Beatos Mártires de Montserrat (13 de octubre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (13 de octubre de 2022)

Primer aniversario de la Bendición Abacial

Isaías 25:6a.7-9 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Juan 15:18-21

 

Aunque no nos guste demasiado, los conflictos, queridas hermanas y hermanos, están presentes en nuestro entorno, en nuestra vida, en nuestro mundo. Debemos creer que todos preferiríamos un escenario donde todo se arreglara pacíficamente, con diálogo, donde prevalecieran los intereses que incluyen el mayor bien para el mayor número de personas y donde no hiciera falta recurrir a ningún tipo de violencia para solucionar los dilemas y las opciones que se nos van proponiendo. Este panorama, aunque utópico, ha sido un constante anhelo humano que ha recibido muchos nombres. En la tradición cristiana, esta utopía podríamos decir que es una suerte de aplicación social del Reino de Dios, del cielo o del paraíso, de ese estado donde Dios será todo en todos.

Pero la realidad se impone de otra manera. La Sagrada Escritura con su pedagogía ya nos habla de los primeros conflictos en cuanto están el primer y el segundo ser humano en la tierra, Adán y Eva. Estos conflictos se convierten en violentos y mortales entre el tercero y el cuarto hombre; Caín y Abel. Estaríamos un poco tentados de decir: y desde entonces hasta hoy… ¿qué ha cambiado? Han cambiado los sistemas de dañar, cada vez más refinados; quizás incluso ha cambiado la valoración de la vida humana que tantas veces nos parece que cuente tan poco, siempre que la vida en cuestión no pertenezca a nuestro primer mundo y tenga un cierto status, donde entonces puede llegar a ser venerada.

Pero el Antiguo Testamento no empieza con este pesimismo. El libro del Génesis habla de una creación armónica, querida por Dios y que se mantiene siempre como una posibilidad de regreso a ese Reino del que nos alejamos tantas veces personal y colectivamente. Podríamos pensar que la paz que emana de la creación de Dios y la guerra que viene de nosotros caminan paralelamente, al mismo nivel. Nunca lo han hecho. Dios siempre ha sido más fuerte que el mal, aunque cueste verlo. Muy especialmente nos lo ha dicho definitivamente en Jesucristo de quien decimos que es, príncipe de Paz, y que ha vencido al mal, al pecado y a la muerte.

Este esquema sencillo que intento explicar se repite a menudo en la historia y es triste que hoy tengamos que constatarlo todavía en muchos conflictos bélicos, pero también en tantas peleas internas de cada casa. ¿Os imagináis un mundo sin guerras, una Escolanía sin ninguna pelea? ¡Qué tranquilidad! Para conseguirlo, la primera lucha que debemos emprender es la propia: la de cada uno consigo mismo, con su fidelidad al bien, a la paz, a Dios. Cuántas cosas empiezan por la tozuda inmadurez que se rebela en nuestro interior contra los mejores deseos.

Y esta es la pregunta que las lecturas y la Fiesta de hoy, de los Santos Mártires de Montserrat nos hacen de forma intensa: ¿cómo nos situamos personalmente ante los conflictos? ¿Cuál puede ser la enseñanza de los mártires para nosotros?

Ante todo, la cordura. Utilizando todas nuestras capacidades que son reflejo de la bondad y sabiduría de Dios en su Creación, que nos incluye a nosotros. Somos conscientes de la complejidad del mundo en el que vivimos. La mayoría de los monjes de Montserrat en 1936 lo hicieron e intentaron salvar su vida. Muchos lo consiguieron y por eso estamos nosotros aquí. Es nuestra responsabilidad comprender bien los porqués de las situaciones, ya que así nos será más fácil encontrar en el ámbito de cada uno soluciones sencillas que preparen el Reino de Dios. Sí, porque el Reino de Dios se prepara a menudo con actitudes simples.

A los escolanes le diría que miraseis a vuestro alrededor y no acabarais siempre con las excusas de que la culpa es de los demás o que esto siempre se ha hecho así, aunque esté mal. Debéis ser capaces de poder cambiar cosas. Si lo podéis hacer ahora, puede que os preparéis para cambiar otras más importantes en la vida.

En segundo lugar, a menudo los horizontes racionales, históricos, todos los que pertenecen a las visiones humanas se agotan. Nos queda entonces la fe. La fe como fundamento, sabiendo que Dios es mayor que nosotros. Nosotros nos hemos acercado a la montaña que es Jesucristo. Entendamos todos, también vosotros escolanes, qué significa amar a Dios y a los hermanos. La fe nos hace confesar que Dios prevalece sobre el resto. Que hay un horizonte trascendente en el que todo es posible.

Las lecturas de hoy hablan de ese horizonte del más allá, de ese Reino de Dios, como de una montaña donde todos estamos llamados. La fiesta de hoy, que hace sólo ocho años que se celebra, desde el año siguiente a la beatificación de los mártires, el 13 de octubre del año 2013, recuerda a los monjes que fueron muertos durante los primeros meses de la Guerra, llamada Civil, en 1936 y 1937. Al elegir las lecturas, se quiso que las montañas bíblicas que aparecen nos evocaran nuestra montaña de Montserrat en la que ellos, estos monjes mártires, fueron llamados para vivir una vida monástica, que quería ser fiel a ese Reino de Dios. Una vida que no podía imaginar los conflictos que debería enfrentarse. El evangelio de San Juan que hemos leído se entiende por completo si pensamos en aquellos que, llevados por el odio estructural del momento histórico, que se apoderó de tantas mentes y de tantas voluntades, no dudaron en perseguir y en matar a otros hombres por pertenecer a la Iglesia, ser monjes, ser cristianos.

Mártir significa testigo, significa proclamar la verdad. El testimonio más importante que debemos dar los cristianos es el de nuestra fe. El de afirmar que creemos en Dios, en el Padre, en Jesucristo en el Espíritu Santo. Nuestros hermanos mártires atestiguaron de una forma muy sencilla, sin grandes confesiones, siendo lo que eran, fortalecidos por una situación que les acercó aún más a Jesús y a la donación de sus vidas que habían hecho con la profesión monástica. En ese momento tuvieron seguramente la convicción que expresó el P. Robert Grau, prior del monasterio:

Debemos creer que el poder y la sabiduría de nuestro Padre celestial nunca son tan manifiestos como cuando saca bien del mal. (…) Así lo hará Él en estas horas terribles de prueba, ciertamente, pero al fin (horas) de misericordia suya, si vivimos nuestra fe y nuestra confianza absoluta en Él (…).

En tercer lugar, recordemos que lo de los mártires no es sólo historia. Aún lo tenemos cerca. Incluso los escolanes de cuarto estuvisteis hace cuatro años, justo cuando llegasteis, al funeral del P. Alexandre Olivar, que había entrado en el monasterio antes de la guerra y que era compañero de algunos monjes muertos mártires a los dieciocho años. También hoy muchas personas siguen dando su vida porque son cristianos. Fui este año a una celebración donde se recordaba a personas fallecidas recientemente por causa de la fe, aún no reconocidas como beatos o santos de la Iglesia. Me sorprendió que había muchos testimonios diferentes, desde los asesinatos sin más razón que el odio al cristianismo, a aquellos a quienes se les consideraba testigos de la caridad porque habían arriesgado la vida cuidando a enfermos o pobres y necesitados.

Los mártires de la historia nos enseñan el camino que debemos tomar hoy ante la injusticia, la guerra, la pobreza, fieles siempre al Evangelio de Jesucristo con todas sus consecuencias. Sólo Jesucristo y este Evangelio pueden pedirnos un testimonio total y radical. Veneraremos a nuestros hermanos mártires de Montserrat, sus reliquias, en este relicario que como una gavilla nos los recuerda intensamente en esta eucaristía, porque ellos fueron testigos en sus circunstancias tan especiales y les pedimos su intercesión para poder serlo también nosotros.

 

Abadia de MontserratBeatos Mártires de Montserrat (13 de octubre de 2022)

La Natividad de la Virgen (8 de septiembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (8 de septiembre de 2022)

Miqueas 5:1-4a / Romanos 8:28-30 / Mateo 1:1-16.18-23

 

Seguro que todos os babéis dado cuenta, queridos hermanos y hermanas, queridos escolanes, que las lecturas de hoy suenan a Navidad. Celebramos el nacimiento de la Virgen María, de Santa María, pero lo hacemos hablando de Navidad, es decir del nacimiento de Jesucristo. Todas las fiestas litúrgicas de la Virgen María que, durante el año, conmemoran su Natividad, hoy ocho de septiembre; la Inmaculada Concepción, el ocho de diciembre; su Maternidad sobre toda la Iglesia, el primero de enero; y, finalmente, su asunción al cielo, que celebrábamos hace tres semanas el quince de agosto, son todas ellas fiestas que sólo se comprenden si las ponemos en relación con Jesucristo.

