Domingo XX del tiempo ordinario (20 de agosto de 2023)

Homilía del P. Bernat Juliol, Prior de Montserrat (20 de agosto de 2023)

Isaías 56:1.6-7 / Romanos 11:13-15.29-32 / Mateo 15:21-28

 

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

De vez en cuando, como cristianos que formamos parte de la Iglesia, puede ayudarnos hablar de algo que quizás no siempre tenemos suficientemente presente en nuestra vida: la ilusión. Pero esta «ilusión» es una palabra compleja. Según el Diccionario del Institut d’Estudis Catalans, tiene una dimensión negativa y otra positiva.

Desde el primer punto de vista, la ilusión es un «error de los sentidos o del espíritu que hace tomar por realidad la apariencia», un «engaño debido a la falsa apariencia» o una «esperanza sin fundamento real». La ilusión se convierte, pues, en algo peyorativo. Es algo que estamos convencidos de que existe, pero no es real. Es como un espejismo, una ilusión óptica, una pura apariencia.

Pero, por otra parte, la ilusión también tiene un sentido positivo. El mismo diccionario la define como «entusiasmo que se experimenta con la esperanza o la realización de algo». Desde este punto de vista, la ilusión es lo que nos mueve y nos motiva a llevar adelante un proyecto hasta llevarlo a su realización. Valores como el trabajo o la disciplina quedan vacíos de sentido si detrás no existe la ilusión por algo que queremos hacer o queremos conseguir. La ilusión es una gran fuerza que ha movido siempre al mundo, desde los navegantes que se iban a descubrir regiones extremas del Ártico hasta los hombres y mujeres que han querido formar una familia.

Estos dos sentidos de la ilusión, nos enseñan aquí ya una primera cosa. ¿Cómo sabemos que nuestra creencia en el Dios de Jesucristo no es una ilusión? Es decir, ¿cómo sabemos que no es una apariencia sin fundamento real? Es evidente que no tenemos pruebas científicas de Dios, pero tenemos algo aún más importante: la fe. Con los ojos de la fe somos capaces de dar el gran salto de nuestra vida. Es un salto entre un dios que es pura ilusión, carente de toda esperanza, a un Dios que también es ilusión, pero esta vez una ilusión fundamentada en la firme esperanza de Cristo.

Es en esta segunda ilusión en la que debemos centrarnos, aquella que nos anima con la esperanza de un Dios vivo y verdadero, que ha enviado a su hijo único Jesucristo para nuestra salvación y la de todo el mundo. La ilusión, si bien no es una palabra que aparezca de forma fundamental en la Sagrada Escritura, es algo que la impregna de arriba abajo. Pensemos, por ejemplo, en la llamada de los apóstoles por parte de Jesús. «Venid y seguidme», les dice el Señor. Y los discípulos, abandonando todo lo que tenían, fueron detrás de Cristo hasta las últimas consecuencias. ¿Qué es esto sino ilusión por la vocación recibida? Porque, como dice la lectura de la carta a los Romanos que hemos oído hoy: «Cuando Dios concede a alguien sus favores y lo llama, nunca se echa atrás». O pensemos también con la ilusión de la Virgen María que le hace decir: «Mi alma magnifica al Señor, mi espíritu celebra al Dios que me salva, porque el todopoderoso ha mirado la pequeñez de su sierva».

Y nosotros, ¿vivimos con ilusión nuestra fe? ¿Es para nosotros la fe algo que nos anima por la esperanza que tenemos en Cristo? Al igual que sucedió con los apóstoles, vivir la fe con ilusión debe provenir de tener experiencia del encuentro con Cristo Resucitado. Como san Pablo camino de Damasco, también Jesús viene al encuentro de cada uno de nosotros y nos llama por nuestro nombre. Como con los discípulos de Emaús, también el Señor camina a nuestro lado y comparte con nosotros nuestras alegrías y sufrimientos. No tengamos miedo de dejarnos tocar por Cristo.

Es cierto que la sociedad actual no acompaña, pero ¿ha habido algún momento histórico en el que la sociedad acompañara? A veces puede desilusionarnos que en la Iglesia hay pocas vocaciones o poca gente joven. Pero si miramos la última Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Lisboa, veremos que no siempre es así. Evidentemente que la Iglesia actual tiene dificultades, como siempre las ha tenido. Pero a lo largo de 2000 años la Iglesia siempre se ha sabido adaptar a cada momento histórico para seguir siendo siempre portadora de amor y esperanza en medio del mundo. Ahora, estemos seguros, también lo hará.

