Domingo XVI del tiempo ordinario i 800 años de la Cofradía (23 de julio de 2023)

Homilía del P. Joan M Mayol, monje de Montserrat (23 de julio de 2023)

Sabiduría 12:13.16-19 / Romanos 8:26-273 / Mateo 13:24-43

 

Las lecturas de este domingo nos hablan de la paciencia de Dios, son un himno al amor que el Señor tiene a todos los hombres y que se manifiesta en la historia de cada persona bajo la forma de paciencia y bondad.

La parábola del trigo y de la cizaña sitúa el drama de la historia humana, que se debate entre el bien y el mal, bajo la mirada de Dios, que concede a todo el mundo el tiempo de la vida presente como un espacio de crecimiento, y por tanto de conversión, a fin de que nadie se quede fuera del gozo de la vida eterna.

El Señor dice que son ciudadanos del Reino son todos aquellos que obren el bien; en este abanico caben todos los colores del mundo. Y afirma sin tapujos que son del maligno, todos los corruptos y quienes obran el mal.

Jesús precisamente ha venido, trayéndonos el evangelio, para levantarnos del cautiverio del mal que tan a menudo nos tienta y domina. El evangelio de Dios tiene el poder de arrancarnos de esa esclavitud, pero no es magia. Jesús nos ha abierto un camino. Con la parábola de la levadura y con la del grano de mostaza nos alienta, desde el realismo de la pequeñez humana, a confiar en la fuerza del bien que hay en nosotros y que lleva ya en sí mismo la huella de Dios.

Trigo y cizaña siempre convivirán en este campo que simboliza la vida presente. El peligro está en que el trigo se vuelva tóxico como la cizaña, pero la esperanza es que la cizaña se convierta en grano saludable. Por eso es importante que a la virtud del bien le acompañe la firmeza de la paciencia. ¿Qué hubiera sido de san Pablo sin la paciencia de Dios? ¿Aquel joven vividor y aventurero de Asís, ¿habría llegado a ser el san Francisco que hemos conocido, sin la paciencia de Dios? ¿A dónde hubiera llegado el despropósito de la vida de Ignacio de Loyola sin aquella providencial vigilia de oración a los pies de nuestra Virgen Morena? ¡Aquella noche fue para él un nuevo comienzo! Dios es paciente. Dios es paciente porque es justo. Conoce como nadie la fragilidad del corazón del hombre, porque lo ha creado, y sabe que, si quiere ser justo con él, debe ser paciente.

Viendo el drama del mundo y la tragedia que supone para tantos la injusticia humana, la justicia de Dios en el final del tiempo, que nos decía el evangelio, puede parecernos injusta, y lo sería si no fuera que Jesús no habla del fin del tiempo como un fin de todo, sino como el gran comienzo de un mundo nuevo que no tendrá fin. De nuevo, las parábolas apuntan al gran valor eterno que tiene la vida humana. Quizás no tenemos suficiente conciencia del valor trascendente de la vida, y eso nos haga miopes y no nos deje vislumbrar la realidad del mundo futuro que empieza ya ahora.

Dios quiere la salvación de todos. ¿Cómo no va a quererla, si por todos ha dado su vida en Jesucristo? Su infinito amor vence su justa indignación por los pecados de escándalo, de injusticia y de tantas barbaridades como vemos que se cometen y que siempre pesan sobre los más pobres. Dios odia estas acciones, ama preferencialmente a las personas que sufren, pero no deja de amar también a las personas que obran el mal y las llama a la conversión. Dios no juzga y podría hacerlo perfectamente; nosotros condenamos sin saber todo lo que hay detrás, y lo que deberíamos hacer es estar más atentos al propio comportamiento para que no sea que, creyéndonos trigo fuéramos cizaña, y que así, creyéndonos nosotros buenos sin serlo, los corruptos y los malvados se convirtieran, hicieran el bien y nos pasaran delante en el Reino del Cielo.

El salmo responsorial de hoy tiene toda la razón: El Señor es bueno y clemente; y lo es con todo el mundo. Nuestra justicia llega a dónde llega. Nosotros somos muy celosos de nuestra libertad, pero Dios lo es también de la suya. Y es paciente, no porque no pueda hacer nada más, sino porque es justo, y es justo porque es inteligente; el amor no es obtuso; cuando lo es, no es amor, es otra cosa.