Mostrarnos a Jesucristo debería ser siempre el fin de una fiesta mariana. Cada día en la Salve rezamos que la Virgen María nos muestre a Jesucristo. Quizás por eso no es tan extraño que, para celebrar a Santa María, hablemos de Cristo, del Señor. Casualmente, mientras preparaba esta homilía recibí un wassupp de un amigo que vive en Dallas, en Texas, en Estados Unidos. Allí son mucho más normales que aquí los mensajes cristianos en público: en carteles por las calles, detrás de los camiones… Aquí sorprenderían un poco. Este amigo me los envía muy a menudo. Lo que recibí mientras preparaba esta homilía era un cartel junto a una carretera que decía It’s all about Jesus. Todo va sobre Jesús. En nuestra fe, finalmente todo debe ir sobre Jesús y su evangelio. También el recuerdo de la Virgen María.

Hoy celebramos la natividad de la Virgen María. Celebrar un nacimiento es algo muy humano. El nacimiento nos coloca en una familia, en una tradición, llevamos un nombre que nos ponen cuando nacemos y que nos identifica. Y que normalmente no lo cambiamos y si lo hacemos, como algunos monjes, es para significar precisamente un gran cambio en la vida. En el caso de Santa María su nacimiento la identifica como una hija de Israel, su pueblo, una fiel sencilla, sin apariencia exterior alguna de ser destinada a la misión que cumplió. Tenemos, pues, en la solemnidad de hoy, una primera realidad muy concreta. La memoria de la mujer, de María de Nazaret.

Esta misma fiesta de la Natividad de la Virgen María, también nos revela otra realidad. Del día de hoy también decimos al menos aquí que es la fiesta de las vírgenes encontradas. Hoy es la fiesta de aquellas advocaciones en las que la tradición habla de una imagen encontrada como Núria, Meritxell, Queralt, Claustro, Cinta y muchas de las que encontrará en nuestro camino de los Degotalls. También era la fiesta de la Virgen de Montserrat, hasta que en 1881 se instituyó la solemnidad propia del 27 de abril.

De la hija de Israel, de María de Nazaret pasamos pues a la Madre que cada tierra se hace suya, que tantos y tantos lugares acogen. Casi diría que la tierra se ofrece a Dios para acoger a Santa María. Fijaos que la Virgen María lleva el nombre del lugar. Es realmente la geografía concreta que queda tomada por Dios, para recordar la encarnación de su Hijo. Recuerdo que una vez en Navidad cuando hacíamos el Pesebre, no pusimos ninguna cueva y un monje me dijo, falta la cueva porque es el signo de la tierra que, como María, acoge la Palabra de Dios y hace nacer al Salvador. La explicación de que Santa María tome un nombre en cada lugar es precisamente el de la fe cristiana extendida y arraigada en cada rincón de la tierra. Pero ella no es que se multiplica. Es el Cristo único de la que es madre que la hace tan universal y tan católica, que, siendo siempre la única Madre de Dios, se convierte en un fruto de cada lugar, por la evangelización que ha llevado el nombre de Dios a todas partes. Esta dinámica es doble. No sólo ofrecemos nosotros a Dios la tierra y el lugar, que de hecho ya hemos recibido de él, sino que Dios también viene por esta presencia de Santa María a querer estar en toda cultura, en toda lengua y en darles el valor mayor que puedan tener. Quizás los catalanes y las catalanas podríamos tener muy presente y dar gracias por el don de la presencia de Dios en tantos santuarios, que, desde el punto de vista de la fe, son signo de su amor por nosotros.

Y si todo va sobre Jesús, se entiende que la primera lectura y el evangelio de hoy sean evangelios de tema navideño, que hablan de la expectación del Mesías, Cristo y del cumplimiento de su venida al mundo que tuvo lugar por su Encarnación. La primera lectura del profeta Miqueas nos pone ante la expectación de un rey y pastor llamado a gobernar en nombre de Dios, con su majestad y su gloria. Esto significa el modo como Dios gobernaría si estuviera él presente. Qué actual y bonito que el fruto de esta manera de gobernar sea la paz: Y vivirán en paz porque Él será la paz (Mi 5,3-4). Qué actual por contraste, porque ciertamente no constatamos que la forma de gobernar general en el mundo nos lleve precisamente la paz. Todo lo contrario. Nunca nos cansamos como cristianos de tener presente esta frase corta de Miqueas: y vivirán en paz porque el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz». La oración colecta de hoy pide que el fruto de esta fiesta sea la paz. ¡Deseémoslo intensamente!

Y el evangelio nos dice que esa expectativa se realizó en la historia porque Dios vino. Aquel Salvador que Miqueas nos decía que sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales (Mi 5,1), el evangelio nos dice que ese es Jesús, hijo de María, que sí, que realmente viene de lejos, por eso es hijo de todas las generaciones que forman su pueblo, por eso las nombra a todas desde Abraham. Dios vino para eso. Jesucristo es Emmanuel: Dios con nosotros nos decía el evangelio, en la última frase, como si nos hubiera contado toda la historia para prepararnos para ello, para este punto final, para ésta confesión.

Todo va sobre Jesús. Pensad, especialmente vosotros los escolanes, que esta iglesia de Montserrat, tan importante para tanta gente y también para vosotros, junto con la imagen de la Moreneta, con sus cantos, con la oración de los monjes, sólo quiere una cosa: recordar a todo el mundo que Dios está con nosotros. La misma Virgen María con el niño en el regazo nos dice que Dios está con nosotros. Y si Dios está con nosotros, deberíamos amarnos más, de procurar hacer un mundo mejor, de tomarnos más en serio la injusticia, la pobreza, la desigualdad, las amenazas del cambio climático…, porque Dios no quiere ninguna de estas cosas, pero nos deja la libertad para hacerlas y para arreglarlas. Todo depende de cómo utilicemos nuestra libertad. Santa María la utilizó para colaborar plenamente con Dios, encomendémonos a ella como cantamos en el himno de hoy

es luz de amanecer,

que anuncia el Redentor,

ya de tiempo predestinada,

a ser Madre del Señor

Abadia de MontserratLa Natividad de la Virgen (8 de septiembre de 2022)

Asunción de la Virgen (15 de agosto de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (15 de agosto de 2022)

Apocalipsis 11:19a,12:1-6.10 / 1 Corintios 15:20-27 / Lucas 1:39-56

 

¡Feliz tú que has creído! Las lecturas de esta solemnidad de la Asunción de la Virgen, día que nos marca siempre la cima del verano, son, amadas hermanas y hermanos, más allá del clima festivo que rodea nuestra eucaristía, un gran testimonio de fe.

La fe es reconocer, aceptar, asentir a Dios, a su verdad y a su realidad en el mundo. Quizás hace unos años era más frecuente la pregunta: ¿Eres creyente? La pregunta no quería decir normalmente si creías en algo, sino si eras cristiano, si reconocías a este Dios Padre, con el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo, como viviente, como real, como rector del mundo y de la historia.

El evangelio de hoy, podría ser muy bien la respuesta de Santa María a esta pregunta: ¿Eres creyente? La vida de la Madre de Jesucristo, Madre de Dios, está marcada por la fe. Su ejemplo para con todos nosotros es precisamente el reconocimiento que ella hace de Dios en la historia: en su pequeña historia personal y en la historia del Pueblo de Israel.

Uno de los rasgos más fascinantes de la manifestación de Dios es su humildad, su capacidad de hacerse presente en lo cotidiano. En este sentido, digo que las lecturas de hoy son un testimonio de fe porque a partir de hechos muy normales, nos muestran una verdadera confesión de fe.

¿O no es normal que una chica joven, en estado, vaya a visitar a una prima de más edad, también embarazada, para ayudarla? ¿O no es normal que las dos estén llenas de alegría por los hijos que esperan? Pero sobre esta línea de “normalidad” se produce el acto de fe, el reconocimiento de que la vida es un don de Dios y ya muy concretamente en María, que la Vida que espera, Jesucristo, sólo ha sido posible porque ella ha reconocido y ha creído en las posibilidades infinitas de que Dios es capaz de abrir y cumplir. Por tanto, en el reconocimiento de que Dios efectivamente está ahí y actúa.

Esta escena de la visitación, que releemos bastantes veces durante el año en nuestra liturgia en Montserrat, nos habla de una mujer, Isabel, que tiene esa misión tan importante de convertirse en acompañante en los procesos de fe, reconocedora de la realidad espiritual, instrumento de Dios para la revelación de la verdad de María. A nosotros nos ayuda contemplar las palabras llenas de sentido de Isabel a María porque son revelación del plan de Dios: en su alegría; en la del niño, Juan el Bautista, que espera; en el reconocimiento también de la distancia, de la diferencia inmensa que existe entre uno y otro nacimiento; en el saludo inspirado: eres bendecida entre todas las mujeres y finalmente en la frase: ¡Feliz tú que has creído! Isabel capta el momento de Dios que se produce entre ella y Santa María en esta entrañable escena de la Visitación.

En este año del setenta y quinto aniversario del ofrecimiento que el pueblo de Cataluña hizo de un nuevo trono a la Virgen de Montserrat y de la correspondiente entronización de la Santa imagen en 1947, nuestro Santuario ha elegido como lema pastoral precisamente las palabras de Isabel a María en esta escena: ¡Feliz tú que has creído! Aparte de reconocer la fe de la Virgen María, querríamos proponer a todos los peregrinos seguir su ejemplo y dar gracias por el camino que ella abre para que también nosotros podamos creer más, más sincera y más profundamente, en Dios.

