Homilía del P. Josep M Soler, Abad emérito de Montserrat (21 de julio de 2024)
Jeremias 23:1-6 / Efesios 2:13-18 / Marcos 6:30-34
Jesús se compadeció de la gente porque andaban como ovejas sin pastor. Lo decía, hermanos y hermanas, el evangelio que acabamos de escuchar. Las autoridades religiosas que debían hacer de pastores, no se han interesado por el bien de las ovejas sino por el bien propio, y en lugar de reunirlas y ofrecerles buenos pastos, las han dispersado, las han espantado –como decía el profeta Jeremías en la primera lectura- imponiéndoles unas prácticas que ni ellos mismos podían soportar (cf. Mt 23, 4) y las han alejado del camino de la salvación (cf. Mt 23, 13-14).
Las ovejas sin pastor se dispersan, cada una según su instinto buscando alimento y fuentes de agua. Dejadas solas, buscan y muy a menudo no encuentran nutrición ni agua donde beber. Mientras que el pastor sabe dónde están los buenos pastos y dónde pueden satisfacer la sed, y las lleva allí. Sin conocer los caminos y sin que nadie las guíe, se pueden fatigar excesivamente, pueden herirse o dañarse, el lobo las puede atacar.
Jesús se compadece de esta situación del pueblo, que compara a las ovejas sin pastor. Y con su palabra y sus obras se pondrá a hacer de buen pastor. Ésta es su misión. Enseñará el camino que lleva a vivir en plenitud, conducirá a encontrar el alimento humano y espiritual para satisfacer el hambre y la sed del corazón y de la inteligencia, dará fecundidad a la acción de las personas, buscará a las ovejas perdidas y descarriadas para ponérselas tiernamente sobre hombro, curará las heridas, se ocupará de las enfermas (cf. Ez 34, 15-16; Mt 18, 10-14). Evidentemente, hablar de ovejas es una manera imaginada de referirse a las personas que le siguen con interés porque nadie les ha hablado nunca como él (cf. Mc 1, 21). Y no piensa sólo en aquellas personas concretas que tiene en frente. Piensa en toda la humanidad. Y por eso asocia a los apóstoles a su obra, que como él tendrán que ser buenos pastores, habrán de vivir abnegadamente la donación a las personas y las exigencias de la obra evangelizadora. Pero, en su solicitud, les enseña que tendrán que encontrar también momentos de descanso y de nutrirse espiritualmente con la oración. Los apóstoles llevaron a cabo esta misión y confiaron su continuación a sus sucesores. Y así hasta el día de hoy.
Nuestro mundo es como un conjunto de ovejas sin pastor. Muchos analistas de nuestra sociedad occidental -y concretamente europea- remarcan el malestar, la confusión y el desconcierto de mucha gente que ve cómo disminuye su poder adquisitivo, que se encuentra ante la desinformación y la mentira que hacen imposible distinguir entre lo que es verdad y lo falso, que teme por su futuro ante lo que el Papa Francisco llama una tercera guerra mundial a pedazos que pone en cuestión la seguridad y el porvenir de sus hijos y nietos, hay gente que teme que una máquina movida por inteligencia artificial pueda decidir sobre la vida y la muerte de las personas. Los analistas remarcan el declive de la demografía, de la familia; el predominio del nihilismo en la vida social y la merma creciente de la religión. Alguien ha hablado de la autodestrucción de la cultura occidental. Una cultura, con la que Europa se identificaba, fundamentada en la fe en Dios y en el Evangelio de Jesucristo, en la libertad, en la igualdad, en la democracia y en la justicia (cf. G. Agamben, “El ocaso de occidente”: ABC 30.6.24, p.3) Nos encontramos en un momento ideológico, social y político de muchos cambios e indecisiones. No sabemos exactamente hacia dónde va todo. Y hay falsos pastores que desean imponer sus modelos por cuestiones ideológicas o económicas.
En este panorama que, como decía, nos hace parecidos a ovejas sin pastor, Jesucristo, con su palabra y su vida, quiere ayudarnos. Se compadece del desconcierto, del sufrimiento, de la falta de sentido que generan en tanta gente estas situaciones. Jesucristo nos enseña a juzgar y a separar lo verdadero de lo falso, lo que da vida de lo incapaz de darla. Porque la existencia humana no es algo líquido, sin valores firmes, que puede cambiar según la demanda del instante y del instinto. Construir la vida sobre el Evangelio es construirla sobre la roca firme, sobre unos principios estables (cf. Mt 7, 24-27). Jesucristo, y sólo, él tiene palabras que dan vida eterna (cf. Jn 6, 68) y sentido coherente a la existencia. Él, y sólo él, es el camino, la verdad y la vida (cfr. Jn, 14, 6)). Él, y sólo él, tiene las llaves del reino de la muerte para liberarnos de él (cf. Ap, 1, 18). Él, y sólo él, puede ofrecernos la felicidad eterna y plena en el reino de Dios (cf. Mt 22, 8; 25, 35).
La Iglesia, cada cristiano, debemos tener dentro del corazón, como Jesús, la compasión por la multitud, por nuestros contemporáneos. Y, además, por el bautismo y la confirmación, somos continuadores del pequeño grupo de los doce y llamados, por tanto, a transformar el mundo en el que vivimos, a darle sentido, a ayudar a nuestros contemporáneos a descubrir a Jesucristo y su Evangelio. Y desde ahí hacer obra de promoción social en favor de la justicia y de la paz. Para ello necesitamos encontrar momentos de oración y de reposo contemplativo, como los apóstoles, junto a Jesucristo presente en su Iglesia. La Eucaristía nos da luz y fuerzas para tener hacia los demás un amor servicial y lleno de compasión similar al de Jesucristo.
Última actualització: 23 julio 2024