos, también nos lo describe la primera lectura de hoy del libro del Apocalipsis, en la perspectiva final que le es propia, nos da un cuadro de la humanidad cósmica, ordenada, santa en el amor. Nos intenta transmitir cómo será esta comunión de los hombres y mujeres en la santidad: una multitud que permanece en presencia de Dios. En la plenitud de su amor.

El amor es el destino y es también el camino. Y para hacer un camino, hace falta tiempo. Dios se toma un tiempo para marcar. Dios manda que el bien prime de entrada sobre todo mal, para darnos tiempo. Y muchos responden. ¿No es bonito pensar que en este mundo nuestro, tan acelerado, Dios prevea un tiempo para hacernos santos? A los monjes y otras personas que tienen una familiaridad con la Regla de san Benito, esta idea no podrá dejar de resonarnos a la cita que el Prólogo hace sobre la paciencia de Dios, que nos ayuda a la conversión, que no es nada más que uno de los nombres de ese camino de amor y santidad.

Tener tiempo para vivir la plenitud del amor de Dios.

Sabemos a dónde vamos, sabemos que Dios nos da tiempo para ir allí, nos falta saber cómo. ¿Cuántas formas no tenemos de avanzar en este camino de santidad? Todavía el salmo responsorial nos proponía algunas de estas formas básicas:

El hombre de manos inocentes y puro corazón,

que no confía en los ídolos.

Sólo esta última frase podría darnos todas las pistas necesarias. ¡Qué actual! ¡No confiar en los dioses falsos! Decía un escritor católico inglés: Charles Keith Chesterton, que quien no creía en Dios podía creer en cualquier otra cosa. Aunque la frase fue dicha hace cien años, está plenamente vigente. ¿Con cuántas infinitas cosas no nos apartamos hoy de vivir intensamente el amor a los hermanos, el amor a Dios, hasta me atrevería a decir el amor a un mismo bien entendido, no aquella alimentación continua del ego infantil y adolescente a base de dioses falsos, con que la sociedad procura tenernos siempre ocupados y despistados? Nosotros, con el salmo, queremos andar y creer en el Dios que salva, al que nos acercamos con las manos limpias y sin culpa, en aquél de quien recibiremos las bendiciones.

Ésta es la propuesta de Dios. Siempre en beneficio del crecimiento de la persona humana.

¿Y quién responde? En primer lugar, responden las tribus de Israel, estos 144.000. La lectura tiene un fragmento que no hemos leído, donde después de hablar de estos 144.000 da los detalles: Esto es doce mil por cada tribu. Podría pensarse: Todo muy ordenado. Muy perfecto. Pero Dios se supera y en la siguiente escena, los santos son ya una multitud incontable, universal, plurilingüe, multirracial: Luego vi a una multitud tan grande que nadie habría podido contarla. Eran gente de toda nacionalidad, de todas las razas, y de todos los pueblos y lenguas.

En unos momentos, los escolanes cantarán un ofertorio con música de Tomás de Luis de Vitoria que explica de una manera más sencilla este texto del apocalipsis. Dice precisamente que toda esa multitud forma el

Glorioso Reino de Dios, en el que Todos los Santos se alegran con Cristo.

Oh quam gloriosum est Regnum, in quo cum Christo gaudent omnes sancti.

Y Vestidos de blanco, siguen al cordero, donde va

Amicti stolis albis, sequuntur agnum, quocumque ierit.

En catalán lo cantaremos otra vez en las vísperas de hoy, como la antífona en el Magnificat.

La santidad de Dios es inclusiva. No cabe duda. Quiere a todo el mundo. Y eso hace una santidad anónima. Hoy celebramos, queridos hermanos y hermanas, esa santidad anónima. La de todos los santos. La de todos aquellos que no han sido declarados oficialmente santos por la Iglesia. Pero ¡cuidado!: Anónima, quizá porque no está incluida en los santorales oficiales, pero nunca desconocida ni por Dios, ni a menudo por el entorno de cada uno, ¿Cuántas veces hemos dicho u oído: “¡Es un santo!”, cuando una persona es ejemplar. La mayor recompensa que podemos tener cuando seguimos este camino de la plenitud del amor será nuestra conciencia reconciliada con Dios. En el anonimato de esta santidad también existe un aspecto muy interesante: sólo es finalmente Dios quien conoce nuestra santidad y nuestros intentos exitosos o no. Él tiene la última palabra para hacer que cualquiera de nosotros, con nuestra fe y con nuestro amor siempre imperfectos, nos unamos a la multitud de quienes lo alaban en el cielo. Y naturalmente esto sólo lo hacemos imitando a Jesucristo y su Evangelio.

A todos los que nos han pasado delante en ese camino. A Todos los Santos, los tenemos presentes hoy, cuando celebramos esta eucaristía que une como siempre el cielo y la tierra.

Abadia de MontserratSolemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2022)

Beatos Mártires de Montserrat (13 de octubre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (13 de octubre de 2022)

Primer aniversario de la Bendición Abacial

Isaías 25:6a.7-9 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Juan 15:18-21

 

Aunque no nos guste demasiado, los conflictos, queridas hermanas y hermanos, están presentes en nuestro entorno, en nuestra vida, en nuestro mundo. Debemos creer que todos preferiríamos un escenario donde todo se arreglara pacíficamente, con diálogo, donde prevalecieran los intereses que incluyen el mayor bien para el mayor número de personas y donde no hiciera falta recurrir a ningún tipo de violencia para solucionar los dilemas y las opciones que se nos van proponiendo. Este panorama, aunque utópico, ha sido un constante anhelo humano que ha recibido muchos nombres. En la tradición cristiana, esta utopía podríamos decir que es una suerte de aplicación social del Reino de Dios, del cielo o del paraíso, de ese estado donde Dios será todo en todos.

Pero la realidad se impone de otra manera. La Sagrada Escritura con su pedagogía ya nos habla de los primeros conflictos en cuanto están el primer y el segundo ser humano en la tierra, Adán y Eva. Estos conflictos se convierten en violentos y mortales entre el tercero y el cuarto hombre; Caín y Abel. Estaríamos un poco tentados de decir: y desde entonces hasta hoy… ¿qué ha cambiado? Han cambiado los sistemas de dañar, cada vez más refinados; quizás incluso ha cambiado la valoración de la vida humana que tantas veces nos parece que cuente tan poco, siempre que la vida en cuestión no pertenezca a nuestro primer mundo y tenga un cierto status, donde entonces puede llegar a ser venerada.

Pero el Antiguo Testamento no empieza con este pesimismo. El libro del Génesis habla de una creación armónica, querida por Dios y que se mantiene siempre como una posibilidad de regreso a ese Reino del que nos alejamos tantas veces personal y colectivamente. Podríamos pensar que la paz que emana de la creación de Dios y la guerra que viene de nosotros caminan paralelamente, al mismo nivel. Nunca lo han hecho. Dios siempre ha sido más fuerte que el mal, aunque cueste verlo. Muy especialmente nos lo ha dicho definitivamente en Jesucristo de quien decimos que es, príncipe de Paz, y que ha vencido al mal, al pecado y a la muerte.

