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La Santísima Trinidad (4 de junio de 2023)

Homilía del P. Carles-Xavier Noriega, monje de Montserrat (4 de junio de 2023)

Éxodo 34:4b-6.8-9 / 2 Corintios 13:11-13 / Juan 3:16-18

 

Una tradición medieval explica la siguiente anécdota: Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, profundizando muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, levanta la vista y ve a un niño, que está jugando en la arena, a orillas del mar. Lo observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un agujero.

Así el niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca y le pregunta: “Oye, niño, ¿qué haces?” Y éste le responde: “Estoy sacando toda el agua del mar y la pondré en ese agujero”. Y San Agustín dice: “Pero esto es imposible”. Y el niño responde: “Si esto es imposible, más imposible todavía es que tú entiendas el misterio de Dios…”

En la misma línea, como bien saben los estudiantes de teología, el propio san Agustín dice en uno de sus comentarios: “Si lo entiendes, no es Dios”. Ante estos precedentes, hacer una homilía el día que celebremos la Santísima Trinidad es todo un reto. La Trinidad es un gran misterio y cada palabra no hace más que cerrar lo abierto, poner un límite, aunque sea involuntario y sólo lingüístico, a lo que es en sí mismo el infinito por excelencia.

Por eso, la mejor manera de considerar este gran misterio es el silencio. Pero esto no es posible en una homilía, aunque ya sabemos que es mejor hablar con Dios, que hablar de Dios. Por tanto, os propongo celebrar la Trinidad tomándonos tiempo para contemplar su presencia entre nosotros, sus maravillas, su obra. ¿Y cómo podemos contemplar las obras que Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- realiza? Empecemos por las lecturas que acabamos de escuchar.

En la primera, en el libro del Éxodo, el Señor se presenta a Moisés, y lo hace llamándose por su nombre: “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. Éste es su nombre. En la segunda lectura, San Pablo, escribiendo a los Corintios, no tiene dudas y habla de un Dios de amor y de paz, de un Dios que, en la gracia ofrecida por el Hijo, en el amor compartido del Padre y en la comunión otorgada por el Espíritu se convierte en bendición. Finalmente, el Evangelio pone un punto definitivo, por si quedaba alguna duda: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito”.

Dios envió a su Hijo para que la humanidad dejara de creer en un Dios inalcanzable y terrible y empezara a creer en ese Dios que, desde el primer momento, cuando nada era, nada existía, quiso que la vida fuera y estuviera en eterno acontecer, nunca igual, nunca repetitiva, nunca estancada. Dios envió a su Hijo para que recordáramos que su nombre y su rostro son misericordia, amor, ternura, fidelidad.

Porque el Dios de la Biblia es un Dios cercano, no sólo filosófico y “todo Otro”. Es un Dios que es Padre, que ha querido acercarse a nosotros y ha entrado en nuestra historia, que nos conoce y que nos ama. Un Dios que es Hijo, que se ha hecho nuestro hermano, ha querido recorrer nuestro camino y se ha entregado por nuestra salvación. Un Dios que es Espíritu y quiere llenarnos en todo momento de su fuerza y su vida.

A la luz de la Palabra que la liturgia nos ha ofrecido hoy, ¿cómo contemplar, pues, su presencia entre nosotros, sus maravillas, su obra? Dios tiene que ver con el amor, con la belleza, con la fidelidad, con la vida en todas sus transformaciones, con lo inacabado, lo indeterminado, lo dinámico.

Así que hoy tomémonos un tiempo para contemplar lo que tiene que ver en nuestras vidas con todo esto. Porque donde hay amor, belleza, vida, fidelidad, autenticidad, ahí está Dios. Y no un Dios monolítico, sino un Dios plural; no un Dios lejano, sino un Dios cercano; no un Dios inamovible, sino un Dios en movimiento eterno, porque esto es el amor.

Hermanos y hermanas, hoy no es un día para intentar explicar el misterio de la Trinidad, sino de recordar cómo Dios ha actuado y sigue actuando en nuestro bien, y cómo toda nuestra vida está marcada y orientada por su amor. Hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y así tenemos la posibilidad concreta de realizar entre nosotros la santa y bella comunión que hace de nuestra vida una fiesta.

San Pablo nos exhorta a vivir y manifestar esta alegría: “Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros”. Éste debe ser nuestro testimonio del Dios Trinidad, que nos ama y nos llena de su propio amor, para que lo vivamos en este mundo tan necesitado de Dios.

Última actualització: 4 junio 2023