Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (7 de septiembre de 2024)
1 Corintios 4:6-9 / Lucas 6:1-5
Queridos hermanos y hermanas, tal y como os he dicho al principio, la acogida que debemos a nuestros hermanos abades y monjes de todo el mundo presentes hoy aquí, me llevan a hacer una homilía algo multilingüe.
Per ducatum evangelii: Dios nos desafía a todos a caminar en el evangelio. A los abades, como dirá la oración colecta de hoy, se nos pide que “con obras y palabras conduzcamos a nuestros hermanos por los caminos del Evangelio”: esto significa dar testimonio de Cristo, de su vida y de sus enseñanzas. Una vida, la vida de Jesús de Nazaret, que fue la de la encarnación del Verbo de Dios, pero que no dejó de ser profundamente humana, abrazó toda la fragilidad del hombre para salvarla. Es hermoso que nuestra elección de vida monástica tenga sus raíces en esta llamada común de todos los bautizados. Los monjes, sin embargo, entre nuestros hermanos y hermanas cristianos, buscamos esto cara a cara con Dios, y escuchando su voz y siguiendo el llamado a vivir en comunidad, trabajamos, buscamos dominarnos a nosotros mismos, a nuestras pasiones, a nuestros pensamientos, leemos, oramos.
Los monjes intentamos vivir en presencia de Dios, siguiendo una llamada que nos conduce a Cristo. El silencio, el tiempo del monasterio, la repetición son elementos muy alternativos a la cultura actual pero que nosotros afirmamos plenamente válidos, especialmente porque no nos los damos nosotros a nosotros mismos, sino que los recibimos de Dios y de una tradición que los ha confirmado durante quince siglos y en cualquier lugar y cultura del mundo.
El P. Abad Ignasi M. nos decía que entendía antes de ayer, en el momento de su elección, que entendía su bendición como el último de una serie de eventos de estos últimos días, y lo calificaba de mistagógico. Esto significa que quiere enseñar algo. Todos los que le hemos tenido por profesor, sabemos que nuestro abad presidente defiende que la liturgia se explica ella misma, que no hace falta hacer explicación de la explicación. Quizá por eso hoy la mejor homilía sería deciros que, ya que estamos en una eucaristía que quiere contar algo especial y diferente, estuviera atentos.
Si lo hubiéramos planificado mucho, el último día que habríamos escogido para hacer una celebración como ésta habría sido hoy: el día que inauguramos la celebración del Milenario, entre esta noche y mañana por la mañana. ¡Y aprovecho para agradecer la presencia de la Schola Cantorum, que una vez más hace un esfuerzo para acompañarnos con su canto!
Decía que, con un poco de planificación cuidadosa, hoy, inauguración del Milenario de la fundación del monasterio, no hubiera sido el día elegido para llevar a cabo esta bendición. Pero nada, absolutamente nada podría explicar mejor esta bendición de la abadía que celebrarla con todos los abades y monjes, casi un centenar, que durante diez días celebraron nuestro Capítulo General. Vuestra presencia, todavía hoy en Montserrat, hace visible a toda nuestra Familia Sublacense Cassinesa y, orando juntos por el Padre Abad Ignasi María, da a esta Eucaristía una fuerza y un significado que ninguna preparación larga y minuciosa podría haber sustituido. Este coro monástico lleno de hermanos, procedentes de naciones de los cinco continentes, representa la fuerza del carisma benedictino capaz de arraigarse en cualquier lengua y cultura, y que, con carencias o débil en las realidades individuales, se muestra potente y fuerte en su conjunto.
Pero es sobre Aquel que debe ser bendecido que oramos. Oramos para que Dios le dé su Espíritu con sus dones y lo llene de sus virtudes. Para que pueda acercarse a esa utopía de liderazgo y autoridad descrita en la Regla de Nuestro Padre San Benito.
La oración de bendición recupera algunas de las ideas más desafiantes dadas al abad:
¡Qué cosa tan ardua no acepta gobernar las almas y adaptarse a muchas formas de ser; y ser consciente de que su deber es ayudar, más que mandar. Que no anteponga nada a Cristo y enseñe que nada debe anteponerse a él.
Y añadiría, con el permiso de la liturgia, aquella frase del capítulo, en la que san Benito llega a una comprensión sencilla pero profunda de la autoridad sobre una comunidad humana: “Que tenga plena conciencia de haber asumido la tarea de cuidar de las almas enfermas y no una tiranía sobre las almas sanas (RB 27)”
Todos los que conocemos un poco la Regla de San Benito sabemos que nuestro Padre en la vida monástica fue un auténtico intérprete del Evangelio de hoy. A pesar de ser el gran legislador de la vida monástica en Occidente, siempre tuvo ante sus ojos que prevaleciera la humanidad y el respeto a la debilidad humana. Encontramos en él la flexibilidad del legislador que es lo suficientemente humilde como para dejar que cada uno que venga después adapte todo lo que sea necesario, salvo lo esencial. Como decía el P. Adalberto de Vogüe, en San Benito: “La Regla se esfuma ante el Abad”.
Ahora es el momento, querido P. Ignasi M., como abad, de pasar de la teoría a la práctica. Después de muchos años de estrecha convivencia y colaboración con varios abades, de haber conocidos a muchos, de haber reflexionado y escrito, ya no podrás decir más que hablas del Abad y de su función, como has hecho delante de mucha gente durante años, sin serlo. Pero todo esto está en tu insustituible bagaje personal. De la teoría a la práctica, pero también de la práctica a la teoría, porque tu enseñanza se enriquecerá aún más por todo lo que Dios te hará vivir, de un extremo a otro de la tierra.
Que Dios conceda por tu servicio, que todos los monasterios de la Congregación avancemos por los caminos del Evangelio, para testimoniar a Jesucristo, el Salvador, que nació de María Virgen y que es la Luz que ilumina todo el mundo.
Última actualització: 15 septiembre 2024