San Benito (11 de julio de 2022)

Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat (11 de julio de 2022)

Proverbios 2:1-9 / Colosenses 3:12-17 / Mateo 19:27-29

 

Pienso, queridos hermanos y hermanas, que la relación y el conocimiento personal con San Benito de Nursia de todos los que estáis escuchando aquí o por medio de internet, debe ser muy diferente.

Quizás algunos de vosotros sin idea alguna que hoy había esta celebración, se la han encontrado; otros conocedores del calendario litúrgico, la han identificado enseguida, los oblatos y los monjes benedictinos esperábamos la fecha y tenemos claro que hoy recordamos la proclamación como Patrón de Europa, del autor de la Regla, el texto que nos identifica y da sentido a nuestras vidas. La vida benedictina es un tesoro de sabiduría espiritual llena de consejos e intuiciones capaces de enriquecer la vida incluso fuera de los monasterios y sin necesidad de ser monjes. Por eso, al hablar de San Benito y de la espiritualidad de la Regla quisiera que todo el mundo se sintiera incluido.

¿Cómo se hace presente en el mundo esta sabiduría espiritual? ¿Tiene que ver con los edificios románicos, góticos o más modernos que los monjes fueron edificando y que hoy son en tantos lugares patrimonio histórico? Un poco sí, pero no creo que los edificios hagan justicia a la sabiduría de san Benito.

¿Quizás esta sabiduría se ha concretado en cultura? Es interesante que la etimología amplia de la palabra cultura está cercana al significado de la palabra catalana cultivo (conreu). San Pablo VI dijo que los benedictinos fuimos importantes en la creación de Europa occidental, la creamos con el libro y con el arado: esto es con todo tipo de cultura. Sí. El impacto cultural en sentido amplio ha sido fuerte y esperamos que lo siga siendo, pero tampoco agota el significado profundo de la aportación que creo que nos hace la Regla benedictina.

El núcleo, lo imprescindible de nuestro texto venerable, radica en el ámbito de la persona y de su dimensión espiritual: es tomar al hombre o a la mujer y enfocarlos hacia Dios. Éste es el fundamento. Queda claro que uno de los momentos en los que cualquier institución debe ser clara con lo que quiere, es el momento en el que es necesario incorporar nuevos miembros, nuevos trabajadores, nuevos socios. En este momento no podemos engañarnos sencillamente porque nos va en ello la identidad y la continuidad. La Regla de Sant Benet establece el criterio definitivo del discernimiento de las vocaciones al establecer que es necesario que «busquen a Dios de verdad». Es por esta razón que me atrevo a decir, no inventándomelo, sino apoyado por toda la tradición monástica, que el núcleo de nuestra vida es ponerse de cara a Dios, para empezar un camino sostenido por la fe, con plena conciencia de la fragilidad personal, pero avanzando hacia Dios, que nos ha creado y ha puesto el deseo de buscarlo en nuestro interior. Este principio tiene algunos rasgos interesantes:

Es universal. No puedo proponeros honestamente a todos los que me estáis escuchando que viváis la comunión de bienes, la estabilidad en una comunidad, la obediencia a un superior. Sin embargo, proponeros que busquéis a Dios de verdad es totalmente posible Quizás por esta razón afirmamos que, hablando hoy de temas monásticos, podemos hablar a todo el mundo.

Buscar a Dios de verdad es una proposición sencilla. Sólo tres palabras en el latín original. Las cosas importantes no deben ser largas ni complicadas. La propuesta será sencilla, pero toca el fondo humano de cada uno: buscamos, por tanto, estamos en movimiento, la espiritualidad benedictina nos comprende como hombres y mujeres de deseo, no perfectas.

Naturalmente es una propuesta creyente. No buscamos cualquier cosa. Buscamos a Dios. El Dios de Jesucristo. Y desde la fe, no podría pensarse una vida sin Dios. Por tanto, profundizamos lo que somos y lo que creemos como cristianos. Nada más, nada menos. Cualquier propuesta cristiana debería responder plenamente a aquellas palabras de Jesús: he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.

También es una propuesta estable. En la espiritualidad de la Regla benedictina, el buscar a Dios de verdad no está pensado como algo puntual. Es lo suficientemente serio como para implicar toda la vida. Es una propuesta que no es necesario cambiar constantemente. En nuestro contexto actual, incluso me atrevería a decir que esta idea de la estabilidad en las opciones, tanto cristiana como benedictina es nueva, es alternativa. La practica poca gente. Pero está comprobado que da felicidad y sentido. Quizá esta estabilidad sea una de las cosas que podríamos predicar más como monjes, sin olvidar que debemos vivirlo primero nosotros para predicarlo con algo de dignidad.

