Scroll Top

Domingo XXII del tiempo ordinario e inicio del Capítulo General (1 septiembre 2024)

Homilía del P. Manel Gasch, Abad de Montserrat (1 de septiembre de 2024)

Deuteronomio 4:1-2.6-8 / Santiago 1:17-18.21b-22.27 / Marcos 7:1-8a.14-15.21-23)

Nuestra presencia aquí, queridos hermanos y hermanas, todos los que he nombrado al empezar esta celebración y todos los que se unen desde lejos, dice, expresa y comunica que compartimos el mensaje de la fe cristiana, éste que acabamos de leer. Una fe que hoy nos hace reflexionar sobre algo simple. Tenemos, en tanto que hombres y mujeres, la capacidad de ser receptores y actores de una vida de Dios, que se compone de espíritu y acción. Podemos escuchar y hacer. Y esta idea, fundamental y expresada desde siempre en la historia de la fe cristiana, puede dividirse en cuatro grandes aspectos según las lecturas de hoy: la proximidad de Dios, la palabra, el corazón humano llamado a escuchar y el fruto que da vivir esta dinámica creyente. 

La proximidad de Dios. 

Sí, el Dios Creador, el Dios de los primeros padres de la Biblia, que nos puede parecer históricamente tan lejano, literariamente casi de ficción, ese Dios único e inimaginable, pero revelado en Jesucristo, la forma humana de ser de Dios, es un Dios cercano. 

Los antiguos griegos, y hoy alguien quizás lo comparte, defenderían que sus dioses pasionales y llenos de deseos humanos estaban más cercanos que el Dios de la tradición de Israel, el Dios de Jesucristo. Yo diría humildemente que no. Por su naturaleza trinitaria, debido a que el Espíritu Santo forme parte de su esencia, nuestro Dios es un dios mucho más cercano que cualquiera de estos personajes del Partenón griego, romano, asiático, etc. Estos dioses replicaban a hombres y mujeres de carne y hueso, nuestro Dios es un Dios creador, un Dios redentor, un Dios consumador, que da una palabra desde el inicio hasta el final y es capaz de salvar todo lo que hay en medio . Pero esa grandeza, esa trascendencia le hace realmente capaz de habitar en cada persona y por eso es un Dios cercano. Quizás en este contexto comprendamos las palabras del Deuteronomio que hemos escuchado: 

“Y realmente, ¿cuál es la nación que tenga a sus dioses tan cerca, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que le invocamos?” 

Hace diez días, justo cuando los monaguillos volvían de vacaciones, en la oración de la noche que compartí con vosotros, leyó un texto en el que pedía esta proximidad cada día mayor con Dios. ¡Vosotros haz cercano a Dios a muchas personas y eso es una gran misión que comparta con los monjes, ya que sois para muchos, la única imagen de oración que se llevan de Montserrat! Piense bien. 

Palabra 

Sólo un Dios así puede dar a las cosas creadas la capacidad de comunicarlo, sólo un Dios así puede elevar unas leyes a la categoría de ser expresión de su voluntad, tan sólo ese Dios puede decir una Palabra definitiva. 

Las lecturas de hoy nos hablan de nuestro Dios que se va haciendo cercano a la historia por las palabras de la ley, expresión casi tangible de su voluntad. Por eso las tablas de la ley y el arca que las contenía tenían ese punto sagrado, esa capacidad de hacer cercano a un Dios difícil de comprender. 

Pero sobre todo por la Palabra definitiva, Jesucristo, que se otorga en el Evangelio el poder de sustituir las palabras vacías, incluso aquellas tradicionales, y de remitir el valor de cualquier expresión humana a que esté referida a Dios. 

¡Qué importante es esto en nuestros días! Cuántas veces no nos sentimos superados por las palabras y por los lenguajes contemporáneos: juegos tecnológicos, plataformas con ofertas infinitas, sensación de un gran vacío, de un déficit de formación y cultura en tantos medios de comunicación. Todo esto puede convertirse en la antipalabra, tal y como la entendemos los cristianos. En esa antipalabra que no hace referencia a Dios, que no forma a la persona, que no crea relación entre los humanos. 

