Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (1 de enero de 2023)
Números 6:22-27 / Gálatas 4:4-7 / Lucas 2:16-21
Hoy, octava de Navidad, celebramos, estimadas hermanas y hermanos, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. También es una jornada de oración mundial a favor de la paz, instituida por San Pablo VI; además es fin de año, por tanto, el inicio del año civil, hito muy marcado y celebrado socialmente por quienes seguramente me escucháis, y por la multitud que todavía estarán durmiendo.
En las lecturas de hoy veo clara una confesión de fe, que desde lo que somos, nos hace mirar hacia Dios. En todas nuestras celebraciones, de algún modo promovemos que exista una comunicación entre el cielo y la tierra. La bendición del Libro de los Números, dada por Moisés a Aarón y al pueblo, que hemos escuchado, es un testimonio de este admirable intercambio entre Dios y nosotros. Os la repito:
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.
Hoy es un día de optimismo. La novedad del año, impregna el ambiente y nos lleva a mirar positivamente los 365 días que están en blanco frente a nosotros, que son un interrogante. Nuestro optimismo, en cambio, siempre arraiga en la realidad de lo que dejamos atrás, por eso ayer, hoy, estos días también son días de balance. El pasado es menos positivo que el futuro. Claro. El pasado no podemos cambiarlo. En el fondo, mejor que sea así y que tengamos la esperanza de que nada de todo lo negativo del 2022 se repita. La bendición pedida en la primera lectura fortalece ese sentimiento esperanzado hacia el futuro y hace lo más importante que podemos hacer, lo confía en la intercesión de Dios, lo pone todo bajo su protección.
Lo primero que pedimos en esta oración de bendición es una buena palabra. Bendecir es decir una buena palabra, pedir una bendición es por tanto creer que Dios está ahí y tiene la capacidad de decir esta palabra. En las últimas semanas he escuchado el testimonio de dos personas diferentes que desde África y Asia me hablaban de la normalidad con la que todo el mundo pide una bendición. Me ha hecho pensar que, en nuestro contexto, esto es cada vez menos frecuente y quizás revela que nuestro sentido de Dios se debilita, o queda a un nivel exclusivamente mental. Tenemos un primer reto en recuperar este sentido de Dios, concedido y renovado por su Santo Espíritu, que era tan natural en el Antiguo Testamento, porque Dios nos llena, nos hace comprender y nos hace vivir. Sin esto, todo lo que decimos podría quedar en pura teoría espiritual.
Una segunda enseñanza de esa bendición es la profundidad de la petición. No se piden riquezas o años de vida o ganar una rifa de Navidad, u otras cosas similares. Pedimos podernos mirar con Dios, poder ver la claridad de su mirada y que él vuelva la mirada hacia nosotros. Una forma muy poética de expresar que creer en Dios tiene un efecto espiritual, vital, nos hace entrar en relación. No pasemos por alto estas palabras: Que Dios nos haga ver la claridad de su mirada.
También en tercer lugar, pedimos en esta bendición dos cosas más concretas, que siguen tocando el fondo de nosotros mismos: que Dios se apiade de nosotros y que nos dé la paz. Es nuestra naturaleza humana que se presenta ante el Señor reconociéndose necesitada de una palabra y una mirada. Nuestra naturaleza individual y la colectiva, la de toda la humanidad que quisiéramos que se volviera hacia el Señor con confianza.
En la primera lectura, hemos escuchado la bendición que Moisés dio al Pueblo: Una bendición que pide una Palabra y una mirada de Dios: El Señor te bendiga y te proteja, 25ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. 26El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.
¿Cuál es la respuesta de Dios? Avanzando en la liturgia de hoy la encontramos sin ningún tipo de ambigüedad:
Jesucristo, Hijo de Dios nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, circuncidado al octavo día como signo definitivo de su humanidad. Él es la respuesta porque Él es la Palabra y la Mirada de Dios con mayúsculas. La palabra y la mirada de Dios que eran una metáfora son ahora una realidad. Haciéndose hombre, Dios ha asumido todas las posibilidades de las personas y por tanto ha incorporado el lenguaje y la visita y le podemos pedir una Palabra y una mirada reales, de hecho, nos la concede sin necesidad de que se la pidamos. Desde el momento de la revelación plena de Dios en Cristo, las buenas palabras serán siempre para los cristianos las palabras de Jesús, todas las que encontraremos en el evangelio y pedir la mirada de Dios nos llevará necesariamente a las miradas de Jesús de Nazaret, a todas esas miradas con sus discípulos, sus seguidores, incluso sus perseguidores. Cuantas podemos recordar: la mirada de Jesucristo compasiva y exigente al joven rico o a la mujer adúltera; la mirada penetrante, reclamando coherencia y autenticidad a los fariseos y maestros de la Ley, que intentaban dejarle en falso, las miradas a su madre, María.
Toda esta capacidad de comunicarnos con Dios por la humanidad asumida por su hijo encarnado estaba contenida, latente, en la sencilla invocación que hemos leído, en esa oración de bendición que tan fácilmente nos hacemos nuestra después de tres mil años, porque pide lo esencial. El Señor te bendiga y te proteja, 25ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. 26El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.
Como fruto de la Palabra y de la Mirada de Dios, que tan cercanas se han hecho en Cristo seguimos pidiendo la Paz. ¡Dios mío! ¿Cuántos siglos hace que estamos pidiendo la paz: La paz personal, la paz interior, la paz del mundo, la paz entre los pueblos, entre las razas, entre todos los que formamos una sociedad? La proximidad geográfica de tener la guerra en Europa de nuevo otra vez, nos ha hecho más sensibles. Haber acogido a refugiados, haberlos conocido, ha hecho que todo este drama nos sacuda más. El Papa Francisco es una de las voces que constantemente y de forma clara reclama la paz en el mundo y en Ucrania de manera concreta. Sorprende, casi escandaliza, que ante la muerte real, los mecanismos de diálogo que internacionalmente se han organizado durante años y que tienen también un importante coste económico, no puedan hacer nada por parar esta y cualquier otra guerra. Y que escuchemos más palabras que hablan de seguridad y de rearme que de paz. ¿Acaso es necesario dar por fracasado un siglo de política de mediación por la paz? Esperemos que no, pero ciertamente nos gustaría verlo. Esta incomprensión por la incapacidad de las Organizaciones internacionales y la diplomacia no puede hacernos desfallecer en la oración por la paz, porque a veces al final, lo que nos queda es ponerlo todo en manos de Dios.
Este año 2023 se cumplirán sesenta años de la Encíclica La paz en la tierra, pacem in terris, de san Juan XXIII, un texto plenamente vigente, una especie de testamento firmado pocas semanas antes de su muerte. Ojalá avancemos por aquellos caminos de verdad, amor, justicia y libertad que la encíclica ponía como fundamento de toda paz.
Una palabra y una mirada de Dios, pedida en la oración de bendición de Moisés y de Aarón; palabra y mirada hechas humanas en Jesucristo. Necesitamos también nosotros como discípulos procurar llevar una buena Palabra y una mirada clara a nuestro mundo, a cada uno de estos días en blanco que tenemos delante en el año que empezamos para hacer actual y perceptible este intercambio entre cielo y tierra, entre Dios y los hombres y las mujeres, que podemos testimoniar con la vida; que afirmemos con fe cada vez que celebramos la eucaristía, como que lo hacemos por primera vez en este año dos mil veinte y tres, que es un eslabón más de la historia siempre bendecida por Dios porque le pertenece desde el inicio al final.
Última actualització: 3 enero 2023