Homilía del P. Emili Solano (14 de abril de 2024)
Hechos dels Apòstols 3:13-15.17-19 / 1 Juan 2:1-5a / Lucas 24:13-35
Hermanos, estamos en el tiempo pascual, y la liturgia nos ofrece algunos estímulos para fortalecer nuestra fe en Cristo resucitado. En este tercer domingo de Pascua, por ejemplo, san Lucas narra cómo los dos discípulos de Emaús, después de haber «reconocido a Jesús cuando partía el pan», fueron llenos de alegría a Jerusalén para informar a los demás discípulos de lo que les había pasado. Y precisamente mientras estaban hablando, el propio Señor se apareció mostrando las manos y los pies con los signos de la pasión. Después, ante la sorpresa y la incredulidad de los Apóstoles, Jesús les pidió algo de comer y ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.
A diferencia de la cuaresma en la que organizamos cosas como Vía Crucis, ayunos y abstinencias, celebraciones penitenciales o charlas cuaresmales, cuando llega la Pascua, como los discípulos, podemos quedarnos sobrecogidos, alarmados y con dudas en nuestro interior. No sabemos qué hacer en Pascua. Estamos más acostumbrados a “hacer cosas” por Dios que a dejar que Dios las haga en nosotros.
Y éste es el sentido de la Pascua. Reconocer lo que Dios ha hecho, reconocer que ha cumplido todas sus promesas y toda nuestra vida ha sido rehecha, hecha de nuevo. El hombre viejo tenderá a levantarse, pero podemos decirle a la cara: “eres viejo” y rechazarlo. Suele ser más fácil cuidar a alguien que dejarse cuidar cuando estamos impedidos. De modo parecido, nos es más fácil ofrecer a Dios cosas que agradecerle lo que nos ha dado, sobre todo cuando debemos reconocer que nos lo ha dado todo. Para ello es la Pascua, el paso que da Dios en Jesucristo para que pasemos de la muerte a la vida, del pecado a la gracia. En lugar de intentar llegar difícilmente a Dios, en la Pascua Dios se acerca hasta nosotros en Jesucristo, y darnos el don del Espíritu Santo. La Pascua es agradecer, es alegrarse, gozar y descansar en Dios. En un mundo en el que sólo se venden los periódicos que dan malas noticias nosotros tenemos la única noticia de que vale la pena que perdure toda la eternidad a los titulares: Que el amor de Dios ha llegado en nosotros a su plenitud; y todavía hay tantos que no se han enterado.
En el relato del evangelio de hoy, y otros, se puede captar una invitación repetida a vencer la incredulidad ya creer en la resurrección de Cristo, pues los discípulos están llamados a ser testigos precisamente de ese acontecimiento extraordinario. La resurrección de Cristo es el dato central del cristianismo, verdad fundamental que es necesario reafirmar con vigor en todos los tiempos, ya que negarlo, como de diversas maneras se ha intentado hacer y se sigue haciendo, o transformarlo en un acontecimiento puramente espiritual, significa desvirtuar nuestra misma fe. «Si no resucitó Cristo —afirma san Pablo—, es en vano nuestra predicación, es en vano también vuestra fe».
En los días que siguieron a la resurrección del Señor, los Apóstoles permanecieron reunidos, confortados por la presencia de María, y después de la Ascensión perseveraron, junto con Ella, a la oración a la espera de Pentecostés. La Virgen fue para ellos madre y maestra, papel que sigue desempeñando en cuanto a los cristianos de todos los tiempos. Pidámosle que nos ayude a ser siempre discípulos dóciles y testigos valientes del Señor resucitado.
Última actualització: 14 abril 2024