Este esquema sencillo que intento explicar se repite a menudo en la historia y es triste que hoy tengamos que constatarlo todavía en muchos conflictos bélicos, pero también en tantas peleas internas de cada casa. ¿Os imagináis un mundo sin guerras, una Escolanía sin ninguna pelea? ¡Qué tranquilidad! Para conseguirlo, la primera lucha que debemos emprender es la propia: la de cada uno consigo mismo, con su fidelidad al bien, a la paz, a Dios. Cuántas cosas empiezan por la tozuda inmadurez que se rebela en nuestro interior contra los mejores deseos.

Y esta es la pregunta que las lecturas y la Fiesta de hoy, de los Santos Mártires de Montserrat nos hacen de forma intensa: ¿cómo nos situamos personalmente ante los conflictos? ¿Cuál puede ser la enseñanza de los mártires para nosotros?

Ante todo, la cordura. Utilizando todas nuestras capacidades que son reflejo de la bondad y sabiduría de Dios en su Creación, que nos incluye a nosotros. Somos conscientes de la complejidad del mundo en el que vivimos. La mayoría de los monjes de Montserrat en 1936 lo hicieron e intentaron salvar su vida. Muchos lo consiguieron y por eso estamos nosotros aquí. Es nuestra responsabilidad comprender bien los porqués de las situaciones, ya que así nos será más fácil encontrar en el ámbito de cada uno soluciones sencillas que preparen el Reino de Dios. Sí, porque el Reino de Dios se prepara a menudo con actitudes simples.

A los escolanes le diría que miraseis a vuestro alrededor y no acabarais siempre con las excusas de que la culpa es de los demás o que esto siempre se ha hecho así, aunque esté mal. Debéis ser capaces de poder cambiar cosas. Si lo podéis hacer ahora, puede que os preparéis para cambiar otras más importantes en la vida.

En segundo lugar, a menudo los horizontes racionales, históricos, todos los que pertenecen a las visiones humanas se agotan. Nos queda entonces la fe. La fe como fundamento, sabiendo que Dios es mayor que nosotros. Nosotros nos hemos acercado a la montaña que es Jesucristo. Entendamos todos, también vosotros escolanes, qué significa amar a Dios y a los hermanos. La fe nos hace confesar que Dios prevalece sobre el resto. Que hay un horizonte trascendente en el que todo es posible.

Las lecturas de hoy hablan de ese horizonte del más allá, de ese Reino de Dios, como de una montaña donde todos estamos llamados. La fiesta de hoy, que hace sólo ocho años que se celebra, desde el año siguiente a la beatificación de los mártires, el 13 de octubre del año 2013, recuerda a los monjes que fueron muertos durante los primeros meses de la Guerra, llamada Civil, en 1936 y 1937. Al elegir las lecturas, se quiso que las montañas bíblicas que aparecen nos evocaran nuestra montaña de Montserrat en la que ellos, estos monjes mártires, fueron llamados para vivir una vida monástica, que quería ser fiel a ese Reino de Dios. Una vida que no podía imaginar los conflictos que debería enfrentarse. El evangelio de San Juan que hemos leído se entiende por completo si pensamos en aquellos que, llevados por el odio estructural del momento histórico, que se apoderó de tantas mentes y de tantas voluntades, no dudaron en perseguir y en matar a otros hombres por pertenecer a la Iglesia, ser monjes, ser cristianos.

Mártir significa testigo, significa proclamar la verdad. El testimonio más importante que debemos dar los cristianos es el de nuestra fe. El de afirmar que creemos en Dios, en el Padre, en Jesucristo en el Espíritu Santo. Nuestros hermanos mártires atestiguaron de una forma muy sencilla, sin grandes confesiones, siendo lo que eran, fortalecidos por una situación que les acercó aún más a Jesús y a la donación de sus vidas que habían hecho con la profesión monástica. En ese momento tuvieron seguramente la convicción que expresó el P. Robert Grau, prior del monasterio:

Debemos creer que el poder y la sabiduría de nuestro Padre celestial nunca son tan manifiestos como cuando saca bien del mal. (…) Así lo hará Él en estas horas terribles de prueba, ciertamente, pero al fin (horas) de misericordia suya, si vivimos nuestra fe y nuestra confianza absoluta en Él (…).

En tercer lugar, recordemos que lo de los mártires no es sólo historia. Aún lo tenemos cerca. Incluso los escolanes de cuarto estuvisteis hace cuatro años, justo cuando llegasteis, al funeral del P. Alexandre Olivar, que había entrado en el monasterio antes de la guerra y que era compañero de algunos monjes muertos mártires a los dieciocho años. También hoy muchas personas siguen dando su vida porque son cristianos. Fui este año a una celebración donde se recordaba a personas fallecidas recientemente por causa de la fe, aún no reconocidas como beatos o santos de la Iglesia. Me sorprendió que había muchos testimonios diferentes, desde los asesinatos sin más razón que el odio al cristianismo, a aquellos a quienes se les consideraba testigos de la caridad porque habían arriesgado la vida cuidando a enfermos o pobres y necesitados.

Los mártires de la historia nos enseñan el camino que debemos tomar hoy ante la injusticia, la guerra, la pobreza, fieles siempre al Evangelio de Jesucristo con todas sus consecuencias. Sólo Jesucristo y este Evangelio pueden pedirnos un testimonio total y radical. Veneraremos a nuestros hermanos mártires de Montserrat, sus reliquias, en este relicario que como una gavilla nos los recuerda intensamente en esta eucaristía, porque ellos fueron testigos en sus circunstancias tan especiales y les pedimos su intercesión para poder serlo también nosotros.

 

Abadia de MontserratBeatos Mártires de Montserrat (13 de octubre de 2022)

El Cuerpo y la Sangre de Cristo (19 de junio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (19 de junio de 2022)

Génesis 14:18-20 / 1 Corintios 11:23-26 / Lucas 9:11b-17

 

Con el sacramento de la eucaristía, podría llegar a pasarnos, queridos hermanos y hermanas, que nos acostumbráramos tanto, que no fuéramos conscientes de todo su valor. Es un gozo y un privilegio, quizás cada vez más privilegio en nuestra Iglesia, poder celebrar diariamente o semanalmente la eucaristía y participar con la comunión del cuerpo de Cristo.

La Solemnidad del Corpus, concluido ya el tiempo pascual, tiene sin embargo ecos de su inicio, el Jueves Santo, cuando celebrábamos la institución de la eucaristía. Quizás el día tradicional de celebración del Corpus, en jueves, dejaba más clara esta relación. Celebrábamos entonces y celebramos hoy que Dios no tuvo ningún límite para hacerse presente entre los hombres y las mujeres y por eso se encarnó en Jesucristo y que, de igual modo, Jesucristo tampoco se limitó para continuar presente en toda la historia que acontecería detrás de Él y por eso quiso que el pan y el vino fueran su presencia privilegiada, porque en la sencillez de los elementos más básicos y tan sólo con la invocación del Espíritu Santo y con las palabras breves que él dijo, pudiéramos hacerlo presente.

