Homilía deL P. Abat Manel Gasch i Hurios (8 de diciembre de 2025)
Génesis 3:9-15.20 / Efesios 1:3-6 / Lucas 1:26-38
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Repetir, queridos hermanos y hermanas, las palabras del ángel a María de Nazaret es proclamar nuestra fe en Dios, en el amor de Dios, en posibilitar que Dios intervenga en la historia amándonos. La gracia es todo esto porque la gracia es amor.
La Virgen María fue elegida desde el inicio de su existencia para ser receptora de ese amor, de ese don gratuito. En el prefacio de hoy diremos que fue «enriquecida con la plenitud de la gracia» para ser madre de Jesucristo, ésta y no otra es la intervención de Dios en su vida, y por ella, en toda la historia de la humanidad.
Por eso decirle, como hacemos tan a menudo, al rezar el Ave María, “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo” es reconocer hoy, como desde hace más de dos mil años, la actualidad ininterrumpida de su presencia en el centro de la fe cristiana, y la invitación a todos a tenerla al lado en nuestra vida espiritual.
Llena, quiere decir, que no cabe más. Fijémonos en la fuerza de decirlo de Santa María. Dios se lo ha dado todo, la ha llenado del todo porque naturalmente, la mujer que concibió a Jesucristo, ya no podía recibir nada más, era Madre de Dios y sólo podría hacer y acoger en lo sucesivo, como fruto de la acción del mismo Jesús, Dios encarnado en ella por nosotros.
De la misma manera que la filiación divina de Jesús de Nazaret, no nos aparta de la imitación de sus cualidades humanas, sino que nos empuja, la breve descripción de Santa María en el evangelio, también puede ayudarnos a ser mejores discípulos.
Ella es la mujer del silencio. Incluso las imágenes que la representan, como la propia Moreneta, tienen la boca cerrada, pero sin esfuerzo alguno, como si éste fuera un estado natural de ser, de esperar. La discreción humana da aún más relieve a la plenitud de este amor, hecho gracia, con el que Dios le ha distinguido.
En el Evangelio de hoy, Santa María se nos presenta también con una absoluta honradez, una honradez humilde, casi inocente, que nos sitúa en su realidad totalmente humana: En el “llena de gracia” del Ángel, ella piensa “¿Por qué la saludaba así?” En el anuncio de la Encarnación responde: «¿Cómo puede ser esto?». Precisamente ella, la criatura escogida sobre todas las criaturas humanas, se nos presenta primero con un reconocimiento de la propia realidad que por sí misma no entiende la acción de Dios. Este reconocimiento del límite personal es la base adecuada para la confianza en el don de Dios, aceptado más allá de la comprensión intelectual y vital de la vida. Imagino que para Santa Maria fue también muy largo comprender ese momento de la Anunciación.
¡Qué lección!
Contemplar a la Virgen en este momento central de la historia de la salvación narrado en el Evangelio de Lucas, puede ayudarnos a tener la mirada correcta sobre nuestra realidad, y a hacernos conscientes de nuestra necesidad.
De ella podemos aprender la honestidad, la humildad y al mismo tiempo la confianza de que es Dios quien realmente puede actuar en nosotros, algunas veces más allá de nuestra comprensión intelectual y vital inmediata.
Nosotros recibimos la gracia del bautismo, recibimos también gratuitamente el amor de Dios que nos permite sostenernos en la fe, en la caridad y en la esperanza. Pero nuestra ambigüedad personal, el pecado, nos hace distintos a Santa María. Ella tiene una plenitud de gracia que no se vacía, que no puede perderse. Quizá por eso nos dirigimos a ella como «abogada de la Gracia», sabiendo que comparte con Jesucristo la voluntad de amarnos, y que nuestra oración hacia ella, es pedirle que podamos amar a Dios.
Vivimos realmente en un mundo en el que parece que la humildad y la confesión de los límites no están muy de moda. Lo que escuchamos normalmente es una suerte de autopromoción personal y corporativa, donde la fragilidad no aporta nada. Tampoco parece que esta actitud arregle conflictos o saque a los hombres y a las mujeres de pozos personales muy diversos. ¿Quizás será porque con estas actitudes cerramos las puertas al Espíritu Santo? ¿A la posibilidad de que nos llegue la inspiración? La Virgen María nos da el ejemplo de la venida transformadora de la realidad de este mismo Espíritu. Si en toda la historia de la tierra ha habido una transformación más relevante y única, ésta empezó en Nazaret cuando Dios decidió darse a la humanidad en Jesús de Nazaret, y María lo hizo posible con su confianza.
Es en esta realidad de devoción a la Virgen María que, en Montserrat, los monjes en nuestros mil años de historia, cuya celebración concluimos hoy, hemos sido los primeros en recibir la gracia de ser custodios de la memoria de Santa María.
Una gracia que en primer lugar y desde hace al menos setecientos años hemos compartido con la Escolanía, que sigue cantando a la Virgen cada día y haciendo que muchos peregrinos se emocionen. Pero sabemos que ese don del amor de Dios también queda en vosotros. Uno antiguo escolán, que estaba en Montserrat hace unos treinta años, me escribía el otro día:
Recuerdo que, de pequeño, la mirada de la Moreneta y la profunda belleza que contiene Montserrat me cautivaron: la espaciosa paz de sus jardines, la exuberancia de su montaña y la sublime liturgia que evocan a todo aquel que anhela escuchar y participar de esos rituales puede ser el oasis donde la ve vivida con plenitud.
Cuando soy testimonio de estas experiencias, se fortalece la fe en que Dios actúa siempre en Montserrat por medio de María, y que merece la pena lo que hemos querido hacer en el Milenario: hacer participar a todos de esta gracia. Sabemos que haciendo que la Escolanía participe, ayudamos a que participen muchos más, y por eso también es una alegría que la Escolanía haya crecido con la Schola Cantorum y que hoy podamos cerrar este Milenario toda la familia montserratina, reivindicando la tradición de los Maestros de Montserrat, de la música compuesta por ser cantada por vosotros.
Continuamos esta celebración en profunda acción de gracias por el mayor don que recibimos siempre, el de la presencia de Cristo en el pan y el vino de la eucaristía, que nos hermana en este lugar, en torno a esta mesa, a los pies de Santa María de Montserrat.
Última actualització: 12 diciembre 2025