También es verdad que lo que predicamos como cristianos no está de moda. Pero, ¿cuándo lo ha estado de moda? Las corrientes de pensamiento y las tendencias sociales parece que van en dirección totalmente contraria a lo que nosotros creemos y defendemos. ¡Pero no tengamos miedo de ir contracorriente! ¡Tengamos también ilusión por ir contracorriente llevando la Buena Nueva de Cristo! Si lo hacemos así, cada vez seremos más los que caminaremos de nuevo hacia el Señor.

Sin embargo, la ilusión en este mundo debe tener su fundamento en la ilusión en el mundo divino. En el siglo V de nuestra era, hubo una fuerte polémica entre el ínclito Nestorio, el patriarca de Constantinopla, y san Cirilo, patriarca de Alejandría. El primero defendía tanto a la humanidad de Cristo, que llegaba al límite de casi olvidarse de su divinidad. Por otro lado, los discípulos de Cirilo, y no él mismo, defendieron tanto la divinidad de Cristo que casi se olvidaron de su humanidad. La polémica acabó por diluirse en el Concilio de Calcedonia del 451, que afirmó que Cristo es a la vez plenamente hombre y plenamente Dios.

La Iglesia, verdadero cuerpo de Cristo, es también divina y humana a la vez. Y corremos también el mismo riesgo que en la polémica entre Cirilo y Nestorio. Es decir, podemos acentuar tanto su divinidad que nos olvidemos de su humanidad o bien podemos acentuar tanto su humanidad que nos olvidamos de su divinidad. En el primer caso, si nos olvidamos de la humanidad de la Iglesia, nos quedamos encerrados en las sacristías y olvidamos los problemas y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En el segundo caso, si nos olvidamos de su divinidad, perdemos el sentido trascendente de dónde nos viene la fe, la esperanza y la caridad.

La historia de la Iglesia ha oscilado siempre entre estos dos polos. Quizás ahora estamos en un, podríamos llamar, «neo-nestorianismo», es decir que hay que volver a encontrar el equilibrio entre la necesaria humanidad, pero también la necesaria divinidad. A pesar de todos los defectos humanos de la Iglesia, a pesar de estar formada por hombres y mujeres pecadores, sin embargo, la Iglesia, como comunidad de creyentes seguirá haciendo presente siempre el Espíritu del Resucitado en nuestro mundo.

Cierto que existe la fidelidad humana, pero ésta sólo es un reflejo de aquel que es la fidelidad divina, el Dios de Jesucristo. Es cierto que hay una misericordia humana, pero ésta sólo es un reflejo de aquél que es la fidelidad divina. Es cierto que existe el amor humano, pero éste es un reflejo de aquel que es el Amor absoluto. Si sólo fundamentamos nuestra esperanza en lo terrenal, Dios se convierte en una mera ilusión, un espejismo. Por el contrario, si fundamentamos también nuestra esperanza sobre las cosas divinas, Dios se convierte en la fuente de nuestra ilusión como cristianos.

Esta comunión entre humanidad y divinidad de la Iglesia se manifiesta sobre todo en el misterio sagrado. En un mundo basado en la ciencia como lo es el nuestro, resulta difícil comprender que exista el misterio. Y no sólo que exista, sino que desempeñe un papel central en nuestra vida. En efecto, todos queremos ver, queremos oír, queremos entender. Pero a veces es más importante lo que no se ve que lo que se ve, lo que no se siente que lo que se siente, lo que no se entiende que lo que se entiende. La grandeza de Dios a veces sólo puede manifestarse de esta manera: en la oscuridad, en el silencio. No tengamos miedo de no ver, de no oír, de no entenderlo todo. Arraiguemos nuestra ilusión en este misterio del amor de Dios y viviremos nuestra vida cristiana con gozo y esperanza.

Vivamos siempre nuestra fe con ilusión, esa ilusión que nos lleva a ser comprometidos con nuestro mundo y, a la vez, adoradores del misterio de Dios.

Como decía el filósofo cristiano Blaise Pascal: «Las ilusiones del hombre son como las alas del pájaro: eso es lo que le sostiene».

Abadia de MontserratDomingo XX del tiempo ordinario (20 de agosto de 2023)

Domingo XIX del tiempo ordinario (13 de agosto de 2023)

Homilía del P. Josep M Soler, Abat emèrit de Montserrat (13 de agosto de 2023)

1 Reyes 19:9a.11-13a / Romanos 9:1-5 / Mateo 14:22-23

La lectura de este evangelio, queridos hermanos y hermanas, me sugiere un tríptico. Tres escenas ofrecidas para la contemplación y la meditación de quienes participamos en la celebración eucarística de este domingo.

