Fiesta del Bautismo del Señor (8 de enero de 2023)

Homilía del P. Ignasi M Fossas, monje de Montserrat (8 de enero de 2023)

Isaías 42:1-4.6-7 / Hechos de los Apóstoles 10:34-38 / Mateo 3:13-17

 

Queridos hermanos y hermanas: me permito empezar esta homilía reproduciendo un fragmento de la que, predicó el papa Benedicto XVI en la fiesta de hoy en 2008. Merece la pena recordar sus palabras porque expresan con profunda claridad el misterio que hoy celebramos. Decía Benedicto XVI: 

Acabamos de oír el relato del bautismo de Jesús en el Jordán. Fue un bautismo diverso del que estos niños van a recibir, pero tiene una profunda relación con él. En el fondo, todo el misterio de Cristo en el mundo se puede resumir con esta palabra: «bautismo», que en griego significa «inmersión». El Hijo de Dios, que desde la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu Santo la plenitud de la vida, se «sumergió» en nuestra realidad de pecadores para hacernos participar en su misma vida: se encarnó, nació como nosotros, creció como nosotros y, al llegar a la edad adulta, manifestó su misión iniciándola precisamente con el «bautismo de conversión», que recibió de Juan el Bautista. Su primer acto público, como acabamos de escuchar, fue bajar al Jordán, entre los pecadores penitentes, para recibir aquel bautismo. Naturalmente, Juan no quería, pero Jesús insistió, porque esa era la voluntad del Padre: “Soy yo quien necesito que tú me bautices. ¿Cómo es que tú vienes a mí?”, pero Jesús insistió, porque aquélla era la voluntad del Padre: “Accede por ahora a bautizarme. Conviene que cumplamos así todo lo bueno de hacer”. 

¿Por qué el Padre quiso eso? ¿Por qué mandó a su Hijo unigénito al mundo como Cordero para que tomara sobre sí el pecado del mundo? (cf. Jn 1, 29). El evangelista narra que, cuando Jesús salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, mientras la voz del Padre desde el cielo lo proclamaba «Hijo predilecto» (Mt 3, 17). Por tanto, desde aquel momento Jesús fue revelado como aquel que venía para bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo: venía a traer a los hombres la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10), la vida eterna, que resucita al ser humano y lo sana en su totalidad, cuerpo y espíritu, restituyéndolo al proyecto originario para el cual fue creado.

El fin de la existencia de Cristo fue precisamente dar a la humanidad la vida de Dios, su Espíritu de amor, para que todo hombre pueda acudir a este manantial inagotable de salvación. Por eso san Pablo escribe a los Romanos que hemos sido bautizados en la muerte de Cristo para tener su misma vida de resucitado (cf. Rm 6, 3-4). Y por eso mismo los padres cristianos, como hoy vosotros, tan pronto como les es posible, llevan a sus hijos a la pila bautismal, sabiendo que la vida que les han transmitido invoca una plenitud, una salvación que sólo Dios puede dar. De este modo los padres se convierten en colaboradores de Dios no sólo en la transmisión de la vida física sino también de la vida espiritual a sus hijos. Hasta aquí las palabras de Joseph Ratzinger.

Otro elemento a considerar del Bautismo del Señor es su dimensión cósmica. La «inmersión» de Cristo en las aguas del Jordán ha santificado todas las cosas creadas. La redención que ha llevado a Jesucristo por su pasión, muerte y resurrección afecta no sólo a los hombres y mujeres de todos los tiempos, sino también a la creación entera. Precisamente tratando este tema, el propio Benedicto XVI decía también: El bautismo no es sólo una palabra; no es sólo algo espiritual; implica también la materia. Toda la realidad de la tierra queda involucrada. El bautismo no atañe sólo al alma. La espiritualidad del hombre afecta al hombre en su totalidad, cuerpo y alma. La acción de Dios en Jesucristo es una acción de eficacia universal. Cristo asume la carne y esto continúa en los sacramentos, en los que la materia es asumida y entra a formar parte de la acción divina. (homilía por la fiesta del bautismo del Señor de 2007).

Por eso también la creación es susceptible de la salvación que nos viene de Cristo. Como dice también una antífona de la fiesta de hoy, Dios purifica, en Cristo, todas las cosas creadas con el Espíritu y el fuego (Laudes). Esta realidad llega a su punto culminante en la celebración de la Eucaristía. En el sacramento del pan y del vino, estos elementos que forman parte de la creación caída son santificados por el Espíritu Santo y se convierten en el cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Con la comunión nosotros también participamos de esa corriente de vida y de gracia que brota del lado abierto del Señor. Que Él nos llene con su luz y nos haga el don de adorarle todos los días de nuestra vida. Dad al Señor gloria y honor, honrad al Señor, honrad su nombre, adorad al Señor, aparece su santidad.

Abadia de MontserratFiesta del Bautismo del Señor (8 de enero de 2023)

Solemnidad de la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (6 de enero de 2023)

Isaías 60:1-6 / Efesios 3:2-3a.5-6 / Mateo 2:1-12

 

Hemos escuchado muy a menudo, queridas hermanas y hermanos, durante estas fiestas de Navidad, la referencia a la gloria de Dios, por ejemplo, en el mismo momento del nacimiento del Señor, el canto de los ángeles frente al Belén, ante Jesucristo niño, era un canto a la gloria de Dios, y tantas otras veces, la palabra se ha ido repitiendo, también hoy en la primera lectura o en la oración colecta.

La solemnidad de la Epifanía es como el punto de inflexión que nos proyecta hacia delante. Durante estos días nos hemos llenado, «hemos contemplado su gloria», como cantábamos en Nochebuena. Lo hemos hecho meditando lo incomprensible de que Dios haya querido bajar a la tierra, tomar la condición humana hasta sus últimas consecuencias y elevarla hacia Dios. Habiendo sido testigos de todo esto, ahora nos tocará llenar el año y todas sus celebraciones con esa misma gloria. Lo hemos cantado en el anuncio del año litúrgico, que empezaba con estas palabras: La gloria del Señor se ha manifestado en Belén y seguirá manifestándose entre nosotros, hasta el día de su regreso glorioso.

Pero, ¿qué es esa gloria, de la que hablamos tanto?

Gloria es una palabra que en hebreo tiene el sentido común de peso, algo que pesa, incluso de carga. Desde este significado pasa a ser en el lenguaje teológico una característica tan propia de Dios, que incluso alguna lengua como el alemán, la componen a partir del mismo nombre de «Señor». La gloria es como la divinidad de Dios. Algo que pesa y por tanto el reto es ¿cómo hacer que Dios pese realmente en nuestras vidas y en nuestra Iglesia? ¿Cómo hacernos capaces de dejar ver en nosotros mismos algo de la gloria de Dios?

La primera lectura de hoy habla precisamente de la gloria colectiva. No habla de individuos. El Señor viene a la comunidad reunida, en Jerusalén, lugar de la reunión de los creyentes judíos, lugar en el que la inmediatez de Dios estaba asegurada. Esta realidad lo convierte en un lugar atrayente, un lugar que por encima de todo lleva luz, que es radiante, es decir que ilumina. Podríamos mirarlo como algo fantástico, utópico, pero no: era y es una realidad y al mismo tiempo una vocación y un reto: Avanzar hacia hacer de nuestras comunidades lugares parecidos a la descripción del profeta Isaías. Comunidades de abundancia, por todo lo que reciben y por todo lo que dan de lo que reciben. El primero de los retos es creer con fe firme que podemos ser así y animarnos a convertirnos en cristianos radiantes y comunidad iluminadoras. Sabemos que la luz viene mientras las tinieblas envuelven la tierra y oscuras nubes cubren las naciones, pero también hemos leído estos días que la luz resplandece en la oscuridad y la oscuridad no ha podido ahogarla. No necesitamos magia alguna, sólo creer y abrirse a la acción de Cristo que es la luz del mundo.

Esta gloria de Dios nos viene gratuitamente: Ya lo decía San Agustín en uno de sus sermones de Navidad: pregunta qué mérito, qué razón, qué causa y verás que sólo encuentras gracia, es decir gratuidad. Quizás si buscáramos o si creyéramos que podemos de alguna manera dominar esta gloria de Dios se nos escaparía.

Don que recibimos en comunidad y por voluntad de Dios, sin embargo, Él nos llama a ser testigos e incluso administradores, porque nuestra vocación es devolver al mundo lo que recibimos de Dios. Esto lo incluye todo:

Empezando por la oración: ¿O no es nuestra liturgia como lugar privilegiado de encontrarse con la Palabra y con el mismo Jesucristo en la eucaristía, momento privilegiado para vivir la gloria de Dios y para comunicarla, especialmente en nuestra celebración abierta por naturaleza? Quizás siendo algo conscientes de ello ya nos habremos puesto en camino.

Pero también incluye obedecer a la Palabra y al Evangelio y un compromiso personal por la justicia, por la persona humana, por la paz. Jesús niño es la Palabra, la luz, porque es Dios hecho hombre y esto sólo puede ser luz y vida, pero en su camino entre nosotros, de la gloria de Dios antes de la Encarnación al regreso a la gloria después de la ascensión, Jesús es también el hombre que, como decía el Papa Francisco en Nochebuena, ha nacido en un pesebre, ha vivido itinerante y ha muerto en una cruz. Éste es también su trono. No nos costará demasiado encontrar situaciones en las que nuestro testimonio de la gloria de Dios será como Jesucristo, acercarnos a los pesebres de quienes nacen pobres o de quienes mueren en las cruces.

Con todo esto sólo queremos recibir y testimoniar la gloria, el peso de Dios en nuestra vida. Lo que pesa siempre ha sido una manera de decir lo importante. En muchas culturas las balanzas son un instrumento de medir y valorar simbólicamente el peso de nuestras vidas. En algunos frescos románicos, San Miguel pesa a las almas cristianas con una balanza frente a la fuerza del mal. Quizás podríamos decir que, si hay Dios, nuestra vida siempre pesará más, siempre estará más llena de ese amor y de aquella bondad que nos ayudan a amar, intercediendo por el mundo, siendo testigos de Dios y ayudando con caridad.

La fiesta de hoy es la fiesta de la proyección de la fe cristiana en el mundo, de la manifestación en las naciones, esto es el significado de Epifanía y en el fondo incluye además de la adoración de los Reyes, otros dos momentos de la vida de Jesús que iremos siguiendo las próximas semanas: el bautismo y la boda de Canaán, cuyo evangelio termina con la afirmación: Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él, Jn 2, 11. Una vez más, la escritura nos lleva a ver en otras situaciones de la vida de Jesús, cómo su persona es la verdadera revelación de ese Dios, demasiado resplandeciente para ser visto, pero absolutamente decidido a hacerse visible en Jesucristo, y presente en la Iglesia y en todos nosotros por participación, que se convierten así en signos radiantes de luz y de paz para toda la humanidad.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2023)

Funeral por el Papa Emérito Benedicto XVI (2 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de enero de 2023)

1 Joan 2:22-28 / Joan 1:19-28

 

La primera lectura de hoy queridos hermanos y hermanas, que no está escogida expresamente para esta misa funeral por el Papa emérito Benedicto XVI, sino que es la que corresponde leer, es un resumen de un aspecto de la vida de Joseph Ratzinger: un creyente que se ha afanado para mantenerse en la fe recibida, sostenido por la unción del Espíritu Santo, resistiendo todo lo que se oponía a su adhesión a Jesucristo. Leíamos:

La unción del Hijo le alecciona sobre todo lo que necesita saber; dice la verdad y no enseña ningún error; por tanto, manténeos en el Hijo, siguiendo la doctrina que os enseña la unción del Espíritu. 1 Jn 27

La misma lectura promete la vida eterna y la confianza ante Dios en el momento de encontrarse con él. Una confianza que Benedicto XVI mantuvo hasta el final, confesando que Jesucristo era juez y amigo, y diciendo como últimas palabras: te quiero, Señor.

La importancia de la fe en un Papa no es un tema menor, naturalmente, puesto que pertenece al mismo núcleo de su misión. En el Evangelio según San Lucas, precisamente en un momento que podríamos decir que no es nada glorioso, justo antes de que el apóstol san Pedro niegue a Jesús, éste le dice una frase muy profunda:

pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando te habrás arrepentido, fortalece a tus hermanos. (Lc 22.32)

Este fortalecer a los hermanos, me parece una segunda expresión adecuada para calificar la continuidad entre el teólogo, el pensador, y el pastor universal, que, como Papa, recibió la misión de confirmar y sostener la fe de la Iglesia.