Toda la historia de la humanidad está marcada por Jesucristo, por su Encarnación, por su muerte y resurrección. Por eso es el punto final de un tiempo y el inicio del otro, por eso en la mayoría de sociedades cristianas y en muchas otras, el tiempo se señala a partir de él. La eucaristía es la memoria perenne de Jesucristo en este segundo tiempo de la historia que debe perdurar hasta el final. La celebramos hasta que vuelva como decía el final la segunda lectura de hoy, cuando su revelación absoluta hará innecesaria su memoria. Pero mientras esto no llega, tenemos como decía el privilegio de su presencia en el sacramento de su cuerpo y de su sangre, en el pan y el vino eucarístico.

Resuena en las oraciones de la misa de hoy esta dinámica histórica entre memoria de Jesús, de su Pasión, y esperanza en el futuro, en esta vida eterna, que podemos imaginar y anticipar cuando sentimos o nos hacemos conscientes de la presencia de Dios en nosotros, de su comunión con el mundo, que es lo que nos lleva de forma intensa e insustituible el sacramento de la eucaristía. El motete eucarístico (es también la antífona del Magnificat de las II Vísperas de hoy) Oh sagrado convite, de Santo Tomás de Aquino, tantas veces cantado por nuestra Escolanía, que hoy está en Alemania invitada para un concierto, nos lo dice: Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura.

A veces estoy tentado a pensar como si con la Encarnación de Dios en la humanidad no hubiera bastado, que había que bajar más, tan humilde es nuestro Dios y tan fácil nos lo quería poner que no tuvo por menos de estar presente Jesucristo en el pan y en el vino, en la simplicidad de los alimentos más corrientes de la cultura Mediterránea.

El evangelio de hoy nos sugiere que la institución de la eucaristía en la última cena, sólo fue la conclusión final de una vida toda dada por amor. Me gusta contemplar la escena de la multiplicación de los panes y de los peces, no tanto como un milagro material, sino como la escena de la preocupación y la acción eficaz de Jesús, para que nadie pase más hambre.

Ante las amenazas de escasez directa de alimentos y del encarecimiento de los disponibles, amenazas que la Guerra de Ucrania parece no poder acabar rápidamente sino acentuar cada día más, pienso en cómo podríamos nosotros hacernos conscientes de que la eucaristía va ligada también a la preocupación de Jesús para que no haya hambre en el mundo. Jesús sació a sus discípulos en medio de la cotidianidad mientras predicaba y curaba. Parece que nuestro día a día nos ha llevado también a encontrarnos en situaciones de necesidad similares a las que hemos escuchado. La Iglesia hace mucho: Cáritas, las Misiones, el anonimato de tantas personas que ayudan, son los verdaderos efectos de tener presente y recordar a Jesús y el evangelio en cada una de nuestras celebraciones eucarísticas. Nunca lo separamos. Diremos hoy que éste es el sacramento de la unidad y de la paz. Pero Dios no nos impone la unidad y la paz como una consigna, como una ideología como han utilizado regímenes totalitarios de todos los signos que han pervertido estas palabras. La transformación social cristiana que tiene sus raíces en el evangelio nace de la fe y la comunión con Jesús. De una relación personal y libre que nunca puede ser impuesta, que nace de la primera llamada a ser discípulos de Jesucristo.

La fiesta de hoy tiene sus orígenes en la necesidad de intensificar con oración y alabanza ese privilegio de presencia personal que Dios nos hace con su cuerpo y su sangre y que nos ayuda a profundizar e intensificar nuestra intimidad con Él. Pero tampoco podemos caer en un intimismo excluyente y en esta relación espiritual olvidarnos de que la eucaristía es pan roto y repartido. Que la unidad eclesial entera está siempre presente y que toda eucaristía es una oración y una afirmación de la paz querida por el Señor, como decimos al final de la oración eucarística antes de darnos la paz simbólicamente: conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Es imposible en esta unidad no tener muy presentes a quienes lo pasan peor, es difícil pensar que pueda haber paz donde no hay ni siquiera los alimentos necesarios para vivir.

Cada eucaristía nos recuerda que tenemos el deber de seguir firmes en esta lucha por los necesitados. Por eso, uniéndonos a tantas comunidades, haremos hoy una colecta a favor de caritas, que vela por tantas y tantas situaciones extremas.

La tradición católica latina nos ha legado el culto eucarístico, esto es la adoración al cuerpo y la Sangre de Cristo no sólo en el momento propio de celebrar el memorial del Señor en cada eucaristía y de comulgar, sino también en la posibilidad silenciosa de rezar en presencia de Él. Hoy nos uniremos a esta veneración llevando solemnemente la reserva eucarística a la capilla del santísimo, de la misma manera que lo hacemos el Jueves Santo, y dejaremos expuesto el sacramento para todos los que durante el día quieran orar en silencio. Es el Señor mismo presente por el memorial de su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo, que nos exhorta a vivir intensamente nuestra comunión con él y los hermanos y hermanas de todas partes.

Abadia de MontserratEl Cuerpo y la Sangre de Cristo (19 de junio de 2022)

Solemnidad de la Santísima Trinidad (12 de junio de 2022)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad Emérito de Montserrat (12 de junio de 2022)

Proverbios 8:22-31 / Romanos 5:1-5 / Juan 16:12-15

 

Queridos Hermanos y hermanas:

Hemos empezado nuestra celebración «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Más aún, desde el momento del bautismo toda nuestra vida de cristianos está puesta bajo ese nombre de las Tres Personas divinas. Nacimos a la vida cristiana con la invocación del “Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. No “en los nombres” de ellos, como si fueran tres nombres diferentes, sino en un solo nombre porque sólo hay un solo Dios que es la Santísima Trinidad: el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo (cf. CEC 233).

Ésta es la realidad central de la fe y de la vida cristiana. Ésta es la realidad central de nuestra vida de discípulos de Jesús. Lo que podría parecer un misterio alejado de nuestra existencia, es una realidad íntima. Efectivamente, cuando fuimos incorporados a Jesucristo por el bautismo, también entramos en el corazón de la Santísima Trinidad. Esta realidad nos la ha revelado Jesús a partir de su experiencia de la vida divina. Él sabe que Dios le es Padre, lo experimenta en lo más íntimo de sí mismo y disfruta, consciente de que él es su Hijo eterno. Y sabe también, y lo experimenta y disfruta, que entre él y el Padre hay un Amor recíproco infinito. A este Amor, Jesús nos ha enseñado a llamarlo Espíritu Santo (cf. I. Gomà, Reflexiones en torno a los textos bíblicos dominicales. PAM, 1988, p.829).

Nosotros al ser incorporados a Cristo por el bautismo hemos entrado en relación íntima con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y podemos, por tanto, gozar por la fe y la oración de la realidad íntima del Dios que es Amor. Lo decía san Pablo, en la segunda lectura: Dios, dándonos el Espíritu Santo, ha derramado en nuestros corazones su amor (Rm 5, 5). Y ese mismo Espíritu nos hace gritar de lo más íntimo de nosotros mismos: ¡Abba, Padre! (Ga 4, 6), mientras nos ayuda a vivir llenos de confianza la vida de hijos suyos y nos va guiando hacia la verdad entera, como decía Jesús en el evangelio que hemos escuchado.

Sí. El Espíritu nos adentra en la familiaridad con Dios porque sólo podemos realizar en plenitud nuestra vida amando al Dios Trinidad y sabiéndonos amados por él. Y a la vez amando a los demás y acogiendo su amor.

