Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (3 de febrero de 2024)
Isaías 56:1.6-7 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Lucas 19:1-10
La liturgia nos ofrece a menudo, queridos hermanos y hermanas, la mejor y más acertada explicación del sentido de la solemnidad o fiesta que celebramos. Lo hace de tal modo que no es extraño preguntarse si harían falta comentarios añadidos o si, en cambio, una buena utilidad de la homilía no fuera señalar y detenerse en alguno de estos elementos que, mezclados con tantos otros, no hayamos podido captar durante la eucaristía.
En la solemnidad de la dedicación de una Iglesia, el Prefacio, la primera parte de la Oración eucarística que se reza antes del himno “¡Santo, santo, santo!”, cumple perfectamente esa misión.
El prefacio de hoy nos da tres ideas sobre el significado profundo de un templo cristiano, de una Iglesia.
La primera es la que aquí se realiza y se cumple el misterio de comunión entre Dios y nosotros. En esta nave, como en todas las demás del mundo cristiano rezamos, personal y colectivamente.
Aquí también escuchamos la Palabra de Dios y lo hacemos de una manera especialmente intensa porque es en esta Iglesia donde el coro de los monjes, con los fieles y algunas veces la Escolanía, recita el oficio divino, donde la Palabra de Dios tiene el puesto preeminente. Y finalmente celebramos la eucaristía y otros sacramentos, cumplimiento de la comunión de cada uno de nosotros y de todos con Dios. En la extensa y detallada acta de los días de la consagración de esta basílica que el notario de Esparreguera Joan Castell escribió, el deseo final que se expresa es que Dios dé muchos años de vida al P. Abad, en aquél momento el Abad Plácido Salinas, para que pueda celebrar dignamente el santísimo sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo. Lo más importante que se puede hacer.
Todo esto lo decimos en el prefacio con las palabras “Vos simbolizáis admirablemente el misterio de su comunión con nosotros y lo realizáis en esta casa visible.” Y lo hemos escuchado también en la lectura a los cristianos hebreos: “Vosotros os habéis acercado a Dios, a Jesús, el mediador de la nueva alianza”. Nos hemos acercado aquí, en este templo que quiere ser para nosotros, lo que Jerusalén era para los israelitas, lugar de presencia y comunicación segura con Dios”.
En esa alabanza, la música siempre ha sido muy importante. La música nos trae hasta hoy el talento y la devoción de los compositores que expresaron su fe inspirados por Dios. A mí, personalmente me da respeto pensar, y lo podéis tener en cuenta los escolanos y escolanas de la Schola Cantorum, que la música de los maestros de la Escuela de Montserrat y de todas partes, que se compuso pensando concretamente en este espacio y la hemos cantado ininterrumpidamente aquí dentro de una tradición que vosotros continuáis. Sin ir más lejos, en la misma acta notarial que os he citado, se dice que durante la primera misa que se celebró en esta basílica por el obispo de Girona, Jaume
Cassador, “el órgano y muchas y dulcísimas voces de cantores resonaban en todo el templo”. De esto hace, precisamente hoy, cuatrocientos treinta y dos años.
La segunda idea del prefacio nos habla de la dimensión de la comunidad. El nombre “Iglesia” que relacionamos con el edificio, quería decir en primer lugar la asamblea que se reunía y que en el inicio del cristianismo lo hacía en las casas particulares o a escondidas por miedo a las persecuciones. Todavía hoy se utiliza en este sentido como todo el mundo sabe. El prefacio de hoy nos dirá: “Aquí continuamente escucháis y protegéis a esta comunidad de fieles que peregrina hacia Vos. Aquí os construís ese templo que somos nosotros y aquí crece esta realidad como cuerpo de Cristo”. Esto no es un local social o un club. Aquí Dios construye su pueblo. Si esta realidad es siempre válida en cualquier templo cristiano, cómo no lo será en Montserrat donde por la presencia de la Moreneta, y en comunión con todas las iglesias diocesanas, Dios también ha construido su pueblo cristiano que peregrina en Cataluña y desde Montserrat sigue animando la fe de tantas personas y creando una comunidad de fe y de amor. La profunda identificación con esta tierra no impide acoger a una multitud de peregrinos de todo el mundo. Tenemos el privilegio de ser testigos de esta otra característica de la Iglesia, como es la de estar “extendida en todo el mundo”. Como decía la lectura del profeta Isaías: “todos los pueblos llamarán a mi templo casa de oración”. Por todo ello, se cumple aquí también el misterio de la Iglesia universal, que fija su mirada en Jesucristo resucitado de quien recibe la fuerza.
Y la tercera idea del prefacio se centra en el respeto a las paredes, a las imágenes, a todo ese mismo edificio que es esta casa visible, porque es Dios mismo quien nos ha permitido construirla. Sí, el Dios de Jesucristo no se queda fuera de la vida, en las nubes. Es un Dios que permite la vida de sus discípulos y por tanto todo lo necesario para esta vida y tener un techo da, qué duda cabe, una estabilidad en cualquier proyecto. Buena ocasión hoy para recordar todas las comunidades que no tienen templo, que están en medio de la violencia. Recordemos que este templo nos permite la comunión con Dios y que el cuerpo de Cristo que formamos todos se reúna, como acabo de decir. Y a pesar de cantar que el templo de Dios somos nosotros, también rezamos que es “Dios quien nos ha permitido construir esta casa”. Por eso un día, el 2 de febrero de 1592 fue consagrada y se rezó para que Dios estuviera aquí. En la oración de vísperas incensaremos todas las cruces que repartidas por toda la nave recuerdan este momento.
Dios está en el centro de todas estas dimensiones de la Iglesia que recordamos en el aniversario de la consagración. De la Iglesia templo y de la iglesia cuerpo de Cristo. Jesucristo quiso permanecer en la casa de Zaqueo. Como celebrábamos ayer, fiesta de la Presentación, la luz, es decir, Cristo, entró simbólicamente aquí en el templo, para permanecer aquí. La luz vuelve a entrar simbólicamente cada noche de Pascua, recordándonos que la piedra principal sólo es Él, Jesucristo.
Ojalá esta basílica fuera para todos nosotros como aquel árbol del evangelio que hemos leído que permitió en primer lugar que Zaqueo viera a Jesucristo, porque ésta debe ser la única y principal vocación de la Iglesia: mostrar a Jesucristo a
todo el mundo. Y ver a Cristo puede desencadenar una historia de salvación como lo hizo Zaqueo, una historia que pasa por dejar entrar a Jesús en nuestras vidas con todas sus consecuencias. Para el jefe de cobradores de impuestos y pecador Zaqueo no fueron consecuencias leves, ni en lo material a lo que tan ligado estaba, ni en lo espiritual que al menos le había llevado a la curiosidad de ver quién era aquel predicador de éxito. Dios tiene bastante con poco, con un poco de interés, con un poco de curiosidad, con un poco de voluntad y atención, para cambiar una vida. Imaginaos, sin embargo, los resultados: ¡la conversión espiritual, el alivio de alguien corrupto cuando es capaz de liberarse! E imaginad también el bien inmediato que causó restableciendo la justicia a todos los que había defraudado.
Damos gracias a Dios por el bien que ha hecho y hace en este sitio, pidámosle que nos haga dignos administradores y que nuestra oración, compartida por tantos aquí y en todas partes gracias a los medios de comunicación sea siempre para crecimiento de la comunión con Él y de la fraternidad entre nosotros.
Última actualització: 5 febrero 2024