Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de noviembre de 2024)
Apocalipsis 7:2-4.9-14 / 1 Juan 3:1-3 / Mateo 5:1-12a
La solemnidad de hoy tiene algo de especial queridos hermanos y hermanas. La Iglesia nos tiene muy acostumbrados a poner nombre y apellidos, historias y vidas concretas, hechos identificables en todo lo que celebramos. La sociedad también lo hace así y casi nunca hace un reconocimiento general a los anónimos. Es verdad que en muchos países se rinde homenaje al soldado desconocido, pero es la única excepción que me viene a la cabeza. No nos acordamos del músico desconocido, del maestro desconocido, del médico desconocido, del monaguillo desconocido o de los padres y madres desconocidos, o incluso de la mujer o el hombre desconocidos, y seguro que habría muchos que merecerían un homenaje.
En cambio, el día de Todos los Santos, la Iglesia sí lo hace y celebra con gran generosidad a una multitud de personas, tan grande, que casi es mentalmente inimaginable. Al incluir en una sola solemnidad a todos los santos, la Iglesia nos hace mirar hacia lo que les une: la santidad. Continuamos celebrando la vida de muchas personas, pero como no las conocemos, nos fijamos más en lo que todos alcanzaron, el amor, la bondad y la verdad queridas por Dios. Los santos son aquellos que por la vida que han vivido están con Dios y son de Dios y han reproducido fielmente en el mundo y en su tiempo la imagen de Jesucristo, único rostro verdadero de Dios Padre en la tierra.
La Iglesia lo reconoce de algunas personas, que se convierten en santos canonizados, pero, humildemente, consciente de su gran límite en esta tarea, no deja de celebrar toda la santidad presente en sus hijos e hijas y que todavía permanece anónima, y lo hace en una celebración solemne que sólo igualan las memorias más importantes del año.
A nosotros, que hacemos nuestro camino en el mundo, esta solemnidad nos anima a hacer tres cosas diferentes: imitar lo que hace la Iglesia como comunidad, fijarnos en unas personas que nos son modelo para vivir, tener claro que esto que celebramos, nos afecta aquí y ahora.
Por tanto, en primer lugar, imitamos a la Iglesia que es inclusiva. Los celebrados hoy son casi infinitos, se funden con la voluntad de Dios. Es imposible responder: ¿Quién está dentro de Todos los Santos? No podemos realizar un numerus clausus, como en las entradas a la Universidad. Debemos dejar la puerta un poco abierta. En el recuento de hoy, hay algo hoy que sólo corresponde a Dios, puesto que sólo Él valora el peso de cada uno dentro de la comunidad. Y Dios siempre nos supera. Creemos que Él, como Padre misericordioso, se preocupa de todos nosotros y nos empuja a una fraternidad con todo el mundo, que siempre lo ha hecho, que quiere que no cerramos esta comunión de los santos en el cielo, que hoy celebramos.
Sabemos que el mundo está lejos de todo esto. Cada día que pasa a algunos nos da la impresión de que nos alejamos más y más, (abrid el diario, leed, escuchad la radio. Las grandes catástrofes internacionales incluso cansan y nos pueden llevar a la indiferencia, a tirar la toalla, al menos espiritualmente. Estos días sentimos de una manera más profunda el dolor del pueblo valenciano, con el que tenemos vínculos de amistad y de fraternidad, un monje que es de uno de los pueblos afectados, oblatos, sacerdotes, amigos y conocidos. Nos sentimos tan cerca como podemos de todos ellos). Los cristianos creemos que la Iglesia es un signo de la fraternidad universal, hace falta fe para creer esto, y para creer que el mundo avanza, pero un signo es una indicación y nos gustaría que la mejor definición de la Iglesia, la de Todos los Santos, fuera una indicación para el mundo y no lo contrario. Esto significa una comunidad donde se construya la paz y el respeto personal. Lo podemos empezar a hacer desde lo concreto. Lo podéis probar incluso en cada aula de la Escolanía, en cada familia, en cada comunidad.