La primera escena es la de Jesús en el monte a solas para orar noche. Acababa de curar a muchos enfermos y de multiplicar los panes para dar de comer a quienes se habían reunido para escucharle. Los discípulos y la gente estaban entusiasmados de lo que había hecho. En cambio, Jesús busca un tiempo para estar solo. Los evangelios nos muestran cómo, después de la actividad evangelizadora y sanadora, busca ratos de intimidad con el Padre. Normalmente en soledad y por la noche. Es una oración filial, llena de amor, confiada, agradecida, que dispone su voluntad humana a la obediencia libre a la voluntad amorosa del Padre. Y en esta oración, Jesús lleva a toda la humanidad, intercede a favor de todos, pasados, presentes y futuros. Con esto nos enseña que nosotros también debemos rezar confiadamente según el modelo del padrenuestro que él nos enseñó.

La segunda escena del tríptico que me sugiere el evangelio de hoy es la de la tormenta. El Señor, dice el evangelista, había apremiado a los discípulos a subirse a la barca y a marchar solos en medio de la oscuridad, como si quisiera provocar una situación que fuera aleccionadora para ellos y para la Iglesia de todos los tiempos. Y es con una finalidad catequética que el evangelista san Mateo describe la escena. Mientras siguiendo el mandamiento de Jesús, los discípulos van con la barca hacia la otra orilla, encuentran en medio de la oscuridad de la noche una tormenta. El viento -como muchas veces ocurre en el lago de Galilea- sopla fuerte y les es contrario, se levantan las olas y estorban la barca para avanzar. Es atacada por el viento y las olas y está en peligro. Están lejos de tierra. Los discípulos tienen miedo. Y el Señor está ausente. Esta barca, con los discípulos dentro, es figura de la Iglesia en el mundo, que debe trabajar para avanzar hacia el Reino de los cielos y debe hacer frente a dificultades, resistencias, persecuciones. La escena representa, también, todos los desalientos, todas las noches interiores personales, todas las incertidumbres colectivas, todas las situaciones en las que la fe es puesta a prueba y Dios parece que no existe.

La tercera escena del tríptico es la central. Ya está cerca el amanecer, la primera luz del día, y Jesús camina sobre el agua. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen; creen que es un fantasma y todavía se sobrecogían más. Pero, enseguida, Jesús les dice: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Este hecho de andar sobre el agua y las palabras que les dice, tienen todo un trasfondo bíblico, que aquí se vuelve revelación sobre Jesucristo. El libro de los salmos habla ya de cómo el Señor se abrió camino en medio del mar y el océano se convirtió en lugar de paso por sus huellas invisibles (cf. Ps 76, 20). Y, aún, de cómo el Señor es más potente que el bramido de los océanos, más potente que las olas del mar (cf. Ps 92, 4). Jesús, pues, es el Señor que se abre camino en medio del mar y hace callar el bramido de las olas. Y la afirmación de Jesús soy yo, es un eco del nombre divino revelado a Moisés en la zarza incandescente del Sinaí. Cuando Moisés pregunta a Dios cuál es su nombre, Dios le responde: Yo soy el que soy (cf. Ex 3, 14). Con esta expresión, Jesús manifiesta a los discípulos sobrecogidos su autoridad sobre los elementos y los serena mostrando su identidad de Hijo de Dios.

Entonces, Pedro, ardiente e impulsivo como siempre, quiere ir hacia el Señor y le pide que le haga andar también a él sobre el agua. Mientras confía en Jesús es capaz de hacerlo a pesar de la tormenta del viento y de las olas. Pero inmediatamente duda y tiene miedo, y entonces comienza a hundirse. Pero la mano de Jesús le sostiene y le da seguridad. La debilidad de Pedro se apoya en la fuerza del Señor. Para el evangelista, la poca fe de Pedro personifica la de todos los que en un momento u otro de su vida dudan, y enseña que, apoyados en Jesucristo, que es más potente que el bramido de los océanos, más potente que las olas del mar, podemos levantarnos en nuestras vacilaciones de fe mientras hacemos camino hacia la otra orilla de la existencia. Como en la escena evangélica, parece que Jesús está ausente, pero en su oración velaba por los discípulos y al ver su situación desesperada les sale al encuentro con su poder de Hijo de Dios. En la pedagogía divina, las noches espirituales, las pruebas en las que nos encontramos a lo largo de la vida, las vacilaciones, la confrontación con la incredulidad imperante en nuestras sociedades, son ocasiones en las que, si no nos apoyamos en nosotros mismos, podemos fortalecer la fe y la confianza en el Señor resucitado.