Por otra parte, el Espíritu, el Defensor prometido por Jesús en el evangelio de hoy, nos conforta en nuestras fatigas y en nuestras dificultades, y nos da la esperanza de la salvación para siempre cuando participemos eternamente del amor Trinitario.

Por último, os invito a detenernos en unas palabras de san Pablo en la carta a los Gálatas, que nos hablan de nuestra relación con la Santa Trinidad. Las cantaremos en el canto de comunión. Dice Pablo: Sabemos que somos hijos de Dios porque el Espíritu de su Hijo, que él ha enviado, grita en nuestros corazones: ¡Abba, Padre! (Ga 4, 6). En otras palabras, es como si el Apóstol dijera: ¿no sabes qué prueba tenemos de que somos hijos de Dios? Y responde apelando a la realidad más profunda y más simple de nuestro ser cristianos. ¿No se da cuenta de que cuando se pone delante de Dios sale de su interior la invocación “Padre”? ¿No os dais cuenta de que cada vez que oráis a Dios con la oración que Jesús nos enseñó empezamos diciendo “Padre nuestro!”? Pues bien; es el Espíritu que ha puesto en vuestro interior esta invocación que nos hermana con Jesucristo. Sí. En lo más profundo de nuestro ser, el Espíritu confirma nuestra condición de hijos. Aunque quizá estemos medio distraídos, el Espíritu clama en el corazón de los bautizados para invocar a Dios como Padre y adentrarnos en la vida de hijos.

No busquemos, pues, al Dios Trinidad cielo arriba, allá del firmamento. Busquémoslo en la profundidad de nuestro corazón donde el Espíritu Santo nos hace invocar al Padre unidos a Jesucristo; busquémoslo, también, en los sacramentos de la Iglesia, en el amor a todos los hermanos y hermanas en humanidad.

Hoy, de modo particular, adoramos y glorificamos el misterio del Dios tres veces santo. Del único Dios verdadero inalcanzable a nuestra comprensión en su grandeza y al mismo tiempo presente en lo más íntimo de nosotros mismos para ser la vida de nuestra vida.

Abadia de MontserratSolemnidad de la Santísima Trinidad (12 de junio de 2022)

Domingo de Pentecostés (5 de junio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (5 de junio de 2022)

Hechos de los Apóstoles 2:1-11 / Romanos 8:8-17 / Juan 14:15-16.23b-26

 

¿Podría ser que, con el Espíritu Santo, Dios se hubiera superado a sí mismo?

Con esta expresión: te has superado, expresamos, queridas hermanas y hermanos, esa acción que nos ha sorprendido porque va más allá de las expectativas. Alguna vez, irónicamente, te ha superado, lo decimos en sentido negativo, cuando has hecho algo mal más allá de lo esperado.

¿Por qué me pregunto si Dios se ha superado enviando al Espíritu Santo? Quizás porque es el aspecto, la persona, más imprevisible de Dios.

En la celebración de nuestra fe fácilmente seguimos los hechos de Dios-Padre, autor de cuya Creación encontramos huellas en la belleza de la naturaleza y de las personas, confesamos también Dios- Hijo, autor de la redención, Jesucristo, de quien tenemos la historia de su persona y de su vida y el testimonio de la comunidad que le reconoció mesías y salvador. Pero ¿y del Espíritu Santo? Naturalmente también lo confesamos en el Credo y en cada invocación a la Trinidad, pero ¿somos conscientes de que el Dios-Espíritu Santo es el actualizador? ¿Aquél a través del cual actúan y obran en nosotros el Padre y el Hijo, renovando la creación, haciendo que la redención de Jesucristo sea creída y tenga efectos reales en nuestra vida?

Enviar el Espíritu Santo fue una superación de una historia de Dios que hubiera podido quedar como un relato antiguo, como una mitología con su sabiduría religiosa y humana, pero desconectada de cada persona desde los inicios de los tiempos hasta hoy, en el siglo XXI.

El Espíritu Santo es la intimidad del padre con su hijo, con Jesús. Él mismo, Jesucristo, quiso que su presencia entre nosotros fuera mucho más que el recuerdo de un magisterio excepcional y de un testimonio coherente entre vida, palabra y muerte. Quiso una conexión diferente y por eso como nos ha dicho el Evangelio, el mismo día de Pascua, quiso quedarse con los apóstoles y lo hizo con su Espíritu, que después sería enviado a toda la comunidad, y que desde entonces no ha dejado de ser protagonista de la vida del mundo, de la Iglesia, de cada sacramento, de cada vida espiritual, de cada discernimiento. Con razón de las pocas cosas que confesamos del Espíritu Santo en el Credo, una de las más importantes dice que infunde la vida: Señor y dador de vida.

He leído recientemente un libro que dice que el mundo lleva unos cuarenta años sometido a una doctrina llamada TINA. No es un diminutivo de un nombre, sino las siglas en inglés de la frase There Is No Alternative; es decir, no hay alternativa. La frase viene a decir que existe una doctrina económica, antropológica, social presentada como inevitable. El autor critica esta doctrina y es favorable a defender que sí existen alternativas.

Cuando ponemos juntos el Espíritu Santo y el mundo en el que vivimos, podemos decir que para los cristianos esta TINA es inaceptable y que el Espíritu Santo es precisamente la superación de un mundo sin alternativas. ¿Cuántas razones prueban esto:

Dios se supera en la historia porque el motor inmediato que mueve al mundo es la acción del hombre y la mujer. Esta acción puede ser inspirada por muchas causas, pero es el Espíritu Santo quien asegura la presencia de Dios en cada persona. Afirmar que no hay alternativas es realizar un análisis pobre de nuestro mundo y de nuestra humanidad, renunciando al protagonismo de dirigir y controlar la Creación guiados por este Santo Espíritu, del que decimos en el himno Veni Creator Spiritus que es el guía que nos va delante. (ductore sic te praevio).

¿Dónde viene a encontrarnos el Espíritu de Dios? ¿Dónde está presente? Dios se supera también siempre en la persona humana. Es muy significativo que utilicemos la misma palabra, espíritu, para hablar de esa parte de nuestra humanidad que permanece abierta a la trascendencia, a la mística, a todo lo que no podemos tocar pero que podemos sentir desde nuestra sensibilidad. Hay una especie de zona 0, de zona de encuentro previo, íntimo, en toda persona que necesitamos afirmar. Los más jóvenes, los niños, muy especialmente los escolanes, la cultivan constantemente con la música, para vosotros y para tantos que os escuchan.

Una de las grandes propuestas del cristianismo hoy es la de la afirmación radical de que la espiritualidad forma parte de la persona humana y la enriquece. Quizás para alguien sea muy obvio, pero yo cuando miro a mi alrededor y veo tanta dependencia de la tecnología, de las plataformas, de los móviles, del bombardeo constante de información y de entretenimiento, me pregunto qué espacio dejamos al espíritu. Ojalá esta solemnidad de Pentecostés fuera una reivindicación de la espiritualidad. Me parece que recordarlo es una de las misiones de la vida monástica hoy. Este espíritu humano es el que naturalmente nos permite también permanecer abiertos a la propuesta cristiana, a la que nos viene del Espíritu Santo, del Espíritu de Dios, del Espíritu con mayúscula: de permanecer abiertos en definitiva a la fe. El espíritu es el actualizador de todo. Aunque no seamos a veces conscientes, somos colaboradores del Espíritu cuando cantamos, cuando celebramos, lo sois los escolanes cuando facilitáis que la gente descubra la belleza. Porque las cosas del Espíritu son las que más pueden acercarnos a todos, son nuestra gran oportunidad pastoral.