La paciencia de Dios, en este santuario de Montserrat, se ha valido siempre de la mediación de la Virgen, y en esta «cámara angélica» así era llamada por los antiguos la primitiva iglesia, sigue suscitando las conversiones y gracias de las que son testigo los numerosos exvotos y velas ofrecidos por los peregrinos. El monasterio, y con él la Cofradía de la Virgen, siguen uniendo sentimiento de país, devoción y piedad popular, y sentido renovador de Iglesia, esforzándose por hacer del evangelio de Jesús una realidad de vida.

Trigo y cizaña podrán estar sembrados en el mismo campo, pero el pequeño grano de mostaza que fue en su día nuestro monasterio, que pronto cumplirá 1.000 años, sigue siendo cobijo de todos los que buscan un receso para el espíritu. Y a levadura que nuestra “Moreneta” ha escondido con amor en el corazón de los catalanes y de todos los peregrinos seguirá haciendo su curso, esperando que, por la misericordia de Dios, en el tiempo presente dé frutos tempranos de conversión y de vida, y al tiempo de la cosecha pueda ofrecer a Dios un fruto maduro muy generoso.

Abadia de MontserratDomingo XVI del tiempo ordinario i 800 años de la Cofradía (23 de julio de 2023)

Domingo XVI del tiempo ordinario (17 de julio de 2022)

Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat (17 de julio de 2022)

Génesis 18:1-10a / Colosenses 1:24-28 / Lucas 10:38-42

 

Estimados hermanos y hermanas,

Tiempos convulsos son los nuestros. Nuestra humanidad está triste, en nuestro país hay desbarajuste. Nos encontramos con un mundo que presenta signos de cansancio más que de impulso; de vacilación más que de entusiasmo; abrumado por una ráfaga de recuperación resentida, más que atraído por una promesa alentadora.

Salíamos de una pandemia y nos encontramos con una guerra que empezamos a olvidar. Y la violencia contra los inmigrantes, atrapados entre la miseria y la muerte, deja un rastro de sangre, como acaba de suceder en la frontera de Melilla. Muchos piensan que estamos perdiendo el alma y que por el mundo se extiende una mancha de deshumanización que llega a hacernos extraños a nosotros mismos. ¿Cómo será posible mantener la alegría en los días turbulentos de la historia de la humanidad? ¿Cómo nos será posible cansados soportar el desgaste de los tiempos sin perder la esperanza? ¿Qué caminos hay que seguir para andar juntos, decidir juntos, vivir en comunión con personas, historias, culturas tan distintas?

Mientras meditamos esta situación, nos llega el reto: “Marta, Marta, estás preocupada y nerviosa por muchas cosas…”. Reconocemos respetuosa la voz del Señor, pero nos dan ganas de decir con el salmista: “¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes? Desvela, no nos rechaces para siempre. ¿Por qué nos escondes la mirada y olvidas el dolor que nos oprime?… ¡Levántate, ven a ayudarnos! ¡Libéranos por el amor que nos tienes!” (Sal 44, 24-27).

Como cuando los apóstoles veían que se hundía la barca, el salmo nos viene al pensamiento; pero el oído oye el eco: “Marta, Marta, estás preocupada y nerviosa por muchas cosas…”. Y san Bernardo nos avisa de que “demasiadas ocupaciones, una vida frenética, a menudo acaban por endurecer el corazón y hace sufrir el espíritu” (De consideratione II,3).

¿Cómo saldremos del callejón sin salida? La liturgia de hoy, con el bello pasaje de la hospitalidad que Abraham ofrece y el salmo que nos hablaba de vivir en la casa de Dios, en la montaña sagrada, parece que haga hincapié en la hospitalidad, y que, por tanto, Dios bendice la caridad de la actividad diaria. En una palabra, la liturgia toma partido por Marta, no por María. Pero en realidad la enseñanza de Jesús que “María [de Betania] ha escogido la parte mejor” nos viene a decir sintéticamente algo: que no debemos condenar la actividad a favor de los demás, sino que debemos subrayar que debe estar penetrada interiormente también por el espíritu de la contemplación. No debemos perdernos en el activismo puro, sino que siempre debemos dejarnos penetrar en nuestra actividad por la luz de la Palabra de Dios.

En consonancia con esta Palabra divina podremos entender aquella afirmación central de la predicación de Jesús: “Buscad el Reino de Dios, y esto [es decir, las cosas necesarias] se os dará por añadidura” (Lc 12,31). El Reino de Dios significa que Dios está presente y actúa. Y esta fe que lo ha de empapar todo, tal y como llenaba la vida entera de Jesús, nos hará comprender todos los contrastes del Evangelio: tanto los que encontramos en las parábolas, como los de las explicaciones con las que él acompañaba sus gestos.

