Beatos Mártires de Montserrat
tercer aniversario de la Benedicción Abacial
Sabiduría 7:7-11 / Hebreos 4:12-13 / Marcos 10:17-30
La palabra radical de Jesús de Nazaret: “Ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres”, no es automática, no se cumple enseguida, ni siquiera en el evangelio de hoy. En el fondo, tenemos suerte de que tanto el joven rico como los demás discípulos sean personas llenas de resistencias, que necesitan responder al Maestro, discutir, forzar un poco la situación para ir más allá.
Le llamo suerte, y ahora me explicaré, porque nos ayuda a pensar que en esta historia generada por una exigencia tan fuerte de Dios, ¡podemos tener algún tipo de participación! Si en vez de hombres y mujeres, en la Biblia tuviéramos héroes que responden a la radicalidad sin dudar, yo al menos no me sentiría incluido.
Porque a una parte de nosotros, le gustaría que todo ocurriera como en la publicidad, que haces algo y todo se desencadena automáticamente: subes en un coche y vas enseguida por un paisaje fantástico, el coche no se para nunca, y ni siquiera sale nunca que tengas que poner combustible o cargar la batería… O tenemos detergentes que lavan solos y manchas que siempre desaparecen o nos ponemos un perfume, y pasan cosas extraordinarias.
Pero otra parte de nosotros, en cambio, es consciente de que la realidad no es automática. Porque después subimos a un coche y pasamos una hora parados en las rondas de Barcelona, para que los platos se laven hay que rascar o para que se marche una mancha hay que frotar mucho. Y te pones un perfume, y casi nada es como en los anuncios.
En el fondo, la Biblia, y el Evangelio especialmente, confirman esta otra parte de nosotros y nos dicen que nada pasa solo, nuestro trabajo y nuestro razonamiento son necesarios para comprender y avanzar. Esto no nos sitúa lejos de aquellos primeros discípulos que se esforzaron por ser cristianos. Es en ese esfuerzo, donde Jesucristo se hace presente. Nuestra vida, nuestra historia, pasa precisamente por ese momento en el que nuestra realidad nos abre a un diálogo con el Señor. Sí. Un diálogo con su radicalidad.
Qué suerte, por tanto, que la vida cristiana sea esta conversación. Nos lo decía la primera lectura, en la que, precisamente la sabiduría, que es todo lo que viene de Dios, se encuentra con resistencias tan propias de la conducta humana como el poder, la belleza, la salud y sobre todo la riqueza. Todo esto, propio de nuestro ser personas, es la tierra en la que hay que escuchar, es lo que nos permite tener a Jesucristo como interlocutor. La manera de vivir en el mundo es ésta, pero siempre debemos estar sabiendo que Él puede más “porque su claridad no se apaga nunca” (Sv 7, 10). Sabemos que el final termina bien, pero nadie nos ahorra el camino.
Este diálogo, teniendo a Dios presente, se ha convertido en una oración confiada en el salmo,
Cálmate, Señor, ¿qué esperas?
Sé paciente con sus sirvientes.
Da acierto a la obra de nuestras manos.
Qué actitud personal tan distinta la que se desprende de estas palabras a la de tantas formas de hacer cotidianas. ¡Aquí Dios marca el ritmo y es el autor! No como en las historias del mundo, en donde parece, sólo parece, y así nos lo presentan, que las personas controlan. ¿Pero después qué pasa? Todo se nos va de las manos… Preguntadlo en Gaza, Líbano, Ucrania, Congo… Como decía hoy un programa de noticias internacional, la realidad va de “lo malo a lo peor”, from bad to worse.
Este diálogo nace de una situación humana deficiente, a la que le falta algo. Pero como dice la Carta a los Hebreos, y que tiene precisamente la función de profundizar todo lo humano, la Palabra hace que “No haya nada que Dios no vea claramente. Hacernos discípulos es avanzar hacia la misma mirada de Jesucristo, cuando también nosotros pasamos a ver claramente porque Él ilumina lo que somos, sin engaño, ¡con un total realismo que debe incluir nuestra debilidad!
El diálogo del Evangelio nos muestra, finalmente, a Jesús de Nazaret, como la sabiduría y la Palabra, quien encarna todo lo que hemos dicho, hablando con un joven. No es una conversación plana. Por un lado, hay alguien observando que conoce los mandamientos y rico, y no sabemos lo que pretende, pero simpatizamos con él; por el otro está el Señor que no se enoja, al contrario: lo miró y lo amó (el “mirar con cariño” de nuestra traducción catalana litúrgica es por mi gusto demasiado flojo y demasiado suave. Tan el original griego como otras traducciones dicen claramente “lo amó”). Pero es un amor exigente, radical que puede hacer que la conversación avance, proponiendo un reto nuevo. Quien se retira finalmente no es Jesucristo, es el joven sabio, que no puede con la renuncia a la riqueza.
Sería un final adecuado a la historia y posible. Ante la radicalidad del Señor nos retiramos porque no podemos más. Pero nuestra suerte es que, de alguna manera, el diálogo continúe con los discípulos que no apoyan como un corazón de aduladores a Jesús, sino que empatizan con el joven rico, reconociendo la dificultad de lo que el maestro de Nazaret le exige y repreguntan, en una cuestión que podría ser exactamente la nuestra. ¿Cómo nosotros, ciudadanos acomodados de este primer mundo, también nos sentimos identificados con estos discípulos que, ante la exigencia de la renuncia personal a los bienes, decían: Si esto es así, quién podrá salvarse?
No habría mejor respuesta que repetir con el Evangelio:
“Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.
Nos ayuda el que Jesucristo sea consciente de nuestra debilidad, pero nos ayuda mucho más que Él pueda, que lo pueda todo, también que la historia acabe bien, ¡como un anuncio! pero sin saltarse ningún paso. El final del Evangelio lo deja aún más claro. Dios no vende humo, ni nos llama a la facilidad. San Pedro, otra vez como discípulo, presenta una lista de méritos a Jesucristo, quería explorar si tal vez había algún atajo a esta radicalidad, diciéndole… Maestro, si ya hemos dado un paso contigo, algo nos ahorrarás, ¿no? Jesús le responde: “No, no, no. Lo tendréis todo, pero también pasaréis por todo, persecuciones, y sólo al final, ¡tendréis la vida eterna! La propuesta de Jesús no se negocia, se acepta con la humildad de nuestra debilidad.
Creo que ésta es una de las lecciones de hoy. Es el camino de los de los monjes mártires de Montserrat presentes hoy este 13 de octubre, a pesar de ser el domingo Nuestros hermanos aceptaron el seguimiento en su debilidad, sin renunciar al deseo radical de Jesús, para dejar que finalmente fuera Dios quien les salvara y les hiciera entrar en la vida eterna.
Es el camino de todos, la humildad de lo que somos, frente a lo inmenso que nos propone el Evangelio. Necesitamos no escondernos, vivir fielmente, dejar en el mundo una pregunta por la salvación y una constatación: “«A los hombres les es imposible, pero a Dios no, porque Dios puede todo».
Mientras vivimos en la sabiduría de los salmos, diciéndole a Jesucristo,
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.
La eucaristía es el gesto radical de Jesucristo, por el que hace de la debilidad del pan y el vino, sacramento de su presencia privilegiada entre nosotros. En la eucaristía, Dios nos recuerda siempre su amor exigente y nos estira hacia arriba, hacia Él, sin olvidar nunca de qué barro nos formó.
Última actualització: 13 octubre 2024