Domingo de Ramos y de Pasión (2 de abril de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de abril de 2023)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Mateu 26:14-27.66

 

¿Quién es éste? Una vez más, queridas hermanas y hermanos, hemos visto que la forma de hacer de Jesús de Nazaret, provocaba la pregunta “¿Quién es éste?” que cerraba la descripción de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que hemos leído en el evangelio fuera en la plaza, antes de empezar la procesión.

Los evangelios nos han dejado el testimonio de la admiración, del interés, de la curiosidad de los primeros discípulos y de otros contemporáneos, que ante hechos extraordinarios se preguntaban cómo encajaba aquel “profeta, Jesús de Nazaret” en las categorías con las cuales ellos solían calificar a los hombres, los rabinos e incluso los propios profetas. La respuesta es muy fácil: sencillamente, no encajaba: Jesús no encajaba en ningún sitio. Había que buscar y preguntarse más, era necesario ir un poco más allá, forzar la tradición. La pregunta: “¿Quién es éste?” surge sobre todo cuando Jesucristo hace cosas que corresponden a Dios: perdona los pecados, se manifiesta con poder sobre el viento y el mal mar, o como hoy, toma el lugar de aquel salvador esperado y predicho por el profeta Zacarías: “Digan a la ciudad de Sión: Mira, tu rey hace humildemente su entrada, montado, en un pollino, hijo de un animal de carga”, un salvador al que el pueblo recibe con estos “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en lo alto del cielo»

Parecía que finalmente la categoría de ese Mesías salvador era la buena. Lo leíamos durante la Cuaresma en la boca de la mujer Samaritana: “¿No será el Mesías que esperábamos?” No nos hacemos ilusiones: Él mismo nos lo ha dicho en la lectura de la Pasión: “Esta noche todos tendrán de mí un desengaño”. Él es el Rey que entra en Jerusalén y es el delincuente que fallecido crucificado. Si el nombre de Mesías le iba bien, no es en el sentido en que lo esperaba el pueblo de Israel. Ni siquiera este nombre, tal y como era tradicionalmente entendido le corresponde, por eso San Pablo podrá decir después con acierto: «Nosotros predicamos un Mesías crucificado, que es un escándalo para los judíos».

No creo que encontráramos una mejor entrada en esta Semana Santa que hacernos la pregunta “¿Quién es éste?” como una invitación a profundizar en nuestro conocimiento de Jesucristo. A todos, los que estáis aquí, y seguramente participarán en todas las celebraciones, a todos los que nos sigan desde casa, a los que quizás sólo asistan o se conecten por la misa de hoy, domingo de Ramos, les invito a preguntaros desde vuestra vida, desde vuestra experiencia cristiana, en el estado en el que esté, incluso si está en los márgenes de la fe, a preguntaros: «¿Quién es éste?», y a intentar escuchar la palabra y la liturgia de esta Semana Santa y Pascua. El testimonio cristiano tiene su origen en la narración de lo que empezamos a conmemorar hoy, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Si éste es el núcleo de nuestra fe, deberá ser también aquel que mejor nos responda sobre la identidad de quien está en el centro.

Intentaré acercarme a Jesús y a los distintos escenarios de estos días, viendo lo que nos dice la tensión que se palpa en todo lo que va pasando. En catalán, uno de los significados de la palabra tensión es el de expectación.

Un primer testimonio muy básico de esta tensión lo encontramos en el uso de la palabra deprisa, a continuación, al instante. Algunas cosas ocurren enseguida, deprisa. Los discípulos van enseguida a buscar la burra y el pollino y también prometen que lo devolverán enseguida. El gallo también canta enseguida, al instante. A Jesús en la cruz le traen también enseguida el vinagre para beber. Todo esto que ocurre nos afecta ya, hoy, no podemos dejarlo para mañana, no podemos relativizarlo.

En el relato de la Pasión y en todo el Evangelio, una de las formas en las que Jesucristo se revela es precisamente mediante la tensión y la expectación que se crea en torno a él. Es una tensión que se produce entre los dos extremos que hoy nos han relatado: ser Rey, ser Mesías, tener un dominio de la situación similar al de Dios y al mismo tiempo manifestársenos como totalmente sometido a la realidad, a una realidad que puede ser tan adversa que le lleve a ser ejecutado.

