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La Dedicación de la Basílica de Montserrat (3 febrero 2025)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (3 de febrero de 2025)

Isaías 56:1.6-7 / Hebreos 12:18-19.22-24 / Lucas 19:1-10

La solemnidad de la Dedicación de una Iglesia nos sorprende, queridas hermanas y hermanos, porque a pesar de ser una conmemoración que toma como razón de ser el templo físico, toma una realidad llamada a ser lugar comunitario de la celebración de los sacramentos, como es nuestra basílica, tiene al mismo tiempo un mensaje muy espiritual y muy personal. El evangelio ha sido su mejor demostración: la relación entre Jesucristo y Zaqueo es en primer lugar íntima, de tú a tú. El foco de la narración es personal. La llamada es a él. El diálogo es con él. La conversión es finalmente individual, la de Zaqueo. Y sólo a través de este cambio radical, se hace presente la salvación de Dios y su traducción en el reparto de sus bienes, en el retorno del dinero que había defraudado, lo que tiene un impacto comunitario.

Esta parábola nos muestra una primera vocación de todo templo cristiano: ser un lugar donde querer ver a Cristo, donde querer escuchar su voz. Un lugar en el que pueda nacer una conversión, pero siempre empezando por cada uno en particular.

La vida monástica ama profundamente la fiesta de la dedicación de la propia Iglesia porque es el lugar donde las monjas y los monjes intentamos también ver a Cristo, escuchar su voz y empezar, afianzar, sellar o recuperar nuestra vida, esto es nuestra conversión. La solemnidad de hoy nos puede enseñar que tampoco nosotros debemos olvidar que cuando hablamos de monasterios, de órdenes, de congregaciones, de estructuras monásticas colectivas, al final, lo fundamental son las personas y el proceso individual, siempre dentro de una fidelidad al Evangelio, válido para todos, y en la Regla de San Benito, para nosotros, que hemos abrazado la vida monástica. Evangelio y Regla son el marco, el camino y la fuente de toda inspiración.

Lo que en las iglesias monásticas queremos vivir nosotros, los monjes y las monjas, debería ser la propuesta a todos los que se acercan y entran en nuestros templos, hoy también de forma virtual en más de una de las comunidades que estamos aquí. Deberíamos procurar que se pudiera encontrar a Dios, ponerse en su camino. Nos ayuda el arte, la inspiración de quienes construyeron las paredes y las bóvedas bajo las que celebramos y oramos. Ellos pensaron que esta realidad estaba destinada al culto, a hacer más transparente y cercano el misterio.

Nuestro gran reto, el de todos los bautizados, es vivir la vida cristiana libremente, que aquella conversión que anhelamos sea como la de Zaqueo, que nazca del deseo de ver a Jesucristo, se alimente de nuestra voluntad y al final tenga alguna consecuencia en nuestra existencia y en la de la comunidad.

El salmo 146 que nosotros rezábamos ayer nos invitaba a algo tan sencillo y profundo como confesar que Dios es Dios, y nos decía:
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

Reconocemos a partir de aquí su protección y bendición sobre toda la tierra, hasta terminar diciendo:

No aprecia el vigor de los caballos,
no estima los jarretes del hombre:
el Señor aprecia a sus fieles,
que confían en su misericordia.

Qué propuesta tan actual y alternativa la del salmo: no fiarnos de nosotros ni de nuestra fuerza ni de nuestra ligereza, para confiar en Él, en su amor.

¿Será ésta la santidad que procede en la casa de Dios? Quisiera pensar que viviendo esto estamos encaminándonos y también indicando la dirección a tantos fieles que miran a los monasterios, que, a pesar de nuestras fragilidades, somos signo de esta presencia de Dios en medio de la gente, como quiere recordar la memoria de hoy, como nos explica el evangelio, como todavía insiste la carta a los hebreos, de una manera tan fuerte, al decirnos que lo que hemos visto y tocado son las realidades llenas de Dios:

Vosotros os habéis acercado a la montaña de Sión, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, a miríadas de ángeles, al encuentro festivo de los primeros inscritos como ciudadanos del cielo;

y finalmente

Os habéis acercado a Dios, juez de todos, a los espíritus de los justos que ya han llegado a la meta, a Jesús, el mediador de la nueva alianza,

Éste es el fundamento de nuestra conversión personal.

Pero no hay que olvidar el hecho comunitario tan presente hoy. Quizás porque el monasterio es una pequeña iglesia parecen realmente pensadas para nosotros aquellas frases de los himnos de la dedicación que hablan de cómo adaptarnos unos a otros. No nos quedemos sólo en nuestra conversión por muy esencial que sea. La ponemos en común.

Hacer comunidad también es un reto para los escolanes y para todos los que están aquí.

Pero no de cualquier modo sino encontrando nuestro sitio, nuestra colocación. Mejor aún, dejando que Dios nos ponga donde toca. En el himno de vísperas de esta solemnidad cantamos una frase muy bonita que dice en latín: “tunsionibus, pressuris, expoliti lapides, suis coaptantur locis, per manum artificis”.

“cortadas y limpias las piedras pulidas, se juntan en sus lugares, por obra del constructor”.

Con esta imagen el salmo nos enseña que nosotros somos las piedras cortadas y pulidas, que la mano del albañil coloca en su sitio. También vosotros escolanes aprendéis a estar en vuestro lugar, en el coro, en la Escolanía. Este aprendizaje puede seros muy útil para la vida y también para entender que, en la celebración de hoy, pedimos que todo el mundo sea consciente de su lugar en la Iglesia.

Debemos aprenderlo porque en el himno decíamos que era Dios quien nos ponía en nuestro lugar. Siempre podemos orar para dejarnos poner donde hace falta, que no siempre es fácil.

Dios nos prepara un lugar que tiene esa voluntad de estabilidad tan querida en la vida monástica: Termina la estrofa del himno que he citado:

disponuntur permansuri sacris aedificis:

Nos coloca para poder permanecer en el edificio santo.

No he hecho la suma, pero las monjas y monjes que estamos aquí representamos varios milenarios de estabilidades en nuestros sitios. Por eso al fin y al cabo siempre celebramos su fidelidad: en nuestra profesión, en cada uno de nuestros cumpleaños, en la misma dedicación de una Iglesia, nuestra mirada va a Dios, para reconocerle Señor y dejarle la libertad de hacer lo que Él quiera. Para creer en el fondo en este “per manum artificis” que conduce nuestras vidas y las de nuestras comunidades.

Continuemos nuestra celebración recordando a Jesucristo, la piedra angular de este edificio, esa respeto a la cual nos situamos todos nosotros y haciéndolo presente en los dones del pan y del vino, en la eucaristía que es en este templo recuerdo de su amor y su fidelidad, plenitud de su redención.

 

 

Última actualització: 5 febrero 2025