Una fe, que es un acto personal. Benedicto XVI nos deja, citando a San Anselmo, el testimonio del discípulo que se distingue por ser: “aquel que conoció, porque tuvo experiencia, y tuvo experiencia porque creyó”: nam qui non crediderit, non experietur; et qui expertus non fuerit, non cognoscet (ANSELM DE CANTERBURY, Epistola de Incarnatione Verbi, I.)

Una fe que además de acto personal es también contenido teórico, dimensiones inseparables, que él vivió y desarrolló, en tres grandes áreas.

Como dogmático, su pensamiento se imposta teológicamente en la relectura dinámica del dato bíblico, siempre leída a partir de los métodos de la narración, muy novedosos cuando él empezó a aplicarlos. Esta dimensión la reanudó en su “Jesús” cuando era ya Papa.

Como teólogo fundamental, labor que inició con su docencia de juventud, las grandes aportaciones se encuentran en obras de diálogo con los grandes pensadores de la segunda mitad de los siglos pasados. Esta forma dialogal de hacer teología dio lugar al “atrio de los gentiles” que caracterizó a su pontificado como lugar de encuentro con el pensamiento moderno y post-post-moderno.

Como teólogo de la liturgia escribió numerosas obras que querían también ponerse en diálogo con los grandes autores y las grandes intuiciones de los Movimiento Litúrgico que marcaron su juventud. En este campo no rehuyó tratar temas que podían resultar problemáticos, especialmente aquellos que se habían suscitado en torno a la renovación conciliar de la liturgia. Su cimentación es siempre patrística, pero con gran consideración a los autores medievales. Este aspecto lo reanudó con gran éxito en las catequesis de las audiencias públicas de los miércoles, donde catequizó a millones de personas exponiéndoles el pensamiento de santos y autores del pensamiento cristiano.

Pero quizás la dimensión menos conocida fue su dimensión de teólogo de la cultura. Preocupado en su juventud por el descalabro de la II Guerra Mundial, angustiado por los acontecimientos de Mayo del 68, atento a las dificultades del pensamiento europeo, fascinado con la emergencia del mundo latinoamericano, entusiasmado con la vitalidad del cristianismo en África y en Asia, quiso dialogar con la cultura, con la música, con el arte y con los artistas. En ese campo se encontraba como en casa. Conocía Montserrat por su Escolanía, y eligió el nombre de Benet porque fue San Benito el que construyó y regeneró Europa con la agricultura y el arado. Pensaba que, a partir del crecimiento cultural sano, se podía llegar a Dios.

Su etapa como Papa fue un desarrollo de su pensamiento teológico. Su trayectoria le llevó a ser considerado primero un teólogo avanzado y después un conservador, y a no rehuir nunca todas las controversias asociadas a esta valoración. Él, alguna vez, con sentido del humor decía: pero yo no me he movido. En todo caso ha cambiado el contexto, lo que es naturalmente cierto si tomamos el ámbito de su trayectoria intelectual desde 1950 en pleno tomismo a la actualidad. Y como ocurre a menudo con los grandes pensadores, resultaba demasiado avanzado para unos y muy controvertido para otros.

Al recordar y rezar por Benedicto XVI, en medio de este tiempo Navideño que celebra la encarnación del Verbo de Dios, nos aferramos a su idea, que expresó con una vehemencia algo más acentuada de su normal hablar sereno en la misa de inicio del pontificado: Hoy yo quisiera, con gran fuerza y con gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, deciros, (queridos jóvenes), No tengais miedo de Cristo. Él no quita nada y lo da todo, (Così oggi io vorrei con grande forza e con grande convinzione, a partire dalla esperienza di una lunga vita personale, dire a voi cari giovani, Non abbiate paura di Cristo. Egli non toglie nulla e donna tutto), acentuando la consecuencia natural del misterio de la Encarnación: la elevación de la naturaleza humana, de sus capacidades de pensar, de amar y de elegir a la máxima potencia por el contacto de la humanidad con la divinidad, producida en Jesucristo. Así, la razón, el amor y la libertad regidas por la fe y alimentadas por la amistad personal con Jesucristo, son la base de todo crecimiento y de todo desarrollo en cada hombre y en cada mujer. 

En el núcleo de su fe puso pues a la persona de Jesucristo, el juez amigo a quien se confió desde siempre y muy especialmente en estos últimos años, a su misericordia encomendamos su alma, en comunión con su sucesor y con toda la Iglesia.

Abadia de MontserratFuneral por el Papa Emérito Benedicto XVI (2 de enero de 2023)

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero de 2023)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de enero de 2023)

Números 6:22-27 / Gálatas 4:4-7 / Lucas 2:16-21

 

Hoy, octava de Navidad, celebramos, estimadas hermanas y hermanos, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. También es una jornada de oración mundial a favor de la paz, instituida por San Pablo VI; además es fin de año, por tanto, el inicio del año civil, hito muy marcado y celebrado socialmente por quienes seguramente me escucháis, y por la multitud que todavía estarán durmiendo.

En las lecturas de hoy veo clara una confesión de fe, que desde lo que somos, nos hace mirar hacia Dios. En todas nuestras celebraciones, de algún modo promovemos que exista una comunicación entre el cielo y la tierra. La bendición del Libro de los Números, dada por Moisés a Aarón y al pueblo, que hemos escuchado, es un testimonio de este admirable intercambio entre Dios y nosotros. Os la repito:

“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz».

Hoy es un día de optimismo. La novedad del año, impregna el ambiente y nos lleva a mirar positivamente los 365 días que están en blanco frente a nosotros, que son un interrogante. Nuestro optimismo, en cambio, siempre arraiga en la realidad de lo que dejamos atrás, por eso ayer, hoy, estos días también son días de balance. El pasado es menos positivo que el futuro. Claro. El pasado no podemos cambiarlo. En el fondo, mejor que sea así y que tengamos la esperanza de que nada de todo lo negativo del 2022 se repita. La bendición pedida en la primera lectura fortalece ese sentimiento esperanzado hacia el futuro y hace lo más importante que podemos hacer, lo confía en la intercesión de Dios, lo pone todo bajo su protección.

Lo primero que pedimos en esta oración de bendición es una buena palabra. Bendecir es decir una buena palabra, pedir una bendición es por tanto creer que Dios está ahí y tiene la capacidad de decir esta palabra. En las últimas semanas he escuchado el testimonio de dos personas diferentes que desde África y Asia me hablaban de la normalidad con la que todo el mundo pide una bendición. Me ha hecho pensar que, en nuestro contexto, esto es cada vez menos frecuente y quizás revela que nuestro sentido de Dios se debilita, o queda a un nivel exclusivamente mental. Tenemos un primer reto en recuperar este sentido de Dios, concedido y renovado por su Santo Espíritu, que era tan natural en el Antiguo Testamento, porque Dios nos llena, nos hace comprender y nos hace vivir. Sin esto, todo lo que decimos podría quedar en pura teoría espiritual.

Una segunda enseñanza de esa bendición es la profundidad de la petición. No se piden riquezas o años de vida o ganar una rifa de Navidad, u otras cosas similares. Pedimos podernos mirar con Dios, poder ver la claridad de su mirada y que él vuelva la mirada hacia nosotros. Una forma muy poética de expresar que creer en Dios tiene un efecto espiritual, vital, nos hace entrar en relación. No pasemos por alto estas palabras: Que Dios nos haga ver la claridad de su mirada.

También en tercer lugar, pedimos en esta bendición dos cosas más concretas, que siguen tocando el fondo de nosotros mismos: que Dios se apiade de nosotros y que nos dé la paz. Es nuestra naturaleza humana que se presenta ante el Señor reconociéndose necesitada de una palabra y una mirada. Nuestra naturaleza individual y la colectiva, la de toda la humanidad que quisiéramos que se volviera hacia el Señor con confianza.

En la primera lectura, hemos escuchado la bendición que Moisés dio al Pueblo: Una bendición que pide una Palabra y una mirada de Dios: El Señor te bendiga y te proteja, 25ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. 26El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. 

¿Cuál es la respuesta de Dios? Avanzando en la liturgia de hoy la encontramos sin ningún tipo de ambigüedad:

Jesucristo, Hijo de Dios nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, circuncidado al octavo día como signo definitivo de su humanidad. Él es la respuesta porque Él es la Palabra y la Mirada de Dios con mayúsculas. La palabra y la mirada de Dios que eran una metáfora son ahora una realidad. Haciéndose hombre, Dios ha asumido todas las posibilidades de las personas y por tanto ha incorporado el lenguaje y la visita y le podemos pedir una Palabra y una mirada reales, de hecho, nos la concede sin necesidad de que se la pidamos. Desde el momento de la revelación plena de Dios en Cristo, las buenas palabras serán siempre para los cristianos las palabras de Jesús, todas las que encontraremos en el evangelio y pedir la mirada de Dios nos llevará necesariamente a las miradas de Jesús de Nazaret, a todas esas miradas con sus discípulos, sus seguidores, incluso sus perseguidores. Cuantas podemos recordar: la mirada de Jesucristo compasiva y exigente al joven rico o a la mujer adúltera; la mirada penetrante, reclamando coherencia y autenticidad a los fariseos y maestros de la Ley, que intentaban dejarle en falso, las miradas a su madre, María.

Toda esta capacidad de comunicarnos con Dios por la humanidad asumida por su hijo encarnado estaba contenida, latente, en la sencilla invocación que hemos leído, en esa oración de bendición que tan fácilmente nos hacemos nuestra después de tres mil años, porque pide lo esencial. El Señor te bendiga y te proteja, 25ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. 26El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. 

Como fruto de la Palabra y de la Mirada de Dios, que tan cercanas se han hecho en Cristo seguimos pidiendo la Paz. ¡Dios mío! ¿Cuántos siglos hace que estamos pidiendo la paz: La paz personal, la paz interior, la paz del mundo, la paz entre los pueblos, entre las razas, entre todos los que formamos una sociedad? La proximidad geográfica de tener la guerra en Europa de nuevo otra vez, nos ha hecho más sensibles. Haber acogido a refugiados, haberlos conocido, ha hecho que todo este drama nos sacuda más. El Papa Francisco es una de las voces que constantemente y de forma clara reclama la paz en el mundo y en Ucrania de manera concreta. Sorprende, casi escandaliza, que ante la muerte real, los mecanismos de diálogo que internacionalmente se han organizado durante años y que tienen también un importante coste económico, no puedan hacer nada por parar esta y cualquier otra guerra. Y que escuchemos más palabras que hablan de seguridad y de rearme que de paz. ¿Acaso es necesario dar por fracasado un siglo de política de mediación por la paz? Esperemos que no, pero ciertamente nos gustaría verlo. Esta incomprensión por la incapacidad de las Organizaciones internacionales y la diplomacia no puede hacernos desfallecer en la oración por la paz, porque a veces al final, lo que nos queda es ponerlo todo en manos de Dios.

Este año 2023 se cumplirán sesenta años de la Encíclica La paz en la tierra, pacem in terris, de san Juan XXIII, un texto plenamente vigente, una especie de testamento firmado pocas semanas antes de su muerte. Ojalá avancemos por aquellos caminos de verdad, amor, justicia y libertad que la encíclica ponía como fundamento de toda paz.

Una palabra y una mirada de Dios, pedida en la oración de bendición de Moisés y de Aarón; palabra y mirada hechas humanas en Jesucristo. Necesitamos también nosotros como discípulos procurar llevar una buena Palabra y una mirada clara a nuestro mundo, a cada uno de estos días en blanco que tenemos delante en el año que empezamos para hacer actual y perceptible este intercambio entre cielo y tierra, entre Dios y los hombres y las mujeres, que podemos testimoniar con la vida; que afirmemos con fe cada vez que celebramos la eucaristía, como que lo hacemos por primera vez en este año dos mil veinte y tres, que es un eslabón más de la historia siempre bendecida por Dios porque le pertenece desde el inicio al final.