Esta tensión se va manifestando: entre Él y el Padre de forma extrema en el huerto de Getsemaní, en el interrogatorio de Pilato, en lo alto de la Cruz. La humanidad es llevada al extremo. ¿Cómo podría ser de otra forma, si esta humanidad de Jesús de Nazaret contiene sin embargo la divinidad de Dios con toda su exigencia?

Pensando en los más jóvenes, me gustó un detalle que vi hace unos días en un icono que representaba la entrada de Jesús en Jerusalén: había un niño pequeño que le daba una hoja al burro que montaba Jesús. Pensé, es una forma de hacer participar a todo el mundo.

Todo esto que estoy diciendo lo podéis entender bien también vosotros escolanes si comparamos los dos cantos de hoy. El de la procesión, en el que todo era alegría “Hosanna, bendito el que viene” y lo que cantaremos en el canto de comunión: Mis manos y mis pies han agujereado, puedo contar todos mis huesos”. ¿No veis clara la diferencia? ¿Incluso musicalmente? ¡y no ha pasado ni una hora de celebración! La diferencia entre estos dos momentos y todo lo que significan es lo que mantiene viva toda la historia de los últimos días de Jesús de Nazaret. La historia de la Pasión es para todos.

La tensión se nos manifiesta más real cuando no sólo la vemos como algo propio y que define a Jesús, sino que también afecta a sus relaciones con los discípulos. Pensamos en la tensión entre la buena voluntad de permanecer fieles y orando junto al maestro y el sueño de los discípulos en el huerto de Getsemaní y cómo finalmente se impone el sueño. Pensamos en la tensión de las contradicciones de San Pedro durante las negaciones que también se imponen y pensamos en la tensión terrible en el corazón de Judas que le lleva al suicidio. Si algo tiene todo esto de consolador es que tanto los discípulos como Judas, que también fue un discípulo, no aparecen como héroes sino como humanos muy frágiles. Uno de ellos tan frágil que no pudo superar el peso de su propia realidad, porque es incapaz de perdonarse y de dejarse perdonar.

También nosotros como los discípulos vivimos la tensión de seguir a Jesucristo en nuestro día a día. Por un lado, nos llama Dios como si nos estirara, por el otro debemos aceptar nuestros límites, las dificultades. Tantas veces nos llegan testimonios y noticias de personas que como Judas caen en los pozos de la depresión, del malestar personal respecto a la propia identidad cada vez más influida por modelos totalmente ficticios impuestos por estereotipos que persiguen hacer a todos dependientes de las modas y del consumo que siempre tiene asociado. Las enfermedades mentales, los intentos de suicidios de menores, hasta cuatro diarios en Catalunya según algún estudio, no pueden dejarnos indiferentes. Colocados en la tensión de este mundo que produce tantas barbaridades, deberíamos situarnos en el lado de Dios y estirar con Él hacia esta cultura de la atracción de Dios por la vida, por la felicidad y por el amor a cada uno tal y como es. No es fácil, pero lo tenemos al lado y de ejemplo.

Porque: ¿Cómo persistió Jesucristo? Confiando en Dios. Con la fe de que, detrás de todo, Dios siempre tiene la última palabra. La actitud del profeta Isaías que hemos leído en la primera lectura avanzaba la actitud de Jesús, pero también nos ayuda a nosotros y en cuatro frases, nos hace evidente que, en la tensión de la vida, escuchar al Señor es siempre la mejor garantía:

«Dios Me abre el oído para que escuche como un discípulo»

«Dios me ha dado una lengua de maestro para sostener a los cansados»

«No he escondido la cara ante las ofensas»

«El Señor Dios me ayuda por eso no me doy por vencido.»

Ojalá pudiéramos reproducirlas en cada una de nuestras vidas.

En la celebración de este domingo de Ramos, domingo de Pasión, pese al contraste entre apoteosis y tragedia, celebramos la eucaristía, el recuerdo de la resurrección, el fin de la historia, la resolución de la tensión. Teniéndolo bien presente, no desperdiciemos la pedagogía con la que la liturgia en esta Semana Santa nos va acercando hacia el momento del que brota todo el sentido de nuestra fe y que nos revelará del todo Quién es ese que celebramos.