Después, Jesús y Pedro suben a la barca y termina la tormenta. Como he dicho, en el pensamiento del evangelista, la barca simboliza a la Iglesia que debe hacer frente a tantas dificultades para ir adelante. Jesucristo está en la barca y da fortaleza a la debilidad de todos los discípulos pasados, presentes y futuros. Nos da fortaleza, también, a nosotros, para que no desfallezcamos en los contratiempos que nos encontramos.

Una vez subidos a la barca, el grupo de los discípulos recibe al Señor con el gesto litúrgico de prosternarse y con una profesión de fe: Realmente eres Hijo de Dios. Una actitud de adoración y una profesión de fe que deben empapar nuestra celebración litúrgica. Él está presente y nos da fuerza por nuestra travesía en medio de las dificultades hasta que llegaremos al puerto, a la tierra firme de la vida eterna.

Abadia de MontserratDomingo XIX del tiempo ordinario (13 de agosto de 2023)

Bendición del Abad Manel Gasch i Hurios – Palabras del P. Abad (13 de octubre de 2021)

Palabras del P. Manel Gasch i Hurios al final de la Eucaristía de su bendición abacial (13 de octubre de 2021)

 

Doy gracias a Dios por todo lo que hemos vivido hoy en esta celebración. Porque nos hemos sentido una comunidad que oraba e invocaba los dones del Espíritu Santo para fortalecer mi fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio en el servicio que mis hermanos me han encomendado como abad.

Una comunidad de oración abierta a todos los que estáis aquí, conscientes de que, si tal vez a todos no nos une la fe, sí compartimos la amistad, el respeto y la estimación por Montserrat. Una apertura que la tecnología ha extendido, como hace cada día, a través de los medios de comunicación a muchos hogares de fieles a los que quiero tener presentes en estas palabras, para hacerles sentir parte de nuestra asamblea, especialmente los enfermos y los ancianos .

«Acoged a todos» fueron las palabras que el Papa San Pablo VI dirigió al Abad Cassià M. Just y que han marcado la vida de nuestra comunidad. No podía ser de otro modo. Son palabras que también encontraríamos en el corazón de la espiritualidad de la Regla de San Benito y que estoy seguro que continuarán inspirándonos. El monasterio es siempre la casa de Dios y por lo tanto la casa de todos; para unos, los monjes, de manera estable y por los otros, los huéspedes, de manera pasajera, como Jesucristo que pasa; Montserrat es además la casa de la Virgen, de la Moreneta, de la Patrona de Cataluña, venerada por fieles y peregrinos de todas partes, la casa donde quisiéramos que todo el mundo se encontrara bien. Este santuario es el don que Dios ha hecho a nuestra comunidad y nos sentimos a la vez responsables y agradecidos.

Gracias en primer lugar al P. Manuel Nin y Güell, obispo titular de Cárcabo y exarca apostólico para los católicos de tradición bizantina de Grecia, que aceptó presidir esta bendición, con quien nos unen lazos de fraternidad y que, aportando un poco de la tradición de Oriente Cristiano ha hecho más católica, más universal, esta asamblea.

La comunión que personalmente me ha expresado, el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, mi ciudad de nacimiento, que hoy no puede estar con nosotros, y la presencia del Cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo emérito de Barcelona, y de nuestro obispo de Sant Feliu de Llobregat, Mons. Agustí Cortés, junto con la de los arzobispos de Tarragona y de Urgell, a este último le debo la ordenación presbiteral, más la presencia de obispos de todas las diócesis con sede en Cataluña y aún la del obispo de Mallorca, y la de todos los sacerdotes y diáconos que está aquí, nos dan cuenta de la profunda eclesialidad a la que estamos llamados los monjes de Montserrat: al servicio de las parroquias, de los sacerdotes y de los fieles. Un servicio que compartimos con tantos religiosos y religiosas, que nos complementamos en la diversidad de carismas y que avanzamos juntos en el discernimiento de la voluntad de Dios.

The monastic family couldn’t be higher represented in this celebration and I am most grateful to the most Reverend father Gregory, abbot Primate to have been able to attend it and to bring with him the communion and the prayer of the whole benedictine Confederation. Being just as we are a single monastery, your presence remind us that we are really part of something bigger than just us. Je remercie le Père Abbé Jacques Damestoy qui nous partage son amitié et celle de monastères français. También agradezco al Abad Guillermo, Presidente de nuestra congregación sublacense-casinense, a nuestros hermanos abades y monjes de los monasterios hermanos de El Paular, Silos, Leyre y Santa Brígida, que hoy nos acompañéis, así como la fraternidad de los abades y abadesas, monjes y monjas de los monasterios catalanes presentes aquí con quien compartimos la misión de hacer presente y viva la vocación monástica en nuestra tierra catalana.