¡Qué reto escoger las palabras que escuchamos! ¡Discernir, si la palabra que escuchamos viene de Dios o no, si es un grito de auxilio de nuestra sociedad, y qué reto ser conscientes del efecto en nosotros de todo el ruido de nuestro entorno! 

Él, Jesucristo, es el ejemplo de la palabra toda referida a Dios, la cojas como la cojas. En su persona y en su mensaje, está Dios y hay siempre el crecimiento, la curación, la mejora del hombre y la mujer concretos: y a esto lo llamamos salvación. 

Escuchar en el corazón 

Como decía al principio, nosotros confesamos que tenemos un corazón capaz de escuchar: “Escucha, Israel”, nos decía el Deuteronomio. “Escúchame bien”, decía Jesucristo en el Evangelio. “No se limite a escuchar la palabra, acójala con docilidad”, nos decía la carta de Santiago, en una frase que sería como decir: “Escuche dos, tres, las veces que haga falta (que sea necesario), hasta que se haya hecho vuestra la palabra”. 

Dios nos ha dado esa capacidad, que simbólicamente colocamos en el órgano vital que nos hace vivir, el corazón, que envía la sangre a cada extremidad de nuestro cuerpo. De la misma manera, lo que escuchamos nos hace vivir, nos penetra. El corazón espiritual de cada uno puede captar y tiene la sensibilidad de amar y también tiene otras no tan bonitas. No lo olvidemos. Hay una educación del corazón que nos permite vivir mejor la fe y que comienza naturalmente en todo lo que he dicho antes sobre el discernimiento de lo que escuchamos, que es un discernimiento que le corresponde a toda esa interioridad personal que definimos como corazón. 

Los frutos 

Y finalmente esta Palabra da frutos. Es esta Palabra plantada y potente, que invita a hacer, a amar, a darse. Qué distinto es amar después de todo el proceso que he procurado describir, sabiendo que hay un Dios cercano, de discernir la palabra justa, de acogerla y madurarla en el corazón, o, simplemente, amar o actuar , fruto de un arrebato. Nosotros buscamos la solidez de un amor como cocido a fuego lento, “a baja temperatura” que se llama ahora, trabajado, fundamentado en la fuente del amor.  

Conclusión 

Quizás alguien podría acusarme de que he hecho una interpretación muy espiritual de unas lecturas que nos hablábamos más de acción que de contemplación. Permítanme que no esté muy de acuerdo. Precisamente por eso que he dicho ahora al final: porque la acción cristiana nace de ese amor que Dios nos tiene y nos transmite; y de eso también hablan, lo creo sinceramente, las lecturas de hoy. 

Quizás el gran reto de la vida monástica hoy, –y lo digo con cierta vergüenza ante tantos hermanos benedictinos, muchos de los cuales han sido abades, padres y maestros en sus monasterios, durante muchos más años que yo–, es recordar este itinerario que he trazado y que nosotros benedictinos encontramos en las primeras palabras de nuestra Regla: “Escucha, hijo, las prescripciones del maestro, para la oreja del corazón, y acoge con agrado la exhortación del padre amoroso y ponla en práctica” RB Pr.1. 

Nuestro itinerario de monjes, quizás de una manera clara aquí en Montserrat donde compartimos nuestra fe y nuestra vocación de oración con tantos y tantos peregrinos como los que hoy llena esta Basílica, es ser testigos de esta forma de creer, y de vivir. 

Cuando sólo faltan siete días para empezar las celebraciones del milenario de la fundación de este monasterio, en este lugar llamado Montserrat, junto a la pequeña capilla de Santa María, que el conde Guifré dio a la abadía de Ripoll ‘año 881, vemos en la Virgen María el ejemplo más claro de la discípula que escuchaba y guardaba las palabras en su corazón, hasta que el Dios cercano la habitó totalmente y la hizo engendradora de la Palabra, contemplación y acción totalmente coordinadas, sin fisuras, en completa armonía. 

Que Dios nos ayude a avanzar por este camino a todos los que celebramos hoy la resurrección de su Hijo y Señor nuestro, Jesucristo. 

 

 

Última actualització: 15 septiembre 2024