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Domingo de Ramos y de Pasión (24 marzo 2024)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (24 de marzo de 2024)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Marcos 14:1-15.47

 

Como un hombre cualquiera…

Impacta, queridos hermanos y hermanas, encontrar, en medio del himno de la carta de San Pablo a Filipenses que hemos escuchado como segunda lectura, esta semblanza de Jesucristo: “como un hombre cualquiera”.

De Dios a esclavo, de Dios a ser un hombre cualquiera, expresión que, al menos en catalán, tiene un deje despectivo. Podemos leer este texto desde su vertiente más teológica, es decir, la de un Dios que desciende y se hace hombre, y que pasando por una vida complicada es finalmente glorificado. Hoy, sin embargo, este domingo de Ramos, quisiera dejarnos inspirar por la dimensión especialmente humana de esta vida, la de Jesús de Nazaret, la de un hombre cualquiera, el cual, movido por lo que era en esencia, Hijo de Dios, vivió hasta el final de la manera más solidaria y compasiva que podamos imaginar.

Nos admiran pues la solidaridad y la compasión de Jesucristo. Esta semana podremos contemplar estas virtudes del Señor y las veremos entre Pasión y Pasión. Entre el domingo de Ramos, y el viernes Santo, la semana Santa avanza con la lectura de la pasión según San Marcos, hoy, y la de San Juan, como cada año, el viernes. El resto de la semana seguimos meditando y orando las últimas horas de la vida de Jesús.

La Pasión de Cristo es la prueba de que esta solidaridad se ha hecho historia concreta. El “se despojó de sí mismo” del himno a los Filipenses”, el “tomando condición de siervo”, el “no retuvo ávidamente el ser igual a Dios”, el ” haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” son teología, palabra sobre Dios, hecha concreta en la vida de Jesucristo.

Podemos entender esta vida de Jesús como solidaridad y profunda compasión. La Pasión es un ejemplo de radicalidad humana. Jesucristo es el “resistente”. Nos muestra hasta dónde puede ir la entrega a Dios de un hombre convencido. Es un ejemplo de libertad ganada por la fidelidad, coherencia y honestidad, resistentes contra todo.

Todo esto hace de Jesús de Nazaret a alguien humanamente solidario. Por mucho Dios que fuera, el himno a los Filipenses nos dice que nada le fue ahorrado como hombre y que todo lo aceptó hasta el final, hasta aquellos castigos y desprecios que nos dirían de alguien que realmente era un hombre cualquiera en el más despectivo de los sentidos.

Más allá de la solidaridad salvadora que Cristo nos ha llevado con todo el ciclo de su vida, de la Encarnación a la Resurrección, existe una compasión profunda en cómo la Pasión nos revela cómo somos las personas humanas. Sí. La liturgia de hoy con el rápido contraste entre las dos actitudes del pueblo, la que aclama y la que crucifica nos dice cómo somos, cómo podemos llegar a ser las personas humanas.

Una forma de amor es no escondernos y decirnos quiénes y cómo somos. Podemos hacer rey hoy a una persona e incluso a una cosa y mañana matarla. Qué actual es esta movilidad de ánimo, ese tipo de hipocresía personal que nos hace inconstantes en nuestros afectos, y cómo nos ayuda a que Cristo nos lo advierta y nos muestre en su propia persona que éste no es el camino.

¿Existe tal vez en esta revelación de nuestra naturaleza algo de sufrimiento personal? Y es que en la palabra compasión, ¿no está incluida la palabra pasión? Cristo se compadece de nosotros porque ha sufrido primero con nosotros.

Pero él nos muestra el camino durante cualquier pasión personal: se mantiene fiel atravesándolo todo: la traición de un discípulo cercano que le entrega, el abandono de los íntimos en la hora más oscura de su oración en Getsemaní, los malos tratos físicos y psíquicos, la negación de quien él había hecho ya la piedra de sus apóstoles… Ciertamente que eso de hacerse obediente hasta la muerte dio para mucho si lo miramos con la lupa de quien contempla el detalle de la vida de Jesús… Había que decir lo suficiente. Y, sin embargo, Jesucristo nunca dijo lo suficiente. De hecho, sólo reproduce en su pasión la misma solidaridad y compasión que Dios había demostrado a su pueblo en la historia, cuando respondía con fidelidad y dando nuevas oportunidades a cada una de las rebeliones de Israel.