La extensa representación del mundo civil, encabezada por el presidente de la Generalitat, Muy Honorable Sr. Pere Aragonés, la consejera de Justicia, honorable Sra. Lourdes Ciuró, la Delegada del Gobierno en Cataluña, Excma. Sra. Teresa Cunillera, la presidenta de la Diputación de Barcelona, Excma. Sra. Núria Marín, y todas las demás autoridades y representantes de entidades y medios de comunicación, nos recuerdan nuestra tradición de servicio especial a la sociedad y al pueblo de Cataluña, que se hace presente en toda su riqueza y variedad en Montserrat.

Nuestra comunidad de monjes no sólo estamos en Montserrat. Somos también monjes que nos dedicamos a nuestra diócesis de Sant Feliu de Llobregat o que vivimos en las casas del Miracle, en el Solsonès, y de Cuixà, el Conflent, que animamos la vida cristiana y espiritual de sus territorios; monjes que vivimos en Roma, colaborando con el ateneo universitario de San Anselmo; un monje que está en África, en Uganda, intentando mejorar la vida de los más pobres. Todos empezamos estas semanas una etapa nueva. No cambiaremos todos de lugar ni de trabajo pero sí que he pedido que nos pongamos juntos a escuchar.

En la proximidad del milenario del monasterio, en 2025, tenemos que ponernos a escuchar la voz de Dios, a escucharnos unos a otros, a escucharos a vosotros, convencidos de que si escuchamos, oiremos alguna cosa. Con la celebración del Milenario de Montserrat, el próximo 2025, queremos precisamente eso, acercar Montserrat a la sociedad. Nos gustaría que todo el mundo se sintiera suya esta celebración. Somos muy conscientes de que los mil años de Montserrat son también mil años de una sociedad con la cual han avanzado conjuntamente a lo largo de la historia. El Milenario es, a la vez, la oportunidad de proyectar Montserrat hacia el futuro. No empezamos esta etapa desde cero. Aquí cerca reposan los abades que restauraron el monasterio durante el siglo XIX e hicieron el Montserrat moderno. Mis antecesores que están aquí, los PP. Abades Sebastià M. Bardolet y Josep M. Soler son la memoria viva de la guía de la comunidad en los últimos más de treinta años. Ya lo he hecho públicamente, pero no puedo dejar hoy especialmente de agradecer a Dios y a él, los veintiún años de abadiato del P. Abad Josep M. Tenerlo entre nosotros, me da una gran seguridad y un gran confort.

Todos ellos, encabezados por los mártires que hoy conmemoramos, con todos los monjes que nos han precedido desde el cielo o desde la tierra, velan por nosotros e interceden ante el Señor, para que nos haga hombres de oración, de acogida y testimonios de bondad y de paz. Una comunidad que en estos momentos difíciles, después de la pandemia, sea capaz de dar esperanza verdadera a todos y solidarizarse con los que más sufrirán los efectos.

Finalmente quisiera dedicar unos agradecimientos más personales a los que también están aquí. A mi madre que tengo el placer que me acompañe hoy, y a mi padre, que nos dejó hace justo un año, a causa del Covid, a quienes debo la vida, la fe y el primer amor en Montserrat y que es bien presente. A mis hermanos, cuñadas, tíos y todo el resto de la familia por todo el camino que hemos hecho juntos y el que aún haremos. A los amigos, fieles durante tantos años y de los que espero que continuaremos siendo sencillamente amigos. Al Hermano Pedro de la comunidad de Taizé, lugar esencial de mi vida. To father Jonathan and to father Paul from the Church of England for so many years of friendship, and for taking the trouble to come from England to a such long celebration being unable to understand a word of it. También agradezco que estéis aquí tantos colaboradores y trabajadores de Montserrat tan cercanos en los últimos diez años de mi vida, en mi tarea de administrador-mayordomo y todos los que formáis la amplia familia montserratina: los oblatos, los cofrades, los Antiguos Escolanes.

Gracias especialmente a vosotros escolanes porque nos habéis ayudado a orar con la música y porque nos hacéis pasar tantas horas hermosas con vuestro canto y nos demostráis vuestra capacidad de sacar adelante tantos proyectos extraordinarios aun siendo tan jóvenes. Me acuerdo de vuestras familias y de la Capella, con algunos de los cuales compartíamos hace «sólo» quince años, educación, conciertos y viajes…

Y a todos los que sé que habéis trabajado mucho para garantizar la organización y la seguridad de este acto. A todos gracias de corazón.