Abadia de MontserratDomingo de Ramos y de Pasión (2 de abril de 2023)

Domingo de Ramos y de Pasión (10 de abril de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (10 de abril de 2022)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Lucas 22:14-23.56

 

Bien podríamos decir, queridas hermanas y hermanos, de la misa de hoy que es la celebración de los contrastes. En una sola liturgia de la Palabra, en el devenir del evangelio leído antes de la procesión, de las dos lecturas y de la lectura de la Pasión, hemos pasado de proclamar a Jesús como Mesías a dejarlo solo en un sepulcro. En la narración de la vida de Jesús de Nazaret encontramos a menudo este contraste, necesario para explicar algo difícil: ¿quién es Él? Las lecturas de hoy nos lo quieren decir en tres momentos:

El primer momento nos remite a Navidad. ¿A Navidad? ¿Hoy? Sí. Fijémonos en un detalle que sólo leemos este año, que la liturgia nos propone en la versión de San Lucas. Entre los gritos que acompañaron la entrada a Jerusalén, hemos escuchado: “Paz en el cielo y Gloria en las alturas”. ¿No os suena a Navidad? Sí. Es una frase muy parecida a la que decían los ángeles en el anuncio a los pastores: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra”. Jesús es la presencia absoluta de Dios en una persona humana, su Encarnación y éste es el mensaje de Navidad. Nada de lo que ocurrirá a partir de ahora puede hacernos olvidar ante quienes estamos realmente.

El segundo momento tiene un contexto más histórico. Explica la continuidad que existe entre este Jesús, en el que Dios que se ha hecho hombre, y el Mesías, el ungido, Cristo, el esperado de Israel, que entra en la ciudad real de Jerusalén, cumpliendo las profecías del Antiguo Testamento, como hemos recordado en este momento entrañable de la bendición de los ramos y de la procesión. Si le confesamos como Hijo de Dios lo confesamos también como Mesías. Un título más fácil de aceptar por sus contemporáneos, que estaban plenamente familiarizados con la figura de este Ungido, Hijo de David, que debía venir a salvar al pueblo.

El tercer momento es el de la gran ruptura. Jesús se separa de la identificación de sus contemporáneos con todo lo que esperaban del Mesías. Lo rompe y es aquí donde está la gran novedad. En su Pasión nos dice quién es. Nos dice que por el mismo título por el que es aclamado cuando entra en Jerusalén: Rey de los judíos, es crucificado y dejado solo en un sepulcro: a la espera, que es donde nos deja la liturgia de la Palabra de hoy: esperando.

¿Cómo es posible que un Dios y un Mesías acaben tan mal?

Precisamente porque Dios se revela en Jesucristo, una parte importante de su mensaje, de su evangelio, es proclamar que su mesianismo debe entenderse de manera diferente. No renunciamos a nada de su mesianidad, de su carácter absoluto como Hijo de Dios bajado y hecho hombre, como la segunda lectura nos presentaba, pero necesitamos reconocer al mismo tiempo, que, en el relato de la pasión, este Jesús nos transforma la idea de ser rey, la idea de poder, la propia idea de Dios.

Es un Dios y un Mesías que se deja torturar, sin ejército, con tan débiles seguidores, tan poco líder, diríamos hoy. Él nos enseña que nuestro Dios más que en títulos se hace totalmente presente en un hombre que destaca por tres virtudes:

  • la humildad, visible en tantos momentos de su vida;
  • la coherencia y la resistencia en la proclamación de su mensaje ante todos los demás poderes de este mundo, hasta la muerte si es necesario;
  • la comunión llena de misericordia con toda la debilidad humana que encontramos en tantos y tantos otros ejemplos del evangelio, y que hemos escuchado en el relato de la pasión de una manera especial en el ladrón crucificado a su lado y perdonado, en las mujeres de Jerusalén que lloran, e insuperablemente en su perdón desde la cruz a quienes le estaban crucificando.

¿Y a nosotros? ¿Qué nos enseña este contraste que nos hace capaces, en tanto que humanidad, un día proclamar a Jesús como Mesías, y al cabo de cinco días, crucificarlo? No nos engañemos: lo que hemos leído no es sólo una historia de aquel tiempo que debemos mirar desde lejos. Así como nosotros podemos pensar que nunca lo haríamos, que no seríamos capaces, también podría ser que todos los que le aclamaban el domingo, no imaginaran que gritarían: crucificarlo, crucificarlo, el viernes.

Poco vale decir que se confundían. Que pusieron las expectativas en una persona equivocada. Quizás algunos sí, pero no todos. No excusemos tan fácilmente nuestra capacidad de cambiar, de dejarnos arrastrar. Los dramas y los conflictos de todo tipo presentes en el mundo son una prueba irrefutable.