 

Abadia de MontserratSolemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero de 2023)

Misa de la noche de Navidad, Misa del Gallo (24 de diciembre de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (24 de diciembre de 2022)

Isaías 9:1-6 / Tito 2:11-14 / Lucas 2:1-14

 

Es Navidad. Lo hemos cantado al empezar las Vísperas. No hacemos fiesta por haber ganado ningún mundial o ninguna otra competición deportiva, cosas que sólo se celebran una vez, cuando pasan, ni nos hemos vuelto medio locos como poseídos de un arrebato colectivo parecido al que hemos visto en Argentina.

Nosotros, queridos hermanos y hermanas, repetimos serenamente las celebraciones, especialmente las de estas fiestas que conocemos tan bien, que nos dicen y recuerdan acontecimientos que tenemos por fundamentales de nuestras vidas y de nuestra fe. Conmemoramos cada año el nacimiento de Jesús de Nazaret, Cristo, porque queremos revivir personal y colectivamente todo lo que Él significa, todo aquello que su nacimiento cumplió en la historia de Israel y todo lo que, a raíz de su vida y de su Palabra, ha acontecido después de Él.

Y Él provoca que le recordemos después de dos mil años y Él justifica que nos interesamos por la expectación que creó en el contexto de su cultura. Por eso leemos el Antiguo Testamento, en el que se esconde Cristo, como decía San Agustín.

En la primera lectura del profeta Isaías, hemos escuchado cuál era la expectación, qué se decía, aproximadamente 500 años antes del nacimiento de Cristo, una expectación que puede volverse interesante para nosotros porque nos puede ayudar a comprender más y mejor quién fue Jesucristo, aquel que en las palabras del profeta Isaías fue la luz para el pueblo que avanzaba a oscuras.

La expectación del Antiguo Testamento nacía de una situación difícil: de oscuridad, de tinieblas, de cargas pesadas, (las barras y los yugos), de las botas militares y de los mantos manchados de sangre, hoy podríamos decir de los uniformes. No otra era la realidad del Pueblo de Israel. ¿Puede ser esta situación significativa para nosotros? En nuestras casas confortables, en los países pacificados de Occidente, donde a muchos no les falta nada, en nuestras calles llenas de luz, desafiando toda crisis, y con la abundancia de todo, paradójicamente tan presente cada año en Navidad, ¿cuál es nuestra oscuridad? ¿nuestra tiniebla? ¿Nuestras cargas? Si las buscáramos, también las encontraríamos, pero quisiera proponeros una mirada un poco más amplia, que no se quedara sólo con el “nosotros”.

Porque, ¿es que sólo cuento yo? ¿tan sólo yo soy importante, o la Palabra de Dios sólo puede ser significativa si me afecta directamente a mí? Si así fuera, creo que dejaríamos de ser cristianos. La comunión con las dificultades del mundo nos hace comprender mejor lo que esperamos. Podemos buscarla todos. Estoy seguro de que también vosotros en la Escolanía habéis trabajado los problemas y las dificultades del mundo y habéis escuchado los problemas que tienen los jóvenes de vuestra edad. Precisamente si celebramos la Navidad no podemos hacerlo olvidándonos de los demás, de todos aquellos lugares donde la esperanza de tener luz no es una metáfora teológica sino un deseo real, ya sea porque un bombardeo la ha saboteado o porque los propios recursos económicos no pueden permitírsela. Tampoco podemos olvidar los lugares donde las botas y uniformes de los soldados son el recuerdo diario de una tiniebla que tampoco tiene nada teórico. O aquellos otros lugares donde la luz del conocimiento, un tema tan querido en la tradición cristiana antigua, se prohíbe a las niñas y a las mujeres jóvenes. Todos habréis adivinado que tengo muy presente la situación en lugares del mundo que sufren la guerra en modalidades muy diversas, y que también pienso en las víctimas de la pobreza en nuestro país. Y todavía quisiera hacer presente en este contexto en el que esperamos en la tiniebla, los miles de personas que muy cerca de nosotros sufren problemas y enfermedades mentales, tal y como nos advierten tantos expertos de San Juan de Dios, de los servicios asistenciales, de otras organizaciones y de Cáritas, a cuyo favor haremos hoy una colecta para apoyar su labor solidaria.

Algunos me diréis: ¡qué poca Navidad hace todo esto! Pues creo que no, que la conciencia de que colectivamente necesitamos luz y salvación, nos hace mucho más sensibles a la Navidad de verdad, a lo que sencillamente celebra el nacimiento del Mesías esperado de Israel.

¿Pero cómo respondemos a una expectativa tan grande?

Esperamos, decimos y confesamos que este niño es la luz y que esta luz es vencedora.

El profeta Isaías ya calificó esta luz, esperaban un gran personaje: Dios-héroe, Consejero prodigioso, padre para siempre, príncipe de paz. Tenemos la sensación de que agotó todos los calificativos que tenía disponibles para describir ese que tenía que llegar.

Y en lugar del gran personaje nació un niño: por un lado, sólo Jesús, hijo de una familia humilde, de Nazaret, expulsado de todas partes, muerto como un delincuente. Si buscáramos también una comunión con el gran personaje, con el Príncipe y rey de la casa de David, quizás esperaríamos hoy un gran anuncio como que han inventado la solución definitiva de la enfermedad, de la pobreza… no sé, cualquier solución rápida, automática y eficiente a todos nuestros problemas. Quizás para vosotros escolanes, el personaje sería un héroe de una serie, o de un vídeo juego, de esos que hacen de todo y son capaces de todo o un músico tan importante como Mozart o Bach. No sé. Piense vosotros cuál sería el personaje más grande que podríais esperar. Y ciertamente ante tanta expectativa, que entonces y ahora sólo tengamos al niño de Belén, podría ser una decepción.

Pero Dios ha querido hacerlo de esta manera. La esperanza es la propia humanidad. La promesa es un niño, uno que debe convertirse en hombre adulto. La luz y la salvación vienen de su vida y de su palabra. Él es quien promueve un reino de derecho, de justicia y de paz. Y sólo después de haber dejado claro que este Reino tiene sus caminos de sencillez y de humildad, los cristianos lo confesamos el Mesías, Cristo, el Hijo de Dios, el mismo Dios hecho hombre por nosotros, y superamos de largo todo lo que el Profeta Isaías había dicho. Pero todo esto viene después de haber reconocido que todo pasa por ser y actuar como un hombre.

Me parece muy importante y muy significativo en estas Navidades recuperar esta humanidad concreta de Jesús, en la que Dios se lo ha jugado todo. Contemplando el Pesebre me pregunto, qué podemos haber hecho mal para que un mensaje tan claro, tan positivo, tan humano, tan solidario, que pone la debilidad de un niño en el centro, sea tan poco aceptado, hasta el punto de sacar su memoria de los edificios públicos con la excusa de la sociedad laica. No es una crítica. Es una pregunta hecha a nosotros mismos como cristianos. ¿Por qué la neutralidad institucional aparta el Pesebre, la representación tradicional de la historia real que hay detrás de la fiesta de Navidad, una historia que es la mayor exaltación que se puede hacer de la humanidad? ¿Por qué no se ve algo de verdad en Jesucristo y su Evangelio, digno de ser al menos recordado? Nuestro Parlamento prefiere significar la Navidad con un árbol con luces y bolas de colores, ajeno a nuestra cultura hasta hace poco. Tengo todo el respeto a la legitimidad de las instituciones, pero es necesario que como cristianos seamos conscientes de ello y nos preguntemos si hemos hecho poco creíble la vida y el evangelio de Jesucristo.

Espero que los miles de personas que estarán siguiendo esta celebración, a pesar de la hora de la noche, y a los que siempre os tenemos muy presentes desde Montserrat, no pierdan nunca la fe en Jesús, y que en Él, conserven también la fe en una humanidad capaz de promover un Reino de Dios concreto, de justicia y de paz.

El Belén nos hace tener los pies en el suelo. Podemos tener expectativas parecidas a las de Isaías, pero Jesús y la Navidad siempre nos devuelve a la única manera segura y posible de hacer las cosas: a través de la humanidad, con sus problemas y sus límites, pero también con su grandeza.

Esperamos, decimos y confesamos cómo os decía que este niño es la luz y que esta luz es vencedora. Nos acercamos quizás también esta noche a la noche pascual que celebraremos dentro de tres meses para continuar diciendo que Dios, en Navidad ha entrado en nuestra casa para que nosotros con Jesucristo resucitado, en Pascua, podamos entrar en la casa de Dios.

 

Abadia de MontserratMisa de la noche de Navidad, Misa del Gallo (24 de diciembre de 2022)

Fiesta del Bautismo del Señor (9 de enero de 2022)

Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (9 de enero de 2022)

Isaías 40:1-5.9-11 / Tito 2:11-14;3:4-7 / Lucas 3:15-16.21-22

 

Hoy domingo celebramos la fiesta del bautismo de Jesús, con la que finaliza el tiempo litúrgico de Navidad y comienza el tiempo litúrgico ordinario. Hoy es un buen día para recordar y meditar sobre nuestro propio bautismo.

La liturgia nos propone el relato del bautismo de Jesús en el Jordán según la redacción de san Lucas. El evangelista narra que, mientras Jesús estaba en oración, después de recibir el bautismo entre las numerosas personas atraídas por la predicación de Juan, el Precursor, entonces se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él (Jesús) con apariencia corporal semejante a una paloma. En ese momento dijo una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

El Hijo, para llevar a cabo su misión, se coloca en la fila para ser bautizado por Juan. Jesús –lo sabemos bien–, no necesitaba el bautismo de conversión que Juan practicaba. Pero con ese gesto reconoce que necesita la acción del Espíritu en su humanidad. Éste debe ser el resumen de la vida de cada bautizado, ya que toda nuestra vida se desarrolla bajo el influjo del Espíritu Santo: cuando trabajamos, en el descanso, al sonreír o cuando prestamos uno de los innumerables servicios que comporta la vida familiar o profesional.

Esta fiesta de hoy nos enseña la necesidad que tenemos todos del Espíritu Santo. Si el Hijo de Dios, segunda persona de la Trinidad, fue ungido por el Espíritu a su humanidad, cuanto más nosotros, criaturas, necesitamos ser ungidos por el Espíritu. Sin la acción del Espíritu, no podemos generar comunión, no podemos crear unidad. Ni siquiera podremos glorificar a Dios. Por eso debemos pedir la asistencia del Espíritu.

Hoy, nuestro propio bautismo nos hace ser conscientes de que somos los hijos queridos en quienes Dios se complace. Somos amados y predilectos de Dios. No podemos pretender que Dios se desentienda de nosotros, ni nosotros alejarnos de Él. Así es Dios con nosotros.

Pero a veces tratamos a Dios como si fuera un buen vecino. Lo visitamos un rato, quizá merendamos en su casa y después marchamos a nuestra casa, cerrando bien la puerta al llegar. Así, tristemente, vivimos a veces nuestro bautismo. Como hijos emancipados, es más, como completos desconocedores de Dios. Al visitamos un rato al día, a veces semanalmente ya veces ni eso, y nos olvidemos de Él. Queremos que Dios se quede en su casa y nosotros en la nuestra.

Hay una íntima correlación entre el bautismo de Cristo y nuestro bautismo, que no debemos ver como si hubiera sido algo que ocurrió hace más o menos tiempo pero que hoy nos implica poco. La fiesta de hoy se nos invita a tomar conciencia renovada de los compromisos adquiridos por nuestros padres o padrinos, en nuestro nombre, el día de nuestro Bautismo; deberíamos reafirmar nuestra ferviente adhesión a Cristo y la voluntad de luchar por estar cada día más cerca de Él, separándonos de todo pecado, incluso venial, puesto que al recibir este sacramento fuimos llamados a la santidad, a participar de la misma vida divina.

San Lucas nos ha dejado escrito en su Evangelio que Jesús, después de haber sido bautizado, estaba en oración. Nosotros seremos fieles en la medida en que nuestra vida esté edificada sobre el fundamento firme y seguro de la oración.

Que María, la Madre del Hijo predilecto de Dios, nos ayude a ser siempre fieles a nuestro bautismo.