Y quiero terminar recordando dos personas importantes en mi vida y que hoy no están aquí debido a la salud: monseñor Antoni Vadell, buen amigo de hace 25 años y el P. Ramon Ribera Mariné, formador mío en el noviciado y el juniorado. Que puedan recuperarse pronto.

Y si me he dejado alguien, quiera perdonarme. No ha sido con mala intención.

Pongámonos, pues, en camino bajo la mirada de la Virgen, la Rosa de Abril que desde Montserrat ilumina la catalana tierra, el mundo entero y nos guía hacia el cielo.

Abadia de MontserratBendición del Abad Manel Gasch i Hurios – Palabras del P. Abad (13 de octubre de 2021)

Bendición de l’Abat Manel Gasch i Hurios – Homilía (13 de octubre de 2021)

Homilía del P. Manel Nin, Exarca Apostólico para los católicos de tradición bizantina a Grècia con motivo de la bendición abacial del P. Abat Manel Gasch i Hurios (13 d’octubre de 2021)

Isaías 25:6a.7-9 / Hebreos 12:18-19.22-24  / Juan 15:18-21

 

Bendito sea nuestro Dios ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Estimado P. Abad Manel, queridos hermanos. La celebración litúrgica de hoy, como veis quienes estáis presentes personalmente u os unís a través de los diversos medios de comunicación, tiene un algo que la hace siquiera un poco especial. Hay, veis, muchos obispos, abades y sacerdotes concelebrantes, y muchos monjes. También es especial la presidencia de la celebración por parte de un obispo católico de rito bizantino que quizás para muchos es desconocido. Pero para otros seguramente no lo es tanto. Agradezco al p. Abad Manel la invitación paterna y fraterna a presidir esta celebración litúrgica en Montserrat. Celebrar en Montserrat es, para vosotros monjes y para mí que he formado parte de esta comunidad durante muchos años, y me siento todavía parte de ella, es celebrar «en casa».

Hay dos aspectos que son fundamentales en nuestra celebración y que quisiera subrayar. El primer aspecto: la memoria de los beatos monjes mártires, de los que celebramos hoy la fiesta, y a la liturgia de los cuales pertenecen las lecturas de la Palabra de Dios que hemos escuchado. El segundo aspecto: la presencia del p. Abad Manel Gasch, sentado aquí en el centro de nuestra celebración, para recibir la bendición como abad, como padre y pastor de este monasterio de Santa María de Montserrat.

El profeta Isaías nos ha presentado, sirviéndose de un lenguaje muy vivo y muy bello, la imagen del banquete preparado para todos los pueblos. A menudo los profetas, con imágenes festivas, casi de vida familiar, nos presentan la relación de Dios con los hombres, con su pueblo. Y con estas imágenes de vida familiar el profeta afirma: «Aquí está vuestro Dios! En Él hemos puesto nuestra esperanza… «. Todo el AT prepara el encuentro definitivo, en Jesucristo, de Dios con el hombre; lo hace, podríamos decir, con imágenes que llevan de una manera o de otra al Emmanuel, el Dios con nosotros. «Aquí está vuestro Dios! En Él hemos puesto nuestra esperanza… «. Un Dios con nosotros, un Dios en medio de nosotros, que no nos ahorra el encuentro con la contradicción, con el sufrimiento, con la muerte. Este encuentro con el sufrimiento, con la cruz lo vivimos siempre pero seguros de que «… En Él hemos puesto nuestra esperanza …». Esta podría ser la frase que encierra la vida y la muerte de tantos y tantos hermanos nuestros cristianos que han dado y dan la vida por Cristo, como lo hicieron nuestros hermanos monjes mártires, las reliquias de algunos de ellos que veneramos en la cripta de esta basílica.

En el evangelio de San Juan, en el fragmento que hemos escuchado tomado de su largo discurso de despedida, el Señor nos ha dejado su Palabra siempre viva, siempre presente en nuestro camino cristiano: «Yo os elegí del mundo .. . Todo esto os lo harán a causa de mi nombre … «. Os encontraréis con contradicciones, con persecuciones, con sufrimientos. Siempre «… a causa de mi nombre…», bien seguros, sin embargo, que «En Él hemos puesto nuestra esperanza …». Vivir el Evangelio, ayer, hoy y siempre, no es nunca un camino llano, al contrario es un camino donde la cruz, la del Cristo y la nuestra, se hace presente. Es un camino donde un mundo, a veces hostil y a veces indiferente, nos pedirá razón de nuestra fe. La palabra del Señor: «Yo os elegí del mundo …», nos infunde la fuerza y el coraje para anunciar y vivir siempre el Evangelio, que es nuestra respuesta, nuestro testimonio en medio de los hombres.

