Homilía del P. Manel GAsch i Huriós, Abad de Montserrat (28 de junio de 2025)
géNESIs 18:1-15 / mATEo 8:5-17
Abraham, Sara, el centurión y María, la Virgen María, son, queridos hermanos y hermanas, el ejemplo en las lecturas de hoy de cómo Dios viene a encontrarnos de diversas maneras y de cómo nuestra complejidad humana responde diferentemente a esta visita.
Abraham recibe a tres huéspedes que el libro del Génesis no esconde que son el Señor y se apresura con deseo a servirles. Aunque la acogida sea una obligación en la cultura de Biblia, en la escena de la encina de Mambré, hay un escalón más que recibir sencillamente a unos forasteros, hay una especie de reverencia que subraya la identidad de los huéspedes, que se dejan servir y acoger. La escena revela a Dios.
Sara, colabora con Abraham para atender a los invitados, pero cuando escucha esta voz, que se ha presentado en forma de huésped trino, anunciándole lo que a los ojos humanos parece imposible: “Ser fecunda a su edad”, ríe incrédulamente. ¡Cuántas veces reír o la broma son nuestra reacción ante una propuesta atrevida! Es una risa que esconde el miedo, que sirve de excusa, que en fondo dice: «¿Yo? ¡No!». Pero Dios no se inmuta y sigue sus planes. Y su voluntad se cumple.
La actitud del centurión es muy distinta. Tiene fe en Jesucristo y en su acción frente a la enfermedad. Tiene tanta que no necesita la presencia del maestro en casa, tiene el pudor de no querer estar demasiado cerca, el respeto que se tiene ante Dios, la confianza en la Palabra. Lo va a buscar. “No soy digno de que entres en mi casa”. Dilo sólo de Palabra y mi criado se pondrá bueno.” La escena también revela a Dios.
Y finalmente María, toda ella transparente, sin resistencia alguna. El magnificat que hemos cantado en el salmo responsorial, pronunciado en la escena de la visitación es todo lo contrario a la risa de Sara. Es en el fondo la alabanza al sí que ella dice a Dios, que le hace concebir a Jesucristo, que el evangelio nos reporta pocas líneas antes. ¡Y no es que la propuesta de Dios fuera más posible que la de Sara! Sino todo lo contrario. Por eso puede cantar: «el Todopoderoso obra en mí maravillas. Se ha acordado de su amor a Abraham». La alabanza es siempre el fin de la fe, el punto máximo de la confesión.
Podemos tomar los cuatro ejemplos en la Escritura que hemos podido evocar en las lecturas y los salmos como actitudes que nos guíen y acompañen en nuestra relación con Dios. Que nos lleven a hacer nuestra la frase más conocida de San Ireneo que hoy conmemoramos, «La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios»
Hoy esto tiene una aplicación muy directa porque en esta eucaristía, el G. Anselm hará su profesión monástica temporal, con la que concretará una respuesta a la manera personal con la que Dios le ha visitado: le ha visto y le ha propuesto la vida. Pero la celebración afecta a todos. Nos recordará también los compromisos que tomamos. Primero a los monjes que naturalmente reencontramos nuestra opción. El testimonio de alguien es en esencia recuerdo de lo que todos hemos hecho y prometido en la vida y el test de nuestra fidelidad.
Los cristianos arraigamos todas nuestras vocaciones en la fe. Y Dios no siempre es fácil. En nuestros itinerarios nos sentimos exigidos y estirados hacia Él y sabemos que nuestras respuestas pueden ser el activismo de Abraham, la confianza del centurión, pero también la risa de Sara. En algunos momentos nos sentimos caminando en la dirección de aquél que todo lo puede, como dice la Regla de Sant Benet, en otros algo nos ata y nos retiene hacia la otra dirección.
Es necesario, pues, primero estar atentos para tener clara la dirección. Él se presenta como un huésped imprevisto, como el que puede salvarnos a nosotros y a los que amamos, como el que nos dice las cosas más increíbles. Se presenta una y otra vez por eso la Regla de San Benito nos dice que en esta respuesta nuestra titubeando, tenemos su paciencia y todos los días de nuestra vida, siempre que nos hayamos puesto en el camino de buscar a Dios de verdad.
Después necesitaremos mantenernos en el camino de nuestro compromiso. En el caso de los monjes de esta comunidad y de otras personas que se inspiran en la espiritualidad benedictina, es el camino de San Benito, de su humanidad, de ese recorrido dinámico que llamamos conversión y que, como nos dice toda la tradición, tiene momentos de combate espiritual, para remarcarnos que esto, como cualquier cosa que cristianamente se reclame profunda, no es fácil.
En el ritual de la profesión monástica, las palabras de respuesta a la llamada son pedir la misericordia de Dios y poder servirle más perfectamente en esta familia.
Cómo los personajes de las lecturas de hoy entramos en una dinámica con Dios que nos coloca en dependencia. Siempre debemos ser conscientes de la diferencia entre Él y nosotros. A su llamada respondemos con humildad, como el centurión: «No soy digno…». Qué actitud tan alternativa en un mundo de protagonismos, de individualismos, de egocentrismos, donde nos creemos tan autosuficientes a todos los niveles. El verdadero creyente en Cristo, en cambio, no puede dejar de descentrarse para tenerlo presente en cualquier momento. La respuesta correcta ante Dios es ésta: «No soy digno, pero tú puedes: es el reconocimiento exacto de su y de nuestro sitio». Es hermoso que recordemos esto todos los días antes de comulgar. ¿Dónde se haría más significativa esta diferencia que al reconocer que Él se nos da eucarísticamente a nosotros?
Qué diferente iría el mundo si fuéramos capaces de inducirnos de esta dinámica.
En ella, primero somos receptores de su amor, de su compasión, de todo lo que significamos con la palabra misericordia.
Después pedimos hacer algo por Él y por los demás. Ser capaces de servir.
Tanto para recibir como para servir a Dios, tenemos maestros insuperables. Nos lo enseña la Escritura que en cada página que como dice San Benito es una norma rectísima de vida.
Nos lo enseña la Regla con su admirable doctrina donde concreta cómo buscar el amor a Dios de forma comunitaria y cómo construir esta realidad, todos juntos.
Nos lo enseña San Anselmo, y con esto acabo, que dedicó a San Benito una oración que dice:
Actúa abogado de los monjes,
Por la caridad que te hizo enseñarnos
La forma justa de vivir,
Sé solícito
para que tengamos suficiente voluntad
y cumplamos eficazmente nuestro deber,
porque, ante Dios,
tú te gloríes porque somos discípulos
y nosotros nos gloriemos porque tú eres maestro.
(Oración XV San Benito 129-136)
Última actualització: 1 julio 2025