También el evangelio de la entrada en Jerusalén nos ha hablado de sus «adictos», por tanto, una parte de la aclamación no era a un personaje desconocido, sino a un predicador y profeta que ya había predicado un mensaje renovador. La actitud de los fariseos nos lo confirma. Ellos eran los verdaderamente asustados en aquella aclamación que consagraba una manera de comprender a Dios diferente a la suya. La petición de los fariseos a Jesús es otro detalle propio del evangelio de Lucas: diles a tus seguidores que se callen. La respuesta de Jesús le coloca nuevamente en su lugar absoluto: “si estos callaran, gritarían las piedras”. Si algo no se cuestiona es quién es él. Esto no depende en absoluto de lo griten o dejen de gritar los demás.

Esta idea la comprenderéis bien con un ejemplo (Esto, los escolanes lo entenderán muy bien). Hoy muchas personas se consideran importantes si tienen muchos seguidores, que tu fama dependa de tus fans, de tus likes, de tus suscriptores es propio de youtubers, de influencias, de telepredicadores y de tantos personajes de feria que nos invaden constantemente. Pero Jesús a pesar de ser un “influencer”, seguro que lo más importante de la historia, no depende ni siquiera de la opinión de sus seguidores. Le gusta tener seguidores, claro que sí, pero es libre incluso respecto a ellos. Jesús de Nazaret fundamenta todo su mensaje en su persona y su persona se fundamenta en Dios mismo. De lo contrario, sería imposible la propuesta de vida, cada día más contracultural que nos hace. A diferencia de tantos personajes no esconde el dolor que sufrió hasta el punto que le cantamos, como haréis en el ofertorio con la capella, con las palabras del profeta Jeremías: Oh vos omnes qui transitis per viam…, oh todos vosotros que camináis por el camino, paraos y mirad si hay un dolor parecido al dolor que me aflige. ¿Qué Dios ha sido capaz de decir algo así?

El domingo de Ramos es por su contraste entre grandeza y humildad, entre la gloria y la cruz, un toque de atención, queridos hermanos y hermanas, a nuestras contradicciones y ambigüedades y un llamamiento a estas actitudes básicas de Jesús que el relato de la Pasión nos va revelando, y entre las que os recordaba, la humildad, la coherencia y la misericordia.

A pesar de haber dicho que la liturgia de la Palabra nos dejaba en la puerta de un sepulcro esperando. Nuestra celebración no termina aquí. Sigue recordando al Jesús vencedor, presente en el pan y en el vino, los dones de la Pascua. Entremos en este misterio, más que nunca en este inicio de la Semana Santa

Abadia de MontserratDomingo de Ramos y de Pasión (10 de abril de 2022)

Domingo de Ramos y de Pasión (28 de marzo de 2021)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (28 de marzo de 2021)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Marcos:1-15.47

 

¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? preguntan los discípulos a Jesús. Y él, hermanos y hermanas, tal como hemos oído, les da las indicaciones pertinentes. Se trataba de celebrar la Pascua que actualizaba la liberación de la esclavitud de Egipto y la alianza que, en el Sinaí, Dios había hecho con Moisés a favor de todo el pueblo. Esta cena, además, renovaba la esperanza en la venida del Mesías. Una vez en la mesa, pero, y a medida que se iba desarrollando la comida, los discípulos descubren que la intención de Jesús era dar una dimensión nueva a aquella cena, darle un carácter profético y sacramental a través de la Eucaristía que los dejaba.

