Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (21 de marzo de 2022)
Génesis 12:1-4 / Filipenses 4:4-9 / Juan 17:20-26
¿Es bueno, queridos hermanos y hermanas, y monaguillos tener éxito en la vida? Negarlo sería realmente colocarse muy a contracorriente de un mundo que nos motiva constantemente a tenerlo. Un mundo que nos dice coloquialmente: ¡Has triunfado! Cuando algo nos ha salido especialmente bien. No sería normal que en vez de apoyar esta actitud pensáramos que es mejor fracasar. El problema es seguramente lo que creemos que es nuestro éxito, nuestro triunfo. ¿Es ganar uno de estos concursos tipo “operación triunfo” o “Gran hermano”? ¿Es conseguir jugar en uno de los mejores equipos deportivos o ser como una estrella de la música? Muchos en nuestro mundo considerarían que todo esto es lo máximo del éxito, y que más que eso es imposible. Entonces, por qué tantas personas que triunfan de esta forma muchas veces no son felices. ¿Por qué algunas aparecen públicamente algún tiempo después de haber logrado ese éxito y no tienen nada que ver con esos triunfadores tan admirados en su día?
He empezado esta homilía con estas palabras porque encontramos en la liturgia de hoy a tres personajes que también tuvieron éxito. ¡Un poco diferente de los ejemplos que he puesto! No sólo lo tuvieron, sino que de alguna manera todavía lo tienen hoy, ya que les recordamos, leemos y pensamos que lo que hicieron sigue siendo importante, a pesar de haber pasado un tiempo casi incontable.
¿Abraham tuvo éxito? Quién puede dudarlo, es el padre de tres religiones muy importantes del mundo: el judaísmo, el islam y el cristianismo. Pero Abraham vivió mucho tiempo de su vida muy lejos de sentirse una persona que triunfa. Le faltaba algo tan importante en su cultura como tener hijos y también carecía del objetivo que se había propuesto, obedeciendo la voz de Dios, cuando dejó su tierra: tener un lugar estable donde vivir. Sin embargo, tenía fe, creía en Dios y no abandonó sus objetivos. Fracasar viene de una palabra latina que significa romperse. Un fracasado es alguien quebrado, alguien que ya no puede conseguir sus objetivos porque se ha roto. Abraham nunca llegó a romperse, sino que acabó recibiendo la promesa que tendría incluso de lo que carecía: tierras e hijos e hijas. Gracias a su confianza, tuvo uno de los mayores logros que se pueden tener en la vida: que tu nombre esté asociado al bien, a la buena suerte, a que todos los demás también les vayan bien las cosas cuando te recuerden. Esto significa que tu nombre sirva para bendecir. Permitidme añadir todavía una cosa. En vida, Abraham gozó muy poco de su éxito: de esta gran descendencia prometida sólo pudo ver a dos hijos y es que a veces, como ha pasado por ejemplo a muchos artistas, la fama y el éxito te llegan después de muerte.
En la segunda lectura, encontramos el segundo triunfador de la liturgia de hoy: San Pablo. Alguien que pueda decir: Pon en práctica lo que de mí ha aprendido y recibido, visto y oído. Y el Dios de la paz estará con vosotros, es alguien que seguramente se siente muy seguro de la vida y de todo lo que quiere decir y comunicar y exhorta a sus seguidores a imitarle. Yo nunca me atrevería a decir algo parecido, decir que si alguien me imita obtendrá la paz de Dios, pero claro: yo no soy San Pablo. Él no llegó aquí por casualidad, sino después de haber vivido, de haber cambiado profundamente lo que creía, es decir, de haberse convertido a Jesucristo, de eso tan cuaresmal y de haber reflexionado y escrito tanto, que todavía hoy no deja de inspirarnos y de ser leído en millones y millones de celebraciones en todo el mundo, casi todos los domingos, sino todos los días. Y su éxito fue ver crecer a la Iglesia. Ver que muchos le escuchaban y se convertían como él a la fe en Jesús. Un éxito que no le ahorró morir mártir, que le asesinaran por su fe.
El tercer personaje de hoy no sale en las lecturas, pero es precisamente el santo que conmemoramos. Nuestro padre San Benito. También tuvo éxito, aunque los doce monasterios que fundó y la influencia de la Regla que él pudo constatar mientras vivía, nada tienen que ver con la importancia que ha tenido su magisterio para tantos miles de monjes durante los quince siglos posteriores. El éxito de San Benito también se fundamenta en haber seguido profundamente las intuiciones de su corazón. De haber hecho en la vida lo que sintió que Dios le pedía hacer. Y esto lo hizo un día tras otro. El éxito a veces, me parece a mí, no es un momento de gloria y admiración, sino poder mirar tu vida y sentirte tranquilo. Y, sobre todo, que lo que haces pueda inspirar a alguien.
Muchos se habrán fijado a menudo que al final de la carretera que llega a Montserrat hay una columna de piedra con la inscripción Pax vobis (la paz sea con vosotros). Algunos monjes tienen todavía la costumbre de poner al principio de las cartas que escriben la palabra Pau, o pax en latín. Es hermoso que se nos asocie con la paz. Hoy, fiesta del tránsito de San Benito, es un buen día para los monjes benedictinos y para todos los que siguen y se inspiran en la espiritualidad de la Regla, muy especialmente los oblatos, para seguir viviendo la vida como un camino propuesto a aquel que busca la paz, y la primera paz a buscar es la del propio corazón, la que a través de la humildad nos reconcilia con nosotros mismos y nos hace así más capaces de relacionarnos con los demás. No dudo que éste es un reto que compartimos todos los monjes y que quizás nos dé un cierto éxito, una plenitud en nuestra vida. Pero reclamarnos hombres de paz también debe hacernos hombres de oración por la paz. Llevamos casi un mes en guerra en Europa. La semana pasada pudimos acoger a cuatro mujeres y dos niñas y un niño ucranianos: estos se llamaban Slata, Maria y Max, que pasaron una noche en Montserrat camino de sus lugares de acogida. Eran de la misma edad que vosotros, escolanes. Os digo que costaba comprender cómo era posible que aquella gente hubieran tenido que huir de las bombas. Os lo digo de una manera tan concreta para pediros también a vosotros que nos unimos para orar por la paz, hoy en la fiesta de Sant Benet. Quizás cuando le cantáis a la Virgen María a la Salve, Illos tuos misericordes oculos ad nos converte, podéis pensar en toda la gente que no tiene paz.
Ojalá nuestro éxito en la vida pueda ser el de quienes promueven la paz y el entendimiento, porque esto es lo que Dios quiere para la humanidad y lo que Jesucristo nos pidió que hiciéramos y así podamos todos, viviendo así, inspirar también a otros una vida de bondad, de cariño y de sabiduría, una vida de comunión con Dios y con los demás como nos pedía el evangelio de hoy.
Última actualització: 21 marzo 2022