En segundo lugar, miramos a los santos, aquellos que han vivido en el mundo como testigos de Jesucristo. Él es el criterio para que nosotros seamos también imagen de Dios, esto significa ser iconos. No se trata de volverse una madera pintada, sino, como los iconos, de ser capaces de evocar nuestra fe con la vida, con la conducta. Hay que decir que quienes veneremos, quienes tenemos por ejemplos, son quienes han desarrollado plenamente la capacidad de amar. La alternativa a ser icono es ser un ídolo, es decir alguien que sólo apunta a sí mismo, que permanece encerrado, que no es signo, alguien que no promueve la paz, la justicia o el bienestar para todos, porque le falta el referente humano, y detrás de este referente, el sostenimiento que le inspire a hacerlo, que si es Dios, será insuperable.
Sólo el amor de Jesucristo, expresado en su Evangelio, la historia de su vida y de su enseñanza, nos es la medida de ese amor, de esa santidad.
Por eso hoy el evangelio de las bienaventuranzas es tan indicado, porque nos va marcando la actitud cristiana para vivir en el mundo siendo iconos de Dios. Por un lado, necesitamos aceptar que la vida no es plana, que hay luto, persecución, hambre y sed de justicia, que hay un mundo que necesita constructores de paz -que actual que es esta frase del evangelio-, y que pasar por todo esto no nos hace desgraciados, sino nos da una bienaventuranza, incluso una felicidad que está llena porque sabemos que detrás de todas estas situaciones está siempre el amor de Dios. Por eso cada bienaventuranza opone a la situación que nos podemos encontrar, la realidad del Reino de Dios, que es la que transforma lo que vivimos. Tal y como lo veo yo, sólo viviendo la tensión entre aspiración y realidad se hace este camino y se entienden un poco, sólo un poco, las bienaventuranzas. Son, sin duda, una tarea de por vida y para cada uno de nosotros.
En tercer lugar, todo esto que he dicho, deja claro que hoy no celebramos una solemnidad sólo del cielo, sino que es sobre todo una solemnidad de la tierra que mira hacia arriba. No mira hacia arriba para que estemos aburridos, o despistados, mira hacia Dios porque cree que una vida vivida así, con el Evangelio y las bienaventuranzas de Jesucristo como referencia, hace un mundo mejor. Necesitamos la inspiración que nos viene de Dios y de Jesucristo. Y nos ayudan quienes han hecho este camino en el mundo dejándose inspirar en él, es decir, los santos, los testigos de que el Evangelio se puede vivir radicalmente en la tierra. Ellos han sabido equilibrar las exigencias del mundo, tan duras a veces, con la voluntad de Dios, entendida en la oración. Esto es vivir la bondad, el amor y la verdad. Estos ejemplos necesitamos colectiva e individualmente.
Los escolanes y la capela cantarán el motete que siempre cantamos por Todos los Santos, y que expresa esta idea “Oh quam gloriosum est Regnum”, también será una de las antífonas de las Vísperas de hoy. El Reino está lleno de gloria porque es una realidad de Dios, pero esta realidad es importante porque en ella, los santos, quienes se visten de blanco, amicti stolis albis, se alegran y siguen siempre a Jesucristo, el cordero, donde va. Quocumque ierit. Es una realidad colectiva y es una realidad personal.
Nosotros que queremos imitar a los santos, queremos, repito, seguir a Jesucristo donde vaya. No es poco.
Permítanme decir unas palabras para los peregrinos americanos y para otras personas de habla inglesa presentes en la iglesia o relacionadas con nosotros. La celebración de hoy ofrece la vida cristiana de los santos y un ejemplo a seguir. El coro cantará ahora mismo en el ofertorio la famosa antífona de Tomás de Vitoria diciendo que su Reino es glorioso porque en él vemos una multitud anónima de santos, vestidos de blanco, que siguen a Cristo, dondequiera que vaya. Que ese sea el mensaje de nuestra solemnidad. Una Iglesia abierta a reconocer la santidad más allá de nuestras mentes humanas, dependiendo sólo de la Voluntad de Dios, y de lo que Él decida para cada uno; y un compromiso personal de ser ahora y aquí verdaderas imágenes de nuestro Señor Jesucristo.
Toca a cada uno saber qué significa esto, a qué bienaventuranza está especialmente llamado en su vida, a qué santo se encomienda, en quien pone finalmente su fe, su amor y su esperanza. La respuesta de quienes celebramos todos los santos, sólo puede ser que la pongamos en Jesucristo resucitado de quien ahora conmemoramos precisamente en la eucaristía, haber sido imagen de Dios y ejemplo de todos los santos.
Última actualització: 2 noviembre 2024