Homilía del +P. Manel Nin, Exarca Apostòlic (11 de julio de 2024)
Proverbios 2:1-9 / Colosenses 3:12-17 / Mateo 19:27-29
Bendito sea nuestro Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Queridos hermanos monjes, peregrinos de Montserrat, hermanos en Cristo. La celebración de la solemnidad de san Benito, padre de monjes y desde 1964 -hace ahora sesenta años- por voluntad del papa san Pablo VI también patrón de Europa, nos reúne en este nuestro monasterio de Montserrat para celebrar la eucaristía. Queremos dar gracias al Señor por el ejemplo luminoso de este santo, vivido entre los siglos V y VI en Italia, nacido en Norcia, viviendo unos años en Subiaco y muerto en Montecassino, tres lugares donde hoy, gracias a Dios, sigue habiendo una presencia de monjes, de comunidades de hombres que viven su vida monástica, una vida fundamentada en la comunión -de bienes y de espíritu-, en la fraternidad -fiel y cotidiana-, en la oración -personal y comunitaria.
Y hoy esta celebración eucarística, como veis, la preside un obispo oriental católico de tradición bizantina, un obispo que es hijo de este monasterio, y actualmente sirve en el ministerio episcopal algo lejos, en Grecia y concretamente en Atenas, un país al otro lado del mismo Mediterráneo, cuyas únicas olas miman nuestras tierras. Soy obispo en la tradición eclesial y litúrgica bizantina, una tradición que también celebra san Benito dentro del propio calendario, y lo hacemos el día 14 de marzo, una fecha muy cercana a la del 21 de marzo en la que tradicionalmente lo celebra también la liturgia latina. Y en nuestra tradición bizantina, a san Benito le llamamos en griego: O Άγιος Βενέδικτος, ο κοινοβιάρχης, “san Benito el cenobiarca”, el jefe de los cenobitas, podríamos decir el primero, el origen de aquellos que viven en comunidad, que viven poniendo en común, compartiendo tres aspectos fundamentales de su vida -y en estos aspectos quisiera entretenerme un momento ahora comentando las lecturas: los monjes son hombres que comparten lo que tienen, lo que son y lo que viven.
Las lecturas de la Palabra de Dios que hemos escuchado y acogido nos sitúan, en el corazón de lo que san Benito nos da y nos enseña a través de su Regla. De algún modo la Palabra de Dios de esta celebración dibuja, sostiene, apoya ya lo que será, que es, la vida del monje: la disposición y la apertura del corazón, la docilidad para escuchar y acoger la Palabra de Dios. Los monjes son hombres que viven en comunidad, compartiendo lo que tienen, lo que son y lo que viven. Y me podéis preguntar: ¿Qué tienen los monjes? ¿Qué son los monjes? ¿Qué viven los monjes? Os propongo responder brevemente a estas tres preguntas a partir de lo que hemos escuchado en las lecturas de esta celebración.
¿Qué tienen los monjes? “Hijo mío, (hemos oído en la primera lectura), si aceptas mis palabras, si quieres conservar mis consejos, si prestas oído a la sabiduría y abres tu mente a la prudencia; si haces venir a la inteligencia y llamas junto a ti a la prudencia; si la procuras igual que el dinero y la buscas lo mismo que un tesoro, comprenderás lo que es temer al Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios”. ¿Qué tienen los monjes? Tienen oídos bien atentos para escuchar la Palabra, y una boca para hacer resonar la Palabra escuchada. Los monjes tienen la fuerza de la oración, que hace resonar y revivir la Palabra escuchada. ¿Qué tienen los monjes? Los monjes tienen el Salterio, que se les da simbólicamente en el momento de la profesión solemne. El Salterio / los salmos, es / son su propiedad, su heredad que los monjes se transmiten celosamente, este libro, la recopilación de estas antiguas oraciones judías que -¡no lo olvidemos nunca!- Cristo y la tradición cristiana lo han hecho y hacen oración cristiana, y que los monjes continúan / seguimos tozudamente orando cada día. ¿Y por qué? Porque “el Señor concede sabiduría, de su boca brotan saber e inteligencia; atesora acierto para el hombre recto, es escudo para el de conducta intachable; custodia la senda del honrado, guarda el camino de sus fieles”, nos decía todavía la lectura del libro de los Proverbios. Porque los monjes, con este único tesoro que tienen entre manos cada día, el salterio -David como lo llama la tradición oriental siríaca-, Cristo me permito llamarlo yo-, se saben protegidos, velados, acompañados por Aquel mismo al que dirigen cotidianamente su oración. ¿Qué tienen los monjes?: la fuerza de la oración, la repetición santamente obstinada de estos textos antiguos y siempre vivos, que nos configuran a Cristo Señor, que nos revisten de Cristo Señor que hasta el momento de su cruz hizo su misma oración. ¿Qué tienen los monjes? El Salterio, David, Cristo. Tesoro que hay que custodiar celosamente, porque todo él es también sacramento de la Palabra que sigue encarnándose cada día por medio de nuestra voz, en nuestra oración y en nuestra vida.
