Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (18 d’abril de 2025)
Isaías 52:13-53:12 / Hebreos 4:14-16; 5:7-9 / Juan 18:1-19:42
Hemos provocado a Dios. Los hombres y las mujeres, en cuanto lo somos, hemos tenido esta tentación de la provocación constante de Dios y muy a menudo hemos caído. Podríamos repasar toda la historia humana y encontraríamos un ejemplo detrás de otro. Alguna vez cuando rezamos un salmo, normalmente alguno de esos salmos largos que cuentan momentos de la historia de Israel, cuento las veces en las que se dice que el Pueblo comete alguna infidelidad y, en un solo salmo, son unas cuantas.
Pero, naturalmente, la gran provocación la recordamos hoy. Jesús de Nazaret era un hombre bueno, justo, profeta, sanador y murió crucificado después de haberle hecho mofa y escarnio. Dios no quiere la muerte de quienes le aman. No quiere la muerte de ningún inocente y hoy hemos leído cómo todo un pueblo pedía la muerte de uno que no tenía ninguna culpa.
La muerte de cualquier justo inocente sería una provocación, pero sólo mirando a este Jesús como Cristo, como el ungido, como el Hijo único y amado de Dios, entendemos el alcance de esta provocación. Hemos provocado a Dios matando a su hijo. El relato podría ser casi una historia de la mafia. Lo digo en primera persona del plural, en un nosotros que es muy fuerte y que duele. Soy consciente de que más que de la suma de los individuos, muchos de ellos inocentes de este crimen, hablo del ejemplo de la humanidad en su conjunto, que en su ambigüedad es capaz de hacer mucho bien pero también de ser colaboradora en el mal.
Hoy seguimos a menudo provocando a Dios, pero desde la muerte de Cristo este desafío pasa por él. En esta muerte inocente de Cristo que nos recuerda la cruz, vemos asociadas todas las Guerras, el hambre, a los niños muertos en Gaza, u obligados a ser soldados en África o que son vendidos o raptados, los desplazados, o cualquier otra miseria humana. Como si Él mismo nos dijera con las palabras del Libro de las lamentaciones: “Todos vosotros viandantes, deteneos y ved, si hay algún dolor parecido al dolor que me atormenta”. Es el texto del Oh vos omnes que en diversas músicas, de Vitoria, de Pau Casals, cantamos en Montserrat.
Pero sobre todo nos sorprende la reacción de Dios, la reacción de Cristo a nuestra provocación. Cantaremos esta reacción de Dios estrofa tras estrofa en los improperios. No es venganza, no es desquite, no es violencia por violencia. Es la pregunta triste por el sinsentido: ¿Qué te he hecho? ¿En qué te he entristecido? La respuesta de Dios es: ¿Por qué?
Y frase tras frase, hazaña tras hazaña de Dios, la misma pregunta. ¿Por qué?
Quizás aumentada con esta increpación final que escuchamos: “Respóndeme”.
Qué difícil es, amados hermanos y hermanas, responder por todas las infidelidades a Dios de nuestra humanidad.
Qué cerca de eso está también la actitud de Jesucristo durante la pasión, especialmente aquella frase: «¿Por qué me pegas?»
Pero ni siquiera esta actitud humilde, que apela a la inteligencia de nuestros actos, asegura ninguna solución mágica de parte de Dios, como no asegura la vida en la tierra de Jesús de Nazaret ni le ahorra la muerte. La cruz es la consecuencia final de la Encarnación. Es haber abrazado la condición humana hasta sus últimas consecuencias y entre ellas está también asumir el sinsentido del mal.
Hoy, sin embargo, como una puerta a todo lo que vendrá, no hemos detenido desde la primera antífona de maitines, a confesar que Jesucristo nos redimía y nos salvaba por esta cruz, es decir por esta actitud que precisamente no se subleva, no se enfrenta, sino que sin renunciar a nada de lo que cree, se abandona en manos de la humanidad. Porque desde esta cruz Jesucristo perdona y Jesucristo acoge al buen ladrón en el paraíso. Ni siquiera hoy, la provocación a Dios queda, por parte de Él, sin palabra salvadora. Por eso también respondemos a los improperios diciendo Santo Dios, Santo y Fuerte, Santo inmortal, ten piedad de nosotros.
¿Y a mí? ¿Qué llamada me hace Dios con su actitud?
Nos pide que respondamos al porqué de su dolor y su sufrimiento. ¿Nos pide una respuesta no violenta?
Nos pide que encontremos nuestro sitio. No podríamos comprender desde este sentido la obediencia de Jesucristo en la cruz como cumplimiento de la voluntad del Padre. Frase que nos cuesta tanto, tan difícil nos resulta que Dios quisiera la cruz. Quizás lo que el Señor nos pide es que no intentemos responder a la vida y a su voluntad con imposibles, sino con la medida humana con la que respondió Jesús de Nazaret, que pasa a menudo por una u otra cruz, esperando que Dios confirme en nosotros, como hizo con él, nuestra respuesta que no se queda en la cruz sino que mira ya a la noche de Pascua.
Última actualització: 19 abril 2025