Por último, Buscar Dios de verdad es una propuesta personalizada. Es necesario que cada uno se ponga en camino. Por mucho que parezca abstracto, Sant Benet nos concreta bastante cómo hacerlo: Habrá que orar y habrá que amar. Los monjes lo haremos en comunidad y cada uno que haya incorporado este rasgo espiritual a su vida o lo quiera incorporar, podrá ver cómo reza y cómo ama a su alrededor. Tampoco es difícil de entender. Orar y amar para hacer bien concreto vivir, creer y buscar a Dios es una propuesta para una vida tomada en serio. De vida sólo hay una y estaría bien que no nos pasara lo que tan bien expresaba el poeta castellano Jorge Manrique,

Este mundo es el camino / para el otro, que se morada / sin pesar; / pero cumple tener buen tino / para andar esta jornada / sin errar. (V)

No mirando a nuestro daño, / corremos a rienda suelta / sin parar; / desde que veamos el engaño / y queremos dar la vuelta, / no hay lugar. (XII)

(Coplas a la Muerte de su padre)

Estas intuiciones frente a la vida y la muerte, no son lejanas de la Regla de San Benito, y nos demuestran con esta proximidad que más allá del carisma estamos ante verdaderos enfoques creyentes y humanistas. La sabiduría espiritual es en el fondo un patrimonio de la humanidad, y Dios la reparte como quiere y al que quiere, generosamente.

Habiéndonos centrado en este leiv motiv, buscar a Dios de verdad, la Regla nos dice que, viviendo así, orando y amando, la sabiduría espiritual impregnará nuestra vida, todas nuestras relaciones e incluso nuestras actitudes corporales.

Ésta es la raíz del árbol benedictino, cuyos frutos y cuya fecundidad han sido tan grandes. Procuramos que el crecimiento y los frutos del árbol estén siempre en relación con la raíz, esto es en la verdadera búsqueda de Dios, en la oración, en el amor. Para una propuesta así, que no hace más que replicar la llamada de Jesucristo a seguirle, entendemos que el evangelio de hoy justifique que podamos dejarlo todo.

Pongámonos siempre en disposición de escuchar y acoger la voz del Señor que nos llama, lo hace siempre, y lo hace en cada eucaristía, abrámosle pues el corazón.

Abadia de MontserratSan Benito (11 de julio de 2022)

Solemnidad de san Benito (11 de julio de 2021)

Homilía del P. Josep M Soler, Abad de Montserrat (11 de julio de 2021)

Proverbios 2:1-9 / Colosenses 3:12-17 / Mateo 19:27-29

 

El Señor en el evangelio nos acaba de decir que todo el que por su nombre haya dejado todo lo que tenía, recibirá unos dones más valiosos y heredará la vida eterna. Hoy, hermanos y hermanas, vemos como esto se ha hecho realidad para san Benito, nuestro padre en la vida monástica y copatrón de Europa. Lo contemplamos participando plenamente de la victoria pascual de Jesucristo después de haberlo dejado todo y de haberse ido identificando cada día más con él. San Benito experimentó cómo en la vida de cada día, tanto en los momentos alegres como en los tristes, si se procura seguir el camino del evangelio, «ensancha el corazón y se corre por la vía de los mandamientos de Dios en la inefable dulzura del amor «(RB Pról. 49).

Sí. San Benito vivió la novedad de vida que nos viene del bautismo; vivió la libertad de los hijos de Dios. Por ello, las palabras del apóstol que hemos escuchado en la segunda lectura, la liturgia las aplica a san Benito porque es el que procuró vivir en sí mismo y enseñarlo a sus discípulos.

San Pablo nos ha hablado de tener los sentimientos que corresponden a escogidos de Dios. Y, ¿cuáles son estos sentimientos? O, aún antes otra pregunta: ¿qué significa aquí la palabra sentimientos? No se trata de un estado de ánimo, de una sensación emotiva, sino de algo más profundo. Se trata de una disposición interior que se traduce al exterior con unas actitudes concretas, con una determinada manera de ser y de actuar.

¿Cuáles son, pues, los sentimientos que corresponden a los escogidos de Dios? San Pablo los ha ido mencionando. Son los que derivan de saberse gratuitamente perdonado, querido, santificado, por Dios. Cuando uno toma conciencia de todo lo que Dios le ha concedido y es consciente también de su pobreza personal, brota de su interior el sentimiento de humildad, de saberse pequeño, poco, sin ningún mérito propio y, sin embargo, saberse profundamente amado por Dios. Y aquí, brota la paciencia, hacia uno mismo y hacia los demás; brota la serenidad; que permite mirar la propia historia, los acontecimientos de cada día y la relación con los demás desde la certeza del amor de Dios que se hace presente. Porque la paciencia evangélica que no es otra cosa que un don del Espíritu que concede de perseverar en el camino cristiano por amor a pesar de las contradicciones interiores o exteriores. San Benito lo vivió en un tiempo, el s. VI, que tanto a nivel social, como cultural y de valores morales estaba sacudido por una fuerte crisis. Y lo vivió, según se desprende de su Regla en una comunidad de hermanos que no tenía mucho de ideal. Y, en cambio, su escrito rezuma la certeza del amor de Dios que perdona, la humildad, la paciencia, la paz, la confianza en la capacidad de evolucionar positivamente de la persona.

