Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (6 de enero de 2022)
Isaías 60:1-6 / Efesios 3:2-3a.5-6 / Mateo 2:1-12
Aunque hoy todavía no cerramos litúrgicamente este tiempo de Navidad, tenemos suficiente perspectiva, queridas hermanas y hermanos, para mirar atrás y ver qué hemos ido contemplando desde el principio del Adviento. Miremos cómo lo miremos, el protagonista siempre es Jesucristo, siempre es el misterio de la Encarnación, de un Dios que se ha querido hacer humano. Alguna vez tenemos la sensación de que siempre predicamos lo mismo, pero mientras sea sobre Él, sobre Cristo, uno tiene menos miedo a repetirse, pero al menos siempre estaremos hablando del centro, de lo principal de nuestra fe.
Haciendo pues este recorrido hacia atrás, leyendo al profeta Isaías durante las primeras semanas de Adviento imaginábamos primero a este Cristo, a este Mesías como el que debía venir. Él mismo aparecía identificado con la Sabiduría de Dios. Cerca de Navidad, ya en el momento de la Encarnación, era la Palabra que venía al seno de María, que finalmente se hacía hombre, y que nacía en Belén, acompañado de efectos especiales, llamaríamos hoy, como las apariciones a los pastores, y otros eventos celestiales que le proclamaban definitivamente Mesías. La liturgia, todavía nos ha deslocalizado cuando entre Navidad y Epifanía, ha continuado la pedagógica revelación de la esencia del niño, explicándonos lo esperado que era en el templo para los ancianos Simeón y Ana, en un relato que se ubica después del nacimiento y fuera de Belén. Y finalmente hoy, recuperando la localización de Belén, celebramos todavía en torno a la cueva el último homenaje hecho al niño Jesús: la peregrinación de los Reyes con sus dones, que son, aún más, la afirmación de la naturaleza de Cristo: Oro porque es rey, incienso porque es Dios, mirra porque es hombre. Todo es una contemplación y una invitación a mirar con más y más profundidad a este Jesús de Nazaret niño, que contiene ya toda la potencia de su identidad y de su mensaje en el momento de su nacimiento.
Esta manifestación, que es lo que significa Epifanía, concluye un proceso que si nos fijamos bien ha ido del secreto y de la intimidad a convertirse en totalmente conocido, público, notorio. La expectación mesiánica del Antiguo Testamento era una promesa, era una esperanza. Más que secreta o íntima, estaba todavía en el reino de lo futuro. La anunciación a María, en cambio, toma ya el carácter de un hecho, de un acontecimiento histórico que ocurrirá, pero todavía está en lo más íntimo de una sola persona. San José comparte el secreto con la Virgen, después en el momento del nacimiento de Jesús podríamos decir que es el entorno, el kilómetro 0, los pastores quienes participan. Digo todo esto, para poner un contexto en la celebración de hoy y para intentar explicar que con la manifestación a los Reyes, a los reyes de Oriente, el relato evangélico nos quiere decir que Jesucristo se ha hecho universal, que su destino ya es ser conocido en todo el mundo y que esa intuición, esa promesa hecha en Israel, ese anuncio dicho a María se han cumplido por el bien del mundo, de todo el mundo.
El cristianismo ha sabido ser fiel a la vocación universal de la persona y del mensaje de Jesucristo que la fiesta de la Epifanía proclama. Ha sabido ser fiel en el sentido de que realmente el evangelio ha sido proclamado en todo el mundo. San Pablo como nos ha dicho la segunda lectura fue el primero de los apóstoles en comprender esta vocación universal. En comprender que la tradición de Israel quedaba realizada en el cristianismo y que la vocación universal no miraba sólo a la evangelización futura del mundo, sino que necesitaba integrar también la fe precedente que lo había hecho nacer todo. De dos pueblos ha hecho uno solo. La expansión rápida y fecunda de los primeros siglos, nos hace caer en cuenta de que realmente somos hijos de esta Epifanía de Cristo que ha ido reproduciéndose en la historia del pueblo de Dios. Por todas estas razones, la liturgia de la fiesta de hoy es casi eufórica: la alegría se respira por todas partes.
También nos es lícito preguntarnos, si esta extensión geográfica del cristianismo, concuerda con la profundidad con la que creemos y actuamos como cristianos. Un monje hermano nuestro difunto cuestionaba el discurso sobre la descristianización contemporánea haciéndose la pregunta de si realmente habíamos sido cristianizados alguna vez. La intención profunda de esta cuestión me parece que es ponernos ante la evidencia de que somos cristianos pero no somos perfectos, no hemos terminado todo lo que hay que hacer, porque evidentemente nuestra vida es seguimiento imperfecto y especialmente creo que tenemos siempre el reto de comprender que celebrar la Epifanía, celebrar que lo de Cristo es Universal, debería tener algún efecto más importante de los que tiene.
No quisiera amargarle a nadie una de las fiestas más entrañables del año, muy especialmente en la sociedad, pero la conciencia de lo que ocurre en el mundo es la primera condición para preguntarnos si hacemos suficientemente presente el evangelio de ese Jesús de Nazaret, manifestado a todos los pueblos. La primera página de un diario reciente decía que más de 4.000 personas, entre ellas más de 200 niños, han muerto intentando llegar a España durante el 2021. No es desgraciadamente la única mala noticia de estos días, pero impacta. Especialmente cuando en un día como hoy nos habla de niños. Y nos repetimos la pregunta: ¿realmente nuestro mundo está cristianizado y pasan estas cosas? ¿La Epifanía ha llegado a todo el mundo? ¿O es que Cristo se manifiesta y muchos no le hacen o no le hacemos suficiente caso?
No debemos desanimarnos si los caminos del seguimiento y de la conversión del mundo a una justicia y a una paz mayor, como la que propone el Evangelio son lentos. Lo que no nos está permitido es no ser conscientes de ello, no ocuparnos cada uno desde sus posibilidades, dicho en una palabra de hoy: No podemos pasar de todo esto. Nuestra vocación, el hecho mismo de que nosotros que éramos, a los ojos de Israel, paganos, hayamos recibido el evangelio y Cristo por la gracia de esta epifanía global, debería hacernos por vocación, preocupados de todo el mundo y de todas sus injusticias.
Quizás además de toda la conciencia de la realidad que vivimos, podríamos preguntarnos si no deberíamos recapitular el camino de la Epifanía que hemos contemplado tal y como os lo he intentado describir, y, empezando por el final, por la conciencia de que sí, que Cristo se ha manifestado en todo el mundo, ir atrás hasta recuperar una experiencia como la de Santa María, que yo me atrevería a llamar una Epifanía interior, una manifestación de Jesús en nuestro corazón. Quizás podemos entender su manifestación a todas las naciones como la condición que hace posible que cada hombre y cada mujer puedan vivir esta epifanía interior, y desde ella una conversión a Dios y a su Reino: Un compromiso personal y definitivo a hacer su voluntad. Porque quizás en el fondo todo comienza en un corazón sencillo y dispuesto a amar más allá de todo los límites. Y quién sabe, si eso quizás sí que cambie el mundo.
Última actualització: 8 enero 2022