La lección que podríamos sacar, por ejemplo, para vosotros escolanes, es que cuando alguien os corrija, pensad que normalmente os quiere. Que puede estar haciendo lo mismo que Dios hace constantemente con nosotros: decirnos que somos mucho mejores que aquello que hemos hecho mal y animarnos a mejorar siempre.

¿Cómo nos sentimos nosotros, hermanos y hermanas frente a la generosidad de Jesucristo? Tan propensos como somos a decirnos generosos y buenos cristianos, y tan fáciles a juzgar, tan difíciles a perdonar y dar todas las oportunidades que hagan falta a nuestros hermanos y hermanas. Pero hasta estas actitudes se hace solidario el Señor y nos las perdona cómo perdonó a Pedro, cómo perdonó incluso a quienes lo crucificaban.

Cuando lo miramos así, es necesario reconocer que somos inmensamente pequeños y con un campo infinito por recorrer en esta vida que querría ser imitación de la de Cristo.

Intentamos aplicarnos el himno a Filipenses a nosotros mismos. Podríamos guardar nuestra igualdad con Dios. Ya sabemos que no somos Dios, pero podríamos encerrarnos en lo que nos eleva, en el orgullo, que a veces tiene su fundamento en características buenas, incluso en dones que Dios nos puede haber hecho. ¡Imaginad, vosotros escolanes, un solista que pensara que lo único importante de su vida fuera su magnífica voz y que eso le hacía superior a los demás! Jesús en este himno nos enseña exactamente a hacer lo contrario, a no quedarnos en superioridad alguna sino a ponernos al nivel de todos. ¡Lo hizo Él, Jesucristo, repito, pasando de Dios a esclavo! Quizás nosotros que sólo tenemos que pasar de hombre a hombre, de mujer a mujer, y ponernos en el mismo sitio que los demás, no lo tenemos tan difícil.

Espero que siendo para todos la palabra solidaridad, reflejo de una actitud habitual en vuestra vida, sepamos en primer lugar hacerla muy concreta. El mundo está lleno de necesidades, el mundo necesita personas que se pongan al nivel del sufrimiento, empáticas. No quiero volver a hacer la lista de los dramas nacionales e internacionales. Ved a vuestro alrededor. coged un diario. Escuchad. Vivamos entonces esta solidaridad como una forma de ser cristianos, de ser imitadores de Cristo. Démosle a esta compasión, que es un nombre del amor, la profundidad de la fe para que la practiquemos en nombre de Cristo y el futuro de la esperanza, porque él mismo nos dice: todo esto que hacíais a un hermano mío, por pequeño que fuera, le será tenido en cuenta en el Reino de los Cielos.

El himno en Filipenses es hoy totalmente válido porque atestigua la profundidad de la vida de Jesús. Este himno, ese “no guardarse su igualdad con Dios, sino haberse hecho nada, hasta tomar la condición de esclavo, hacerse igual a los hombres y empezó a considerarse como un hombre cualquiera” lo practicó Jesús siempre y a nosotros nos han quedado ejemplos en todos los evangelios. Por eso podemos acercarnos a Él.

Sólo llegaremos a ser como Él al final de todo de la vida, y lo seremos finalmente por su solidaridad y compasión incondicionales. La eucaristía, celebrada en la liturgia de hoy, que ha comenzado con la conmemoración de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y ha continuado con el relato trágico de su Pasión, nos dice que la muerte no tiene la palabra final y que Él, en su solidaridad extrema ha querido estar con el pan y el vino, transformados en su cuerpo y su sangre, recuerdo de su resurrección, presencia perpetua entre nosotros, garantía de su regreso para alimentar aquí y ahora la nuestra fe, nuestra caridad y nuestra esperanza.

 

 

Última actualització: 25 marzo 2024