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Solemnidad de Todos los Santos (1 noviembre de 2025)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de noviembre de 2025)

Apocalipsis 7:2-4.9-14 / 1 Juan 3:1-3 / Mateo 5:1-12a

Hay un género en el cine actual, queridos hermanas y hermanos, que ha ido extendiéndose y trata de las catástrofes. Vemos inundaciones, olas de calor, la tierra que deja de girar, el núcleo que se calienta y también pandemias o desastres nucleares. Algunas han sido casi profecías e incluso podríamos decir lo que en ciertos momentos la realidad supera a la ficción, como ha ocurrido en Jamaica esta semana o ocurrió en Valencia hace un año. Otras veces domina la imaginación. Pero algo bastante común de estas historias es que acaban bien. Hay un resto colectivo que se salva y muy a menudo lo hace por la acción y el coraje de uno o unos pocos protagonistas. Como estas películas, al menos las que mayoritariamente vemos nosotros, son muy a menudo americanas, suelen salvarse los americanos, pero tienen el detalle de poner detrás de ellos a toda la humanidad.

Esto no deja de ser una actualización moderna de la historia bíblica de la salvación del pueblo que proyectada primero sobre Israel se extiende a toda la humanidad. Esta salvación comunitaria proyectada hacia delante está especialmente presente en el libro del Apocalipsis, donde se quiere revelar precisamente el futuro del mundo y de los hombres y mujeres, desde la perspectiva cristiana. En la fiesta de Todos los Santos encontramos esta proyección futura de salvación para muchos. En el fondo la tradición cristiana ya había inventado el argumento de las películas en las que la tierra y la humanidad se salvan. Salvación que ya sea en los 144.000 inscritos del pueblo, doce mil por cada tribu, o en la multitud que nadie hubiera podido contar, se nos ha explicado en la primera lectura.

Por eso la memoria de hoy nos lleva a Todos los Santos, salvados por Dios. Y es importante que nos fijemos en la lectura que habla de una multitud incontable y de gente variada, y sin categorías. La fiesta de Todos los Santos es todo lo contrario de una selección elitista, es tan inclusiva como lo es el amor de Dios, que se da a rebosar, esperando sólo nuestra respuesta.

Celebramos la salvación comunitaria como el destino que Dios quiere para la humanidad, pero la dimensión colectiva no puede esconder que cada uno es importante. La solemnidad de Todos los Santos tiene esa atención a la santidad individual. La vida de quienes hoy recordamos, aun siendo desconocida y anónima, es tan santa como la de los más santos y por eso esta solemnidad es litúrgicamente más importante que la de los propios apóstoles. Podemos identificarnos con la santidad, una palabra a veces ridiculizada, pero que es, como nos dirá la liturgia de hoy, la plenitud del amor de Dios, y no tiene nada de ridículo. Es sencillamente lo esencial.

Sí. La santidad como plenitud del amor es vivir la proximidad de Dios y esto lo hacemos en primer lugar de forma personal e intransferible. ¡Ojalá a todos los cristianos se nos reconociera por eso!

Esta proximidad se expresa en las lecturas de hoy con el verbo ver, que aparece en todas ellas. La vista es uno de los sentidos que nos ata y nos vincula con la realidad. Aplicada a Dios es una visión que significa otra cosa, la Escritura nos habla de ver a Dios como posibilidad de este conocimiento personal. Ver a Dios nos abre a la experiencia espiritual. Y como dice el prólogo del Evangelio de San Juan, a Dios nunca le hemos visto pero Jesucristo, su Hijo único, nos lo ha revelado.

Nos decía la segunda lectura de hoy que ver a Dios nos transforma en Él, siempre a imagen de Jesucristo.

«Sí, queridos: ahora ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado cómo seremos; sabemos que cuando se manifestará, seremos semejantes a él, porque le veremos tal y como es. Y todo el que tiene esta esperanza en él se purifica, tal como Jesucristo es puro.»

Podemos cambiar. Ésta es la buena noticia. Y cambiar y avanzar hacia la limpieza de corazón nos permite ver a Dios, como nos dice una de las bienaventuranzas: ¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios!. Entramos en el ciclo bueno de la evolución personal. ¡Ojalá no lo perdiéramos nunca!

Esto que quizá os suene muy elevado, es, en el fondo, la vida cristiana: incorporar a Dios en nuestro día a día: así comienza el camino de la santidad. Ésta es su base. En el trabajo, en el estudio, en la música, en las relaciones con los demás, en todo podemos encontrar la huella del amor, por tanto, la huella de Dios, ser conscientes de ello y seguirla.

Lo pueden encontrar todos los que estáis aquí. Los romeros de Calella en su cotidianidad, los escolanes y escolanas de la Schola Cantorum en su estudio y en su trabajo, y también de una manera especial, así lo esperamos, en el servicio y la vinculación con Montserrat, donde como en todas partes se puede vivir el amor y la presencia de Dios, al menos así lo quisiéramos y lo intentamos los monjes custodios de esta casa de la Moreneta.

Soy consciente de la presencia de personas de Indonesia en esta celebración. No puedo repetir todas mis palabras en inglés, pero quisiera destacar que nuestra Asamblea hoy en Montserrat busca reflejar la mundialidad y la universalidad del Pueblo de Dios de los santos. Tenemos la bendición, casi a diario, de contar con la presencia de tantos peregrinos de todo el mundo. En esta comunidad, reunida por Dios, recordamos la encarnación de Cristo, quien estará presente en cuerpo y sangre bajo la protección de nuestra Santa Madre de Montserrat. Así, vemos la santidad de hombres y mujeres que se esfuerzan por seguir el Evangelio y peregrinar a Cristo. Este es un testimonio de fe por el cual estamos agradecidos, y en esta fe los invitamos a unirse a nuestra Eucaristía.

Recordar constantemente ese amor de Dios por toda la humanidad es una de las funciones principales de los monasterios y de toda oración, de la que nosotros quisiéramos ser para todos una especie de memoria. Lo recordamos en este año del Milenario, donde la historia nos lleva a pensar en la santidad anónima que también ha habido entre los miles de monjes de nuestra comunidad, que no han hecho mucho más, ni mucho menos, que testimoniar cada día su fe en Jesucristo.

Esta contemplación no es para quedarse inactivos sino para tener un fundamento para la acción y la caridad. El amor de Dios nos ayuda a perseverar en el amor a los demás.

Y todo esto no es una película. Es la verdad de nuestra fe que celebramos en cada eucaristía, memoria del amor de Dios salvado para todos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Última actualització: 3 noviembre 2025