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Domingo III de Adviento (17 de diciembre de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abat emèrit de Montserrat (17 de diciembre de 2023)

Isaías 461:1-2.10-11 / 1 Tesalonicenses 5:16-24 / Juan 1:6-8.19-28

 

Juan Bautista es cortante en sus respuestas: No. Yo no soy el Mesías ni ningún otro profeta. Era popular, le habría sido fácil destacar la importancia de su misión y reivindicarse como profeta. Pero no lo hace. Su misión no es la de anunciarse a sí mismo. Es la de ser portador de un mensaje divino y es ese mensaje el que debe anunciar. Así, hermanos y hermanas, lo hizo toda su vida. Fue un testigo fiel hasta el final; y cuando ya sus labios no pudieron hablar, siguió dando testimonio desde la cárcel con su vida insobornable y con su sangre martirial. Juan Bautista es un modelo para todos los que debemos ser testigos de Jesucristo, el Señor. No se trata de hacerse a sí mismo el centro. Sino de dar a conocer el anuncio que viene de Dios.

Ante la triple negación de Juan –no soy el Mesías, no soy Elías, no soy el Profeta esperado–, los enviados por las autoridades de Jerusalén le preguntan: Pues, ¿quién eres? Soy una voz, responde. La voz que grita en el desierto: “allanad el camino del Señor”. Y el evangelista comenta: era un testigo, vino a dar testimonio de la Luz. La luz es la que nos permite ver con los ojos. Y, simbólicamente, experimentar con la inteligencia y con el corazón. En el cuarto evangelio, además, la Luz (con mayúscula) es sinónimo de la Verdad (también con mayúscula) (cf. 1, 9.14). Esta Luz y esta Verdad, es Jesucristo, él ha venido al mundo para iluminar a toda la humanidad (cf. Jn 1, 5). Esta Luz y esta Verdad de las que Juan Bautista da testimonio con la palabra y con la vida, algunos las rechazan y permanecen en las tinieblas, y otros las reciben con fe y les permite ser hijos de Dios y tener una mirada lúcida y esperanzada sobre el mundo.

El anuncio de Juan no era sólo para sus contemporáneos. Es para nosotros que, en el adviento, estamos llamados a preparar el camino del Señor que está cerca. Y debemos hacerlo profundizando nuestra fe, teniendo la humildad en el fondo del corazón, practicando las buenas obras y sacando de nosotros todos los obstáculos que dificultan la acción de Jesucristo. Así podremos acogerlo en la celebración de la Navidad y recibir con agradecimiento el don de participar “de la divinidad de aquél que se ha dignado compartir nuestra condición humana” (oración colecta de la misa del día de Navidad). Si le acogemos con corazón abierto, su Luz brillará en nosotros y penetrará nuestro pensamiento, nuestra afectividad, toda nuestra existencia. Esto nos permitirá una experiencia personal viva y profunda de unión con el Señor que viene.

La proximidad de la Navidad con toda la riqueza de gracia que nos trae, el saber que el Señor está cerca, nos llena de alegría. Por eso, en este tercer domingo de adviento, la liturgia nos repite: “gaudete, alegraos, vivíd siempre contentos en el Señor” (cf. canto de entrada y segunda lectura). Esta invitación a la alegría no es inconsciencia sobre lo que ocurre en el mundo. Tenemos bien presente el conflicto gravemente violento en Israel y en Gaza, la guerra en Ucrania, la crítica situación en Haití, la escalada armamentista en varios lugares del planeta, la falta de agua, el hambre, los terremotos, la explotación de los pobres, la violencia doméstica, el crecimiento de la pobreza, el suicidio de los jóvenes y un largo etc. Cerca de Jesucristo, el cristiano no se inquieta, tiene la certeza de que la esperanza que viene de la Palabra de Dios será satisfecha; cree en aquello de: sostener los brazos que desfallecen, animaos; nuestro Dios vendrá a salvarnos, no dudéis; esperad, si se retrasa, porque vendrá (cf. varias antífonas de adviento). Y hará justicia, liberará de toda opresión, secará las lágrimas de todos los ojos. Ya no habrá ni dolor ni muerte (cf. Ap 21, 4). Éste es el fruto de la Navidad y de la Pascua de Jesucristo. Confiando en ello, el cristiano sabe traducir en oración todas las inquietudes y sufrimientos de la humanidad.

La alegría que estamos invitados a vivir no es la que puede producir un bienestar material, ni un bienestar psicológico, ni siquiera una armonía interior. La alegría a la que nos invita hoy la liturgia es la alegría que viene de Dios y de acoger a Jesucristo y la obra que él hace en nosotros y en la historia de la humanidad. Es la alegría que el Espíritu suscita en el corazón de los creyentes. Es la alegría de ser hijos e hijas de Dios unidos a Jesucristo con la paz que esto conlleva.

En el contexto eclesial y social de nuestros días, debemos ser testigos convencidos, como Juan Bautista, de Jesucristo y de la alegría del Evangelio. No fundamentados en las obras humanas sino en la fuerza de la Palabra de Dios y en la presencia de Jesucristo resucitado en medio de nosotros. Tal y como decía Juan, aquel que es la Luz y la Verdad ya está entre nosotros desde las primeras Navidades de la historia.

En nuestra sociedad, los cristianos deberíamos ser como la levadura en la masa para dinamizarla y hacer crecer las semillas del Reino de Dios que hay en su interior (cf. Mt 13, 33). O bien, dicho con otras palabras, tomadas de san Pablo VI y de san Juan Pablo II (cfr., por ejemplo, de este último: Audiencia General, 9 febrero 1994), “los cristianos debemos ser como el alma del mundo”. Esta frase -ser el alma del mundo- proviene de una obra de principios del s. III, llamada Epístola en Diogneto (cf. 6, 1), que habla de la vida de los cristianos en la sociedad pagana de aquel tiempo. En una sociedad carente de esperanza como la nuestra, con tantos miedos y tantos interrogantes de cara al futuro, los cristianos debemos aportar una visión serena y esperanzada de la realidad tal y como nos la presenta el Evangelio de Jesucristo, debemos ofrecer una respuesta a la gente que busca y tiene sed de sentido, debemos cuestionar la indiferencia de una sociedad que muy a menudo alivia el vacío que experimenta con el consumismo.

La eucaristía que ahora celebramos nos da luz y fuerza para ser levadura en la sociedad, para ser su alma, para testimoniar a Jesucristo que es, que era y que viene.

 

 

Última actualització: 3 enero 2024