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Domingo III de Adviento (14 de diciembre de 2025)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat (14 de diciembre de 2025)

Isaías 35:1-6a.10 / Santiago 5:7-10 / Mateo 11:2-11

El texto poético de la profecía de Isaías que la Iglesia hoy ha proclamado en la primera lectura de cada misa celebrada en todo el mundo es un verdadero canto universal de esperanza.

« El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.»

Este texto, para nosotros que amamos Montserrat, tiene una connotación especial. Estos versos de Isaías sirven precisamente como antífona de entrada en la misa propia de la Virgen de Montserrat, indicando así que la profecía de Isaías, que se cumplió en la primera venida del Señor, en el advenimiento del Hijo de Dios concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, está bellamente expresada en la imagen de la Moreneta.

La venida del Mesías, anunciada por Juan el Bautista, convirtió el silencio del desierto en una fiesta; era mucha la gente de toda condición la que respondía a su llamada. La alegría del anuncio del Evangelio hizo reflorecer aquellos corazones resecos como la estepa, conduciéndolos a la conversión y a la verdadera alabanza de Dios, dándole gloria. Y esta alabanza aún resuena hoy en el mundo, en medio de la asamblea litúrgica, en cada persona que se abre a una verdadera conversión de vida. No leemos ni cantamos la poesía bíblica para regalarnos los oídos, sino para alabar la obra de Dios en la historia, que nos llama a la conversión y nos abre el corazón a la esperanza.

Montserrat —monjes, oblatas, cofrades, escolanes y peregrinos, tanto los que estáis aquí como los que, desde lejos, participáis de esta eucaristía—, estamos llamados a hacer visible la alegría y la esperanza que Dios nos da generosamente a través de este signo tangible de conversión que es la convivencia fraterna unida por el vínculo de la fe en Jesucristo. Es Él quien nos encomienda esta misión: ser colaboradores en la obra que Dios realiza en el mundo para que todos puedan abrir los ojos a la belleza y la verdad de la fe, comprender y acoger el mensaje gozoso del Evangelio, a fin de que, desde la base de la sociedad, se vayan venciendo los prejuicios y los enfrentamientos, y toda lengua, en armonía polifónica con las demás, alabe con gozo la obra de Dios. Este es el sueño de Cristo y de su Madre: «unir a todos sus hijos con corazón de hermanos».

Por eso, como hemos escuchado en la carta de san Santiago, debemos ejercitar con sabiduría las virtudes del buen labrador: el esfuerzo, la constancia, la paciencia y la confianza. La experiencia del pasado da a la fe la certeza de su cumplimiento, aunque ahora no veamos el fruto esperado. Ninguna cosecha surge por generación espontánea: es necesario que haya quien doble la espalda para arar, sembrar, podar y realizar tantas otras tareas necesarias para que finalmente el agua y el sol transformen en frutos sabrosos todo el trabajo que se ha realizado.

Para cada uno de nosotros, el retorno de Cristo está cada día más cerca; su venida, ciertamente, no se hará esperar una eternidad. Felices nosotros si no quedamos decepcionados ante lo que Jesús nos revela y nos manda; felices si encontramos cada día más en Él, como en nadie más, la fuerza para vivir con sentido y plenitud todos los momentos de la vida.

«El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.»

Nuestra tierra, aunque a menudo parezca reseca o desierta, puede estar de fiesta, porque la alegría viva de la celebración de la fe la hará reflorecer y cantar de gozo: el Señor está cerca; más aún: está entre nosotros, tal como lo expresa la imagen de la Virgen de Montserrat, para mantenernos unidos en el amor, a fin de que seamos en su Hijo Jesucristo signos tangibles de esperanza en medio del mundo.

Cristo, Hijo de Dios e Hijo de Santa María siempre Virgen, es el único Salvador: no debemos que esperar a otro.

Última actualització: 15 diciembre 2025