¿Y cuál es la respuesta de Santa María? Cuando Isabel pone de relieve de forma tan clara la fe de la Virgen, la respuesta de ella es este canto del Magníficat, un canto que lo contiene casi todo. La iglesia le ha dado el espacio privilegiado de ser rezado cada día en el oficio de vísperas, invitándonos a una identificación personal con las actitudes de la Virgen. El lenguaje sencillo nos ayuda aún más a hacer de este texto una posibilidad de oración, unas palabras que, a pesar de tener veinte siglos, no han perdido ni actualidad ni frescura. Permitidme por tanto que hable del Magníficat en primera persona del plural, como unas palabras dirigidas a nosotros:

María nos invita al reconocimiento de la humildad personal, que hace más fuerte por contraste, la salvación y toda la acción de Dios. Él es quien actúa. Él es quien actúa en nuestra pequeñez. Ante él sólo podemos reconocerlo y reconocer sus maravillas en todos nosotros, alabarlo es ya confesarlo, quizás es la confesión más fuerte que podemos hacer de él. Alabar a Dios nos descentra. ¡Qué actual y qué nuevo es esta actitud en un mundo a menudo ególatra y egocéntrico!

También en el Magníficat, hablamos del Dios que ama de generación en generación, del Dios que protege a Israel, que se acuerda del amor a Abraham y a nuestros padres. A Dios no nos inventamos los teólogos, los obispos, las monjas o los abades y los curas, ni nadie más. A Dios le reconocemos cada uno personalmente por todo lo que Él ha hecho en la historia, la personal y la general. Ni María en su grandeza se inventó a Dios, hasta el mismo Señor y Salvador Jesucristo, sino que reconoció en su vida encarnada en una persona humana, al Dios de Israel como su Padre y como el Señor del Universo y de la historia. Qué antídoto para nuestra sociedad que se piensa tan autónoma respecto al pasado, tan autosuficiente.

Encontramos finalmente a un Dios que María reconoce como quien da la vuelta al orden social y avanzando tantas afirmaciones que después encontraremos en el evangelio, se pone junto a quienes pasan hambre, de los pobres y de los humildes, con un lenguaje bastante fuerte, radical. El evangelio nos lleva siempre al hermano necesitado. Ahora y siempre. Necesitamos convertirnos a esto.

Digamos pues que la escena y el diálogo entre Isabel y María no es inocente. Es un himno profundo a la fe, a reconocer a un Dios implicado en la historia y que nos pide a nosotros la misma actitud de fe activa y comprometida que ellas tienen y cantan.

Contamos hoy con todos los que participáis especialmente con vuestro canto para que podamos celebrar más solemnemente este día. A quienes han avanzado un día el inicio de los Encuentros de animadores de canto como a los que han venido sólo para la misa, quisiera deciros que la escena que hemos leído hoy desprende una joya casi musical. ¡Cuánta música no ha inspirado a la Virgen! ¿Cuántas versiones no tenemos del Magnifict? He encontrado una página muy interesante en internet, una entrada de la Wikipedia que en inglés se llama lista de los compositores de Magníficats. Desde el gregoriano a Penderecki o Arvo Part, muchos han querido transmitirnos la alegría de María por las obras admirables de Dios. También los cantores de la coral Tirychae que nos acompañan, revivirán hoy esta tradición que canta a María con cantos antiguos y nuevos. Estoy seguro de que con Mariam Matrem canto medieval del Llibre Vermell y con una obra de hace pocos años de Josep Ollé, L’Ave Maris Stella, que ya es tradicional en esta celebración, nos ayudará a alabar a Dios cantando, como María, y espero que os acerquéis a las palabras que cantáis y al espíritu de fe que sus compositores seguramente tuvieron al componerlas.

¡Dichosos también nosotros que queremos creer! Vivir la fe como María, es tener la esperanza de que podremos asociarnos como ella, a la Pascua de Jesucristo. Su asunción al cielo, representada por la pintura de este presbiterio, por el gran rosetón de la fachada de la Basílica y por el mármol que hay encima de la Escalera que sube al camarín, es el cumplimiento de su fe, es la realidad de su felicidad con Cristo por haber creído, es su Pascua, es la llamada más sencilla que nos hace a todos y cada uno de nosotros: aceptar que Jesucristo nos ha prometido la plena comunión con Dios, una comunión que ahora anticiparemos en la eucaristía, participando del cuerpo y de sangre de Cristo y que nos invita como ella a creer, a alabar y a amar a todos.

https://youtube.com/watch?v=n7rTGVVdE1A

Abadia de MontserratAsunción de la Virgen (15 de agosto de 2022)

San Benito (11 de julio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (11 de julio de 2022)

Proverbios 2:1-9 / Colosenses 3:12-17 / Mateo 19:27-29

 

Pienso, queridos hermanos y hermanas, que la relación y el conocimiento personal con San Benito de Nursia de todos los que estáis escuchando aquí o por medio de internet, debe ser muy diferente.

Quizás algunos de vosotros sin idea alguna que hoy había esta celebración, se la han encontrado; otros conocedores del calendario litúrgico, la han identificado enseguida, los oblatos y los monjes benedictinos esperábamos la fecha y tenemos claro que hoy recordamos la proclamación como Patrón de Europa, del autor de la Regla, el texto que nos identifica y da sentido a nuestras vidas. La vida benedictina es un tesoro de sabiduría espiritual llena de consejos e intuiciones capaces de enriquecer la vida incluso fuera de los monasterios y sin necesidad de ser monjes. Por eso, al hablar de San Benito y de la espiritualidad de la Regla quisiera que todo el mundo se sintiera incluido.

¿Cómo se hace presente en el mundo esta sabiduría espiritual? ¿Tiene que ver con los edificios románicos, góticos o más modernos que los monjes fueron edificando y que hoy son en tantos lugares patrimonio histórico? Un poco sí, pero no creo que los edificios hagan justicia a la sabiduría de san Benito.

¿Quizás esta sabiduría se ha concretado en cultura? Es interesante que la etimología amplia de la palabra cultura está cercana al significado de la palabra catalana cultivo (conreu). San Pablo VI dijo que los benedictinos fuimos importantes en la creación de Europa occidental, la creamos con el libro y con el arado: esto es con todo tipo de cultura. Sí. El impacto cultural en sentido amplio ha sido fuerte y esperamos que lo siga siendo, pero tampoco agota el significado profundo de la aportación que creo que nos hace la Regla benedictina.

El núcleo, lo imprescindible de nuestro texto venerable, radica en el ámbito de la persona y de su dimensión espiritual: es tomar al hombre o a la mujer y enfocarlos hacia Dios. Éste es el fundamento. Queda claro que uno de los momentos en los que cualquier institución debe ser clara con lo que quiere, es el momento en el que es necesario incorporar nuevos miembros, nuevos trabajadores, nuevos socios. En este momento no podemos engañarnos sencillamente porque nos va en ello la identidad y la continuidad. La Regla de Sant Benet establece el criterio definitivo del discernimiento de las vocaciones al establecer que es necesario que «busquen a Dios de verdad». Es por esta razón que me atrevo a decir, no inventándomelo, sino apoyado por toda la tradición monástica, que el núcleo de nuestra vida es ponerse de cara a Dios, para empezar un camino sostenido por la fe, con plena conciencia de la fragilidad personal, pero avanzando hacia Dios, que nos ha creado y ha puesto el deseo de buscarlo en nuestro interior. Este principio tiene algunos rasgos interesantes:

Es universal. No puedo proponeros honestamente a todos los que me estáis escuchando que viváis la comunión de bienes, la estabilidad en una comunidad, la obediencia a un superior. Sin embargo, proponeros que busquéis a Dios de verdad es totalmente posible Quizás por esta razón afirmamos que, hablando hoy de temas monásticos, podemos hablar a todo el mundo.

Buscar a Dios de verdad es una proposición sencilla. Sólo tres palabras en el latín original. Las cosas importantes no deben ser largas ni complicadas. La propuesta será sencilla, pero toca el fondo humano de cada uno: buscamos, por tanto, estamos en movimiento, la espiritualidad benedictina nos comprende como hombres y mujeres de deseo, no perfectas.

Naturalmente es una propuesta creyente. No buscamos cualquier cosa. Buscamos a Dios. El Dios de Jesucristo. Y desde la fe, no podría pensarse una vida sin Dios. Por tanto, profundizamos lo que somos y lo que creemos como cristianos. Nada más, nada menos. Cualquier propuesta cristiana debería responder plenamente a aquellas palabras de Jesús: he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.

También es una propuesta estable. En la espiritualidad de la Regla benedictina, el buscar a Dios de verdad no está pensado como algo puntual. Es lo suficientemente serio como para implicar toda la vida. Es una propuesta que no es necesario cambiar constantemente. En nuestro contexto actual, incluso me atrevería a decir que esta idea de la estabilidad en las opciones, tanto cristiana como benedictina es nueva, es alternativa. La practica poca gente. Pero está comprobado que da felicidad y sentido. Quizá esta estabilidad sea una de las cosas que podríamos predicar más como monjes, sin olvidar que debemos vivirlo primero nosotros para predicarlo con algo de dignidad.