Si nos creemos esta conexión espiritual entre Dios y nosotros por el Espíritu Santo, más que de la TINA, (del no hay alternativa) deberíamos hacernos seguidores de la TIA, There is Alternative y defender que naturalmente sí hay alternativas.

Dios se supera con el Espíritu Santo porque permite que la persona, tal y como he dicho que la entendemos, y la historia se combinen correctamente, en una acción que busca siempre la mejor opción, y por tanto llenarnos de confianza en el futuro.

Esta correcta combinación es la alternativa cristiana fundamentada en la conversión personal, obra del Espíritu Santo. La conversión de un solo hombre o una sola mujer ha tenido efectos multiplicadores en tantos momentos de la historia. De la capacidad del Espíritu Santo para convertirnos hablaba hoy también la secuencia, ese fragmento que hemos cantado en gregoriano después de la segunda lectura y que tenía tres frases llenas de sentido que traducidas al -castellano- dicen:

Doblegad nuestro orgullo, calentad nuestra frialdad, enderezad lo que está desviado.

¡Creer que el Espíritu es capaz de todo esto es realmente creer que Dios se ha superado y que nos propone un verdadero camino a cada uno de nosotros y a todos colectivamente de superación!

En cambio, la pretendida conversión de estructuras, olvidando a las personas, se ha acabado ahogando siempre bajo su mismo peso, carente de ese dinamismo que permite respirar, adaptarse, carente de la fluidez tan propia del Espíritu, de quien decimos que es viento, fuego y agua: fijaos, elementos que nos cuesta mucho controlar.

La influencia del Espíritu Santo en la historia por la acción de las personas provoca que la propuesta cristiana sea socialmente transformadora. Me atrevería a decir que es en términos históricos la que más lo ha transformado todo, pero el camino siempre comienza en Dios, de Él pasa al espíritu de los hombres y de las mujeres que actúan para cambiar las cosas.

Y la superación de Dios en el Espíritu no ha terminado. Su gran característica es que se actualiza, cada día, como los programas y las aplicaciones y por tanto queda siempre abierta a versiones mejores de nosotros mismos y del mundo, y con esta actualización el Espíritu nos da finalmente una especie de actualización diaria en el don de la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino de la eucaristía. ¿Qué más podríamos pedir?

Abadia de MontserratDomingo de Pentecostés (5 de junio de 2022)

La Ascensión del Señor (29 de mayo de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (29 de mayo de 2022)

Hechos de los Apóstoles 1:1-11 / Hebreos 9:24-28; 10:19-23 / Lucas 24:46-53

 

Todos hemos hecho la experiencia de desear intensamente que ocurra algo, que algún momento llegue: un encuentro con un familiar o amigo, para vosotros escolanes quizás un concierto, o una gira en el extranjero. También hemos vivido aquellos momentos de nervios ante un examen, una entrevista de trabajo, … La importancia de lo que esperamos siempre marca la intensidad de cómo vivimos los momentos previos. A menudo también, si estos hechos son normales ya no los esperamos con la misma ilusión o no los esperamos en absoluto. Estas ideas sobre cómo vivimos y esperamos me ayudan a entender la solemnidad de hoy, la de la Ascensión del Señor, un momento muy preciso de aquel tiempo esencial que llegó después de la muerte de Jesucristo.

En la euforia de la Resurrección del Señor, podríamos pensar que los apóstoles y los discípulos y todos los que gozaron personalmente de la experiencia de saber que Jesús estaba vivo, que el crucificado había resucitado, ya lo tenían todo hecho y aprendido. Y que todos, incluso el dudoso Tomás cuando ya estaba seguro personalmente de todo lo ocurrido, se quedarían en la seguridad de la presencia entre ellos de Jesús, que ese tiempo quizá se prolongaría. A pesar del impacto de la resurrección en los discípulos, las solemnidades de hoy y la de Pentecostés, que está íntimamente relacionada, nos vienen a decir que no, que todavía faltaba algún paso.

Hace muchos años en los cines había un descanso en las películas muy largas. Como todos sabéis, los escritos de San Lucas en el Nuevo Testamento tienen dos partes, el evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Puede que algunos hayan encontrado que la primera lectura y el evangelio de hoy eran algo repetitivos y explicaban la misma historia. No es raro. Aunque de forma inversa, hoy hemos leído el fin del Evangelio y el principio de los Hechos de los Apóstoles. Los dos textos nos explicaban La Ascensión del Señor, que podríamos decir que marca la media parte, y que al empezar de nuevo el relato, en la segunda parte, se recuerda un poco donde lo habíamos dejado. La Ascensión marca el punto en el que la historia dejar de ser la historia de la vida de Jesús para pasar a ser la historia del Espíritu Santo, que hace a la comunidad, a la Iglesia.

La Ascensión nos dice que no podemos controlar nosotros a Jesús resucitado. Nosotros sólo podemos acoger alguna de sus maneras de estar allí. Quizás para estimularnos, quizás para que no nos quedáramos demasiado en la resurrección palpable, como en la transfiguración del Tabor, quizás para seguir mostrándonos aquel destino definitivo, aquella comunión con Él que nos tiene preparada, cambió al cabo de cuarenta días de haber resucitado, la forma de estar presente en el mundo. Y lo primero que hizo fue desaparecer. Litúrgicamente lo representaremos el próximo domingo retirando de la Iglesia el cirio pascual, que ha presidido nuestras celebraciones desde el domingo de Pascua.

La Ascensión del Señor nos enseña tres cosas importantes. La primera, tal como os decía al principio, es que nos hace vivir un vacío, y de este modo nos hace vivir la intensidad frente a algo que debe pasar. El mismo Jesús se refiere a esto: Vendrá el Espíritu Santo. Es necesario que yo me vaya, dirá incluso el evangelio de San Juan. Era necesario que los discípulos, y nosotros por extensión, se pusieran en situación. Subrayo un detalle curioso y bonito: Jesús dice: esperad al Espíritu Santo juntos y en Jerusalén. La expectación compartida seguro que es más intensa. Esta espera pertenece al ámbito más sagrado, más espiritual, el ámbito que para los judíos representaba Jerusalén. Es necesario que hagamos y demos al Espíritu Santo el lugar interior que le corresponde. Tengamos siempre en cuenta que es el vínculo entre Dios, Cristo y nosotros.

El segundo mensaje en la fiesta de la Ascensión es que Jesucristo se mantiene fiel a sí mismo. Se mantiene siempre. Diría que aprovecha incluso el hecho de irse para seguir insistiendo en su mesianismo diferente y activo. Y lo hace sin dar por perdidos a los apóstoles y discípulos que parecen no ser capaces de salir de sus esquemas. Parece difícil de comprender que después de todo lo que habían vivido, aún estuvieran como desorientados y le preguntaran: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? La pregunta a mí me sigue sonando demasiado dependiente de una manera de ser Mesías antigua, impropia de uno que ya ha pasado por la Cruz, ha resucitado y se ha hecho Señor del tiempo y del espacio, como Dios mismo que es. Es en este sentido que él responde: cuándo va a suceder esto no es importante. Lo que cuenta es ser testigos ahora y extenderse a toda la tierra. El libro de los Hechos de los Apóstoles es la historia de una comunidad que nace en Jerusalén fruto del don del Espíritu y que se extiende en todo el mundo. Y si finalmente podemos afirmar que sí, que Jesucristo restablece la realeza de Israel, debemos decir que lo hace de una manera totalmente diferente.

