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Solemnidad de la Epifanía del Señor (6 enero 2025)

Homilía del P. Ignasi M Fossas, Abad Presidente de la congregación sublacense Cassinense (6 de enero de 2025)

Isaías 60:1-6 / Efesios 3:2-3a.5-6 / Mateo 2:1-12

La solemnidad de la Epifanía, en la liturgia romana, ha acumulado la celebración de tres manifestaciones de Nuestro Señor, de Jesús de Nazaret como Mesías, Hijo de Dios hecho hombre. Se trata de la manifestación en los pueblos paganos, en la persona de los magos venidos de Oriente, el Bautismo por parte de Juan al que se sometió voluntariamente y la Boda de Caná. Se trata de tres momentos de la vida de Cristo en los que aparece claramente su condición de Dios y verdadero hombre. Queda una reminiscencia clara en la antífona del Magnificat de las segundas vísperas, que dice: Celebramos un día santificado por tres milagros: hoy, la cometa guio a los magos al pesebre; hoy, en las bodas, el agua fue convertida en vino; hoy, Cristo, para salvarnos, quiso ser bautizado por Juan en el Jordán, aleluya. 

Con la reforma del Misal y del calendario, se ha querido separar la celebración de estas epifanías-manifestaciones del Señor. Por eso hoy nos centramos en la manifestación a los pueblos paganos, el próximo domingo celebraremos el Bautismo del Señor y dentro de dos domingos leeremos en misa el milagro de la boda de Caná, con la conversión del agua en vino. 

Las lecturas de hoy nos presentan, por tanto, la dimensión universal de la salvación, el hecho de que la encarnación del Verbo ha tenido lugar para salvar a la humanidad entera, extendida por todo el mundo a lo largo de todos los tiempos. 

Se cumplía así la profecía de Isaías, que hemos oído en la primera lectura: llevan a tu casa la riqueza de las naciones… todos vienen de Sabá llevando oro e incienso y cantando la grandeza del Señor, y también se cumplía lo que hemos oído en el salmo responsorial: los reyes de Arabia y de Sabá le ofrecerán presentes. Le harán homenaje todos los reyes, se le someterán todos los pueblos. El Dios de Israel es el Dios Único que salva a todos los pueblos. Su designio de redención no va dirigido exclusivamente al pueblo judío, sino que, a partir de los hijos de Abraham, como de una semilla potente, llega a la humanidad entera. Es el misterio secreto revelado por Dios que san Pablo comunica a los Efesios: todos los pueblos, en Jesucristo, tienen parte en la misma herencia, forman un mismo cuerpo y comparten la misma promesa. En este caso, se trata de la revelación de un secreto que tiene un contenido positivo, es una buena noticia: la redención que nos viene de Cristo vale para todos. ¿La recibimos todavía así, como una buena noticia para nuestro tiempo? 

Jesús de Nazaret, el Mesías, el Verbo de Dios hecho hombre, es luz resplandor de la luz, él mismo que dijo a sus discípulos: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8, 12). Reconocemos en Jesús al Verbo de Dios, al que es la Palabra, al que tiene en él la Vida, la Vida que es Luz de los hombres. La luz que resplandece en la oscuridad, pero la oscuridad no ha podido ahogarla (cf. Jn 1, 4-5). A partir de esa confesión de fe, la rica simbología de la luz toma para los cristianos un significado especial. Podríamos decir que nosotros sabemos por qué, durante estas fiestas de Navidad, las calles se engalanan de luces, los árboles y las casas se llenan de luminarias de todos colores, y hasta en el interior de los hogares se añade una creciente luz en ciertos lugares especiales. La luz es, para los discípulos de Cristo, signo del Resucitado, recuerdo de la persona de Aquel que, siendo Hijo de María es a la vez Hijo de Dios, y por tanto nos abre al conocimiento y al amor del Padre y del Espíritu Santo. 

También aquí la analogía con la creación nos ayuda a acercarnos al misterio de Cristo. Así como Dios, que al principio creó el cielo y la tierra, con el sol y la luna y las estrellas del firmamento, hace salir el sol sobre todos, sobre buenos y malos, sobre justos e injustos (Mt 5, 45), del mismo modo, Dios envió a su Hijo Jesucristo para salvar a la humanidad entera de todos los tiempos, primero al pueblo de Israel, como signo y semilla de redención, a fin de asegurar el realismo de la encarnación del Verbo, y después a todos. La presencia de los magos procedentes de Oriente, de una tierra y de una cultura extrañas a la de Israel, y que en otro tiempo había sido incluso hostil, quiere expresar esta dimensión universal de la salvación. Nadie está excluido de la luz de Cristo, como nadie está excluido de la luz del sol, a menos que otros hombres se la priven o que uno mismo la rechace voluntariamente. Levántate radiante, Jerusalén, que llega tu luz, y sobre ti amanece como el amanecer la gloria del Señor. Nosotros somos la nueva Jerusalén. Aunque las tinieblas a menudo envuelven la tierra y oscuras nubes cubren las naciones, dejamos que la luz de Cristo nos ilumine, nos dé su conocimiento y su fuerza; dejamos que caliente e inflame nuestro corazón con el fuego del amor. Repitamos la oración de anoche: Señor, que nos ilumine la luz de tu divinidad; haz que, guiados por ella a través de la oscuridad de este mundo, podamos llegar a la claridad de la patria eterna. Amén. 

Última actualització: 8 enero 2025