Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (2 de junio de 2024)
Éxodo 24:3-8 / Hebreos 9:11-15 / Marcos 14:12-16.22-26
El Papa Benedicto XVI, decía que el gran problema de nuestro tiempo era la ausencia de Dios. Ya en 1973, mucho antes de ser Papa, escribió un libro titulado “Dios como problema”.
Es frecuente encontrar a muchas personas que admiran todos los aspectos humanos de Jesucristo, especialmente su ética y su coherencia, que admiran la dimensión social y solidaria de la Iglesia, pero que parecen chocar con una pared ante todo lo que sólo es explica desde Dios. Creo que éste era el sentido de la reflexión del Papa Benedicto. Me parece que hoy, solemnidad de Corpus, necesitamos poner la eucaristía en esta perspectiva global de la fe.
Quizás porque reconocemos como real el diagnóstico según el cual nuestro mundo tiene un problema con Dios, creemos que no hay que renunciar nunca a comprender nuestra espiritualidad, nuestra teología, nuestra liturgia e incluso nuestra acción humana y social como una confesión de fe, como una palabra que diga ante todo: que nosotros creemos en Dios. No proclamamos nuestra fe sólo en la primera palabra del Credo sino con todo el resto de nuestra celebración e incluso de nuestra vida cristiana, y quisiéramos ser conscientes de ello.
Así, decimos que para el cristianismo todo se explica por aquél que le da el nombre, Cristo, el Señor, el Mesías, Dios que se hizo hombre en Jesús de Nazaret. Con ese orden, primero Dios, después hombre, no el contrario.
Este Dios que confesamos, creó el mundo. Lo creó, ante todo, pero ya con el propósito de crearlo para establecer una alianza que se revelaría plenamente en Jesucristo.
Ese mismo Dios quiso la humanidad y la quiso a imagen de Jesucristo. Aunque crease mucho antes el hombre y la mujer que no naciera Jesús de Nazaret, Él, Jesucristo mismo, es el sentido de toda persona humana. Como dice un padre de la Iglesia: “en aquel barro que formaba el hombre, se expresaba Cristo, que debía hacerse hombre” y como tan inspiradamente repitió la constitución Gaudium et Spes del CV II.
Y Jesucristo, que era la manifestación de esa capacidad de Dios de estar en comunión con la tierra, quiso dejarnos unos elementos de la tierra, el pan y el vino, pero totalmente santificados para permanecer con comunión con nosotros.
La eucaristía tiene un lugar privilegiado en esta confesión de fe, que une el cielo y la tierra, porque nada encontraríamos de más terreno que el pan y el vino, ni nada más relacionado con la dimensión de Dios, del más allá, que proclamar que son el cuerpo y la sangre de Cristo mismo, de Jesucristo, que ató este sacramento a su pasión y a su resurrección.
Venerar el cuerpo y la sangre de Cristo, recordar a la institución de la Eucaristía, es hacerse fuertes en Dios, en nuestra fe, que desde Jesucristo da sentido a toda la Creación, pasada, presente y futura. Es su memorial, el de su persona divina y humana.
Todas estas afirmaciones tienen su origen y finalidad en Dios. Haciéndolas, estamos confesando que creemos. Quizá creer era tan normal en otras épocas que empezábamos a hablar de teología y de otras cosas y éramos poco conscientes de que también expresábamos nuestra fe en cualquier otra práctica cristiana, por pequeña que fuera.
Sin esta visión, digamos metafísica, espiritual, religiosa, es difícil comprender algo del cristianismo. Pero dejadme señalar tres matices a lo que he dicho:
El primero. La fe tiene muchas formas de expresarse. La primera y segunda lectura de hoy que son como el prólogo y el epílogo del evangelio, nos lo demuestran.
La primera es el prólogo porque nos habla de cómo el pueblo de Israel expresaba su relación con Dios. Sacrificaban animales. Hoy, aunque no seamos del partido animalista, nos cuesta mucho pensar que esto sea bueno. Pero más importante que el sacrificio, ya superado, lo importante es el testimonio. Para el pueblo de Israel aquel momento era comunión con Dios, era fe, expresada como se podía, pero era fe.