Y después de subir al cielo: todavía se oye una voz que nos devuelve a la tierra: Hombres de Galilea, (referencia al origen para personalizar, para dirigirse muy directamente a los íntimos):, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo, pero es necesario que la historia mientras tanto continúe, y ciertamente el Libro de los Hechos de los apóstoles continúa, con una gran cantidad de aventuras apostólicas. Jesús sube al cielo bendiciendo. Bendiciendo todo lo que va a pasar.

Y la tercera cosa que nos marca la Ascensión es un camino personal. Nuestra vida de cristianos se hace siempre a imitación de Cristo: en el seguimiento de su enseñanza espiritual, de su compasión, incluso al intentar vivir pascualmente como resucitados, no dejándonos llevar por las fuerzas que nos llevarían a la muerte y siempre con la aspiración de la plena comunión con Él. La Ascensión que marca, si cabía todavía, un paso más en la ya irreversible comunión entre el Padre y el Hijo, nos enseña que nosotros vamos hacia Dios y donde tenemos la esperanza de llegar, como nos ha dicho la oración colecta: la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo. Y también nos dirá la oración de la poscomunión: Dios todopoderoso y eterno, que, mientras vivimos aún en la tierra, nos concedes gustar los divinos misterios, te rogamos que el afecto de nuestra piedad cristiana se dirija allí donde nuestra condición humana está contigo.

(En francés) Muy brevemente, he tratado de resaltar tres mensajes que la solemnidad de hoy tiene para todos nosotros. El primero es la espera del Espíritu Santo, el don que Dios nos da y que celebraremos el próximo domingo. La segunda es la fidelidad de Jesús a un modo de ser Rey y Mesías que nos hace estar siempre en la tierra, para ser sus testigos. La tercera es la invitación a seguirlo.

Pensadlo todavía un poco los escolanes: los que se confirmaron en Pascua, los que se confirmaron el pasado domingo. Nos comprometimos juntos a promover en nuestros corazones la conciencia del Espíritu Santo que hemos recibido, pero que seguimos pidiendo, nos comprometimos a la fidelidad al mesianismo de Jesucristo, que es Rey, pero en el servicio, en la ayuda, en la compasión a los más necesitados, por tanto, fiel a sí mismo, y también nos comprometimos al reto de su seguimiento, a nuestra identificación en todos los aspectos inagotables de la personalidad y el mensaje de Jesús de Nazaret. Un reto que tiene en sí mismo la prueba del éxito. Imaginad que fácil: Un desafío de la vida que la puedes encarar sabiendo que lo vas a lograr y no sólo tú, sino todos los que se atrevan a aceptar el reto de ser cristianos hoy. En el fondo, lo que habéis hecho ha sido aceptar el reto que Jesús resucitado nos vuelve a proponer hoy: tenerlo a Él por referente principal de vuestras vidas, anhelando la comunión con Dios. Éstos son los mensajes que nos deja la solemnidad de hoy.

Abadia de MontserratLa Ascensión del Señor (29 de mayo de 2022)

Vigilia Pascual (16 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (16 de abril de 2022)

(…) / Romanos 6: 3-11 / Lucas 24:1-12

 

Algunas veces, queridas hermanas y hermanos, cuando tienes que hacer una homilía, cuesta encontrar temas o que la liturgia que corresponde comentar, te inspire alguna palabra. Esta noche es todo lo contrario: la riqueza de signos y de textos con la que celebramos esta vigilia Pascual, hacen más bien que personalmente oscile entre la duda de explicar tanto como sea posible o de decirme: ¿puedo realmente añadir alguna cosa a lo que la misma celebración ya explica extensamente tan admirablemente, tan insuperablemente?

Una cosa sorprendente de esta noche es que la llenamos de significado para explicar la resurrección de Jesucristo, que aconteció de hecho en el silencio, en la soledad, casi diría yo en aquel anonimato que el Pregón Pascual expresa tan bien cuando canta: Oh noche bienaventurada, sólo tú supiste la hora en que Cristo resucitó de entre los muertos. Aquel quedarse esperando en la puerta del sepulcro, el silencio del viernes santo, el silencio aún más profundo del sábado se adentra en la noche de Pascua hasta que, como una explosión, con el fuego, el cirio pascual y la luz que no mengua cuando la repartimos, sino que se multiplica, confesamos que sí, que, en el corazón de esta noche Santa, Jesús, crucificado, muerto y enterrado, ha vuelto a la vida.

Casi entramos en cierto vértigo si nos detenemos a pensar cómo un hecho concreto de una noche de la historia ha tenido tantas consecuencias: la más sencilla es que: si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí. Y todo lo que celebramos no es más que la vida venciendo a la muerte. Algunos de los hermanos de los escolanes y otros niños lo han trabajado hoy cuando ha observado que una bellota, el fruto de la encina que parecía muerto, era capaz de tener vida y de convertirse en un árbol pequeño. Y después, dentro de poco, traerán al altar estas pequeñas macetas plantadas con una esperanza y se las volverán a llevar como recuerdo de que esta noche, es una noche para la vida. De hecho, este es un experimento que recuerdo que los escolanes siempre hacían en cuarto y veías las macetas con las plantas por el suelo en su aula. Jesucristo es como el grano, como la bellota enterrada que vuelve a la vida, que resucita en una planta nueva.

Todas las lecturas de hoy nos hablan de esta vida, nos hablan de muchas formas con muchas palabras e historias diferentes: la creación de la naturaleza con todos sus elementos, la libertad, la fe, pero en el fondo el mensaje es siempre lo mismo: Dios opta decididamente por la vida. Por eso no podía dejar a Jesucristo en la muerte. Y Él ha querido compartir su vida de resucitado con nosotros, la suya es también nuestra vida, puesto que como nos ha dicho San Pablo – y volvemos a las plantas-; si nosotros hemos estado plantados junto a él por esta muerte parecida a la suya, también debemos serlo por la resurrección.

Me dirijo especialmente a vosotros que hoy os bautizáis, confirmáis y hacéis la primera comunión, y a los que sólo se bauticen, representados por sus padres y padrinos, es decir a los escolanes Pedro y Tomás, y a los niños: María y a los hermanos Caterina, Isabel e Isaac y también a David que hace la primera comunión. La vida de la que estamos hablando ahora y aquí no es sólo levantarnos, comer y dormir. Nosotros creemos que todos, los hombres, las mujeres y también vosotros sean chicos un poco mayores o niños, tienen la posibilidad de una vida del espíritu, de una vida interior, totalmente importante y esencial para la persona humana. Una vida que queremos infundir, estimular y hacer crecer en todos vosotros con los sacramentos, que por eso mismo llamamos de la iniciación. Por eso es tan bonito que en esta noche que celebremos la vida, podamos comunicar, como pueblo de Dios y comunidad cristiana, esta vida a todos vosotros y podamos hacer real aquella otra frase del pregón pascual: noche en la que el hombre reencuentra a Dios. Esto es lo que confesamos: que el hombre reencuentra a Dios en Jesús y que nada debería ser como antes. Lo encontramos en el bautismo, intensificamos aún más este encuentro con la confirmación porque recibimos su espíritu y tenemos la comunión para poder recibirlo en cada eucaristía.