Por último, Buscar Dios de verdad es una propuesta personalizada. Es necesario que cada uno se ponga en camino. Por mucho que parezca abstracto, Sant Benet nos concreta bastante cómo hacerlo: Habrá que orar y habrá que amar. Los monjes lo haremos en comunidad y cada uno que haya incorporado este rasgo espiritual a su vida o lo quiera incorporar, podrá ver cómo reza y cómo ama a su alrededor. Tampoco es difícil de entender. Orar y amar para hacer bien concreto vivir, creer y buscar a Dios es una propuesta para una vida tomada en serio. De vida sólo hay una y estaría bien que no nos pasara lo que tan bien expresaba el poeta castellano Jorge Manrique,

Este mundo es el camino / para el otro, que se morada / sin pesar; / pero cumple tener buen tino / para andar esta jornada / sin errar. (V)

No mirando a nuestro daño, / corremos a rienda suelta / sin parar; / desde que veamos el engaño / y queremos dar la vuelta, / no hay lugar. (XII)

(Coplas a la Muerte de su padre)

Estas intuiciones frente a la vida y la muerte, no son lejanas de la Regla de San Benito, y nos demuestran con esta proximidad que más allá del carisma estamos ante verdaderos enfoques creyentes y humanistas. La sabiduría espiritual es en el fondo un patrimonio de la humanidad, y Dios la reparte como quiere y al que quiere, generosamente.

Habiéndonos centrado en este leiv motiv, buscar a Dios de verdad, la Regla nos dice que, viviendo así, orando y amando, la sabiduría espiritual impregnará nuestra vida, todas nuestras relaciones e incluso nuestras actitudes corporales.

Ésta es la raíz del árbol benedictino, cuyos frutos y cuya fecundidad han sido tan grandes. Procuramos que el crecimiento y los frutos del árbol estén siempre en relación con la raíz, esto es en la verdadera búsqueda de Dios, en la oración, en el amor. Para una propuesta así, que no hace más que replicar la llamada de Jesucristo a seguirle, entendemos que el evangelio de hoy justifique que podamos dejarlo todo.

Pongámonos siempre en disposición de escuchar y acoger la voz del Señor que nos llama, lo hace siempre, y lo hace en cada eucaristía, abrámosle pues el corazón.

Abadia de MontserratSan Benito (11 de julio de 2022)

San Pedro y San Pablo (29 de junio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (29 de junio de 2022)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 / 2 Timoteo 4:6-8.17-18 / Mateo 16:13-19

 

La solemnidad de hoy, de San Pedro y San Pablo, queridos hermanos y hermanas, como la de todas las celebraciones y memorias de santos, nos ayuda a centrarnos en dos mediaciones fundamentales entre Dios y la humanidad: el testimonio, porque estamos frente a dos grandes testigos, y la de la comunidad, la Iglesia de la cual son sus columnas. En la historia espiritual de casi cada uno, los testigos y la comunidad nos han llevado hacia la fe en Dios, al seguimiento de Jesucristo, a recibir el Espíritu Santo y las que nos permiten avanzar en ese camino de confianza.

Si hablamos de testigos, hoy vamos a los verdaderos orígenes del cristianismo. En el diálogo del Evangelio que hemos leído, el propio Jesús busca con sus preguntas provocar la reflexión y la formulación de un testimonio sobre él: ¿Quién dice la gente que soy yo? No es de extrañar que, en el aprendizaje de la fe, tantas veces, en catequesis, en grupos de jóvenes, nos hayan repetido la pregunta de Jesús: ¿quién es Jesús para ti? La pregunta hecha por sí mismo a los apóstoles, en un momento tranquilo, en la tranquilad de las fuentes del Jordán, en Cesarea de Filipo, como nos dice el evangelio de Marcos, paralelo al que hemos leído, provocó la respuesta de fe de Pedro, una de las confesiones más fundamentales del evangelio: tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Tú, Jesús de Nazaret, rompes la lógica de un Dios lejano, invisible, inefable y lo haces cercano. Tú te conviertes en una esperanza por una humanidad que se salva porque es visitada en su esencia por Dios y un Dios que se humilla hasta la muerte para no dejar nada sin redimir.

Un testimonio es legítimo si lo que dice es verdadero, si puede dar fe por conocimiento y experiencia propia, si el resto de su vida es coherente con lo que ha proclamado.

El apóstol Pedro cumple con creces estas tres condiciones: La primera es la verdad de todo lo que ha anunciado. Incluso Jesús le reconoce que está inspirado por el mismo Dios como nos señala el evangelio: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. San Pedro entendió que Jesús era Cristo, el Mesías y su comprensión cambió la historia, cambió la relación de los hombres y las mujeres con Dios.

La segunda condición de legitimidad de un testigo es la proximidad a la fuente. Y evidentemente también se cumple en aquél que, desde el momento de dejar las redes, siguió de cerca a Jesús y después de la Pasión, fue un testimonio de su resurrección. Imagino la vida de San Pedro hasta su martirio en el Vaticano, como una larga experiencia de comprensión que quizás nunca completó, de aquellas palabras: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo y de todas las demás que va escuchar decir a Jesús.

Y, por último, un testigo debe tener coherencia al proclamar la fe. Algunos diréis: ¿coherente san Pedro? ¿Y las negaciones? Pero ¿le tendremos en cuenta nosotros las negaciones cuando el mismo Jesús las perdonó y no dudó en hacer de él la piedra y el cimiento de su comunidad? Coherencia a pesar de alguna debilidad. Las debilidades de Pedro nos ayudan precisamente a tenerlo por testimonio de la fe y de Cristo. No es necesario ser perfecto para ser discípulo. Basta con saber pedir perdón cuando te equivocas y niegas al Señor.

¿Quién dudará de que la fe de San Pedro nos ha ayudado?

El evangelio de hoy no nos habla de ello, pero casi cada domingo y otros muchos días durante el año encontramos también el testimonio de Pablo. ¿Quién dudará de que algunas de las páginas más profundas, del testimonio más íntimo de la relación posible de una persona con Jesucristo y de su significado nos vienen de San Pablo? Un discípulo que es testigo porque quedó tocado y se dedicó con cuerpo y alma a reflexionar, a compartir, a dejarnos escrita la que personalmente me atrevo a llamar madre de toda la teología.

Pese a que podamos hablar de experiencia directa de Dios, no nos queda ninguna duda de que para insertarnos en la tradición cristiana hacían falta los santos Pedro y Pablo, y detrás de ellos, como cantamos en el Te Deum, el ejército radiante de los mártires, palabra que en griego significa testigo.

La solemnidad de hoy nos lleva naturalmente a otra mediación: la Iglesia, que es el primer fruto de la fe de los apóstoles. En la confesión de Pedro, sigue el mandamiento de Jesucristo: Sobre ti, edificaré mi Iglesia. Y el encargo más importante que el Señor le hizo fue la de confirmar en la fe a todos los que vendríamos después. Precisamente porque la fe contenida en su confesión es también el fundamento de cualquier comunidad que se reúne en torno a Jesucristo. Desde la unidad del primer grupo de seguidores de Jesús, la comunidad se ha extendido hasta cumplir el mismo mandamiento de Jesús: Id y predicad el Evangelio en todo el mundo. No podemos negar que, en estos dos mil años de historia, la comunidad cristiana, a pesar de no perder nunca la referencia a los apóstoles Pedro y Pablo, no ha logrado mantenerse formalmente unida. Sin embargo, sí me parece digno de decir que al menos la gran comunidad católica se mantiene una, siendo uno de los fenómenos más numeroso, más antiguo, más activo de toda la historia de la humanidad. San Pedro y el ministerio de sus sucesores, los obispos de Roma, los Papas, son su vínculo de comunión, y la ansiada unidad cristiana, debería tener siempre en cuenta su servicio.

Sería bueno ver a la Iglesia como la que nos ha dado la posibilidad de nuestro conocimiento de Jesucristo y la que nos ayuda a mantenernos en la fe. La que vivimos en cada eucaristía, como estamos haciendo ahora. Quizás demasiado a menudo perdamos de vista esta esencia y nos perdemos en críticas colaterales que no sé si llevan a ninguna parte. Sé que la crítica expresa a menudo amor y preocupación por la Iglesia. Procuremos que no sea otra cosa. El ejemplo y la enseñanza de San Pedro y San Pablo no fue otro que Jesucristo. Aferrémonos a Jesucristo, como el Señor que nos ama más allá de todo y nos lo demuestra constantemente como hace ahora en esta celebración, haciéndonos participar de su cuerpo y su sangre.

Abadia de MontserratSan Pedro y San Pablo (29 de junio de 2022)

Domingo de Pentecostés (5 de junio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (5 de junio de 2022)

Hechos de los Apóstoles 2:1-11 / Romanos 8:8-17 / Juan 14:15-16.23b-26

 

¿Podría ser que, con el Espíritu Santo, Dios se hubiera superado a sí mismo?

