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Domingo IV de Adviento (22 de diciembre de 2023)

Homilía del P. Lluís Planas, monjo de Montserrat (22 de diciembre de 2023)

2 Samuel 7:1-5.8-11.16 / Romanos 16:25-27 / Lucas 1:26-38

 

Las lecturas que hemos escuchado en la eucaristía, durante todo este tiempo de adviento, nos han ido sazonando para que esta noche estuviéramos preparados para admirar la fuerza de Dios en medio de los hombres. Hemos ido escuchando cómo el profeta Isaías nos exhortaba a abrirnos a la esperanza a pesar de que los hechos que vivimos actualmente son especialmente estremecedores, llenos de violencia; o cómo Juan Bautista nos invitaba a una vida más coherente y comprometida. Esta noche nuestra mirada estará centrada en Jesús, sin el poder de la razón de la fuerza, a ojos estrictamente humanos, muy débil, porque la fuerza de su razón es el amor. Pero esto será esta noche, ahora, en esta eucaristía, somos invitados a contemplar a María.

La narración de la anunciación nos la sabemos de memoria. Quizás ahora no se trata de repetirla para que quede bien fijado en nosotros el acontecimiento que experimentó María, sino de vivir el relato porque somos sus testimonios privilegiados. No se trata de memorizar, sino de acompañar a María, de vivirlo con María.

Cada palabra del evangelio de hoy es importante, pero ahora se nos haría muy largo ir repasándolas una por una, frase a frase. Sólo subrayaré algunas que nos ayuden a contemplar el misterio de Dios en María. El evangelista nos ha hecho saber que el propio saludo de Gabriel hace que ella se turbe porque hay una toma de conciencia potente cuando le dice que Dios está con ella. No es un saludo de lo que podríamos llamar “buena educación” sino que penetra en su interior de manera sobrecogedora, pues Gabriel le dijo a continuación: «No tengas miedo, María». Dios ha tomado la iniciativa y le dice cuál es el proyecto de Dios en ella. La hará madre y le pide que le ponga el nombre de Jesús que significa «él salvará al pueblo de sus pecados» (Mt 1,21) como nos hace saber el evangelista Mateo. Todos nosotros sabemos lo que significa. El compromiso es extraordinariamente importante.

Le comunica el itinerario. Todos nosotros lo recordamos: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios». El fruto de su vientre es Santo, es el Hijo de Dios. La tradición bíblica nos recuerda constantemente que es en el Templo donde el que es Santo se hace presente de forma manifiesta. Por ejemplo, es en el templo, que Dios anuncia a Zacarías que tendrá un hijo que debe llamarse Juan. Dios se hace presente en el seno de María y es así que María se convierte en templo de Dios. Esta noche, abiertas las puertas del templo, la luz del Hijo de Dios iluminará a todos los pueblos.

Nosotros que ahora acompañamos a María oímos su respuesta: «Soy la esclava del Señor». La comprensión del significado de esta afirmación pienso que es doble. Por una parte, es la conciencia del propio ser: soy. Es asumir la propia realidad, siempre, toda su vida; no puedo delegarla a nadie. Y, por otra parte, la palabra “esclavo – servidor” es la misión que se me ha encomendado. Para ella será siempre la capacidad de escucha. Por eso podemos decir que María es la primera creyente, porque escucha a Dios, dice sí y hace suya la Palabra. Lo ha dicho así: «que se cumplan en mí tus palabras».

Cada uno de nosotros tenemos la oportunidad única de acompañar a María. Es necesario que nos planteemos si esta oportunidad también nos compromete; porque no se trata de mirárnoslo desde la distancia, como decía al principio, sino desde la proximidad, desde la comunión, de vivir con María su misma experiencia. Porque desde el bautismo nosotros hemos sido llamados, “saludados” como hizo Gabriel a María, y como María también hemos tenido la oportunidad de oír “Dios está contigo”, Dios quiere estar en tu corazón, o como predicaba San Agustín: Dios es más íntimo que tú mismo. Y se hace íntimo por amor. Estos días cuántas veces oiremos: Emmanuel, Dios está con nosotros. Y sólo hace falta que digamos que Jesús, aquel que a los ojos humanos es débil, quiere curarnos y salvar a la humanidad del dominio del poder. Somos cristianos, llevamos el signo de Jesús, implantado en nuestra vida.

Y ¿lo hacemos compartiendo aquí, en ese templo donde Dios se hace presente? Recordemos “donde dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy” Y desde este templo somos nosotros quienes debemos llevar la luz a nuestro entorno. María es la primera creyente, y con María cada uno de nosotros escuchamos la Palabra para convertirnos en servidores. Quizás debemos atrevernos a decir, que se hagan en mí tus palabras, transfórmame cómo lo hiciste con María.

Y, agradecidos, cantamos con el salmista: Cantaré eternamente las misericordias del Señor

 

Última actualització: 3 enero 2024