Las lecturas de la liturgia de hoy tienen una fuerza especial precisamente porque son proclamadas en la fiesta de nuestros monjes mártires, de aquellos hermanos nuestros que, fieles a Jesucristo y a la profesión monástica que un día hicieron como monjes en este monasterio, derramaron su sangre como mártires, como testigos de aquel amor al único Señor de sus y de nuestras vidas aún hoy, Jesucristo el Señor, el único Salvador, el único Redentor. «Aquí está vuestro Dios! En Él hemos puesto nuestra esperanza… «. En la larga historia de nuestro monasterio-santuario, siempre a los pies de la Virgen, una historia milenaria, encontramos un gran número de santos monjes, anónimos ciertamente pero que han sido y siguen siendo piedras vivas en este edificio viviente que es Montserrat, cuyo símbolo es esta basílica que nos acoge. Y como corona de este primer milenio de nuestra historia, el Señor nos ha hecho el don de añadir, a la larga hilera de monjes santos y pecadores, fieles y débiles, jóvenes y viejos …, el Señor ha añadido la corona, la piedra preciosa de los mártires, de estos hermanos nuestros generosos y fieles, débiles y pecadores también seguramente, pero firmes en el amor de Cristo, que han hecho suya, como hacemos ahora nuestra, aquella estrofa que cantaremos dentro de unos días el primero de noviembre: «Chori … monachorumque omnium, simul cum sanctis omnibus, consortes Christi facite» / «los corazones … de todos los monjes, junto con todos los santos, háganoslo familiares del Cristo «. Ellos, los mártires, por su testimonio y su martirio, junto con tantos y tantos que nos han precedido, interceden para que, también nosotros, seamos «familiares… de Cristo».

En este «corazón de todos los monjes, familiares del Cristo» te añades tú hoy, querido p. Abad Manel, con un nuevo ministerio como abad, como padre de este monasterio. Los griegos diríamos: «con esta nueva diaconía, este nuevo servicio». ¿Qué significa para ti, para los monjes, para los escolanes y para los peregrinos que hoy estamos en Montserrat, ser bendecido abad de este monasterio? Os propongo que sea ahora la misma celebración litúrgica la que nos guíe pedagógicamente en lo que significa para ti, para tu comunidad y para nosotros esta celebración.

Siguiendo el ritual, y ahora cuando termine esta mi homilía, te haré una serie de preguntas, a las que, con tu respuesta, manifestarás delante de Dios y de los hermanos, delante de la Iglesia, tu voluntad de llevar a cabo esta diaconía de que hablábamos.

Se te preguntará si quieres: «instruir a tus hermanos, guiarlos y enseñarles… llevarlos hacia Dios». A partir del día que la comunidad te eligió, no eres un administrador -o si quieres no eres «sólo» un administrador-, sino que eres alguien, que con la grandeza y la fragilidad de cada ser humano, desde tu condición humana -¡que Cristo ha asumido en su encarnación! -, «… has sido elegido para regir las almas haciendo las veces de Cristo». Instruir, guiar, enseñar, llevar hacia Dios. Una enseñanza, una guía, un acompañamiento, siempre «haciendo las veces de Cristo». A través de ti Cristo continuará enseñando, guiando, llevando hacia Dios. «Haciendo las veces de Cristo».

No temas cuantas veces leyendo la Regla de San Benito, o en tantos otros textos de los Padres de la Iglesia, se habla del abad o del obispo como «el que hace las veces de Cristo», como «vicario del Cristo”. ¡No renuncies, no renunciemos nunca a este título! Digo título pero quizás debería decir ¡sacramento! Creo que es el título / ministerio más precioso y más «de peso» que los obispos y los abades tenemos y que debemos custodiar. Es un «título / ministerio» que «pesa», te lo puedo asegurar, pero también es un título, una diaconía, que tantas y tantas veces te dará fuerza y consuelo.

Siguiendo el ritual de la bendición, invocaremos a la Virgen y a todos los santos. Las letanías manifestarán nuestra confianza como Iglesia en la intercesión y la comunión de todos aquellos hombres y mujeres que se han configurado a Cristo: María, los apóstoles… hasta nuestros hermanos monjes mártires que hoy celebramos.

Después vendrá la oración de bendición como abad: una epíclesis, una invocación del Espíritu Santo sobre ti y también de alguna manera sobre la comunidad que te ha sido encomendada. Lo que se pide para ti, también directamente toca la comunidad de los monjes. El texto nos resume algunos aspectos fundamentales de esta tu nueva diaconía:

Que con su enseñanza penetre el corazón de sus discípulos. Enseñar, por tu parte, acoger tu enseñanza por parte de los hermanos.