Abadia de MontserratFiesta del Bautismo del Señor (9 de enero de 2022)

Solemnidad de la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (6 de enero de 2022)

Isaías 60:1-6 / Efesios 3:2-3a.5-6 / Mateo 2:1-12

 

Aunque hoy todavía no cerramos litúrgicamente este tiempo de Navidad, tenemos suficiente perspectiva, queridas hermanas y hermanos, para mirar atrás y ver qué hemos ido contemplando desde el principio del Adviento. Miremos cómo lo miremos, el protagonista siempre es Jesucristo, siempre es el misterio de la Encarnación, de un Dios que se ha querido hacer humano. Alguna vez tenemos la sensación de que siempre predicamos lo mismo, pero mientras sea sobre Él, sobre Cristo, uno tiene menos miedo a repetirse, pero al menos siempre estaremos hablando del centro, de lo principal de nuestra fe.

Haciendo pues este recorrido hacia atrás, leyendo al profeta Isaías durante las primeras semanas de Adviento imaginábamos primero a este Cristo, a este Mesías como el que debía venir. Él mismo aparecía identificado con la Sabiduría de Dios. Cerca de Navidad, ya en el momento de la Encarnación, era la Palabra que venía al seno de María, que finalmente se hacía hombre, y que nacía en Belén, acompañado de efectos especiales, llamaríamos hoy, como las apariciones a los pastores, y otros eventos celestiales que le proclamaban definitivamente Mesías. La liturgia, todavía nos ha deslocalizado cuando entre Navidad y Epifanía, ha continuado la pedagógica revelación de la esencia del niño, explicándonos lo esperado que era en el templo para los ancianos Simeón y Ana, en un relato que se ubica después del nacimiento y fuera de Belén. Y finalmente hoy, recuperando la localización de Belén, celebramos todavía en torno a la cueva el último homenaje hecho al niño Jesús: la peregrinación de los Reyes con sus dones, que son, aún más, la afirmación de la naturaleza de Cristo: Oro porque es rey, incienso porque es Dios, mirra porque es hombre. Todo es una contemplación y una invitación a mirar con más y más profundidad a este Jesús de Nazaret niño, que contiene ya toda la potencia de su identidad y de su mensaje en el momento de su nacimiento.

Esta manifestación, que es lo que significa Epifanía, concluye un proceso que si nos fijamos bien ha ido del secreto y de la intimidad a convertirse en totalmente conocido, público, notorio. La expectación mesiánica del Antiguo Testamento era una promesa, era una esperanza. Más que secreta o íntima, estaba todavía en el reino de lo futuro. La anunciación a María, en cambio, toma ya el carácter de un hecho, de un acontecimiento histórico que ocurrirá, pero todavía está en lo más íntimo de una sola persona. San José comparte el secreto con la Virgen, después en el momento del nacimiento de Jesús podríamos decir que es el entorno, el kilómetro 0, los pastores quienes participan. Digo todo esto, para poner un contexto en la celebración de hoy y para intentar explicar que con la manifestación a los Reyes, a los reyes de Oriente, el relato evangélico nos quiere decir que Jesucristo se ha hecho universal, que su destino ya es ser conocido en todo el mundo y que esa intuición, esa promesa hecha en Israel, ese anuncio dicho a María se han cumplido por el bien del mundo, de todo el mundo.

El cristianismo ha sabido ser fiel a la vocación universal de la persona y del mensaje de Jesucristo que la fiesta de la Epifanía proclama. Ha sabido ser fiel en el sentido de que realmente el evangelio ha sido proclamado en todo el mundo. San Pablo como nos ha dicho la segunda lectura fue el primero de los apóstoles en comprender esta vocación universal. En comprender que la tradición de Israel quedaba realizada en el cristianismo y que la vocación universal no miraba sólo a la evangelización futura del mundo, sino que necesitaba integrar también la fe precedente que lo había hecho nacer todo. De dos pueblos ha hecho uno solo. La expansión rápida y fecunda de los primeros siglos, nos hace caer en cuenta de que realmente somos hijos de esta Epifanía de Cristo que ha ido reproduciéndose en la historia del pueblo de Dios. Por todas estas razones, la liturgia de la fiesta de hoy es casi eufórica: la alegría se respira por todas partes.

También nos es lícito preguntarnos, si esta extensión geográfica del cristianismo, concuerda con la profundidad con la que creemos y actuamos como cristianos. Un monje hermano nuestro difunto cuestionaba el discurso sobre la descristianización contemporánea haciéndose la pregunta de si realmente habíamos sido cristianizados alguna vez. La intención profunda de esta cuestión me parece que es ponernos ante la evidencia de que somos cristianos pero no somos perfectos, no hemos terminado todo lo que hay que hacer, porque evidentemente nuestra vida es seguimiento imperfecto y especialmente creo que tenemos siempre el reto de comprender que celebrar la Epifanía, celebrar que lo de Cristo es Universal, debería tener algún efecto más importante de los que tiene.

No quisiera amargarle a nadie una de las fiestas más entrañables del año, muy especialmente en la sociedad, pero la conciencia de lo que ocurre en el mundo es la primera condición para preguntarnos si hacemos suficientemente presente el evangelio de ese Jesús de Nazaret, manifestado a todos los pueblos. La primera página de un diario reciente decía que más de 4.000 personas, entre ellas más de 200 niños, han muerto intentando llegar a España durante el 2021. No es desgraciadamente la única mala noticia de estos días, pero impacta. Especialmente cuando en un día como hoy nos habla de niños. Y nos repetimos la pregunta: ¿realmente nuestro mundo está cristianizado y pasan estas cosas? ¿La Epifanía ha llegado a todo el mundo? ¿O es que Cristo se manifiesta y muchos no le hacen o no le hacemos suficiente caso?

No debemos desanimarnos si los caminos del seguimiento y de la conversión del mundo a una justicia y a una paz mayor, como la que propone el Evangelio son lentos. Lo que no nos está permitido es no ser conscientes de ello, no ocuparnos cada uno desde sus posibilidades, dicho en una palabra de hoy: No podemos pasar de todo esto. Nuestra vocación, el hecho mismo de que nosotros que éramos, a los ojos de Israel, paganos, hayamos recibido el evangelio y Cristo por la gracia de esta epifanía global, debería hacernos por vocación, preocupados de todo el mundo y de todas sus injusticias.

Quizás además de toda la conciencia de la realidad que vivimos, podríamos preguntarnos si no deberíamos recapitular el camino de la Epifanía que hemos contemplado tal y como os lo he intentado describir, y, empezando por el final, por la conciencia de que sí, que Cristo se ha manifestado en todo el mundo, ir atrás hasta recuperar una experiencia como la de Santa María, que yo me atrevería a llamar una Epifanía interior, una manifestación de Jesús en nuestro corazón. Quizás podemos entender su manifestación a todas las naciones como la condición que hace posible que cada hombre y cada mujer puedan vivir esta epifanía interior, y desde ella una conversión a Dios y a su Reino: Un compromiso personal y definitivo a hacer su voluntad. Porque quizás en el fondo todo comienza en un corazón sencillo y dispuesto a amar más allá de todo los límites. Y quién sabe, si eso quizás sí que cambie el mundo.

Abadia de MontserratSolemnidad de la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero de 2022)

Domingo II después de Navidad (2 de enero de 2022)

Homilía del P. Valentí Tenas, monje de Montserrat (2 de enero de 2022)

Sirácida 24:1-2.8-12 / Efesios 1:3-6.15-18 / Juan 1:29-34.

 

Estimados Hermanos y Hermanas:

En este domingo segundo del tiempo de Navidad y primero de este año 2022, la Iglesia nos invita a escuchar al gran himno del Verbo encarnado, que abre con toda solemnidad, las páginas del prólogo del cuarto Evangelio. San Juan nos ofrece una profunda reflexión sobre la gran Humanidad del Belén con tres palabras claves: Cristo, Luz y Palabra.

El Cristo. Todos nosotros podemos contemplar a Dios en el rostro del niño Jesús en Belén. Él es la Palabra manifestada del Padre. Por Él creó todas las cosas. Él dio a todo el mundo su vida. Él, Cristo, es la Luz que resplandece en la oscuridad. Él es desde siempre y para siempre. Él es lo mismo que Juan Bautista, el nuevo Elías; “¡La voz que gritó en el desierto!” y que nos dio su testimonio real: “Mirad al Cordero de Dios. Yo no soy digno de desatarle las Sandalias”. (Juan 1: 19-34)

La Luz. A pesar de nuestra pequeñez, una nueva Luz estalla en la oscuridad y nos abre los ojos, es la Luz de Cristo que ilumina nuestra Sociedad: «del Dinero, del Tener, del Físico, de la Pandemia desgraciadamente»… Esta Luz surge dentro de lo más profundo de nuestro pequeño corazón Humano. Jesús es la Luz Verdadera que nace nuevamente en Navidad y para todos nosotros. Él está presente y activo en toda nuestra vida Cristiana Sacramental. En nuestro Bautismo recibimos la Luz de Cristo en el cirio de los Padrinos. En la alegría de la vigilia Pascual, tomamos la nueva Luz de la llama de la gran acha bendecida con el fuego nuevo. En la fiesta de la Presentación del Señor, (el dos de febrero, la Candelaria), acompañamos con nuestras luminarias a Cristo en su entrada triunfante y solemne en el Templo del Presbiterio para celebrar el Memorial del Señor. Todos los días y todos los domingos del año, los cirios encendidos sobre el Altar, nos recuerdan nuestra Luz, nuestra fe presente y actuando en la Eucaristía celebrada a diario y mundialmente… Y el día de nuestro funeral, seremos iluminados, (rompiendo la oscuridad y el duelo), con la claridad de la columna de cera Pascual, señal de Resurrección y de Vida Eterna, colocada a nuestros pies frente al altar mayor. Todos nosotros debemos encender nuestro cirio de la fe en Jesús, que es la Luz verdadera, y es necesario unir nuestra Luz a tantas otras llamas Cristianas para así irradiar esperanza y alegría en un mundo Pandémico. Hay personas que llevan su llama como: “Debilitada por el desánimo, la angustia del trabajo, el virus del Covid 19 o de indiferencia general”. En la parte de la oscuridad que pueda haber en nosotros, dejemos que brille de nuevo la Luz de la esperanza de quien es la Palabra Eterna y acojámosla dentro de nuestro pequeño corazón Humano. La Nueva Luz es el nacimiento de Jesús; Él es la Estrella de Belén que brilla para todos; buenos y malos con un diálogo constante de cariño, de Amor y Paz. 

La Palabra… Como dice el Apóstol San Pablo: “La Palabra, fuente de consuelo, paciencia y esperanza”. (Carta los Romanos, 15, 1- 4). Ella es siempre comunión y comunicación, silencio y contemplación. La Palabra divina nos muestra el camino de la Vida y del Amor. En el Hablar; que es el Don precioso con que nos Comunicamos y Cantamos unos a otros, es también un diálogo tranquilo, o conversación que muchas veces debe hacerse rápidamente porque sencillamente no hay tiempo de escuchar al otro, y decimos: “ ¡No tengo tiempo, dime!” Hoy en día, prestar atención y escuchar es muy caro. Con la Palabra manifestamos nuestra alegría, nuestra admiración, nuestro amor, nuestra alegría. Pero, también, desgraciadamente, nuestro mayor desprecio y odio. Con una simple palabra podemos mandar: Construir, destruir o interrumpir una buena conversación con la palabra todavía en la boca para contestar al teléfono móvil; ¡que acerca a los lejanos y aparta a los próximos! El Insulto, el desprecio gratuito y repetitivo, tiene un precio muy alto, es una descalificación chapucera de la dignidad de toda persona humana. Hoy en día, ¿sabemos encontrar las palabras adecuadas, apropiadas y respetuosas para hacer revivir la fuerza viva de la Palabra que es Amor? En el mundo de la Política ¡seguro que NO! ¡Desgraciadamente!

Hermanos y Hermanas. En el tranquilo silencio de Navidad, es ya un Nuevo Año. Cristo está con nosotros, ¡está dentro de nuestro pequeño corazón Humano! Él es la Luz y la Palabra viva del Amor total. Ahora, Aquí y Siempre.

 Amén.

Abadia de MontserratDomingo II después de Navidad (2 de enero de 2022)

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de enero de 2022)

Números 6:22-27 / Gálatas 4:4-7 / Lucas 2:16-21

 

En las eucaristías solemnes de estos días, la historia del nacimiento de Jesús nos va pasando por delante como las escenas de un Belén: En la Nochebuena contemplábamos la Anunciación a los pastores, el mensaje de los ángeles y el establo con el nacimiento del niño. El próximo jueves, fiesta de la Epifanía, leeremos el evangelio de la peregrinación y de la adoración de los Reyes. Uno se da cuenta de la pedagogía catequética que tienen precisamente los pesebres, que se convierten en expresiones materiales de los evangelios, escenificaciones del relato literario del nacimiento de Jesús.

