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Domingo de Ramos y de Pasión (13 abril 2025)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (13 de abril de 2025)

Isaías 50:4-7 / Filipenses 2:6-11 / Lucas 26:14-27.66

¿Dónde estaba el viernes, la multitud del domingo? 

Esta sencilla pregunta nos devuelve a uno de los aspectos fundamentales de la historia que hemos leído en las dos partes de la celebración de hoy. 

¿Dónde estaba, repito, el viernes santo, al pie de la cruz, el gentío que aclamaba a Jesucristo como Mesías, entrando en Jerusalén, cinco días antes? 

El cambio que se produce en la gente que rodea a Jesús de Nazaret en estos últimos días, cuestiona nuestra propia actitud y hace que la Escritura se convierta también para nosotros en pregunta, en desafío. 

¿Qué habríamos hecho nosotros? Casi todos estamos seguros de que el domingo de Ramos saldríamos a gritar y aclamar a quien se nos aparece como rey, como tantos salían a gritar cuando se ganaba una guerra o ahora cuando su equipo deportivo gana algo…, de hecho, estas celebraciones de victorias deportivas son paradójicamente como uno de los espectaculares modernos más parecidos al Domingo de Ramos, en donde vemos a personas que son aclamadas como si fueran dioses o algo similar. 

Pero, ¿sale alguien cuando el equipo pierde? Y si esto lo hacemos con un deporte, y tiene la importancia que tiene, el relato de la Pasión nos viene a decir que, con el mismo Jesucristo, el Hijo de Dios, ocurrió algo parecido: Tenía muchos seguidores el domingo cuando aparecía vencedor, no quedaba nadie el viernes, cuando lo mataban como un delincuente. 

¿Qué nos enseña esta realidad en nuestra vida? ¿Qué nos pide Dios por medio del relato de la Pasión? 

Nos pide responsabilidad de una forma profunda. Nos pide fe. ¡Nos llama a seguirlo mucho más allá del ambiente general, de las impresiones, de aquello que hace el vecino! 

Sin ánimo de ser exhaustivo, esa responsabilidad y esa fe la encontramos en el análisis de las actitudes humanas de tantos personajes que aparecen en el relato de la Pasión. 

En primer lugar, en el pueblo reunido en Jerusalén. La aclamación a Jesús está llena de fe. La fe de un pueblo que creía en un mesías que era salvador, que conectaba con la propia tradición. Una fe tan fuerte, tan necesaria, que San Lucas se atreve a hacer decir a Jesús, ante el consejo de acallar las voces que le dan unos fariseos, “Si estos callaran, ¡hablarían las piedras!”. Alguna cosa, de hecho, muchas cosas, sin embargo, el pueblo no había entendido. Ni siquiera los discípulos, que en la misma cena del jueves siguiente todavía discutían quién sería el más importante. No habían entendido que la forma de ser Mesías, de ser Cristo, no pasaba por la revolución contra los romanos, ni por ningún tipo de violencia. 

Hubo un error de cálculo, una previsión fallida, en el pueblo que aclamaba a Jesús de Nazaret el domingo de Ramos. 

Un error de cálculo interesante porque nos lleva a nosotros a preguntarnos si nuestra fe hoy también tiene errores de cálculo y si sitúa a Dios en la salvación que necesitamos, no en otra cosa que buscamos y que estamos dispuestos a aclamar y que quizá no sea de Dios. 

Aún otro personaje: bajo la fama de que los milagros le habían merecido, el rey Herodes también comete un error, pero el suyo es incluso frívolo. Quiere ver a Jesús como quien mira un espectáculo, “confiaba en verle hacer algún milagro” dice el texto. Pero Jesús no decía nada. Ante esta actitud que no se toma en serio lo que somos, que no reconoce nuestra fe en Dios como algo mayor, a veces, nada hay de más elocuente que el silencio absoluto. Un silencio que no niega lo que creemos. Un silencio que también es responsable. Fue el silencio de Cristo frente a Herodes. 

Frente a la debilidad humana de Jesucristo que nos muestra la narración según san Lucas, este error de reconocer a alguien por lo que no es de verdad, y por tanto olvidarlo al poco tiempo, cuando no cumple la expectativa, se va disipando y aparecen los personajes que nos son un modelo. Antes he dicho que el viernes no había nadie. No es verdad. La fe y la responsabilidad heroica de algunos sí estaba ahí y se nos va mostrando durante todo el relato. 

Las mujeres de Jerusalén que lloran. El Cireneo. El buen ladrón. El centurión. Las mujeres que lo miran de lejos. José de Arimatea. 

Todos ellos son de algún modo testigos de Jesucristo, capaces de compadecerse de ellos, de reconocerle hijo de Dios y Mesías, al igual que en la entrada en Jerusalén, pero en la debilidad absoluta de la muerte y la casi soledad. Todos ellos no cometen ningún error. ¿Quizás estaban entre la multitud que aclamaba a Jesús? No lo sabemos. Pero sí estaban allí y lo amaron y reconocieron en el camino de la cruz, en su muerte crucificado y cuidaron de su cuerpo muerto. Para muchos de quienes le abandonaron, la resurrección debía ser una gran sorpresa. A mí me gusta pensar que detrás de la actitud de esta iglesia fiel a la cruz, de esa fe y de esa responsabilidad que no se pierde ni en los momentos difíciles, existe una continuidad que une ser testigo de la vida, de la muerte y de la resurrección de Jesucristo. Ser capaces de esa fidelidad antes de la resurrección del Señor nos llena de admiración. 

Nosotros, con la fe en la resurrección de Cristo que es la que nos reúne siempre, y que ha hecho cambiar toda aproximación al sufrimiento, tenemos muchas ocasiones en el mundo de reconocer al Señor en la figura del crucificado. No debemos olvidar al que pasa hambre, al que muere inocentemente, a las víctimas de las migraciones, a los que están solos. Dios está en ellos y nos llama a reconocerle en ellos y como todos los personajes presentes en el calvario a hacer algo. Ser como ellos es nuestra llamada, pero nunca olvidemos que también por quienes cometieron algún error de cálculo, Jesucristo resucitado volvió a llamar, porque nunca se cansa de hacernos participantes de su evangelio. 

Las pasiones en nuestra tierra, aprovechan la riqueza de actitudes humanas y de relaciones que se explican para hacer teatro. Hace algunas semanas pude ver aquí una escena de la crucifixión y el descendimiento de la cruz. Ante la representación real de la muerte de Jesucristo se despierta ese sentimiento bueno que ayuda a nuestra fe. Que nos lo hace cercano. 

Los escolanes y la capella, participan de esta proximidad con los misterios de Semana Santa y Pascua que nos han legado los músicos. Durante estos días cantará muchas palabras de este relato de la pasión: Judas Mercator, unus ex vobis, tamquam ad latronem, trisitis est anima mea. Espero que va a revivir con estas palabras y nuestra liturgia el sentimiento de amor a Cristo. A todos los que la compartiréis desde aquí, o desde casa, o s invito a vivir con intensidad esta Semana Santa. La fe se fortalecerá y la responsabilidad vendrá después para que nosotros no caigamos en ningún error de cálculo y no ser parte de la multitud que se echa atrás, y si nos pasara, pudiéramos volver siempre a por la misericordia y el perdón de Dios. 

La resurrección del Señor es recordada en cada celebración en los dones del pan y el vino, cuerpo y sangre de Cristo. Son el alimento que nos mantiene unidos a Él. Dispongámonos a recibirlos con agradecimiento.  

 

 

Última actualització: 14 abril 2025