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Domingo XXX del tiempo ordinario (23 de octubre de 2022)

Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat (23 de octubre de 2022)

Sirácida 35:12-14.16-18 / 2 Timoteo 4:6-8.16-18 / Lucas 18:9-14

 

Si echamos un vistazo a la Historia de la humanidad, ¿qué vemos?: En el orden internacional: rivalidades, guerras, disputas, opresiones dictatoriales, esclavitud de un pueblo sobre otro. ¿Y en las relaciones personales?: dominio de los inteligentes sobre los menos inteligentes, de los ricos sobre los pobres, de quienes tienen algún poder cívico, de justicia, o de poder, sobre el resto del pueblo. En el fondo sólo constatamos el hecho de ser uno más que otro, dominar y no ser dominado.

Y Dios ¿qué es lo que quiere? Lo hemos escuchado en la primera lectura: quiere hacer justicia, apiadarse de los pobres que claman a Él, y no tardará en salir a favor de ellos. Y esto es lo que suplicaba el pueblo siempre que se veía sometido al dominio de otro pueblo: de los asirios, de los babilonios, de los griegos, de los romanos. Esta justicia era lo que deseaban que hiciera el Mesías que vendría a salvarles. Querían la libertad, que es lo más innato del ser humano.

Y, al llegar la plenitud de los tiempos se cumplió ese deseo, cuando Dios envió a su Hijo hecho hombre para salvar a los hombres. Pero, ¿convocó algún tribunal? ¿Llamó a la revolución social? ¿Reunió algún ejército?

Jesús, sí vino a salvar, a hacer justicia, a liberar a toda la humanidad. Pero, ¿cómo? Esto es lo que nos dice, hoy, el Evangelio. Vinieron al templo un hombre que se tenía por justo porque cumplía al pie de la letra los preceptos de la Ley, y hasta con creces. Y se comparaba con un pobre pecador, cobrador de impuestos, que no hacía más que golpearse en el pecho y repetir: Dios mío, sedme propicio, que soy un pecador. Y Dios hizo justicia a éste y no al cumplidor orgulloso de la Ley.

Y, ¿Jesús quería salvar a Israel, con ese criterio, con esa actitud benevolente y misericordiosa hacia uno que se confesaba pecador? Pues sí. Porque él había venido a salvar y no a castigar. Y esto lo constatamos en toda su actividad durante su predicación del Reino: cuida enfermos, libra de demonios, acoge pecadores, resucita muertos, no respeta el sábado (día sagrado para los judíos). Predica contra la injusticia, contra la opresión de la mujer, que, según la Ley de Moisés, podía ser despedida por el marido, fustiga el cumplimiento estricto de la Ley antes que auxiliar a los enfermos. En fin, va contra las prácticas y costumbres establecidas en esa sociedad religiosa.

Y ahora, yo me pregunto: ¿Este comportamiento puede solucionar todos los problemas del mundo? La respuesta es evidente: es la solución divina a los problemas que afectan a la humanidad. Si todos tuviésemos algo de compasión por el que sufre, si quienes tienen poder se preocuparan de hacer justicia, si todos pensáramos más en el bien de los demás en lugar de despreocuparnos, si en el matrimonio hubiera un verdadero amor para el consorte y no un deseo dominador, si entre capitalista y trabajador hubiera propósito de hacer justicia en lugar de hacer riqueza, si todo el mundo viviera respetando el bien del otro, ¿no es verdad que el mundo cambiaría? Pero Dios no se impone con amenazas, Dios respeta nuestra libertad, porque así nos ha creado para poder ser felices, y por eso no podemos esperar a que haya un hecho milagroso que cambie la situación. Somos los hombres los únicos responsables. Jesús nos ha dejado ejemplo de cómo debemos actuar. Y ahora, también, el mismo cambio climático nos lo está diciendo: somos responsables. Pero Jesús habla al corazón. Abrámosle él nuestro, sincera y totalmente.

Última actualització: 24 octubre 2022