Scroll Top

Domingo V de Cuaresma (21 de marzo de 2021)

Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat (21 de marzo de 2021)

Jeremías 31:31-34 / Hebreos 5:7-9 / Juan 12:20-33

 

Hermanos,

Todos tenemos algún amigo o familiar que considera a Dios como algo superfluo o extraño y, si acaso existe, muchos creen que no les va a ayudar en su día a día, que todo depende de lo que ellos hagan. Y así vemos, por ejemplo, como se esfuerzan en conocerse, en adquirir técnicas de concentración mental que les ayuden a tener éxito en las tareas que emprenden. Son personas que no manifiestan deseo de tratar con Jesucristo.

Es diferente el camino de fe y de conversión, al que el Evangelio de hoy hace referencia cuando nos habla de unos griegos anónimos, conversos al judaísmo, que, sabiendo que Jesús se encontraba en Jerusalén, se acercaron a Felipe, uno de los doce apóstoles, y le dijeron: “queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés (uno de los primeros apóstoles, muy cercano al Señor) y ambos se lo dijeron a Jesús.

La inmediata respuesta de Jesús a aquellos que quieren verle orienta hacia el misterio de la Pascua, la manifestación gloriosa de su misión salvífica. “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado”, dirá. Así pues, el atractivo de la persona de Jesús nos lleva a la hora de la glorificación del Hijo del hombre. Pero a través del paso doloroso de la pasión y de la muerte en la cruz. Sólo desde la fe sobrenatural podemos aceptar que así se realizará el plan divino de la salvación, que es para todos.

Dentro de tantas alertas sanitarias actuales, la palabra del Evangelio, el deseo de ver a Jesús, nos dice que no hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios. Es decir, acercarnos al Dios que habla y que nos comunica su amor para que tengamos vida abundante. Deberíamos pedir a menudo a Dios la gracia que despierte en nosotros la sed de ver y de conocer más a Cristo, que aumente en nuestra alma la divina luz de la fe que nos enseña el camino del cielo.

Nosotros, como aquellos griegos del Evangelio, también queremos ver a Jesús porque creemos que es Dios quien bajó del cielo para salvarnos de nuestros pecados, y que es Dios quien cada día nos facilita su gracia para darnos la fuerza de vivir según sus mandamientos.

Hoy podríamos detenernos y mirar atrás, hacia el fondo, para ser más conscientes de nuestro anhelo de Dios y descubrir si hemos tomado el rumbo correcto. Queremos ver a Jesús llevados de esta nostalgia que todos sentimos antes o después en el corazón, y que no es otra cosa que el anhelo de Dios. Una sed de Dios que nos hace soñar alguna vez con nuestra vida eterna, deseando la eternidad con Dios y los bienaventurados, por encima de todo bien material, incluida la salud corporal.

Dirá San Pablo que todas las cosas «se mantienen» en aquel que es «anterior a todo» (Col 1,17). Por lo tanto, quien construye la propia vida sobre el ver a Jesús en su Palabra y sus sacramentos se edifica verdaderamente de manera sólida y duradera. Como los griegos del Evangelio, hoy tenemos una gran necesidad de ser realistas. Es decir, necesitamos reconocer en Jesús el fundamento de todo.

Es un error prescindir de Jesus pensando que somos autosuficientes, que no necesitamos a Dios, que la felicidad depende de uno mismo y que consiste en una búsqueda creciente de autodeterminación, desarrollo técnico y satisfacción material. Pues el hombre no está hecho para sí mismo, ni para el mundo, está hecho para Dios, y sólo puede encontrar su felicidad en Dios.

Junto a la Virgen, dispongámonos a compartir el estado de ánimo de Jesús, preparados para revivir el misterio de su crucifixión, muerte y resurrección, no como espectadores extraños, sino como protagonistas junto con él, pensando y sintiendo como él, ya que realiza por cada uno de nosotros su misterio de cruz y de resurrección.

 

Última actualització: 22 marzo 2021