Homilía del P. Josep M Soler, Abad emérito de Montserrat (5 de mayo de 2024)
Hechos de los Apóstoles 10:25-26.34-35.44-48 / 1 Juan 4:7-10 / Juan 15:9-17
La fe cristiana no es un contenido de creencias teóricas y prácticas rituales sino una experiencia vivida con toda la intensidad personal. El evangelio que acabamos de escuchar, denso de contenido, nos invita precisamente a una profunda vivencia de nuestra vinculación a Jesucristo.
Esta invitación la podemos resumir en tres frases de Jesús del texto evangélico que nos ha sido proclamado.
La primera: permaneced en mi amor. El núcleo de la fe cristiana es el amor: el amor que Dios nos tiene sin ningún mérito nuestro, el amor que nosotros le tenemos a él y el amor que debemos tener para con los demás. Jesús decía: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Es decir, somos amados por Jesús con la misma plenitud con que el Padre le ama a él. Y nos lo ha demostrado abrazando la cruz por amor y dejándonos el sacramento de la Eucaristía, que es memorial y presencia de su amor infinito. Ser cristiano, pues, es vivir la certeza de que Jesucristo nos ama personalmente, tal y como somos, con toda nuestra historia personal. Si pensamos bien lo que esto significa, nos sentimos maravillados, confundidos en nuestra realidad pequeña y pecadora. Pero esto no es todo. Jesús tiene sed de nuestro amor y por eso nos dice: manteneos en el amor que os tengo. Es decir, no se separéis del amor que os tengo, dejaos amar y procurad corresponder a mi amor con vuestro amor. Sabe que el nuestro es un amor migrado, pobre, inconstante. Pero lo quiere porque nos ha hecho sus amigos, con una iniciativa gratuita. En nuestro itinerario de fe, existe, es cierto, una opción nuestra a favor de él. Pero él nos había amado y escogido antes. Nos lo decía, también, en el evangelio: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he hecho amigos. No quiere que seamos siervos, pues el siervo no comparte la intimidad con su amo. Jesús quiere vivir con nosotros una relación personal y libre, confiada, sincera. Y una relación así es portadora de vida. El pasado domingo nos ponía la imagen de la unión del sarmiento con la vid; él es la cepa y nosotros los sarmientos, decía (cf. Jn 15, 5); la vida que él tiene pasa a nosotros por la acción del Espíritu. Esto nos abre el horizonte de una experiencia intensa, contemplativa, transformadora. La garantía para perseverar unido a Cristo es, como decía él, observar sus mandamientos; es decir, vivir de acuerdo a su Palabra, particularmente en la relación con los demás, en la práctica de la caridad fraterna.
Sin embargo, permanecer en el amor no se limita a acoger el amor que Jesús nos tiene y a corresponderle, hay que amar a los demás. Y hacerlo con un amor concreto y sin límites: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. El listón es muy alto. Hay que amar cómo Jesús ha amado, hasta el don de la propia vida. La amistad con él nos transforma en él y nos lleva a actuar por amor, como él, hacia los demás.
La segunda frase de Jesús que quisiera destacar es: os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. Gratuitamente, por pura gracia nos ha escogido y nos ha confiado una misión. Una misión que queda concentrada en una palabra: dar fruto allá donde estemos. Y este fruto no es otro que el resultado de estar unidos a él y dejar que su vida pase a la nuestra y de darse a los demás por amor, con espíritu de servicio y trabajando por la justicia y la paz a favor de todos los hermanos y hermanas en humanidad. Teniendo presente, además, que donde no puede llegar nuestra acción, puede llegar nuestra oración. A la dignidad, recibida gratuitamente, pues, de ser amigos suyos, Jesucristo añade otra dignidad, la de continuar su misión en el mundo. Una misión centrada en el amor. Es una dignidad y responsabilidad, que sólo podemos llevar a cabo unidos a él y recibiendo la fuerza del Espíritu que él nos comunica.
Y, finalmente, la tercera frase que quisiera destacar del evangelio de hoy es: Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. El hecho de mantenernos unidos a Jesucristo, de entrar en comunión de amistad y de misión con él y de dar fruto al servicio de los demás nos hace fecundos y hace compartir la alegría de Jesús. Una alegría plena en el fondo del corazón. El evangelio subrayaba además que esta alegría no es algo del futuro. Ya podemos tenerla ahora, porque unidos a él, nos es dado de participar de la alegría que él tiene en la comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Hasta tal punto que la medida de la alegría espiritual que ahora tenemos nos puede indicar la intensidad de nuestro mantenernos en el amor de Jesucristo.
Que nos llene de alegría una gracia pascual tan inmensa. Y nos lleve a dar gracias.
Última actualització: 5 mayo 2024