Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de enero de 2022)
Números 6:22-27 / Gálatas 4:4-7 / Lucas 2:16-21
En las eucaristías solemnes de estos días, la historia del nacimiento de Jesús nos va pasando por delante como las escenas de un Belén: En la Nochebuena contemplábamos la Anunciación a los pastores, el mensaje de los ángeles y el establo con el nacimiento del niño. El próximo jueves, fiesta de la Epifanía, leeremos el evangelio de la peregrinación y de la adoración de los Reyes. Uno se da cuenta de la pedagogía catequética que tienen precisamente los pesebres, que se convierten en expresiones materiales de los evangelios, escenificaciones del relato literario del nacimiento de Jesús.
El Evangelio de hoy nos llevaría a otra escena típica de los belenes: los pastores adorando al niño, los pastores yendo y viniendo de la cueva. Unos pastores que vienen de una experiencia fuerte como ha sido la de haber escuchado la proclamación de la Gloria de Dios en el cielo y la Paz en la tierra. Los pastores escucharon esto en medio de su hábitat corriente, es decir un campo al raso, en una noche de invierno, mientras hacían su trabajo, que ya se entiende por estas condiciones, que era un trabajo humilde, un momento y una ocupación poco inclinada a emociones fuertes o a eventos extravagantes. Después de esto y de decirse ellos mismos: Vamos a ver lo que ha pasado, los pastores llegan al pesebre, ven, se cuentan, escuchan y se vuelven alabando a Dios, después de comprobar que todo en conjunto no ha sido una alucinación. Si sólo tomáramos este evangelio, nos quedaríamos bastante vacíos: ¿qué cuentan los pastores y a quién, quiénes son estos otros, este todo el mundo, que tanto se maravilla de eso que les cuentan? Hay algo de misterio en todas estas alusiones, como si de algún modo nos invitaran a preguntar, a buscar qué es todo esto tan importante que está en el ambiente, on the air. Una lectura continuada del evangelio y de todas las escenas del pesebre nos ayuda a comprender, ya que nos lleva a tener muy presente que el mensaje a los pastores, y que leímos en Nochebuena decía:
“No temáis, os anuncio una gran alegría que es para todo el pueblo: 11 Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. 12 Esto tendréis por señal: encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. 13 Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, alabando a Dios, diciendo: 14 “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.(Lc 2,10-12)»
La brevedad no resta importancia al contenido: Este niño es el Mesías, el Señor, y esto provoca euforia, hasta en unos pastores medio dormidos. A partir de esta proclamación, la teología no ha hecho mucho más que intentar comprender qué quería decir que Jesús de Nazaret fuera el Mesías. Sólo el don de la fe nos hace capaces de ver a Dios presente en un hombre. La historia, las cosas que van pasando podrían tener interpretaciones mucho más realistas o pragmáticas, pero la fe nos permite decir que este niño en pañales es realmente el ser nuevo, el punto radical de conversión y cambio en la historia de la humanidad, aquél al que estos días cantamos como príncipe, como primero, desde Oriente, el lugar donde sale el sol, hasta poniente, en el límite de la tierra. Por el reconocimiento de su divinidad, contenida en su mesianidad y tan maravillosamente cantada al principio del evangelio según San Juan que leíamos el día de Navidad y repetíamos ayer, podremos reconocer a Dios presente en tantas y tantas personas. La fe nos ayudará a captar el amor entre los hombres y las mujeres como algo que viene de Dios, a comprender los progresos humanos como inspirados por Dios, a volvernos hacia él en los momentos difíciles para encontrar esa fuerza especial que viene de su Espíritu Santo y que tanto necesitamos.
Los momentos que marcan fuertemente el devenir del tiempo, como hoy, primer día del año nuevo civil, me parecen momentos indicados casi por naturaleza para recordarnos aquellas cosas que no pasan, aquellas que han marcado la historia y que permanecen: entre todas la Encarnación del Señor. También es un momento para reconocer la acción de Dios en el mundo, estos días tan inclinados a hacer resúmenes y estadísticas de tantos tipos.
Me gustó que un programa de la BBC del día de Navidad se titulara las noticias felices del 2021. Y se subtitulase, las historias más edificantes y estimulantes del año: Y hablara como primera noticia feliz de la vacuna, pero no la del Covid…, sino la de la malaria. Me gustó porque de alguna manera no ponía el centro en nosotros, los “occidentales” y nuestro gran problema, sino en un problema que afecta a muchos países pobres, especialmente en África. Un año nuevo civil es un momento en el que tenemos la sensación de que el libro está en blanco y querríamos poner muchas noticias de éstas y muy pocas de las demás. Me parece que no debemos perder la esperanza y que es muy sana la ilusión del progreso personal y comunitario que nos proponemos todos al empezar un año. Pero hay que pedírselo a Dios.
El breve mensaje transmitido a los pastores, tenía un solo deseo para la tierra: Paz.
En este año que empezamos hoy, queridos hermanos y hermanas, celebrando la solemnidad de Santa María Madre de Dios, celebramos también la Jornada Mundial de la Paz, instituida por San Pablo VI en 1968, con el deseo de que fuera una conmemoración continuada, como así ha sido, y que fuese más allá del ámbito eclesial. Es todo un símbolo, un compromiso dedicar el primer día del año a la paz y hacerlo en medio de estas fiestas de Navidad, de la noche y del día, en que escuchamos que el nacimiento de Jesús era proclamado como ¡la gloria de Dios en el cielo y la paz en la tierra para los hombres y mujeres de buena voluntad!
En la tradición bíblica, la paz tiene la hondura de la palabra Shalom, de algo que no es quietismo, ni siquiera ausencia de conflictos, sino plenitud de Dios. Como algo que tiene que ser construido en profundidad, no sorprende que ya San Pablo VI hablara de la Paz como del desarrollo integral y que en el mensaje del Papa Francisco por el día de hoy nos proponga el diálogo entre generaciones, la educación y el trabajo como los instrumentos necesarios para construir una sociedad pacífica, que se apoye en la justicia, la única garantía de una paz verdadera. Los objetivos son ambiciosos, pero nos colocan en la línea de nuestra mayor ambición, la única válida: promover ahora y aquí la construcción del Reino de Dios, del Reino de Cristo, del Reino del Evangelio con todas nuestras fuerzas. Nuestra oración hoy es pedir fuerza para renovar nuestro compromiso personal y comunitario con el Reino de Dios para este año 2022 que empezamos y confiar en los “tempi” de su realización definitiva al único que tiene el poder de hacerlo: al Señor que nos espera al final de la historia.
Última actualització: 6 enero 2022