El Evangelio de hoy nos llevaría a otra escena típica de los belenes: los pastores adorando al niño, los pastores yendo y viniendo de la cueva. Unos pastores que vienen de una experiencia fuerte como ha sido la de haber escuchado la proclamación de la Gloria de Dios en el cielo y la Paz en la tierra. Los pastores escucharon esto en medio de su hábitat corriente, es decir un campo al raso, en una noche de invierno, mientras hacían su trabajo, que ya se entiende por estas condiciones, que era un trabajo humilde, un momento y una ocupación poco inclinada a emociones fuertes o a eventos extravagantes. Después de esto y de decirse ellos mismos: Vamos a ver lo que ha pasado, los pastores llegan al pesebre, ven, se cuentan, escuchan y se vuelven alabando a Dios, después de comprobar que todo en conjunto no ha sido una alucinación. Si sólo tomáramos este evangelio, nos quedaríamos bastante vacíos: ¿qué cuentan los pastores y a quién, quiénes son estos otros, este todo el mundo, que tanto se maravilla de eso que les cuentan? Hay algo de misterio en todas estas alusiones, como si de algún modo nos invitaran a preguntar, a buscar qué es todo esto tan importante que está en el ambiente, on the air. Una lectura continuada del evangelio y de todas las escenas del pesebre nos ayuda a comprender, ya que nos lleva a tener muy presente que el mensaje a los pastores, y que leímos en Nochebuena decía:

 “No temáis, os anuncio una gran alegría que es para todo el pueblo: 11 Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. 12 Esto tendréis por señal: encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. 13 Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, alabando a Dios, diciendo: 14 “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.(Lc 2,10-12)»

La brevedad no resta importancia al contenido: Este niño es el Mesías, el Señor, y esto provoca euforia, hasta en unos pastores medio dormidos. A partir de esta proclamación, la teología no ha hecho mucho más que intentar comprender qué quería decir que Jesús de Nazaret fuera el Mesías. Sólo el don de la fe nos hace capaces de ver a Dios presente en un hombre. La historia, las cosas que van pasando podrían tener interpretaciones mucho más realistas o pragmáticas, pero la fe nos permite decir que este niño en pañales es realmente el ser nuevo, el punto radical de conversión y cambio en la historia de la humanidad, aquél al que estos días cantamos como príncipe, como primero, desde Oriente, el lugar donde sale el sol, hasta poniente, en el límite de la tierra. Por el reconocimiento de su divinidad, contenida en su mesianidad y tan maravillosamente cantada al principio del evangelio según San Juan que leíamos el día de Navidad y repetíamos ayer, podremos reconocer a Dios presente en tantas y tantas personas. La fe nos ayudará a captar el amor entre los hombres y las mujeres como algo que viene de Dios, a comprender los progresos humanos como inspirados por Dios, a volvernos hacia él en los momentos difíciles para encontrar esa fuerza especial que viene de su Espíritu Santo y que tanto necesitamos.

Los momentos que marcan fuertemente el devenir del tiempo, como hoy, primer día del año nuevo civil, me parecen momentos indicados casi por naturaleza para recordarnos aquellas cosas que no pasan, aquellas que han marcado la historia y que permanecen: entre todas la Encarnación del Señor. También es un momento para reconocer la acción de Dios en el mundo, estos días tan inclinados a hacer resúmenes y estadísticas de tantos tipos.

Me gustó que un programa de la BBC del día de Navidad se titulara las noticias felices del 2021. Y se subtitulase, las historias más edificantes y estimulantes del año: Y hablara como primera noticia feliz de la vacuna, pero no la del Covid…, sino la de la malaria. Me gustó porque de alguna manera no ponía el centro en nosotros, los “occidentales” y nuestro gran problema, sino en un problema que afecta a muchos países pobres, especialmente en África. Un año nuevo civil es un momento en el que tenemos la sensación de que el libro está en blanco y querríamos poner muchas noticias de éstas y muy pocas de las demás. Me parece que no debemos perder la esperanza y que es muy sana la ilusión del progreso personal y comunitario que nos proponemos todos al empezar un año. Pero hay que pedírselo a Dios.

El breve mensaje transmitido a los pastores, tenía un solo deseo para la tierra: Paz. 

En este año que empezamos hoy, queridos hermanos y hermanas, celebrando la solemnidad de Santa María Madre de Dios, celebramos también la Jornada Mundial de la Paz, instituida por San Pablo VI en 1968, con el deseo de que fuera una conmemoración continuada, como así ha sido, y que fuese más allá del ámbito eclesial. Es todo un símbolo, un compromiso dedicar el primer día del año a la paz y hacerlo en medio de estas fiestas de Navidad, de la noche y del día, en que escuchamos que el nacimiento de Jesús era proclamado como ¡la gloria de Dios en el cielo y la paz en la tierra para los hombres y mujeres de buena voluntad!

En la tradición bíblica, la paz tiene la hondura de la palabra Shalom, de algo que no es quietismo, ni siquiera ausencia de conflictos, sino plenitud de Dios. Como algo que tiene que ser construido en profundidad, no sorprende que ya San Pablo VI hablara de la Paz como del desarrollo integral y que en el mensaje del Papa Francisco por el día de hoy nos proponga el diálogo entre generaciones, la educación y el trabajo como los instrumentos necesarios para construir una sociedad pacífica, que se apoye en la justicia, la única garantía de una paz verdadera. Los objetivos son ambiciosos, pero nos colocan en la línea de nuestra mayor ambición, la única válida: promover ahora y aquí la construcción del Reino de Dios, del Reino de Cristo, del Reino del Evangelio con todas nuestras fuerzas. Nuestra oración hoy es pedir fuerza para renovar nuestro compromiso personal y comunitario con el Reino de Dios para este año 2022 que empezamos y confiar en los “tempi” de su realización definitiva al único que tiene el poder de hacerlo: al Señor que nos espera al final de la historia.

Abadia de MontserratSolemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero de 2022)

Misa de la noche de Navidad, Misa del Gallo (24 de diciembre de 2021)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (24 de diciembre de 2021)

Isaías 9:1-6 / Tito 2:11-14 / Lucas 2:1-14

 

Celebramos Navidad en medio de la noche. El nacimiento de Jesucristo ocurre en la oscuridad. En la oscuridad física de las horas en las que no hay luz, en un momento del año en el que en nuestras latitudes las noches son especialmente largas, en una familia, que a pesar de ser de la Casa de David, no tenía lo que hoy llamaríamos “glamour”, en la improvisación de un alojamiento precario, en un momento de la historia de Israel, donde prevalecía más la sensación de derrota y de fracaso que la del triunfo y del éxito. Por otra parte, sin embargo, no era un nacimiento inesperado ya que toda la tradición de Israel preparaba ese momento. La historia del pueblo de Israel es más una historia de éxodos, de exilios, de derrotas que la de una nación favorecida por el bienestar material y la estabilidad política en la tierra. Israel elabora en toda su teología, muy especialmente en la de los profetas, la esperanza de una liberación, de un redentor, de un Mesías. Da mucho que pensar que el pueblo que llamamos escogido por Dios, sea este tipo de pueblo, sometido a tantas pruebas. Quizá hacía falta que la salvación arraigara en quien fuera capaz de entenderla a fondo. Sí. El mensaje de la redención no viene en un contexto fácil y, sin embargo, Dios promete venir y hacerse presente. La promesa, y la esperanza en el cumplimiento de esta promesa, han sido siempre temas característicos del pueblo judío, nuestros hermanos mayores en la fe.

Y es aún más sorprendente que esta promesa tan trascendental, anunciada a los patriarcas, contada por los profetas sea explicada en el Evangelio de una manera tan sencilla: el nacimiento de un niño en un establo, en plena noche, cuando no se ha encontrado sitio, ¡en ninguna parte! Naturalmente que tenemos la perspectiva para afirmar que este nacimiento es extraordinario, es sin embargo el cumplimiento de la misma promesa histórica hecha en Israel y por Israel para toda la humanidad: la promesa de El Salvador. Aún más extraordinario, la promesa se cumple en el anonimato más profundo y sólo algunas circunstancias privadas nos lo dicen, como las revelaciones a la Virgen, a San José, a Zacarías y a Isabel, padres de Juan Bautista, tal y como son explicadas en los evangelios llamados de la Infancia y con los que hemos ido preparando esa solemnidad.

Por eso cantamos esta noche en todo el mundo:

¡Santa noche!, ¡plácida noche!

Jesus, tan pequeño,

es el Dios, Ser Supremo poderoso,

en humilde pequeñez recluido

para salvar a todo el mundo,

Situados en esta noche de la historia, entendemos mejor lo que es Navidad. Y que gran parte de su mensaje ha sido captado en la frase del villancico que nos dice que ese Dios tan grande ha sido “En humilde pequeñez recluido”.

¿Cómo podemos comprender desde nuestra situación actual el significado de la Navidad? En el diálogo que debemos tener y que tenemos con nuestros hermanos y hermanas, ¿a menudo nos encontramos con la pregunta fundamental sobre la salvación? ¿De qué debemos ser salvados hoy? ¿Qué sentido puede tener la Navidad si no somos capaces de arraigarlo en una promesa y en una esperanza de salvación real, existencial, que quiera decir algo para el mundo de hoy? Podríamos responder naturalmente con el catecismo, con la antropología de la Iglesia que nos dice que todos somos pecadores y por tanto todos celebramos con la Navidad, el nacimiento de Jesucristo que nos ha devuelto la inocencia que como humanidad habíamos perdido y nos ha perdonado los pecados. Pero si en vez de quedarnos a este nivel teórico, queremos ir un poco más allá, hacer que esta verdad de salvación personal y colectiva realmente se entienda y se viva en el mundo, ¿cómo podemos explicarlo?

Hace dos años que vivimos la pandemia del cóvid19. ¿Podría ser que este hecho nos acercara a una especie de conciencia universal de salvación? La pandemia es global como lo es la situación de la que Dios viene a salvarnos a todos. Hacía muchos decenios que no sentíamos tan cercana, tan real una amenaza colectiva por la humanidad. Tratemos de ser conscientes de ello porque puede nacer un valor de solidaridad real, más allá de las fronteras, de las culturas, de las divisiones que a los ojos de los cristianos deberían ser escandalosas entre diversos tipos de mundo: primero, tercero, cuarto… ¿Es que Dios ha creado mundos diferentes? ¿Es que se ha encarnado quizás en humanidades distintas?

La pandemia nos ha vuelto a colocar en la inseguridad. Hay cierto desconcierto ante tanta y tanta información. Nos ha desinstalado de nuestras fes y confianzas ciegas en el progreso y la ciencia. Quizás nos ha vuelto a manifestar aquella situación que tantas veces encontramos en la Biblia, por la que el mayor pecado es la autosuficiencia humana, prescindiendo de Dios. No cabe duda de que saldremos adelante gracias a los esfuerzos de los científicos, pero el contexto extraordinario que vivimos podría ayudarnos a reflexionar sobre nuestros límites, a dejar entrar un poco lo inesperado, lo imprevisible, lo inefable a las nuestras vidas.

¿Qué significa celebrar el nacimiento de Jesús de Nazaret, de Cristo, la encarnación de Dios en medio de este mundo? No creo que quiera decir confiar en una intervención directa por parte de Dios. Jesús no nace este año en Belén con una vacuna, o una píldora, o directamente con anticuerpos por todo ser humano. Ya nos ha demostrado que la intervención directa no es su estilo habitual. Pero Navidad debe ser recordarle a Él y a su evangelio y saber que en primer lugar, da sentido por su sola presencia a la vida, el dolor y la muerte de todos los hombres y mujeres. La Iglesia tiene ejemplos constantes de ese sentido concedido como un don de Dios en Jesucristo a la humanidad. Esto es salvación. Y hace falta sentirla como necesaria, a poco que salgamos de la anestesia colectiva en la que nos encontrábamos, no sé si nos encontramos todavía, y a la que, tengo a menudo la impresión estos días, de que muchos tienen prisa para volver rápidamente, cuando todo esto pase.

