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Domingo I de Cuaresma (6 de marzo de 2022)

Homilía del P. Bernat Juliol, Prior de Montserrat (6 de marzo de 2022)

Deuteronomio 26:4-10 / Romanos 10:8-13 / Lucas 4:1-13

 

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

La semana pasada, con la celebración del Miércoles de Ceniza, iniciamos una nueva Cuaresma. Un período de cuarenta días en que Dios nos llama a la conversión y con el que nos preparamos para la celebración de la Pascua de la Resurrección de Cristo. La Cuaresma es imagen tanto de los cuarenta años de travesía del desierto por parte del pueblo judío, como de los cuarenta días en los que Jesús estuvo en el desierto y fue tentado por el diablo.

La primera lectura, correspondiente al libro del Deuteronomio, nos evoca la fuga de Egipto por parte de los israelitas. El pueblo de Israel vivía oprimido y esclavizado hasta que un hombre, Moisés, fue capaz de liberarlo, de cruzar el Mar Rojo y de conducirlo durante cuarenta años por el desierto camino de la Tierra prometida que mana leche y miel. Allí en el desierto, el pueblo tuvo que sufrir pruebas y tribulaciones, pero la ayuda de Dios nunca les faltó.

La lectura del evangelio según san Lucas que nos ha sido proclamada, nos evoca la segunda prefiguración de la Cuaresma: las tentaciones de Jesús en el desierto después de su bautismo. Allí, en el desierto, Jesús fue tentado por el diablo durante cuarenta días. Sin embargo, Jesús resultó triunfante de las maquinaciones del enemigo y, tras superar las dificultades, fue servido por los ángeles.

De acuerdo con lo dicho hasta ahora, podemos decir que la Cuaresma queda configurada por cuatro elementos: el desierto, la prueba, la conversión y el triunfo.

El desierto. Tanto los israelitas al salir de Egipto, como Jesús después del bautismo del Jordán, se van al desierto. El desierto puede evocarnos una cierta desesperación, pero la verdad es que se convierte en el lugar propicio para la reflexión. En el desierto no podemos llevarnos cosas superfluas, sólo lo estrictamente necesario. Si no lo hacemos así, el peso de la mochila nos va a impedir avanzar. Es por eso que la Cuaresma debe servirnos para revisar los fundamentos de nuestra vida, aquello sin lo cual nuestra existencia no tiene sentido.

La prueba. En el desierto se encuentran las pruebas. Los israelitas tuvieron que poner a prueba, una y otra vez, su confianza en el Señor. ¿Por qué –se preguntaban– el Señor les había conducido a los sufrimientos del desierto? ¿Era ésta la libertad prometida? Igualmente, Jesús, el Hijo de Dios, se vio tentado por el diablo. Nuestra vida, y nuestra vida como cristianos, no siempre es fácil. Las dificultades de todo tipo están a la orden del día. Desde hace dos semanas estamos presenciando en Ucrania una guerra fratricida y totalmente injusta, que también puede hacernos preguntar: ¿por qué Dios permite todo esto? En medio del desierto no oímos la voz Dios.

La conversión. Pero a pesar de todo, Dios está; Dios nunca nos abandona. Pero debemos convertirnos y perseverar. Quien persevere hasta el fin se salvará, nos dice el Señor. Aquí está uno de los puntos centrales de la Cuaresma: la conversión. Nunca oiremos la voz de Dios si no somos capaces de mirar hacia donde está él. Dios pasa por nuestras vidas, no podemos tener ninguna duda. El problema no es que ocurra o no pase, sino que el problema es si somos capaces de reconocerlo cuando ocurre. Debemos convertirnos para saber mirar al mundo no sólo con la mirada natural sino con los ojos de la fe.

El triunfo. La experiencia del desierto del pueblo judío termina con la llegada a la Tierra prometida, esa tierra que Dios había prometido a Abraham y que sería donde el pueblo se haría más numeroso que los granos de arena del mar o que las estrellas del cielo. Por otra parte, las tentaciones de Jesús en el desierto también terminan con el triunfo del Señor. Después de que Jesús no cayó en ninguna de las trampas, el diablo agotó las diversas tentaciones y se alejó del Señor.

El camino que Jesús nos propone es un camino que nos lleva hacia la cruz, sí, pero no se detiene aquí, sino que llega hasta la victoria final de la resurrección. El desierto, las pruebas y la conversión no son instrumentos espirituales que nos conducen a la cruz, sino que la traspasan. Nuestro camino como cristianos no nos lleva a la oscuridad sino a la luz. La última palabra nunca la tienen la oscuridad, la muerte o la cruz, sino que siempre la tienen y la tendrán la luz, la vida y la resurrección.

Hermanos y hermanas, el libro del Deuteronomio nos hablaba de una cesta con las primicias de los frutos de la tierra. La Eucaristía que estamos celebrando es esta cesta de los frutos de vida eterna que estamos buscando. Que el pan y el vino nos sean alimento en este camino cuaresmal.

 

Última actualització: 7 marzo 2022