Visto así, el contraste entre la inquietud de Marta, que también es la nuestra, y la serenidad de María, que también debe ser la nuestra, nos hace comprender el mensaje de Jesús. Los deberes que la Iglesia nos asigna hoy en el primer cuaderno de este verano tan caluroso es éste: fijarnos en los ejemplos que a nuestro alrededor podemos encontrar de personas llenas de generosidad porque han hecho caso a la Palabra de Dios.

Tiempos convulsos, los nuestros. Pero cuanto más oscuro es el horizonte, más destaca la estrella que da luz a nuestros pasos y nos ilumina el camino.

Abadia de MontserratDomingo XVI del tiempo ordinario (17 de julio de 2022)

Domingo XVI del tiempo ordinario (18 de julio de 2021)

Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (18 de julio de 2021)

Jeremías 23:1-6  /  Efesios 2:13-18 / Marcos 6:30-34

 

Estimados hermanos.

Las lecturas de este domingo nos recuerdan que Dios es el Pastor de la humanidad. Esto significa que Dios quiere para nosotros la vida, que quiere guiarnos a buenos prados, donde podamos alimentarnos y descansar; no quiere que nos perdamos y que muramos, sino que lleguemos a la meta de nuestro camino, que es la plenitud de la vida en el seno del Padre. Es lo que desea cada padre y cada madre para sus propios hijos: el bien, la felicidad, la realización.

En el evangelio de hoy hemos visto que los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El descanso de las tareas apostólicas consiste en estar con el Señor, disfrutando de su intimidad. Sin embargo, la caridad del Buen Pastor es la norma decisiva de las acciones de Jesús; ante la presencia de una multitud que eran «como ovejas sin pastor» Jesús se compadece e interrumpe el descanso antes incluso de comenzarlo. Frente a los malos pastores que dispersan las ovejas porque buscan su propio interés, los discípulos de Jesús deben compartir la misma compasión y la misma solicitud del Maestro por la gente con necesidad de escucharlo.

Seguramente somos bastantes los que experimentamos una gran confusión sobre las opciones fundamentales de nuestra vida y los interrogantes sobre qué es el mundo, de donde viene, a dónde vamos, qué tenemos que hacer para realizar el bien, como hemos de vivir. En cuanto a todo esto hay muchas filosofías opuestas, que nacen y desaparecen, creando confusión sobre las decisiones fundamentales, sobre cómo vivir; parece que cada vez tenemos menos claro para qué hemos venido a la vida y adónde vamos.

En esta situación se realiza la palabra del Señor, que tuvo compasión de la multitud porque eran como ovejas sin pastor. Jesús hizo esta constatación cuando vio la multitud que le seguía en despoblado porque, entre las diversas corrientes de pensamiento de aquel tiempo, ya no sabían cuál era el verdadero sentido de la Escritura; en la confusión, ya no sabían qué decía Dios.

El Salmo 22 que hemos cantado, puede dar luz a nuestra vida. Expresa con una fuerza poco común la sensación de paz y gozo de quien se sabe guiado por el Señor. El salmista hace alusión a los peligros, pero no como amenazas que están al acecho, sino como quien se siente libre de peligro en la presencia protectora de Dios.

También nosotros podemos dejarnos empapar por los sentimientos que este salmo 22 manifiesta. Ante todo, la seguridad – «no tengo miedo» – al saberse guiado por el Señor incluso en los momentos y situaciones en que no se ve la salida -las «cañadas oscuras». Junto a la seguridad, la confianza de quien se sabe defendido con mano firme y con acierto, de quien se sabe cuidado con ternura en toda ocasión y circunstancia. Finalmente, la plenitud – «nada me falta» -, que se traduce en paz y gozo sosegados. Pero todo esto brota de la certeza de que el Señor está presente – «Tú vas conmigo» – y nos cuida directamente. El que pierde esa conciencia de la presencia protectora del Señor suele caer en todo tipo de temores y angustias.

El Buen Pastor es Jesucristo. Él reúne sus ovejas, las alimenta, las protege de todo mal; más aún, conoce y ama a cada una y da su vida por ellas. En el evangelio lo hemos visto sintiendo lástima por la multitud que eran como ovejas sin pastor. También a la Virgen Mría le duele que, teniendo un pastor como Jesucristo, haya tanta gente que se siente perdida y abandonada porque no lo conocen bien.