Esto que estamos haciendo esta noche, rezar, velar, renovar el sentimiento de la esperanza de Israel en la promesa y celebrar que en Jesús se cumplió por completo, por su condición de ser el Mesías esperado, da sentido al mundo. Pero todavía nos falta un paso más: necesitamos humanizar el mundo. De la misma manera que Dios, por su Palabra, tal y como hemos cantado, quiso elevar a la humanidad, cuando la asumió en la persona del Hijo, también nosotros debemos trabajar para dar al mundo esta humildad que le haga sentir necesidad de ser salvado, predispuesto a acoger a Jesús y confianza de haberlo sido realmente.

Compartir es un signo de solidaridad. Por eso os proponemos esta noche colaborar con la colecta que haremos a favor de Caritas, que nos advierte de los peligros de exclusión y pobreza que ha provocado la pandemia.

Celebramos Navidad. Celebramos el nacimiento de Jesucristo. ¿Por qué? Para continuar la obra de su evangelio que es hacer un mundo más habitable, más sostenible, más justo y más fraterno. Nadie negará que de esto, se le llame Salvación u otro nombre, tenemos hoy, toda la necesidad.

 

Abadia de MontserratMisa de la noche de Navidad, Misa del Gallo (24 de diciembre de 2021)

Fiesta del Bautismo del Señor (10 de enero de 2021)

Homilía del P. Joan M Recasens, monje de Montserrat (10 enero 2021)

Isaïes 55:1-11 / 1 Joan 5:1-9 / Marc 1:7-11

 

Con esta fiesta del Bautismo del Señor se cierran las celebraciones litúrgicas navideñas y se inicia el periodo llamado la vida pública de Jesús.

En la primera lectura que se nos ha proclamado, Isaías ponía en boca de Dios todo lo que el pueblo de Israel recibiría con la venida de su Mesías. Les decía que sería un tiempo de prosperidad y de bienestar para todos aquellos que buscasen al Señor. Él se dejaría encontrar y lo sentirían muy cercano. Les predecía que al igual que la lluvia y la nieve que caen del cielo fecundan la tierra y la hacen germinar, la palabra salida de los labios del Señor haría que se cumpliera en ellos todo lo que les había predicho.

El pueblo esperaba con ansia la venida de este Mesías de Dios, ya que los acontecimientos políticos que los rodeaban les hacían cada vez más imposible la vida, especialmente en la gente sencilla y pobre del pueblo de Israel. De esta espera y de este malestar surgieron varios movimientos mesiánicos que se presentaban como precursores de la definitiva venida del Mesías prometido por Dios y que los tenía que liberar de la opresión insoportable de los poderosos.

Juan Bautista se presenta como uno de estos precursores de la venida del Mesías y predica un movimiento de conversión de costumbres con un bautismo de purificación con el fin de allanar los caminos para la venida definitiva del Mesías Salvador anunciado por todos los profetas.

La fama de Juan y de su predicación atraía mucha gente del pueblo para hacerse bautizar con su bautismo de purificación en las aguas del río Jordán. Con todo, Juan dirá a la gente que él no es el Mesías esperado ya que detrás de él viene otro más poderoso, del que no es digno ni de agacharse para desatarle la correa de su calzado. Les dirá también que él los bautiza con agua, pero que el que viene detrás, sí los bautizará con Espíritu Santo.

Jesús, después de vivir unos años una vida normal como la de cualquier hijo de su pueblo, atraído por la fama del Bautista, lo dejará todo, familia, pueblo y trabajo para ir junto al río Jordán a hacerse bautizar por Juan. Y al salir del agua, tal como nos ha dicho san Marcos en el fragmento evangélico que se nos ha proclamado, Jesús vio rasgarse el cielo y al Espíritu en forma de paloma, se ponía encima de él y que una voz del cielo le decía: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

El encuentro con Juan Bautista será para Jesús una experiencia existencial que le hará dar un giro completo a su vida. Después del bautismo, Jesús ya no vuelve a su ciudad de Nazaret ni se adhiere al movimiento del Bautista, se retira un tiempo en el desierto para prepararse para iniciar la misión que cree que le ha sido encomendada y que siente como único objetivo de su vida futura, la de anunciar a todos con voz insistente la Buena Nueva de Salvación de un Dios que es Amor y Padre y que quiere que todo el mundo se convierta y se salve.

Esta experiencia de Jesús puede tener también para todos nosotros un significado existencial de purificación y de cambio de vida. La fe es un itinerario personal que cada uno debe recorrer si quiere alcanzar esa gran misión que todos hemos recibido en el momento de nuestro bautismo: la de ser imitadores de Jesucristo y testigos del amor de Dios en medio del mundo en el que vivimos.

Hoy, en este nuestro mundo tan desastrado y con el azote de una pandemia, hay demasiada gente que sufre por falta de posibilidades económicas y por la explotación de aquellos que creen ser los dueños de la humanidad y los poseedores de la verdad. Es urgente que nosotros que queremos ser seguidores de Jesucristo procuramos llevar una brizna de esperanza que les ayude a cambiar la manera de hacer y de actuar ante las necesidades de nuestro hermano. Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los gestos pequeños. Ciertamente no nos sentimos llamados a ser ni héroes ni mártires, pero sí estamos invitados a vivir poniendo nuestra vida al servicio de los demás con pequeños gestos que les puedan dar un poco de esperanza. Aprender a estar atentos a aquel que necesita de una palabra de confort, de una mano extendida que lo haga salir del pozo donde se siente sumergido, de una sonrisa acogedora al que está solo y desamparado. En definitiva, tratar de imitar a Jesucristo llevando amor y esperanza a todos aquellos que nos rodean y tienen necesidad de sentirse queridos y valorados por lo que realmente son, hijos de un mismo Padre que nos ama de tal manera que nos ha enviado a su propio Hijo para demostrarnos que lo que quiere es nuestro bienestar y que tengamos paz y alegría interior porque nos sabemos amados con un amor infinito.

Deseo que la fiesta de hoy nos haga tomar más conciencia de lo que somos y de lo que deberíamos ser.

 

Abadia de MontserratFiesta del Bautismo del Señor (10 de enero de 2021)

Epifanía del Señor (6 de enero de 2021)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (6 de enero 2021)

Isaïes 60:1-6 / Efesis 2:2-3a.5-6 / Mateu 2:1-12

 

El evangelio que nos ha proclamado el diácono, hermanas y hermanos, parece que nos quiera instruir más bien expresando sentimientos y actitudes que no con diálogos. Porque la parte más importante de la narración, que es el encuentro de los magos con Jesús, no contiene ninguna reproducción de palabras dichas por los personajes que intervienen. Me explico.

Primero, el evangelista nos ha dicho que los magos habían visto en el firmamento, cuando aún estaban en su tierra, en Oriente, una estrella que brillaba de una forma nueva. Y dedujeron que era la estrella que indicaba el nacimiento del nuevo rey de los judíos. Esta estrella los puso en camino y los condujo a Jerusalén, la Ciudad Santa de Israel. En este punto de la narración, sí hemos encontrado un diálogo entre los magos que preguntaban por el lugar donde podían encontrar el recién nacido rey de los judíos porque le quieren presentar su homenaje, y el rey Herodes de quien esperaban una respuesta. Herodes, a pesar del temor por el peligro de que este niño podía representar por su trono (cf. Mt 2, 13:15), se la da tras consultar a los principales sacerdotes y a los letrados conocedores de las Sagradas Escrituras. Les dice que el rey de los judíos ha de nacer en Belén de Judea.

Una vez recibida la respuesta, los magos se pusieron en camino hacia esta pequeña población de la tierra de Judá. A partir de aquí, el evangelista San Mateo ya no nos relata otro diálogo. Sólo vivencias interiores de los magos y gestos que las expresan. Estas vivencias y estos gestos, sin embargo, nos permiten entrar en el núcleo de la celebración de hoy.

La primera vivencia es la humildad expresada por todo su itinerario de investigación pero sobre todo en la postración en el suelo ante el niño; ellos, altos personajes en sus tierras, se sienten pequeños ante Jesús. La segunda vivencia de los magos es la alegría inmensa al volver a ver la estrella que habían descubierto y les había hecho ponerse en camino y que ahora, llegados a Belén les indicaba la casa donde estaba el niño que buscaban para presentarle su homenaje. Entran y lo encuentran con su madre, María. La tercera vivencia es el reconocimiento de Jesús expresado con unas acciones concretas. Se postran en el suelo, le presentan su homenaje, abren las arquetas y le ofrecen los presentes de oro, incienso y mirra. Con la postración en el suelo, reconocen en el niño Jesús su condición de rey de los judíos, de Mesías y Pastor de Israel y adoran la presencia soberana de Dios en él. Con sus presentes, además, hacen realidad lo que afirmaba la esperanza mesiánica de Israel, tal como hemos escuchado en la primera lectura y el salmo responsorial: que los reyes de oriente ofrecerían presentes al Mesías y le llevarían oro e incienso, y que le harían homenaje todos los pueblos.

Así es narrada la epifanía los magos. Es decir, la manifestación del niño Jesús a los primeros no judíos, como signo de que él ha venido a «iluminar a todos los pueblos» de la tierra (cf. prefacio), no sólo al pueblo de la Primera Alianza. Esta realidad universal, la tradición cristiana la ha expresado representándola con estos magos como pertenecientes a pueblos y razas diferentes. Porque, como escuchábamos en la segunda lectura: en Jesucristo, todos los pueblos tienen parte en la misma herencia, forman un mismo cuerpo y partícipes de la promesa.

La narración no hablaba casi de miradas. Sólo mencionaba una cuando decía que los magos vieron al niño con María, su madre. Ven a Jesús con los ojos corporales llenos de alegría por haber encontrado el recién nacido objeto de su ardua investigación y, también, lo ven con la mirada de la fe que les hace descubrir la identidad de aquel niño ante el que se postran para adorarlo. Pero podemos deducir otras miradas. Ellos, unos personajes tan singulares y venidos de lejanas tierras, también fueron mirados por María y por Jesús. Quizá por José, que en el evangelio de Mateo tiene un papel muy importante en toda la infancia de Jesús, pero que en la escena de los magos no se nos dice que estuviera presente. Fueron mirados por María que, gozosa porque con su maternidad ha puesto al mundo al Salvador, les muestra a su Hijo (cf. Mt 1, 21). Y fueron mirados sobre todo por Jesús que, a través de los ojos corporales, los mira con el corazón. Porque su mirada es la de Dios, y tal como dice el Francisco, «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón» porque mira desde el amor que lo lleva a querer a cada persona concreta sea quien sea y sea como sea (cf. Fratelli tutti, n. 281).

La epifanía, la manifestación de Jesús, continúa también en nuestros días. Jesús se deja encontrar en brazos de aquella que María representa y personifica: la Iglesia. La Iglesia continúa a lo largo de la historia la acción de poner a Jesucristo en el mundo para que pueda estar al alcance de cada persona. Nosotros, provenientes de pueblos no judíos, también hemos descubierto a Jesucristo como Salvador, como aquel que nos mira con el corazón porque nos ama tal como somos, y nos hace entrar en su herencia junto con una multitud de hermanos.

Este año la solemnidad de la epifanía está marcada, también, por la pandemia que siega vidas, perjudica la salud, crea preocupación, y aumenta las situaciones de precariedad, de pobreza, de marginación. Pero, también en esta coyuntura, Jesucristo es Salvador. Y, como los magos al descubrir en la naturaleza la señal de la estrella, también nosotros tenemos que saber leer a la luz de la Sagrada Escritura la señal de la naturaleza que es la pandemia y encontrar una invitación a ponernos en camino hacia el encuentro con el Señor. Él nos ayudará a vivir esta situación como momento de salvación y de amor fraterno; y nos consolará en el sufrimiento, nos abrirá nuevas perspectivas de esperanza, nos hará encontrar la herencia que es la vida más allá de la muerte, nos enseñará a construir un dinamismo social nuevo, más solidario entre las personas, más empapado de paz, más respetuoso del medio ambiente.