La primera comunidad cristiana comprendió enseguida el sentido de lo que hacía Jesucristo. Entrar en esta comunión con Dios que él compartía como judío y que naturalmente encarnaba como Hijo y llevarla al máximo, ofreciéndose a sí mismo, poniendo su vida y su mensaje como ejemplo, y yendo hasta el final de todo para decir que esta comunión no aceptaba ninguna condición. La segunda lectura lo explica utilizando naturalmente todavía el lenguaje tradicional de los hebreos a los que va dirigida. Jesús terminó así con el valor religioso de cualquier sacrificio de sangre, de matar a animales.
Ojalá los cristianos hubiéramos aceptado esta comunión dada por Jesucristo y representada en la eucaristía como el final real de toda muerte, no sólo la de los animales sino también la de vidas humanas. Ojalá lo hubiera aceptado toda la humanidad, empezando por quienes matan hoy en Palestina, Ucrania, Sudán, Congo… y en todas partes donde muere gente por causa de la maldad presente en la humanidad.
Hoy Ester, Isona y Maria Cinta hacéis la primera comunión. La palabra comunión nos lleva a esa actitud de generosidad y de servicio de Jesús. La comunión con el pan y el vino consagrados, es comunión con Él, voluntad de decir que somos cristianos, que creemos en Dios y que quisiéramos superar la guerra, la sangre derramada inocentemente y el mal.
El segundo matiz es que la fe nunca es seguridad. Es un camino. Pero lo importante de un camino es que lleve a algún sitio. Los que se han perdido de verdad en la montaña seguro que me entienden. He insistido en esta dimensión de confesión de nuestra fe, pero no quisiera que nadie pensara que creer te libera de cualquier duda, que es automática. En la fe se camina y se va adelante aceptando e integrando todas las dudas, no negándolas, no encerrándose con ellas. Lo importante es qué hay al final del camino, ¿hacia dónde vamos? Y aquí es donde la Eucaristía nos ayuda a ver que al final está Jesucristo y la plena comunión con Dios. Esto es ser una fianza, algo que nos garantiza el futuro. En el ofertorio cantaréis: futurae gloriae pignus nobis datur. Se nos da la prenda de la gloria que esperamos
Y esta prenda también debe ayudaros a vosotros que hagáis la primera comunión y a todos nosotros a caminar, porque la eucaristía es prenda del final y es alimento por el camino: cibus viatorum.
Y el tercer matiz es que Jesús dejó la eucaristía por amor. “Los amó hasta el extremo”, El evangelista San Juan pone esta frase antes de empezar a explicar el lavatorio de los pies el Jueves Santo, que sustituye según los entendidos la narración de la institución de la eucaristía, ausente en el cuarto Evangelio. Una de las oraciones eucarísticas que nuestra comunidad utiliza algunos jueves, la cuarta, toma esta expresión y la pone antes de empezar la consagración “los amó hasta el extremo, tomó el pan…”.
Sí: nos ha amado hasta el extremo. El cielo siempre vuelve a la tierra. En Jesús vuelve sin dejar de ser cielo. Por eso la eucaristía como todo sacramento, vuelve a la tierra. Dios quiere estar aquí. Está por Jesucristo, porque lo recordamos, y participamos en él y porque no hay forma más fuerte de decir que queremos ser imitadores de él en ese amor extremo que celebrar con el pan y el vino consagrados como él nos pidió que celebráramos. Dios también lo quiere a través nuestro, para que la comunión con Él también vuelva a la tierra con nuestro amor, con nuestra solidaridad.
Ester, Isona y María Cinta hoy entran en esta comunión con Jesús y con nosotros, continuad un camino de fe que empezó en el bautismo, decís querer amar, como amó Jesucristo, que Él os ayude y a todos nos haga vivir la energía y la fuerza que brota de su presencia en el don de la eucaristía.
Última actualització: 3 junio 2024