Con esta expresión: te has superado, expresamos, queridas hermanas y hermanos, esa acción que nos ha sorprendido porque va más allá de las expectativas. Alguna vez, irónicamente, te ha superado, lo decimos en sentido negativo, cuando has hecho algo mal más allá de lo esperado.

¿Por qué me pregunto si Dios se ha superado enviando al Espíritu Santo? Quizás porque es el aspecto, la persona, más imprevisible de Dios.

En la celebración de nuestra fe fácilmente seguimos los hechos de Dios-Padre, autor de cuya Creación encontramos huellas en la belleza de la naturaleza y de las personas, confesamos también Dios- Hijo, autor de la redención, Jesucristo, de quien tenemos la historia de su persona y de su vida y el testimonio de la comunidad que le reconoció mesías y salvador. Pero ¿y del Espíritu Santo? Naturalmente también lo confesamos en el Credo y en cada invocación a la Trinidad, pero ¿somos conscientes de que el Dios-Espíritu Santo es el actualizador? ¿Aquél a través del cual actúan y obran en nosotros el Padre y el Hijo, renovando la creación, haciendo que la redención de Jesucristo sea creída y tenga efectos reales en nuestra vida?

Enviar el Espíritu Santo fue una superación de una historia de Dios que hubiera podido quedar como un relato antiguo, como una mitología con su sabiduría religiosa y humana, pero desconectada de cada persona desde los inicios de los tiempos hasta hoy, en el siglo XXI.

El Espíritu Santo es la intimidad del padre con su hijo, con Jesús. Él mismo, Jesucristo, quiso que su presencia entre nosotros fuera mucho más que el recuerdo de un magisterio excepcional y de un testimonio coherente entre vida, palabra y muerte. Quiso una conexión diferente y por eso como nos ha dicho el Evangelio, el mismo día de Pascua, quiso quedarse con los apóstoles y lo hizo con su Espíritu, que después sería enviado a toda la comunidad, y que desde entonces no ha dejado de ser protagonista de la vida del mundo, de la Iglesia, de cada sacramento, de cada vida espiritual, de cada discernimiento. Con razón de las pocas cosas que confesamos del Espíritu Santo en el Credo, una de las más importantes dice que infunde la vida: Señor y dador de vida.

He leído recientemente un libro que dice que el mundo lleva unos cuarenta años sometido a una doctrina llamada TINA. No es un diminutivo de un nombre, sino las siglas en inglés de la frase There Is No Alternative; es decir, no hay alternativa. La frase viene a decir que existe una doctrina económica, antropológica, social presentada como inevitable. El autor critica esta doctrina y es favorable a defender que sí existen alternativas.

Cuando ponemos juntos el Espíritu Santo y el mundo en el que vivimos, podemos decir que para los cristianos esta TINA es inaceptable y que el Espíritu Santo es precisamente la superación de un mundo sin alternativas. ¿Cuántas razones prueban esto:

Dios se supera en la historia porque el motor inmediato que mueve al mundo es la acción del hombre y la mujer. Esta acción puede ser inspirada por muchas causas, pero es el Espíritu Santo quien asegura la presencia de Dios en cada persona. Afirmar que no hay alternativas es realizar un análisis pobre de nuestro mundo y de nuestra humanidad, renunciando al protagonismo de dirigir y controlar la Creación guiados por este Santo Espíritu, del que decimos en el himno Veni Creator Spiritus que es el guía que nos va delante. (ductore sic te praevio).

¿Dónde viene a encontrarnos el Espíritu de Dios? ¿Dónde está presente? Dios se supera también siempre en la persona humana. Es muy significativo que utilicemos la misma palabra, espíritu, para hablar de esa parte de nuestra humanidad que permanece abierta a la trascendencia, a la mística, a todo lo que no podemos tocar pero que podemos sentir desde nuestra sensibilidad. Hay una especie de zona 0, de zona de encuentro previo, íntimo, en toda persona que necesitamos afirmar. Los más jóvenes, los niños, muy especialmente los escolanes, la cultivan constantemente con la música, para vosotros y para tantos que os escuchan.

Una de las grandes propuestas del cristianismo hoy es la de la afirmación radical de que la espiritualidad forma parte de la persona humana y la enriquece. Quizás para alguien sea muy obvio, pero yo cuando miro a mi alrededor y veo tanta dependencia de la tecnología, de las plataformas, de los móviles, del bombardeo constante de información y de entretenimiento, me pregunto qué espacio dejamos al espíritu. Ojalá esta solemnidad de Pentecostés fuera una reivindicación de la espiritualidad. Me parece que recordarlo es una de las misiones de la vida monástica hoy. Este espíritu humano es el que naturalmente nos permite también permanecer abiertos a la propuesta cristiana, a la que nos viene del Espíritu Santo, del Espíritu de Dios, del Espíritu con mayúscula: de permanecer abiertos en definitiva a la fe. El espíritu es el actualizador de todo. Aunque no seamos a veces conscientes, somos colaboradores del Espíritu cuando cantamos, cuando celebramos, lo sois los escolanes cuando facilitáis que la gente descubra la belleza. Porque las cosas del Espíritu son las que más pueden acercarnos a todos, son nuestra gran oportunidad pastoral.

Si nos creemos esta conexión espiritual entre Dios y nosotros por el Espíritu Santo, más que de la TINA, (del no hay alternativa) deberíamos hacernos seguidores de la TIA, There is Alternative y defender que naturalmente sí hay alternativas.

Dios se supera con el Espíritu Santo porque permite que la persona, tal y como he dicho que la entendemos, y la historia se combinen correctamente, en una acción que busca siempre la mejor opción, y por tanto llenarnos de confianza en el futuro.

Esta correcta combinación es la alternativa cristiana fundamentada en la conversión personal, obra del Espíritu Santo. La conversión de un solo hombre o una sola mujer ha tenido efectos multiplicadores en tantos momentos de la historia. De la capacidad del Espíritu Santo para convertirnos hablaba hoy también la secuencia, ese fragmento que hemos cantado en gregoriano después de la segunda lectura y que tenía tres frases llenas de sentido que traducidas al -castellano- dicen:

Doblegad nuestro orgullo, calentad nuestra frialdad, enderezad lo que está desviado.

¡Creer que el Espíritu es capaz de todo esto es realmente creer que Dios se ha superado y que nos propone un verdadero camino a cada uno de nosotros y a todos colectivamente de superación!

En cambio, la pretendida conversión de estructuras, olvidando a las personas, se ha acabado ahogando siempre bajo su mismo peso, carente de ese dinamismo que permite respirar, adaptarse, carente de la fluidez tan propia del Espíritu, de quien decimos que es viento, fuego y agua: fijaos, elementos que nos cuesta mucho controlar.

La influencia del Espíritu Santo en la historia por la acción de las personas provoca que la propuesta cristiana sea socialmente transformadora. Me atrevería a decir que es en términos históricos la que más lo ha transformado todo, pero el camino siempre comienza en Dios, de Él pasa al espíritu de los hombres y de las mujeres que actúan para cambiar las cosas.

Y la superación de Dios en el Espíritu no ha terminado. Su gran característica es que se actualiza, cada día, como los programas y las aplicaciones y por tanto queda siempre abierta a versiones mejores de nosotros mismos y del mundo, y con esta actualización el Espíritu nos da finalmente una especie de actualización diaria en el don de la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino de la eucaristía. ¿Qué más podríamos pedir?

Abadia de MontserratDomingo de Pentecostés (5 de junio de 2022)

La Ascensión del Señor (29 de mayo de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abat de Montserrat (29 de mayo de 2022)

Hechos de los Apóstoles 1:1-11 / Hebreos 9:24-28; 10:19-23 / Lucas 24:46-53

 

Todos hemos hecho la experiencia de desear intensamente que ocurra algo, que algún momento llegue: un encuentro con un familiar o amigo, para vosotros escolanes quizás un concierto, o una gira en el extranjero. También hemos vivido aquellos momentos de nervios ante un examen, una entrevista de trabajo, … La importancia de lo que esperamos siempre marca la intensidad de cómo vivimos los momentos previos. A menudo también, si estos hechos son normales ya no los esperamos con la misma ilusión o no los esperamos en absoluto. Estas ideas sobre cómo vivimos y esperamos me ayudan a entender la solemnidad de hoy, la de la Ascensión del Señor, un momento muy preciso de aquel tiempo esencial que llegó después de la muerte de Jesucristo.

En la euforia de la Resurrección del Señor, podríamos pensar que los apóstoles y los discípulos y todos los que gozaron personalmente de la experiencia de saber que Jesús estaba vivo, que el crucificado había resucitado, ya lo tenían todo hecho y aprendido. Y que todos, incluso el dudoso Tomás cuando ya estaba seguro personalmente de todo lo ocurrido, se quedarían en la seguridad de la presencia entre ellos de Jesús, que ese tiempo quizá se prolongaría. A pesar del impacto de la resurrección en los discípulos, las solemnidades de hoy y la de Pentecostés, que está íntimamente relacionada, nos vienen a decir que no, que todavía faltaba algún paso.