En la Eucaristía que estamos celebrando como miembros de la Iglesia, el Señor Jesús se hará presente en los Santos Dones del pan y del vino. Acerquémonos a él con las actitudes profundas que nos enseñan los magos: con humildad, con fe, con espíritu de adoración para hacerle homenaje con el don de nuestra vida y con la entrega a los demás, con voluntad de poner en práctica su Palabra divina para llegar a la plenitud de nuestra existencia en el cumplimiento de su promesa. Y experimentaremos la alegría de encontrarnos en la presencia del Señor unidos a muchos hermanos. Y de sabernos mirados amorosamente por él no tanto con los ojos del cuerpo como con los del corazón. Porque la mirada de Jesús, el Hijo de María, es la mirada entrañable de Dios.

 

Abadia de MontserratEpifanía del Señor (6 de enero de 2021)

Domingo II de Navidad (3 de enero de 2021)

Homilía del P. Carles-Xavier Noriega, monjo de Montserrat (3 enero 2021)

Siràcida 24:1-4.12-16 / Efesis 1:3-6 / Joan 1:1-18

 

Estimados hermanos y hermanas,

Celebramos el segundo domingo de Navidad y se nos ofrece, en las lecturas de hoy, una página del Evangelio que ya hemos escuchado en días precedentes. Concretamente en la misa del día de Navidad y el pasado jueves, 31 de diciembre. Así pues, si la Iglesia nos presenta el mismo pasaje tres veces en un corto espacio de tiempo, quiere decir que esto es realmente importante.

Y en verdad lo es. Este inicio conforma el prólogo del Evangelio de San Juan, del que quiere ser una especie de introducción y resumen. En estos 18 versículos, el evangelista es capaz de introducir todos los conceptos que luego desarrollará en el curso de su narración: Palabra, Vida, Luz, Gracia, Filiación… Es fundamentalmente un himno, denso en teología, que canta la gloria de la creación y redención.

Un pasaje largo y también un poco complejo. Mucho se ha escrito sobre este prólogo y mucho se podría decir. Yo sólo comentaré un par de frases. La primera, en mi opinión, es realmente hermosa y esperanzadora, especialmente en los tiempos que estamos viviendo: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió».

Esta es verdaderamente una Buena Noticia. La oscuridad, toda la oscuridad, no supera la Luz de Dios. Lo que Juan quiere decirnos es que la Luz que Dios envía es una luz segura, una luz en la que podemos confiar, porque es más fuerte que las tinieblas, capaz de brillar incluso en la oscuridad, y superarla. Esta Luz, como bien sabemos, es Jesús. En este mismo Evangelio dirá: «Yo soy la luz del mundo, el que me siga tendrá la luz de la vida».

¿Qué significa tener la luz de la vida? Quiere decir que nuestra vida brilla. Pero no porque nosotros producimos esta luz, por méritos propios, sino que la reflejamos como la luna refleja la luz del sol por la noche o los vitrales tiñen de colores el ambiente dejando pasar los rayos de luz. Esta es la verdad, si estamos unidos a Dios, a su hijo Jesús, si escuchamos su palabra y la ponemos en práctica, seremos resplandecientes, porque estaremos continuamente iluminados por una luz que nadie nos podrá quitar, ninguna maldad ni arrogancia. Si entendemos que esto es importante debemos permanecer anclados en la luz, porque sólo así podremos brillar.

Y escuchamos también otra expresión importante de este pasaje: «Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre». Así es, unos reciben a esta persona que es la palabra de Dios, y otros, no. Pero todos necesitamos la luz de esta palabra. Todos necesitamos, para descubrir el sentido de nuestra vida, esta sabiduría que nos ayuda a ver las cosas desde los ojos de Dios, que es la «Luz de quienes en él creen» (Colecta). Si no recibimos a este Cristo como la Palabra definitiva de Dios no nos extrañemos del desconcierto y la confusión que reina en este mundo.

Los cristianos no creemos en un Dios aislado e inaccesible, encerrado en su Misterio impenetrable. Nos podemos encontrar con él en un ser humano como nosotros. Para relacionarnos con él, no tenemos que salir de nuestro mundo. No debemos buscarlo fuera de nuestra vida. Lo encontramos hecho carne en Jesús. Esto nos hace vivir la relación con él con una profundidad única e inconfundible. Jesús es para nosotros el rostro humano de Dios. En sus gestos de bondad nos va revelando de manera humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En sus palabras vamos escuchando su voz, sus llamadas y sus promesas. En su proyecto descubrimos el proyecto del Padre.

Todo esto lo hemos de entender de manera viva y concreta. La sensibilidad de Jesús para acercarse a los enfermos, curar sus males y aliviar su sufrimiento, nos descubre cómo nos mira Dios cuando nos ve sufrir, y como nos quiere ver actuar con los que sufren. La acogida amistosa de Jesús a pecadores y marginados nos manifiesta como nos comprende y perdona, y como nos quiere ver perdonar a los que nos ofenden.

Por eso dice Juan que Jesús está «lleno de gracia y de verdad». En él nos encontramos con el amor gratuito y desbordante de Dios. En él acogemos su amor verdadero, firme y fiel. En estos tiempos en que no pocos creyentes viven su fe de manera perpleja, sin saber qué creer ni en quien confiar, no hay nada más importante que poner en el centro de nuestra vida a Jesús como rostro humano de Dios.

Hermanos y hermanas, esta es la grandeza de la Navidad: Dios se hace hombre, se hace pequeño para hacernos como Él, para hacernos partícipes de Él, uno con Él. No hay necesidad de añadir nada más. Esta es la grandeza a la que estamos llamados y de la que somos partícipes. De nosotros depende.

 

Abadia de MontserratDomingo II de Navidad (3 de enero de 2021)

Fiesta de la Sagrada Familia (27 de diciembre de 2020)

Homilía del P. Valentí Tenas, monje de Montserrat (27 de diciembre de 2020)

1 Samuel 1:20-22.24-28 / 1 Juan 3:1-2.21-24 / Lucas 2:41-52

 

Queridos hermanos y hermanas:

En medio de las grandes solemnidades de Navidad, fin de año y Reyes encontramos, dentro de la octava, la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, que este año cae en domingo, memoria de San Juan Evangelista.

San José Manyanet, peregrino y devoto de Montserrat, decía: «Hacer del mundo una familia, y cada Familia un Nazaret». La fiesta de hoy nos invita a todos nosotros a contemplar la vida interior, doméstica y casera, de la pequeña y gran Familia de Jesús, que vivía en Nazaret, en una sencilla aldea, un lugar pequeñísimo, de la región de Galilea, totalmente desconocido en el Antiguo Testamento, ignorado en el Talmud Judío, y que el historiador romano Flavio Josefo desconocía totalmente. Una localidad remota que el mismo Apóstol Natanael (conocido como Bartolomé) dijo: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). O como decían los fariseos: «De Galilea no sale ninguno de los Profetas!» (Jn 7,52). Es en este pequeño pueblo donde Jesús vivía, con sus padres, una vida retirada, normal, de trabajo, estudio, alegría y fiesta, de contemplación y silencio. Nos dice el evangelista san Lucas que hemos oído hoy: «Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría». «Les era obediente, progresaba en sabiduría y aumentaba en gracia tanto ante Dios como ante los hombres». (Lc 2, 39-52). Jesús era reconocido como Nazareno por su origen familiar, para que así se cumpliera el oráculo de los profetas: «llamado nazareno» (Mt 2,23). Es sobre estas venerables ruinas, bien fundamentadas, de esta pequeña casa-cueva, que los primeros cristianos construyeron rápidamente una primitiva Iglesia, que destruida, derribada, reedificada y restaurada más de seis veces es hoy en día la gran Basílica de la Anunciación de Nazaret.

El Papa San Pablo VI en su determinante viaje a Tierra Santa de 1964, una visita histórica que todavía hoy permanece viva y actual, decía: «Nazaret es la escuela donde se empieza a entender la vida de Jesús, es la (casa) donde se inicia el conocimiento del Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde, y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí en Nazaret se aprende, incluso, tal vez de una manera casi insensible, a imitar su vida Familiar”.

Estamos viviendo un tiempo marcado por la dolorosa pandemia, que desgraciadamente se resiste a marchar de nuestro pequeño planeta y, por desgracia, hemos tenido que aprender a convivir con ella desde el comienzo de la Cuaresma pasada. Mascarillas que no nos dejan ver la expresividad del rostro, obligados a mantener las distancias sociales, los líquidos desinfectantes, aislamiento total, burbuja familiar, aforo, nuevos gestos para saludarnos, teletrabajo, y la llamada nueva normalidad … Sufrimos unas restricciones laborales muy fuertes motivadas sobre todo por Coronavirus, falta de movimientos, de trabajo, de relaciones interpersonales y sociales, así como la pérdida de familiares queridos sin poder acompañarlos y hacer un duelo cristiano; pensamos ahora, sobre todo, en las residencias y hospitales. Todo esto nos era totalmente impensable… ¡y no hace, ni siquiera, un año!

El confinamiento general o parcial, motivado por Covidien-19, ha supuesto un ritmo de vida familiar mucho más interior, más doméstico. Una forma diferente de vivir: las horas, los días y las semanas reducidos dentro un pequeño hogar o residencia. Para muchas casas ha sido un tiempo de fortalecimiento de los vínculos matrimoniales y familiares, de vivir un período de comunión, de obligación familiar y de libertad. Una Escuela de perdón que no es fácil, donde cada miembro de la familia tiene su responsabilidad. Una presencia de amor cristiano generoso, gratuito y vivo. Una pequeña Iglesia doméstica con las virtudes de la casa de Nazaret.

Desgraciadamente, para muchos otros hogares ha sido un tiempo de ruptura definitiva y como siempre los más perjudicados son los hijos pequeños que con su silencio manifiestan, calladamente, su triste dolor. Todo matrimonio es dar, pero también es recibir y compartir, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad todos los días de la vida.

Hay, sin embargo, otro grupo, muy grande, de familias que viven uno: «Statu quo» de facto; un aislamiento personal, con unas fronteras invisibles, pero palpables. Un poderoso individualismo de mi «yo personal». Un silencio significativo, fomentado sobre todo con las nuevas tecnologías. Un soportemos y te soportaré. Todos recordamos perfectamente los días negros, de niebla, de mal, pero ¿nos cuesta mucho revivir, repensar los días de alegría y de alegría? La fiesta de hoy es una pequeña invitación a romper el hielo, a hablar y fomentar lo que nos une y no lo que nos divide, a vivir con dignidad según el modelo de la familia de Nazaret. Como nos dice San Benito: «Hacer las paces antes de la puesta del sol con quien se haya reñido» y «lo que no quieras para ti, no lo hagas a nadie» (capítulos IV y LXX).

Como decía el Papa en la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia en Barcelona: «Todos necesitamos volver a Nazaret para contemplar siempre de nuevo el silencio y el amor de la Sagrada Familia, modelo de toda vida familiar cristiana» (7 -11-2010). «Hacer del mundo una familia, y cada familia un Nazaret» (San José Manyanet). Permitidme, para terminar, esta pequeña oración de Navidad:

Señor Jesús, ¡qué grandes son todas tus obras! Danos un espíritu silencioso como San José, y un corazón abierto, contemplativo, acogedor como Santa María, para que nos saciemos siempre mirando su presencia dentro del pequeño pesebre de nuestro corazón. Amén. ¡Felices Fiestas!

 

Abadia de MontserratFiesta de la Sagrada Familia (27 de diciembre de 2020)

Misa del día de Nadal (25 de diciembre de 2020)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (25 de diciembre 2020)

Isaías 52:7-10 / Hebreos 1:1-6 / Juan 1:1-18

 

Y la Palabra se hizo hombre. Este es, hermanos y hermanas, el anuncio que nos hace el Evangelio de esta mañana radiante, ayudándonos a penetrar más y más el sentido del nacimiento del hijo de María que hemos contemplado esta noche.

Y la Palabra se hizo hombre. Plantó entre nosotros su tienda, para ser uno de nosotros. Por eso es en la Navidad que toman toda su fuerza las palabras de Isaías que escuchábamos en la primera lectura: qué hermosos son […] los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae el Evangelio.

Es el anuncio definitivo; es la Palabra por excelencia que Dios nos comunica. En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, decía la segunda lectura.

La Palabra todopoderosa y eterna, creadora, que estaba junto al Padre y por la que todo ha venido a la existencia, ahora nos ha sido enviada, hecha hombre para comunicarnos la Vida que hay en ella. Sí: ¡Qué hermoso es sentir la presencia de aquel que es la Palabra y trae la buena nueva, el Evangelio!

