Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (24 de septiembre de 2023)
Isaías 55:6-9 / Filipenses 1:20-24.27 / Mateo 20:1-16
Si vamos al “ChatGPT” y le preguntamos “¿Qué es un Reino?”, nos dirá que “el término “reino” hace referencia a un área geográfica o política gobernada por un monarca”. Y si le pedimos “¿Qué es el Reino de Dios?”, nos dirá que, a diferencia del reino, “no es un lugar físico concreto, sino más bien una realidad espiritual que influye en el mundo físico y en las vidas de las personas”, que “está regido por valores como el amor, la justicia, la paz, la comprensión y la compasión”, y que “representa el orden divino y la armonía que Dios desea establecer en el mundo y en las vidas humanas”. La definición no está mal… Pero, al fin y al cabo, la IA se basa en lo que antes han escrito las personas, y las personas nunca podremos encontrar palabras suficientemente precisas para describir lo que Jesús conocía perfectamente, pero que para contárnoslo necesitó nada menos que 37 parábolas, una de las cuales es la de los trabajadores de la viña que nos acaba de ser proclamada.
El evangelista Mateo sitúa la parábola que acabamos de escuchar como una ampliación de la respuesta que Jesús dio a un joven rico, que en cierta ocasión le pidió: «Maestro, ¿qué de bueno debo hacer para obtener la vida eterna?». Jesús le respondió que, “para entrar en la vida”, “para entrar en el Reino de los Cielos” debía vivir prescindiendo de las riquezas. Y como el joven rico lo encontró muy difícil de hacer, Jesús explicó a continuación la parábola que hoy nos ocupa. Para entrar en el Reino de Dios, simbolizado por la viña, basta con quererlo. Pero como toda decisión implica una renuncia, para entrar en el reino de Dios es necesario que no estemos preocupados por las riquezas. La economía que se mueve allí es otra: es la generosidad sin medida, es el amor llevado al máximo. Dios, representado en la parábola por el dueño de la viña, acoge a todo el mundo, emplea a todo el que esté dispuesto a trabajar —en otras palabras, da una responsabilidad a cada uno. Y no sólo eso, sino que, además, nos retribuye a todos por igual; porque el Reino de los cielos no se rige por las leyes humanas. Como decía Isaías en la primera lectura “los pensamientos de Dios no son los de los hombres, y los caminos de los hombres no son los de Dios, sino que los pensamientos del Señor están por encima de los nuestros “tanto como la distancia del cielo a la tierra». La ley que rige el Reino de Dios no está condicionada por las limitaciones humanas, y por eso, para entrar en ella, debemos renunciar a cosas que aquí nos parecen imprescindibles, pero que no lo son tanto.
Esta plaza donde nos encontramos con el dueño de la viña, es la Eucaristía que estamos celebrando. La Misa de cada domingo es para nosotros el lugar en el que nos encontramos con Dios que quiere darnos trabajo, que quiere acogernos en su viña (en su Reino) y pagarnos a todos con el mismo salario: todos los que hoy estamos aquí hemos recibido el denario de su palabra, su mismo mensaje, y ahora recibiremos los mismos dones eucarísticos, seamos quien seamos, vengamos de donde vengamos.
Y ésta es otra posible interpretación de la parábola: los distintos trabajadores que se presentan a distintas horas del día, pueden significar las distintas edades de la vida en las que se puede oír la llamada de Dios. Tanto si somos ancianos como jóvenes, tanto si hemos oído el Llamamiento de Dios desde pequeños como si la hemos oído de mayores, todos estamos llamados a entrar en el Reino de Dios y ser remunerados por igual con el amor y la misericordia infinitas que Dios quiere darnos. Cada uno de nosotros sabe qué motivos le han llevado a venir hoy aquí: puede que, habiendo oído la llamada de Dios desde siempre o teniendo un compromiso de vida, hayamos venido hoy a Misa con toda la intención de encontrarnos con Dios. Pero también puede que hayamos venido por casualidad, o por otros motivos: por una celebración familiar, para cantar (o para escuchar un buen corazón), porque es tradición venir con la romería de nuestro pueblo o, simplemente puede que nos hayamos encontrado con la Misa haciendo zapping en casa mirando la televisión… Sea como sea, estamos aquí. Y el Señor lo aprovecha para decirnos que nos quiere a todos, seamos de la hora que seamos. Y al tiempo que nos da a todos la abundancia de su amor, también nos recuerda que nosotros podemos hacer lo mismo con los demás: si Dios es providente y nos sentimos gratificados por los dones que nos ha hecho, ¿por qué no hacemos nosotros lo mismo con las personas que tenemos en nuestro entorno? Podemos ser una imagen del amor y la generosidad de Dios si hacemos lo que nos toca con amor, con generosidad, con espíritu de servicio para con los demás, si utilizamos nuestras habilidades para ayudar a los demás. Y todavía podemos intentar sacar un último ejemplo: el Señor nos pide que no tengamos envidia ni nos comparemos con los demás; da igual si somos de los últimos como de los primeros, porque una vez estamos en el ámbito del Reino de Dios, todos seremos recompensados de la misma manera. No nos dé miedo, pues, si sentimos la llamada de Dios, de escucharla y prestarle atención; lo que Dios quiere por nosotros debe ser, necesariamente, bueno.
Última actualització: 25 septiembre 2023