Hace muchos años en los cines había un descanso en las películas muy largas. Como todos sabéis, los escritos de San Lucas en el Nuevo Testamento tienen dos partes, el evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Puede que algunos hayan encontrado que la primera lectura y el evangelio de hoy eran algo repetitivos y explicaban la misma historia. No es raro. Aunque de forma inversa, hoy hemos leído el fin del Evangelio y el principio de los Hechos de los Apóstoles. Los dos textos nos explicaban La Ascensión del Señor, que podríamos decir que marca la media parte, y que al empezar de nuevo el relato, en la segunda parte, se recuerda un poco donde lo habíamos dejado. La Ascensión marca el punto en el que la historia dejar de ser la historia de la vida de Jesús para pasar a ser la historia del Espíritu Santo, que hace a la comunidad, a la Iglesia.

La Ascensión nos dice que no podemos controlar nosotros a Jesús resucitado. Nosotros sólo podemos acoger alguna de sus maneras de estar allí. Quizás para estimularnos, quizás para que no nos quedáramos demasiado en la resurrección palpable, como en la transfiguración del Tabor, quizás para seguir mostrándonos aquel destino definitivo, aquella comunión con Él que nos tiene preparada, cambió al cabo de cuarenta días de haber resucitado, la forma de estar presente en el mundo. Y lo primero que hizo fue desaparecer. Litúrgicamente lo representaremos el próximo domingo retirando de la Iglesia el cirio pascual, que ha presidido nuestras celebraciones desde el domingo de Pascua.

La Ascensión del Señor nos enseña tres cosas importantes. La primera, tal como os decía al principio, es que nos hace vivir un vacío, y de este modo nos hace vivir la intensidad frente a algo que debe pasar. El mismo Jesús se refiere a esto: Vendrá el Espíritu Santo. Es necesario que yo me vaya, dirá incluso el evangelio de San Juan. Era necesario que los discípulos, y nosotros por extensión, se pusieran en situación. Subrayo un detalle curioso y bonito: Jesús dice: esperad al Espíritu Santo juntos y en Jerusalén. La expectación compartida seguro que es más intensa. Esta espera pertenece al ámbito más sagrado, más espiritual, el ámbito que para los judíos representaba Jerusalén. Es necesario que hagamos y demos al Espíritu Santo el lugar interior que le corresponde. Tengamos siempre en cuenta que es el vínculo entre Dios, Cristo y nosotros.

El segundo mensaje en la fiesta de la Ascensión es que Jesucristo se mantiene fiel a sí mismo. Se mantiene siempre. Diría que aprovecha incluso el hecho de irse para seguir insistiendo en su mesianismo diferente y activo. Y lo hace sin dar por perdidos a los apóstoles y discípulos que parecen no ser capaces de salir de sus esquemas. Parece difícil de comprender que después de todo lo que habían vivido, aún estuvieran como desorientados y le preguntaran: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? La pregunta a mí me sigue sonando demasiado dependiente de una manera de ser Mesías antigua, impropia de uno que ya ha pasado por la Cruz, ha resucitado y se ha hecho Señor del tiempo y del espacio, como Dios mismo que es. Es en este sentido que él responde: cuándo va a suceder esto no es importante. Lo que cuenta es ser testigos ahora y extenderse a toda la tierra. El libro de los Hechos de los Apóstoles es la historia de una comunidad que nace en Jerusalén fruto del don del Espíritu y que se extiende en todo el mundo. Y si finalmente podemos afirmar que sí, que Jesucristo restablece la realeza de Israel, debemos decir que lo hace de una manera totalmente diferente.

Y después de subir al cielo: todavía se oye una voz que nos devuelve a la tierra: Hombres de Galilea, (referencia al origen para personalizar, para dirigirse muy directamente a los íntimos):, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo, pero es necesario que la historia mientras tanto continúe, y ciertamente el Libro de los Hechos de los apóstoles continúa, con una gran cantidad de aventuras apostólicas. Jesús sube al cielo bendiciendo. Bendiciendo todo lo que va a pasar.

Y la tercera cosa que nos marca la Ascensión es un camino personal. Nuestra vida de cristianos se hace siempre a imitación de Cristo: en el seguimiento de su enseñanza espiritual, de su compasión, incluso al intentar vivir pascualmente como resucitados, no dejándonos llevar por las fuerzas que nos llevarían a la muerte y siempre con la aspiración de la plena comunión con Él. La Ascensión que marca, si cabía todavía, un paso más en la ya irreversible comunión entre el Padre y el Hijo, nos enseña que nosotros vamos hacia Dios y donde tenemos la esperanza de llegar, como nos ha dicho la oración colecta: la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo. Y también nos dirá la oración de la poscomunión: Dios todopoderoso y eterno, que, mientras vivimos aún en la tierra, nos concedes gustar los divinos misterios, te rogamos que el afecto de nuestra piedad cristiana se dirija allí donde nuestra condición humana está contigo.

(En francés) Muy brevemente, he tratado de resaltar tres mensajes que la solemnidad de hoy tiene para todos nosotros. El primero es la espera del Espíritu Santo, el don que Dios nos da y que celebraremos el próximo domingo. La segunda es la fidelidad de Jesús a un modo de ser Rey y Mesías que nos hace estar siempre en la tierra, para ser sus testigos. La tercera es la invitación a seguirlo.

Pensadlo todavía un poco los escolanes: los que se confirmaron en Pascua, los que se confirmaron el pasado domingo. Nos comprometimos juntos a promover en nuestros corazones la conciencia del Espíritu Santo que hemos recibido, pero que seguimos pidiendo, nos comprometimos a la fidelidad al mesianismo de Jesucristo, que es Rey, pero en el servicio, en la ayuda, en la compasión a los más necesitados, por tanto, fiel a sí mismo, y también nos comprometimos al reto de su seguimiento, a nuestra identificación en todos los aspectos inagotables de la personalidad y el mensaje de Jesús de Nazaret. Un reto que tiene en sí mismo la prueba del éxito. Imaginad que fácil: Un desafío de la vida que la puedes encarar sabiendo que lo vas a lograr y no sólo tú, sino todos los que se atrevan a aceptar el reto de ser cristianos hoy. En el fondo, lo que habéis hecho ha sido aceptar el reto que Jesús resucitado nos vuelve a proponer hoy: tenerlo a Él por referente principal de vuestras vidas, anhelando la comunión con Dios. Éstos son los mensajes que nos deja la solemnidad de hoy.

Abadia de MontserratLa Ascensión del Señor (29 de mayo de 2022)

Bendición de l’Abat Manel Gasch i Hurios – Homilía (13 de octubre de 2021)

Homilía del P. Manel Nin, Exarca Apostólico para los católicos de tradición bizantina a Grècia con motivo de la bendición abacial del P. Abat Manel Gasch i Hurios (13 d’octubre de 2021)

Isaías 25:6a.7-9 / Hebreos 12:18-19.22-24  / Juan 15:18-21

 

Bendito sea nuestro Dios ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Estimado P. Abad Manel, queridos hermanos. La celebración litúrgica de hoy, como veis quienes estáis presentes personalmente u os unís a través de los diversos medios de comunicación, tiene un algo que la hace siquiera un poco especial. Hay, veis, muchos obispos, abades y sacerdotes concelebrantes, y muchos monjes. También es especial la presidencia de la celebración por parte de un obispo católico de rito bizantino que quizás para muchos es desconocido. Pero para otros seguramente no lo es tanto. Agradezco al p. Abad Manel la invitación paterna y fraterna a presidir esta celebración litúrgica en Montserrat. Celebrar en Montserrat es, para vosotros monjes y para mí que he formado parte de esta comunidad durante muchos años, y me siento todavía parte de ella, es celebrar «en casa».

Hay dos aspectos que son fundamentales en nuestra celebración y que quisiera subrayar. El primer aspecto: la memoria de los beatos monjes mártires, de los que celebramos hoy la fiesta, y a la liturgia de los cuales pertenecen las lecturas de la Palabra de Dios que hemos escuchado. El segundo aspecto: la presencia del p. Abad Manel Gasch, sentado aquí en el centro de nuestra celebración, para recibir la bendición como abad, como padre y pastor de este monasterio de Santa María de Montserrat.

El profeta Isaías nos ha presentado, sirviéndose de un lenguaje muy vivo y muy bello, la imagen del banquete preparado para todos los pueblos. A menudo los profetas, con imágenes festivas, casi de vida familiar, nos presentan la relación de Dios con los hombres, con su pueblo. Y con estas imágenes de vida familiar el profeta afirma: «Aquí está vuestro Dios! En Él hemos puesto nuestra esperanza… «. Todo el AT prepara el encuentro definitivo, en Jesucristo, de Dios con el hombre; lo hace, podríamos decir, con imágenes que llevan de una manera o de otra al Emmanuel, el Dios con nosotros. «Aquí está vuestro Dios! En Él hemos puesto nuestra esperanza… «. Un Dios con nosotros, un Dios en medio de nosotros, que no nos ahorra el encuentro con la contradicción, con el sufrimiento, con la muerte. Este encuentro con el sufrimiento, con la cruz lo vivimos siempre pero seguros de que «… En Él hemos puesto nuestra esperanza …». Esta podría ser la frase que encierra la vida y la muerte de tantos y tantos hermanos nuestros cristianos que han dado y dan la vida por Cristo, como lo hicieron nuestros hermanos monjes mártires, las reliquias de algunos de ellos que veneramos en la cripta de esta basílica.

