Homilía del P. Bernat Juliol, prior de Montserrat (27 de noviembre de 2022)
Isaías 2:1-5 / Romanos 13:11-14a / Mateo 24:37-44
Queridos hermanos y hermanas en la fe:
San Atanasio de Alejandría, un gran padre de la Iglesia del siglo IV, nos habla de Cristo como de «la Palabra que viene del silencio». Así pues, si queremos ponernos a la espera del Señor, debemos hacerlo desde el silencio. Ésta es la primera invitación que la Iglesia nos hace hoy domingo, en la que empezamos el Adviento e iniciamos nuestra preparación para contemplar el gran misterio de la Encarnación del Verbo. El silencio. Pero, ¿qué es el silencio? ¿Cómo debemos entenderlo?
Para profundizar algo más, podemos ver que los grandes momentos de la historia de la salvación ocurren en silencio. Había aquel silencio de antes de la creación, cuando las tinieblas cubrían la superficie del océano y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. En el momento del nacimiento de Cristo, cuando un silencio tranquilo envolvía el universo y la noche estaba en medio de su carrera. El silencio en el Gólgota en el momento de la muerte de Jesús, cuando se extendió una gran oscuridad. Y el gran silencio del sepulcro vacío en el que fue depositado el cuerpo de Jesús después de ser crucificado.
Es un silencio, pues, que no está vacío, sino que es fértil y fecundo. Es el silencio que prepara la obra de Dios, que envuelve la actuación de Dios en el mundo. También es el silencio de nuestro tiempo. Podríamos pensar que Dios no nos habla, que el Señor no está. ¿Cuántas veces quisiéramos oír más claramente la voz de Dios? ¿Cuántas veces creemos que nuestra oración queda sin respuesta? ¿Cuántas veces pensamos que el Señor ya no está con nosotros? Pero nada más lejos de la realidad: el silencio de Dios muestra su presencia y nos prepara para una nueva creación, una nueva vida en la que ya no habrá más sufrimiento, ni llantos, ni lágrimas.
El silencio de Dios, en el que debemos entrar para esperar su venida no es pasividad o inacción. Las lecturas de hoy nos previenen de ese peligro. La carta a los Romanos nos dice de forma clara: «ya es hora de despertaros del sueño». No se refiere aquí al sueño del cansancio, sino que nos advierte de no dormirnos en la vida, porque mientras dormimos, la vida pasa, se filtra y se nos escapa de las manos. Es lo mismo que significa el evangelio de san Lucas que se nos ha proclamado: «cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos». No se habían dado cuenta de nada. ¿Es así como queremos pasar la vida? ¿Queremos llegar al final de nuestros días y darnos cuenta de que no nos habíamos dado cuenta de nada?
Nuestro mundo contemporáneo no nos ayuda demasiado a adentrarnos en ese silencio de Dios. Vivimos a gran velocidad y el tiempo de pensar y orar se desvanece como el humo. Pasamos horas y horas enganchados a los distintos tipos de pantallas que la sociedad tecnificada nos ofrece y cuando levantamos la vista vemos que el mundo ya ha cambiado. Víktor Frankl, psiquiatra vienés superviviente de Auschwitz, decía con ironía hablando del mundo moderno: «No tienen ni idea de adónde van, pero mira cómo corren». No se trata de renunciar a nuestra época, ésta es tan buena o mala como lo han sido todas las demás. Se trata de no dormirnos, levantarnos, darnos cuenta de lo que nos pasa por delante.
El silencio de Dios tampoco es una simple ausencia de palabras. El silencio de Dios nos trae, precisamente, aquél que es la Palabra, Cristo. El Adviento debe ser el tiempo propicio para velar a la espera de esta Palabra, para prepararnos para la venida del Señor que se ha hecho uno como nosotros. Dios-es-con-nosotros, éste es el gran título cristológico de la Navidad. Empezamos ahora a vislumbrar que no estamos solos, que Dios ha querido hacerse hombre para solidarizarse con nosotros y caminar a nuestro lado. Es la gran esperanza con la que debemos vivir el Adviento: el Señor viene a nuestro encuentro, el Señor viene a buscarnos. Y no debemos tener miedo. No suframos si somos la oveja que se ha perdido: por más lejos que esté, será ésta la primera que rescatará.
Cristo es la Palabra que viene del silencio. Todos nosotros también venimos del silencio y vamos hacia el silencio. El silencio de lo que venimos nos es desconocido, pero no será igual que el silencio hacia el que peregrinamos. Gracias a Cristo, caminamos hacia el gran misterio de la vida, de la felicidad, de la alegría. Nos dirigimos hacia la eterna presencia del Dios que es amor. Nuestra patria es aquella en la que el silencio se convierte en un canto radiante de alegría perenne.
«Ya es hora de despertaros del sueño». Despertémonos y levantémonos ya, abramos bien los ojos para ver a Cristo que pasa por nuestra vida. Adentrémonos en el misterio del Adviento y empezamos a pregustar ya la vida que nos da aquel que es la Palabra y el Amor eterno. ¡Santo Adviento a todos!
Última actualització: 29 noviembre 2022