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Domingo XVIII del tiempo ordinario (31 de julio de 2022)

Homilía del P. Ignasi Fossas, monje de Montserrat (31 de julio de 2022)

Eclesiastés 1:2: 2:21-23 / Colosenses 3:1-5.9-11 / Lucas 12:13-21

 

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

El 31 de julio el calendario romano registra la memoria de St. Ignacio de Loyola. Este año celebramos 500 años de su peregrinación a Montserrat y de su estancia en Manresa, y también coincide con los 400 años de su canonización, con motivo de la cual le fue dedicado un altar lateral en nuestra Basílica.

Pero hoy también es domingo, y la celebración de la Pascua semanal pasa por delante, como es natural, de la memoria de San Ignacio. O si se quiere, dicho positivamente, la mejor manera de honrar la memoria de San Ignacio, este gran peregrino de Montserrat, es celebrando la pasión-muerte-resurrección y ascensión de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús de Nazaret, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, sedujo y cautivó al corazón de Ignacio hasta hacerle cambiar la vida. Jesucristo se convirtió en el principal objetivo del conocimiento y de la vida de Ignacio.

Y es que una de las características del ser humano es la obsesión por conocer mejor el mundo, los demás y uno mismo. Podríamos añadir, también, el conocimiento de Dios.

El hombre se plantea el cómo y el porqué de todo. Y esa búsqueda incansable distingue la historia de la humanidad. La búsqueda del conocimiento exige poner en práctica diferentes cualidades humanas, como por ejemplo la capacidad de observación y el análisis de la realidad, el razonamiento, la experimentación, la discusión, etc. Enseguida nos damos cuenta de que, en ocasiones, los sentidos nos engañan y que nuestra percepción de la realidad es equivocada. Parece que es el sol que se mueve de oriente a occidente, o que el horizonte del mar es más alto que la tierra firme. Parece que alguien quiere ayudarnos, y en cambio tiene intención de robarnos. Y podríamos ir multiplicando los ejemplos.

La Palabra de Dios nos enseña a percibir y medir mejor la realidad, tanto la realidad personal como la realidad que nos rodea. A primera vista puede parecer que el trabajo, el esfuerzo o la inquietud, el poder, el dinero o el dominio sobre los demás, nos pueden asegurar la vida y la felicidad; y así le ocurrió a San Ignacio durante la primera parte de su vida. Es decir, nos parece que todo esto forma parte de la realidad más fundamental y determinante. Y en cambio no es así, lo oíamos en la primera lectura: Todo esto es en vano. ¿Dónde está el camino para descubrir la realidad auténtica?

El salmo responsorial nos enseñaba que también nuestra percepción del tiempo puede ser sesgada. Todos hemos experimentado que el tiempo nos puede parecer muy corto o muy largo, que puede pasar muy rápido o muy despacio, dependiendo de cuál sea nuestro estado de ánimo, o de si hacemos algo más o menos a gusto, o de si estamos bien de salud o estamos enfermos. Para acabar de complicarlo, el tiempo no es igual para Dios que para nosotros: Mil años en tu presencia son un ayer que pasó; una vela nocturna. Incluso la vida de los hombres es una nada: como hierba que se renueva que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca. Por eso el salmista exclama ante Dios: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato.

San Pablo, en la segunda lectura, nos hace dar un paso más en la búsqueda del conocimiento. Y lo hace señalando a la persona de Cristo resucitado. La conversión a la fe comporta una adhesión plena a la persona viva de Jesucristo, lo que hace cambiar radicalmente nuestra vida. Por el bautismo morimos con Cristo y resucitamos junto a Él. Por eso, os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador. Eso mismo es lo que quiso exteriorizar San Ignacio cuando se quitó sus vestidos de caballero y de soldado, aquí en Montserrat, se los dio a un pobre, y se puso él mismo una saya mucho más sencilla y mucho más simple que había comprado antes de llegar. Este conocimiento pleno del Señor se encuentra en los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Conocer, además para los cristianos, significa amar, y por eso debemos aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra. El conocimiento consiste, por tanto, en la identificación con Cristo. A medida que, por la acción del Espíritu, nos hacemos similares a Él avanzamos hacia el pleno conocimiento. En esto consiste la riqueza verdadera, la felicidad plena, la alegría profunda. En Cristo descubrimos la verdadera dimensión de la realidad. Él renueva nuestros sentidos, por los que podemos captar las cosas y las personas tal y como son realmente, sin engaños ni falsas ilusiones. Pedimos con el salmista que Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. Que vuestro amor, Señor, no tarde más en saciarnos y lo celebraremos con gozo toda la vida.

Última actualització: 3 agosto 2022