El mensajero anunciado por el profeta, el hijo de María, nos es presentado hoy en el evangelio como aquel que es la Palabra eterna. Fijémonos qué implica esta afirmación del evangelio: Palabra significa comunicación personal, revelación de la intimidad, hacer transparente el pensamiento y el corazón, invitación al diálogo. El Dios inalcanzable debido a su grandeza, por tanto, en Jesucristo nos revela su intimidad, nos hace transparente su pensamiento y su corazón, desde el momento que Jesús es la expresión más auténtica de la gloria de Dios y la impronta de su ser, según nos decía, también, la segunda lectura. Todo porque Dios quiere darse a conocer como horno de luz y de amor para establecer un diálogo con la humanidad, con cada persona concreta. Si Dios, en Jesucristo, se da del todo en el diálogo personal, nosotros no podemos rechazar escucharlo, hablarle de corazón a corazón, darle una respuesta generosa viendo su generosidad. El que tiene la gloria de Hijo único del Padre se ha hecho compañero nuestro de ruta; ha asumido nuestra pobreza radical para llevarnos a la comunión con Dios, para que podamos establecer con él un diálogo cordial, de amigo a amigo.

El niño del pesebre habla de una manera elocuente, pues, también con su silencio, al igual que lo hará en la cruz. En el silencio es también la Palabra la que nos habla de humildad, de compartir nuestra experiencia humana, con la debilidad y el llanto que le es inherente. Por eso es muy instructivo leer el prólogo del evangelio de san Juan, que nos acaba de ser proclamado, pensando en la escena tan humana y tan pobre del nacimiento de Belén tal como nos era narrada por san Lucas en el evangelio de la noche.

Y ya antes de hacerse hombre, el Verbo y la Luz del mundo había establecido una relación profunda con la humanidad. El evangelista nos ha dicho que por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él, pues, hemos sido creados; él es el secreto de nuestra vida y de nuestro destino, él nos mantiene en la existencia, él nos proyecta hacia nuestro futuro. En él nos encontramos a nosotros mismos en plenitud, él es la raíz y la explicación última de quien somos. No sólo de nosotros, los cristianos. Sino de toda persona creada. Esta realidad está en sintonía con el hecho de que él es la luz verdadera, la que […] ilumina a todos los hombres. Lo cual nos abre unas perspectivas nuevas en nuestro diálogo con las religiones y con los que no creen, pero se quieren fieles a su conciencia. También ellos participan, de alguna manera, de la Luz que desde los orígenes del mundo ha iluminado e ilumina el corazón humano. «Antes de encarnarse en Jesús, el que es la Palabra se ofrecía ya a la humanidad como luz, como sentido de la vida; se le ofrecía indicando cómo cada persona es llamada a amar, a darse, a superarse a sí misma, a despegar hacia el misterio de Dios «(cf. Carlo M. Martini, Il caso serio della fede, pp. 42.44).

Esto explica, por otra parte, porqué el cristiano no puede permanecer indiferente ante ningún ser humano ni ante ninguna situación de injusticia o de sufrimiento. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance a favor de nuestros hermanos de humanidad. Se ha visto en la forma en que la Iglesia, en sus miembros, se ha hecho presente para ayudar, para consolar y curar en la pandemia que nos afecta; en la forma en que la Iglesia, en sus miembros, contribuye a paliar las nuevas situaciones de pobreza que se han creado y que cada día van creciendo. Cada uno debe ver cómo puede ayudar a los demás de cerca o de lejos.

¡Qué alegría tener entre nosotros al que es la Palabra! ¡Qué alegría conocerlo por la fe tal como él se nos manifiesta «hoy» que ha plantado entre nosotros su tienda! La liturgia, en sus textos, subraya fuertemente esta expresión: «hoy». Porque la celebración de la Navidad, como la de Pascua, no es un simple recuerdo, sino una irrupción de Dios en nuestra historia, en nuestro «hoy». Hoy se nos renueva la comunicación del don concedido a la humanidad en el nacimiento de Jesús. Hoy es, pues, día de memorial; día de recuerdo y de don de la gracia. Una gracia que se concreta en nuestra adopción como hijos de Dios y en la llamada a toda la humanidad para que participe. Cuando el tiempo llegó a su plenitud, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, […] para que recibiéramos la condición de hijos (cf. Ga 4, 4-5; Jn 1, 12), enseña San Pablo en unísono con el evangelio de san Juan.

La Navidad nos sumerge más y más en nuestra filiación divina, en nuestra incorporación a Jesucristo. Y, por tanto, nos adentra en la comunión con el Padre por obra del Espíritu. La intimidad con el que es la Palabra nos hace crecer, nos va transformando íntimamente. Acojamos, hoy, este Don, entremos en diálogo de fe, de revelación y de amor con el que es la Palabra hecha hombre. Y estallemos en cantos y en gritos de alegría, en adoración y en acción de gracias ahora que él se hará presente en los Santos Dones eucarísticos.

 

Abadia de MontserratMisa del día de Nadal (25 de diciembre de 2020)

Misa de la Vigilia de Navidad (24 de diciembre de 2020)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (25 de diciembre 2020)

Isaïes 9:1-6 / Titus 2:11-14 / Lluc 2:1-14

 

La luz que viene de Belén ilumina la noche del mundo. Ilumina la tiniebla de la humanidad en esta etapa de la historia marcada por la pandemia que siega tantas vidas, causa tanto dolor, provoca en muchos un miedo paralizante, afecta gravemente a la economía y deja a tanta gente sin trabajo. La luz de Belén ilumina la tiniebla humana porque todo toma una dimensión nueva desde el niño que María ha puesto en el mundo. También el momento que estamos viviendo.

En esta noche, hermanos y hermanas, que es noche de ternura pero sobre todo de contemplación, quisiera fijarme en tres frases del evangelio que nos ha proclamado el diácono.

La primera es: nació su hijo. Es el hecho central de la Navidad. Es la razón de nuestra fiesta. El recién nacido no es un niño más. María ha puesto al mundo aquel que le había sido anunciado como Hijo de Dios, como rey para siempre, un rey pacífico y salvador (cf. Lc 1, 31-33.35). El reino de este niño no es como los de este mundo (cf. Jn 18, 36), no es brillante ni dominador. Es humilde como una pequeña semilla depositada por Dios en el corazón de los creyentes que, como María y José, acogen a Jesús con fe y con esperanza. Es como una pequeña semilla, pero que tiene una fuerza maravillosa para reunir a toda la humanidad (cf. Mt 13, 31). El Hijo de Dios se ha hecho hombre en el seno de la Virgen María. Ella acaricia y nutre a su Hijo con amor maternal. Pero Jesús ha nacido para todos nosotros, para cada hombre y cada mujer del mundo. Lo tiene María porque Dios lo da a todo el mundo. Por eso en la liturgia cantamos estos días «nos ha nacido Cristo». No ha nacido sólo para ella sino por «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», como diremos en unos momentos en el credo. Jesús es un don, un regalo, de Dios para cada uno de nosotros. Hoy lo celebramos, lo agradecemos, y nos sentimos comprometidos a corresponder con generosidad a este regalo que Dios nos hace en su amor gratuito.

La segunda frase del evangelio que quisiera destacar es: os ha nacido un Salvador. La dice el ángel a los pastores. Pero, no es sólo un anuncio para ellos. Es un anuncio para todos. Es un anuncio universal, que lleva una gran alegría. Acogiendo este anuncio, repetíamos en la respuesta al salmo responsorial: nos ha nacido un Salvador. Al hacer el anuncio, el ángel da tres títulos a Jesús para explicar su identidad y que son la causa de esta alegría: Salvador, Mesías, Señor. Es como un crescendo. Primero dice que es salvador. Jesús es el único que nos puede salvar de una manera plena y radical. Y aquí puede surgir una pregunta: ¿de qué debemos ser salvados? Antes de la pandemia nos sentíamos fuertes. Habíamos desarrollado una serie de seguridades que parecía que nos protegían, que lo teníamos todo controlado, incluso había quien con un orgullo indecible pensaba que un día no muy lejano la ciencia nos permitiría superar la muerte. Ahora nos sentimos desconcertados, débiles y vulnerables porque un microbio microscópico acosa a la humanidad entera y siega la vida de muchas personas. No sabemos dónde lo podemos encontrar, ni cuando nos podemos infectar. Y, además, el microbio crea una crisis económica que genera graves problemas sociales. Por otro lado, por si fuera poco, estamos rodeados de otras crisis políticas, sociales, de valores. En el mundo, hay amenazas, crueldades, venganzas, mentiras, orgullos que pisan a los pequeños y a los marginados, injusticias hechas en nombre de la justicia. Y eso suscita mucha preocupación y hasta miedo en mucha gente. De todo esto y más debemos ser salvados. Y también de nuestras faltas y pecados. Y no vamos a salir si lo queremos hacer con nuestras solas fuerzas humanas. En este contexto, en esta noche resuena nuevamente aquel grito que

atraviesa todo el Evangelio: ¡no temáis! Jesús nos cura las heridas y nos enseña a curar las de los demás. Jesús nos libera del mal y nos enseña a liberar a los otros. Jesús comparte el dolor y la muerte para desactivarlos desde dentro y abrirnos las puertas de una vida feliz para siempre. De ahí el título de Mesías; el liberador definitivo objeto de las esperanzas seculares del Pueblo de Israel. Jesús es enviado a la humanidad entera para liberar y salvar, para curar los corazones y para curar las relaciones humanas; para ayudarnos a superar lo que es imposible para nuestras solas fuerzas.

Y llegamos a la cumbre de los tres títulos que el ángel revela a los pastores. Jesús es el Señor. Este título en la Sagrada Escritura es propio de Dios. Proclamar que Jesús es el Señor, según la fe de la Iglesia, es afirmar su divinidad. Pero, la imagen de Dios que nos da el hijo de María, envuelto en pañales, que ríe y llora, y que necesita de los cuidados de los demás, rompe todos los esquemas que la inteligencia humana se puede hacer de la divinidad. No es un Dios que con su autoridad quiere dominar al ser humano y privarle de su libertad. Es un Dios cercano que sabe comprender qué hay en el corazón humano, que quiere servir a cada persona para ayudarla a crecer y desarrollarse según lo mejor que hay en ella; un Dios que enseña a poner la propia vida al servicio de los demás para hacer de la humanidad una comunidad de hermanos. El Hijo de Dios se hace hombre para curar las heridas de cada ser humano, para perdonar sus faltas, para darle la vida después de la muerte. Se hace hombre para iluminar la historia humana y guiarla con sabiduría y con amor hacia su final de plenitud. Todo esto lo reconocíamos agradecidos cuando cantábamos: «hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (cf. respuesta al salmo responsorial).

Está, además, la tercera frase del evangelio que quisiera destacar, aunque sea muy brevemente: gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Es lo que brota en el corazón al contemplar el don que nos es hecho esta noche: glorificar y agradecer a Dios su amor inmenso a favor de la humanidad, y desear que la paz, de la que el nacimiento de Jesús es portador, penetre en el corazón de cada hombre y de cada mujer del mundo y lo abra al amor hacia Dios.

Vayamos espiritualmente a Belén como peregrinos admirados y agradecidos. Vayamos a Belén que es el altar de nuestra celebración. Encontraremos a Jesús, el Salvador, el Señor en el Pan y el Vino de la eucaristía. Vayamos con todo el bagaje que llevamos en el corazón; con lo que hay de bueno y con lo que nos agobia, con las alegrías y con las penas, solidarios del dolor de tanta gente. Adoremos humildemente a Cristo Señor que se manifiesta, también, bajo los signos humildes del pan y del vino, sacramento de su cuerpo nacido de Santa María. Él nos enseñará a pacificar nuestro corazón y ser artesanos de paz, a extinguir el odio y el mal que pueden anidar en nuestro interior, a abrir caminos de fraternidad y de amor. Nos hará sentir, a cada uno según sus circunstancias, perdonados y enviados a ser testigos de su amor. Nos toca trabajar -como dice el Papa Francisco en la encíclica «Fratelli tutti», porque «la música del Evangelio» no deje «de sonar en nuestra casa, en nuestras plazas, en los lugares de trabajo, en la política y en la economía «, porque es la manera de» luchar por la dignidad de todo hombre y toda mujer» (n. 277).

Abadia de MontserratMisa de la Vigilia de Navidad (24 de diciembre de 2020)