Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (24 de noviembre de 2024)
Daniel 7:13-14 / apocalipsis 1:5-8 / Juan 18:33b-37
Como hemos dicho al principio de la Misa, hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey. El título de “rey” aparece asociado a Jesús a lo largo de todo el evangelio: cuando nació vinieron unos sabios de oriente porque una estrella les había indicado el nacimiento del rey de los judíos; muchas veces a lo largo del texto, Jesús es reconocido como Mesías y rey, y antes de su pasión y muerte había sido recibido en Jerusalén como el rey de los judíos. En el evangelio de hoy, sin ir más lejos, oíamos de su misma boca como le decía a Pilato: «Tiene razón: yo soy rey». Y aún, una vez resucitado se apareció a los apóstoles diciéndoles que había recibido «plena autoridad en el cielo y en la tierra», y los envió por todo el mundo a enseñar a todo el mundo lo que él había mandado. ¿Pero de qué autoridad y de qué poder nos habla, Jesús? Porque tal y como hemos oído que decía cuando afirmaba ser rey, también nos hacía notar que su realeza “no era cosa de este mundo”, y que su misión era “la de ser un testimonio de la verdad”. Tratemos de desgranarlo un poco.
Lo que en la biblia se entiende por un reino, es un territorio que está bajo la soberanía de un jefe que ostenta el título de rey. Los reinos de la tierra suelen tener unos límites bien definidos, unas leyes propias, generalmente una lengua, una moneda y unas costumbres. Pero el interés de Jesús no era el de regir de forma temporal sobre una porción de terreno, ni era el de ser el rey de los judíos, sino que su misión era mucho más amplia: el Reino de los cielos no tiene límite territorial alguno, se rige por la ley del amor y el perdón, tiene la generosidad por moneda y se hablan todas las lenguas, porque todo el mundo sin excepción está llamado a formar parte. El Reino de Dios es el núcleo de la predicación de Jesús, y fue anunciada previamente por el profeta Daniel, como leíamos en la primera lectura que decía: «vi venir en medio de las nubes del cielo como un Hijo de hombre, [a quien] fue dada la soberanía, la gloria y la realeza, y todos los pueblos, tribus y lenguas le darán homenaje». Jesús, prefigurado por Daniel en aquella visión, predicó el Reino de Dios a lo largo de toda su vida: cuántas veces no hemos oído en el evangelio el encabezamiento de una parábola que comienza diciendo: “en el Reino de Dios pasa cómo…” y sigue una imagen que nos ayuda a aproximarnos; porque para explicar lo que todavía no podemos ver, es necesaria la ayuda de imágenes y comparaciones. El Reino de Dios, pues, es nuestro destino y nuestra patria, es ahí donde todos los que creemos en Jesús nos encaminamos y estamos llamados a vivir.
Empezábamos diciendo que el título de “rey” aparece asociado a la figura de Jesús en numerosos pasajes de la escritura. Pero la fiesta de Cristo rey no fue propiamente instituida hasta ahora hace 99 años por el papa Pío XI. Y el Concilio Vaticano II fue quien la asoció en el último domingo del año litúrgico, esto es, hoy. Porque el final de cualquier período es un buen momento para hacer un resumen, y mirar hacia delante, y la fiesta de Cristo Rey contiene todos los elementos para poder hacerlo.
Siguiendo esta analogía, podemos contemplar finalmente el último momento de la vida de Jesús cuando estaba clavado en la cruz. Recordaremos que el buen ladrón le dijo: «Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino», y cómo Jesús lo tuvo en consideración: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Un ladrón arrepentido es la única persona que, en todo el evangelio, a la que Jesús dice explícitamente que está en su Reino. Es un buen resumen de todo lo que Jesús nos enseñó, es toda una declaración de intenciones de lo que Jesús quiere para todos, y también para nosotros: que nos salvemos y entremos en el Reino de los Cielos. Y podremos hacerlo si aceptamos su amistad y su liderazgo. Porque, viendo todo esto, ¿quién es que no quiere vivir en ese Reino de luz y de paz, regido por un rey tan bueno? Elegir el seguimiento de Cristo, es
siempre la mejor de las opciones. Porque Cristo no es sólo un líder político como lo sería un simple rey, sino que es mucho más: es un hermano, un amigo, un esposo que ama entrañablemente a los suyos. Porque Jesús ejerce su verdadera realeza cuando puede gobernar en el reino interior de nuestra persona, el Reino de Dios está dentro de cada uno de nuestros corazones. Considerar a Jesús como rey significa gobernarnos nosotros mismos según la palabra de Dios que Jesús nos comunicó, significa gobernar nuestro mundo interior, el de los sentimientos, el de las tendencias, los afectos, significa mandar nuestro pensamiento para que nuestra existencia se oriente a una finalidad: la de entrar en comunión con él, la de vivir con él en el Reino de los cielos. Y para llegar a este Reino, no hay que esperar al final de nuestros días: Jesús nos enseñó a decir cuando oráramos: “venga a nosotros tu reino”. Porque el Reino de los cielos ya se hace presente en medio de nosotros y empezamos a vivir esta realidad aquí y ahora, cuando en nuestro día a día hacemos buenas obras. Y cuando amamos, cuando no tenemos rencor o alimentamos sentimientos negativos, estamos caminando en dirección contraria al Reino de los Cielos y no ayudamos a construir ese reino. La fiesta de hoy, pues, es una llamada a escuchar la voz de Jesús, a amar la verdad, y a poner en práctica todo lo que hemos recibido de él. Hagámoslo y pidámosle que, omnipotente como es, nos permita ver realizadas nuestras aspiraciones más nobles.
Última actualització: 26 noviembre 2024