Ahora os contaré una anécdota especialmente para vosotros Tomás y Pedro, relacionada con estos sacramentos que recibiréis esta noche, especialmente con la confirmación, y que tiene que ver con un buen amigo mío y de muchísima gente, el obispo Antoni Vadell, que quizás recordareis (sobre todo los escolanes mayores) porque alguna vez había estado en la Escolanía y había presidido una misa conventual a principio de curso, y que murió muy joven a los 49 años hace dos meses. Los teólogos, que nos dedicamos a estudiar todas estas cosas relacionadas con la fe y las celebraciones, discutimos si es mejor confirmarse a vuestra edad, a los nueve o diez años, especialmente si coincide con el bautismo o hacerlo de más mayores. Cuando con el Padre Efrem hablábamos de todo esto, a principios de diciembre, llamé al obispo Toni, que era bastante especialista en esto y le pregunté: ¿Qué te parece? ¿Confirmamos o no confirmamos a los escolanes de cuarto que se van a bautizar? Y él me dijo, sí. Porque en la Escolanía tendrán la posibilidad de vivir a fondo una vida cristiana y está muy bien que la vivan con la confirmación hecha. Fue la última vez que hablé con él. Y por tanto os dejo esta reflexión a vosotros dos, a todos los escolanes y a todos, porque todos recordaremos hoy nuestro bautismo, nuestra confirmación y participaremos de la eucaristía: los sacramentos son la posibilidad de vivir a fondo la vida cristiana. Todos pueden hacerlo o intentar que sus hijos la vivan en la medida de sus posibilidades. Y es que Cristo no nos quita nada de la vida, sólo nos la da y nos la hace más feliz.

Estos días he hablado de la identidad de Jesús de Nazaret en cada homilía. La noche de Pascua une tres momentos que nos ayudan a comprenderlo mejor:

  • su vida, con el entusiasmo por su mensaje y por su persona, que los testigos que convivieron con él nos han dejado en los evangelios;
  • su pasión y su muerte, solidaria con tantos sufrimientos humanos y ante la que y de los que, a menudo lo más adecuado es el silencio y la oración;
  • y finalmente su resurrección, que se manifestó como experiencia a sus discípulos, empezando por las mujeres que fueron al sepulcro y recibieron aquel mensaje sorprendente: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Dios se sirve de la humanidad de Jesús de Nazaret para estar presente en el mundo, y Jesús de Nazaret se sirve de la humanidad de todos los hombres y mujeres para comunicarse en su vida, en su muerte y en la su vida de resucitado. Desde aquella noche de Pascua, en el testimonio que proclama la sencilla frase: ¡El Señor ha resucitado! Realmente ha resucitado, transmitido de generación en generación de cristianos, no hemos dejado de creer en él, el viviente, el Señor de la vida:

la estrella de la mañana, aquella estrella, quiero decir que nunca se oculta, Cristo que volviendo de entre los muertos, se apareció glorioso a las mujeres y a los hombres como el sol en día sereno. Él, que vive y reina por los siglos. Amén.

Abadia de MontserratVigilia Pascual (16 de abril de 2022)

Domingo de Pascua (17 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (17 de abril de 2022)

(…) / Hechos de los Apóstoles 10:34a.37-43 / Colosenses 3:1-4 / Juan 20:1-9

 

¡Si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí! No estaríamos aquí porque no celebraríamos el día de Pascua, ni hoy en la alegría de la fiesta de las fiestas, ni en cada una de nuestras eucaristías. El mensaje insistente de las lecturas, las oraciones y los cantos de esta misa de la mañana del domingo de Pascua no es otro que éste: ¡Cristo ha resucitado! Y añadimos el canto de gozo más sencillo de la Iglesia: Aleluya, aleluya, que no habíamos cantado durante toda la cuaresma.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, su vida se habría perdido en el anonimato del tiempo, y no estaríamos aquí porque seguramente no tendríamos ningún testigo de él, ni de su persona, ni de su mensaje liberador, inteligente, profundo, conocedor de la persona hasta las dimensiones más profundas, inspirador de tantos y tantas que han venido después de él y han enriquecido nuestra cultura y nuestra espiritualidad cristianas.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no estaríamos aquí porque no formaríamos ninguna comunidad de bautizados, porque nuestro sentido de ser hijos de un mismo Padre Dios y de ser hermanos y hermanas unos de otros, no encontraría su fundamento en Jesús de Nazaret, y como la historia nos demuestra, sólo Dios es capaz de reunir a la humanidad en una familia realmente global y permanente en el tiempo. Pero como sabemos bien, Pascua no es una celebración cerrada de los discípulos consigo mismos, contentos de reencontrar aquella intimidad de amigos y compañeros que habían tenido en la vida de Jesús, sino que fue un impulso hacia delante y hacia afuera. Y en este impulso hacia fuera tenemos la alegría de acoger nuevos bautizados como hemos hecho esta noche, y de acoger también a la plena comunión de la eucaristía a vosotros, los escolanes Francesc, Josep y los dos Guillems, i también Isona, Berta y Teresa que hoy hará la primera comunión. Esta comunidad de monjes, escolanes y peregrinos, que celebra la eucaristía aquí en Montserrat, con vosotros cada domingo, os acoge con alegría en la mesa del Señor en nombre de toda la Iglesia.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no estaríamos aquí porque no confiaríamos en que su amor es capaz de hacernos mejores, y eso también os lo digo a vosotros que hacéis la primera comunión. En el canto de entrada decíamos: he resucitado, me he reencontrado con vosotros, y los escolanes volverán a cantarlo en el ofertorio en latín. Resurrexi et adhuc tecum sum. Con la resurrección Jesús pudo encontrarse con Dios y como nosotros siempre vamos detrás de lo que él hace, de las posibilidades que nos abre, todos podemos encontrarnos con Dios en Jesucristo resucitado. Y la mejor forma de hacerlo es la de participar en la comunión del pan y el vino, que es su sacramento, la forma que Él mismo nos dejó para permanecer entre nosotros siempre. Este encuentro frecuente puede y debe tener consecuencias: debería ayudaros a vosotros y a todos a superar nuestros defectos, a amar más y mejor, a no tener vergüenza de ser cristianos, Jesucristo fue capaz de cambiar en fidelidad la negación de Pedro. Como cristianos estamos llamados a vivir la misma conversión de Pedro, que es una conversión pascual.

La conversión pascual se hace concreta en algún gesto a favor de los demás. Tal y como hicimos el Jueves Santo, os proponemos que participéis en la colecta que haremos a favor de Caritas. Ellos conocen las necesidades de nuestra sociedad y han tenido también un papel activo, a través de Cáritas internacional, en la ayuda a refugiados de la guerra y otros lugares. Nos hablaban recientemente, por ejemplo, de la labor increíble que Cáritas de Polonia ha hecho en la frontera con Ucrania.

