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Domingo V del tiempo ordinario (4 febrero 2024)

Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat (4 de febrero de 2024)

Job 7:1-4.6-7 / 1 Corintios 9:16-19.22-23 / Marcos 1:29-39

 

Estimados hermanos y hermanas,

El fragmento evangélico que nos ha proclamado el diácono tiene, entre otros, dos temas de fondo. Por un lado, el tema del mal y del sufrimiento que provoca la enfermedad, y por otro lado nos presenta el esquema de cómo serían las jornadas de Jesús, subrayando no tanto las actividades que llevaba a cabo, sino fijándose en el contenido y el significado de sus acciones y de su vivir.

En lo que se refiere al primer tema, nos damos cuenta de que una de las experiencias más desconcertantes de la vida humana es la del sufrimiento que a menudo se expresa a través de la enfermedad. El misterio del dolor que provoca parece que eche por tierra cualquier sentido que se le quiera dar a la existencia y más bien lo que pone de manifiesto es un vacío que rasga el alma y a veces la vida misma. Ésta es la experiencia que hizo Job y que expresaba a sus amigos diciéndoles: “Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha”. Desgraciadamente son muchos los que podrían o podríamos identificarnos con estas palabras ya que son tantos los que viven situaciones similares.

Si en el siglo XXI un dolor de muelas nos puede dejar muy tocados, es fácil imaginar las situaciones que debían vivir quienes estaban enfermos en tiempos de Jesús donde el conocimiento sobre las patologías era muy limitado al igual que los posibles remedios o medicamentos para curarlas. Sólo hace falta recordar el relato que nos reporta el mismo evangelista san Marcos (4, 25-30) de aquella mujer que tenía pérdidas de sangre desde hacía doce años y que “había sufrido mucho en manos de médicos, y se allí había gastado todo lo que tenía, pero no había obtenido mejora alguna, sino que iba de mal en peor”.

Leyendo y releyendo los textos proclamados me doy cuenta de que nos aportan una luz que nos permite situar el verdadero centro de la cuestión. Un monje de nuestra comunidad, fallecido hace ya unos años, decía que el mal y el sufrimiento no existen, sino que lo que existen son hombres y mujeres, pequeños o mayores, que sufren. Es por tanto el hombre y la mujer enfermos que son objeto de la curación por parte de Jesús que entiende su vida como una misión al servicio de la vida, de la salud, de la esperanza, del bien de toda persona.

Lo que acabo de decir lo encontramos expresado en la ida de Jesús en la casa de Simón donde se encontró con la suegra de Pedro que estaba en la cama. No sé si os habéis fijado, imagino que sí, en un detalle que podría pasarnos desapercibido: la cogió de la mano y la levantó; se le pasó la fiebre y se puso a servirles, es decir, la mano de Jesús la hizo apta de nuevo para el servicio.

Los evangelistas remarcan de manera particular los gestos que Jesús tenía hacia los enfermos y los necesitados, es decir, hacia quienes sufrían. En varias ocasiones la mano se convierte en la protagonista bien tocando, imponiendo las manos, bendiciendo.

Por eso, los cristianos podemos decir sin lugar a dudas que Jesús es la mano que Dios alarga a toda persona necesitada de fuerza, de apoyo, de compañía, de consuelo, de protección, … Nosotros, por nuestra parte, debemos preguntamos ¿qué hacemos de nuestras manos? ¿cómo las utilizamos? ¿a quién ayudamos? ¿Expresan la proximidad de Dios por quienes padecen cualquier tipo de enfermedad?

El segundo tema que nos ofrece el evangelio de este domingo nos explica lo que hoy llamaríamos la “jornada tipo” de la vida y de la actividad de Jesús. Con tres cuadros muy breves y muy rápidos llenos de dinamismo por los verbos que los construyen, san Marcos, dibuja los rasgos del rostro de Jesús, es decir, un hombre que cura, que reza y anuncia. Durante toda la jornada hasta la puesta del sol Jesús es un donador de vida convirtiéndose así en memoria de Dios para los hombres y mujeres de su tiempo y también del nuestro, evidentemente. Durante la noche y el amanecer Jesús es el hombre de la búsqueda de Dios y es la memoria de los hombres para Dios.

En el texto de hoy encontramos todavía toda una serie de verbos que confieren al relato un dinamismo: saliendo, se fue, dio, la levantó, curó… Todo ese dinamismo que marcaba su día a día donde era buscado por una multitud de gente que buscaba curación tiene su momento álgido cuando por la mañana, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, se fue a un lugar solitario y se quedó orando. La oración es el mayor milagro del Hijo de Dios, que en la soledad de la noche o del amanecer dialoga con el Padre del cielo, se encuentra a sí mismo y encuentra la acogida en el corazón del Padre, como Hijo eterno amado desde siempre. Si Jesús actúa así significa que estos momentos de intimidad con Dios son fundamentales e irrenunciables en la vida de sus seguidores. Sólo la oración hace que haya equilibrio incluso en medio del sufrimiento, ya que la oración es el espacio donde se convierte en el milagro cotidiano de sabernos queridos por Dios, porque somos mucho más importantes que todas nuestras llagas y enfermedades.

Simón y sus compañeros viendo que no estaba en casa, salieron a buscarlo y para su sorpresa Jesús les dice: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido”. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios”, es decir, de la oración ha sacado la fuerza para ir siempre más allá hacia los lugares que necesitan manos que ayuden a levantarse. Por eso Jesús hoy sigue yendo a otros lugares, también donde estamos cada uno de nosotros y si estamos atentos nos daremos cuenta de que su Palabra, como la que hoy hemos escuchado, es la mano que necesitamos para continuar el camino. Que así sea.

Última actualització: 5 febrero 2024