Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (15 de agosto de 2025)
Apocalipsis 11:19a,12:1-6.10 / 1 Corintios 15:20-27 / Lucas 1:39-56
Celebramos amados hermanos y hermanas la solemnidad de la Asunción de Santa María al cielo, la pascua de la Virgen. La celebramos en este año milenario de nuestro monasterio y no podemos dejar de mirar agradecidos esta historia de fidelidad de Dios a este lugar de Montserrat donde siempre, ya antes de la misma existencia de cualquier comunidad monástica, ella estaba presente. La estrofa del Virolai “con su nombre empieza nuestra historia” la decimos de Cataluña, pero también la decimos con toda propiedad a María los monjes y peregrinos de esta casa.
Sabemos que la humildad de la madre de Jesucristo nunca se pone delante de Dios ni del Evangelio, y que ser custodios de su santuario en Montserrat tampoco disminuye en nada nuestro ser benedictinos. Ella más bien fortalece nuestro camino hacia Cristo y por la estabilidad en el lugar, que profesamos como monjes, nos hace sentir identificados con la devoción mariana que Montserrat siempre ha suscitado y lo sigue haciendo aquí en miles de peregrinos cada año. Hay algo común entre esta estabilidad monástica, ese amor que tenemos tan grande en esta montaña, donde el Abad Oliba trajo a nuestros primeros hermanos monjes de Ripoll y la identificación también estable de la Virgen en este lugar concreto, cuyo nombre acaba siendo el de ella. Montserrat.
Existe un concepto moderno de un sociólogo, la liquidez, que expresa bien algunos rasgos de nuestra cultura. Para él todo es líquido: el amor, el mal, la sociedad, las relaciones… Pero nosotros no estamos aquí para promover nada líquido: el monasterio, el Santuario, la advocación mariana, no son líquidos, son estables y son sólidos, por eso Dios puede hacerlos referentes de las cosas que no pasan.
Tampoco estamos aquí para repetir una frase también sociológica de un hermano nuestro difunto que decía que Dios era un extraño en nuestro país. A pesar de la verdad en el análisis del entorno que pueda tener la expresión, nosotros decimos precisamente que la Virgen de Montserrat nos hace sentir que Dios está en casa con nosotros, que no es en absoluto un extraño en este lugar.
Forma parte de la vocación de nuestro monasterio compartir nuestra fe que tiene en Santa María una facilitadora, y ayudar a crecer el amor, la confianza y el compromiso social a todos, a partir del evangelio. No retenemos lo que creemos y que vivimos: lo compartimos y os animamos a todos a hacerlo así.
Permitidme que comente cómo Santa María, presentada tan entrañablemente en este evangelio de la visitación, nos ayuda a pensar que Dios convive con nosotros, como lo hizo con ella y que quisiéramos que en los monasterios y santuarios esta capacidad de Dios de no hacerse extraño fuera una realidad.
La Virgen María se hace peregrina. No puede ir a buscar una realidad o experiencia espiritual, como hacemos hoy muchos peregrinos. Nada superaría lo que ya vive sin necesidad de moverse: llevar a Jesucristo en las entrañas. Santa María se mueve para ayudar, servir, sensibilidad ante la necesidad de una prima. Me hace pensar en las multitudes de voluntarios que son capaces hoy de movilizarse ante una tragedia, como vimos en Valencia, con la Dana. Como hemos visto en los incendios de Castilla, donde dos voluntarios han fallecido.
La movilización de María quizás nos recuerda, que junto con la gloria de su Asunción en el cielo, ella posee aquella bondad tan humana y tan sensible, y que nuestra aspiración a estar con Dios, núcleo de la fe cristiana, no puede hacernos olvidar la necesidad de movernos por quienes sufren en nuestro entorno.
Esta experiencia sencilla de peregrinar, se vuelve un reconocimiento absoluto por parte de Isabel a María. Y lo hace alabando su fe: “Feliz tú que has creído”.
Quienes vivimos en un santuario, término de tantas peregrinaciones, nos gustaría poder hacer este papel de Isabel ante tantos que nos visitan. Quisiéramos que poniéndonos a disposición de quien vienen por nuestra acogida, también confirmáramos, eleváramos y reveláramos los motivos de ponerse en camino, e hiciéramos de Montserrat un lugar de convivencia con Jesucristo. Sabemos que Dios lo hace así a menudo, y que su acción va más allá de nuestras capacidades personales.
El evangelio de hoy también nos ha presentado a María como cantora de un Dios que mira la pequeñez. Su respuesta a la misión recibida de Dios no es ni orgullo ni excusa, es alabanza. En el himno de esta solemnidad decimos que “En el cielo Reina se os corona y al honor que Dios os da, juntamos nuestros cantos…”. Y ciertamente que hoy el canto no es metafórico, sino que hemos querido unir a la celebración cantos, trompetas, el órgano. Quisiera pensar que el sentido de todo esto es como el magnificat, como el canto de María, que fue una respuesta de fe ante lo que Dios le pedía. Dios nos pide algo a cada uno de nosotros: quizás muy sencillo: aceptar tener una edad y sus debilidades, perseverar en las vidas familiares o religiosas, buscar cómo superar la impotencia ante situaciones de guerra, de miseria, de hambre en el mundo que no vemos como aligerar. Os invito a nuestro canto a María, como lo vivió ella a vivirlo así. La belleza de la música litúrgica es transmitir sobre todo un mensaje que afirma la existencia y la presencia de Cristo entre nosotros y del compromiso de su Evangelio.
No olvidemos que después de cantar el Magnificado, Santa María se quedó tres meses en casa de Isabel para ayudarla. La fe y la alabanza le llevaron a cumplir su primera intención sencilla de sostener a una prima mayor que esperaba a un hijo contra toda lógica.
La solemnidad de hoy nos asegura el lugar privilegiado de la Virgen María en el Reino definitivo de Dios y la posibilidad que tenemos como humanidad de llegar a ella, siguiendo a Cristo y siguiéndola a ella. La liturgia nos ha descrito profusamente esta convivencia total compartida entre ella y la Trinidad, que llamamos la Gloria, el Cielo, la derecha del Señor. También es nuestra aspiración, por eso acabamos el estribillo del Virolai diciendo “Guiadnos hacia el cielo” y lo repetimos, ¡no sea que no lo tuviéramos claro!
La eucaristía nos asocia a esta realidad del Reino de Dios, por la generosidad de Cristo de hacerse presente en el pan y el vino y nos ayuda a mantenernos fieles y esperanzados mientras caminamos en la ambigüedad de este mundo.
Última actualització: 17 agosto 2025