Los sentimientos que corresponden a los escogidos de Dios, no se quedan en el ámbito cerrado de uno mismo. Se abren a los demás. Si uno es consciente de todo lo que Dios le perdona cada día, búsca perdonar a los demás,  «soportarlos» como decía San Pablo, es decir, sostenerlos en su debilidad física, moral o psíquica. La conciencia de la manera amorosa como Dios nos trata lleva, además, a buscar el perseverar en mantener el diálogo, a buscar el perdonar todo lo que pudiéramos tener contra otro.

Los sentimientos que corresponden a los escogidos de Dios se centran en el amor, aquel amor fraterno que es reproducción del de Jesucristo y por ello todo lo ata perfecciona. Aquel amor que da y gasta la vida por el bien de los demás; aquel amor que lleva a compartirlo todo, a instruirse mutuamente, a alentarse y mejorarse los unos a los otros, a compartir la fe y la vivencia espiritual. A acoger juntos la Palabra de Cristo, a vivir juntos la oración que el Espíritu suscita en la Iglesia y en el corazón de cada uno.

Esta fue la tónica de vida de san Benito, tanto en su experiencia interior como en su vida fraterna con los hermanos. Y esta fue la tónica que inculcó a sus discípulos. Para los que estamos un poco familiarizados con su Regla, muchas de las palabras del apóstol que hemos escuchado nos habrán llevado a la memoria varios fragmentos del texto benedictino, y de una manera muy particular su capítulo sobre «el buen celo», que se puede considerar verdaderamente como el testamento espiritual de san Benito (RB 72), como lo que él en su vejez consideraba más fundamental porque era la síntesis de toda su vivencia del Evangelio.

Evidentemente, sin embargo, las enseñanzas del apóstol san Pablo, que hemos leído, no fueron escritos pensando concretamente en los monjes. Sus destinatarios son todos los bautizados en su vida íntima y en su vida fraterna, comunitaria, eclesial, social. Todos, pues, debemos procurar traducirlos en la práctica. Nuestras vidas y el clima de nuestras comunidades o de las diversas entidades eclesiales cambiarían radicalmente y serían más testigos de la novedad de vida que Jesucristo nos lleva. Suscitarían más entusiasmo por el Evangelio.

Las enseñanzas de san Benito han dejado de ser patrimonio exclusivo de la familia benedictina; son herencia de todo el Pueblo de Dios. E incluso son guía para un estilo de vida profundamente humano, para lograr una personalidad madura y unas relaciones sociales constructivas. Si los pueblos de Europa, sobre los que se extiende el patronazgo de San Benito, vivieran más estas realidades muchos de los problemas que tiene actualmente la sociedad europea encontrarían caminos de solución. Pienso en la relación entre las diversas culturas y las diversas etnias; pienso en los emigrantes y refugiados, pienso en una economía que no está puesta al servicio de una mejor distribución de la riqueza; pienso en muchas cuestiones de ámbito político que pueden estar regidas más por afanes partidistas que por el servicio a los más necesitados; pienso, también, en la agresividad que anida en el corazón y que inspira demasiada frecuencia sentimientos de violencia; pienso, aun, en la tensión y en la crispación tan a menudo presentes en el debate político y social; pienso, finalmente, en el vacío espiritual de tanta gente. La sabiduría de san Benito, reflejo como es de las enseñanzas del Evangelio, ofrece mucha luz para nuestros pueblos europeos, y para nuestro mundo globalizado.

Una experiencia espiritual y un estilo de vida fraterno como los que hemos escuchado en la segunda lectura no dejan de entusiasmar cuando uno se encuentra con personas que los viven. Esta es una tarea que pertenece de un modo particular a los monasterios benedictinos y todos aquellos que desde fuera del monasterio quieren vivir una espiritualidad fundamentada en la Regla benedictina. Debemos empezar por evangelizar con nuestra vida personal y con la forma en que vivimos nuestras relaciones fraternas, y, aun, con la forma en que nos perdonamos unos a otros.

El Apóstol decía que lo tenemos que hacer todo en nombre de Jesús. Es decir, según su estilo y con la fuerza que nos viene de su poder salvador. Y, decía aun, que tenemos que dirigir por medio de él a Dios Padre una acción de gracias. Es lo que hacemos ahora en la Eucaristía. Y lo que tenemos que hacer todos los días en todas las cosas de nuestra vida, como escogidos, santos y amados de Dios, porque, como enseña san Benito, «en todas las cosas Dios sea glorificado» (RB 57, 9).

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