Que sepa la cosa difícil y ardua que ha aceptado: gobernar almas y acomodarse a muchas formas de ser … En cada monje encontrarás el alma dócil y el alma a veces terca … El corazón generoso y el corazón endurecido … ¡No desesperes nunca de la misericordia de Dios!

Más servir que mandar… Un servicio, una palabra, una enseñanza que a veces penetrará el corazón de los discípulos como una lluvia suave, y a veces tendrás la impresión de que pasa como un torrente que te parecerá que no deja huella. No te desanimes y ten paciencia.

No perder ninguna de las ovejas que tiene encomendadas: Ninguna oveja es despreciable, ninguna. Somos, siempre, ovejas que a veces cojean y a veces caminan con firmeza … Ninguna es despreciable, ni la oveja perdida, que tendrás que cargar una y otra vez sobre tus hombros, ni la oveja fuerte quien, te lo aseguro, le hará bien una buena palabra amistosa y animadora de vez en cuando.

Llenarlo de los dones del Espíritu Santo… Todo lo que harás, lo que enseñarás, será para ti y para los hermanos, un don del Espíritu Santo.

Que no anteponga nada que Cristo y que enseñe que nada le debe serle antepuesto. El Cristo, único mediador de quien nos hablaba la carta a los Hebreos, es Aquel que deberás anunciar siempre a tus hermanos monjes, a los escolanes, a los trabajadores de Montserrat, a los miles y miles de peregrinos que, pasada esta borrasca de la pandemia, el Señor continuará llamando a la santa montaña de Montserrat. Hombres y mujeres que subirán a Montserrat a buscar una palabra amiga, una palabra de consuelo, el sacramento del perdón, un lugar de silencio.

Acabaremos la bendición con la entrega de las insignias, de estos símbolos que harán presente, de manera comunitaria y litúrgica lo que eres y que tienes que ser para tus hermanos: se te dará la Santa Regla, el anillo, la mitra y el báculo, que manifestarán simbólicamente tu enseñanza, tu amor esponsal por la comunidad, tu magisterio y tu pastoreo, es decir tu plena configuración con Cristo. Símbolos que harán evidente, para ti mismo en primer lugar, y para los hermanos, esta nueva diaconía a la que el Señor te ha llamado.

Estimado P. Abad Manel: los Padres de la Iglesia han dado al obispo y al abad una serie de títulos a través de los que han querido indicar aquel que en cada Iglesia, y en cada monasterio, hace las veces de Cristo: padre, pastor, maestro, guía, timonel, médico -médico de las almas ciertamente, pero también médico de los cuerpos: ama, cuida, visita a los enfermos.

A estos títulos me permito añadir otro, no te asustes: ¡el abad es también «mártir»!. En el sentido más fuerte del término: mártir / testigo de Cristo en la comunidad, en la Iglesia, en el mundo que nos toca vivir.

Estimados hermanos, después de la bendición, celebraremos los Santos Misterios. Invocaremos al Espíritu Santo sobre el pan y el vino para que haga el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que nos haga también, a ti padre abad Manel y a todos nosotros, mártires de su Evangelio, testigos de su palabra de vida que acogemos cada día como monjes, como peregrinos en un mundo a veces sordo pero siempre sediento de una palabra viva, de consuelo, de misericordia, de esperanza.

En la Divina Liturgia bizantina, después de la narración de la institución de la eucaristía y de la epíclesis sobre el pan y el vino, después de que el Espíritu Santo ha hecho el Cuerpo y la Sangre de Cristo, invocamos a la Madre de Dios, aquella en el seno de la cual la Palabra se hizo hombre, se encarnó. También en esta celebración invocamos para ti y para Montserrat la intercesión de Santa María, la Virgen, para que sea ella siempre para ti y para la comunidad aquella guía que te muestre y te lleve al Cristo, el único mediador, Señor y pastor de nuestras vidas.

Retomo, con un añadido, la estrofa del himno de Todos los Santos de la que hablaba al principio: «Chori … abbatum monachorumque omnium, simul cum sanctis omnibus, consortes Christi facite». Que los santos abades y monjes de la historia de este monasterio te y nos hagan «consortes Christi familiares del Cristo».

«Aquí está vuestro Dios! En Él hemos puesto nuestra esperanza… «. Que nos fortalezca siempre esta esperanza el Cristo Señor, que reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos.

Amén.

 

 

Abadia de MontserratBendición de l’Abat Manel Gasch i Hurios – Homilía (13 de octubre de 2021)