Homilía del P. Bernat Juliol, prior de Montserrat (3 de diciembre de 2023)
Isaías 63:16-19; 64:2-7 / 1 Corintios 1:3-9 / Marcos 13:33-37
Algunos de vosotros, este curso, habéis tenido la mala suerte de tener que soportarme como profesor de religión. Digo esto porque seguramente habéis reconocido que las lecturas de la misa de hoy son las que hemos estado trabajando en clase durante la última semana. Vuestras dudas, preguntas y comentarios me han servido para poder hacer la homilía de este domingo. Pero como no os había dicho nada de mis intenciones, supongo que mañana recibiré duro.
Daos cuenta, sin embargo, de la importancia de la asignatura de religión: lo que hablamos en clase ahora lo podrán escuchar los cientos de personas que están hoy aquí y los miles que nos siguen por la radio y la televisión. La clase de religión es importante porque nos enseña que para ser felices y encontrar sentido en la vida debemos mirar hacia Dios. Y a la vez, también nos enseña a comprender tantas cosas de nuestro mundo occidental: a reconocer los estilos de las iglesias, a ir a un museo y entender tantos cuadros que contienen escenas bíblicas, o mirar, por ejemplo, la bandera de la Unión Europea y ver la corona de doce estrellas de la Virgen de la que se nos habla en el libro del Apocalipsis.
Y a todos vosotros, hermanos y hermanas, os invito a empezar este nuevo Adviento con una nueva mirada, la mirada de los preferidos del evangelio. Como dice san Mateo: «En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos será el más grande en el reino de los cielos» (Mt 18, 3). O como dice la Regla de San Benito: «Y que en ninguna parte la edad no cree distinciones ni preferencias en el orden, porque Samuel y Daniel, aun siendo jóvenes, juzgaran a los ancianos» (RB LXIII, 5-6). Que el don profético de los jóvenes nos enseñe a salir de nuestra zona de confort y aprender a contemplar a Dios y al mundo con una mirada renovada.
Aunque no dije a los escolanes que estos textos correspondían al Adviento, los dos conceptos fundamentales que surgieron se corresponden perfectamente con lo que nos pide este tiempo litúrgico: aprender a escuchar la Palabra de Dios y aprender a velar la venida de Cristo.
En primer lugar, aprender a escuchar. El ejemplo que utilizamos son las lecturas durante la misa: ¿las escuchamos verdaderamente? Muy inteligentemente, los escolanes distinguieron entre «oír» y «escuchar». Oír se refiere a cuando mostramos una apariencia externa de que nos interesa lo que dicen o leen, pero, en cambio, nuestra cabeza está en un lugar muy lejano. Escuchar, en cambio, se refiere a cuando verdaderamente pongo interés en lo que oigo y hago mías las palabras que me dicen. ¿Cuántas veces en misa nos encontramos con que hemos oído las lecturas, pero no las hemos escuchado? Pero nos ocurre a todos lo mismo en nuestra vida ordinaria: ¿Cuántas veces oímos, pero no escuchamos? Y también nos ocurre con Dios: ¿Cuántas veces querríamos saber qué nos está diciendo, pero en realidad no lo estamos escuchando?
Otro ejemplo de aprender a escuchar son las homilías. Aquí, según los escolanes, la cosa ya se complica más. Si no están bien hechas corremos el peligro de activar lo que ellos llaman el “modo off”, es decir, la desconexión total. Para los escolanes, las homilías deberían ser siempre y necesariamente: ¡cortas! Un antiguo escolán que acabó hace un par de años un día me dijo: «No sé por qué los curas habláis tanto en las homilías, sólo habría que decir una cosa: Jesús es el hijo de Dios y nos ama». Después de tantos años de estudiar teología, me dejó bien desarmado. Parafraseando un poema de John Keats podríamos decir: «Jesús es el hijo de Dios y nos ama, esto es lo único que podemos saber de Dios, esto es lo único que necesitamos saber». No sé si las homilías son largas o cortas, pero cuando hablan de Jesús, que es el hijo de Dios y nos ama, se hacen escuchar.
Que el Adviento nos ayude a aprender a escuchar: tan sencillo, tan difícil. El segundo punto en torno al que hoy podemos hablar es aprender a velar a la espera de la venida de Cristo. El evangelio según san Mateo que nos ha sido proclamado hoy nos repite esta idea hasta cuatro veces: «Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!». Aquí me sorprendió la respuesta de los escolanes: dijeron que velar era estar atentos, sí, pero que también servía para disfrutar de la vida. Para ellos, velar, implica mirar hacia el futuro y no desperdiciar ninguna de las oportunidades que nos da la vida.
Se me ocurrió algo que me dijeron hace unos años, cuando vino aquí a Montserrat un coro francés e hizo un intercambio con la Escolanía. Recuerdo que el director de este corazón me comentó: “el canto de la Escolanía tiene siempre un punto de nostalgia”. Este comentario me ha hecho pensar muchas veces. Seguramente se trata de algo que la Escolanía tiene como corazón de un monasterio benedictino. Los monjes, y todos los cristianos, deberíamos vivir con un punto de nostalgia. No es una nostalgia del pasado (la de “cualquier tiempo pasado fue mejor”), sino, curiosamente, una nostalgia del futuro. Tampoco es una nostalgia triste. Es la nostalgia que viene de la esperanza, de quien sabe que lo mejor de la vida está aún por venir. Es la nostalgia de los jóvenes, de aquellos que tienen toda su vida por delante. Es la nostalgia que nos hace cantar: Veni Domine, Venid Señor, como oiremos en el canto del ofertorio. Ésta debería ser una característica del cristiano: la nostalgia del futuro: del que sabe que lo mejor está aún por venir: del que sabe que vamos al encuentro de Dios.
Bien, voy terminando, porque si no mis alumnos me criticarán y, esta vez, con razón. Otra cosa que intento enseñarles es que la Iglesia es sabia. Por ejemplo, los domingos, en el orden de la misa, coloca al Credo después de la homilía. Esto no es gratuito. Lo hace para que nadie pierda la fe a causa de las palabras del cura. Espero que no sea el caso de hoy, sino que el inicio del Adviento nos ayude a escuchar y velar a este Jesús que es el hijo de Dios y nos ama.
Disculpad las excesivas pinceladas de humor monástico que ha habido en esta homilía. Pero el Adviento nos dice que el Señor viene a nuestro encuentro. Y nosotros sabemos quién es ese Dios: es el niño pequeño, fajado y puesto en un pesebre. Y en su rostro, estemos seguros, tiene dibujada una sonrisa.
Última actualització: 3 enero 2024