¿Qué son los monjes? Son hombres que han hecho suyas las palabras de san Pablo en la segunda lectura: “Así, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de sentimientos de compasión entrañable, de bondad, de humildad, de dulzura, de paciencia; soportaos unos a otros, y si alguien tuviera algo contra otro, perdonádselo. El Señor os ha perdonado: perdonad también vosotros”. Son los monjes aquellos hombres que en un mundo como el nuestro en el que hablar y anunciar que el Hijo y Verbo de Dios se ha encarnado, se ha hecho uno de nosotros, es algo nada fácil, ellos se saben revestidos de Cristo -cada cristiano es revestido de Cristo en el momento de su bautismo-, pero eso los monjes lo viven, lo vivimos, deberíamos vivirlo, de una manera radical: “el Señor os ha perdonado, perdonad también vosotros”. La capacidad de perdón, que en nuestro mundo se convierte cada vez más en la piedra angular y quizá la piedra de tropiezo en el anuncio del Evangelio: perdón hacia uno mismo, hacia los hermanos, hacia los más alejados, hacia los enemigos. ¿Qué son los monjes? Los monjes, los monasterios, la misma Iglesia no deben / no debemos ser nunca meramente una simple ONG benéfica -¡ay!, ¡si sólo fuéramos eso!-, sino que los monjes -y los monasterios donde viven- son aquellas personas, aquellos lugares donde Cristo sigue encarnándose cada día, haciéndose presente en los sacramentos, en los hermanos, en la compasión, en la humildad, en la dulzura, en la paciencia, -y podéis añadir: en la acogida, al escuchar…- hasta aquél: “El Señor os ha perdonado: perdonad también vosotros”, que nos hace realmente cristianos. Recordad el himno del Jueves Santo en su tradición latina: “Ubi caritas est vera, ibi Deus est… Donde la caridad es verdadera, Dios está…”. ¿Y quien la hace verdadera, podríamos decir, esta caridad? Cristo en su encarnación. ¿Qué son los monjes? Son hombres revestidos de Cristo, que lo anuncian encarnado, sufrido, muerto y resucitado, y que son capaces también de anunciar el perdón hasta setenta veces siete, capaces de anunciar el Evangelio.
¿Qué viven los monjes? La tercera pregunta nos responde al fragmento del evangelio que nos ha sido anunciado. Podríamos decir que Pedro en el evangelio de hoy se hace voz de tantos y tantos monjes que, a lo largo de la vida, con una gran confianza y libertad que nos vienen del sabernos revestidos de Cristo, configurados con Cristo y amados y perdonados por Cristo Señor, y del tener entre manos sólo el Salterio, es decir sólo la fuerza de la oración, se han preguntado / nos hemos preguntado con Pedro: “…Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar? (Pedro se hace portavoz de los apóstoles, de los monjes, de cada cristiano hacia el Señor que le llama y le pide, nos llama y nos pide vivir el evangelio). Jesús les dijo: En verdad os lo digo: … cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna”. La respuesta del Señor es una promesa que nos pide, nos exige, vivir lo que somos, lo que tenemos y lo que vivimos, en la fe y la esperanza. Vivir y anunciar el evangelio. La vida del monje es siempre, -más allá de las propias debilidades que confesamos con arrepentimiento y con confianza-, es una vida teologal, que habla y anuncia el amor eterno del Señor que se ha encarnado y se ha hecho uno de nosotros, que ha caminado y anda con nosotros. Más allá de si en un monasterio los monjes como trabajo comunitario hacen queso, pintan cerámica, editan libros o se sientan horas y horas acogiendo, escuchando y perdonando a tantas y tantas personas que vienen al monasterio para sentirse escuchados y perdonados hasta setenta veces siete. Hombres que viven el evangelio de Cristo.
Queridos hermanos, en esta solemnidad de hoy permitidme alargar algún minuto más mi homilía, y lo hago especialmente en el momento actual difícil que está viviendo nuestro mundo y sobre todo nuestra Europa envejecida y herida, para hacer memoria de un hecho que aconteció exactamente hace sesenta años. El papa san Pablo VI el 24 de octubre de 1964 quiso consagrar con sus propias manos episcopales como obispo de Roma la nueva basílica del monasterio de Montecassino, cenobio totalmente destruido por la locura de unos bombardeos y de una guerra que, como todas las guerras, crearon y crean destrucción y sufrimiento. Ese mismo día de la consagración de la basílica de Montecassino -en la que participaron también entre otros muchos hermanos de nuestra comunidad: el cardenal Albareda, el abad General Celesti Gusi, el abad de nuestro monasterio el padre Gabriel Maria Brasó-, el papa publicó una carta apostólica que lleva como título Pacis Nuntius -mensajero, anunciador de paz. Un texto que os recomiendo releer, y en el que encontramos aquella frase que se ha convertido en célebre: “San Benito y sus hijos trajeron el progreso cristiano con la cruz, el libro y el arado…”. Celebramos hoy la memoria de ese mensajero de paz, de ese santo, de ese hombre que quiso -y quieren todavía hoy los que nos decimos hijos suyos-, anunciar la paz, anunciar y vivir el evangelio de Cristo.
Que el Señor nos conceda todavía hoy seguir trayendo el progreso cristiano, la vida cristiana: con la cruz, con el anuncio de la encarnación de Cristo y de su evangelio -con lo que son los monjes. Con el libro, con el Salterio, con Cristo en nuestras manos y la fuerza de la oración -con lo que tienen los monjes. Con el arado, con el trabajo y la fidelidad cotidiana a la soledad y a la comunión con el Señor y con los hermanos, con todos los hombres –con lo que viven los monjes.
Pidámoslo al Señor para cada uno de nosotros, y lo pedimos también para este nuestro monasterio de Montserrat, para que el Señor, por intercesión de Santa María y de todos los Santos, conceda a este Sitio Santo otros mil años de vida, siendo fieles -los monjes, los escolanes, los peregrinos…- a aquel “Ora, lege, labora…, rege te ipsum in comunitate.., in Ecclesia”. Que sea para todos un don de Cristo Señor, que reina con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Última actualització: 13 julio 2024