Scroll Top

Domingo I de Adviento (30 noviembre 2024)

Homilía del P. Bernat Juliol, monje de Montserrat (30 de noviembre de 2025)

Isaías 2:1-5 / Romanos 13:11-14a / Mateo 24:37-44

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

En 1975, el irreverente grupo de humoristas inglés Monty Python hizo una película titulada Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores. En este filme, parodiaban el famoso rey Artur y sus míticos caballeros. Al inicio de la acción, se ve una niebla espesa y comienza a oírse el sonido de un caballo que se aproxima noblemente. Todo tiende a hacer pensar al espectador que aparecerá un señor poderoso montado sobre un hermoso caballo. Sin embargo, la tensión dramática cae en picado cuando de la niebla sale un hombre pequeño y de pocas luces que va dando ridículos saltitos como si estuviera cabalgando. Y detrás de él, va un fiel escudero haciendo picar un coco reproduciendo el sonido del galope del caballo.

Hoy todos nosotros también estamos esperando la venida del gran Rey. Hoy, como los espectadores de la película de la que hablábamos, todos nosotros estamos contemplando la mística niebla desde la que vendrá el Señor a nuestro encuentro. Hoy, también nosotros oímos el sonido del galope de un caballo que todavía no podemos ver pero que sabemos que ya se acerca, que prácticamente ya está aquí. Hoy hemos empezado el Adviento. Pero, a diferencia de los espectadores de los Monty Python, podemos estar seguros de que quien viene a encontrarnos ya salvarnos no nos defraudará. La gloria de Dios está a punto de mostrarse en todo su esplendor con el nacimiento de Jesucristo en Belén.

Sin embargo, nuestros humoristas sabían perfectamente lo que hacían. Nos avisaban de los peligros de creer en los falsos profetas, en aquellos que bajo la apariencia de nobleza, no son sino histriónicos caballeros simulando que van a caballo y que con el sonido de unos cocos imitan al galope. Seguramente no nos costará demasiado poner rostro a estos falsos profetas, que en su locura no paran de incendiar el mundo con nuevas guerras, conflictos y estulticias. Pero aquí debemos poner también todas aquellas cosas que en vez de acercarnos al Señor que viene a nuestro encuentro, nos alejan. Por ejemplo, ¿podemos hacer el ejercicio de pensar qué es lo que nos ha ocupado más esta semana y preguntarnos, nos lo llevaremos esto o quedará detrás de nosotros el día que emprendamos el viaje definitivo hacia la casa del Padre? Cada uno debe dar su propia respuesta a esta pregunta.

Pero, a veces, parece que preferimos acoger en nuestra casa el bufón que nos desvía de la verdad que ese Dios que nos busca con insistencia. ¿No será que el encuentro con Dios nos da miedo? Porque cuando Dios viene a nuestro encuentro debemos elegir y elegir significa renunciar. Encontrarse con Dios implica aceptarlo o rechazarlo y conducir nuestra vida hacia la verdad del mensaje del Evangelio. Y, ¿estamos dispuestos a hacer esto? ¿Estamos dispuestos a renunciar a todo lo que no nos ayuda a avanzar por este camino? Habrá también un encuentro final con nuestro Dios, un encuentro que implicará necesariamente nuestra despedida de este mundo. Pero a pesar de que sabemos que será una despedida temporal, eso nos da miedo. Y aquí está el gran mensaje de Jesús que nos dice: «¡No tengáis miedo! ¡Yo estoy con vosotros!».

En este sentido, el Adviento debe ser para nosotros un tiempo de esperanza, de no tener miedo a la vida, de no tener miedo al futuro. La esperanza no debería ser algo más en la vida del cristiano debería ser toda esperanza: deberíamos vivir con esperanza, de pensar con esperanza, de risa con esperanza, de llorar con esperanza e incluso de desesperanzarnos con esperanza. Ésta es la actitud que no nos hace estar ligados a problemas mundanos sino que nos hace mirar hacia delante con valentía. Ésta es la actitud que le hace llamar a san Pablo: «Basta de dormir; ya es hora de levantarnos». Ya es hora de que los cristianos dejemos de tener miedo y empecemos a pensar en grande porque grande es nuestro Dios y mayor debemos construir su Reino.

A veces, sin embargo, el Adviento nos puede compungir un poco todo. La seriedad y austeridad litúrgicas. La dimensión escatológica de las lecturas, especialmente en la primera parte del Adviento. Pero hay una manera más profunda de entender el Adviento: a través de la sonrisa de aquel pequeño niño que nos espera al final, ese hijo de María nacido en un pesebre, que a pesar de la pobreza y el frío no deja nunca de sonreír. Seguramente, lo que más puede acercarnos al significado profundo y auténtico del encuentro con Dios, no es sino esta sencilla sonrisa del niño, hijo de Dios, hijo de María.

 

Última actualització: 1 diciembre 2025