 

Abadia de MontserratDomingo XVI del tiempo ordinario (18 de julio de 2021)

Domingo de la XVI semana de durante el año (19 julio 2020)

Homilía del P. Efrem de Montellà, monje de Montserrat (19 de julio 2020)

Sabiduría 12:13.16-19 – Romanos 8:26-27 – Mateo 13:24-43

 

Una de las grandes preguntas de la humanidad es el porqué de la existencia del mal. Si Dios es un Padre todopoderoso, que ha creado cosas tan buenas… ¿Cómo es que existe el mal? ¿No podría haber creado un mundo tan perfecto en donde ya no existiera el mal? Y sin embargo, es evidente que en nuestro mundo conviven el bien y el mal, el trigo y la cizaña crecen juntos. Efectivamente, Dios podría haber hecho un mundo completamente acabado y perfecto. Y lo ha hecho. Pero aún no es éste. El mundo en que vivimos no está acabado del todo. Y no lo estará hasta la bienaventuranza eterna, hasta nuestro destino final, que Dios «Enjugará las lágrimas de [nuestros] ojos, y no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (Cf. Ap 21). Si en el mundo conviven el bien y el mal, pues, es porque muchas veces nos equivocamos. Y, de hecho, no conviven sólo en el mundo: en realidad, el bien y el mal pueden convivir en el interior de cada uno de nosotros. Por eso el sembrador no tiene prisa en cortar la cizaña: porque sabe que -a diferencia de las plantas, las personas pueden cambiar de cizaña en trigo, y de trigo en cizaña. Y a menudo, muchas veces, a lo largo de la vida.

Este tiempo que el sembrador nos da de margen antes de la siega, es la Eucaristía. Es aquí donde el buen Jesús nos va hablando al corazón de cada uno domingo tras domingo, con paciencia, para que su palabra vaya penetrando en nuestro corazón y lo transforme en buen trigo. Escuchándolo y dialogando con él, tenemos la oportunidad de volver nuestro corazón hacia el Señor, dejar de lado el mal, y dedicar todos nuestros esfuerzos a hacer el bien, como él nos enseña de tantas maneras en el evangelio. Basta con un pequeño gesto, como ocurre con el grano de mostaza, que es «la más pequeña de todas las semillas, pero, a medida que crece, se hace más grande que todas las hortalizas y llega a ser como un árbol». Y tampoco pasa nada si lo que hacemos pasa desapercibido a los ojos de la mayoría: también la levadura escondida que «una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente», acaba haciendo un efecto extraordinario. Lo más importante es que estemos abiertos a dejarnos transformar por su palabra. Como él que transformó el dolor de la muerte en cruz, en el bien de la resurrección a la vida eterna. Y como él transforma el trigo, en el pan de la palabra que nos da fuerzas para hacer el camino.

Las necesitamos, las fuerzas. Porque en el camino tenemos que luchar contra el mal, y si no vigilamos puede que caigamos alguna vez. Pero eso es un trabajo largo que necesita constancia y esfuerzo. Y del evangelio de hoy se desprenden dos enseñanzas que nos pueden ayudar. En primer lugar, que no debemos juzgar a los demás: en la parábola del trigo y la cizaña queda claro que el juicio corresponde sólo a Dios, y al final de los tiempos. Estamos haciendo camino, y por eso todos podemos tener momentos buenos y malos. Y afortunadamente, como decía el Salmo, el Señor es « bueno y clemente, rico en misericordia […] lento a la cólera, rico en piedad y leal». Y nos llena de esperanza ver que da «la ocasión de arrepentirse de los pecados», como decía la primera lectura. Aprovechemos esto. La segunda enseñanza que podemos sacar del evangelio, es que Dios cuenta con nuestra implicación: justamente por eso nos ha hecho a su imagen y semejanza y nos ha dado la libertad; aunque con el riesgo de que, ejerciéndola, podamos caer en el pecado. Por eso, cuando pasamos por momentos difíciles como este tiempo de pandemia que estamos viviendo, más que quedarnos con las preguntas que nos hacíamos al principio tal vez haríamos mejor preguntarnos: «Y ante esta realidad, yo, ¿qué puedo hacer?». Dios cuenta con el esfuerzo de cada uno de nosotros. Y de este esfuerzo personal de cada uno depende de que caminemos en la buena dirección.

Abadia de MontserratDomingo de la XVI semana de durante el año (19 julio 2020)