Aquel, nos decía el evangelista san Marcos, era el día en que se sacrificaba el cordero pascual. Esto nos ayuda a entender esta dimensión nueva; en aquella cena, Jesús celebraba la pascua de otro modo, no sólo comiendo el cordero y el pan sin levadura. Él también era el cordero pascual. Más aún, él era el cordero perfecto y auténtico. En su persona se hacía realidad lo que anunciaba la celebración de la pascua de Israel. La cena con los discípulos era la anticipación sacramental y profética de su pascua definitiva que pocas horas después viviría de una manera cruenta en la cruz. El evangelista nos ha ido presentado los diversos momentos de la inmolación de este cordero que era Jesús: la angustia ante el sufrimiento y la muerte, la pena de ser traicionado por uno de los suyos, las acusaciones injustas ante las que él callaba, sin dar respuesta, un dolor corporal terrible, la aflicción íntima por los insultos y el trato violento, la soledad del corazón al no tener el calor amistoso de los discípulos que han huido y una oscuridad espiritual indecible debido a no sentir la presencia amorosa del Padre. Todo termina con un gran grito, hermanado con todas las angustias y con todos los clamores de la humanidad, y con la muerte. En medio de la oscura interior y de la negra nube que cubrió el Calvario, sin embargo, Dios estaba a pesar de su aparente ausencia. Y, de manera paradójica, se daba a la humanidad para liberarla, para abrirle un camino de vida plena. Comenzaba un mundo nuevo. El templo de piedra de Jerusalén dejaba su función y era relevado por un Templo no hecho por manos de hombre; es decir por Jesús mismo que ofrece un acceso libre a Dios a judíos y paganos, a la humanidad entera, a través de su persona. Vemos un ejemplo de esto en el centurión pagano que, al presenciar la forma en que Jesús expiraba, lo reconoce como hijo de Dios. Ya en la cruz, pues, se empieza a hacer realidad lo que Jesús había dicho al gran sacerdote: veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso.

¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Después de haber escuchado el relato de la pasión y de saber que Jesús la vivió por amor a la humanidad y a cada uno de sus miembros, deberíamos personalizar la pregunta de los discípulos y hacérnoslo nuestra: ¿cómo quieres que te preparemos la pascua de este año en nuestro interior? Porque la podemos vivir con una actitud hostil hacia Jesús y su Evangelio como los grandes sacerdotes, los escribas, los soldados o la gente que pasaba moviendo la cabeza con aires de mofa. La podemos vivir desde la indiferencia como Pilato y tantos otros. La podemos vivir dejándolo solo y traicionando su amistad después de haber puesto la esperanza en él y, tal vez, de haberla perdido, como Judas. La podemos vivir desde la debilidad y la negación como Pedro; sabiendo, sin embargo, que si hay compunción el perdón es posible. La podemos vivir con compasión ante aquel hombre desnudo, humillado y sufriente que es Jesús dejándonos cuestionar por su muerte, como el centurión. La podemos vivir, todavía, con piedad y dolor en el corazón, meditando todo lo que esta pasión significa, como María la madre de Jesús (cf. Lc 2, 19.33-35). Sí, preguntémonos cómo queremos vivir la semana santa y la pascua de este año.

La pasión de Jesús nos abre una puerta a la esperanza y nos libera de la levadura de la corrupción del pecado. Porque destruyendo el pecado hace posible una vida nueva de santidad según el Evangelio. La cruz de Jesús nos abre una puerta a la esperanza ante el dolor y la muerte, que con la pandemia se han vuelto más vivos y más angustiantes que nunca en estos últimos años. La muerte de Jesús, el Hijo de Dios, nos enseña que no debemos temer que todo acabe para siempre, que más allá del sufrimiento y de los límites de la miseria terrenal, la muerte ha empezado a ser definitivamente vencida gracias a Jesucristo, a su sangre derramada libremente que nos posibilita la vida para siempre. En él se ilumina el enigma del dolor y de la muerte. En él la realidad humana en su conjunto y el misterio de cada persona en particular encuentran una dimensión nueva. Cualquiera puede asociarse al misterio de Jesucristo por los caminos que el Espíritu Santo abre en el interior de cada ser humano, incluso en los que no son cristianos (cf. Gaudium et spes, 18 y 22). Porque por la sangre de su cruz Jesucristo ha puesto la paz en todo lo que hay, tanto en la tierra como en el cielo, y Dios ha reconciliado todas las cosas (Col 1, 20).

Hermanos y hermanas: Hemos escuchado con respeto y con consternación el relato de la pasión y la muerte de Jesús. Hemos acogido con fe y con agradecimiento el don que supone a favor nuestro y de toda la humanidad. Tal como decía el evangelista al inicio de la narración de la pasión, el don que libremente Jesús ha hecho de su vida en la cruz nos es comunicado por el sacramento de la eucaristía. Él lo actualiza, este don sacrificial, para perdonarnos y darnos vida, para vincular nuestros sufrimientos a su pasión y para anticiparnos a la comida eterna del Reino. La Eucaristía es prenda de la superación para siempre del dolor y de la muerte. ¡Esta es la fuente de nuestra esperanza!

Abadia de MontserratDomingo de Ramos y de Pasión (28 de marzo de 2021)