En el evangelio de San Juan, en el fragmento que hemos escuchado tomado de su largo discurso de despedida, el Señor nos ha dejado su Palabra siempre viva, siempre presente en nuestro camino cristiano: «Yo os elegí del mundo .. . Todo esto os lo harán a causa de mi nombre … «. Os encontraréis con contradicciones, con persecuciones, con sufrimientos. Siempre «… a causa de mi nombre…», bien seguros, sin embargo, que «En Él hemos puesto nuestra esperanza …». Vivir el Evangelio, ayer, hoy y siempre, no es nunca un camino llano, al contrario es un camino donde la cruz, la del Cristo y la nuestra, se hace presente. Es un camino donde un mundo, a veces hostil y a veces indiferente, nos pedirá razón de nuestra fe. La palabra del Señor: «Yo os elegí del mundo …», nos infunde la fuerza y el coraje para anunciar y vivir siempre el Evangelio, que es nuestra respuesta, nuestro testimonio en medio de los hombres.

Las lecturas de la liturgia de hoy tienen una fuerza especial precisamente porque son proclamadas en la fiesta de nuestros monjes mártires, de aquellos hermanos nuestros que, fieles a Jesucristo y a la profesión monástica que un día hicieron como monjes en este monasterio, derramaron su sangre como mártires, como testigos de aquel amor al único Señor de sus y de nuestras vidas aún hoy, Jesucristo el Señor, el único Salvador, el único Redentor. «Aquí está vuestro Dios! En Él hemos puesto nuestra esperanza… «. En la larga historia de nuestro monasterio-santuario, siempre a los pies de la Virgen, una historia milenaria, encontramos un gran número de santos monjes, anónimos ciertamente pero que han sido y siguen siendo piedras vivas en este edificio viviente que es Montserrat, cuyo símbolo es esta basílica que nos acoge. Y como corona de este primer milenio de nuestra historia, el Señor nos ha hecho el don de añadir, a la larga hilera de monjes santos y pecadores, fieles y débiles, jóvenes y viejos …, el Señor ha añadido la corona, la piedra preciosa de los mártires, de estos hermanos nuestros generosos y fieles, débiles y pecadores también seguramente, pero firmes en el amor de Cristo, que han hecho suya, como hacemos ahora nuestra, aquella estrofa que cantaremos dentro de unos días el primero de noviembre: «Chori … monachorumque omnium, simul cum sanctis omnibus, consortes Christi facite» / «los corazones … de todos los monjes, junto con todos los santos, háganoslo familiares del Cristo «. Ellos, los mártires, por su testimonio y su martirio, junto con tantos y tantos que nos han precedido, interceden para que, también nosotros, seamos «familiares… de Cristo».

En este «corazón de todos los monjes, familiares del Cristo» te añades tú hoy, querido p. Abad Manel, con un nuevo ministerio como abad, como padre de este monasterio. Los griegos diríamos: «con esta nueva diaconía, este nuevo servicio». ¿Qué significa para ti, para los monjes, para los escolanes y para los peregrinos que hoy estamos en Montserrat, ser bendecido abad de este monasterio? Os propongo que sea ahora la misma celebración litúrgica la que nos guíe pedagógicamente en lo que significa para ti, para tu comunidad y para nosotros esta celebración.

Siguiendo el ritual, y ahora cuando termine esta mi homilía, te haré una serie de preguntas, a las que, con tu respuesta, manifestarás delante de Dios y de los hermanos, delante de la Iglesia, tu voluntad de llevar a cabo esta diaconía de que hablábamos.

Se te preguntará si quieres: «instruir a tus hermanos, guiarlos y enseñarles… llevarlos hacia Dios». A partir del día que la comunidad te eligió, no eres un administrador -o si quieres no eres «sólo» un administrador-, sino que eres alguien, que con la grandeza y la fragilidad de cada ser humano, desde tu condición humana -¡que Cristo ha asumido en su encarnación! -, «… has sido elegido para regir las almas haciendo las veces de Cristo». Instruir, guiar, enseñar, llevar hacia Dios. Una enseñanza, una guía, un acompañamiento, siempre «haciendo las veces de Cristo». A través de ti Cristo continuará enseñando, guiando, llevando hacia Dios. «Haciendo las veces de Cristo».

No temas cuantas veces leyendo la Regla de San Benito, o en tantos otros textos de los Padres de la Iglesia, se habla del abad o del obispo como «el que hace las veces de Cristo», como «vicario del Cristo”. ¡No renuncies, no renunciemos nunca a este título! Digo título pero quizás debería decir ¡sacramento! Creo que es el título / ministerio más precioso y más «de peso» que los obispos y los abades tenemos y que debemos custodiar. Es un «título / ministerio» que «pesa», te lo puedo asegurar, pero también es un título, una diaconía, que tantas y tantas veces te dará fuerza y consuelo.

Siguiendo el ritual de la bendición, invocaremos a la Virgen y a todos los santos. Las letanías manifestarán nuestra confianza como Iglesia en la intercesión y la comunión de todos aquellos hombres y mujeres que se han configurado a Cristo: María, los apóstoles… hasta nuestros hermanos monjes mártires que hoy celebramos.

Después vendrá la oración de bendición como abad: una epíclesis, una invocación del Espíritu Santo sobre ti y también de alguna manera sobre la comunidad que te ha sido encomendada. Lo que se pide para ti, también directamente toca la comunidad de los monjes. El texto nos resume algunos aspectos fundamentales de esta tu nueva diaconía:

Que con su enseñanza penetre el corazón de sus discípulos. Enseñar, por tu parte, acoger tu enseñanza por parte de los hermanos.

Que sepa la cosa difícil y ardua que ha aceptado: gobernar almas y acomodarse a muchas formas de ser … En cada monje encontrarás el alma dócil y el alma a veces terca … El corazón generoso y el corazón endurecido … ¡No desesperes nunca de la misericordia de Dios!

Más servir que mandar… Un servicio, una palabra, una enseñanza que a veces penetrará el corazón de los discípulos como una lluvia suave, y a veces tendrás la impresión de que pasa como un torrente que te parecerá que no deja huella. No te desanimes y ten paciencia.

No perder ninguna de las ovejas que tiene encomendadas: Ninguna oveja es despreciable, ninguna. Somos, siempre, ovejas que a veces cojean y a veces caminan con firmeza … Ninguna es despreciable, ni la oveja perdida, que tendrás que cargar una y otra vez sobre tus hombros, ni la oveja fuerte quien, te lo aseguro, le hará bien una buena palabra amistosa y animadora de vez en cuando.

Llenarlo de los dones del Espíritu Santo… Todo lo que harás, lo que enseñarás, será para ti y para los hermanos, un don del Espíritu Santo.

Que no anteponga nada que Cristo y que enseñe que nada le debe serle antepuesto. El Cristo, único mediador de quien nos hablaba la carta a los Hebreos, es Aquel que deberás anunciar siempre a tus hermanos monjes, a los escolanes, a los trabajadores de Montserrat, a los miles y miles de peregrinos que, pasada esta borrasca de la pandemia, el Señor continuará llamando a la santa montaña de Montserrat. Hombres y mujeres que subirán a Montserrat a buscar una palabra amiga, una palabra de consuelo, el sacramento del perdón, un lugar de silencio.

Acabaremos la bendición con la entrega de las insignias, de estos símbolos que harán presente, de manera comunitaria y litúrgica lo que eres y que tienes que ser para tus hermanos: se te dará la Santa Regla, el anillo, la mitra y el báculo, que manifestarán simbólicamente tu enseñanza, tu amor esponsal por la comunidad, tu magisterio y tu pastoreo, es decir tu plena configuración con Cristo. Símbolos que harán evidente, para ti mismo en primer lugar, y para los hermanos, esta nueva diaconía a la que el Señor te ha llamado.

Estimado P. Abad Manel: los Padres de la Iglesia han dado al obispo y al abad una serie de títulos a través de los que han querido indicar aquel que en cada Iglesia, y en cada monasterio, hace las veces de Cristo: padre, pastor, maestro, guía, timonel, médico -médico de las almas ciertamente, pero también médico de los cuerpos: ama, cuida, visita a los enfermos.

A estos títulos me permito añadir otro, no te asustes: ¡el abad es también «mártir»!. En el sentido más fuerte del término: mártir / testigo de Cristo en la comunidad, en la Iglesia, en el mundo que nos toca vivir.

Estimados hermanos, después de la bendición, celebraremos los Santos Misterios. Invocaremos al Espíritu Santo sobre el pan y el vino para que haga el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que nos haga también, a ti padre abad Manel y a todos nosotros, mártires de su Evangelio, testigos de su palabra de vida que acogemos cada día como monjes, como peregrinos en un mundo a veces sordo pero siempre sediento de una palabra viva, de consuelo, de misericordia, de esperanza.