Si Jesucristo no hubiera resucitado, no sé dónde estaríamos. Algunos sabéis que me gusta hacer comparaciones con la informática. Un biblista muy conocido escribió que Dios se dio cuenta de que su Creación y su historia eran como un programa informático que fallaba y con Jesucristo volvió a instalarlo o al menos a ejecutarlo. To run the program again, dice él en inglés. ¿Os imagináis un programa o una aplicación que no se puede actualizar ni ejecutar? Seguramente va funcionando cada vez peor hasta que ya ni se abre, y si es un software importante, hace que colapse incluso el ordenador. El miércoles de ceniza os decía que la Cuaresma era como un antivirus que evita que los programas se estropeen, hoy es mejor, hoy todo es nuevo, porque desde la resurrección de Jesús el programa funciona, porque siempre está actualizado. La resurrección celebrada en cada eucaristía es esta actualización constante del programa, y ​​que el programa funcione significa que los objetivos de su creación se han confirmado en la redención que Jesucristo ha llevado al mundo y todo nos conduce a su voluntad de salvar de ser felices, de ser capaces de amar siempre más y mejor. Y si algo no funciona, será por nuestra culpa, que no conocemos bien el programa, y ​​no culpa de él, tal y como tenemos costumbre de pensar a menudo.

Si Jesucristo no hubiera resucitado no estaríamos aquí, porque somos hijos e hijas de la resurrección del Señor. En el monasterio he oído a veces la expresión muy bonita: ¡somos hijos de la Resurrección! Se utiliza cuando es necesario continuar adelante alguna actividad o incluso una celebración y ha habido algún evento triste. Con mucha sencillez, nos transmite nuestra visión de la vida y de la muerte, profundamente impregnada de la esperanza pascual de una vida eterna, plena, en la comunión de Cristo Resucitado, pero perfectamente consciente de que la vida se vive aquí en el día a día.

En esta mañana radiante del domingo, ponemos nuestras vidas bajo la luz del resucitado que nos ilumina, la llama un poco débil de este cirio que arde desde ayer, ha resistido y ha iluminado la oscuridad de toda la noche. Con él podemos decir, hemos resucitado y nos hemos reencontrado con él para siempre.

¡Celebramos la Pascua viviendo con sinceridad y verdad, Aleluya, aleluya!

Abadia de MontserratDomingo de Pascua (17 de abril de 2022)

Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (15 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (15 de abril de 2022)

Isaías 52:13-53:12 / Hebreos 4:14-16; 5:7-9 / Juan 18:1-19:42

 

Espero y deseo estimados hermanos y hermanas que todos encontremos en nuestra agenda y en nuestro corazón, un poco del silencio necesario para dejar que todas estas palabras que hemos escuchado resuenen, arraiguen y den fruto en nuestros corazones. Son palabras que nos reclaman ese espacio interior, tanta es su profundidad y su fuerza.

Las lecturas que hemos leído confirman una idea que he querido hacer presente en estos días: la de la verdadera identidad de Jesús. Nada, ni siquiera la muerte en cruz, reservada a los delincuentes, esconde quién es él. De modo especial, en la lectura de la Pasión según San Juan que leemos el Viernes Santo, se nos muestra más claramente que Jesús de Nazaret clavado en la cruz es más que un hombre crucificado, aunque nunca deja de ser también un hombre crucificado.

Por un lado, ningún sufrimiento, ningún insulto, nada le es ahorrado y muere. Pero, por otra parte, Jesucristo domina la situación: fijaos, sino, en la fuerza que, en el momento que le detienen, tienen sus palabras: yo soy, que hacen que todo el mundo caiga al suelo; incluso domina la situación desde la Cruz: con la capacidad de confiar, mutuamente cuando ya ha sido crucificado, a su madre y a san Juan; y finalmente la serenidad de su muerte, sin gritos, sin quejas, sólo con un “todo se ha cumplido”, que nos adelanta que no estamos delante del final.

Habían crucificado a Jesús de Nazaret, el Rey de los Judíos, que se había presentado como un rey y mesías diferente. Quizás por eso, si ayer os hablaba de un amor que nos une en el recuerdo, la vida y la esperanza; hoy contemplamos un amor que resiste, que lo resiste todo. El amor de Dios se hace resistencia en Jesús crucificado, demostrándonos la capacidad de ir hasta el final, hasta el sacrificio de la propia vida en la coherencia de una misión que en Él une el ejemplo como persona y su mensaje como Evangelio.

Por eso resiste el Evangelio durante los siglos porque viene de quien ha aguantado en el amor los escarnios, los ultrajes y todo el mal que le ha venido encima, cuando él sólo pretendía darnos los instrumentos, las ideas y las claves para poder vencer personalmente y todos juntos ese mal, tan palpable en nuestro mundo, que, debemos reconocerlo, a veces se nos presenta tan o más resistente que el amor de Dios. Y si es verdad que el mal a veces se nos presenta más resistente que el amor de Dios, no lo es.

Y la prueba más clara de esto es la capacidad de los discípulos de Jesús para llegar todavía hoy a hacer el camino de la cruz, demostrando que Él nos hace participar de su resistencia al mal cuando nosotros también fundamentamos nuestra vida en su evangelio.

Tuve ocasión de participar la semana pasada en una oración que recordaba a los mártires de nuestro tiempo: eran hombres y mujeres concretos, jóvenes, mayores, con nombre y apellidos, de todo el mundo, que habían muerto en situaciones diversas, muchos de ellos murieron en el año 2021 y hasta este mismo 2022. Algunos habían sencillamente seguido su vocación hasta el final, atendiendo a enfermos de Covid e infectándose, otros habían sufrido directamente el odio religioso hasta la muerte contra los cristianos por parte de algunos fanáticos que nunca pueden ser representativos de ninguna religión o idea. Compartían todos el hecho de ser cristianos. Puedo aseguraros que la reflexión que me hice fue la de la actualidad de la cruz de Jesús en el mundo y de la validez de su mensaje que todavía hoy merece tener tantos testigos, que genera una fuerza tan grande de adhesión al amor, tan grande, que lo hace precisamente resistente. Y me hizo pensar si todas las modas que el mundo nos presenta y propone tienen algún crucificado que las valide, tal como nosotros tenemos a Jesús de Nazaret.

Quizás esta reflexión llevará a alguien de vosotros a pensar que eso que nos explica el P. Abad es sólo para los héroes, por las situaciones extremas y que ya veremos qué hacemos si nos llegan. Pero no. Una mujer conocida y cercana me comentó hace años que no entendía la cruz de Jesús. Se trataba de alguien profundamente cristiano, que había vivido ayudando siempre, coherentemente con su fe, yendo bastante más allá de lo justito para quedar bien. Sufriendo a veces para vivir de ese modo. Y pensé: ¿tú no entiendes la cruz si la vives todos los días?

Busquemos vivir el Evangelio y la cruz ya la encontraremos. Y cuando la encontremos, que nos guíe el amor resistente de Jesucristo y su ejemplo, ya que así y no de otro modo más espectacular, más directa o más rápida quiso salvar Dios al mundo, sirviéndose de su humanidad encarnada y aceptando todos sus límites.

Abadia de MontserratViernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor (15 de abril de 2022)