En la Divina Liturgia bizantina, después de la narración de la institución de la eucaristía y de la epíclesis sobre el pan y el vino, después de que el Espíritu Santo ha hecho el Cuerpo y la Sangre de Cristo, invocamos a la Madre de Dios, aquella en el seno de la cual la Palabra se hizo hombre, se encarnó. También en esta celebración invocamos para ti y para Montserrat la intercesión de Santa María, la Virgen, para que sea ella siempre para ti y para la comunidad aquella guía que te muestre y te lleve al Cristo, el único mediador, Señor y pastor de nuestras vidas.

Retomo, con un añadido, la estrofa del himno de Todos los Santos de la que hablaba al principio: «Chori … abbatum monachorumque omnium, simul cum sanctis omnibus, consortes Christi facite». Que los santos abades y monjes de la historia de este monasterio te y nos hagan «consortes Christi familiares del Cristo».

«Aquí está vuestro Dios! En Él hemos puesto nuestra esperanza… «. Que nos fortalezca siempre esta esperanza el Cristo Señor, que reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos.

Amén.

 

 

Abadia de MontserratBendición de l’Abat Manel Gasch i Hurios – Homilía (13 de octubre de 2021)

Solemnidad de Sant Pedro y San Pablo (29 junio 2020)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (29 junio 2020)

Hechos de los Apóstoles 12:1-11 – 2 Timoteo 4:6-8.8-11 – Mateo 16:13-19

 

Estimados hermanos y hermanas: Hoy celebramos el martirio de los dos grandes apóstoles San Pedro y San Pablo. Es el día en el que sellaron con la sangre su adhesión a Jesucristo.

San Pedro había dicho a Jesús resucitado, cerca del lago de Galilea: Señor, tú sabes que te quiero (Jn 21, 15-17). Pero es en el momento del martirio que este amor es total y definitivo. San Pablo tenía una convicción profunda: Cristo, el Hijo de Dios, me amó y se entregó a sí mismo por mí, por eso vivo mi vida en la fe en el Hijo de Dios (Ga 2, 20), porque el amor del Cristo nos apremia (2C 5, 14). Pero, es, también, en el momento del martirio cuando corresponde plenamente al amor que Jesucristo le ha tenido y que expresa de una manera radical el amor que él ha tenido a Cristo.

El martirio de estos dos grandes apóstoles constituye el inicio de su participación plena en el misterio pascual de Jesucristo, constituido por su muerte y su resurrección.

La primera lectura, tomada de los Hechos, nos narró uno de los encarcelamientos que sufrió San Pedro. Este fue por orden del rey Herodes que lo quería condenar a muerte. Pero, tal como hemos oído, el Señor lo liberó. La narración tiene como trasfondo la pascua del pueblo de Israel, en la que fue liberado de Egipto, y la pascua de Jesucristo. Incluso cronológicamente nos decía que Pedro fue encarcelado en las fiestas de la Pascua judía, entorno, pues, de las mismas fechas de la muerte y la resurrección de Jesús. Pedro estaba atado fuertemente y bien custodiado por soldados en el lugar más seguro de la prisión, rodeado por la oscuridad de la noche, lo que nos recuerda a Jesús en la oscuridad del sepulcro bien cerrado y custodiado, también, por soldados. Pero una intervención divina llena de luz el espacio oscuro y libera a Pedro. El ángel le dijo levántate con una palabra que en griego equivale a «resucita». Este hecho de alguna manera anticipa simbólicamente la participación de Pedro en la Pascua de Jesucristo. Ciertamente, es una salvación de la muerte sólo temporal, pero muestra la solicitud que Dios tiene por quienes se han hecho discípulos de Jesucristo y la gloria futura que les es promesa.

También más adelante San Pablo vivió un episodio similar, según el mismo libro de los Hechos. El encarcelamiento de Pedro que hemos leído, tuvo lugar en Jerusalén, Pablo junto con Silas, compañero suyo de evangelización, fue encarcelado una de las veces en la ciudad de Filipos, capital de la Macedonia romana. De manera similar ellos dos fueron encerrados en el lugar más seguro de la prisión, bien atados con cadenas y custodiados por guardas. También por la noche, mientras todo estaba oscuro, una intervención divina les desata las cadenas y los liberó, anticipando como en el caso de Pedro, su participación definitiva en la pascua de Jesucristo (cf. Hch 16, 25-34).

Los apóstoles, vigorizados con el don del Espíritu Santo, vivían estas situaciones por amor a Cristo, para difundir el Evangelio. Y las vivían con alegría. En el caso de Pedro, el Libro de los hechos de los apóstoles nos dice que él y los otros apóstoles se alegraban de ser ultrajados y de sufrir a causa del nombre de Jesús (cf. Hch 5, 41); les alegraba poder participar de los sufrimientos de Cristo para que así, cuando él revelara su gloria podrían alegrarse, también, llenos de alegría (cf. 1 P 4, 14). De igual manera Pablo, que se sentía espoleado por el amor de Cristo (2C 5, 14), se complacía en las persecuciones y en las angustias por Cristo (2C 12, 10), y podía escribir: yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús (Gal 6, 17), en referencia a las cicatrices de las flagelación y de los bastonazos que había sufrido varias veces.

San Pedro y San Pablo vivieron de un modo eminente, como correspondía también al ministerio eminente que habían recibido en la Iglesia, lo que había anunciado Jesús: os detendrán y os perseguirán, os arrestarán en las cárceles, y os harán comparecer  ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre. Esto os servirá para dar testimonio (Lc 21, 12-13). Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía.  Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 11-12). Es que el discípulo de Jesús debe recorrer el mismo itinerario espiritual de su Maestro y debe vivir el misterio de muerte y de resurrección en su vida través de las vicisitudes de la existencia, de las incomprensiones y del sufrimiento que le puede venir de tantas maneras. Así el discípulo de Jesús podrá llegar a participar para siempre de su pascua. San Pedro y San Pablo son para nosotros unos testigos de cómo la fe y el seguimiento de Jesucristo comportan una dimensión de cruz, y de cómo el amor y la esperanza permiten que sea vivida en paz y con alegría. Esto nos anima a ir a fondo en nuestra vivencia del Evangelio y no desfallecer en el testimonio a pesar de las dificultades y las incomprensiones.

También en nuestras vidas vivimos una anticipación de la pascua cada vez que vencemos el mal con el bien, cada vez que ayudamos a los demás, cada vez que hagamos las paces, cada vez que, por gracia, superamos el pecado que nos asedia, cada vez que perseveremos en la fidelidad a pesar de las dificultades, cada vez que sufrimos por causa del Evangelio y no desfallecemos en el amor …

Por otra parte y de acuerdo con la palabra de Jesús, no podemos soñar con un mundo en el que los cristianos podremos vivir siempre con tranquilidad. Esto puede ser posible por un tiempo, en un lugar concreto, porque las dificultades no son siempre iguales en todas partes. También ahora hay lugares de la geografía donde los cristianos son perseguidos o se encuentran en graves dificultades, porque siempre habrá poderes políticos, económicos o mediáticos para los que el cristianismo será un estorbo y lo querrán eliminar o al menos debilitar y ridiculizar. Pero sabemos que en las dificultades el Espíritu Santo es la fuerza del cristiano (cf. Lc 12, 11-12). Y esto nos alienta a dar testimonio sin desfallecer.

Hemos sentido que, mientras Pedro estaba en la cárcel, la comunidad eclesial oraba por él. Hoy, en la solemnidad de los dos grandes mártires de Roma, la Iglesia católica extendida de Oriente a Occidente (cf. Pasión de los Sts. Fructuoso, Augurio y Eulogio) ruega por el sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Desde hace tiempo, es atacado desde varios sectores incluso dentro de la Iglesia. Se puede sintonizar más o menos con su forma concreta de hacer y de decir; también San Pedro y San Pablo experimentaron tensiones entre ellos por su manera diferente de ver las cosas (cf. Ga 2, 11-16). Pero la Iglesia de Roma es la Iglesia que, como afirma, ya en el s. II, San Ignacio de Antioquía, «preside todas las demás en la caridad»; y como dice, también en el mismo s. II, San Ireneo, «es necesario que todas las Iglesias estén en armonía con esta Iglesia» (cf. Comisión internacional católico-ortodoxa, Documento de Rávena, 41). Por eso el obispo de Roma es vínculo de unidad, de comunión y de paz entre todas las Iglesias. Y la comunión con su persona y con su misión pastoral es un elemento integrante de la vida eclesial y, por tanto, de nuestra vivencia como miembros de la Iglesia (cf. CEC 881-882). Debemos rezar por Francisco, tal como lo pide constantemente él mismo, y debemos acogerlo con espíritu de fe.

Que por la gracia de esta eucaristía nos sea dado perseverar en la fe de los apóstoles hasta el día que podremos participar plenamente, también nosotros, de la pascua de Jesucristo.

Abadia de MontserratSolemnidad de Sant Pedro y San Pablo (29 junio 2020)